martes, 20 de enero de 2015

Miércoles semana 2ª de tiempo ordinario; año impar

Miércoles de la semana 2 de tiempo ordinario; año impar

Jesús nos libera de la esclavitud de la ley, y nos salva: la nueva Ley es de libertad de los hijos de Dios
En aquel tiempo, entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio». Y les dice: «¿es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?». Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle” (Mc 3,1-6).
1. Jesucristo ha venido a proclamar el Evangelio de la salvación, pero sus adversarios, lejos de dejarse convencer, buscan pretextos contra Él: «Había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle». Los enemigos, en lugar de alegrarse de la salud del enfermo, se obcecaron todavía más. Con su acción, Jesús libera también el sábado de las cadenas con las cuales lo habían atado los maestros de la Ley y los fariseos, y le restituye su sentido verdadero: día de comunión entre Dios y el hombre, día de liberación de la esclavitud, día de la salvación de las fuerzas del mal. Nos dice san Agustín: «Quien tiene la conciencia en paz, está tranquilo, y esta misma tranquilidad es el sábado del corazón». En Jesucristo, el sábado se abre ya al don del domingo (Joaquim Meseguer).
¿Es la ley el valor supremo?, ¿o lo es el bien del hombre y la gloria de Dios? En su lucha contra la mentalidad legalista de los fariseos, ayer nos decía Jesús que «el sábado es para el hombre» y no al revés. Jesús, nos dices que ley sí, legalismo, no. La ley es un valor y una necesidad. Pero detrás de cada ley hay una intención que debe respirar amor y respeto al hombre concreto. Es interesante que el Código de Derecho Canónico, el libro que señala las normas para la vida de la comunidad cristiana, en su último número (1752), nos habla de la aplicación de la ley «teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia». Estas son las últimas palabras de nuestro Código. Detrás de la letra está el espíritu, y el espíritu debe prevalecer sobre la letra. La ley suprema de la Iglesia de Cristo son las personas, la salvación de las personas (J. Aldazábal). No somos esclavos de las normas, sino libres, hijos de Dios.
«Esclavitud o filiación divina: he aquí el dilema de nuestra vida» Podemos escoger entre las dos palabras importantes que en realidad cuentan en la vida: libertad o esclavitud del pecado, amor o muerte. «No hay nada como saberse, por Amor, esclavos de Dios. Porque en ese momento perdemos la situación de esclavos, para convertirnos en amigos, en hijos (...) si el Hijo os alcanza la libertad, seréis verdaderamente libres (Jn 8, 36)». El tema de paso de la servidumbre (y el temor) a la libertad (y el amor) es de una gran riqueza, los santos lo han desarrollado con sus vidas, pero también conviene releer sus escritos, que es un modo de acercarnos a sus vidas: Jesús «se ha ido y nos envía al Espíritu Santo, que rige y santifica nuestra alma. Al actuar el Paráclito en nosotros, confirma lo que Cristo nos anunciaba: que somos hijos de Dios; que no hemos recibido el espíritu de servidumbre para obrar todavía por temor, sino el espíritu de adopción de hijos, en virtud del cual clamamos: Abba, ¡Padre! (Rom VIII, 15)» (J. Escrivá, Es Cristo que pasa, 118).
Es un espíritu de sentirnos hijos de Dios, en el mundo ya no hay temor sino libertad de quien es el “hijo del amo”, estamos “en casa”, sin miedo por el teatro de la sociedad. La libertad personal es, en lo humano, el don más precioso que nos ha hecho el Señor.
H. Küng en su libro sobre el judaísmo (Madrid, Trotta, 1993) ilustra bien la sensibilidad que tienen algunos judíos actuales: Eugene Borowitz cita un caso especialmente significativo, apasionadamente discutido en el Estado de Israel, y que, una vez más, tiene sobre todo que ver con el precepto sabático: a un judío que intentaba ayudar a un no judío gravemente herido en un accidente de tráfico, le fue negado el uso del teléfono en casa de un judío ortodoxo. ¿Por qué? ¡Porque era sábado! Ciertamente, puede quebrantarse el precepto del sábado cuando va en ello la vida o la muerte, pero con una condición: "que se trate de un judío, y no de un infiel". Esta historia conecta con la de Marcos. Parece que, en el caso referido por Borowitz, al menos se puede atender al compatriota judío en una situación que no cabe aplazar para el día siguiente. En el episodio de Marcos, claro que se podía diferir para otro día la curación, como tuvo la oportunidad de recordarlo, en otro relato, un jefe de sinagoga. Y tampoco postergaban para el primer día de la semana la labor de sacar una bestia de carga que hubiera caído en un pozo. En cambio, una especie de entumecimiento mental y, según Marcos, una verdadera dureza de corazón, incapacitaba a aquellos hombres para ver el sentido del sábado. ¿En qué consiste la santidad del sábado?... ¿No acabamos convirtiéndolo en un día moralmente neutro, salvíficamente vacío, teologalmente desustanciado?" (Pablo Largo).
Jesucristo ha venido a proclamar el Evangelio de la salvación, pero sus adversarios, lejos de dejarse convencer, buscan pretextos contra Él: «Había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle» (Mc 3,1-2). Al mismo tiempo que podemos ver la acción de la gracia, constatamos la dureza del corazón de unos hombres orgullosos que creen tener la verdad de su parte. ¿Experimentaron alegría los fariseos al ver aquel pobre hombre con la salud restablecida? No, todo lo contrario, se obcecaron todavía más, hasta el punto de ir a hacer tratos con los herodianos —sus enemigos naturales— para mirar de perder a Jesús, ¡curiosa alianza!
Con su acción, Jesús libera también el sábado de las cadenas con las cuales lo habían atado los maestros de la Ley y los fariseos, y le restituye su sentido verdadero: día de comunión entre Dios y el hombre, día de liberación de la esclavitud, día de la salvación de las fuerzas del mal. Nos dice san Agustín: «Quien tiene la conciencia en paz, está tranquilo, y esta misma tranquilidad es el sábado del corazón». En Jesucristo, el sábado se abre ya al don del domingo (Joaquim Meseguer García).
2. La victoria del joven David contra el gigante Goliat es uno de los episodios bíblicos más populares y se ha convertido en el símbolo de cómo el débil puede humillar a veces al más fuerte. David entró al servicio del rey Saúl. Pero lo que el relato subraya es la intervención de Dios en su victoria: «Tú vienes hacia mí armado de espada, lanza y jabalina; yo voy hacia ti en nombre del Señor: hoy te entregará el Señor en mis manos y todo el mundo reconocerá que hay un Dios en Israel y que el Señor da la victoria sin necesidad de espadas ni lanzas».
3. El salmo, como siempre, hace eco a esta primera lectura: «Te cantaré a ti que das la victoria a los reyes y salvas a David tu siervo: bendito el Señor, mi Roca». No son nuestras fuerzas las que salvan al mundo, sino la misericordia gratuita de Dios. Tendemos a confiar en la técnica, en nuestras habilidades y en los medios materiales… pero la eficacia en todas nuestras empresas nos la da Dios. Ya nos avisó Jesús: «Sin mí no podéis hacer nada». ¡Cuántas veces los más débiles y humildes, confiados en Dios, han conseguido lo que los fuertes no han podido! Con la intercesión de santa María, pedimos a Dios lo que nos enseñó Jesús: «no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal».
Llucià Pou Sabaté

