martes, 13 de mayo de 2014

Miércoles de la semana 4 de Pascua

El apostolado, en la primitiva Iglesia, guiada por Jesús (en el Espíritu Santo, y la intercesión de la Virgen María)
«El que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo soy la luz que ha venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, ya que no he venido a juzgar al mundo sino a salvar al mundo. Quien me desprecia y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado ésa le juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre que me envió, Él me ha ordenado lo que he de decir y habla': Y sé que su mandato es vida eterna; por tanto, lo que yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo.» (Juan 12, 44-50)
1. Jesús proclama hoy: «El que cree en mí no cree en mí, sino en el que me ha enviado; y el que me ve a mí ve al que me ha enviado”. Jesús es nuestro modelo, y así como Él transparenta al Padre, también nosotros con su gracia podemos llevar su luz a los demás, transmitir a Jesús en nuestra vida.
Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que crea en mí no quede en tinieblas”. Es el signo de la luz. Es la misma imagen que aparecía en el prólogo del evangelio: «la Palabra era la luz verdadera» y en otras ocasiones solemnes: «yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida». Pero siempre sucede lo mismo: algunos no quieren ver esa luz, porque «los hombres amaron más las tinieblas que la luz». Cristo como luz sigue dividiendo a la humanidad. También ahora hay quien prefiere la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso. Nosotros, seguidores de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos «hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios o rencores («quien ama a su hermano permanece en la luz». La «tiniebla» es tanto dejarnos manipular por el error, como encerrarnos en nuestro egoísmo y no amar. El Cirio pascual que encendemos estos días significa Cristo resucitado (J. Aldazábal). Y nosotros hemos de estar también encendidos con esta luz.
 “Yo no condeno al que oye mis palabras y no las guarda, pues no he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo”. Son las últimas palabras de la predicación pública de Jesús, y recopila temas fundamentales: la fe en Él, unidad y distinción entre Padre e Hijo, Jesús como Luz y Vida del mundo, juicio de los hombres según la aceptación de Cristo; es el relato previo a la oración sacerdotal y relatos Pascuales: “El que me rechaza y no acepta mi doctrina ya tiene quien lo juzgue; la doctrina que yo he enseñado lo condenará en el último día, porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me ha enviado me ha ordenado lo que tengo que decir y enseñar, y yo sé que su mandato es vida eterna”. Jesús, al final de vida terrena, sabe que tiene un pequeño núcleo de discípulos, pero su corazón abarca a todos los hombres, dentro del misterio de su unión con el amor del Padre: “Por eso lo que yo os digo, lo digo tal y como me lo ha dicho el Padre» (Jn 12,44-50).
Tenemos también la ayuda del auxilio luminoso de María (que significa “estrella”). San Bernardo intuyó muy bien al invocar a María como “Estrella de los mares”. San Bernardo exhortaba así a los cristianos: “Si alguna vez te alejas del camino de la luz y las tinieblas te impiden ver el Faro, mira la Estrella, invoca a María. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María. (...) Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón”.
2. “La palabra del Señor crecía y se multiplicaba. Bernabé y Saulo, después de haber cumplido su misión, volvieron de Jerusalén, llevando consigo a Juan Marcos. En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé y Simón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manahén, hermano de leche de Herodes el virrey, y Saulo”. Vemos ya una Iglesia desarrollada, carismas diversificados. Los profetas eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos concretos de la vida humana y de la historia. ¡Ayúdanos, Señor, a saber leer los signos de tu Palabra, en los signos de los tiempos! Tú nos hablas a través de lo que va sucediendo. Pensando en un acontecimiento que acaba de producirse o que está a punto de ocurrir, trato humildemente de descubrir lo que Tú, Señor, quieres decir al mundo... Los doctores discernían las Escrituras, comentando el antiguo Testamento y el Nuevo, que se estaba elaborando entonces. Enseñaban a los catecúmenos y a los demás cristianos, eran maestros, sin ser sacerdotes tenían lugar importante por lo delicado de su misión educadora, doctrinal y moral.
 “Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: «Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado»”. Es el inicio de la gran «misión» de san Pablo, de la que saldrá la evangelización de toda la cuenca del Mediterráneo: Chipre, Salamina, Grecia, el Imperio Romano... El Espíritu Santo está en el origen de todo esfuerzo misionero. Con el ayuno y oración, hay una buena preparación apostólica, y el Señor no dejará “caer en tierra ninguna de sus palabras”. Es también la Iglesia la que envía a misión. La «comunidad» acepta la responsabilidad de aquellos a los que envía, «se sacrifica y ora» por ellos... les da un «signo» -sacramento- que se halla en el origen de la ordenación de los obispos y de los sacerdotes: la imposición de las manos. ¿Es misionera la comunidad a la cual pertenezco? ¿Sostiene, por la oración y el esfuerzo, a los que ha enviado a ponerse «en contacto con los paganos»?
 “Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo fueron a Seleucia, desde donde se embarcaron hacia Chipre. Al llegar a Salamina, se pusieron a anunciar la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan como auxiliar (He 12,24-26-13,1-5).
Y así comienza el primero de los tres grandes viajes misioneros de Pablo, que llevará al Apóstol a evangelizar primero la isla de Chipre y después algunas regiones del sur de Asia Menor: Panfilia, Pisidia y Licaonia (años 44-49). El Espíritu Santo deja oir su voz en la Iglesia de Cristo.
3. El Señor ha tenido piedad de nosotros y nos ha bendecido al enviarnos a su propio Hijo como Salvador nuestro. Quienes hemos sido beneficiados con el Don de Dios debemos convertir toda nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Agradecidos, alabamos al Señor con el SalmoQue Dios tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro entre nosotros para que en la tierra se conozca su camino y su salvación en todas las naciones”. El reino de Dios se proclama en la Iglesia, se vive en la presencia de Jesús que permanece en ella, como indica S. Agustín: “¡Oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste en tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada por todo el mundo; contempla la heredad del  Señor difundida ya hasta los confines del orbe”.   
“Que canten de alegría las naciones, pues tú juzgas al mundo con justicia y gobiernas los pueblos de la tierra. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga y que le rinda honor el mundo entero” (67,2-3,5-6.8). Y Juan Pablo II enseñaba que “la bendición sobre Israel será como una semilla de gracia y de salvación que será enterrada en el mundo entero y en la historia, dispuesta a germinar y a convertirse en un árbol frondoso. El pensamiento recuerda también la promesa hecha por el Señor a Abraham en el día de su elección: «De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición... Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gen 12,2-3). Hay aquí un mensaje para nosotros: tenemos que abatir los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que la familia de los hijos de Dios se vuelva a encontrar en armonía en la única mesa, para bendecir y alabar al Creador para los dones que él imparte a todos, sin distinción”.
Llucià Pou Sabaté



San Matías, apóstol

«Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando, que os améis los unos a los otros.»(Juan 15, 12-17)
1º. Jesús, me llamas amigo.
¡A mi!
A mí, que te he vuelto tantas veces la espalda, o que he pasado de largo con indiferencia cuando me pedías algo.
Pagas bien por mal.
Gracias.
Que sepa responder a tu amistad tratando de cumplir tu voluntad, que está bien clara: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.»
Jesús, ¿cómo me has amado?
«Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos.»
Tú me has amado con el amor más grande posible: dando tu vida por mí; y ahora me pides que te imite.
Ayúdame a pensar en los demás, a servir a los que me rodean: mi familia, mis compañeros, mis amigos, mis vecinos.
«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.»
Jesús, me has elegido Tú: te has puesto a mi alcance, me has llenado de gracias.
No es mérito mío el ser cristiano; es un don tuyo, un talento valiosísimo que me has prestado para que lo haga rendir.
Porque no quieres que entierre mis talentos -los dones que me das-, sino que los haga fructificar: «el treinta por uno, el sesenta por uno, y el ciento por uno» (Mateo 4,8).
La   nueva es llamada 'ley de amor', porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; 'ley de gracia', porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; 'ley de libertad' porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo «que ignora lo que hace su señor», a la de amigo de Cristo, «porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer»(CEC.-1972).
2º. «Si el Señor te ha llamado «amigo», has de responder a la llamada, has de caminar a paso rápido, con la urgencia necesaria, ¡al paso de Dios! De otro modo, corres el riesgo de quedarte en simple espectador» (Surco.-629).
Jesús, eres Tú el que me has llamado, el que te has metido en mi vida, casi sin darme cuenta.
No soy yo el que te he elegido: Tú has querido contar conmigo.
Por eso, no tengo derecho a dejarte; no puedo quedarme en una posición cómoda, de simple espectador, cuando Tú me estás pidiendo más: «os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.»
Jesús, me pides que dé fruto.
¿Pero qué fruto?
Fruto de santidad,
fruto de apostolado,
fruto de trabajo bien hecho,
fruto de servicio a los demás.
Este es el fruto que me pides después de decirme que has dado tu vida por mí y que ya no puedes mostrarme más el amor que me tienes; después de llamarme amigo «porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer.»
¿Cómo no voy a responder a tu llamada?
¿Cómo no voy a intentar ir a paso rápido, al paso de Dios?
Pero necesito ayuda, y por eso me aseguras que «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá.»
Padre, te pido más corazón, para corresponder al amor que me tienes;
te pido más fortaleza, para no conformarme con «ir tirando», sino que me ponga a luchar en serio en el camino de la santidad;
te pido más generosidad, para saber dar la vida por Ti y por los demás como ha hecho Jesús;
te pido más lealtad, para no traicionar la amistad que Jesús me ha dado, rechazando el pecado con todas mis fuerzas;
te pido más vibración apostólica, para que sepa dar ejemplo y hablar de Ti a mis familiares y amigos: para dar fruto, y que ese fruto permanezca.

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