sábado, 31 de enero de 2015

Domingo 4ª semana tiempo ordinario; ciclo B

Domingo de la semana 4 de tiempo ordinario; ciclo B

Jesús es el profeta que nos trae la Palabra de Dios, para poderla hacer vida en nosotros y participar de esta nueva Vida
«Entran en Cafarnaún; y, al llegar el sábado, fue a la sina­goga y enseñaba. Y quedaban admirados de su doctrina, pues les enseñaba como quien tiene potestad y no como los escri­bas. Se encontraba entonces en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu inmundo, y decía a gritos: ¿Qué hay entre nosotros y tú, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? ¡Sé quién eres tú: el Santo de Dios! Y Jesús le conminó diciendo: Calla, y sal de él. Entonces, el espíritu inmundo, zarandeán­dolo y dando una gran voz, salió de él. Y se quedaron todos es­tupefactos, de modo que se preguntaban entre sí diciendo: ¿Qué es esto? Ese enseñar con autoridad es nuevo. Manda inclu­so a los espíritus inmundos y le obedecen. Y su fama corrió pronto por doquier en toda la región de Galilea» (Marcos 1,21-28).
1. Jesús no enseñaba como los demás, “enseñaba con autoridad”. Señor, me gusta ver que tienes la verdad, que cuando intento vivir lo que dices noto que es cierto, que eso es la verdad. Además, me gusta ver tus palabras vivas, sugerentes, y que no impones… «Si quieres...», sueles decir. La coherencia de tu vida avala tus palabras. Enseñabas con autoridad porque todo lo que decías lo vivías. Tu autoridad era tu amor incondicional, la entrega total y absoluta de tu vida. Nada te desautorizaba, porque lo que decías lo vivías, y la coherencia venía de tu unión con el Padre, de tu amor y comprensión con las personas.
«He ahí un hombre que lo que enseña lo vive y, sobre todo, que, antes de nada, enseña con su ejemplo de vida». ¡Qué distinto el mundo de tanto charlatán en que vivimos, de mediocridad…
Tu Palabra, Jesús, es Verdad liberadora del hombre, porque siendo hombre perfecto, manifiestas al hombre su verdadero ser, que es de Dios y para Dios: “yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por Mí”. Eres maestro universal, criterio y norma de conducta.
La figura amable de Jesús nos enseña a vivir de una manera auténtica. Nuestro mundo se pregunta: ¿Qué es la verdad? ¿Hay una verdad, o se hace? la verdad que Él es, y fundamenta toda la restante verdad: en tu vida, Señor, encontramos la verdad (“yo soy... la verdad”). Nuestro modo de imitar al Modelo no es algo exterior, sino que se trata de conformarse a Él, como “meterse en su piel”, puesconformar es hacerse a la forma, participar de su vida, de sus sentimientos. Es decir, estar motivado, en la medida posible a una criatura, a revivir la vida de Jesús y prolongarla en la propia, porque la gracia que él nos ganó es participación de la que inhabita en su alma: tened en vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús (Filip 2, 5).
Las palabras de Jesús tocan el corazón allí donde no alcanza ninguna palabra humana. Apartan el engaño y ponen al hombre delante del Dios santo. Llaman a la conversión de todo, incluso del que es bueno y piadoso ante el mundo, hacia Dios, y dan la posibilidad de realizarla. Sus palabras no sólo son significados, sino fuerzas; fuerzas procedentes de Dios, fuerzas del Espíritu Santo.
Tiene una personalidad tremenda, una honda concentración del alma, de una voluntad perfectamente libre, que está entera en la sagrada misión, una presencia gigantesca. Pero por detrás surge más, desde Dios, tan inmediatamente, que, por ejemplo, después de la pesca milagrosa, estando sentado en la barca, Pedro cae espantado a sus pies y grita: “Aléjate de mí, que soy un hombre pecador, Señor!” (Luc 5,8-9).
2. A la hora de la teofanía del Sinaí, ante los truenos, los relámpagos y el terrible incendio, el pueblo se asustó y dijo a Moisés: "No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios; no quiero morir". Moisés surge como el profeta que lleva al pueblo a Dios, a la tierra prometida, que le da la Ley… es imagen de Jesús, verdadero Guía que nos lleva al Padre.
El salmo recoge esta vuelta a Dios, en quien podemos tener nuestra esperanza, y que nos perdona de los pecados: “Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos en su presencia dándole gracias, vitoreándole al son de instrumentos”. Jesús será el buen pastor, la roca que nos salva, pues nos da el agua viva, y fundamenta todo nuestro ser en su vida. De ahí la alegría de cantar la salvación…
“Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía”.
Jesús vivirá esos 40 días de tentación, como los 40 años del desierto del Éxodo: “Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto: cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» 
Como nos dice Jesús, el salmo nos invita a escuchar la palabra viva. El Concilio Vaticano II se hizo eco de esa necesidad: "En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo pero a la cual debe obedecer y, cuya voz, lo llama siempre que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal; cuando es necesario le dice claramente a los sentidos del alma: haz esto, evita aquello. En realidad el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón…"
Pedimos a la Virgen que sepamos ponernos a la escucha de la Palabra divina como ella hizo, un escuchar que es adherir enteramente, obedecer, adecuarse a lo que se nos dice. Es como dejarse tomar de la mano y hacerse guiar por Dios. Podemos confiarnos a Él como un niño que se abandona en los brazos de la madre y se deja llevar por ella. El cristiano es una persona guiada por el Espíritu Santo. "Ojalá escuchéis hoy su voz"…
3.  El hombre ha sido creado en cuerpo y espíritu con vistas al matrimonio (Gén 1,27.31). Pero muchos viven como Jesús, en celibato, «por amor al Reino de los Cielos» (Mt 19,12). Así, nos habla hoy san Pablo: “Quiero que os ahorréis preocupaciones: el célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido”. La virginidad es mostrada hoy como un estado mejor que el matrimonio, porque este estado de vida expresa más claramente la entrega total al Señor.
Sin embargo, no manda eso, sino lo aconseja: “Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones”.  Esto no es un mandato del Señor, dirá, sino un acto de libertad.
Jesús será modelo de esta nueva familia que él comienza: sin trato conyugal, sin hijos de la carne, sino de la fe, una fraternidad viva, donde se participa de esa familia espiritualmente. María es icono de las dos cosas: la maternidad biológica y esa virginidad cristiana llena de fecundidad.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 30 de enero de 2015

