domingo, 9 de marzo de 2014

Lunes de la semana 1 de Cuaresma

Meditaciones de la semana
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Necesitamos convertirnos, para crear una cultura del amor, y además en el amor seremos juzgados
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de Él todas las naciones, y Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”. Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.Entonces dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis”. Entonces dirán también éstos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?” Y él entonces les responderá: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”. E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna»” (Mateo 25,31-46).
1. Hoy se nos recuerda el juicio final, “cuando el Hijo del hombre venga en su gloria” y “Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos”. Y en ese gran momento, dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”. Entonces los que van al cielo piensan: resulta que Cristo estaba en los demás, y no lo veíamos, y le dicen: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”». Sigue con los condenados, que nos da mucha pena…
Jesús no habla aquí de ir a Misa y cumplir otros mandamientos, sino de tener buen corazón con los demás. Hacemos o dejamos de hacer con él lo que hacemos o dejamos de hacer con los que nos rodean. Es una de las páginas más sorprendentes de todo el evangelio. Una página que se entiende demasiado bien. El amor fraterno es la mejor preparación para participar de la Pascua de Cristo, se nos dice desde el principio de la Cuaresma. Es un programa exigente. Amar a nuestro prójimo: a nuestra familia, a los compañeros de clase, a los vecinos del barrio o de la escalera del edificio. Va en serio: «cada vez que lo hicisteis con ellos, conmigo lo hicisteis; cada vez que no lo hicisteis con uno de ellos, tampoco lo hicisteis conmigo». Tenemos que ir viendo a Jesús mismo en la persona del prójimo. Para un estudiante, será visitar al compañero enfermo y explicarle las cosas que han dado en clase mientras no ha ido. De ayudar al que pasa hambre: si guardamos en la hucha para dar a los que vemos en la tele que están necesitados. Si estudiamos para arreglar el mundo, el día de mañana, con nuestra ciencia. Alguien ha dicho que tener un enfermo en casa es como tener el sagrario: pero entonces debe haber muchos «sagrarios abandonados». Será la manera de preparar la Pascua de este año: «anhelar año tras año la solemnidad de la Pascua, dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno» (prefacio I de Cuaresma). Será también la manera de prepararnos a sacar buena nota en ese examen final. «Al atardecer de la vida, seremos juzgados sobre el amor» (S. Juan de la Cruz): si hemos dado de comer, si hemos visitado al que estaba solo. Al final resultará que eso era lo único importante (J. Aldazábal).
Por tanto, en la vida no es importante hacer cosas grandes sino amar, ésta es la cosa grande, como dice S. Agustín: “A los que se salvan Jesús no les dirá: “hiciste esta o aquella obra grande”, sino: “tuve hambre y me disteis de comer”; a los que están a la izquierda no les dirá: “hicisteis ésta o aquélla obra mala”, sino: “tuve hambre y no me disteis de comer.” Los primeros, por su limosna irán a la vida eterna; los segundos por su esterilidad, al fuego eterno, Elegid ahora el estar a la derecha o a la izquierda”… Cristo vive en los cristianos, y le da un sentido más profundo a las relaciones humanas, ver a Jesús en los demás da una orientación a todo nuestro actuar: “el corazón del progreso es el progreso del amor. Y el corazón del amor es la cruz, el perderse con Jesús” (Ratzinger). Hoy en Roma se revive una “estación”, una Misa en una iglesia importante, es en San Pedro “in Vinculis”, iglesia construida al lado de un tribunal romano; ahí se guardan las cadenas de Pedro en la cárcel. ¿El amor encadena? De una manera diferente al juego al que uno se engancha, pero engancha… pero qué bonito engancharse a lo bueno…
Hoy rezamos: “dame fuerzas, Señor, para convertirme”. ¿Qué es convertirse? Seguir a Jesús, acompañarle, caminar con Él, no querer ser “libres” de Dios, sino engancharnos a él, tener necesidad de su amor, de rezar, desear la fe, esperanza y amor antes que nuestro gusto, caprichos y comodidades, los falsos dioses que nos engañan.
