jueves, 22 de agosto de 2013

Viernes de la 20ª semana de Tiempo Ordinario (impar). El corazón de Dios es de amor, y nos pide que vivamos a imagen suya: el principal mandamiento es amar a Dios y a los demás

“En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: -«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él le dijo: -«"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas»” (Mateo 22,34-40).  

1. –“Los "fariseos" al enterarse de que Jesús había hecho callar a los "saduceos", se reunieron en grupo y uno de ellos "doctor en la Ley", le preguntó con ánimo de ponerlo a prueba”... Se refiere al episodio de la resurrección, donde Jesús salió airoso como de otras trampas que le hicieron (el pago de los impuestos por ejemplo).
-“Maestro, ¿cuál es el Mandamiento mayor de la Ley?” Es una pregunta típicamente farisaica: la fidelidad a la Ley era el gran problema debatido en sus grupos. Tenían múltiples obligaciones, numerosas prácticas a observar y cantidades de interdictos. Pero sabían que era preciso, sin embargo, hacer distinciones, y no ponerlo todo en el mismo plano: hay mandamientos más graves y otros menos graves. Es pues una verdadera cuestión la propuesta por ese doctor en la Ley. ¿Busco, yo también, lo que es esencial en todas mis obligaciones?
Fue buena idea la de preguntar a Jesús cuál es el mandamiento principal. Porque los judíos contaban hasta 365 leyes negativas y 248 positivas, suficientes para desorientar a las personas de mejor voluntad, a la hora de centrarse en lo esencial. La respuesta de Jesús es clara: el mandamiento principal es amar. Amar a Dios (lo cita del libro del Deuteronomio: Dt 6) y amar al prójimo «como a ti mismo» (estaba ya en el Levítico: Lv 19). Lo que hace Jesús es unir los dos mandamientos y relacionarlos: «estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas».
Lo principal para un cristiano sigue siendo amar. Tienen sentido cumplir y trabajar y rezar y ofrecer y ser fieles. Pero el amor es lo que da sentido a todo lo demás. Nos interesa, de cuando en cuando, volver a lo esencial. También nosotros tenemos, en el Código de Derecho Canónico, muchas normas, necesarias… y procura también recoger lo que Jesús nos enseña sobre lo principal y la raíz de lo demás; algunos puntos se refieren a que se apliquen las leyes siguiendo la caridad: «guardando la equidad canónica y teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia» (c. 1752). ¿Puedo decir, cuando me examino al final de cada jornada, que mi vida está movida por el amor?, ¿que, entre tantas cosas que hago, lo que me caracteriza más es el amor a Dios y al prójimo, o, al contrario, mi egoísmo y la falta de amor? San Pablo nos recomendó: «con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley... todos los demás preceptos se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Rm 13,8-9). Y Jesús nos advirtió que, al final de nuestra vida, seremos examinados precisamente de esto: si dimos agua al sediento y visitamos al enfermo... Seremos examinados del amor (S. Juan de la Cruz; J. Aldazábal).
-“Jesús contestó: Amarás...” Todo se resume en esta palabra. Es tan breve que tenemos el riesgo de pasarla por alto. Debo orar a partir de eso... y mirar mi vida a esa luz. –“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón-alma-mente”. Este es el "mayor" y el "primer" Mandamiento: "con todo tu corazón, -con toda tu alma-, con toda tu mente”. Los judíos rezan estos versículos con el texto dentro de unas cajitas de cuero, tefilim,  sujetas una de ellas a la frente (“con toda tu mente…”) y otra a la parte superior del brazo izquierdo, a la altura del pecho (“con todo tu corazón…”)
-“El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas”. Al conectar estos dos mandamientos, Jesús, les das una unidad, una síntesis sencilla a toda la Ley... (Noel Quesson).
“Ninguno de estos dos amores puede ser perfecto si le falta el otro, porque no se puede amar de verdad a Dios sin amar al prójimo, ni se puede amar al prójimo sin amar a Dios (…) Sólo ésta es la verdadera y única prueba del amor de Dios, si procuramos estar solícitos del cuidado de nuestros hermanos y les ayudamos” (S. Beda). A veces nos preguntamos por métodos y sistemas… queremos “hacerlo bien”… “tú me preguntas por qué razón y con qué método o medida debe ser amado Dios. Yo contesto: la razón para amar a Dios es Dios; el método y medida es amarle sin método ni medida” (San Bernardo).