Sábado semana 3ª de tiempo ordinario; año impar

Sábado de la semana 3 de tiempo ordinario; año impar

En medio de las dificultades el Señor se hace presente y nos ayuda. Pide de nosotros la fe, que nos da un sentido a todo
“Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Marcos 4,35-41).
1. Después de la serie de parábolas, Marcos aborda una serie de milagros. Los cuatro milagros citados aquí por san Marcos no fueron hechos en presencia de la muchedumbre, sino sólo ante los discípulos... para ellos, para su educación. Es algo así como con las parábolas, de las que Marcos cuida varias veces de advertirnos de "que Jesús lo explicaba todo, en particular, a sus discípulos" (Mc 4,10; 4,34).
-Jesús había hablado a la muchedumbre. Llegada ya la tarde dijo a sus discípulos: "Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la muchedumbre, le llevaron según estaba en la barca”... Instantes de intimidad más tranquilos, en los que Jesús está solo con sus amigos. Deja la Galilea, va a la región pagana de los Gerasenos, país nuevo donde la Palabra de Dios no ha sonado todavía, país de misión... donde viven nuevos creyentes en potencia y donde hay nuevas conversiones posibles. Va allá "con sus discípulos". Tendrán algo más de tiempo para hablar, con la mente reposada, tranquilamente, lejos de la gente. Señor, si lo quieres, sube a menudo a mi barca, salgamos juntos.
-“Se levantó un fuerte vendaval. Las olas se echaban sobre la barca, de suerte que se llenaba de agua”. ¡Sorpresa! La ráfaga que empuja la vela y, de repente, sin esperarlo, tumba la barca. El lago Tiberíades parece estar habituado a estos bruscos asaltos inesperados. Desconcertante. ¿Acepto yo dejarme conducir por Dios, hasta no saber adónde me va a llevar?
-“Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal”. Para esto, se necesita: -Sea un equilibrio natural excepcional... -Sea una fatiga inmensa... Te contemplo, Jesús, durmiendo, tu cabeza sobre el cabezal, en la popa del barco.
-Sus discípulos le despiertan y le gritan: "Maestro, ¿no te importa? Estamos perdidos”. ¡Cuántas veces tenemos también nosotros esta impresión! Señor, ¿Tú duermes? ¡Despiértate, no me dejes solo con este problema! (Noel Quesson).
Una tempestad es un buen símbolo de otras muchas crisis humanas, personales y sociales. El mar es sinónimo, en la Biblia, del peligro y del lugar del maligno. También nosotros experimentamos en nuestra vida borrascas pequeñas o no tan pequeñas. Tanto en la vida personal como en la comunitaria y eclesial, a veces nos toca remar contra fuertes corrientes y todo da la impresión de que la barca se va a hundir. Mientras Dios parece que duerme.
-“Y despertando, mandó al viento y dijo al mar: "Calla, sosiégate". Y se aquietó el viento y se hizo completa calma”. Sueño, Señor, con esa completa calma que siguió... recuerdo cuanto has dicho, de que estarás con nosotros cada día, hasta el final de los tiempos. Contigo, ¿cómo temeré?
-“Jesús les dijo: "¿Por que teméis? ¿Aún no tenéis fe?" Y sobrecogidos de gran temor se decían unos a otros: "¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" El aviso va también para nosotros, por nuestra poca fe y nuestra cobardía. No acabamos de fiarnos de que Cristo Jesús esté presente en nuestra vida todos los días, como nos prometió, hasta el fin del mundo. No acabamos de creer que su Espíritu sea el animador de la Iglesia y de la historia. A los cristianos no se nos ha prometido una travesía apacible del mar de esta vida. Nuestra historia, como la de los demás, es muchas veces una historia de tempestades. Cuando Marcos escribe su evangelio, la comunidad cristiana sabe mucho de persecuciones y de fatigas. A veces son dudas, otras miedo, o dificultades de fuera, crisis y tempestades que nos zarandean. Pero a ese Jesús que parece dormir, sí le importa la suerte de la barca, sí le importa que cada uno de nosotros se hunda o no. No tendríamos que ceder a la tentación del miedo o del pesimismo. Cristo aparece como el vencedor del mal. Con él nos ha llegado la salvación de Dios. El pánico o el miedo no deberían tener cabida en nuestra vida. Como Pedro, en una situación similar, tendríamos que alargar nuestra mano asustada pero confiada hacia Cristo y decirle: «Sálvame, que me hundo» (J. Aldazábal).
2. -“Envió el Señor a Natán donde David”. El profeta Natán, que en otras ocasiones le transmite al rey palabras de bendición y promesas, ahora denuncia valientemente su pecado, pero no condena desde el exterior. Cuenta una parábola y conduce al rey a que tome conciencia por sí mismo y a que sea él mismo quien aporte un juicio sobre su pecado. Gracias, Señor. Ayúdanos a respetar siempre el lento caminar de las conciencias. Habla de un hombre malvado, que quita la única oveja de un pobre.
-"Tú eres ese hombre". Cuando la conciencia de David se hubo despertado, el profeta sólo tuvo que constatar y autentificar. Después del pecado, viene el arrepentimiento sincero de David:
-“He pecado contra el Señor”, dice. Y no hay destitución del rey por otro: -“El Señor perdona tu falta”. Sólo Dios cambia el corazón del pecador: pero ha sido necesaria la mediación de un diálogo, de una conversación con Natán, para que David "se entienda" y haga un juicio más objetivo sobre sí mismo. «Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos.» Ese tema del perdón se encuentra a todo lo largo de la Biblia: ¡es una revelación tuya, Señor! «Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores.» El verdadero sentido del pecado en la Biblia no es solamente un sentimiento de «culpabilidad» moral, no es tan solo la «transgresión de una ley». El pecado no se entiende de veras en su profundidad más que en el marco de las relaciones personales entre el pecador y Dios.
A nosotros nos toca aprovechar el momento, cada momento, como si fuera el último pero sabiendo que en nuestra vida no hay “no momentos”. Cada cosa que hagas, la más espectacular o la más rutinaria, la haces en la presencia de tu Padre Dios que te quiere en cada instante, que ama – como los padres que miran embelesados los primeros pasos de sus hijos- cada uno de tus pensamientos , de tus acciones, de tus sentimientos.
Te parecerá que esto no es posible, que Dios no puede comprender el ajetreo de tu vida diaria, que estás en medio de un mar proceloso, de una tormenta en la que es imposible encontrarte con Dios, pero escúchale en el fondo de tu alma, el Señor dirá a tanta actividad desordenada: “Silencio, cállate!” y te vendrá una gran calma pues estarás con Jesús, como lo estuvo María, como lo han estado los santos.
¿Quién de nosotros puede sentirse libre de culpa? Dios conoce nuestras maldades, miserias y pecados. ¡Ojalá y con grandes penitencias hubiésemos logrado lavar nuestras culpas!
3. El Salmo 50, «Miserere», es la oración modélica de un pecador que reconoce humildemente su culpa ante Dios y le pide un corazón nuevo. Resume los sentimientos de tantas personas que, en toda la historia de la humanidad, han experimentado la debilidad pero que se han vuelto confiadamente a la misericordia de Dios, como David, que por eso es llamado “fiel”, porque se fía, tiene confianza en Dios, se acoge a su amor misericordioso. En la Eucaristía empezamos con un acto penitencial que quiere ser como un ejercicio sencillo de humildad ante la santidad infinita de Dios, mientras que nosotros somos tan imperfectos y débiles. En el Padrenuestro volvemos a pedir a Dios que perdone nuestras ofensas. Y sobre todo en el sacramento de la Reconciliación expresamos nuestra conversión a Dios, le pedimos perdón y nos dejamos comunicar con confianza el triunfo de Cristo en la Cruz sobre el pecado.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu”: Sólo Dios puede crear en nosotros un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Él, el Dios misericordioso, nos dará su salvación y nos renovará para que caminemos ante Él con un corazón puro: “Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga: yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti”. Queremos ser fieles, sabedores de que Dios cuenta con nosotros para llevar la salvación a otros muchos, proclamar el amor de Dios: “¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío, y mi lengua anunciará tu justicia! Abre mis labios, Señor, y mi boca proclamará tu alabanza”.
Llucià Pou Sabaté

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San Juan Bosco, presbítero

Giovanni Melchior Bosco Ochienna conocido simplemente como Don Bosco es un santo italiano. Fundador de las tres ramas de la Familia Salesiana: Sociedad de San Francisco de Sales (Congregación Salesiana), Instituto de las Hijas de María Auxiliadora y Asociación de Salesianos Cooperadores.
Vida y milagros de San Juan Bosco
Juan Melchor nace el 16 de agosto de 1815, en I Becchi, junto a Castelnuovo, en la diócesis de Turín. Era el menor de los hijos de un campesino piamontés. Su niñez fue muy dura. Su padre murió cuando Juan tenía apenas dos años y medio. La madre, Margarita, analfabeta y muy pobre, pero santa y laboriosa mujer, que debió luchar mucho para sacar adelante a sus hijos, se hizo cargo de su educación.

El primero de sus 159 sueños proféticos
A los nueve años de edad, un sueño que el rapazuelo no olvidó nunca, le reveló su vocación. Más adelante, en todos los períodos críticos de su vida, una visión del cielo le indicó siempre el camino que debía seguir.
En aquel primer sueño, se vio rodeado de una multitud de chiquillos que se peleaban entre sí y blasfemaban; Juan Bosco trató de hacer la paz, primero con exhortaciones y después con los puños. Súbitamente apareció Nuestro Señor y le dijo: "¡No, no; tienes que ganártelos con la mansedumbre y el amor!" Le indicó también que su Maestra sería la Santísima Virgen, quien al instante apareció y le dijo: "Toma tu cayado de pastor y guía a tus ovejas". Cuando la Señora pronunció estas palabras los niños se convirtieron primero, en bestias feroces y luego en ovejas.
Una gran cualidad: su interés por la salvación de la juventud
El sueño terminó, pero desde aquel momento Juan Bosco comprendió que su vocación era ayudar a los niños pobres, y empezó inmediatamente a enseñar el catecismo y a llevar a la iglesia a los chicos de su pueblo. Para ganárselos, acostumbraba ejecutar ante ellos toda clase de acrobacias, en las que llegó a ser muy ducho. Un domingo por la mañana, un acróbata ambulante dio una función pública y los niños no acudieron a la iglesia; Juan Bosco desafió al acróbata en su propio terreno, obtuvo el triunfo, y se dirigió victoriosamente con los chicos a la misa.
La alegría de Don Bosco
Los muchachos de la calle lo llamaban: ‘Ese es el Padre que siempre está alegre. El Padre de los cuentos bonitos’. Su sonrisa era de siempre. Nadie lo encontraba jamás de mal humor y nunca se le escuchaba una palabra dura o humillante. Hablar con él la primera vez era quedar ya de amigo suyo para toda la vida. El Señor le concedió también el don de consejo: Un consejo suyo cambiaba a las personas. Y lo que decía eran cosas ordinarias.
Durante las semanas que vivió con una tía que prestaba servicios en casa de un sacerdote, Juan Bosco aprendió a leer. Tenía un gran deseo de ser sacerdote, pero hubo de vencer numerosas dificultades antes de poder empezar sus estudios. A los dieciséis años, ingresó finalmente en el seminario de Chieri y era tan pobre, que debía mendigar para reunir el dinero y los vestidos indispensables.
El alcalde del pueblo le regaló el sombrero, el párroco la chaqueta, uno de los parroquianos el abrigo y otro, un par de zapatos. Después de haber recibido el diaconado, Juan Bosco pasó al seminario mayor de Turín y ahí empezó, con la aprobación de sus superiores, a reunir los domingos a un grupo de chiquillos y mozuelos abandonados de la ciudad.
San José Cafasso, sacerdote de la parroquia anexa al seminario mayor de Turín, confirmó a Juan Bosco en su vocación, explicándole que Dios no quería que fuese a las misiones extranjeras: "Desempaca tus bártulos --le dijo--, y prosigue tu trabajo con los chicos abandonados. Eso y no otra cosa es lo que Dios quiere de ti".
El mismo Don Cafasso le puso en contacto con los ricos que podían ayudarle con limosnas para su obra, y le mostró las prisiones y los barrios bajos en los que encontraría suficientes clientes para aprovechar los donativos de los ricos.
El primer puesto que ocupó Don Bosco fue el de capellán auxiliar en una casa de refugio para muchachas, que había fundado la marquesa di Barola, la rica y caritativa mujer que socorrió a Silvio Pellico cuando éste salió de la prisión. Los domingos, Don Bosco no tenía trabajo de modo que podía ocuparse de sus chicos, a los que consagraba el día entero en una especie de escuela y centro de recreo, que él llamó "Oratorio Festivo".
Pero muy pronto, la marquesa le negó el permiso de reunir a los niños en sus terrenos, porque hacían ruido y destruían las flores. Durante un año, Don Bosco y sus chiquillos anduvieron de "Herodes a Pilatos", porque nadie quería aceptar ese pequeño ejército de más de un centenar de revoltosos muchachos.
Cuando Don Bosco consiguió, por fin, alquilar un viejo granero, y todo empezaba a arreglarse, la marquesa, que a pesar de su generosidad tenía algo de autócrata, le exigió que escogiera entre quedarse con su tropa o con su puesto en el refugio para muchachas. El santo escogió a sus chicos.
Oratorios, escuelas, talleres...
En esos momentos críticos, le sobrevino una pulmonía, cuyas complicaciones estuvieron a punto de costarle la vida. En cuanto se repuso, fue a vivir en unos cuartuchos miserables de su nuevo oratorio, en compañía de su madre, y ahí se entregó, con toda el alma, a consolidar y extender su obra. Dio forma acabada a una escuela nocturna, que había inaugurado el año precedente, y como el oratorio estaba lleno a reventar, abrió otros dos centros en otros tantos barrios de Turín.
Por la misma época, empezó a dar alojamiento a los niños abandonados. Al poco tiempo, había ya treinta o cuarenta chicos, la mayoría aprendices, que vivían con Don Bosco y su madre en el barrio de Valdocco. Los chicos llamaban a la madre de Don Bosco "Mamá Margarita".
Con todo, Don Bosco cayó pronto en la cuenta que todo el bien que hacía a sus chicos se perdía con las malas influencias del exterior, y decidió construir sus propios talleres de aprendizaje. Los dos primeros: el de los zapateros y el de los sastres, fueron inaugurados en 1853.
Crece la familia
El siguiente paso fue construir una iglesia, consagrada a San Francisco de Sales. Después vino la construcción de una casa para la enorme familia. El dinero no faltaba, a veces, por verdadero milagro. Don Bosco distinguía dos grupos entre sus chicos: el de los aprendices, y el de los que daban señales de una posible vocación sacerdotal. Al principio iban a las escuelas del pueblo; pero con el tiempo, cuando los fondos fueron suficientes, Don Bosco instituyó los cursos técnicos y los de primeras letras en el oratorio.
En 1856, había ya 150 internos, cuatro talleres, una imprenta, cuatro clases de latín y diez sacerdotes. Los externos eran quinientos. Con su extraordinario don de simpatía y de leer los corazones, Don Bosco ejercía una influencia ilimitada sobre sus chicos, de suerte que podía gobernarles con aparente indulgencia y sin castigos, para gran escándalo de los educadores de su tiempo.
Veía en sueños el estado exacto de la conciencia de sus discípulos y después los llamaba y les hacía una descripción tan completa de los pecados que ellos habían cometido, que muchos aclamaban emocionados: "Si hubiera venido un ángel a contarle toda mi vida no me habría hablado con mayor precisión" .
Se gana de tal manera el cariño de los jóvenes, que es difícil encontrar en toda la historia de la humanidad, después de Jesús, un educador que haya sido tan amado como Don Bosco. Los jóvenes llegaban hasta pelear unos contra otros afirmando cada uno que a él lo amaba el santo más que a los demás.

