sábado, 18 de julio de 2015

Domingo semana 16 de tiempo ordinario; ciclo B

Domingo de la semana 16 de tiempo ordinario; ciclo B

Dios es pastor que nos guía, nos manda a Jesús que da la vida por nosotros, y nos pide que seamos pastores para los demás.
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: -«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.» Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma” (Marcos 6, 30-34).
1. “Volvieron a reunirse con Jesús”, comienza el Evangelio de hoy con el retorno de los doce, siguiendo el relato de su envío del domingo pasado: “apóstol” es enviado, para volver luego al calor del Maestro.
Veo, Jesús, un gesto de tu corazón que me gusta mucho: les invitas a descansar, en la soledad. Sabes lo que es la fatiga y buscas a veces la soledad (en el monte, en el campo, o de noche).  No es bueno el "stress", aunque sea espiritual. "No tenían tiempo ni para comer". Todos los  que trabajan, también por el Reino, necesitan una cierta serenidad, y equilibrio mental y  psíquico. Otra cosa es que se consiga siempre, como fracasó este intento de retiro espiritual en el Evangelio de hoy, porque la  gente les siguió requiriendo con su presencia.
Leo también que hay mucho trabajo, Señor: “no encontraban tiempo ni para comer”. Les hablarías seguramente de la llegada del Reino de Dios, centro de la actividad de Jesús (Mc 1,14-15). Pero hoy te vemos rodeado por “una multitud” que “andaban como ovejas sin pastor”, y vuelcas sobre ellos tu corazón lleno de amor. Te refieres a lo que dice la Escritura (1R 22,17): "Estoy viendo a Israel desparramado por los montes, como ovejas sin pastor", imagen repetida en la Biblia cuando se recrimina a los pastores no cuidar de los suyos, como la primera lectura de hoy. Jesús y a sus enviados aparecen ya como pastores del Pueblo de Dios.
El mundo de hoy sigue estando desorientado, "como ovejas sin pastor". Señor, quiero pedirte para que no falten pastores en la Iglesia, para que sean santos: por el Papa, por nuestro Obispo, por todos los sacerdotes, y por todos los cristianos, para que seamos cada día más fieles, buenos pastores también. Porque Cristo quiere  que ayudemos a la gente a encontrar los caminos de verdad, de paz en medio de las mentiras, que ayudemos a que Jesús el Buen Pastor les dé la felicidad.
Hoy se nos invita a rezar por los pastores de la Iglesia. Todos somos oveja y pastor, y san Josemaría en una meditación decía: “cuando pensamos, hijos míos, en las hambres de verdad que hay en el mundo; en la nobleza de tantos corazones que no tienen luz; en la flaqueza mía y en la vuestra, y en la de tantos que tenemos motivos para estar deslumbrados por la luz del Señor; cuando sentimos la necesidad de sembrar la Buena Nueva de Cristo, para que se pueda hacer esa siega de vida, esa siega de flor, nos acordamos —y es cosa que hemos meditado muchas veces— de aquel andar de Cristo hambriento por los caminos de Palestina (...).
Pasó Jesús en día de sábado junto a unos sembrados; y teniendo hambre sus discípulos, comenzaron a coger espigas y a comer los granos(Mt 12, 1). También ellos, como nosotros ahora, considerarían la necesidad de difundir la Buena Nueva, mientras andaban por un trigal restregando entre las manos aquellas espigas cuajadas y comiendo los granos con hambre.
Messis quidem multa. La mies, la muchedumbre de los hombres que entonces había y de los que habían de venir después, era mucha. Messis quidem multa, operarii autem pauci (Mt 9, 37): la mies es mucha pero los obreros son pocos (...). Hay que acudir al Señor: rogate ergo Dominum messis ut mittat operarios in messem suam (Mt 9, 38), rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”.
Para que llegue al corazón de los hombres, también hace falta nuestra colaboración. Ciertamente, pedir eso al Dueño de la mies significa ante todo orar por esa intención, sacudir su Corazón, diciéndole: "Hazlo, por favor. Despierta a los hombres. Enciende en ellos el entusiasmo y la alegría por el Evangelio. Haz que comprendan que éste es el tesoro más valioso que cualquier otro, y que quien lo descubre debe transmitirlo" (Benedicto XVI).
2. Jeremías profetiza sobre “los pastores que dispersan y dejan morir las ovejas de mi rebaño” y dice el Señor: “Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen”. Y habla de un pastor que será rey, hijo de David: “reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con este nombre: El-Señor-nuestra-justicia.» Eres tú, Jesús, mi Rey, que traes justicia y la salvación. En medio de muchos falsos pastores que me dicen que vaya de acá para allá, profetas de mentiras y que me llevan “al huerto”, sólo tú, Jesús, me dices dónde tengo la vida eterna: gracias, Jesús, te diría lo que la canción de Amaral: “Sin ti no soy nada… Los días que pasan,  las luces del alba,  mi alma, mi cuerpo, mi voz, no sirven de nada… Porque yo sin ti no soy nada”, sin Dios “soy sólo un actor que olvidó su guión, al fin y al cabo son sólo palabras que no dicen nada”… “Qué no daría yo por tener tu mirada”.
