jueves, 25 de julio de 2013

Jueves de la 16ª semana de Tiempo Ordinario (impar): para ver a Dios hay que preparar el corazón, acoger la palabra del divino sembrador

«Los discípulos se acercaron a decirle: ¿Por qué les hablas en parábolas? Él les respondió: A vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no se les ha dado. Porque al que tiene se le dará y abundará, pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Con el oído oiréis, pero no entenderéis, con la vista miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan, y yo los sane. Bienaventurados, en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Pues en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros estáis viendo y no lo vieron, y oír lo que vosotros estáis oyendo y no lo oyeron» (Mateo 13,10-17).

1. La parábolas del Reino más larga, la más completa, es la del sembrador, pues Jesús irá explicando su sentido con detalle. Algunos no entienden, pues no están preparados, su corazón no puede pasar de la oscuridad a la luz… es el misterio de la libertad… así las autoridades religiosas entienden, pero rechazan la doctrina y se sulfuran aún más en su interior. La palabra es aceptada por algunos, pero luego abandonada en las dificultades… expresa esta parábola las diversas situaciones de las almas a lo largo de la historia: “cuando esta palabra es proclamada, la voz del predicador resuena exteriormente, pero su fuerza es percibida interiormente y hace revivir a los mismos muertos: su sonido engendra para la fe nuevos hijos de Abrahán. Es, pues, viva esta palabra en el corazón del Padre, viva en los labios del predicador, viva en el corazón del que cree y ama. Y, si de tal manera es viva, es también, sin duda, eficaz” (Balduino de Cantorbery).
-¿Por qué razón les hablas en parábolas, como dejando algo velado y misterioso? Y nos dice Jesús: -"Vosotros podéis ya comprender los secretos del reinado de Dios: ellos, en cambio, no pueden".     Quisiera penetrar en tus palabras, Señor, en esos secretos del Reino…
-“Miran sin ver... y escuchan sin oír ni entender... Son duros de oído y han cerrado los ojos”. La segunda razón que das, Jesús, entra dentro del misterio que sólo tú conoces el corazón del hombre: muchos hombres son culpables de ni siquiera buscar la verdad, al mismo tiempo que hay libertad en materia religiosa, no se puede obligar a nadie a creer. Nos hablas de “comprender con el corazón”.
-“¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!” Danos, Señor, unos ojos nuevos, unos oídos finos... La oración y el examen-revisión de vida consiste en "mirar de nuevo" con los ojos de la fe, los acontecimientos que la primera vez se vieron con una mirada simplemente humana. Las parábolas requieren esa mirada de la fe. Toda nuestra vida es una parábola en la que Dios está escondido y desde donde nos habla. Uno puede quedarse en el exterior de las cosas y de los acontecimientos, o bien, "ver" y "oír" a Dios en el hondón de las situaciones humanas.
-“Muchos profetas y justos desearon ver lo que véis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís vosotros y no lo oyeron. Sí, Jesús se atreve a decir que El es "aquel que el pueblo de Dios esperaba"”: es el tiempo en que todo se cumple, en que todo es gracia, el momento maravilloso del encuentro de Dios con los hombres. ¿Sabremos estar atentos a esta hora de Dios y no dejar pasar la ocasión de verle y de escucharle? (Noel Quesson).