Dedicó su vida a la difusión de las buenas lecturas
Además de este trabajo, Don Bosco se veía asediado de peticiones para que predicara; la fama de su elocuencia se había extendido enormemente a causa de los milagros y curaciones obradas por la intercesión del santo. Otra forma de actividad, que ejerció durante muchos años, fue la de escribir libros para el gusto popular, pues estaba convencido de la influencia de la lectura.
Él decía que Dios lo había enviado al mundo para educar a los jóvenes pobres y para propagar buenos libros, los cuales, además eran sumamente sencillos y fáciles de entender. "Propagad buenos libros --decía Don Bosco-- sólo en el cielo sabréis el gran bien que produce una buena lectura". Unas veces se trataba de una obra de apologética, otras de un libro de historia, de educación o bien de una serie de lecturas católicas. Este trabajo le robaba gran parte de la noche y al fin, tuvo que abandonarlo, porque sus ojos empezaron a debilitarse.
En búsqueda de colaboradores
El mayor problema de Don Bosco, durante largo tiempo, fue el de encontrar colaboradores. Muchos jóvenes sacerdotes entusiastas, ofrecían sus servicios, pero acababan por cansarse, ya fuese porque no lograban dominar los métodos impuestos por Don Bosco, o porque carecían de su paciencia para sobrellevar las travesuras de aquel tropel de chicos mal educados y frecuentemente viciosos, o porque perdían la cabeza al ver que el santo se lanzaba a la construcción de escuelas y talleres, sin contar con un céntimo.
Aun hubo algunos que llevaron a mal que Don Bosco no convirtiera el oratorio en un club político para propagar la causa de "La Joven Italia". En 1850, no quedaba a Don Bosco más que un colaborador y esto le decidió a preparar, por sí mismo, a sus futuros colaboradores. Así fue como Santo Domingo Savio ingresó en el oratorio, en 1854.
Nace la gran familia Salesiana
Por otra parte, Don Bosco había acariciado siempre la idea, más o menos vaga, de fundar una congregación religiosa. Después de algunos descalabros, consiguió por fin formar un pequeño núcleo. "En la noche del 26 de enero de 1854 --escribe uno de los testigos-- nos reunimos en el cuarto de Don Bosco. Se hallaban ahí además, Cagliero, Rocchetti, Artiglia y Rua. Llegamos a la conclusión de que, con la ayuda de Dios, íbamos a entrar en un período de trabajos prácticos de caridad para ayudar a nuestros prójimos.
Al fin de ese período, estaríamos en libertad de ligarnos con una promesa, que más tarde podría transformarse en voto. Desde aquella noche recibieron el nombre de Salesianos todos los que se consagraron a tal forma de apostolado. Naturalmente, el nombre provenía del gran obispo de Ginebra, San Francisco de Sales (el "Santo de la amabilidad"). El momento no parecía muy oportuno para fundar una nueva congregación, pues el Piamonte no había sido nunca más anticlerical que entonces.
Los jesuitas y las Damas del Sagrado Corazón habían sido expulsados; muchos conventos habían sido suprimidos y, cada día, se publicaban nuevas leyes que coartaban los derechos de las órdenes religiosas. Sin embargo, fue el ministro Rattazzi, uno de los que más parte había tenido en la legislación, quien urgió un día a Don Bosco a fundar una congregación para perpetuar su trabajo y le prometió su apoyo ante el rey".
En diciembre de 1859, Don Bosco y sus veintidos compañeros decidieron finalmente organizar la congregación, cuyas reglas habían sido aprobadas por Pío IX. Pero la aprobación definitiva no llegó sino hasta quince años después, junto con el permiso de ordenación para los candidatos del momento. La nueva congregación creció rápidamente: en 1863 había treinta y nueve salesianos; a la muerte del fundador, eran ya 768, y en la actualidad se cuentan por millares: Diecisiete mil en 105 países, con 1,300 colegios y 300 parroquias, y se hallan establecidos en todo el mundo.
Don Bosco realizó uno de sus sueños al enviar sus primeros misioneros a la Patagonia. Poco a poco, los Salesianos se extendieron por toda la América del Sur. Cuando San Juan Bosco murió, la congregación tenía veintiséis casas en el Nuevo Mundo y treinta y ocho en Europa. Las instituciones salesianas en la actualidad comprenden escuelas de primera y segunda enseñanza, seminarios, escuelas para adultos, escuelas técnicas y de agricultura, talleres de imprenta y librería, hospitales, etc., sin omitir las misiones extranjeras y el trabajo pastoral.
El siguiente paso de Don Bosco fue la fundación de una congregación femenina, encargada de hacer por las niñas lo que los Salesianos hacían por los niños. La congregación quedó inaugurada en 1872, con la toma de hábito de veintisiete jóvenes, entre ellas, Santa María Dominga Mazzarello, que fue la cofundadora, a las que el santo llamó Hijas de Nuestra Señora, Auxilio de los Cristianos (o Hijas de María Auxiliadora). La nueva comunidad se desarrolló casi tan rápidamente como la anterior y emprendió, además de otras actividades, la creación de escuelas de primera enseñanza en Italia, Brasil, Argentina y otros países. "Hoy en día son dieciséis mil, en setenta y cinco países".
Para completar su obra, Don Bosco organizó a sus numerosos colaboradores del exterior en una especie de tercera orden, a la que dio el título de Colaboradores Salesianos. Se trataba de hombres y mujeres de todas las clases sociales, que se obligaban a ayudar en alguna forma a los educadores salesianos.
Nuestro Señor le inspiró un sabio método de enseñanza
El sueño o visión que tuvo Don Bosco en su juventud marcó toda su actividad posterior con los niños. Todo el mundo sabe que para trabajar con los niños, hay que amarlos; pero lo importante es que ese amor se manifieste en forma comprensible para ellos. Ahora bien, en el caso de Don Bosco, el amor era evidente, y fue ese amor el que le ayudó a formar sus ideas sobre el castigo, en una época en que nadie ponía en tela de juicio las más burdas supersticiones acerca de ese punto.
Los métodos de Don Bosco consistían en desarrollar el sentido de responsabilidad, en suprimir las ocasiones de desobediencia, en saber apreciar los esfuerzos de los chicos, y en una gran amistad. En 1877 escribía: "No recuerdo haber empleado nunca un castigo propiamente dicho. Por la gracia de Dios, siempre he podido conseguir que los niños observen no sólo las reglas, sino aun mis menores deseos". Pero a esta cualidad se unía la perfecta conciencia del daño que puede hacer a los niños un amor demasiado indulgente, y así lo repetía constantemente Don Bosco a los padres.
Una de las imágenes más agradables que suscita el nombre de Don Bosco es la de sus excursiones domingueras al bosque, con una parvada de rapazuelos. El santo celebraba la misa en alguna iglesita de pueblo, comía y jugaba con los chicos en el campo, les daba una clase de catecismo, y todo terminaba al atardecer, con el canto de las vísperas, pues Don Bosco creía firmemente en los benéficos efectos de la buena música.
La construcción de iglesias
El relato de la vida de Don Bosco quedaría trunco, si no hiciéramos mención de su obra de constructor de iglesias. La primera que erigió era pequeña y resultó pronto insuficiente para la congregación. El santo emprendió entonces la construcción de otra mucho más grande, que quedó terminada en 1868. A ésta siguió una gran basílica en uno de los barrios pobres de Turín, consagrada a San Juan Evangelista.
El esfuerzo para reunir los fondos necesarios había sido inmenso; al terminar la basílica, el santo no tenía un céntimo y estaba muy fatigado, pero su trabajo no había acabado todavía. Durante los últimos años del pontificado de Pío IX, se había creado el proyecto de construir una iglesia del Sagrado Corazón en Roma, y el Papa había dado el dinero necesario para comprar el terreno. El sucesor de Pío IX se interesaba en la obra tanto como su predecesor, pero parecía imposible reunir los fondos para la construcción.
"Es una pena que no podamos avanzar" --dijo el Papa al terminar un consistorio--. "La gloria de Dios, el honor de la Santa Sede y el bien espiritual de muchos fieles están comprometidos en la empresa. Y no veo cómo podríamos llevarla adelante"
--"Yo puedo sugerir una manera de hacerlo" --dijo el cardenal Alimonda.
--"¿Cuál? --preguntó el Papa.
--"Confiar el asunto a Don Bosco".
–"¿Y Don Bosco estaría dispuesto a aceptar?"
–"Yo le conozco bien" --replicó el cardenal--; "la simple manifestación del deseo de Vuestra Santidad será una orden para él".
La tarea fue propuesta a Don Bosco, quien la aceptó al punto.
Cuando ya no pudo obtener más fondos en Italia, se trasladó a Francia, el país en que había nacido la devoción al Sagrado Corazón. Las gentes le aclamaban en todas partes por su santidad y sus milagros y el dinero le llovía. El porvenir de la construcción de la nueva iglesia estaba ya asegurado; pero cuando se aproximaba la fecha de la consagración, Don Bosco repetía que, si se retardaba demasiado, no estaría en vida para asistir a ella. La consagración de la iglesia tuvo lugar el 14 de mayo de 1887, y San Juan Bosco celebró ahí la misa, poco después.
Muerte de Don Bosco
Pero sus días tocaban a su fin. Dos años antes, los médicos habían declarado que el santo estaba completamente agotado y que la única solución era el descanso; pero el reposo era desconocido para Don Bosco. A fines de 1887, sus fuerzas empezaron a decaer rápidamente; la muerte sobrevino el 31 de enero de 1888, cuando apenas comenzaba el día, de suerte que algunos autores escriben, sin razón, que Don Bosco murió al día siguiente de la fiesta de San Francisco de Sales.
Su cuerpo permanece incorrupto en la Basílica de María Auxiliadora en Turín, Italia.
Sus últimas recomendaciones fueron: "Propagad la devoción a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros. Ayudad mucho a los niños pobres, a los enfermos, a los ancianos y a la gente más necesitada, y conseguiréis enormes bendiciones y ayudas de Dios. Os espero en el Paraíso".
Cuarenta mil personas desfilaron ante su cadáver en la iglesia, y sus funerales fueron una especie de marcha triunfal, porque toda la ciudad de Turín salió a la calle durante tres días a honrar a Don Bosco por última vez.
Fueron tantos los milagros conseguidos al encomendarse a Don Bosco, que el Sumo Pontífice lo canonizó cuando apenas habían pasado cuarenta y seis años de su muerte (en 1934) y lo declaró Patrono de los que difunden buenas lecturas y "Padre y maestro de la juventud".

