domingo, 4 de mayo de 2014

Lunes de la semana 3 de Pascua

Con la aceptación de Jesús realizamos la obra de Dios, por la fe
“Al día siguiente, la multitud que estaba al otro lado del mar vio que no había allí más que una sola barca, y que Jesús no había subido a la barca con sus discípulos, sino que éstos se habían marchado solos. Llegaron otras barcas de Tiberíades, junto al lugar donde habían comido el pan después de haber dado gracias el Señor: Cuando vio la multitud que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús. Y al encontrarle al otro lado del mar, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste aquí? Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los milagros, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó con su sello Dios Padre. Ellos le preguntaron: ¿Qué haremos para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: Esta es la obra de Dios, que creáis en quien Él ha enviado” (Juan 6,22-29).
1. El Evangelio (Jn 6,22-29) nos muestra el ambiente después de la tempestad calmada: al día siguiente la gente, que se había quedado a la otra parte del lago, notó que allí había sólo una barca y que Jesús no había subido a ella con sus discípulos, pues éstos se habían ido solos. Entretanto, llegaron otras barcas de Tiberíades y atracaron cerca de donde habían comido el pan después que el Señor dio gracias. Cuando la gente vio que no estaban allí ni Jesús ni sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús”. Como han hecho los santos, también nosotros decimos: “buscaré tu rostro, Señor”. Vamos por la vida en busca de Jesús, sabiendo que Él “nunca falló a sus amigos” (Santa Teresa). Llega en el momento oportuno. La plena confianza en Dios, da al cristiano una singular fortaleza y una especial serenidad en todas las circunstancias. “Si no le dejas, Él no te dejará”, decía san Josemaría Escrivá; e insistía en su oración: “Cuando imaginamos que todos se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio. En cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente”. Escuchamos el “Soy yo, no tengáis miedo”, que leímos ayer cuando ya vuelve la calma.
Sigue el Evangelio de hoy: “Lo encontraron al otro lado del lago, y le dijeron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Os aseguro que no me buscáis porque habéis visto milagros, sino porque habéis comido pan hasta hartaros. Procuraos no el alimento que pasa, sino el que dura para la vida eterna; el que os da el hijo del hombre, a quien Dios Padre acreditó con su sello». Estos días vamos a leer el "Discurso sobre el Pan de Vida" que ahora Jesús se dispone a contarnos. Después de la multiplicación de los panes y su caminar sobre las aguas, veremos que "el pan de vida" es Jesús mismo, “pan vivo”, y está en relación la eucaristía. Son dos líneas del discurso que se entrelazarán, la fe en Jesús y su presencia eucarística...
Le preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer para trabajar como Dios quiere?». Jesús les respondió: «Lo que Dios quiere que hagáis es que creáis en el que él ha enviado»”. A veces queremos hacer muchas cosas (trabajar), pero el fundamento de todo es saber por qué vivimos, pues el pan se acaba, hay otro Pan que no se acaba, la fe y el amor. Así pedimos en la Postcomunión: «Dios todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros fruto abundante y que el alimento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas».
Comenta San Agustín: «Jesús, a continuación del misterio o sacramento milagroso, hace uso de la palabra, con la intención de alimentar, si es posible, a los mismos que ya alimentó; de saciar con su palabra las inteligencias de aquellos cuyo vientre había saciado con pan abundante, pero es con la condición de que lo entiendan y, si no lo entienden, que se recoja para que no perezcan ni las sobras siquiera... “Me buscabais por la carne, no por el Espíritu”. ¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino para que les haga beneficios temporales! Tiene uno un negocio y acude a la mediación de los clérigos; es perseguido otro por alguien más poderoso que él y se refugia en la iglesia. No faltan quienes piden que se les recomiende a una persona ante la que tienen poco crédito.
«En fin, unos por unos motivos y otros por otros, llenan todos los día la iglesia. Aprendamos a buscar a Jesús por Jesús... “Me buscabais por algo que no es lo que yo soy; buscadme a Mí por mí mismo”. Ya insinúa ser Él este manjar, lo que se verá con más claridad en lo que sigue... quizá estaban esperando comer otra vez pan y sentarse otra vez, y saciarse de nuevo. Pero Él había hablado de un alimento que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Es el mismo lenguaje que había usado con la mujer aquella samaritana... Entre diálogos la llevó hasta la bebida espiritual. Lo mismo sucede aquí, lo mismo exactamente. Alimento es, pues, éste que no perece, sino que “permanece hasta la vida eterna”. De este alimento distinto que hay que buscar, el debate se eleva hasta la preocupación por el obrar que agrada a Dios. A las obras múltiples que los galileos se muestran dispuestos a cumplir, Jesús opone la única "obra de Dios", la que Dios realiza en el creyente. Esta obra es creer en Jesús como el Enviado de Dios. Santa Teresa de Jesús nos enseña a buscar al Señor y a creer en Él: "Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que, como sea oración, ha de ser consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quien, no lo llamo yo oración aunque mucho menee los labios".
Dicen que hace mucho tiempo, vivía en un pueblo una aldeana muy hermosa. Todos querían esposarla pero ella sentía que nadie le aseguraba verdadero amor. Así, se le acercó el mercader más rico diciéndole: “Te amaré a pesar de tu pobreza”. Pero como en sus palabras no encontró verdadero amor prefirió no casarse. Después se le acercó un gran general y le dijo: “Me casaré contigo a pesar de las distancias que nos separen”. Pero tampoco aceptó la hermosa aldeana. Más tarde se le acercó el emperador a decirle: “Te aceptaré en mi palacio a pesar de tu condición de mortal”. Y también rehusó la muchacha a casarse porque tampoco veía en él un amor desinteresado. Hasta que un día se le acercó un joven y le dijo: “Te amaré a pesar... de mí mismo”. Y como en sus palabras encontró un amor verdadero y sincero, optó por casarse con él. Nosotros, ¿buscamos a Jesús por tener “pan” que nos aproveche, cosas materiales, y pensamos conseguirlas una fórmula mágica que nosotros llamamos “oración”, o bien lo hacemos por amor, de forma desinteresada? Señor, quiero quererte “por ti”, “a pesar de mí mismo”, hacer las cosas por Ti, por agradarte a Ti, con la alegría de un buen hijo que intenta hacer las cosas lo mejor que puede, poniendo los cinco sentidos en esa labor, por amor, por cumplir tu voluntad como nos dices hoy: «Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna.» Ayúdame, Jesús, a obrar con rectitud de intención; es decir, con la intención recta, con la intención correcta, porque es la que perdura, porque es la Tuya. Ayúdame a buscar en todo momento tu voluntad, y a ponerla en práctica con todo el entusiasmo posible (P. Cardona).
2. Los Hechos (6,8-15) nos cuenta que Esteban, lleno de gracia y de poder, “realizaba grandes prodigios y milagros en el pueblo”. Unos cuantos de la sinagoga se pusieron a discutir con él; “pero no podían resistir la sabiduría y el espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos hombres” y le montaron un falso juicio en el tribunal supremo, acusándolo así: «Este hombre no cesa de decir palabras contra este lugar santo y contra la ley; le hemos oído decir que ese Jesús, el Nazareno, destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos transmitió Moisés». “Entonces todos los que estaban sentados en el tribunal clavaron sus ojos en él y vieron su rostro como el rostro de un ángel”. Mirando ese ejemplo que tenemos en el primer mártir, «rechazamos lo que es indigno del nombre cristiano y cumplimos lo que en él se significa» (oración del día).
3. El Salmo (119,23-24.26.29) fomenta nuestra confianza, como la tuvo San Esteban. Hemos resucitado con Cristo y donde Él está ahí también iremos, en este camino de la verdad, procurando seguir los mandatos del Señor: “Aunque los jefes se reúnan y deliberen contra mí, tu siervo medita en tus decretos; tus decretos hacen mis delicias, ellos son mis consejeros. Te he contado mis andanzas y tú me has escuchado: enséñame tus decretos; señálame el camino de tus mandamientos y yo meditaré en tus maravillas. Aleja de mí el camino de la mentira y dame la gracia de tu ley; he elegido el camino de la verdad y he preferido tus sentencias”.
Llucià Pou Sabaté

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