martes, 18 de febrero de 2014

Miércoles de la semana 6 de tiempo ordinario: Jesús hace milagros contando con nuestra fe

«Llegan a Betsaida y le traen un ciego suplicándole que lo toque. Tomando de la mano al ciego lo sacó fuera de la aldea, y poniendo saliva en sus ojos, le impuso las manos y le preguntó: ¿Ves algo? Y alzando la mirada dijo: Veo a los hombres como árboles que andan. Después puso otra vez las manos sobre sus ojos y comenzó a ver y quedó curado de manera que veía con claridad todas las cosas. Y lo envió a su casa diciendo: No entres ni siquiera en la aldea» (Marcos 8, 22-26).
1.  -“Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Le llevaron un ciego. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera de la aldea”... Esos detalles concretos nos dan a entender que fue una escena real, aunque quizá se redacte de un modo que sirva también para mostrar la ceguera de los fariseos, y su falta de fe. Se dice también que ese esconder el prodigio puede ser por el "secreto mesiánico"... Cristo no será realmente comprensible sino después de la cruz, y la resurrección.
-“Y poniéndole saliva sobre los ojos le impuso las manos”. Son los mismos gestos que, en tiempo de san Pedro se hacían sobre los catecúmenos, para conducirlos de la incredulidad a la iluminación de la fe. Teológicamente hay que relacionar este milagro con el de la curación del "sordomudo", explicado después de la primera multiplicación de los panes y el explicado después de la segunda multiplicación.
El "bautismo" parece aquí representado: los gestos de los dos milagros son gestos "litúrgicos"... y por esos gestos de Cristo, todo el ser del hombre queda sano. Los tres "sentidos" importantes para la comunicación del hombre con el mundo y con sus hermanos son rehabilitados y renovados: el sentido del oído, el sentido de la palabra, el sentido de la vista ¡He aquí lo que la fe hace en nosotros hoy! El bautismo nos abre a un universo nuevo, solamente transformado desde el interior: oír a Dios que nos habla a través de los acontecimientos y a través de la palabra de nuestros hermanos, ver a Dios que obra en el núcleo de nuestras vidas y de la vida del mundo, y llegar a ser capaz de poder hablar de todo ello... Hago oración partiendo de esta gracia de mi bautismo...
-“El hombre empezaba a ver... Seguidamente Jesús le impuso las manos sobre los ojos por segunda vez y el hombre empezó a ver mejor: recobró la vista, y vio claramente todos los objetos...” Marcos insiste, evidentemente, sobre esta curación en dos tiempos, que se va haciendo progresivamente. He aquí, de nuevo, uno de esos detalles que no se inventan -que tendería a probar que ¡Jesús carecía de poder!- Marcos, a través de este detalle histórico ve la lentitud del caminar hacia la fe plena: hoy también avanzamos muy lentamente por ese camino... y nos quedamos medio ciegos por mucho tiempo. ¡Abre nuestros ojos, Señor! (Noel Quesson).
Jesús, el milagro de hoy es extraño. En vez de curar de modo instantáneo, curas «en dos tiempos», quizá por la imperfecta fe de aquel hombre. Hay en ello «Dios se deja ver de los que son capaces de verle, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen ojos, pero algunos los tienen bañados en tinieblas y no pueden ver la luz del sol. Y no porque los ciegos no la vean deja por eso de brillar la Iuz solar, sino que ha de atribuirse esta oscuridad a su defecto de visión. Así, tú tienes los ojos entenebrecidos por tus pecados y malas acciones» (San Teófilo de Anrtioquía).
«¿Ves algo?» le preguntas al ciego. Jesús, desde el Sagrario, escondido pero pendiente de mí, me dices una y otra vez: ¿no me ves?, ¿es que no ves que te necesito?
Sí, veo, pero... sólo a medias. Y respondes: sé más generoso, entrega eso que te guardas para ti y que te empaña la vista.
Jesús, necesito luchar con constancia, comenzar y recomenzar. Pero, a veces, yo solo no puedo, o no sé cómo hacerlo. Te necesito, y también abrirme a las personas de mi confianza, pues sé que muchas veces en ese abrirme me das la gracia que necesito para ver con claridad mi camino cristiano: “Y comenzó a ver y quedó curado de manera que veía con claridad todas las cosas”.
Usa Jesús gestos, acompañando el prodigio que viene con la fe. Se produce el milagro, testimonio de la venida del Mesías.
Hay quien dice que muchos "prodigios" fueran efecto de unas fuerzas naturales todavía no conocidas por la razón humana. Y la no proviene de los milagros, sino que la presupone. Lo que está claro es que Dios puede hacer milagros… si no, no sería Dios.