jueves, 29 de enero de 2015

Viernes semana 3ª de tiempo ordinario: año impar

Viernes de la semana 3 de tiempo ordinario; año impar

El Reino de Dios crece en el corazón, y hay que tener paciencia como en la espera de que la simiente fructifique
“En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega».Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado” (Marcos 4,26-34).
1. Otras dos parábolas tomadas de la vida del campo y, de nuevo, con el protagonismo de la semilla, que es el Reino de Dios. -“El "Reino de Dios" es como un hombre que arroja la semilla en la tierra”. ¿Germinará la semilla? Hay que sembrar y arriesgarse. El "Reino de Dios" comienza; como un gran tiempo de siembra. Con la fragilidad del amor, que puede ser rechazado. Con su grandeza, que es lo más fuerte.
-“De noche y de día, duerma o vele, la semilla germina y crece sin que él sepa cómo”. Marcos es el único que nos relata esta maravillosa, corta y optimista parábola del "grano-que-crece-solo" Su alegre movimiento muestra que todo reside en la vitalidad de la semilla: el germen es una potencia concentrada, formidable, invencible... pero menuda, escondida y aparentemente frágil. Desde que la semilla ha sido arrojada a la tierra, comienzan en lo secreto, una serie de maravillas. La cosa no depende ya de si el campesino se preocupa o no. De esa manera, dijo Jesús, el Reino de Dios es como una semilla viva. Sembrada en un alma, sembrada en el mundo, crece con un lento, imperceptible, pero continuo crecimiento. Incluso inapercibida, y no verificable aún, la vida progresa y no abdica jamás. La semilla tiene su ritmo. Hay que tener paciencia, como la tiene el labrador.
Cuando en nuestra vida hay una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés), la eficacia del trabajo crece notablemente. Cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, el Reino germina y crece poderosamente. El protagonista es Dios. El Reino crece desde dentro, por la energía del Espíritu. No es que seamos invitados a no hacer nada, pues parte de la providencia divina es que ha puesto en nosotros la capacidad de previsión. Y provisión. Hemos de ocuparnos, pero sin preocuparnos, trabajar con la mirada puesta en Dios, sin impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos y sin demasiado miedo al fracaso. Cristo nos dijo: «Sin mí no podéis hacer nada». Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal (J. Aldazábal).
El Reino de Dios no es un programa político o de acción social, consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno). La fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo. La idea de paciente espera ante la falta de fruto está muy presente en este Evangelio.
-“¿A qué podemos comparar el "Reino de Dios"? A un "grano de mostaza ... que cuando se siembra en la tierra es la más pequeña de todas las semillas del mundo. Pero sembrado, crece y se hace más grande que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden abrigarse a su sombra”. Jesús, te veo solo, a orillas del lago, con doce hombres y algunos oyentes galileos... y la "pequeña semilla" de ese día ha llegado a ser un árbol grande, ha llegado hasta los extremos de la tierra. Pienso en la Iglesia, en su pequeñez y fragilidad. Pienso en mi propia vida espiritual, tan débil y "pequeña". Tu parábola de esperanza me llena. ¡Gracias, Señor! Gracias Marcos, por habérnosla relatado (Noel Quesson). La aplico a mi vida, que como los cultivos requiere una primera labor del campesino de quitar (arar, limpiar de malas hierbas), y luego otra de plantar y regar. La mostaza, la más pequeña de las simientes, oscura y tan pequeña que solo es visible sobre un fondo claro, si germina llega a ser un arbusto notable. De nuevo, la desproporción entre los medios humanos y la fuerza de Dios.
Así también veo el apostolado: “la doctrina, el mensaje que hemos de propagar, tiene una fecundidad propia e infinita, que no es nuestra, sino de Cristo” (J. Escrivá, Es Cristo que pasa). El Señor nos ofrece constantemente su gracia para ayudarnos a ser fieles, cumpliendo el pequeño deber de cada momento, en que se nos manifiesta su voluntad y en el que está nuestra santificación. De nuestra parte está aceptar Su ayuda y cooperar con generosidad y docilidad, no dejar perder las oportunidades que se pasan, aunque vengan otras luego.
La vida interior necesita tiempo, crece y madura como el trigo en el campo. “Hay que tener paciencia con todo el mundo –señala San Francisco de Sales-, pero en primer lugar con uno mismo” (Cartas) Nada está perdido si nos dejamos guiar por esa espera en el Señor; nada está perdido porque está la posibilidad de perdón, la vida continúa, es un volver a empezar, un amor correspondiendo al Señor.
2. Hoy leemos una página bochornosa de la vida de David: su doble y vil pecado de adulterio y de asesinato. Ciertamente el episodio es una mancha vergonzosa en la imagen de este gran rey. La Biblia no nos narra sólo las páginas edificantes, sino también las impresentables. También los puntos negativos de la Historia de Salvación nos ayudan a entender los planes de Dios y a ponernos en guardia sobre los peligros que también a nosotros nos acechan. Por otra parte esto nos resulta consolador. Aun los grandes hombres, como ahora David y luego Pedro, le fallan a Dios en cosas muy graves. Y no por ello les abandona Dios, y ellos saben recibir con gratitud el perdón, se rehacen en su vida y siguen sirviéndole en la misión que les ha encomendado. En la lista genealógica de Jesús aparecen algunas personas nada recomendables. Pero son su familia. Se ha encarnado en una humanidad no ideal o angélica, sino normal y débil. Entre estos antepasados de Jesús no falta Betsabé, con la que pecó David, la madre de Salomón. «No he venido para los justos, sino para los pecadores». Somos un pueblo de pecadores, de pecadores-salvados.
-David ve a una mujer que se estaba bañando. "Era una mujer muy hermosa". Es Betsabé, mujer de Urías, que será tomada por David, y será la madre de Salomón. La citará Mateo en su genealogía, entre los antepasados de Jesús. Por ella está inserto Jesús en la dinastía de David. Por ella se inserta Jesús uen un linaje de pecadores, a los que viene a salvar. Señor, a través de ese pecado, pienso en mis propios pecados. ¡Qué misterio, Señor, que nos hayas creado con una libertad capaz de pecar! Cuando se piensa en la inmensa marea del mal que irrumpe sobre la humanidad, pensamos que si la has permitido, Señor, debe de ser porque esperas de ella un mayor bien.
La norma de la abstención sexual durante una guerra hace que Urías, incluso estando borracho, no se acerque a su mujer. Y manda David: «Poned a Urías en lo más recio del combate... que caiga herido y muera.» Para disimular un adulterio comete un homicidio. El pecado es simiente de pecados, si no tenemos la sinceridad de reconocer la culpa y el coraje de rectificar. Una mentira nos obliga a decir otras mayores para tapar la primera. Un vicio puede empujar a robar para pagar su costo, y el hurto o el robo pueden llevar hasta el homicidio. De esta manera podríamos decir que todos cometemos «pecados originales», que inauguran una espiral cada vez más ancha y vertiginosa de pecados, de la que no saldremos si no es por el camino de una gran sinceridad y de una radical conversión. Que es lo que hizo David.
La historia de David no muestra intervenciones extraordinarias de Dios, sino tocando al corazón del hombre, donde se juega el drama del bien y del mal, del pecado y la gracia. En toda esta historia el nombre de Yahvé sólo es citado explícitamente en tres momentos, el primero de los cuales es justamente éste: "Pero Yahvé reprobó lo que había hecho David" (11,27; H. Raguer).
¡De lo que son capaces los poderosos para apropiarse de lo que no es suyo, y para evitar ser descubiertos en sus desórdenes y desequilibrios personales! Ante los hombres parecerán justos, pero no ante Dios, pues Él conoce hasta lo más profundo de nuestros corazones. Que Dios nos conceda luz para saber reconocernos pecadores y nos dé sabiduría para saber confiar nuestra vida a Aquel que es el único que nos puede mantener firmes en el bien: nuestro Dios y Padre.
3. Podemos ponernos de rodillas, y decirlo a Dios: “Apiádate de mí, Señor, porque soy un pecador”. Y Dios tendrá compasión de nosotros. Pues ¿quién de nosotros puede decir que no tiene pecado, si hasta el justo peca siete veces al día? Dios es rico en misericordia para cuantos lo invocan. Y Dios, por medio de la sangre de su Hijo, purificará nuestros corazones de todo pecado; nos revestirá de Cristo como hijos suyos. No nos quedemos instalados en nuestras maldades. La Virgen, Refugio de los pecadores, nos ayudará a volver a Dios cada vez que nos descaminemos.
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 28 de enero de 2015

