domingo, 21 de junio de 2015

Lunes de la semana XII de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 12 de tiempo ordinario; año impar

No juzguemos, ni las personas ni las desgracias, sabiendo que si llevamos todo con Dios, nos servirá para obtener por la misericordia divina una vida mejor
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "No juzguéis y no os juzgarán. Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Déjame que te saque la mota del ojo", teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita: sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano"” (Mateo 7,1-5).
1. Hoy, Jesús, nos hablas de no juzgar al hermano, pues puedo medir mis cosas de una forma y de una forma distinta las de los demás: «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?». Cuando hago un examen, si apruebo soy “yo, mis méritos: he aprobado”, pero si suspendo son los demás: “me han suspendido”. Esta forma de deformar la realidad que tenemos es tan clara a veces… Un padre de familia se quejaba del gasto de agua caliente, y él era el que más la gastaba en la ducha. No tenía dinero para la familia y se quejaba que su mujer gastaba mucho en comida buena, cuando él se gastaba cada día dinero en bares, tomando vinos con sus amigos. Por eso, Jesús, tú fomentas la comprensión y la tolerancia con las personas, siendo al mismo tiempo intransigente con la doctrina.
Nos dices que no lo juzguemos: «os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros». Si juzgo con dureza, seré así juzgado; y si tengo misericordia, mi corazón estará dispuesto a la misericordia divina. San Pablo aprendió la lección, cuando nos decía: "Nada juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor, que iluminará los escondrijos de las tinieblas y declarará los propósitos de los corazones" (1 Co 4,5). Es lo que pedimos en el Padrenuestro: «perdónanos como nosotros perdonamos». Ayúdame, Señor, a no juzgar, para quedar también yo libre de juicio… «No juzguéis y no os juzgarán».
No es malo tener capacidad de observación y un sano espíritu crítico, pero una interpretación de ello que nos lleve a la "cólera" será malo, pues "todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal" (Mt 5, 22). Se dice hay que juzgar, el "juicio" ha de ser justo y sin juzgar las intenciones, pues sólo Dios las conoce totalmente. «No queramos juzgar -Cada uno ve las cosas desde su punto de vista... y con su entendimiento, bien limitado casi siempre, y oscuros o nebulosos, con tinieblas de apasionamiento, sus ojos, muchas veces.
Una cosa importante que te pido, Señor, es una escucha activa, con empatía: que no me deje llevar por mis ideas preconcebidas al oír alguien, sino que me meta en sus necesidades, para desde ahí poder ayudarle.
"Quita primero la viga de tu ojo y entonces verás claro para quitar la paja del ojo de tu hermano". Comenzar por ordenar nuestra casa nos permite ver mejor las cosas de los demás, como dicen: “el que trabaja su campo no hace mal a nadie”, en cambio el perezoso se queja de que no tiene suerte pues el campo del vecino es siempre mejor, y esparce habladurías contra él.
Nos dice la mitología que Júpiter puso sobre nuestros hombros unas alforjas con dos aberturas: en la delantera están los defectos ajenos y las virtudes propias; en la de la espalda, las virtudes de los otros y los defectos propios. Vemos primero lo de delante de la vista, que no tiene capacidad para ver la alforja de delante. Vemos primero los defectos de los demás.
Además, lo mismo que la de esos pintores modernistas, es la visión de ciertas personas tan subjetiva y tan enfermiza, que trazan unos rasgos arbitrarios, asegurándonos que son nuestro retrato, nuestra conducta...
”¡Qué poco valen los juicios de los hombres! -No juzguéis sin tamizar vuestro juicio en la oración» (J. Escrivá, Camino 451).
Veo que si tengo que juzgar por necesidad, ha de ser con ese “tamizar mi juicio en la oración”, para poder decir las cosas con tu dulzura y misericordia, Señor, pensando no tanto en mi necesidad (“¡es que si no lo digo reviento!”) sino en el modo y las palabras y afecto que lo harías tú, Jesús. Pero quisiera entenderte cuando vas más allá, y dices: "¡no juzguéis!" en lugar de "no juzguéis severamente..." o "no juzguéis injustamente..." o "no juzguéis calumniosamente..." Dices: "no juzguéis..."; y añades:  -“Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán con vosotros”.