La escena tiene también un significado simbólico: muchos ciegos espirituales no ven lo esencial: el rostro de Cristo, presente en la vida del mundo. Es un gran don ver con la luz de la fe, mantener la mirada limpia para el bien, para encontrar a Dios en medio de los propios quehaceres, para ver a los hombres como hijos de Dios, para penetrar en lo que verdaderamente vale la pena, para contemplar junto a Dios la belleza divina que dejó como un rastro en las obras de la creación. Además es necesario tener la mirada limpia para que el corazón pueda amar, para mantenerlo joven. Mirada limpia no sólo en lo que se refiere directamente a la lujuria, sino en otros campos que también caen en la “concupiscencia de los ojos”: afán de poseer ropas, objetos, comidas o bebidas. No se trata de “no ver”, sino de “no mirar” lo que no se debe mirar, de vivir sin rarezas el necesario recogimiento para tener siempre presente el rostro de Cristo (F. Fernández Carvajal).
Para mirar bien nuestro corazón debe despegarse de la codicia y otros modos de egoísmo, y poder gozar de esa luz, como decía san Agustín: «Una vez sanados los ojos, ¿qué podemos tener de más valor, hermanos? Gozan los que ven esta luz que ha sido hecha, la que refulge desde el cielo o la que procede de una antorcha. ¡Y cuán desgraciados se sienten los que no pueden verla!».
2. –“Tenedlo presente, hermanos queridos, que cada uno sea pronto para escuchar y tardo para hablar”. Quien no sabe poner freno a su lengua, él mismo se engaña y su religión no sirve de nada. Por eso no seamos ligeros para emitir juicios. A nosotros sólo nos corresponde amar; dejemos el juicio a Dios. No juzguemos y no seremos juzgados; no condenemos y no seremos condenados. Y cuando alguien nos insulte, no devolvamos mal por mal, sino que sepamos perdonar de corazón conforme al ejemplo que Dios nos da, pues Él hace salir el sol sobre buenos y malos y manda su lluvia sobre justos y pecadores.
Nos pides, Señor, una cierta disponibilidad activa, una atención alertada, siempre pronta a la escucha del «otro». Santiago nos presenta aquí un ideal de hombre muy simpático, decididamente vuelto hacia los otros. Una cierta reserva, signo de interioridad, manifestación también de nuestro respeto de la personalidad de los demás. Dejarles el mayor espacio posible. No aplastarlos.
-“Tardo para la ira, porque la ira del hombre no realiza la justicia de Dios”. La dulzura, signo de Dios. Dios es paciente, dulce, benigno, discreto. La ira, la violencia, el exceso... ¡nada de esto es Dios!
-“Recibid humildemente la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvaros”. La Palabra no es sólo una doctrina, una enseñanza, es una cierta Presencia de Dios para los que de veras la escuchan. ¡Acoger la Palabra! Dios no se impone, tampoco aquí. Habla, a menudo, susurra tan bajito que creemos que se calla. Sólo oyen los que buscan a Dios, los sencillos, los humildes. La arrogancia del orgulloso tiene el temible poder de cerrar el corazón y los oídos. Quien no se pone a la escucha de Dios, modesta y humildemente, no le oirá jamás.
La Palabra es una simiente, Jesús había dicho esto también. Escuchar a Dios es hacer germinar la vida... es introducir en nosotros una vitalidad nueva, divina.
-“Poned «por obra» la palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos”. En efecto, si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla «por obra», ése se parece al que contempla su imagen en un espejo, se mira, pero en yéndose se olvida de como es.
La fe no puede ser tan solo una adhesión abstracta e intelectual a unas doctrinas. Es necesario que cambie las relaciones sociales, que transforme las relaciones entre ricos y pobres.
-“La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: ayudar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado en medio del mundo”. He ahí una «práctica religiosa» al alcance de todo el mundo y que ni siquiera requiere desplazarse a la iglesia... sino que se realiza «en medio del mundo». No es de hoy el insistir de la Iglesia sobre este aspecto primario de la práctica religiosa: cumplir con su deber, amar... La «vida» tiene prelación sobre el «culto» (Noel Quesson).
3. El salmo recoge este pensamiento de cuál es la religión verdadera: «¿quién puede habitar en tu monte santo, Señor?». Y hace una enumeración de cosas muy elementales pero profundas: practicar la justicia, no calumniar, no hacer mal a nadie, no prestar con usura no aceptar sobornos: «El que así obra nunca fallará».
Pero Dios tiene paciencia, no nos coacciona. Cristo tuvo paciencia con todos. Al ciego le impuso las manos dos veces antes de que viera bien. También los apóstoles al principio veían entre penumbras. Sólo más tarde llegaron a la plenitud de la visión. ¿Tenemos paciencia nosotros con aquellos a los que queremos ayudar a ver?
Llucià Pou Sabaté


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