Jueves semana 3ª de tiempo ordinario; año impar

Jueves de la semana 3 de tiempo ordinario; año impar

El Señor promete a David un linaje real, perenne: es Jesús, Luz para el mundo. Somos portadores de la luz de Jesús, con una vida de fe y buenas obras
“En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga».Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará»” (Marcos 4,21-25).
1. Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para los que entren tengan luz: nos dices, Señor, que quien te sigue tiene un candil encendido, para alumbrar a los demás. No hemos de trabajar por nuestra propia santificación, sino también por la de los demás. Vosotros sois la luz del mundo (Mateo 5, 14), nos dices también, explicándonos el secreto del Reino. La “energía” interna que tiene la Palabra de Dios —tu Palabra, Señor—, la fuerza expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y esta luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho».
Nos das tu luz, Señor, y tu misión: “hijos de Dios. -Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. / -El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna” (S. Josemaría Escrivá, Forja 1). Una postura egoísta sería no usar los dones que Dios nos dio, para iluminar a los demás: “autistas” del espíritu.
El Evangelio —todo lo contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices: ¡Basta!, estás muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en todo..., menos en el Amor».
«‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’». ¿Qué escuchar, y cómo? Es el acto de sinceridad hacia Dios y nosotros mismos: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará». Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad (Àngel Caldas).
Consideramos la luz que Jesús ha traído al mundo, y en estas fechas celebramos que Jesús es la “luz para las naciones” (Presentación de Jesús al Templo, 2 de febrero), y de esta luz para todos los hombres, participamos nosotros. Sin esta luz de Cristo, el mundo está a oscuras, se vuelve difícil y poco habitable. Hemos de llevar esta luz, ser portadores de la luz de la filiación divina, para iluminar el ambiente en el que vivimos. "El trabajo profesional -sea el que sea- se convierte en un candelero que ilumina a vuestros colegas y amigos (…) la santificación del trabajo ordinario constituye como el quicio de la verdadera espiritualidad para los que -inmersos en las realidades temporales- estamos decididos a tratar a Dios" (San Josemaría).
A ejemplo de Jesús queremos iluminar con nuestro trabajo bien hecho. A la hora de los milagros la multitud exclama: ¡Todo lo hizo bien! Lo grande y lo pequeño. Luz para los demás es tener prestigio profesional, y para ello es necesario cuidar la formación continua de la propia actividad u oficio, y sin apenas darse cuenta el cristiano estará mostrando cómo la doctrina de Cristo se hace realidad en medio del mundo, en una vida corriente. Todos tienen derecho a nuestro buen ejemplo.
En nuestra actuación, lo que más se valora es el buen corazón, tener buen carácter, así llamamos a ese cúmulo de virtudes. Sobre todo es la gracia divina lo que salva, pero cuenta también con nuestro buen hacer, para ser luceros en medio del mundo. Las normas de convivencia deben ser fruto de la caridad y no solamente por costumbre o conveniencia (Francisco F. Carvajal). Para eso necesitamos lucha, así la fortaleza no puede arraigar en alguien que no se vence en pequeños hábitos de comodidad o de pereza, que siempre está preocupado del calor y del frío. Que se deja llevar por los estados de ánimo siempre cambiantes y que siempre está pendiente de sí mismo y de su comodidad. El Señor nos quiere con una personalidad bien definida, resultado del aprecio que tenemos por todo lo que Él nos ha dado y del empeño que ponemos para cultivar estos dones personales. Por eso queremos contemplarte, Señor, para ver en ti la plenitud de todo lo humano noble y recto, y a ti parecernos. Te pedimos que nos des optimismo, generosidad, orden, alegría, cordialidad, sinceridad, veracidad; que seamos sencillos, leales, diligentes, comprensivos, equilibrados.
Pienso en la luz que han dado las madres cristianas, que han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo y su amor sobre todo. Pues es el amor el sentido de la moral cristiana. Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando: —¿Cuánto he perdido? Sino que más bien: —¿Qué he ganado? Es decir, ¿qué luces he dado a los demás? Esto es lo que da una vida llena. Quitar mi yo (el humo) y dejar el amor (la luz y calor), en una  total disponibilidad a la voluntad de Dios, como la Virgen.
La parábola de la medida también es muy rica: la misma medida que utilicemos será usada para nosotros y con creces. Los que acojan en sí mismos la semilla de la Palabra se verán llenos, generosamente llenos, de los dones de Dios. Sobre todo al final de los tiempos experimentarán cómo Dios recompensa con el ciento por uno lo que hayan hecho (J. Aldazábal).
-“Prestad atención a lo que oís: Con la medida con que midiereis se os medirá y se os dará por añadidura. Pues al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. Jesús, ha observado también en eso a los comerciantes de su tiempo cuando están midiendo el trigo, o la sal, con un celemín o un recipiente: se tasa más o menos... se llena hasta el borde o se procura dejar un pequeño margen a fin de mejorar la economía. Y Jesús nos revela su temperamento: "lanzaos plenamente, tasad, colmad". Y aplica este símbolo al hecho de escuchar la Palabra de Dios. No olvidemos que estamos al principio del evangelio. Jesús desea que sus oyentes se llenen de esta Palabra, sin perder nada de ella. ¿Qué avidez siento? ¿Soy de los que enseguida dicen: "basta"... o de los que dicen: "¡más!"... La medida de amar, es amar sin medida... (Noel Quesson).
2. Escuchamos hoy una hermosa oración de David, llena de humildad y confianza: da gracias a Dios, reconociendo su iniciativa y pidiéndole que le siga bendiciendo a él y a su familia: «que tu nombre sea siempre famoso y que la casa de David permanezca en tu presencia».
Ojalá tuviéramos nosotros siempre estos sentimientos, reconociendo la actuación salvadora de Dios: «¿quién soy yo, mi Señor, para que me hayas hecho llegar hasta aquí?», «tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar», «dígnate bendecir a la casa de tu siervo, para que esté siempre en tu presencia». ¿Son nuestros los éxitos que podamos tener? ¿Son mérito nuestro los talentos que hemos recibido? Como David, deberíamos dar gracias a Dios porque todo nos lo da gratis. Y sentir la preocupación de que su nombre sea conocido en todo el mundo. Que la gloria sea de Dios y no nuestra.
Ciertamente Dios no procede como proceden los hombres. A pesar de las miserias de David, puesto que supo humillarse y pedir perdón, Dios no le retiró su favor; más aún lo bendijo extendiendo sus promesas a sus descendientes. Dios nos conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón. Ante Él están patentes nuestras obras y hasta los más recónditos de nuestros pensamientos. Él sabe que somos frágiles; por eso, cuando nos ve caídos espera nuestro retorno como un Padre amoroso, siempre dispuesto a perdonarnos. Pero esto no puede llevarnos a convertirnos en unos malvados pensando que finalmente Dios nos perdonará, sino a vivir vigilantes para no alejarnos de Dios. Manifestemos continuamente nuestro amor a Dios pidiéndole que nos fortalezca para permanecer fieles a su voluntad. Cuando Dios nos contemple siempre dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica, derramará su bendición sobre nosotros, nos llenará de su Espíritu y nos contemplará como a sus hijos amados, a quienes bendecirá con la más grande de las gracias que pidiéramos esperar: participar de su vida eternamente unidos a su Hijo que, para conducirnos a la vida eterna, dio su vida por nosotros. ¿Cómo no vivir agradecidos con Dios cuando conociendo nuestra vida Él nos ha amado y nos ha llamado para que seamos sus hijos? ¿Quiénes somos nosotros ante Dios? ¿Qué significamos para Él? Si Él nos amó primero, sea bendito por siempre.
3. “Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes: cómo juró al Señor e hizo voto al Fuerte de Jacob”. Es Jesús de quien habla el profeta: El Señor ha jurado a David una promesa que no retractara: «A uno de tu linaje pondré sobre tu trono.»
Estamos llamados a permanecer eternamente ante Dios, pues Dios, que nos amó primero, concede la salvación a quienes le aman y le viven fieles: «Si tus hijos guardan mi alianza y los mandatos que les enseño, también sus hijos, por siempre, se sentarán sobre tu trono.» Porque el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella: «Ésta es mi mansión por siempre, aquí viviré, porque la deseo.»
Llucià Pou Sabaté

domingo, 25 de enero de 2015

Lunes 3ª semana de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 3 de tiempo ordinario; año impar

