viernes, 7 de junio de 2013

Viernes de la semana 9ª del tiempo ordinario: Jesús, el Señor y Salvador, es nuestro mediador para volver a Dios, en nuestra unión con él.

“En aquel tiempo, Jesús, tomando la palabra, decía mientras enseñaba en el Templo: «¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies’. El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?». La muchedumbre le oía con agrado” (Mc 12,35-37).

1. Jesús, te veo enseñar en el templo. Enseñas. Eres maestro. El Maestro. Te veo preguntar, como experto en Escritura: -"¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David?" Pues le dice David al Mesías que ocupe el lugar más destacado: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra" (salmo 110).
-“Si el mismo David le llama Señor: "Entonces, ¿cómo puede ser Hijo suyo?"” Si es Señor, ¿cómo puede ser hijo? Jesús, quiero verte como hijo de David y como hijo de Dios, y decirte yo también: -“Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies”, palabras (salmo 110) aplicadas a tu resurrección, pues reinas en tu subida al cielo, cuando vences la muerte con tu muerte y resurrección.
En Oriente no se puede pensar en un padre de familia que llame Señor a un hijo. David, inspirado por el Espíritu, profetizó sobre tú, Jesús, al mismo tiempo hijo de David y Señor (hijo de Dios), es decir simultáneamente hombre y Dios (Rom 1,3-4), el Mediador. Como nos recordaba Juan Pablo II, Cristo se ha unido de alguna manera a cada persona, en su grandeza, en su pecaminosidad… en todo nuestro modo de ser.
Jesús, quiero proclamarte como camino, verdad y vida. Como luz, maestro y pastor. Quiero ser como tú, seguirte, vivir en ti. Como el Señor, Hijo de Dios: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la estirpe de Jacob por siempre» (Lc 1,32-33).
Los pobres te clamaban: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (Mc 10,48).
En tu entrada del domingo de Ramos en Jerusalén, te aclamaron: «¡Bendito el reino que viene, el de nuestro padre David!» (Mc 11,10).
La Didakhé agradece a Dios «la viña santa de David, tu siervo, que nos has dado a conocer por medio de Jesús, tu siervo».
Y también decían los primeros: «David murió y fue sepultado, y su sepulcro aún se conserva entre nosotros (…). A este Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros» (Ac 2,14).
Y san Pablo dirá de ti: Jesucristo, «nacido, en cuanto hombre, de la estirpe de David y constituido por su resurrección de entre los muertos Hijo poderoso de Dios» (Rm 1,3-4; he tomado esta selección de citas de Josep Laplana). Señor, eres foco de atracción de nuestros corazones, y te pido que reines en todos y en mi corazón. Que reines por el servicio que doy a los demás, a ejemplo tuyo, recordando tu enseñanza a los apóstoles: ¿Quién es el más importante, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo, que soy vuestro Maestro y Señor, he estado en medio de vosotros como el que sirve. Nos has dado ejemplo, para que hagamos lo mismo. El camino de la Iglesia es el servicio a las personas.
2. Tras la despedida de los padres empieza la narración del viaje de Tobías y el ángel, en la cual resplandece nuevamente la fe y la obediencia del hijo de Tobit. Llegados a la orilla del Tigris, Tobías baja a bañarse. Allí tiene lugar el episodio del pez, que, por designio divino, será el instrumento que sanará a Tobit y Sara. El hígado, el corazón y la hiel de determinados peces poseen virtudes curativas. Concretamente, Plinio habla del poder curativo de la hiel respecto a enfermedades de los ojos. Se devuelve la luz a los ojos enfermos, dirá el Ap 3,18. Luz es felicidad, don de Dios. Lo esencial está situado a un nivel más interno: lo que tiene que iluminarse es el corazón del hombre para que pueda estructurarse la felicidad requerida, y es él el que debe rechazar el pecado. Pero no lo consigue sino en la medida en que Dios le ofrece su claridad. El Padre ha hecho ya que Jesús pasara de las tinieblas a la gloria y todos cuantos sigan las huellas de Cristo conseguirán esa misma iluminación (Jn 8,12: Maertens-Frisque).
El proceso de la misma narración confirmará posteriormente la utilidad del acto de obediencia que hace Tobías sin ver su inmediato provecho. Porque el ángel dice a Tobías que el corazón y el hígado obrarán como exorcismos liberadores. Se inicia luego el desarrollo del plan divino respecto a la boda de Tobías y Sara, hija de Raguel. En Nm 36,6-8 se habla de la obligación que tenían las hijas de Salfajad: «Se casarán dentro de los clanes de la tribu paterna». Así, pues, Tobías, como miembro de la misma tribu y familia, era el primero que tenía derecho a casarse con la hija de Raguel. El ángel, verdadero instrumento del beneplácito divino, insiste en este sentido. Sin embargo, Tobías conoce las desgracias de Sara con los siete maridos que se acercaron a ella en la cámara nupcial. El ángel tranquiliza a Tobías: el hígado y el corazón del pez alejarán de Sara el espíritu maligno, el cual, después de oler el humo producido por la quema de las mencionadas vísceras, jamás volverá a ella. La plegaria al Dios omnipotente da su fruto. Por encima de todo remedio humano están la misericordia y la salvación, que sólo pueden venir de aquel Señor que siempre se compadece de los hombres. Más aún: Sara estaba reservada a Tobías desde la eternidad. Este pensamiento encierra una realidad profundísima: la providencia eterna de Dios para con sus escogidos. Tal pensamiento debe infundir siempre gran confianza a todos los que viven en paz con Dios (J. O`Callaghan).
