viernes, 8 de mayo de 2015

Sábado de la semana 5 de Pascua

Sábado de la semana 5 de Pascua

Seguir a Jesús es participar de su misión evangelizadora: trabajar por extender el Evangelio aunque suponga contradicciones
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado» (Jn 15,18-21).
1. Las palabras de Jesús resuenan en nuestros oídos, cuando tenemos dificultades: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros”. Decía S. Gregorio Magno que “la hostilidad de los perversos suena como alabanza para nuestra vida, porque demuestra que tenemos al menos algo de rectitud en cuanto que resultamos molestos a los que no aman a Dios: nadie puede resultar grato a Dios y a los enemigos de Dios al mismo tiempo. Demuestra que no es amigo de Dios quien busca complacer a los que se oponen a Él: y quien se somete a la verdad luchará contra lo que se opone a la verdad”.
Sigue Jesús: "Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia". Los cristianos, dirá Pablo, "están crucificados con Jesús", y así como el mundo no reconoció a Jesús, tampoco sus discípulos serán reconocidos. Jesús es la luz que nos ilumina, y Karol Wojtyla nos decía «que esta luz nos haga fuertes y capaces de aceptar y amar la entera Verdad de Cristo, de amarla más cuanto más la contradice el mundo».
No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra…” Me gusta que me quieran, Señor, pero acepto el desprecio, y pasar contradicciones, por amor a ti. Sólo te pido que me des la fuerza para llevarlas. Que no me deje llevar por la mundanidad, en la búsqueda de placer o dinero, sino por las bienaventuranzas. Te pido que sepa estar en el mundo, como tú, sin dejarme llevar por el egoísmo, las fuerzas del mal; que piense que sólo tú “tienes palabras de vida eterna”. Comenta San Agustín: «Si queréis saber cómo se ama a sí mismo el mundo de perdición que odia al mundo de redención, os diré que se ama con un amor falso, no verdadero. Y si se ama con amor falso, en realidad se odia: porque quien ama la maldad tiene odio a su propia alma... Pero se dice que se ama porque ama la iniquidad que le hace inicuo; y se dice que a la vez se odia, porque ama lo que es perjudicial. En sí mismo odia la naturaleza y ama el vicio; ama lo que en él hizo su propia voluntad. Por lo cual se nos manda y se nos prohíbe amarlo. Se nos prohíbe cuando dice: “No améis el mundo”; y se nos manda en aquellas palabras: “Amad a vuestros enemigos”.  Se nos prohíbe, pues, amar en él lo que él en sí mismo odia, esto es, la hechura de Dios y los múltiples consuelos de su bondad. Se nos prohíbe amar sus vicios y se nos manda amar su naturaleza, ya que él ama sus vicios y odia su naturaleza. A fin de que nosotros lo amemos y odiemos con rectitud, ya que él se ama y se odia con perversidad».
No pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué del mundo, por eso el mundo os odia.” Y comenta San Cipriano de Cartago: “El Señor quiere que nos alegremos, que saltemos de gozo cuando nos vemos perseguidos, porque cuando hay persecución es cuando se merece la corona de la fe. Es entonces cuando los soldados de Cristo se manifiestan en la pruebas, entonces se abren los cielos a sus testigos. No combatimos en la filas de Dios para tener una vida tranquila, para esquivar el servicio, cuando el Maestro de la humildad, de la paciencia y del sufrimiento llevó el mismo combate antes que nosotros. Lo que él ha enseñado lo ha cumplido antes, y si nos exhorta a mantenernos firmes en la lucha es porque Él mismo ha sufrido antes que nosotros y por nosotros.
”Para participar en las competiciones del estadio, uno tiene que entrenarse y ejercitarse y se considera feliz si bajo la mirada de la multitud le entregan el premio. Pero aquí hay una competición más noble y deslumbrante. Dios mismo mira nuestro combate, nos mira como hijos suyos y Él mismo nos entrega el premio celestial. Los ángeles nos miran, nos mira Cristo y nos asiste. Pertrechémonos con todas nuestra fuerzas, libremos el buen combate con un ánimo animoso y una fe sincera”.
2. Bernabé irá con Marcos, que Pablo no quiere porque fue cobarde, e irá con Silas. Las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día... “Durante la noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba diciendo: ven a Macedonia y ayúdanos”. Y así comenzó la fe cristiana en Europa, pues ellos fueron a Grecia “convencidos de que Dios nos había llamado para anunciarles el Evangelio” (Hechos 16,1-10).
¡Señor, que sepa ver con los ojos de la fe! ¡Que sepa ayudarte, para ir más lejos, abordar nuevos retos, proclamar tu palabra ante tantos que nos dicen con los ojos: «Ven a ayudarnos»! ¡Que sepa estar atento a esas llamadas de las personas de mi alrededor! En primer lugar, con la Colecta de hoy, te pido que comience por mí mismo: «Señor, Dios Todopoderoso, que por las aguas del bautismo nos has engendrado a la vida eterna; ya que has querido hacernos capaces de la vida inmortal, no nos niegues ahora tu ayuda para conseguir los bienes eternos».
3. «Que toda la tierra aclame al Señor», cantamos con el Salmo: gracias porque nos ha llenado de fe y esperanza. María, Madre mía, quiero unirme a tu canto de alegría, para reconocer que el Señor es el Dios que nos hace hijos suyos, que nos llena de su bondad, misericordia y fidelidad, por siempre, por eso contigo clamamos: «Aclamad al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios; que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Salmo 100/99,2.3.5).
Llucià Pou Sabaté

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