2. El libro de Rut evoca un tranquilo idilio, completamente opuesto a las brutalidades y a los combates del libro de los Jueces. Narra la historia de cómo una mujer extranjera se incorpora al pueblo de Israel. De ella nacerá David. En la época que juzgaban los Jueces, hubo hambre en el país. Un hombre de Belén emigró con su mujer Noemí y sus dos hijos para establecerse en la región de Moab... Los hijos se casaron con dos moabitas: Una de las cuales se llamaba Orfá, y la otra Rut. Unos pobres israelitas, víctimas del hambre, se ven obligados a emigrar al extranjero... dos de sus hijos se casan con mujeres del país, paganas. Como en el libro de Jonás, descubrimos esa tendencia «universalista» que abre el pueblo de Dios a todos aquellos que aceptan vivir sus exigencias, incluso pertenecientes a razas distintas ¿Cuál es mi actitud frente a los diversos «nacionalismos» y «racismos»?
-“Permanecieron allá unos diez años. Después de la muerte de su marido, Noemí perdió también a sus dos hijos”. Tenemos pues a tres viudas, una anciana y dos jóvenes. Lejos de entregarse al dolor de su desgracia, las veremos reaccionar y reemprender la vida.
-“Las tres se pusieron en camino para regresar a la tierra de Judá. Orfá no las siguió. Noemí dijo a Rut: “Ves, tu cuñada ha vuelto a su tierra y a sus dioses, vuelve tú también y haz como ella””. Admirable respeto a la libertad. No es fácil expatriarse. Noemí retorna a su patria, no quiere imponer nada a sus nueras.
-Rut respondió: “No insistas en que te abandone y me separe de ti porque iré donde tú vayas y habitaré donde tú habites, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios.” Hermosa lección edificante. Jesús sabrá también admirar a esos paganos que viven los valores humanos y espirituales del orden de la Fe: «no he encontrado una fe tan grande en Israel», dirá a propósito de un centurión romano (Mt 8,10). ¿Y nosotros? ¿Cómo acogemos esta revelación de que «Dios ama a los extranjeros»? ¿Cómo nos situamos frente a los que viven y trabajan junto a nosotros? ¿Qué parte de mi tiempo y de mi presupuesto dedico a la lucha contra las desigualdades y las incomprensiones?
-“Noemí regresó pues de la región de Moab con su nuera, Rut, la moabita. Llegaron a Belén al comienzo de la siega de la cebada”. La continuación de la historia nos mostrará a Rut, la moabita casada con Boaz de Belén que dará a luz a Obed, padre de Jesé, padre de David... de cuya descendencia nacerá Jesús. Y la genealogía de Jesús subraya que hubo paganos entre los ascendentes de Jesús (Mt 1,5). Rut, la extranjera, es una abuela directa del gran Rey David. Y Belén aparece aquí en la historia. En Belén nacerá otro niño de la familia de David: el amor delicado que se expresa en el «relato» de Rut es como la primera página del relato de Navidad (Noel Quesson). La tradición cristiana ha visto en Rut a la Iglesia de los gentiles, de todos los hombres y mujeres de pueblos muy diversos que al conocer al Señor por el testimonio de Dios que acoge a todos los que creen en Él: “en ella encontramos –dice S. Ambrosio- una figura de la incorporación a la Iglesia de todos nosotros, que hemos sido recogidos de todos los pueblos”.
2. Dios tiene un corazón universal y, según el Salmo, tiene predilección por los más débiles y marginados de la sociedad: «el Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos... el Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda... El Señor reina eternamente". De ello se sigue una verdad consoladora, señala Juan Pablo II: “no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad.
Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad. Son doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.
Así, el hombre se encuentra ante una opción radical entre dos posibilidades opuestas: por un lado, está la tentación de "confiar en los poderosos", adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas" (Pr 2,15), que tiene como meta la desesperación”. "Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios". Es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. Es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40): esto es lo que dirá entonces el Señor.

Llucià Pou Sabaté

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