Jesús realiza milagros por su poder divino, y manifiesta qué es el Reino de Dios
“En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios». Entonces Jesús, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo»” (Marcos 3,22-30).
1. "Esta fuera de sí", decían de Jesús sus parientes el sábado... "Está poseído del demonio", dicen hoy los escribas... vemos a Jesús rechazado... contestado...
Jesús “llamóles a sí y les dijo en parábolas: "¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido no puede durar. Si una casa está dividida no puede subsistir. Si Satanás se levanta contra sí mismo... ha llegado su fin..."” Señor, pones en evidencia el lógico ridículo de los escribas: son ellos los que han perdido la cabeza proponiendo tales argumentos, tú tienes muy sana la razón. Tu demostración es sencilla, pero rigurosa.
-“Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquearla, si primero no ata al fuerte...” Es la primera y corta parábola relatada por Marcos: ¡La imagen de un combate rápido y decisivo! Para dominar a un "hombre fuerte", se precisa a uno "más fuerte" que él. Jesús presenta su misión como un combate, el combate contra Satán, la lucha contra el "adversario de Dios" (es el sentido de la palabra "Satán" en hebreo).
Contemplo este misterio siempre actual: tú Jesús combatiendo... luchador... entablando batalla contra todo mal... "más fuerte" que cualquier mal...
La mayoría de los grandes sistemas de pensamiento, en todas las civilizaciones, han personificado el "mal": El hombre se siente a veces "dominado" como por "espíritus". El hombre occidental moderno se cree totalmente liberado de estas representaciones; pero, nunca tanto como hoy el hombre se ha sentido "dominado" por "fuerzas alienantes": espíritu de poder, de egoísmo, etc.
Jesús, has puesto fin a este dominio; pero a condición de ¡que se te siga!
-“En verdad os digo que todo les será perdonado a los hombres, los pecados y aun las blasfemias; pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo... no tendrá perdón jamás...” "Jesús habla así porque ellos decían: Tiene espíritu impuro”. Para participar en tu victoria sobre las "fuerzas que nos dominan", Señor, veo que hay que ser dóciles al Espíritu Santo... Hay que reconocer el poder que actúa en ti. Desconfiar de tu palabra bloquea todo progreso en el futuro (Noel Quesson).
Jesús «es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre» (Juan Pablo II). Y la malicia es interpretar los milagros y la bondad como un poder del demonio.
Jesús, veo que haces milagros, y tienes un amor de compasión, y van unidos en ti predicar el Evangelio y curar a los enfermos. Y nos enseñas que ese don divino “funciona” con ayuno y oración, no como esos magos que están de moda en todos los tiempos, que buscan vaciar el bolsillo de la gente.
Benedicto XVI nos señala que “el contenido central del «Evangelio» es que el Reino de Dios está cerca” (es el centro de las palabras y la actividad de Jesús; los Sinópticos ponen 90 veces en boca de Jesús esa expresión). El reino es Jesús mismo en persona, nos dice ya Orígenes; y añade que se encuentra esencialmente en el interior de los hombres, y si le dejamos sitio quitando lo malo, Dios, “junto con su Cristo, será el único que reinará en nosotros”, estará dentro de nosotros como en un paraíso. Y el Reino de Dios continúa en la Iglesia.
Algunos dicen que hay que buscar la justicia en el mundo, cada uno a su modo, pero el peligro de no respetar la Verdad que está en Dios es que acaban algunos buscando su ego, pues la verdad en matemáticas es muy fácil (2+2 = 4), pero cuando me siento implicado en una acción moral, la pereza o mi orgullo pueden influir en el modo de pensar, si no hay normas objetivas. La Iglesia tiene la misión de “anunciar el Reino de Cristo y establecerlo en medio de las gentes” (LG 5), y nos enseña a vivir la vida de Jesús, y mostrar a Jesús a los demás, con la vida de los santos, con nuestra vida; así es “el Reino de Cristo presente ya en el misterio” (LG 3), pero solamente en germen e inicio, apuntando a su realización definitiva que llegará con el fin y el cumplimiento de la historia.
Estamos invitados a mejorar el mundo, y la mejor forma es el apostolado. El Reino de Dios no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia, para tener su identidad.
2. David ya era reconocido como rey por los del Sur, la tribu de Judá, que era la suya, y eso en seguida después de la muerte de Saúl. Ahora lo es también por las del Norte, o sea, Israel, que hasta ahora habían permanecido fieles a los descendientes naturales de Saúl. David ha sabido, con habilidad política y por sus buenas cualidades, aunar las voluntades de todos. Se unen, pues, Judá e Israel. Durarán poco: después de su hijo y sucesor Salomón se volverán a dividir.
David conquista la ciudad de Jerusalén, hasta entonces en poder de los jebuseos, y la hace capital de su reino. Antes había residido en Hebrón. Así consigue una unidad política que será la base de la prosperidad de su reinado y del de su hijo Salomón.
«El Señor estaba con David». Y también está con nosotros, para conseguir la paz del mundo, la unidad de la Iglesia según la oración de Jesús: «que sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea que tú me has enviado».
3. «Una alianza pacté con mi elegido, un juramento hice a mi siervo David: Para siempre jamás he fundado tu estirpe, de edad en edad he erigido tu trono.» David es imagen de Jesús, y el linaje de los hijos de Dios será la Iglesia.
«El me invocará: ¡Tú, mi Padre, mi Dios y roca de mi salvación! Y yo haré de él el primogénito, el Altísimo entre los reyes de la tierra”. Será así Jesús primogénito entre muchos hermanos.
«Le guardaré mi amor por siempre, y mi alianza será leal con él; estableceré su estirpe para siempre, y su trono como los días de los cielos”.
Llucià Pou Sabaté

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Santos Timoteo y Tito, obispos

«Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar a donde él había de ir. Y les decía: «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies. id: he aquí que yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. En la casa en que entréis decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hubiera algún hijo de paz, descansará sobre él vuestra paz; de lo contrario, retornará a vosotros. Permaneced en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, pues el que trabaja es merecedor de su salario. No vayáis de casa en casa. Y en aquella ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad a los enfermos que haya en ella. Y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros».(Lucas 10,1-9)

1º. Jesús, te apoyas en estos setenta y dos discípulos para que te preparen el terreno en toda ciudad a donde ibas a ir.
Estos discípulos te han seguido en tus últimos viajes y han aprendido la buena nueva directamente de tus labios.
Ahora, cuando los necesitas, allí están, dispuestos a lo que haga falta.
Estos son los que han respondido con generosidad a tu llamada; los que no se han excusado con falsas necesidades o dificultades.
Jesús, aunque son un buen número -setenta y dos- te parecen pocos: «la mies es mucha, pero los obreros pocos».
Después de dos mil años, ¡aún queda tanto por hacer!
Países enteros que se llaman cristianos y que no conocen de Ti más que una oscura sombra de tu rostro.
Y países inmensos aún por cristianizar.
Realmente «los obreros son pocos».
¿Qué puedo hacer yo, Jesús, ante este panorama?
Para empezar, no excusarme yo el primero, preguntándote en la intimidad de mi oración: ¿qué lugar tengo en esta gran misión de anunciar la buena nueva del Evangelio?, ¿dónde te puedo servir mejor en esta mies  -en este campo- que es el mundo?
Y luego, he de rezar más: «Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies».
Dios mío, llama más gente a que te sirva en esta batalla de paz, en esta siembra de amor.
«Nado hay más frío que un cristiano despreocupado de la salvación ajena. No puedes aducir tu pobreza como pretexto. La que dio sus monedas te acusará. El mismo Pedro dijo: No tengo oro ni plata. Y Pablo era tan pobre que muchas veces padecía hambre y carecía de lo necesario para vivir; Tú no puedes pretextar tu humilde origen: ellos eran también personas humildes, de modesta condición. Ni la ignorancia te servirá de excuso: ellos eran todos hombres sin letras. Seas esclavo o fugitivo, puedes cumplir lo que de ti depende. Tal fueOnésimo, y mira cuál fue su vocación. No aduzcas la enfermedad como pretexto, Timoteo estaba sometido a frecuentes achaques. Cada uno puede ser útil a su prójimo, si quiere hacer lo que puede» (San Juan Crisóstomo).
2º. Tienes obligación de llegarte a los que te rodean, de sacudirles de su modorra, de abrir horizontes diferentes y amplios a su existencia aburguesada y egoísta, de complicarles santamente la vida, de hacer que se olviden de si mismos y que comprendan los problemas de los demás.
Si no, no eres buen hermano de tus hermanos los hombres, que están necesitados de ese «gaudium cum pace»  de esta alegría y esta paz, que quizá no conocen o han olvidado» (Forja 900).
Jesús, como a esos setenta y dos discípulos, también hoy llamas a los cristianos -a mí- y nos envías «como corderos en medio de lobos».
En un mundo de luchas egoístas y comportamiento oportunista -que en vez de hombres produce lobos hambrientos- Tú me muestras otro modelo: Tú mismo, que eres «el cordero de Dios».
El mundo de lobos está dominado por la astucia, la desconfianza y la traición.
Por el contrario, tu mundo es un mundo de paz: «paz a esta casa.»
Jesús, si quiero ser hijo de Dios, he de ser «hijo de paz»; promotor del entendimiento y del perdón, hermano de mis hermanos los hombres.
Ésta es precisamente la tarea del apóstol a la que me llamas: abrir horizontes diferentes y amplios a la existencia aburguesada y egoístade los que me rodean.
Y para ello, el primero que debe cambiar soy yo, olvidándome de mí mismo para atender los problemas de los demás.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

Domingo 3ª semana tiempo ordinario; ciclo B

Domingo de la semana 3 de tiempo ordinario; ciclo B

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«Después de haber sido apresado Juan, llegó Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios, y diciendo: El tiempo se ha cumplido y está cerca el Reino de Dios; haced penitencia y creed en el Evangelio. Y, al pasar junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: Seguidme, y os haré pescadores de hombres. Y, al instante, dejaron las redes y le siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago el de Zebedeo y a Juan, su hermano, que remendaban las redes en la barca. Y en seguida los llamó. Y dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él». (Marcos 1, 14-20)

