sábado, 27 de julio de 2013

Sábado de la semana 16 de tiempo ordinario (impar): junto al trigo, hay cizaña, en el mundo y nuestro corazón, pero con la paciencia y acogiendo el amor de Dios, daremos buen fruto
«Les propuso otra parábola: El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y echó espiga, entonces apareció también la cizaña. Los siervos del amo acudieron a decirle: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? El les dijo: Algún enemigo lo hizo. Le respondieron los siervos: ¿Quieres que vayamos y la arranquemos? Pero él les respondió: No, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis junto con ella el trigo. Dejad que crezcan ambas hasta la siega. Y al tiempo de la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, en cambio, almacenadlo en mi granero» (Mateo 13, 24-30).
1. Salió el sembrador a sembrar…” Parece retratarse con esta parábola –actual hoy como nunca– a la perfección la actitud de bastantes en nuestro tiempo, que la simiente de amor que trajo Jesús a la tierra caiga en el camino, o se lo coman los pájaros, o quede ahogado por el egoísmo o el miedo...
La impaciencia de los hombres es la que nos pierde: -Los obreros agrícolas proponen al propietario arrancar la cizaña. No, les responde: "Dejad crecer juntos la cizaña y el trigo... por si acaso al escardar la cizaña arrancáis con ella el trigo. Dios se ha reservado el "juicio" para el final de los tiempos: hasta la siega. Mientras tanto ¡los hombres no tenemos derecho a juzgar! Sí, es verdad, nos cuesta admitir el estado actual del mundo: tenemos constantemente la tentación de restaurar el orden en el mundo antes del tiempo fijado por Dios.
Jesús, veo como dices que en el mundo hay trigo y cizaña. Por desgracia, a veces tomamos como normal lo que no es, desde el crimen del aborto a otras muchas visiones de la educación distorsionada por la falta de libertad de unas modas que no dan paz, tirar por la borda tanta cosa buena de la tradición de siglos… Critica Isaías: “se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan”. Dejarse seducir por el poder o la riqueza impide que germine la palabra, hace incapaz para ver a los demás. No da igual si no me ocupo de unos padres mayores, si atiendo bien el trabajo, si me ocupo de ser solidario con los que puedo ayudar… cuando hacemos el bien nos hacemos buenos, y somos felices.
Hoy se extiende la idea de que el egoísmo no es malo, que es una opción, que la libertad es hacer lo que quiera. Sí, pero es una pobre libertad esclava del egoísmo, y lleva a la tristeza. Y según como sea nuestro corazón podremos o no acoger la simiente divina y dar fruto. Queremos controlar, y al no poder tenemos miedo al sufrimiento, a darnos, nos vienen ganas de reservarnos y de reservar dinero y cosas, queremos una hegemonía sobre los demás. Es como si quisiéramos ser dioses, en lugar de fiarnos de Dios.
Jesús, quiero entrar en tu lógica de amor, pues no hay cosa más bonita, arte más grande, que colaborar en esta siembra divina: “No perdamos nunca de vista que no hay fruto, si antes no hay siembra: es preciso -por tanto- esparcir generosamente la Palabra de Dios, hacer que los hombres conozcan a Cristo y que, conociéndole, tengan hambre de él. El labriego sabe esperar meses tras meses hasta ver despuntar la simiente, hasta la recolección” (S. Josemaría Escrivá). Y es esta paciencia la que nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos de que las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo. Hemos de ayudar a cada alma pero sin forzarla, respetando su libertad, pues cada uno es dueño de su destino. En cualquier caso, no somos la simiente sino el brazo que se convierte en instrumento del Sembrador, como decía  S. Agustín: “Nosotros somos simples braceros, porque Dios es quien siembra”, o también S. Pio X: “Debemos recordar siempre que los hombres no son más que instrumentos, de los que Dios se sirve para la salvación de las almas, y hay que procurar que estos instrumentos estén en buen estado para que Dios pueda utilizarlos”.
De algún modo, Señor, nos dices que la condición, para el sembrador-apóstol, es: “convencernos de que, para fructificar, la semilla  ha de enterrarse y morir. Luego se levanta el tallo y surge la espiga. De la espiga, el pan, que será convertido por Dios en Cuerpo de Cristo. De esa forma nos volvemos a reunir en Jesús, que fue nuestro sembrador. Porque el pan es uno, y aunque seamos muchos, somos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan (...). La gracia de Dios no te falta. Por lo tanto, si correspondes, debes estar seguro. / El triunfo depende de ti: tu fortaleza y tu empuje unidos a esa gracia  son razón más que suficiente para darte el optimismo de quien tiene segura la victoria” (S. Josemaría).
Sigue este santo: «El Señor sembró en tu alma buena simiente. Y se valió -para esa siembra de vida eterna- del medio poderoso de la oración”, y luego de comentar la ayuda que presta el acompañamiento espiritual en descobrir la voluntad de Dios que en la oración nos habla, sigue: ”-Pero, con ingenua sorpresa, has descubierto que el enemigo ha sembrado cizaña en tu alma. Y que la continúa sembrando, mientras tú duermes cómodamente y aflojas en tu vida interior”, y todo lo malo quiere “ahogar el grano de trigo bueno que recibiste...
”-Arráncalas de una vez! Te basta la gracia de Dios. No temas que dejen un hueco, una herida... El Señor pondrá ahí nueva semilla suya: amor de Dios, caridad fraterna, ansias de apostolado... Y, pasado el tiempo, no permanecerá ni el mínimo rastro de la cizaña: si ahora, que estás a tiempo, la extirpas de raíz; y mejor si no duermes y vigilas de noche tu campo» (Surco 677).
Ante el mal que veo en el mundo, en mi alma, quiero aprender a tener tu paciencia, Señor. Y el secreto de tu paciencia está en tu amor, que invita al diálogo (Maertens-Frisque).
Dios es más paciente: soporta la cizaña y soporta el daño que la cizaña causa al buen grano. Revelación de la infinita misericordia de Dios para con todos nosotros. Destruir la cizaña hubiera hecho daño también a una parte de la cosecha:
-Al tiempo de la siega diré a los segadores: Quemad la cizaña... el trigo almacenadlo en mi granero. El lento trabajo de Dios lo tiene todo previsto, todo se dirige hacia un bien, y quiero creer, Señor, otorgarte mi confianza. Te pido una sólida, bondad y paciencia: respetar el modo de ser de los demás, querer a los pecadores como también lo soy yo, y aun a los mismos malos, por la parte de bien que hay en ellos y que Dios ve mejor que nosotros.
Habituarse a ver lo "bueno" que existe en la humanidad, y no ver la cizaña en el campo. Los pecadores, todos disponen del tiempo necesario para convertirse. ¡Gracias, Señor! Y nadie tiene el derecho de atribuirse una prerrogativa divina juzgando a los demás. El Reino de Dios crece lentamente, y hasta el final no veremos los frutos que habremos dado en el campo del Padre (Noel Quesson).

