lunes, 14 de septiembre de 2015

Lunes de la semana 24 de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 24 de tiempo ordinario; año impar

Tu Palabra, Señor, nos trae la salvación con la Eucaristía y la caridad
«Cuando terminó de decir todas estas palabras al pueblo que le escuchaba, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un criado enfermo y moribundo a quien estimaba mucho. Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos, cuando llegaron junto a Jesús, le rogaban encarecidamente diciendo: «Merece que hagas esto, pues aprecia a nuestro pueblo y él mismo nos ha construido una sinagoga». Jesús, pues, se puso en camino con ellos. Y no estaba ya lejos de la casa cuando el centurión le envió unos amigos para decirle: «Señor no te tomes esa molestia, porque no soy digno de que entres en mi casa, por eso ni siquiera yo mismo me he considerado digno de venir a ti; pero di una palabra y mi criado quedará sano. Pues también yo soy un hombre sometido a disciplina y tengo soldados bajo mis órdenes: digo a éste: ve, y va; y al otro: ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado de él, y volviéndose a la multitud que le seguía, dijo: «Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe». Y cuando volvieron a casa, los enviados encontraron sano al siervo. (Lucas 7,1-10)
1. Jesús, hoy nos muestras tu diálogo con un hombre de fe: -“Jesús entró en Cafarnaúm. Un centurión del ejército romano tenía un siervo a quien estimaba mucho; éste estaba enfermo a punto de morir”. Este oficial era un pagano... pues al hacer el milagro que le pedía, Jesús hizo notar "que no había encontrado una fe tal ni en Israel". Estamos ante una salvación universal… desde su fundación de Jesús, aunque luego no todos vivan ese espíritu…
-“El centurión había oído hablar de Jesús, y le envió unos notables judíos para rogarle que fuera a curar a su siervo...”: "Merece que se lo concedas porque quiere a nuestra nación y es él quien nos ha construido la sinagoga". Ese pagano es seguidor de Jesús sin saberlo, busca la verdad, y de su propio bolsillo había pagado la construcción de una sinagoga, que no era su religión romana. Quizá había superado el politeísmo. Entre los paganos y los incrédulos que me rodean ¿no los hay que se interrogan y que buscan la verdad?
-“Jesús se fue con ellos. No estaba ya lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes, que yo no soy quién para que entres bajo mi techo. Por eso tampoco me atreví a ir en persona a encontrarte.”" No quiere el pagano que Jesús se manche entrando en su casa, pero Jesús, para quien no hay esas impurezas legales, agradece esa atención y es respetuoso con el detalle de cortesía.
-“No merezco que entres bajo mi techo”. Como él, también nosotros nos encontramos indignos de estar en presencia de Dios: ¡es maravilloso pensar que la Iglesia no ha hallado fórmula mejor para poner en nuestros labios en el momento que nos acercamos a la eucaristía! Repito esa fórmula de humildad, de verdad. Rezo...
-“Pero con una palabra tuya se curará mi criado”. Jesús, sueles curar con gestos y palabras, y delante de la persona enferma. Aquí lo harás a distancia con el centurión, y solo con la palabra, como decimos en la misa: "pero di solamente una palabra y mi alma quedará salvada".
Y el oficial subraya el poder de la palabra, por su propia experiencia del mando -"digo a mis subalternos: "ve" y "va"”- y quiere decir que tu palabra, Jesús, es una palabra potente, que realiza siempre lo que decide. Jesús, di una palabra por lo que te pido… (lo que tengamos en el corazón ahora mismo): que se cure esa persona, que se arregle esta situación… si conviene, si es la voluntad de Dios… tu sola Palabra está presente para salvarnos. Auméntame la fe, Señor, para creer en esta Palabra, que opera nuestra salvación.
-“Al oír esto Jesús se quedó admirado: No he encontrado tanta fe...”  La Fe... ese sexto sentido que nos permite percibir unas realidades nuevas, invisibles a los sentidos corporales. Dichosos ellos, paganos modernos o cristianos, que mantienen su corazón a la escucha de esas realidades misteriosas y que no aceptan estar solamente clavados a la materia... al tiempo... Lo eterno está aquí (Noel Quesson).
