lunes, 20 de enero de 2014

Martes de la semana 2 de tiempo ordinario

 01/19/2014Dios no olvida nuestro trabajo y nuestro amor hacia él, sobre todo el deseo de cumplir su voluntad, que es nuestra salvación
“Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado»” (Marcos 2,23-28).
1. Los judíos han mitificado el sábado, como algo santo, divino, y Jesús les dice que «el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado». Jesús no quiere que la norma esté por encima de la persona hasta agobiarla. La norma es para ayudar a la persona: «Mi yugo es ligero, yo os doy descanso. El Hijo del hombre es el verdadero señor del sábado. Pues el Hijo del hombre es ahora el sábado de Israel; es nuestro modo de comportarnos como Dios» (rabino Neusner). Esto significa, para un judío, ponerse en lugar de Moisés, como el nuevo Moisés que explica en nombre de Dios la ley y su lugar. Está en juego la reivindicación de autoridad por parte de Jesús: «Ahora Jesús está en la montaña y ocupa el lugar de la Torá… Tu maestro ¿es Dios?"» (id).
Algunos modernos con poca fe en la divinidad de Jesús, han dicho que Jesús fue mitificado, pero bien dijo Romano Guardini que no se puede tomar a Jesús más que como Dios o un loco o un mentiroso que ha dicho cosas sublimes pero engañó. Sin embargo, vemos que la locura no es correlativa a su magnífica doctrina de amor que nos da vida, con su lógica impecable habla de una doctrina verdadera como nunca hubo, es el culmen de sabiduría humana y divina; y la sublimidad de su vida que entrega hasta la muerte no es tampoco la que corresponde a un malvado, un mentiroso perverso. Sí, Jesús es “señor del sábado”, es Dios, esta es nuestra fe, y su figura nos ayuda a creer. Sí, creemos que tú, Jesús, vienes a liberarnos de la misma norma, y nos ayudas a no ser esclavos sino libres, obedecer por amor.
Hoy como ayer, tomamos el rábano por las hojas, y entendemos muchas veces la moral como cumplir cosas. Estamos muy contraminados por cuanto dijo Kant (en “Lo bello y lo sublime”), cuando afirma que la ética no está en la bondad del corazón, que lo ético hay que situarlo en las normas externas a la persona… en cumplir. Esta separación entre ética y corazón del hombre, es causa de muchos males: estética separada de la bondad, el amor de la verdad, etc. Total, que estamos ante un nuevo fariseísmo, y para decirlo en dos palabras, ha degenerado en puritanismo, actualmente estatalista, y si el Gobierno dice que lo criminal es fumar, pues con no fumar ya puedo tener la conciencia tranquila. Pero Jesús nos dice, a nuestra sociedad, nuevamente farisea, que la cosa no es así. San Agustín lo resumió con aquel: «Ama y haz lo que quieras». “¿Lo hemos entendido bien, o todavía la obsesión por aquello que es secundario ahoga el amor que hay que poner en todo lo que hacemos? Trabajar, perdonar, corregir, ir a misa los domingos, cuidar a los enfermos, cumplir los mandamientos..., ¿lo hacemos porque toca o por amor de Dios? Ojalá que estas consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras obras con el amor que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente para que le podamos amar a Él” (Ignasi Fabregat).
También nosotros podemos caer en unas interpretaciones tan meticulosas de la ley que lleguemos a olvidar el amor. La «letra» puede matar al «espíritu». La ley es buena y necesaria. La ley es, en realidad, el camino para llevar a la práctica el amor. Pero por eso mismo no debe ser absolutizada. El sábado -para nosotros el domingo- está pensado para el bien del hombre. Es un día en que nos encontramos con Dios, con la comunidad, con la naturaleza y con nosotros mismos. El descanso es un gesto profético que nos hace bien a todos, para huir de la esclavitud del trabajo o de la carrera consumista. El día del Señor también es día del hombre, con la Eucaristía como momento privilegiado. Pero tampoco nosotros debemos absolutizar el «cumplimiento» del domingo hasta perder de vista, por una exagerada casuística, su espíritu y su intención humana y cristiana. Debemos ver en el domingo sus «valores» más que el «precepto», aunque también éste exista y siga vigente.
Las cosas no son importantes porque están mandadas. Están mandadas porque representan valores importantes para la persona y la comunidad. Es interesante el lenguaje con que el Código de Derecho Canónico (1983) expresa ahora el precepto del descanso dominical, por encima de la casuística de antes sobre las horas y las clases de trabajo: «El domingo los fieles tienen obligación de participar en la Misa y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo» (c. 1247). Hay que cuidar el bien espiritual de los cristianos y también su alegría y de su salud mental y corporal. Tendríamos que saber distinguir lo que es principal y lo que es secundario. La Iglesia debería referirlo todo -también sus normas- a Cristo, la verdadera norma y la ley plena del cristiano (J. Aldazábal).
2. Dios «no se olvida de vuestro trabajo y del amor que Ie habéis demostrado»; nos dice hoy Hebreos. La fidelidad de Dios no se desdice nunca de sus promesas y no se dejará ganar en generosidad; Jesús nos dice que hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su recompensa: cuánto más la entrega de nuestra vida en seguimiento de Jesús; por su amor estamos «anclados» en el cielo; como una barca, para encontrar seguridad en medio de las olas, echa el ancla buscando terreno firme, nosotros hemos lanzado nuestra ancla, que es Cristo, al puerto del cielo: en él tenemos, por tanto, garantía y seguridad.
Por eso, «cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, agarrándonos a la esperanza que nos ha ofrecido». Se trata de serle fieles no sólo al principio, que es fácil, sino «que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final y no seáis indolentes».
«Desearíamos que todos mostraseis el mismo empeño hasta que esta esperanza sea finalmente realidad». No se trata básicamente de realizar unos determinados actos ni de cumplir ciertas normas, sino la fe y el amor, por una renovada contemplación del misterio de Cristo, donde se satisfacen nuestras más íntimas aspiraciones. Queremos estar atentos: «Si hoy oís su voz no endurezcáis el corazón» (3,7; G. Mora).
-“Tenemos esta esperanza como ancla segura y sólida de nuestra alma, que penetró hasta más allá del velo del templo adonde Jesús entró por nosotros, como precursor”. El «áncora», solidez del marino es un símbolo habitual de la esperanza. Aquí la imagen es usada con una audacia suplementaria: nuestra «áncora» está ya clavada en los cielos... basta tirar del cabo para lograrlo seguramente. ¡Mi barca está ya anclada en el cielo! El autor quiere tranquilizar, una vez más, a sus oyentes hebreos: os sentís frustrados sin la liturgia del Templo, pero no añoréis nada... pues vuestra «áncora», Jesús, atrae tras sí a todo el nuevo pueblo en el Santo de los santos, el santuario detrás del velo del Templo donde sólo penetraba antaño el sumo sacerdote (Noel Quesson).
3. Dios mostró su fidelidad a Abrahán: le prometió «con juramento» que le llenaría de bendiciones y multiplicaría su descendencia; a pesar de que no parecía poderse cumplir la promesa, Dios lo hizo; por eso el Salmo de hoy nos hace decir que «el Señor recuerda siempre su alianza»; por eso cantamos: “¡Aleluya! Doy gracias a Yahveh de todo corazón, en el consejo de los justos y en la comunidad. Grandes son las obras de Yahveh, meditadas por los que en ellas se complacen”. Hacemos memoria agradecida de Yahveh, proclamamos su nombre santo: “De sus maravillas ha dejado un memorial. ¡Clemente y compasivo Yahveh! Ha dado alimento a quienes le temen, se acuerda por siempre de su alianza. Ha enviado redención a su pueblo, ha fijado para siempre su alianza; santo y temible es su nombre”.  Aunque el temor pueda parecer malo, si se entiende bien puede ser principio del saber, y alabar a Dios es la mejor ciencia: “Principio del saber, el temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo practican. Su alabanza por siempre permanece”.
 Llucià Pou Sabaté


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