lunes, 8 de julio de 2013

Martes de la 14ª semana de Tiempo Ordinario (impar): Jesús nos pide fe y sinceridad de vida para adorar a Dios, y nos envía con la misión de proclamar el Evangelio

“En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló. La gente decía admirada: -«Nunca se ha visto en Israel cosa igual.» En cambio, los fariseos decían: -«Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios.» Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: -«Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies»” (Mateo 9,32-38).

1. “-Presentaron a Jesús a un endemoniado mudo”. Señor, ven a echar de mí los demonios mudos... Los demonios del silencio. “No hemos de alejarnos de Dios, porque descubramos nuestras fragilidades; hemos de atacar las miserias, precisamente porque Dios confía en nosotros.
”¿Cómo lograremos superar esas mezquindades? Insisto, por su importancia capital: con humildad, y con sinceridad en la dirección espiritual y en el Sacramento de la Penitencia. Id a los que orientan vuestras almas con el corazón abierto; no lo cerréis, porque si se mete el demonio mudo, es difícil de sacar.
”Perdonad mi machaconería, pero juzgo imprescindible que se grabe a fuego en vuestras inteligencias, que la humildad y —su consecuencia inmediata— la sinceridad enlazan los otros medios, y se muestran como algo que fundamenta la eficacia para la victoria. Si el demonio mudo se introduce en un alma, lo echa todo a perder; en cambio, si se le arroja fuera inmediatamente, todo sale bien, somos felices, la vida marcha rectamente: seamos siempre salvajemente sinceros, pero con prudente educación.
”Quiero que esto quede claro; a mí no me preocupan tanto el corazón y la carne, como la soberbia. Humildes. Cuando penséis que tenéis toda la razón, no tenéis razón ninguna. Id a la dirección espiritual con el alma abierta: no la cerréis, porque —repito— se mete el demonio mudo, que es difícil de sacar.
”Acordaos de aquel pobre endemoniado, que no consiguieron liberar los discípulos; sólo el Señor obtuvo su libertad, con oración y ayuno. En aquella ocasión obró el Maestro tres milagros: el primero, que oyera: porque cuando nos domina el demonio mudo, se niega el alma a oír; el segundo, que hablara; y el tercero, que se fuera el diablo.
Contad primero lo que desearíais que no se supiera. ¡Abajo el demonio mudo! De una cuestión pequeña, dándole vueltas, hacéis una bola grande, como con la nieve, y os encerráis dentro. ¿Por qué? ¡Abrid el alma! Yo os aseguro la felicidad, que es fidelidad al camino cristiano, si sois sinceros. Claridad, sencillez: son disposiciones absolutamente necesarias; hemos de abrir el alma, de par en par, de modo que entre el sol de Dios y la claridad del Amor.
Para apartarse de la sinceridad total no es preciso siempre una motivación turbia; a veces, basta un error de conciencia. Algunas personas se han formado —deformado— de tal manera la conciencia que su mutismo, su falta de sencillez, les parece una cosa recta: piensan que es bueno callar. Sucede incluso con almas que han recibido una excelente preparación, que conocen las cosas de Dios; quizá por eso encuentran motivos para convencerse de que conviene callar. Pero están engañados. La sinceridad es necesaria siempre; no valen excusas, aunque parezcan buenas (J. Escrivá, Amigos de Dios, 187-189).
-“Las multitudes decían admiradas: "Jamás se ha visto cosa igual" En cambio los fariseos decían: "Echa a los demonios con el poder del príncipe de los demonios."” ¿Ignorancia o mala fe? No sabemos las intenciones, sí que el poder diabólico se viste con la apariencia de la verdad…
-“Recorría Jesús todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas, proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad”. Es tu estilo, Señor: ahogar el mal en abundancia de bien, una actividad de "enseñar y sanar". Es el oficio o tarea del sacerdote y del cristiano. De pueblo en pueblo... vas a las sinagogas y a las calles, a la orilla del agua, bajo un árbol... repartiendo beneficios alrededor y aliviando cualquier pena o dolor...
-“Viendo al gentío, sintió compasión de ellos porque andaban maltrechos y derrengados como ovejas sin pastor”. Así comienza el segundo gran sermón de Jesús, llamado "Discurso misionero": Jesús enviará sus amigos en "misión" y les dará sus consignas... una especie de tratado teológico y práctico. Es esencial hacer oración sobre esta frase -viendo las muchedumbres-: ella revela algo esencial en el corazón de Jesús. La misión de la Iglesia nace aquí, en ese sentimiento que Jesús experimenta ante el gran desamparo de los hombres. La evangelización nace de esa misma observación, de esa misma mirada: "viendo" las muchedumbres... ¿Qué es lo que agota y aplasta hoy a los hombres? ¿Cómo puedo ser el "pastor" de mis hermanos? ¿Hacia qué pastos les conduciré? ¿Qué buena noticia les anunciaré?
-“Entonces dijo a sus discípulos: "La mies es abundante y los obreros pocos. Por eso rogad al dueño que mande obreros a su mies”. Rogar es la primera actividad misionera, la que hizo Santa Teresita, patrona de las misiones (Noel Quesson).
