lunes, 9 de diciembre de 2013

Martes de la semana 2 de Adviento

Dios nos ayuda siempre a la conversión: «No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños»

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños»” (Mateo 18,12-14).

1. –“¿Qué pensáis de esto? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se descarría, ¿no dejará las noventa y nueve en el monte, e irá en busca de la descarriada?” Jesús, tú habías visto a los pastores abandonar la guarda del conjunto del rebaño para ir por los riscos a buscar la oveja perdida. Y pensaste que Dios es así. Por su parte no hay nunca ruptura. Cuando una sola alma se aleja de El, esto no le deja indiferente. Procuro contemplar, en el mundo de hoy y para con los hombres y mujeres que conozco, este anhelo del corazón de Dios. Un Dios a la búsqueda... del hombre. Un Dios que mantiene el contacto.
«Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas...» Es preciosa la imagen del buen pastor que va a por la oveja perdida dejando las 99. «Jesús no sabe matemáticas –decía Van Thuân en el retiro que dio ante Juan Pablo II, al hablar de los «defectos» de Jesús-. Lo demuestra la parábola del Buen Pastor. Tenía cien ovejas, se pierde una de ellas y sin dudarlo se fue a buscarla dejando a las 99 en el redil. Para Jesús, uno vale lo mismo que 99 o incluso más».
-“Y si por dicha la encuentra -en verdad os digo- que más se alegra por causa de ésta, que por las noventa y nueve que no se le han perdido”. El centro de esta parábola es: ¡la alegría de Dios! Su alegría es encontrar de nuevo, es perdonar, es salvar, es devolver la felicidad. La "misericordia" de Dios es la principal de las maravillas de Dios al mundo. Un Dios que no condena. Un Dios que no riñe al descarriado. Un Dios que va en su búsqueda, y que es feliz al encontrarle. Quiere a todas las otras ovejas; pero ésta le ha dado una particular alegría; y desde ahora se sentirá más vinculado a ella: porque le ha salvado la vida. Habría muerto desgraciada, lejos del rebaño. Y he ahí que trota alegremente entre sus compañeras.
-“Así que no es la voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, el que perezca uno solo de estos pequeñuelos”. Es esta una frase absolutamente capital. Es la culminación del evangelio, o un corazón, un centro, del evangelio. Es lo que explica el resto: la encarnación, la pasión de Jesús. ¡"Dios quiere" la salvación de todos! ¡Dios "no quiere" que uno solo se pierda! ¡Aquí está la "voluntad de Dios! ¡Aquí está su querer! He ahí por lo que se afana cada día: salvar... salvar... salvar...
-“Uno solo de estos "pequeños"” El más "pequeño", el más insignificante en apariencia... ¡es importante a los ojos de Dios! (Noel Quesson).
Jesús con las parábolas nos prepara para la aventura de la vida, para no caer en los lazos de la visión exclusivamente racional, “las matemáticas”; y proclama esa llamada universal para todos: la meta es ser santos. Para ello nos llama el Señor: “Yo te he escogido! Tu eres mío!” Nos ha llamado por amor, no por nuestros méritos, y nos busca siempre para recordarnos nuestra condición (estar en el redil: tener una vida llena, de amor). Dios se nos da, y nos recuerda que sin donación no hay vida, ésta se quema sin sentido. “Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.
”Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. —Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón” (J. Escrivá). Es Dios quien nos pone esos ideales grandes, quien con su Resurrección nos invita a ir “¡mar adentro!” Mar adentro significa hacerlo todo por amor (estudio o trabajo, deporte o un paseo…). También significa que Dios me espera con los brazos abiertos siempre, como vemos en la parábola del hijo pródigo o la que comentamos hoy, de la oveja perdida. Hay una significación profunda en todo ello, y es que Dios nos trata a cada uno como a su hijo. Lo ponía de relieve de manera muy bonita san Josemaría Escrivá: “Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.
”Y está como un Padre amoroso -a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.
”Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más!
”-Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... -Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien!
”Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos».