-“Ana iba a sentarse todos los días al borde del camino, sobre una altura desde donde podía ver a lo lejos. En cuanto lo divisó corrió a anunciarlo a su marido”. Participa con Tobit de la espera febril del hijo. ¡Todo está bien si acaba bien! ¡El tiempo arregla muchas cosas! En este libro optimista, todo se arregla al final. «Vale más así», podríamos decir. ¡Si fuera siempre verdad! Pero, de hecho, esa convicción positiva ¿no deberían adoptarla más a menudo, sobre todo las personas propensas a angustiarse?: es uno de los aspectos de la esperanza... después de todo y no el menor y ¡a menudo verdadero! ¡Confesémoslo!
-“Rafael dijo al joven Tobías: «En cuanto entres en tu casa adora al Señor tu Dios»; y después de darle gracias acércate a tu padre y abrázalo”. Lejos de tratarse de una serie de prácticas formalistas esta oración es una maravillosa disposición permanente que hace que la «acción de gracias" surja a propósito de todo: "¡gracias, Dios mío!"... Bendito seas. Voy donde alguien, toco el timbre: ¡una plegaria mientras espero! Voy de compras, camino por la calle: ¡una plegaria! Alguien ha llamado a la puerta. Voy a abrir: ¡una plegaria mientras voy!
-“Entonces el perro que los había acompañado en el viaje se adelantó corriendo, llegó como mensajero meneando la cola en señal de alegría”. El padre ciego se levantó, echó a correr, tropezó, tomó la mano de un niño para alcanzar a su hijo, lo abrazó, lo besó lo mismo que a su mujer y todos lloraron de alegría. El texto pertenece al gran arte narrativo, con su sentido del detalle concreto bien observado. Es, sencillamente, muy humano. La Encarnación del Hijo de Dios en una verdadera familia, en situaciones humanas reales, nos dirá pronto que la aventura divina se realiza en el corazón de las realidades más humildes, más cotidianas.
-“Cuando hubieron adorado a Dios y dado gracias, se sentaron. Entonces Tobías tomó la hiel del pez y frotó con ella los ojos de su padre... Este recobró la vista”. La curación del ciego de nacimiento es interpretada explícitamente por Jesús como símbolo de esta "luz que proviene de Dios y que permite mirar los acontecimientos a la manera de Dios" (Jn 9,40-41). En efecto, la luz es «ver como Dios", esto es la fe y la felicidad. Por el contrario, el pecado es tinieblas y desgracia. Abre nuestros ojos, Señor... haznos lúcidos y clarividentes... ilumina nuestras vidas.
Dios no abandona a los justos. La prueba se transforma en bendición. De hecho ahora Tobit recupera mucho más de lo que había perdido. La lectura acaba con la gozosa bendición de Tobit tras haber recobrado la vista: alaba al Señor de la misma forma que en los pasajes anteriores. Tobit tiene muchos motivos para alabar a Dios. Todas las páginas del libro están impregnadas de la convicción de que la providencia del Señor gobierna todo. El Señor nunca abandona a los justos. Por eso Tobit puede decir: “Bendito sea Dios, bendito su gran nombre..., porque si antes me castigó, ahora veo a mi hijo Tobías”. Es un final que, con mucha más razón que las purificaciones exigidas por los cánones de la tragedia griega, deja al alma convencida de que Dios es, sobre todo, un padre que ama. La historia se acerca a su fin. Naturalmente, no la escuchamos entera, y no estaría mal que aprovecháramos para leerla íntegra en la Biblia, porque tiene otros muchos matices interesantes.
-“Todos glorificaban a Dios: él, su mujer y todos sus conocidos. El viejo Tobit decía: «Yo te bendigo, Señor, porque me has afligido y me has salvado."” ¿Es la "bendición", el dar gracias a Dios, el clima habitual de mi vida? Acaso en mi felicidad, mis alegrías, mis éxitos ¿me olvido de Dios? (Noel Quesson/J. O`Callaghan).
Lo que parece desastroso en nuestra historia, muchas veces resulta para bien. Dios lo conduce todo para nuestro provecho. Cuántas veces tenemos la experiencia de que una enfermedad, o la falta de suerte, o un accidente, o un fracaso que nos hicieron sufrir, luego han resultado beneficiosos para nuestra vida. ¿Sabemos reaccionar con una cierta serenidad y con actitud de fe ante las pruebas de la vida?, ¿nos hundimos fácilmente, o somos capaces de bendecir a Dios incluso en la desgracia?, ¿sabemos, luego, en el momento de la felicidad, dar gracias a Dios?
3. El salmo de hoy nos inspira los sentimientos idóneos: «alaba, alma mía, al Señor, que mantiene su fidelidad perpetuamente», «el Señor liberta a los oprimidos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan», «el Señor ama a los justos y trastorna el camino de los malvados». “La contemplación del profeta, le empuja a situarse, por así decir, en el final de los tiempos. Entonces, viendo la fragilidad de todo lo que, por ser terreno, resulta caduco, no piensa más que en alabar a Dios. Este fin del mundo vendrá presto para cada uno de nosotros: vendrá en el momento en que muramos y nos desliguemos de cuanto nos rodea. Enderecemos, pues, nuestros afanes hacia lo que constituirá, al fin, nuestra ocupación perenne” (Casiodoro).
Las acciones que cuenta el salmo con las que Dios manifiesta su poder y bondad (poder del Dios de Jacob, que además realiza su misericordia hacia los necesitados en distintas situaciones, por eso se puede confiar en Él en cualquier momento), las ha realizado Jesús: sus milagros son signos de su obra redentora, cumpliendo las palabras del salmo (cf también Is 61,1-2; Lc 4,17-21).

Llucià Pou Sabaté


No hay comentarios: