lunes, 23 de febrero de 2015

Martes de la semana 1ª de Cuaresma

Martes de la semana 1 de Cuaresma

La oración transforma el alma como tierra fértil para acoger la semilla divina, a ejemplo de santa María.
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,7-15).
1. Jesús nos recomienda la oración y nos enseña el «Padrenuestro». Podemos hablar con Dios como padre, llamarle “papá”, con una confianza de niño pequeño con su padre, santa osadía. Es tan bonito ver que no es un “dios” lejano al que rendimos homenaje y pedimos a cambio cosas, sino un “padre” al que amamos y que espera de nosotros correspondencia a su amor. La palabra "abba" expresa esa confianza extrema en aquella tierra, la que los niños usan al echarse en brazos de su padre: algo así como "¡papaíto querido!": Jesús nos anima a tratar a Dios como padre, como Él lo trata: “Padre nuestro, que estás en el cielo, / sólo tu eres santo, / tu estás por encima de todo, / eres ternura y misericordia. / ¡Bendito sea tu nombre! / ¡No abandones la obra de tus manos, / hazte reconocer por lo que eres, / que venga tu Reino, / que los hombres descubran tu presencia, / pues tú eres el Dios fiel!
¡Danos hoy el pan de la vida, / tu palabra y tu Hijo, / tu gracia y tu luz, / para el camino de este día! /¡Bendito seas, / tú que has cancelado toda nuestras deudas / salvándonos por Jesucristo: / también hoy perdónanos, / como nosotros perdonamos / a todos los que nos ofenden, / en la paz de tu gracia! / ¡Padre, / no nos sometas a la gran prueba, / guárdanos en la fe y la esperanza / pues nunca renegaremos de tu nombre y tu palabra! / ¡Líbranos del Adversario, / pues tú eres nuestro Dios, el único, / Dios santo, Padre de ternura!” (Sal Terrae).
Esto es la oración, que nuestro corazón se haga campo para la palabra como decía el profeta, tierra que se deja absorber por la semilla. María es la que mejor «guardaba» la palabra en su corazón y daba fruto. Ella ha llevado en sí todo el pueblo de Israel, sus esperanzas, y la Promesa, Jesús. Ella, entregada a la oración, ha convertido el sufrimiento y la grandeza de aquella historia en tierra fértil para el Dios vivo. Gracias, Madre mía, porque te haces tierra, ser transformada en aquel que tiene necesidad de nosotros para hacerse fruto de la tierra. Te pido que hagas realidad la oración colecta de hoy: hacernos deseo ardiente de Dios. En este tiempo de hacer cosas, de activismo y poca contemplación, acudimos a tu intercesión para profundizar  de la oración, el anhelo de Dios y la fe, para que como la semilla germinó en tualma, y una nueva vida pudiera ver la luz, también nosotros acojamos a Jesús.
2. Cuentan de un hombre que estaba arriba el  tejado de casa suya durante una inundación; el agua le llegaba a los pies, y pasó uno con una canoa y dijo:
-"He venido a salvarte!"
-"¡No!, dijo él, he rezado a mi Dios y Él me salvará".
Pasaba el tiempo, el agua le llegaba ya a la cintura, cuando llegó una lancha a motor:
-"Quieres que te lleve a un lugar más alto?"
-"No, gracias, tengo fe en Dios, a quien he rezado y él me salvará."
-"Tú te lo pierdes...!"- cogió la lancha y se fue. Y cuanto el agua le llegaba al cuello, lo vio un helicóptero que desde lejos lo había visto, con las sirenas encendidas, y con el altavoz le gritan:
-"¡Cógete a esta cuerda y te subiremos!"
-"¡no gracias, he rezado a mi Señor y tengo fe en él, que me salvarà!”
Desconcertado el piloto, dejó aquel hombre al tejado, y poco después, moría ahogado; y cuanto fue a recibir la recompensa, que se presentó ante Dios, le dijo:
-"Señor, yo tenía total fe en que tú me salvarías y me has abandonado: ¿Porqué?".
Y dice la historieta que Dios le contestó: "¿Que más querías que hiciera?: fuiste tú que no quisiste salvarte. Yo te envié una canoa, una lancha a motor y un helicóptero, ¿qué más querías?"
Bien, a veces no sabemos reconocer estas señales de Dios, y nos obsesionamos, nos ahogamos por un problema y la solución está a nuestro lado; buscamos una felicidad de maneras equivocadas, en lugar de disfrutar de lo que se nos da. El Señor nos escucha siempre, pero no siempre de la forma que le pedimos… A veces pedimos las grandes cosas, y Dios está en las pequeñas cosas, las que pasen hoy y ahora, cada día y a  cada hora concreta, en cada momento... ahí nos da “el pan nuestro de cada día”… No podemos dejar pasar aquella oportunidad, cada momento es especial…
Hay una canción de uno que se cree el Rey que manda más que nadie y dice “y mi palabra es la ley…” esto no verdad, porque ya vimos el domingo que no somos Dios, y nos estropeamos si no queremos obedecer la ley de Dios, como nos dice hoy por boca del profeta Isaías. En contra de lo que dice el profeta, Israel no obedece. La semilla de Dios en el mundo no parece dar resultados. Isaías, profeta del consuelo, canta cuanto hay de bello y de hermoso en el mundo  para devolver la ilusión y la esperanza. Confianza en que a pesar de todo, Dios concede esos dones que promete: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé”.
Jesús, sé que eres tú la Palabra encarnada, que da fruto y nos salva. En ti, Señor, tu Padre Dios se ha comprometido con nosotros, eres la nueva Alianza, nuestra salvación. Y eres la misma palabra de Dios que te nos das en la Eucaristía, como dice hoy la oración sobre las ofrendas: "transforma en sacramento de vida eterna el pan y el vino  que has creado para sustento temporal del hombre". Tú nos divinizas, Señor, contigo la tierra ya no será desolada, sino fértil porque acogerá esta simiente divina. Aquí vemos también a María, tierra santa de la Iglesia: que la palabra de Dios no quedó vacía y limitada a sí misma, sino que asumió lo otro, la tierra; en la «tierra» de la Madre, la palabra se hace hombre, y ahora, amasada con la tierra de la humanidad entera, puede de nuevo volver a Dios. La Virgen María es la que sabe decir que sí a lo que Dios le pide, y es estupendo cómo nos trajo a Jesús.
3. Por eso dice el salmo que el Señor está al lado de los que tienen roto el corazón, y los ayuda: “Engrandeced conmigo a Yahveh, ensalcemos su nombre todos juntos”. Al buscarte, Señor, me libras de mis miedos: “He buscado a Yahveh, y me ha respondido: me ha librado de todos mis temores. Los que miran hacia él, refulgirán: no habrá sonrojo en su semblante”. Eres mi roca que me da paz: “Cuando el pobre grita, Yahveh oye, y le salva de todas sus angustias. Los ojos de Yahveh sobre los justos, y sus oídos hacia su clamor”. Nos libras de toda angustia, y me levantas de toda pena: “Yahveh está cerca de los que tienen roto el corazón. Él salva a los espíritus hundidos”.
Llucià Pou Sabaté

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