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Santa Inés, virgen y mártir

Santa Inés es una de las santas más populares del calendario. Una de las figuras más graciosas, una de las heroínas más cantadas por los poetas y los Santos Padres. Luego, de la poesía y la leyenda pasó al arte, desde Bernini hasta Alonso Cano.

Cada época la reproduce a su estilo, pero todos compitiendo en ensalzarla. Como la Inés de Carlos Dolci, cuya dulce hermosura y blancura de lirio nos atrae con su encanto inefable.
La devoción a Santa Inés se ha mantenido viva a través de los tiempos. La Iglesia introdujo su nombre en el canon de la Misa. Es el prototipo de la virgen fiel consagrada a Cristo, desde su más tierna edad. Su mismo nombre, pura en griego y cordera en latín, es ya un presagio.

La tierna corderita tiñó su candor virginal con la sangre del martirio a principios del siglo IV, en la persecución de Diocleciano. Inés, patricia romana, niña tan pura como su nombre, frisaba en los trece años. Su devoción, dice San Ambrosio, era superior a su edad. Su energía superaba a su naturaleza. No había en aquel cuerpecito lugar para el golpe de la espada. Pero quien no tenía dónde recibir la herida del hierro, tuvo fortaleza para vencer al mismo hierro y a los que querían dominarla.

Rehusó la mano del hijo del Prefecto de Roma, por lo que fue acusada de cristiana y juzgada. La doncellita, canta Prudencio en sus versos, caldeada ya en el amor a Cristo, resistía firmemente las seducciones de los impíos para que abandonase la fe, y ofrecía de grado su cuerpo a la tortura. San Dámaso cantó también la fidelidad de la virgen. Holló bajo sus pies las amenazas del tirano y superó, siendo niña, un inmenso terror.

¡Cuántos terrores, insiste San Ambrosio, ensayó el verdugo para asustarla! ¡Cuántos halagos y promesas para rendirla! Pero ella respondía con firmeza superior a su edad: "Injuria sería para mi Esposo el pretender agradar a otro. Me entregaré sólo a aquél que primero me eligió. ¿Qué esperas, verdugo? Perezca un cuerpo que puede ser amado por ojos que detesto".

Anuncia luego el juez un lugar más terrible para una virgen. "Haz lo que quieras, responde Inés, impávida y confiada. Cristo no olvida a los suyos. Teñirás, si quieres, la espada con mi sangre. Pero no mancillarás mis miembros con la lujuria". Despechados sus jueces, fue conducida a un lupanar público, expuesta al fuego criminal de la lujuria. Pero le crece milagrosamente la cabellera, que se derrama sobre el lirio desnudo de su cuerpo, para que ningún rostro humano profanara el templo del Señor.

Para recordar este hecho, en aquel mismo lugar, en la actual plaza Navona, se alza hasta nuestros días la iglesia de Santa Inés. Se venera aún allí una reliquia insigne de la virgen de Cristo.
Aún pasó Inés el tormento del fuego. Pero el fuego respetó el cuerpo virginal. Llegó entonces el verdugo armado con la espada. Tiembla el brazo del verdugo, recuerda San Ambrosio, su rostro palidece. Inés, entretanto, aguarda valerosa.

La Corderita lo recibió gozosa, oró brevemente, inclinó la cabeza y quedó consumado el martirio. La descripción de esta última escena es una de las más bellas páginas de Fabiola, la ejemplar novela del cardenal Wiseman. Los restos virginales fueron enterrados en la Vía Nomentana, en las llamadas catacumbas de Santa Inés. Todavía hoy, el 21 de enero de cada año, se bendicen en este lugar dos corderillos con cuya lana se teje al pallium del papa y de los arzobispos. Santa Inés sigue siendo hoy ejemplo de las jóvenes cristianas.

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