La santidad consiste en amar a Dios con todas tus fuerzas, hacerlo todo por Él, y para ello apartar lo que nos aparta de Él, quitarlo, tirarlo. Pero si sólo fuera esto, podríamos desanimarnos, perdernos. En cambio, el Evangelio de hoy nos recuerda que todo tiene remedio, que nunca hay motivos para la desesperación, que por más defectos no hemos de descorazonarnos, que este sentirnos amados por Dios siempre nos anima luchar mucho más que el miedo al castigo. Recuerdo lo que le pasó en la guerra de la antigua Yugoeslavia a un Capitán llamado O’Grady, que cayó en terreno enemigo y se escondió muy bien en la selva, estuvo una semana hasta que lo rescataron –de modo espectacular, en helicóptero-, aprendiendo a sobrevivir en condiciones penosas. Aludiendo a la suerte que tuvo, luego diría: “ha sido el entrenamiento y Dios”. La certeza de que Dios nos ama es un acicate para recomenzar cada día, cada momento. Son ejemplo de no cumplir con las normas, pero no por ello desesperar, muchos personajes de la Escritura Sagrada, comenzando por el rey David, continuando con san Pedro, y tantos santos nos lo recuerdan con sus vidas. Precisamente un signo grandioso que demuestra la autenticidad de la Historia Sagrada es que no se han mitificado las cosas malas del pueblo, sino que aparecen con toda su crudeza. Todo ello nos habla de que lo importante no es la perfección en todos los actos sino el amor que siempre resulta, al final de recomenzar. La Magdalena llora su pecado y es santa. El pecado nos da la sensación subjetiva de que aquello ya no tiene arreglo: dicen que es la gran tentación del demonio, que aprovecha estos momentos, y nos hace pensar que “de perdidos al río” con una tristeza que lleva a pecar ya sin medida. Pero es una concepción individualista del pecado, de trauma encubierto o de un resentimiento mal curado. Sería como haberse manchado, una falta de ortografía, un jarrón precioso que se ha roto. Pero la relación personal nunca es así, si el pecado es ofensa a Dios, es a una Persona a la que hemos de pedir perdón cuanto antes, sin caer en razonamientos que sería como decir “pues le he dado una bofetada a esta persona, pues ya le doy cien”.
Lo mejor para huir del pecado es pensar en cuestión de amor: “¿Qué cuál es el secreto de la perseverancia? El amor. Enamórate, y no le dejarás” (J. Escrivá), y saber recomenzar. Para ello, hay que evitar las ocasiones, aquellos lugares o ciertas actividades en momentos de ocio, la valentía de huir de las ocasiones, de las tentaciones, no enfrentarse a ellas sino huir… la mejor muestra de arrepentimiento es levantarse enseguida, ir a curarse, no morir desangrado, dejar el alma sensible sin caer en la dureza del alma.
Nunca es tan grande el hombre como cuando arrodillado pide perdón. Reconocer que somos pecadores para poder acoger el perdón, como el publicano y no como el fariseo, es algo muy bonito, que lleva a una sana comprensión o aceptación de uno mismo que lleva a no escandalizarse, y por eso también ser más comprensivos con los demás. Cuentan que Aníbal en sus barcos de guerra llevaba vasos con víboras que había mandado prender a sus soldados, que cuando llegaron a luchar contra el enemigo, las lanzaron y picaron a muerte a los que se reían de aquella extravagancia del general, sin pensar en sus mortíferas mordeduras. Cuando fueron cayendo por ellas, esto causó el pánico y consiguió Aníbal la victoria. Esto lleva a pensar en una cierta “estrategia” del demonio, que es reírse del peligro y luego en cambio caer en el pánico. No hay que caer en la soberbia, que hace despreciar el peligro y por imprudencia caer en el él, para luego justificarnos, no reconocer nuestros fallos, y acabar con el desánimo. Por tanto, vasos sí somos, y portadores de Dios, pero vasos deleznables. Fallamos, pues tenemos pasiones, errores, flaquezas, y el buen pastor siempre nos va a ayudar, a decirnos aquel “¡levantaos, vamos!” que proclamó Jesús en aquella oración del huerto. (Son muchas las ocasiones que la liturgia comenta esta imagen del buen pastor, que aquí hemos visto en la perspectiva de ir a buscar la perdida, sobre todo cuando Jesús asume esta imagen, pues él es el buen pastor que da la vida por las ovejas, es decir por nosotros. Habrá ocasión de volver sobre el tema).