Veo que mis juicios tienen que considerar que yo tengo necesidad del perdón y del juicio indulgente de Dios.
Veo que no soy objetivo pues calibro distinto las cosas de las demás y las mías: -“¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?
Veo que soy incapaz de ver verdaderamente en el corazón de los demás, y por eso me pides que no me meta en juzgar (Noel Quesson). Que tengo que luchar en mi alma primero: -“Hipócrita, sácate primero la viga de tu ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano”.
Veo que nos pides ver más lo "positivo" que lo negativo. Señor, concédeme lucidez para que me dé cuenta de seré bueno si sé ver las cosas buena de los demás (san Josemaría).
2. Vemos hoy el final del reino del Norte, Samaria (que se separó del Sur después del reinado de Salomón) cuando el año 721 a. C. (estamos en la época de la fundación de Roma) fue vencido y deportadas sus gentes a Asiria. El Libro de los Reyes lo interpreta como castigo de Dios. Dios ha sido fiel a su Alianza, pero el reino de Samaria, cada vez más deteriorado en su vida social y religiosa, ha caminado hacia la ruina. Abandonaron la religión verdadera, adoraron a dioses falsos, no hicieron ningún caso de los profetas que Dios les enviaba y procedieron según las costumbres de los paganos. Por eso ha venido el cataclismo: «el Señor se irritó contra Israel».
Aprendamos la lección. La infidelidad, el pecado, la flojedad en nuestra alianza con Dios, nos llevan a desastres más o menos calamitosos, a la ruina personal y a la comunitaria. La culpa no es de Dios, sino nuestra. No es que él sea rencoroso o vengativo.  Nosotros mismos elegimos, a veces, el camino más cómodo y ancho, pero que lleva a la ruina. Un camino torcido nunca lleva a la felicidad duradera. Esto les pasa a los pueblos, cuando se dejan llevar por la corrupción y las ambiciones injustas. Y a las comunidades cristianas, cuando aflojan en la fidelidad a sus ideales. Y a las personas, cuando eligen el camino de lo superficial (J. Aldazábal).
Cuando veamos los bajorrelieves que se encuentran en museos de todo el mundo con el terror que siembran los guerreros de Asiria (todo tipo de tormentos y muertes), pensemos que también hoy las «grandes potencias» se reparten las bombas atómicas, fabrican ingenios perfeccionados para matar, ¡ellos los usan y los venden a los demás! Y pensemos en la interpretación del libro que leemos: -“Esto sucedió porque los israelitas habían pecado contra su Dios... Habían adorado a otros dioses”... Jesús dirá que la desgracia no es un castigo (Juan 9,3; Lucas 13, 4). Pero no hay que olvidar lo que añade Jesús: «si no hacéis penitencia, pereceréis de modo semejante». Es difícil interpretar la historia con prudencia y fe… (Noel Quesson).
3. De manera que no podemos juzgar ni siquiera las desgracias, que no son por nuestra culpa muchas veces, pero a partir de ellas podemos sacar una enseñanza de penitencia, de mejorar espiritualmente, de que salga de aquel mal un bien más alto. El salmo nos da la clave para la interpretación religiosa de este triste final: «Oh Dios, nos rechazaste, estabas airado... hiciste sufrir un desastre a tu pueblo... tú nos has rechazado y no sales ya con nuestras tropas». Se cumple lo de los dos caminos del salmo. Si seguimos los caminos de Dios, tendremos vida; si preferimos los más cómodos de este mundo, nosotros mismos nos estamos condenando a la esterilidad y al fracaso. Y no se podrá decir que no hayamos tenido avisos. Los israelitas desoyeron a los profetas. Nosotros tenemos a Cristo mismo y a la Iglesia que nos recuerda sus palabras: que el que edifica sobre arena se expone a derrumbes estrepitosos. El salmo nos hace reconocer la culpa y pedir clemencia a Dios: «que tu mano salvadora, Señor, nos responda... restáuranos... auxílianos contra el enemigo, que la ayuda del hombre es inútil».
Llucià Pou Sabaté

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