domingo, 29 de septiembre de 2013

Lunes de la 26ª semana (impar). Jesús nos libera del orgullo, y de las cosas materiales, de manera que el camino de la humildad y del amor nos abre a un mundo mejor

“En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante. Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: -«El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante.» Juan tomó la palabra y dijo: -«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir.» Jesús le respondió: -«No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro»” (Lucas 9,46-50).  

1. Los apóstoles tienen ganas de figurar, como nosotros, y por eso les dices, Señor, que tu actitud es de Siervo: "no he venido a ser servido sino a servir". ¿Quién es el mayor? El que sirve. Y tomas un niño para decirnos que es "el más importante". El niño era, en la sociedad de su tiempo, el miembro más débil, indefenso y poco representativo. Pues a ése le pone Jesús como modelo.
-"¿Cuál de ellos sería el más grande?" Después de que les hablas de la cruz y del servicio, se les ocurre hablar de quien manda… El deseo de dominar, de ser "más" que los demás, nos puede. Veo en mi vida las huellas de ese mismo deseo y me pregunto: ¿Qué formas, aparentes o escondidas, toma mi deseo de dominar, de ser más grande...?
-“Jesús, adivinando lo que pensaban...” Un debate interior, mental -según san Lucas-, mientras que Marcos dice que hay una disputa entre ellos… “Jesús, de nuevo el Evangelio me recuerda que conoces hasta los más profundos pensamientos de mi corazón.
Nada se te oculta a tu conocimiento divino.
Pero esto no debe producirme una sensación de inquietud, como si estuviera acorralado, sino un sentimiento de paz y de seguridad, porque Tú   -que eres mi Padre- estás conmigo, porque me acompañas siempre, y me ayudas con tu gracia.
Jesús, ante la conducta soberbia de los apóstoles, no les reprimes -como si fueras un inspector que ha cogido a alguien en falso-, sino que les ayudas a entender el valor de la humildad tomando el ejemplo de un niño.
Así haces conmigo, si yo procuro mantenerme en tu presencia a lo largo del día; me enseñas, me guías, me animas, me das una mayor visión sobrenatural” (Pablo Cardona).
-“Tomó de la mano a un chiquillo, lo puso a su lado y les dijo. "El que toma a un niño en mi nombre, me acepta a mí, y el que me acepta, acepta también al que me ha enviado."” Señor, ayúdame a que no me agraden las acciones deslumbrantes, sino a encontrar mi alegría en lo "cotidiano" en las pequeñas cosas ordinarias. «El humilde se mantiene alejado de los honores terrenos, y se tiene por el último de los hombres; aunque exteriormente parezca poca cosa, es de gran valor ante Dios. Y cuando ha hecho todo lo que el Señor le ha mandado, afirma no haber hecho nada, y anda solícito por esconder todas las virtudes de su alma. Pero el Señor divulga y descubre sus obras, da a conocer sus maravillosos hechos, le exalta y le concede todo lo que pide en su oración» (San Basilio).
-“Pues el más pequeño entre todos vosotros, ¡ese es el mayor!” Lo grande no es reinar, sino servir. Sí, para Jesús el servir es cosa grande: porque servir al más despreciado de los hombres, es servir a Dios... y es imitar a Jesús. "Jesucristo, sin bienes y sin sabidurías, está en el orden de la santidad. No ha inventado nada, no ha reinado, pero ha sido humilde, paciente, santo, santo ante Dios, terrible ante los demonios, sin pecado alguno. Es sencillamente ridículo escandalizarse de la humildad de Jesucristo... Pero los hay que no admiran más que las grandezas carnales, como si no las hubiera espirituales... Todos los cuerpos juntos, y todos los espíritus juntos y todas sus producciones, no valen lo que el menor gesto de caridad..." (B. Pascal).
-“Intervino Juan y dijo: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y hemos intentado impedírselo, porque no anda con nosotros siguiéndote". Jesús le respondió: "No se lo impidáis; porque el que no está contra vosotros está a favor vuestro" El espíritu del poder es difícil de vencer. Juan mismo, no entendió nada. Quiere tener la exclusiva. Tiene envidia del éxito ajeno. Considera su vocación, su elección, como un privilegio (Noel Quesson). El servicio da una nueva dimensión a nuestro ser.
Josué, el fiel lugarteniente de Moisés, quiso castigar a los que "profetizaban" sin haber estado en la reunión constituyente, y Moisés, de corazón mucho más amplio, le tuvo que calmar, afirmando que ojalá todos profetizaran (Nm 11). Los celos, el creer que dentro de la Iglesia mi “grupo” es el mejor, es una tentación común en la historia. No tenemos la exclusiva. Lo importante es que se haga el bien, que la evangelización vaya adelante: no que se hable de nosotros. No se trata de "quedar bien", sino de "hacer el bien". También "los otros", los que "no son de los nuestros", sea cual sea el nivel de esta distinción (clero y laicos, religiosos y casados, mayores y jóvenes, católicos y otros cristianos, practicantes y alejados), nos pueden dar lecciones. Y en todo caso "el que no está contra nosotros, está a favor nuestro", sobre todo si expulsan demonios en nombre de Jesús. Si seguimos buscando los primeros lugares y sintiendo celos de los demás en nuestro trabajo por el Reino, todavía tenemos mucho que aprender de Jesús y madurar en su seguimiento (J. Aldazábal).
Hemos visto dos temas en el Evangelio de hoy: las disputas internas sobre el poder -quien es más-; y el rechazo hacia otros que no sean “de los nuestros”. Ante esto, Jesús nos habla de la sencillez del niño sin ambiciones, y que la Iglesia es abierta, no podemos controlar…
Un proverbio que se había hecho corriente desde la guerra civil de los romanos es parecido a lo que tú nos dices, Jesús: "Te hemos oído decir que nosotros (los hombres de Pompeyo) tenemos por adversarios nuestros a todos los que no están con nosotros, y que tú (César) tienes por tuyos a todos los que no están contra ti".