“No se nos puede ocultar que resta mucho por hacer. En cierta ocasión, contemplando quizá el suave movimiento de las espigas ya granadas, dijo Jesús a sus discípulos: «la mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe trabajadores a su campo». Como entonces, ahora siguen faltando peones que quieran soportar «el peso del día y del calor». Y si los que trabajamos no somos fieles, sucederá lo que escribe el profeta Joel: «destruida la cosecha, la tierra en luto: porque el trigo está seco, desolado el vino, perdido el aceite. Confundíos, labradores; gritad, viñadores, por el trigo y la cebada. No hay cosecha».
No hay cosecha, cuando no se está dispuesto a aceptar generosamente un constante trabajo, que puede resultar largo y fatigoso: labrar la tierra, sembrar la simiente, cuidar los campos, realizar la siega y la trilla... En la historia, en el tiempo, se edifica el Reino de Dios. El Señor nos ha confiado a todos esa tarea, y ninguno puede sentirse eximido» (J. Escrivá, Es Cristo que pasa 158).
“Jesús, cuenta conmigo. Quiero trabajar esa tierra del mundo… Quiero ser uno de esos obreros que te ayude a recoger los frutos de tu Redención. Pero ¿qué he de hacer?” (Pablo Cardona).
«Son innumerables la ocasiones que tienen los seglares para ejercitar el apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios» (Vaticano II, A. A. 6). Jesús nos da una misión: ser portadores de humanidad, estar en el mundo participando de las cosas del mundo. Salir a las periferias, como recuerda el Papa Francisco, como Jesús, a atender las necesidades de la gente. ¿No se puede decir que «la mies es mucha» y que muchos están «como ovejas que no tienen pastor»? Es bueno recordar el comienzo de aquel documento tan famoso del Vaticano II, la «Gaudium et spes»: «El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo» (GS 1). Jesús, tú quieres seguir andando por los caminos haciendo el bien, a través de tus amigos, en este sentido todos somos «sacerdotes», partícipes de la realeza tuya, Jesús, de tu misión de profetizar y santificar.
2. Unos veinte años después de la visión de la escala que llega al cielo, de vuelta de Mesopotamia a su tierra de origen…
-“Jacob se levantó, tomó a sus dos mujeres con sus dos siervas y sus once hijos, pasaron por el vado del torrente Yabboq... e hizo pasar también todo lo que poseía”... Comienza pues por asegurar, tanto como humanamente puede, todo lo que más aprecia. ¡Parece un hombre próximo a enloquecer!
-“Jacob se quedó solo”. Era de noche. Siempre estamos solos ante las opciones más decisivas. Jesús también luchará solo en el Huerto de los Olivos. ¿Y yo? Mis soledades, mis responsabilidades, ¿las sé afrontar? -“Aquella noche, alguien luchó con él hasta rayar la aurora”. Combate que dura y dura toda una noche. ¡Batirse hasta rayar el alba!
-“Viendo que no le podía le tocó en la articulación femoral y se dislocó el fémur de Jacob mientras luchaba con aquél”. No es una pesadilla, pues sale señalado para toda la vida. ¡En adelante Jacob quedará cojo! “Jacob dijo: «No te soltaré hasta que me hayas bendecido.» El desconocido le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» -Me llamo Jacob. -En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres”. Así, sin saberlo, se había batido contra Dios. Lo que se juega en nuestras luchas es a menudo más grave de lo que parece. Jacob, como nosotros, acababa de vivir la gran batalla de la «oración» en la forma simbólica de la lucha contra Dios: dudaba de la bendición de su padre, siente miedo terrible de afrontar la venganza de su hermano Esaú, y ahora rogó a Dios y combatió: «Dame de nuevo aquella bendición de antaño... ¡sálvame!» -“Jacob... Israel”... «Jacob», era el «astuto», «el que suplanta al otro». «Israel» es “el vencedor de Dios" el que ha soportado la prueba de la fe y ha salido airoso, aunque "herido". En mi oración puedo pensar en cada uno de esos símbolos para concretizarlos en mi propia aventura espiritual (Noel Quesson).
3. Hemos de tener confianza en Dios, que protege al justo ante la perversidad del malvado: «Señor, vengo a tu presencia, escucha mi apelación, atiende a mis clamores... yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío... tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha... y al despertar me saciaré de tu semblante». El hombre de corazón sincero pide al Señor ayuda, la salvación. El apocalipsis nos dice que los salvados ante Dios “verán su rostro” (22,4). Mientras, podemos estar seguros de que Dios cuida a los suyos “como la niña de sus ojos” (cf Dt 32,10) las alas protectoras se expresan en otros lugares como las caricias de Dios padre-madre, hasta que el despertar de la muerte (como en Dn 12,2; Is 26,19) nos sorprenda con la contemplación del divino rostro, y mientras vivimos en la esperanza de ese saciarnos porque “la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador” (Gaudium et spes 19).

Llucià Pou Sabaté

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