1º. Jesús, empiezas tu vida pública escogiendo a los primeros apóstoles: Pedro, Andrés, Santiago y Juan.
Ellos ya te venían siguiendo desde antes, gracias al apostolado de Juan el Bautista, pero no con una llamada de entrega concreta.
Habían empezado acercándose a Ti, pero ahora eres Tú el que les llamas: «Seguidme».
Y ellos, «dejando las redes»te siguieron.
Jesús, Tú también me llamas.
No soy yo el que te elijo, sino Tú.
Si me acerco a Ti, si te escucho en la oración, me daré cuenta de qué es lo que esperas de mí.
Y entonces, he de saber responder con generosidad y prontitud, dejando las redes que me atan a una vida cómoda y egoísta.
«Si Dios nos ha elegido entre una infinidad de criaturas posibles para desempeñar un papel en la creación, esto es un hecho que nosotros no podemos cambiar y ante el cual la única actitud digna de un hombre es la de aceptarlo tal cual es, porque ni depende de nosotros ni dejará de ser así porque pretendamos ignorarlo» (F. Suárez, La Virgen Nuestra Señora, p.81).
¿Qué diría Zebedeo, cuando te llevaste a sus hijos?
Por lo que se lee más adelante en el Evangelio, parece que es una familia que te conoce bien.
Por eso Salomé, la madre de Santiago y Juan se atreve a pedirte los mejores puestos para ellos. (Mateo 20, 20).
Pero no le debió ser fácil a Zebedeo prescindir de sus hijos, tan necesarios para su trabajo de pesca.
Podría haber protestado: ¿por qué te llevas a mis hijos?, ¿es que no hay otros?
Jesús, qué alegría da ver a padres generosos que saben prescindir, con dolor, de sus hijos cuando así se lo pides.
2º. «Lo que a ti te maravilla a mí me parece razonable. -¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu profesión?
Así buscó a los primeros: a Pedro, a Andrés, a Juan y a Santiago, junto a las redes: a Mateo, sentado en el banco de los recaudadores...
Y ¡asómbrate!, a Pablo, en su afán de acabar con la semilla de los cristianos» (Camino.-799).
Jesús, no me dejas indiferente.
Cuando te veo muerto en la Cruz por mí, cuando veo que otros hacen tantas cosas por amor a Ti, me da un vuelco el corazón.
Y yo, ¿no podría hacer más?
A veces pienso que no puedo hacer menos.
Pero me excuso.
Yo... tengo mucho que hacer.
Tengo mis problemas, mi trabajo, mi familia.
«¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu profesión?»
Es lo normal.
Si estuviera ocioso, perdiendo el tiempo, sin mucho trabajo, entonces, Jesús, no me habrías podido decir nada.
Porque no sabes que hacer con los perezosos, con los irresponsables.
Sin embargo, pides tiempo a los que no tienen tiempo: a los que trabajan con orden, con seriedad, con afán de servicio.
Jesús, quieres que también yo sea «pescador de hombres»apóstol.
Pero no necesariamente he de dejar mi trabajo.
Precisamente ahí donde estoy, puedo  -y debo- ser apóstol: haciendo el trabajo con seriedad; ofreciéndolo; sirviendo a los demás que están a mi alrededor; siendo optimista, con la alegría del que ve tu mano, amorosa de Padre y todopoderosa de Dios, en todas las cosas.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

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La Conversión del apóstol San Pablo

La Conversión de san Pablo, apóstol nos ayuda a considerar tres puntos: la unidad de los cristianos, la evangelización, nuestra conversión
“En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien»” (Marcos 16,15-18).
1. Durante esta Semana de oración hemos pedido al Señor la unidad de los cristianos, para que se haga realidad que seamos un solo rebaño y un solo pastor, y podamos vivir la petición de Jesús: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”. Proclamar el Evangelio: no sólo en tierras lejanas sino en nuestros territorios multi-étnicos y plurirreligiosos (cf. Mc 7,31). En diversas ocasiones, S. Pablo nos recuerda, también por experiencia propia, que lo primero es que todos puedan acceder a la predicación. A la escucha divina, a través de signos. Recuerda aquellas palabras del Maestro: "bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11,28); y a Marta, preocupada por muchas cosas, le dice que "una sola cosa es necesaria" (Lc 10,42). La escucha de la palabra es importante para esa unidad con el Señor y con los demás que es la Iglesia, y la base del ecumenismo, pues “no somos nosotros quienes hacemos u organizamos la unidad de la Iglesia. La Iglesia no se hace a sí misma y no vive de sí misma, sino de la palabra creadora que sale de la boca de Dios. Escuchar juntos la palabra de Dios; practicar la ‘lectio’ divina de la Biblia, es decir, la lectura unida a la oración; dejarse sorprender por la novedad de la palabra de Dios, que nunca envejece y nunca se agota; superar nuestra sordera para escuchar las palabras que no coinciden con nuestros prejuicios y nuestras opiniones; escuchar y estudiar, en la comunión de los creyentes de todos los tiempos, todo lo que constituye un camino que es preciso recorrer para alcanzar la unidad en la fe, como respuesta a la escucha de la Palabra. Quien se pone a la escucha de la palabra de Dios, luego puede y debe hablar y transmitirla a los demás, a los que nunca la han escuchado o a los que la han olvidado y ahogado bajo las espinas de las preocupaciones o de los engaños del mundo (cf. Mt 13, 22)” (Benedicto XVI).
Te pedimos, Jesús, ayuda para vivir esta fuerte exigencia de escuchar la palabra de Dios y de hablar con valentía, para que tu Evangelio ilumine tantas situaciones humanas, y dé paz a una sociedad llena de conflictos.
Hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien”: son manifestaciones extraordinarias del reino de Dios. Quizá a veces nos quedamos mudos, hemos de hablar. "De este diálogo se obtendrá un conocimiento más claro aún de cuál es el verdadero carácter de la Iglesia católica" (Unitatis redintegratio, 9). La Virgen María es la gran promotora de la realización del ardiente anhelo de unidad de su Hijo divino: "Que todos sean uno..., para que el mundo crea" (Jn 17, 21).
2. Pablo cuenta su historia, cómo fue formado entre los fariseos por su maestro Gamaliel, y –añade- “yo perseguí a muerte este nuevo camino, metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres”. El evangelista san Lucas describe a Saulo entre aquellos que aprobaron la muerte de Esteban (cf Hch 8,1). Había pactado acabar con los cristianos, y pidió cartas para detener a los sectarios de Damasco, y mientras allí iba, se encuentra con Cristo que siempre sale a nuestro encuentro; y lo hace con Pablo: “de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo pregunté: ¿quién eres, Señor? Me respondió: soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues… yo pregunté: ¿Qué debo hacer, Señor? El Señor me respondió: ‘levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer’” A nuestro lado está siempre Jesús que nos acompaña en el crecimiento de las virtudes, pero vemos que a veces da un empujón a algunas personas, y las transforma, algo así como un salto y crecen “de golpe”…
Como quedó ciego, Pablo se dejó llevar. Así, continúa el Apóstol, “un cierto Ananías… vino a verme, se puso a mi lado y me dijo: ‘Saulo, hermano, recobra la vista… el Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, porque vas a ser testigo ante todos los  hombres, de lo que has visto y oído… Levántate, recibe el bautismo que por la invocación del nombre de Jesús lavará tus pecados”. Con agradecimiento, Pablo obedece, como escribe él mismo en su Primera Carta a Timoteo: "Doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor, que me ha fortalecido, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio; aun habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor. Sin embargo, se me mostró misericordia porque lo hice por ignorancia en mi incredulidad" (1 Tim 1,12-13). Dice que "lo hice por ignorancia". Muchos que hacen cosas malas, son ignorantes. El mismo Jesús pide en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”… la misma ignorancia se convierte en motivo de salvación…
Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12): “el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida”. A veces, nos faltan respuestas como un chico que pensando, no encontraba respuesta: “¿es posible que si Dios me quería rápido, me haya creado lento?, ¿por qué no empezó por ahí?” En realidad, quizá no quiere el Señor que perdamos la paz, pues si él quiere ya sabe transformarnos de golpe, como a Pablo.
Otra veces estas luces son precisamente cambiar la manera de mirar nuestra vida, no pretender una realidad distinta sino ver que Jesús ilumina mi realidad, sólo se trata de mirarla de otro modo. Señalaba uno que pasarse la vida luchando “contra” los propios defectos, es tiempo perdido. “Cuando deje de ser egoísta, podré empezar a amar”, así no empezaré a amar nunca. Si me digo: “voy a empezar a amar…” entonces el amor irá pulverizando el egoísmo que me corroe. No es que tengamos muchos defectos; en realidad practicamos pocas virtudes, y así el horno interior está apagado. Y, claro, en un alma semivacía pronto empieza a multiplicarse la hojarasca.
Pasó Pablo tres días sin ver, sin comer y sin beber… para favorecer esa conversión de corazón. “La conversión es mucho más que un arrepentimiento o un clara conciencia de un mal hecho. La conversión es emprender un nuevo camino bajo la misericordia de Dios. Y sin dejar de ser uno mismo. Convertirse no es haber sido impetuoso y ser ahora una malva. Es ser ahora impetuoso bajo la misericordia de Dios. Por fortuna, San Pablo se convirtió de verdad; es decir, siguió siendo él mismo. Cambió de camino, pero no de alma” (Bernardino Herrando).
A San Pablo un día Dios le tiró “del caballo” y le explicó que toda esa violencia era agua desbocada. Pero no le convirtió en un muchachito bueno, dulce y pacífico. No le cambió el alma de fuego por otra de mantequilla. Su amor a la ley judaica se transmutó por unas ansias por la Ley de Cristo. Efectivamente, había cambiado de camino, pero no de alma. Este es el cambio que Dios espera del hombre: que luchemos por el espíritu, como hasta ahora hemos peleado por dominar; que nos empeñemos en ayudar a los demás, como deseábamos que todos nos sirvieran. No que echemos agua al moscatel de nuestro espíritu, sino que se convierta en vino que conforte y no emborrache.
Si San Pablo, al caer del caballo, no se hubiera enamorado de Cristo, a los pocos meses, habría acabado siendo un buen burgués mediocre montado en un burro. La resurrección es, como dice Bessiere, “un fuego que corre por la sangre de nuestra humanidad. Un fuego que nada ni nadie puede apagar”. Salvo nuestra propia mediocridad y aburrimiento. Los resucitados son los que tienen un “plus” de vida que les sale por los ojos y se convierte enseguida en algo contagioso. Algo que demuestra que el espíritu es más fuerte que el cuerpo.
Mucha gente sin ir a médicos especialistas viven resucitados: una ciega que reparte alegría en un hospital de cancerosos; un pianista ciego que toca para asilos de ancianos; jóvenes que gastan el tiempo que no tienen en despertar minusválidos… Dedícate a repartir resurrección… basta con chapuzarse en el río de tus propias esperanzas para salir de él chorreando amor a los demás.
Tomó Pablo alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se puso a predicar en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. Todos los que le oían quedaban atónitos y decían: «¿No es éste el que en Jerusalén perseguía encarnizadamente a los que invocaban ese nombre, y no ha venido aquí con el objeto de llevárselos atados a los sumos sacerdotes?»
¿Qué preparación tenía S. Pablo cuando Cristo lo derriba del caballo, lo deja ciego y le llama al apostolado? No lo sabemos. Jesucristo lo escoge para Apóstol. Luego en su humildad, Pablo dirá que es como un abortivo (1 Cor 15,8). «La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado» (A.A. 2).
El día de su conversión Pablo entendió que si perseguía a los seguidores de Cristo estaba persiguiendo a Cristo, que está en los cristianos, pues le dice: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues". Pablo pasa de perseguidor a convertido. Quizá también nosotros hacemos de “perseguidores”: como a san Pablo, tenemos que convertirnos de “perseguidores” a servidores y defensores de Jesucristo.
La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos los pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Tu verdad, Jesús, es prenda de salvación, y si la misión de propagarla es grande, no nos falta tu ayuda, pues nos has dicho: “yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Con labor de Pablo y otros, el mundo pagano se convirtió a la luz y al amor de Cristo. Te pido, Señor, dejarme tocar por tu amor, responder con la generosidad de Pablo, siendo portador de tu evangelio en mi casa, empresa, escuela… «El verdadero cristiano busca ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe; ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida: “Porque la caridad de Cristo nos urge» (2 Corintios 5,14). En el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol “Ay de mí si no evangelizara”(1 Corintios 9,16)» (A.A.-3).
3. Alabemos al Señor con el salmo por todos sus beneficios: “alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos”. Todos estamos llamados a convertirnos en una continua alabanza de nuestro Dios y Padre, que “firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre”. Nadie puede decir que no ha sido amado por el Señor, pues Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Nuestra vida debe convertirse en una continua alabanza de su Santo Nombre. Cristo es la clave, el centro y el fin de la historia humana, porque sólo Él manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, desvelando la grandeza de su dignidad y vocación (cf. GS 22.24).
Llucià Pou Sabaté 
HOMILÍA DE S.S. BENEDICTO XVI
Fiesta de la Conversión de San Pablo ApóstolBasílica de San Pablo Extramuros
Martes 25 de enero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Siguiendo el ejemplo de Jesús, que en la víspera de su pasión oró al Padre por sus discípulos «para que todos sean uno» (Jn 17, 21), los cristianos siguen invocando incesantemente de Dios el don de la unidad. Esta petición se hace más intensa durante la Semana de oración que hoy concluye, cuando las Iglesias y comunidades eclesiales meditan y rezan juntas por la unidad de todos los cristianos. Este año el tema ofrecido a nuestra meditación ha sido propuesto por las comunidades cristianas de Jerusalén, a las que quiero expresar mi vivo agradecimiento, acompañado por la seguridad del afecto y de la oración tanto por mi parte como por parte de toda la Iglesia. Los cristianos de la ciudad santa nos invitan a renovar y reforzar nuestro compromiso por el restablecimiento de la unidad plena meditando sobre el modelo de vida de los primeros discípulos de Cristo reunidos en Jerusalén, los cuales —como leemos en los Hechos de los Apóstoles— «perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42). Este es el retrato de la primera comunidad, nacida en Jerusalén el mismo día de Pentecostés, suscitada por la predicación que el apóstol san Pedro, lleno del Espíritu Santo, dirige a todos aquellos que habían llegado a la ciudad santa para la fiesta. Una comunidad no cerrada en sí misma, sino, desde su nacimiento, católica, universal, capaz de abrazar a gentes de lenguas y culturas distintas, como nos atestigua el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles. Una comunidad no fundada sobre un pacto entre sus miembros, ni surgida simplemente de compartir un proyecto o un ideal, sino de la comunión profunda con Dios, que se reveló en su Hijo, del encuentro con Cristo muerto y resucitado.
En un breve sumario, que concluye el capítulo iniciado con la narración de la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, el evangelista san Lucas presenta de modo sintético la vida de esta primera comunidad: quienes habían acogido la palabra predicada por san Pedro y habían sido bautizados, escuchaban la Palabra de Dios, transmitida por los Apóstoles; estaban juntos de buen grado, haciéndose cargo de los servicios necesarios y compartiendo libre y generosamente los bienes materiales; celebraban el sacrificio de Cristo en la cruz, su misterio de muerte y resurrección, en la Eucaristía, repitiendo el gesto del partir el pan; alababan y daban gracias continuamente al Señor, invocando su ayuda en las dificultades. Esta descripción, sin embargo, no es simplemente un recuerdo del pasado ni tampoco la presentación de un ejemplo a imitar o de una meta ideal por alcanzar. Es más bien la afirmación de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Es un testimonio, lleno de confianza, de que el Espíritu Santo, uniendo a todos en Cristo, es el principio de la unidad de la Iglesia y hace que los fieles creyentes sean uno.
La enseñanza de los Apóstoles, la comunión fraterna, el partir el pan y la oración son las formas concretas de vida de la primera comunidad cristiana de Jerusalén reunida por la acción del Espíritu Santo, pero al mismo tiempo constituyen los rasgos esenciales de todas las comunidades cristianas, de todo tiempo y de todo lugar. En otras palabras, podríamos decir que representan también las dimensiones fundamentales de la unidad del Cuerpo visible de la Iglesia.
Debemos reconocer que, en el curso de las últimas décadas, el movimiento ecuménico, «surgido con la ayuda de la gracia del Espíritu Santo» (Unitatis redintegratio, 1), ha dado significativos pasos adelante, que han permitido alcanzar convergencias alentadoras y consensos sobre diversos puntos, desarrollando entre las Iglesias y las comunidades eclesiales relaciones de estima y respeto recíproco, así como de colaboración concreta frente a los desafíos del mundo contemporáneo. Con todo, sabemos bien que aún estamos lejos de la unidad por la que Cristo oró, y que encontramos reflejada en el retrato de la primera comunidad de Jerusalén. La unidad a la que Cristo, mediante su Espíritu, llama a la Iglesia no se realiza sólo en el plano de las estructuras organizativas, sino que se configura, en un nivel mucho más profundo, como unidad expresada «en la confesión de una sola fe, en la celebración común del culto divino y en la concordia fraterna de la familia de Dios» (ib., 2). La búsqueda del restablecimiento de la unidad entre los cristianos divididos, por tanto, no puede reducirse a un reconocimiento de las diferencias recíprocas y a la consecución de una convivencia pacífica: lo que anhelamos es la unidad por la que Cristo mismo oró y que por su naturaleza se manifiesta en la comunión de la fe, de los sacramentos, del ministerio. El camino hacia esta unidad se debe percibir como imperativo moral, respuesta a una llamada precisa del Señor. Por eso es necesario vencer la tentación de la resignación y del pesimismo, que es falta de confianza en el poder del Espíritu Santo. Nuestro deber es proseguir con pasión el camino hacia esta meta con un diálogo serio y riguroso para profundizar en el patrimonio teológico, litúrgico y espiritual común; con el conocimiento recíproco; con la formación ecuménica de las nuevas generaciones y, sobre todo, con la conversión del corazón y con la oración. De hecho, como declaró el concilio Vaticano ii, el «santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de una sola y única Iglesia de Cristo, supera las fuerzas y las capacidades humanas» y, por ello, nuestra esperanza debe ponerse en primer lugar «en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre por nosotros y en el poder del Espíritu Santo» (ib., 24).
En este camino de búsqueda de la unidad plena visible entre todos los cristianos nos acompaña y nos sostiene el apóstol san Pablo, de quien hoy celebramos solemnemente la fiesta de la Conversión. Antes de que se le apareciera Cristo resucitado en el camino de Damasco diciéndole: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9, 5), era uno de los más encarnizados adversarios de las primeras comunidades cristianas. El evangelista san Lucas describe a Saulo entre aquellos que aprobaron la muerte de Esteban, en los días en que estalló una violenta persecución contra los cristianos de Jerusalén (cf. Hch 8, 1). Saulo partió de la ciudad santa para extender la persecución de los cristianos hasta Siria y, después de su conversión, volvió allí para ser presentado a los Apóstoles por Bernabé, el cual se hizo garante de la autenticidad de su encuentro con el Señor. Desde entonces san Pablo fue admitido, no sólo como miembro de la Iglesia, sino también como predicador del Evangelio junto con los demás Apóstoles, habiendo recibido, como ellos, la manifestación del Señor resucitado y la llamada especial a ser «instrumento elegido» para llevar su nombre a los pueblos (cf. Hch 9, 15). En sus largos viajes misioneros, san Pablo, peregrinando por ciudades y regiones diversas, no olvidó nunca el vínculo de comunión con la Iglesia de Jerusalén. La colecta en favor de los cristianos de esa comunidad, los cuales, muy pronto, tuvieron necesidad de ayuda (cf. 1 Co 16, 1), ocupó un lugar importante entre las preocupaciones de san Pablo, que la consideraba no sólo una obra de caridad, sino el signo y la garantía de la unidad y de la comunión entre las Iglesias fundadas por él y la primitiva comunidad de la ciudad santa, un signo de la unidad de la única Iglesia de Cristo.
En este clima de intensa oración, dirijo mi cordial saludo a todos los presentes: al cardenal Francesco Monterisi, arcipreste de esta basílica, al cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, y a los demás cardenales, a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, al abad y a los monjes benedictinos de esta antigua comunidad, a los religiosos y las religiosas, a los laicos que representan a toda la comunidad diocesana de Roma. De modo especial quiero saludar a los hermanos y hermanas de las demás Iglesias y comunidades eclesiales aquí representadas esta tarde. Entre ellos me es particularmente grato dirigir mi saludo a los miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias orientales ortodoxas, cuya reunión tiene lugar aquí en Roma en estos días. Encomendamos al Señor el éxito de vuestro encuentro, para que pueda representar un paso adelante hacia la unidad tan deseada.
Quiero dirigir un saludo particular también a los representantes de la Iglesia evangélica luterana alemana, que han llegado a Roma encabezados por el obispo de la Iglesia de Baviera.
Queridos hermanos y hermanas, confiando en la intercesión de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, invocamos, por tanto, el don de la unidad. Unidos a María, que el día de Pentecostés estaba presente en el Cenáculo junto a los Apóstoles, nos dirigimos a Dios, fuente de todo bien, para que se renueve para nosotros hoy el milagro de Pentecostés y, guiados por el Espíritu Santo, todos los cristianos restablezcan la unidad plena en Cristo. Amén.