Hoy vemos también intercesores, santos que nos ayudan a aumentar la fe:«Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad... no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad» (Catecismo 956).
Señor, auméntame la fe, basada en la humildad: «no soy digno de que entres en mi casa»… y esto no depende de mis méritos: «Pásmate ante la bondad de Dios, porque Cristo quiere vivir en ti..., también cuando percibes todo el peso de la pobre miseria, de esta pobre carne, de esta vileza, de este pobre barro.
”-Sí, también entonces, ten presente esa llamada de Dios: Jesucristo, que es Dios, que es Hombre, me entiende y me atiende porque es mi Hermano y mi Amigo» (J. Escrivá, Forja 182).
2. –“Ante todo recomiendo que se hagan plegarias... por todos los hombres”. Una «plegaria universal»: ¡rogar por todos los hombres! El concilio Vaticano Il restableció esa antigua tradición. Las asambleas de los primeros cristianos debían de ser poco numerosas, pues no habiendo todavía iglesias ni capillas, se reunían sólo en casas particulares. Ahora bien, san Pablo les pide que amplíen su plegaria a las dimensiones del mundo entero. Aunque poco numerosos, todavía hoy, los cristianos reunidos representan la humanidad ante Dios y son solidarios de «todos». No se va a misa con el fin de rogar primero por sí mismo o por el círculo restringido de los suyos... se va por la «multitud» a la cual Jesús ha dado su vida. Esta invitación de Pablo podría ser para mí una incitación a reservar un rato a esa misma «oración universal».
-“Sobre las plegarias de petición, de intercesión de acción de gracias...”Este es el contenido ordinario de toda plegaria verdadera. Los fines de la misa resumen esa plegaria que dirigimos a Dios. La adoración, acción de gracias (eucaristía), petición de perdón, e impetración de dones. Conocí a un hombre bueno, Alvaro del Portillo, que rezaba: “¡Señor: gracias, perdón, y ayúdame más!” Sin darse cuenta quizá, resumía así los cuatro fines de nuestra misa y nuestra vida: “¡Señor!”: adoración. “Gracias”: agradecimiento. “Perdón”, te pido perdón por eso y lo otro… “Y ayúdame más” en estas cosas que traigo en la cabeza…
-“Por los jefes de Estado y todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir con tranquilidad y seguridad, como hombres religiosos y cabales”. Ya entonces sentía san Pablo la importancia de esas articulaciones colectivas y en particular de «aquellos que tienen responsabilidades» sobre todo un conjunto de hombres. Nuestras preces universales actuales han reemprendido esa intención. No olvidemos que los jefes de Estado por los que Pablo pedía oraciones eran en aquella época todos paganos. Esta nota nos permite subrayar el papel de la política, de los gobiernos, según san Pablo: en su terreno profano deben permitir y facilitar la paz civil, en la tranquilidad y seguridad... para que sea posible una vida humana religiosa y seria.
-“Porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad”. Frase célebre que hay que dejar que resuene en nuestro interior. Nuestra oración tiene que ser universal porque la voluntad de salvación es universal: ¡qué «todos» los hombres se salven!
-“No hay más que un solo Dios, un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos los hombres”. Dos razones profundas motivan que nuestra oración sea universal. --Dios es el único Dios, el de todos... --Jesús es el único camino para ir a Dios... Si nuestro corazón ha de estar ampliamente abierto al mundo entero, es porque el corazón de Dios ama y quiere salvar a todos los hombres. ¡Cada hombre, cada mujer, uno a uno, es amado de Dios! (Noel Quesson).
-“Quisiera pues que los hombres oren en todo lugar elevando sus manos al cielo”.
3.  El salmo recoge este tono de súplica: "escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad". Es la oración universal u oración de los fieles donde en la misa, “el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres... por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo" (IGMR 45).
Llucià Pou Sabaté
La Exaltación de la Santa Cruz

La misericordia divina transforma el mal y el pecado en perdón y salvación, pero es preciso mirar la Cruz, dejarse amar por Jesús
“En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.(Juan 3,13-17)
1. “En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre”. Señor, te das a ti mismo, en ti Dios se nos da del todo.
-“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. En esta tu entrega, Señor, se nos recuerda el sacrificio que otro padre -Abraham- hizo también de su hijo único Jesús, como el Padre se entrega también en ti. Aquí nos hablas de cuando "Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte", aquel gesto salvador del desierto, y así "cuando una serpiente mordía a uno, éste miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado". Todo ello era una profecía de tu pasión en la cruz; el que te mira, el que cree, queda curado, salvado.
La salvación nos viene por tu Pasión, Señor: "Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Se salva el abismo que había abierto el pecado, eres Pontífice, creador de puentes, entre el cielo y la tierra, por el sacrificio de tu Persona divina y humana. Tu nombre, "Jesús", significa "Dios salva".
San Josemaría tuvo una iluminación: “Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: ‘et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum’ Jn 12,32. Y comprendí que serían lo hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana. Y vi triunfar a Cristo, atrayendo a sí todas las cosas”.
Vio –explica Álvaro del Portillo- que si ponemos a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas, entonces Dios Nuestro Señor reinará en el mundo entero.  Regnare Christum volumus! Para eso, la Cruz. Así como Jesucristo, alzado en el madero entre el cielo y la tierra, muriendo por Amor, abrió a todos las puertas del Cielo; así nosotros, muriendo cada uno a sí mismo, procurando hacer con perfección las cosas pequeñas de cada día, buscando siempre y sólo la gloria de Dios, convirtiendo en oración todo lo que hacemos, levantamos también la Cruz de Cristo en la cumbre, en el pináculo de todas las actividades humanas, y arrastraremos hacia Dios a otras almas, que se fijarán en esos instrumentos que somos cada uno de nosotros.
Regnare Christum volumus!  Y para eso, la Cruz de cada día...: el esfuerzo por cumplir un poquito mejor las prácticas de piedad, el empeño para realizar con más perfección el trabajo profesional, la lucha para afinar en los detalles de delicadeza en el trato y ayudar a los demás con la corrección fraterna, los pequeños vencimientos por los que nuestro espíritu apostólico resulta verdaderamente como el latir del corazón...
Dentro de esa devoción al Crucificado, san Josemaría –que ponía cada año en la epacta: In laetitia, nulla dies sine cruce!, y veía que la alegría tiene las raíces en forma de cruz- quiso que representaran a Jesús  vivo en alguna imagen, de la que hay copia en el santuario de Torreciudad y en Roma: “Porque siempre lo representan muerto, y a mí muchas veces me gusta hacer la oración delante de un Crucifijo que me diga algo. También me habla por las llagas, y por los clavos que le tienen cosido al madero de la Cruz". Recordaba bien haber sentido en su interior, en medio de tormentos, un “abba, Pater!” dirigido a Dios… De la Cruz vamos siempre al gozo inmenso de sabernos hijos de Dios. Hoy, fiesta de la Santa Cruz, día en el que todos los piropos que echamos a la Cruz a lo largo del año parece que cuajan en guirnaldas de flores; hoy es día de propósitos, de generosidad, entrega, ansia de adquirir la caridad de Cristo, que cuajen en flores espléndidas, produzcan frutos sabrosos en actos de amor repetidos uno tras otro: Señor, esto por Ti; esto no lo quiero, pero lo ofrezco por Ti; esto me cuesta, Señor, esto me duele, pero lo acepto por Ti.
Jesús nos convoca en el Calvario, para que entreguemos la vida en corredención con Él: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Este es el único camino para alcanzar la felicidad en el Cielo y en la tierra, pues el que pierda su vida por mí -promete el Señor-, la encontrará (Mt 16,25). Decía S. Josemaría, repensando 30 años más tarde aquella experiencia juvenil: “Tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón -lo veo con más claridad que nunca- es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios (...). Vale la pena clavarse en la Cruz, porque es entrar en la Vida, embriagarse en la Vida de Cristo". Y le ayudaban aleluyas de monja a rezar: "Corazón de Jesús, que me iluminas,/ hoy digo que mi Amor y mi Bien eres,/ hoy me has dado tu Cruz y tus espinas/ hoy digo que me quieres". Pues "El Señor, Sacerdote Eterno, bendice siempre con la Cruz".
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”, nos sigues diciendo, Señor, en tu afán de salvarnos a todos… ayúdame a abrirme a tu salvación, a que mucha gente la acoja en su corazón.
2. En el 630 Heraclio, emperador de Bizancio, tras derrotar al rey de Persia, Cosroes, recuperó la reliquia de la Santa Cruz que éste se había llevado de Jerusalén catorce años antes. Cuando iban a colocar de nuevo la reliquia de la Cruz en la basílica que Constantino había erigido en el Calvario, cuenta una tradición litúrgica que "Heraclio, revestido con ornamentos de oro y piedras preciosas, quiso cruzar la puerta que da al Calvario, pero no podía. Cuanto más se esforzaba por seguir, más se sentía como clavado en aquel lugar. Estupor general. Entonces el obispo Zacarías le hizo notar al emperador que tal vez aquellas ropas de triunfo no condecían con la humildad con que Jesucristo había cruzado aquel umbral llevando la cruz. Inmediatamente el emperador se despojó de sus lujosas vestiduras y, con los pies descalzos y vestido como un hombre cualquiera, recorrió sin la menor dificultad el resto del camino y llegó hasta el lugar donde había que colocar la cruz".
De este episodio proviene remotamente el rito del Papa que se dirige sin ornamentos y con los pies descalzos, a besar la cruz. Nosotros también queremos, como el publicano (cf Lc 18,14), acercarnos con sencillez a la cruz y sentirnos perdonados, renovados como dice el profeta Isaías: "Será doblegado el orgullo del mortal, será humillada la arrogancia del hombre; sólo el Señor será ensalzado aquel día" (Is 2,17).
En la Cruz, Señor, dijiste "todo está cumplido" (Jn 19,30). Te pido que hagas que ese día sea también hoy, que me meta en esas palabras de tu anonadamiento: "Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó a sí mismo" (Flp 2,6-8). Tú haces, Señor, que en tu carne el dolor sea convertido en gloria: "No tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas, ni aspecto que nos cautivase. Despreciado y evitado de la gente, al verlo se tapaban la cara; lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido" (Is 53,2-4). María, tú entiendes de ese dolor, te pido que con tu intercesión participe yo también de "la fuerza de la cruz" (cf 1 Co 1,18), de la debilidad convertida en gloria.
El pueblo de Israel se queja por el desierto de la comida, añora el pescado y las cebollas de Egipto cuando unas serpientes muy peligrosas los atacaron, y la serpiente de bronce levantada por Moisés sobre un asta en medio del campamento pasa a ser profecía de Jesús, levantado sobre el madero de la cruz. Somos salvados también nosotros si «nos volvemos» hacia la cruz de Jesús, es decir, si nos convertimos. El pecado de la serpiente del Génesis, la seducción de la humanidad por el mal, queda aquí transformado en motivo de salvación.
Nos dijiste también, Señor, que «cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12,32-33).  Moisés intercedió por el pueblo, y así tú, Señor, en oración eres el que nos lleva a la tierra prometida de tu Reino. Tú eres el Camino, la Verdad que en él encontramos, y la Vida que es compartir con nosotros la tuya.