2. El puñado de fugitivos de Egipto aparece ahora como una comunidad bien organizada, de la que ha tomado posesión Yahvé, tras de haberse manifestado a ellos en el Sinaí. El milagro de esta transformación es obra exclusiva de Yahvé. Él es quien ha escogido este pueblo para que sea sacramento de su presencia salvadora. Por eso lo ha llamado de la nada, lo ha sacado de la opresión, lo ha puesto en el camino de la libertad y le ha dado un sentido de marcha. Dios se revela en los acontecimientos de la historia. Por ello, la morada de Dios, su habitación, es esencialmente el pueblo, la comunidad humana. De hecho, Dios había ordenado a Moisés: «Hazme un santuario, y moraré entre ellos» (25,8). Nuestro texto nos dice que el pueblo de Israel cumplió la orden de Yahvé.
–“Moisés obedeció todas las prescripciones del Señor. Erigió la morada de la «Tienda de Reunión»”. Diversos textos bíblicos describen en detalle los objetos del culto y las ceremonias litúrgicas, hay parecidos con el Templo de Jerusalén (quizá añadidos más tarde al texto). Es central en el culto judío. El aniversario de la destrucción del primer templo es uno de los días de ayuno más señalados, junto con Yom Kipur… la tienda de la Alianza nos habla del Templo, y a su vez es imagen de Jesús que planta la tienda entre nosotros, y se queda en el Tabernáculo que es el Sagrario, y con la fuerza de la Eucaristía y su Espíritu Santo (la nueva presencia) establece el Reino de Dios entre nosotros, de lo que habla el Evangelio…
-“Moisés asentó las basas, colocó los tableros y los travesaños y erigió sus postes; desplegó la Tienda encima, tomó las «tablas de la Ley» y las colocó dentro del arca, puso el propiciatorio encima del arca”... Fijémonos en que se trata de una «tienda» un abrigo frágil y transportable, que se desmonta a cada partida y se remonta a cada nueva etapa. El Dios de Israel es un Dios que «hace camino» con su pueblo. Es invisible... habla con «signos» y acepta que los hombres materialicen un lugar que simbolice su Presencia. «El Verbo se hizo carne, y erigió su tienda entre nosotros.» En el sagrario está nuestra tienda, para que vayamos con Él…
-“La nube cubrió la Tienda de Reunión y la gloria de Dios llenó la morada”. La «nube» es también un signo de la presencia de Quien no se ve (en la Transfiguración de Jesús fueron también envueltos por una nube luminosa).
-“Por la noche, un fuego brillaba en la nube”. El «fuego» también es símbolo de Dios. Sabemos que desde la Encarnación ese «fuego» ha venido al corazón de los hombres: el día de Pentecostés, llenó la Iglesia. Por el Espíritu, los bautizados han venido a ser los lugares de la Presencia de Dios. «¡Que vuestra luz brille!» decía Jesús. Un fuego brillaba en la nube sobre la Tienda de Dios. ¿Qué oración me sugiere este pasaje de la Escritura?
-“Así sucedía en todas sus etapas”. El cuerpo de Cristo es la verdadera presencia de Dios entre nosotros, en todas las etapas de la vida, en todos los lugares de la tierra (Noel Quesson). Un pueblo libre, que marcha, protegido y guiado por Yahvé, hacia la tierra prometida. La nube y la gloria de Dios acompañará al pueblo en la travesía del desierto, imagen de la fe, que ilumina la peregrinación del cristiano de día y noche hasta llegar a la tierra prometida, al cielo (Biblia de Navarra). Los santos Padres han considerado también esta nube como figura de Cristo: “él es la columna que manteniéndose recta y firme, cura nuestra enfermedad. Por la noche ilumina, por el día se hace opaca, para que los que no vean y los que ven se vuelvan ciegos” (S. Isidoro de Sevilla).
Se ha hecho realidad la promesa de Dios: "Habitaré en medio de los hijos de Israel y seré su Dios. Ellos reconocerán que yo soy Yahvé, su Dios que los sacó de Egipto para habitar entre ellos. Yo soy Yahvé su Dios" (29,45) A pesar de ese cumplimiento histórico, nuestro relato no deja de ser una imagen de la plena realización de la presencia de Dios en Jesucristo, la misma palabra de Dios, que se hizo hombre y plantó su tienda entre nosotros y nos permitió ver su gloria (J. M. Aragonés).
3. «Qué deseables son tus moradas, Señor... dichosos los que viven en tu casa... dichosos los que encuentran en ti su fuerza: caminan de baluarte en baluarte». Es la Iglesia-comunidad «la casa de Dios» (l Tm 3,15); es la Eucaristía la que atrae ese anhelo místico hacia el Señor de la vida: "Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo".
"Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación". Decía Juan Pablo II que la subida al templo es imagen de la ida de los justos hacia las eternas moradas, donde Dios acoge a sus amigos en la alegría plena (cf Lc 16,9). Esa subida mística, de la que la peregrinación terrena es imagen y signo, para san Juan Clímaco (en La escala del Paraíso) es un progreso espiritual: "Subid, hermanos, ascended. Cultivad, hermanos, en vuestro corazón el ardiente deseo de subir siempre (cf. Sal 83,6). Escuchad la Escritura, que invita: "Venid, subamos al monte del Señor y a la casa de nuestro Dios" (Is 2,3), que ha hecho nuestros pies ágiles como los del ciervo y nos ha dado como meta un lugar sublime, para que, siguiendo sus caminos, venciéramos (cf. Sal 17,33). Así pues, apresurémonos, como está escrito, hasta que encontremos todos en la unidad de la fe el rostro de Dios y, reconociéndolo, lleguemos a ser el hombre perfecto en la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13)."
En nuestra vida hay también "áridos valles", y se nos invita a “subir” por amor a ver en lo de cada día al Señor que nos espera: manteniendo la mirada fija en esa meta luminosa de paz y comunión. También nosotros repetimos en nuestro corazón la bienaventuranza final, semejante a una antífona que concluye el Salmo: "¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti!"


Llucià  Pou Sabaté

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