2. –“Bajó Moisés del Sinaí y refirió al pueblo todas las palabras del Señor... El pueblo respondió a una voz: «Cumpliremos todas las palabras que el Señor ha dicho." Dios es misterio, Dios es lo absoluto, un foso infranqueable separa a la criatura del Creador... sin embargo, Dios ha previsto unos puentes para salvar esa distancia, Moisés sube hacia Dios sirve de intermediario. Jesús, sobre todo, será ese mediador que nos acerca Dios y abre el diálogo definitivo, esta Palabra a la que nosotros podemos responder.

-“Moisés escribió todas las palabras del Señor... Levantó un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel... Mandó a algunos jóvenes israelitas que ofreciesen sacrificios. Tomó Moisés la mitad de la sangre, la derramó sobre el altar y con la otra mitad roció al pueblo”. Trato de imaginar esos ritos: ¡la sangre de las víctimas esparcida sobre el altar -que representa a Dios- y sobre el pueblo! Todo esto simboliza la alianza: en adelante, Dios y ese pueblo están vinculados con la «misma vida», con la «misma sangre».

-“Esta es la sangre de la alianza que según todas estas palabras, el Señor ha establecido con vosotros”. Son casi las mismas palabras que empleó Jesús para expresar la nueva Alianza en su propia sangre. La misa ¿significa para mí la Alianza que Dios ha hecho conmigo? No estoy nunca solo: ¡tengo a «Dios-conmigo», tengo un aliado! Esto debería ser una fuente inagotable de alegría. El cristiano debería vivir sin desaliento alguno: porque participa del plan de Dios sobre el mundo y es el aliado del proyecto divino que no puede fallar. La misa significa también la Alianza que nos vincula a los demás. No soy el único aliado de Dios, individualmente: la liberación, la alianza, son fenómenos colectivos. Todos somos solidarios. Somos todo un pueblo que vive unido el rito.

-“Tomó Moisés el libro de la Alianza y lo leyó ante al pueblo, que respondió...” Escuchar juntos la misma Palabra y contestar juntos, es también un rito de Alianza. Es la primera parte de la misa, en la que Dios está ya presente. Cuando se han escuchado los mismos pensamientos, se ha comenzado a comulgar en las mismas verdades, en el mismo proyecto: el de Dios. ¡Cuán lejos suelen estar a veces nuestras «asambleas cristianas» de este ideal de la alianza!

-"Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor". Ciertamente, los ritos son necesarios, esos momentos particulares en los que se celebra la Liberación y la Alianza. Pero la finalidad de las liturgias no está en sí mismas, sino que nos retornan a nuestra vida ordinaria en la que tenemos que vivir la Palabra de Dios y cooperar a su voluntad. Ayúdanos, Señor, a practicar, a cumplir tu voluntad, en el núcleo de nuestras existencias cotidianas (Noel Quesson).

3. “El Dios de los dioses, Yahveh, habla y convoca a la tierra desde oriente hasta occidente. Desde Sión, la Hermosa sin par, Dios resplandece. «¡Congregad a mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron!»” El salmista proclama la alianza, que es una historia de amor, que está abierta a todos: “Anuncian los cielos su justicia, porque es Dios mismo el juez. «Sacrificio ofrece a Dios de acción de gracias, cumple tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia, te libraré y tú me darás gloria

Llucià Pou Sabaté

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