Así, te nos muestras en el salmo como el buen Pastor que nos busca para salvarnos: “Escucha, pueblo mío, mi enseñanza; / inclinad el oído a las palabras de mi boca: / que voy a abrir mi boca a las sentencias, / para que broten los enigmas del pasado”. Quiero aprender de tu providencia, Señor, para sentirme seguro en tus manos, en que me guías a lo largo de mi vida, de la historia: «Hizo portentos a vista de sus padres, en el país de Egipto, en el campo de Soán: hendió el mar para abrirles paso, sujetando las aguas como muros; los guiaba de día con una nube, de noche con el resplandor del fuego». Sé que tú eres siempre fiel, aunque nosotros tengamos dudas, infidelidades, flaquezas… «Hendió la roca en el desierto y les dio a beber raudales de agua; sacó arroyos de la peña, hizo correr las aguas como ríos». Sé que no te retraes por nuestros pecados, sino que te mantienes en tu amor misericordioso: «Pero ellos volvieron a pecar contra él y se rebelaron en el desierto contra el Altísimo… El hirió la roca, brotó el agua y desbordaron los torrentes… dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste, y el hombre comió pan de los ángeles; les mandó provisiones hasta la hartura. Hizo soplar desde el cielo el Levante y dirigió con fuerza el viento Sur: hizo llover carne como una polvareda, y volátiles como arena del mar; los hizo caer en mitad del campamento, alrededor de sus tiendas. Ellos comieron y se hartaron; así satisfizo él su avidez».
En tu cruz, Señor, Dios se vuelve contra sí mismo, hasta que gana tu misericordia: «Y, con todo, volvieron a pecar y no dieron fe a sus milagros. Su corazón no era sincero con él, ni eran fieles a su alianza. ¡Qué rebeldes fueron en el desierto, enojando a Dios en la estepa! Volvían a tentar a Dios, a irritar al Santo de Israel, sin acordarse de aquella mano que un día los rescató de la opresión».
Es la historia de nuestra flaqueza y tu amor de Padre: «Ellos abusaron de la paciencia de Dios y se rebelaron contra él; no guardaron los preceptos del Altísimo; fueron desertores y traidores como sus padres, fallaron como un arco flojo. Provocaron su ira». Ten aún paciencia conmigo, Señor. Abre mis ojos para que vea tus obras y confíe en tu poder. Que las lecciones del pasado levanten mi confianza en el futuro. Refréscame la memoria… (Carlos G. Vallés); que sepa sentir como el salmista: “se acordaban de que Dios era su roca, / el Dios Altísimo, su redentor”.
Déjame que reconozca el historial de tu misericordia, Señor: «El, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa y no los destruía: / una y otra vez reprimió su cólera, / y no despertaba todo su furor”.
3. Jesús, aceptaste la humillación recordada por el himno, te haces esclavo y te vacías de tu divinidad para darme Vida eterna: "Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz". La cruz, señal del cristiano: “Es preciso pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch 14, 22). Así lo han hecho los santos, como Josemaría Escrivá: “La vida espiritual y apostólica del nuevo Beato estuvo fundamentada en saberse, por la fe, hijo de Dios en Cristo. De esta fe se alimentaba su amor al Señor, su ímpetu evangelizador, su alegría constante, incluso en las grandes pruebas y dificultades que hubo de superar” (Juan Pablo II).
Señor, te doy gracias pues tu humanidad exaltada hasta entrar en Dios hace que "toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre", como el centurión proclamó en tu cruz: "verdaderamente este hombre era hijo de Dios".
Quisiera vivir tu consejo, Pablo: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús". El himno tiene una primera parte descendente por la humillación, y una segunda ascendente pues al descenso gradual en la humillación corresponde una ascensión triunfal en la gloria. Esto nos recuerda otro pasaje: "siendo él rico se hizo pobre por vosotros, para que os hicierais vosotros ricos por su pobreza" (2 Cor 8,9). Te anonadaste, Señor (te vaciaste de ti mismo, en contraposición al que se hincha con un honor aparente) hasta el límite: hasta la muerte y muerte de cruz. Pero desde el abismo de la cruz adonde descendió porque quiso, Dios lo ensalzó para darle un "nombre" que está por encima de todo nombre. El nombre es para los hebreos la expresión del propio ser, la proclamación de lo que uno es; al recibir Jesús el "nombre-sobre-todo-nombre" se expresa lo que él es por encima de toda criatura. Jesús es el Señor. El nombre significa también la misión que uno ha de cumplir en el mundo, la misión de Cristo es la más excelsa. Al Señor, a Jesús exaltado como Señor, le compete el culto supremo de adoración, la exaltación de Cristo es la proclamación de la gloria de Dios Padre (“Eucaristía 1975”).

Llucià Pou Sabaté

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