sábado, 19 de septiembre de 2015

Domingo de la semana 25 de tiempo ordinario; ciclo B

Domingo de la semana 25 de tiempo ordinario; ciclo B

Los que obran la justicia sufrirán persecución, como Jesús. No hemos de querer mandar, sino servir.
«Una vez que salieron de allí cruzaban Galilea, y no querían que nadie lo supiese; pues iba instruyendo a sus discípulos y les decía: «El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto, resucitará a los tres días». Pero ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle. Y llegaron a Cafarnaun. Estando ya en casa les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?». Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor. Entonces se sentó y, llamando a los doce, les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, hágase el último de todos y servidor de todos». Y tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me envió». (Marcos 9, 30-37)
1. Jesús, hoy no te entienden los apóstoles cuando les dices: -«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.» No saben cómo decírtelo, pues “les daba miedo preguntarle”. Por eso, al llegar a Cafarnaúm, en casa, les preguntaste: -«¿De qué discutíais por el camino?» Nos dice el Evangelio que “ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante”. Entonces tú te sentaste, llamaste a los Doce y les dijiste: -«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» Y, acercando a un niño, lo pusiste en medio de ellos, lo abrazaste y les dijiste: -«El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»
Por segunda vez, revelas a tus discípulos tu muy próxima pasión, y siempre que hablas de sufrir dices que es necesario para entrar en el Reino. Además, es preciso estar disponible como un niño, es decir, ser sencillo y no pretender los primeros puestos. Dentro del Reino es preciso hacerse el servidor de todos y ofrecer nuestro amor a los más pequeños. Jesús, has bendecido a los niños para que aprendamos la lección, quieres que tus discípulos se parezcan a los niños en aceptar la dependencia de los otros: no puedo salvarme solo. He de pensar en los demás, no basta que me porte bien con los demás en el trabajo, en clase o con los amigos y en casa sea un desastre y con mal humor. No basta que sea aplicado cuando me miran y luego en el tiempo libre sea un perezoso adicto a la tele o cualquier otro aparato, y no obedezca o no esté atento a los de la familia o no sepa ayudar cuando me lo pidan… ser cristiano no es rezar avemarías sino ayudar como lo haría Jesús. Por eso, te pedimos, Señor, aprender a servir, no ser prepotentes, no marginar a nadie y no dejar de lado a nadie en los juegos, como a nosotros nos gustaría que hicieran.
No queremos entender lo de ser servidores de los demás: el evangelista nos hace ver que los que oyen a Jesús están hablando de lo contrario de lo que acaban de oír: "Por el camino habían discutido quién era el más importante". Así somos: queremos ser más que los demás, ser los primeros, ocupar los mejores puestos, "salir en la foto", prosperar nosotros, y pasar de los demás. Jesús nos enseña a desear ser los últimos, disponibles, servidores y así somos felices, alegres como Jesús, que "no ha venido a ser servido sino a servir", que ayuda a todos y no pide nada, y que al final entrega su propia vida por la vida de los demás. Cada vez que comulgamos en la Eucaristía, comemos "el Cuerpo entregado" y le pedimos a Jesús una vida llena de amor, y para esto vivir libres, con corazón de niños: en la confianza en su padre (el niño pequeño se abandona plácidamente en los brazos de su madre, o de su padre, en paz); viviendo el momento presente sin agobios por el qué pasará ni qué pasó (a los niños no les angustia el futuro, ni tampoco viven anclados en su pasado angustiados, lo que han vivido o tendrán que vivir no les preocupa, sencillamente viven el momento presente)…
Disfrutar del presente, como los niños, que se acercan a lo que santa Teresa del Niño Jesús decía: «La santidad es vivir amando en el momento presente». Por último, los niños son sencillos. Conforme se van haciendo mayores, comienzan las eternas complicaciones y vergüenzas. El Evangelio es para los sencillos, pues los razonamientos complicados nos alejan de Dios: el Señor ama a los niños porque confían. Viven el momento presente y no son enrevesados ni complicados. Viven con gozo el Evangelio.  
2. El Libro de la Sabiduría dice que los malos se meten con el bueno, que les resulta incómodo: porque el que se porta bien “se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada”; es como una bofetada para su mala vida, y ellos lo atacan con la excusa de a ver si Dios se pone a ayudarle: “veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él No tienen bastante con disfrutar de los placeres de los que son esclavos, los malvados, sino que hacen la vida imposible al “hijo de Dios”.
El Salmo reza: “El Señor sostiene mi vida”. “Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder. Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras”. A veces nos vemos en peligro: “Porque unos insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte, sin tener presente a Dios”, como en la primera lectura, nos quieren hacer daño: “Pero Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida”, y damos gracias a Dios: “Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno”. Poniendo este salmo en labios de Jesús encontramos un sentido de la Misa, que se ofrece por nosotros y nos salva: Jesús "dio gracias" (=Eucaristía) al Padre por su Alianza en el gran combate contra su enemigo principal, la muerte, y nos consigue la verdadera liberación, la resurrección.
3. Santiago nos pide que dejemos “envidias y rivalidades”, “desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia. ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones”. Quiere que dejemos todo egoísmo y lo pidamos en la Eucaristía, la escuela de Cristo, para ir asimilando, esta sabiduría de Dios. El "deseo", siempre querer más, incluso a costa de los demás; es acabar en continuas insatisfacciones porque siempre queremos más, y acabamos en guerras.
Llucià Pou Sabaté

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