El Salmo habla de Dios-Pastor que nos acompaña en una excursión que es la vida: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”.
No sólo nos lleva a lugares fantásticos, sino que también nos guía en los peligros: “Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”.
Con Él no tengo miedo, como el niño que se lanza en el aire y sabe que su padre le recoge en brazos para que no caiga en el suelo. Después viene la fiesta: “Preparas una mesa ante mi, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa”.
Es la Misa, donde nos preparamos para lo que será el cielo, por eso nos llenamos de esperanza: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término”. Un sacerdote muy bueno hacía excursiones y cantaba este salmo al subir montañas, cuando ya mayor se estaba muriendo, le fallaba la memoria y me pidió también que le recitara este salmo, y lo iba repitiendo estrofa a estrofa, como subrayando ese querer ir al encuentro de Jesús, su “Maestro de excursión” y fuente de esperanza, al cielo, recitando por última vez en la tierra este salmo tan querido.
Jesús debió recitar este salmo con especial fervor, cuando pasó por el valle de la muerte de cruz, y por amor al Padre y a ti y a mí bebió el cáliz del dolor: "Nada me falta... El Padre me conduce... Aunque tenga que pasar por un valle de muerte, no temo mal alguno... Mi copa desborda... Benevolencia y felicidad sin fin... Porque Tú, Oh Padre, estás conmigo...".
Jesús, gracias por decirme: "Yo soy el Buen Pastor", por dejar las 99 ovejas e ir a buscarme a mí, la oveja que a veces está perdida o despistada…  por invitarme a tu mesa y servirme: "entraré en su casa para cenar con Él, yo cerca de Él y Él cerca de mí". En la Confirmación, "derramas el perfume sobre mi cabeza"... y en la Eucaristía me das tu "mesa preparada para mí". Jesús, a lo largo de tu vida has hecho muchos milagros: en las bodas de Caná, has transformado el agua de las tinajas en vino del bueno. En la multiplicación de los panes, no ha faltado el pan y en la última Cena, has hecho un milagro mucho mayor: has dicho “Esto es Mi cuerpo; este cáliz es la Nueva Alianza de Mi Sangre" y nos has dado el pan celestial, el milagro de la transubstanciación: parece pan y vino pero ya no son aquello que eran, son algo totalmente distinto: tu Cuerpo y tu Sangre. Te pido hoy más fe, Señor, para creer en esta maravilla de esperanza de tu compañía en el camino de la vida, de amor en la Eucaristía. Cuando Tú tenías que  irte, no te despediste con una fotografía, un recuerdo, una dedicatoria… Como eres Todopoderoso, puedes llegar a hacer aquello que quieres, y así te has quedado para que nunca estemos solos, hasta el final de los tiempos estás con nosotros en la Misa y en el Sagrario.
3. Dice San Pablo a los Efesios: “Ahora estáis en Cristo Jesús”. Antes los pueblos estaban divididos como Babel, la ciudad de las muchas lenguas y se peleaban, pero “ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él es nuestra paz”. Había un lugar donde no podían traspasar los no judíos en el templo, un muro, pero ya no hay distinción: “Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la Ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear con los dos, en Él, un solo hombre nuevo”. Jesús ha venido a tirar todos los muros y separaciones: nadie es más que nadie, nadie es menos que nadie, todas las personas de cualquier color son hijas de Dios, hermanas: “Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz: paz a vosotros, los de lejos; paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu”.
Ayúdame, Virgen María, Madre mía, Divina Pastora, a vivir esta unidad con Jesús y con los demás, a ofrecer mis cosas a Jesús el Buen Pastor bien unido a Él en la Misa, todo lo que hago, el trabajo bien hecho, y que sea yo buen pastor para los demás, con un buen comportamiento, capaz de organizarme para aprovechar el tiempo, portarme bien en casa y con los demás. Quiero esta semana cargarme las pilas cada día un rato al rezar y poder llevar ese amor a los demás. Quiero también aprender a ofrecer sacrificios y ser buen pastor para ayudar a muchos; ser Jesús que pasa por el mundo, ahí donde estoy quiero que continúe Jesús haciendo el bien (en el deporte, en casa, con mis amigos y en el cole, o ahora en las vacaciones…). Señor, te pido perdón por cuando soy egoísta. ¡Y ayúdame más para servirte mejor en adelante!
            Llucià Pou Sabaté

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