2. Escuchamos cinco breves oráculos -cada uno empieza con las palabras "así dice el Señor"-, esperanzadores todos ellos, porque parten de la convicción de que Dios ama a Sión apasionadamente, hasta celosamente.
-“Me fue dirigida la Palabra del Señor del universo en estos términos: «Siento por Sión un amor celoso y un ardor apasionado»: el gran Dios del universo, el «Señor Sabaot», el jefe de los ejércitos celestiales... es también el Dios que se interesa concretamente por un pueblo pequeño. Cuando me pongo ante Ti, Señor, me pierdo en el océano sin límite de tu poder. Tu transcendencia me aventaja infinitamente y tu luz me deslumbra. Sin embargo, al mismo tiempo, me siento amado personalmente, como si estuviese yo solo en el mundo contigo. Hay aquí un lenguaje de enamorados. «Siento por ti un amor celoso y un ardor apasionado.» Cuando la filosofía razonando se acerca a Dios, llega, a menudo, a unas nociones frías y abstractas. Cuando Dios se revela, se atreve a mostrarse apasionado y entusiasta: es un Dios tierno y ardiente; diríamos que es un Dios lleno ya de humanidad, ¡Todo ello anuncia la encarnación de Dios!
-“He vuelto a Sión y en medio de Jerusalén estableceré mi morada”. ¿Estoy realmente convencido de que Dios habita también en mi ciudad, en mi pueblo, en mi casa?
-“Jerusalén se llamará: «Ciudad-fiel» y la montaña del Señor del universo: "Monte-Santo"”. La presencia de Dios es fuente de responsabilidad. Dios transforma la ciudad donde mora. Su fidelidad y su santidad se transfunden en ella. ¿Contribuyo yo a transformar las relaciones humanas de mi ciudad, de mi barrio, de mi empresa, de mi familia en el sentido y dirección de Dios? Siempre con la convicción de que Dios está obrando en ellas.
-“Se sentarán viejos y viejas en las plazas de Jerusalén, cada cual con su bastón en la mano, por ser muchos sus días. Las plazas de la ciudad se llenarán de muchachos y muchachas que irán allá a jugar”. En las calles de la nueva Jerusalén volverán a sentarse los ancianos a tomar el sol y volverán a jugar los niños y jóvenes llenos de alegría. Los proyectos de Dios son siempre salvadores, proyectos de vida y renovación. Siempre está dispuesto a empezar de nuevo y nos invita a que también nosotros colaboremos. Sea cual sea la situación en que nos encontramos personalmente o como comunidad eclesial, siempre es posible, con la ayuda de Dios, la reconstrucción de la vida según la Alianza. Para nosotros tienen mayor sentido las palabras de Dios: "habitaré en medio de Jerusalén". Dejémonos conquistar por este optimismo del profeta, que es también el optimismo de un Dios que nos ama y que, no importa qué hayamos hecho antes, siempre nos da una nueva oportunidad para reconstruir nuestro futuro.
-“Si todo esto parece maravilloso para los supervivientes de aquel tiempo, ¿será también una maravilla imposible para mí? declara el Señor del universo”. Sueño de felicidad. Nada es imposible para Dios.
-“He aquí que yo salvo a mi pueblo, trayéndolo de nuevo del país de Oriente y de Occidente”. Dios anuncia que hará regresar a los exiliados. En el mismo seno de la desgracia y de la prueba hay que oír la promesa divina de felicidad.
-“Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, fiel y justo”. Fórmula de alianza, repetida tantas veces en los profetas. ¿Estoy de veras convencido de que Dios me ama y se ha unido a mí? (Noel Quesson). Con mucha frecuencia veo que éste es el problema que agobia a muchos, no creerse amados por Dios, no “sentirlo” como real. Dios está lleno de celo por cumplir las promesas mesiánicas: «plantará su tienda» entre nosotros.
3. El salmo prolonga el tono de esperanza: "el Señor reconstruyó Sión... desde el cielo se ha fijado en la tierra para escuchar los gemidos de los cautivos...". El Catecismo comenta la trascendencia divina que vemos en este Dios que es único (Is 44,6); en Dios no hay cambios: “En el transcurso de los siglos, la fe de Israel pudo desarrollar y profundizar las riquezas contenidas en la revelación del Nombre divino. Dios es único; fuera de Él no hay dioses (cf. Is 44,6). Dios transciende el mundo y la historia. Él es quien ha hecho el cielo y la tierra: "Ellos perecen, mas Tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan... pero Tú siempre el mismo, no tienen fin tus años" (Sal 102,27-28). En Él "no hay cambios ni sombras de rotaciones" (St 1,17). Él es "El que es", desde siempre y para siempre y por eso permanece siempre fiel a sí mismo y a sus promesas” (212).

Llucià Pou Sabaté


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