Cuentan que un importante señor gritó al director de su empresa, porque estaba enfadado en ese momento. El director llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de que estaba gastando demasiado, porque había un abundante almuerzo en la mesa. Su esposa gritó a la empleada porque rompió un plato. La empleada dio una patada al perro porque la hizo tropezar. El perro salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por la acera, porque le cerraba el paso. Esa señora fue al hospital para ponerse la vacuna y que le curaran la herida, y gritó al joven médico, porque le dolió la vacuna al ser aplicada. El joven médico llegó a su casa y gritó a su madre, porque la comida no era de su agrado. Su madre, tolerante y un manantial de amor y perdón, acarició sus cabellos diciéndole: -"Hijo querido, prometo que mañana haré tu comida favorita. Tú trabajas mucho, estás cansado y precisas una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas, para que puedas descansar en paz. Mañana te sentirás mejor". Bendijo a su hijo y abandonó la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos... En ese momento, se interrumpió el círculo del odio, porque chocó con la tolerancia, la dulzura, el perdón y el amor. Si tú eres de los que entraron en un círculo del odio, acuérdate que puedes romperlo con tolerancia, dulzura, perdón y amor. No caigamos en el círculo del odio pensando que es imposible encontrar amor: la manera más rápida de recibir amor es darlo, hay más alegría en dar que en recibir. El amor lo perdemos cuando lo queremos para nosotros, es como el fuego que cuando lo extendemos nos acaricia con su calor; el amor tiene alas y no hay que encadenarlo. El amor es el don más preciado que Dios nos ha regalado, y que nos da la oportunidad de regalar. Además, cuanto más se da más nos queda porque se agranda nuestro corazón al amar, ahí está el secreto del amor. De nada tiene necesidad este mundo como del amor. El amor alienta, sonríe, atrae, confía, enternece, canta, tranquiliza, guarda silencio, edifica, siembra, espera, consuela, suaviza, aclara, perdona, vivifica, es dulce; es pacífico; es veraz, es luminoso, es humilde, es sumiso, es manso, es espiritual, es sublime, todo lo puede... No hay dificultad por muy grande que sea, que el amor no lo supere. -No hay enfermedad por muy grave que sea, que el amor no la sane. -No hay puerta por muy cerrada que esté, que el amor no la abra. -No hay distancias por extremas que sean, que el amor no las acorte tendiendo puentes sobre ellas. -No hay muro por muy alto que sea, que el amor no lo derrumbe. -No hay pecado por muy grave que sea, que el amor no lo redima. -No importa cuán serio sea un problema, cuán desesperada una situación, cuán grande un error, el amor tiene poder para superar todo esto. Quien es capaz de experimentar realmente el amor, puede ser la persona más feliz y más poderosa del mundo. Amar... Siempre... En cada acto, en cada pensamiento, en cada día que amanece, en cada noche que llega, hacer de la vida siempre una canción de amor...
2. El Señor fue dando a Moisés un “código de santidad”: “No odiarás a tu hermano en tu corazón: deberás reprenderlo convenientemente, para no cargar con un pecado a causa de él. No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor”: mientras que hay cosas que cambiaron con Jesús pero otras que nunca cambian: no robar, no engañar, no guardar rencor, no maldecir al sordo (aprovechando que no puede oír) y no poner tropiezos ante el ciego (que no puede ver). La consigna final es bien positiva: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Todo ello en nombre de Dios: «yo soy el Señor». Dios quiere que seamos santos como él, que le honremos más con las obras que con los cantos y las palabras. “Sed santos, porque Yo el Señor, vuestro Dios, soy Santo”. Jesús dirá: «sed perfectos como vuestro Padre es perfecto».  Y es que lo demás no nos llena, como decía S. Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones 1,1).

3. El Salmo nos recuerda que “la ley del Señor es perfecta, reconforta el alma…; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos… los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos”. El mandamiento de Dios es el amor, y el amor verdadero es el que sigue estos mandamientos… ¡qué misterio! Somos como un coche con muchas posibilidades, pero que está mal de frenos… nos avisa la cabeza: “que viene bajada, no aceleres”, pero a veces nos gusta la velocidad, y ya es demasiado tarde… no tomamos bien la curva y nos salimos, o chocamos contra un árbol… por eso tenemos los mandamientos: prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo y mandan lo que le es esencial, para ayudarnos a no salirnos del camino, a no chocar, a no estrellarnos llevados por las pasiones. Al final, es lo que hace feliz: «Tus palabras, Señor, son espíritu y vida»… Si contemplamos la Palabra de Dios viva, que es Jesús, si hacemos oración, si hacemos de su Palabra nuestro alimento cotidiano, nuestra delicia... por ese camino alcanzaremos la santidad.

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