2. –“Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén”. Palabras de Isaías que vienen de Dios, tan humanas, todas llenas de emoción. Se está preparando la Encarnación de Dios: «Navidad» se acerca... un Dios que viene a consolar, un Dios que «habla al corazón». Pero, ¿qué quiere decirnos Dios? ¿Qué tiene que decirnos tan importante y tan dulce?
-“Proclamad que ya ha cumplido su servicio, que su culpa ya está perdonada, que Jerusalén, de la mano del Señor, ha recibido doble castigo por todas sus faltas...” Sí, quiere hablarnos de la misericordia de su Corazón. Los deportados a Babilonia han terminado ahora su duro exilio, han pagado bastante caro su redención. Pronto serán liberados y volverán a su país. Dios está conmovido. Su corazón no quiere el castigo del pecador, sino sólo su arrepentimiento. Es como si hubiera castigado algo forzado. Los profetas siempre interpretaron el destierro a Babilonia como un castigo por los pecados del pueblo de Israel. Pero ahora todo está perdonado, nos encontramos ante la experiencia muy humana de un padre o de una madre que sufre por tener que hacer o permitir un daño a su hijo por su propio bien. Contemplo en silencio los sentimientos de Dios... la misericordia de Dios hacia mí...
-“Una voz clama: «Preparad en el desierto el camino del Señor... Trazad en la estepa una calzada recta para nuestro Dios. Que todo valle sea elevado y todo monte y cerro, rebajado»”. Los deportados a Babilonia habían sido obligados a duros trabajos y aquí vemos que todo forma parte de un «camino para Dios». ¡Dios viene! Juan Bautista repitió exactamente esta palabra. ¡Dios viene! HOY se me invita a "preparar" a «abrir» un camino para El... en las «tierras áridas» de la estepa... con grandes esfuerzos, ¡«desplazando los montes» si es preciso!
-“Súbete a un alto monte, portador de la buena nueva para Sión”. Clama con voz poderosa, mensajero de la buena nueva para Jerusalén. Di a las ciudades de Judá: «Ahí está nuestro Dios...
“¡Ahí viene el Señor!” Evangelizar, dar la buena nueva, es decir: «Ahí está vuestro Dios, el Señor viene». Ahora bien, es preciso que ésta sea la fe del mensajero para poder proclamarla a los demás. Ejercitarme en ver "la venida" de Dios a través de los signos imperceptibles. Dios «está viniendo». El verbo es usado en presente: viene... y no en futuro: vendrá.
-“Como un pastor pastorea su rebaño, recoge en brazos sus corderos, los lleva junto a su pecho, y trata con cuidado a las que amamantan sus crías”. Así hablas de mí... y de todos los hombres... Señor (Noel Quesson).

3. No es extraño que el salmo nos haga cantar sentimientos de alegría por la cercanía mostrada en todo tiempo por Dios a su pueblo: «cantad al Señor, bendecid su nombre, delante del Señor que ya llega, ya llega a regir la tierra». El amor de Dios nos debe llevar a ser constructores de un mundo más justo, más fraterno y más en paz, pues la rectitud y la justicia, con las que el Señor rige a las naciones, han de ser el esfuerzo de la actividad evangelizadora y pastoral de todos los que nos gloriamos en formar la Iglesia de Cristo.

Llucià Pou Sabaté

No hay comentarios: