domingo, 30 de junio de 2013

Domingo XIII (ciclo C): Jesús nos llama en el camino de la vida, a una misión para la que se nos han concedido los dones que tenemos, y vamos creciendo en el amor y descubriendo esa misión
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: -Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno: -Te seguiré adonde vayas. Jesús le respondió: -Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
A otro le dijo: -Sígueme. El respondió: -Déjame primero ir a enterrar a mi padre. Le contestó: -Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo: -Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia. Jesús le contestó: -El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios” (Lucas 9,51-62).
1. “Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante”: Jesús va a Jerusalén: en Lucas la vida de Jesús fue un largo caminar hacia Jerusalén, su vida pública es un irse acercando a la meta, la Pascua. De Galilea a Jerusalén se pasa por Samaría, pero al saber que va al Templo, se enfadan porque ellos creen en el Garizín: “De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: -Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea”.  Jesús no quiere que nos dejemos llevar apor venganza o ira: «Si la regla de conducta del maestro debe ser siempre perseguir el vicio para corregirle, es muy conveniente que conozcamos que debemos ser firmes con los vicios, pero compasivos con el hombre» (San Gregorio Magno). Ayúdame, Jesús, a tener buen carácter, fuerte pero con tu mansedumbre, compasión por los demás.
“Mientras iban de camino, le dijo uno: -Te seguiré adonde vayas”… Jesús le dice que ya no tiene  casa propia. Ni siquiera la casa en la que ha crecido, la casa de su madre, cuenta ya. No  mira atrás. Es más pobre en esto que los animales, vive en una inseguridad total. No posee  más que su misión. Y al comienzo del evangelio se dice a dónde conduce esta misión: a su  «ascensión» se dice literalmente: ¿a la cruz? ¿Al cielo? Lucas deja abierta la cuestión. Es  típico que no se le reciba en la aldea de Samaría donde quería alojarse. Por eso no es  necesario mandar bajar fuego del cielo (H. von Balthasar). Es normal que «los suyos no lo reciban» (Jn 1,11). 
Comenta así san Agustín: “Escuchad lo que Dios me ha inspirado sobre este capítulo del evangelio. En él se lee cómo el Señor se comportó distintamente con tres hombres. Rechazó a uno que se ofreció a seguirlo; a otro que no se atrevía, lo animó; por fin, censuró a un tercero que lo difería. ¿Quién más dispuesto, más resuelto, más decidido ante un bien tan excelente, como es seguir al Señor a donde quiera que vaya, que el que dijo: Señor, te seguiré adondequiera que vayas? Lleno de admiración, pregunta: «¿Cómo es eso? ¿Cómo desagradó al maestro bueno, nuestro Señor Jesucristo, que va en busca de discípulos para darles el reino de los cielos, hombre tan bien dispuesto?». Como se trataba de un maestro que preveía el futuro, entendemos que este hombre, hermanos míos, si hubiera seguido a Cristo, hubiera buscado su propio interés, no el de Jesucristo, pues el mismo Señor dijo: No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos (Mt 7,21). Éste era uno de ellos; no se conocía a sí mismo, como lo conocía el médico que lo examinaba, porque si ya se conocía mentiroso, falaz y doble, no conocía a quién hablaba. Pues es él de quien dice el evangelista: No necesitaba que nadie le informase sobre el hombre, pues él sabía lo que había en el hombre (Jn 2,25). ¿Y qué le respondió? Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Pero, ¿dónde no tiene? En tu fe. Las zorras tienen escondites en su corazón: eres falaz. Las aves del cielo tienen nidos en su corazón: eres soberbio. Siendo mentiroso y soberbio, no puedes seguirme. ¿Cómo puede seguir la doblez a la simplicidad?
En cambio, a otro que está siempre callado, que no dice nada y nada promete, le dice: Sígueme. Cuanto era el mal que veía en el otro, tanto era el bien que veía en éste. Al que no quiere, le dice: Sígueme. Tienes un hombre dispuesto -te seguiré adondequiera que vayas-, y dices: Sígueme a quien no quiere seguirte. «A éste -dice- le excluyo, porque veo en él madrigueras, veo en él nidos». Pero ¿por qué molestas a ése que invitas y se excusa? Mira que le impeles y no viene, le ruegas y no te sigue; pues, ¿qué dice? Iré primero a enterrar a mi padre. Mostraba al Señor la fe de su corazón, pero le retenía la piedad. Cuando nuestro Señor Jesucristo destina a los hombres al evangelio, no quiere que se interponga excusa alguna de piedad carnal y temporal. Ciertamente la ley ordena esta acción piadosa, y el mismo Señor acusó a los judíos de echar abajo ese mandato de Dios. También dice San Pablo en su carta: Éste es el primer mandamiento de la promesa. ¿Cuál? Honra a tu padre y a tu madre (Ef 6,2). No hay duda de que es mandato de Dios. Este joven, pues, quería obedecer a Dios, dando sepultura a su padre. Pero hay lugares, tiempos y asuntos apropiados a este asunto, tiempo y lugar. Ha de honrarse al padre, pero ha de obedecerse a Dios; ha de amarse al progenitor, pero ha de anteponerse el Creador. Yo -dice Jesús- te llamo al evangelio; te llamo para obra más importante que la que tú quieres hacer. Deja a los muertos que entierren a sus muertos. Tu padre ha muerto. Hay otros muertos que pueden enterrar a los muertos. ¿Quiénes son los muertos que sepultan a los muertos? ¿Puede ser enterrado un muerto por otros muertos?... Le amortajan, le llevan a enterrar y le lloran, a pesar de estar muertos, porque aquí se trata de los infieles.
En este texto nos ordenó el Señor lo que está escrito en el Cantar de los Cantares: Ordenad en mí el amor (Cant 2,4). ¿Qué significan esas palabras? Estableced una jerarquía, un orden y dad a cada uno lo que se le debe. No sometáis lo primario a lo secundario. Amad a los padres, pero anteponed a Dios. Contemplad a la madre de los Macabeos: Hijos, no sé cómo aparecisteis en mi seno (2 Mac 7). Pude concebiros y daros a luz, pero no pude formaros. Luego oíd a Dios, anteponedle a mí, no os importe el que me quede sin vosotros. Se lo indicó y lo cumplieron. Lo que enseñó la madre a sus hijos, eso mismo enseñaba nuestro Señor Jesucristo a aquel a quien decía: Sígueme.
Ahora entra en escena otro que quiere ser discípulo, quien, sin nadie haberle dicho nada, confiesa: Te seguiré, Señor, pero antes voy a comunicárselo a los de mi casa. En mi opinión, el sentido de las palabras es el siguiente: «Avisaré a los míos, no sea que, como suele acontecer, me busquen». Pero el Señor le replicó: Nadie que pone las manos en el arado y mira atrás es apto para el reino de los cielos. Te llama el oriente y tú miras a occidente. El presente capítulo nos enseña que el Señor eligió a los que quiso. Como dice el Apóstol, eligió según su gracia y conforme a la justicia de ellos (Sermón 100,1-3).
2. «Ve y vuelve», dice Elías a Eliseo, a quien ha elegido mientras éste ara con su yunta, y va a despedirse de sus padres, y se despide de todos con la comida asada de sus bueyes. «Luego se levantó, marchó tras Elías y  se puso a sus órdenes». No se trata de un servicio puramente humano, sino que, al ser  Elías un hombre de Dios, es ya un servicio a Dios. Para la Antigua Alianza esto es una  obediencia grandiosa a una llamada de Dios transmitida por el profeta (H. von Balthasar). Es vivir para el Señor, como reza el salmo: “El Señor es mi lote y mi heredad”.
3. «Vuestra vocación es la libertad», dice san Pablo: libertad para la que «Cristo nos  ha liberado», y no otra. No una libertad individualista, pues la libertad cristiana consistirá en  el servicio al prójimo: «Sed esclavos unos de otros por amor». Tampoco se trata del  libertinaje, pues entre los deseos de la carne y la libertad que nos da el Espíritu que nos  guía hay una contradicción directa, un antagonismo total. Que el hombre tenga que luchar  contra sí mismo y contra sus pasiones para conservar su verdadera libertad, nada dice  contra la libertad que le ha sido dada; también Cristo tuvo que luchar en sus «tentaciones»  (Lc 4,1-12). No se puede ser libre para hacer al mismo tiempo dos cosas contradictorias,  sino que para ser libre hay que superar la contradicción en uno mismo. La libertad de Cristo  es hacer siempre la voluntad del Padre, y seguir a Jesús en esto nos «hace libres» verdaderamente (Jn 8,31-32). La libertad a la que Cristo nos llama es su propia libertad, a  través de la cual participamos en la libertad intradivina, trinitaria, absoluta (H. von Balthasar). 

Llucià Pou Sabaté

viernes, 28 de junio de 2013

Sábado 12ª del tiempo ordinario (impar): Dios nos visita en Jesús, que viene a curarnos de nuestras dolencias y a bendecirnos, transformar las penas en alegrías

«Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión y, rogándole, dijo: Señor, mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes. Jesús le dijo: Yo iré y lo curaré. Pero el centurión le respondió: Señor; no soy digno de que entres en mi casa; basta que lo mandes de palabra y mi criado quedará sano. Pues yo, que soy un hombre subalterno con soldados a mis órdenes, digo a uno: ve, y va; y a otro: ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace. Al oírlo Jesús se admiró, y dijo a los que le se guían: En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande. Y os digo que muchos de Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el rechinar de dientes. Y dijo Jesús al centurión: Vete y que se haga conforme has creído. Y en aquel momento quedó sano el criado.» (Mateo 8, 5-13)

1. –“Al entrar Jesús en Cafarnaúm se le acercó un centurión o capitán del ejército romano, y le rogó diciendo...” El primer milagro había sido para un miembro del pueblo de Dios... excluido por su lepra. El segundo será en favor de un pagano. ¡Todo un programa! El movimiento misionero de la Iglesia ya está presente. La salvación de Dios no está reservada a unos pocos. Dios ama a todos los hombres; su amor rompe las barreras que levantamos entre nosotros. Jesús hace su segundo milagro ¡en favor de un capitán del ejército de ocupación!, ¡en favor de un pagano! Los romanos eran mal vistos por la población: muchos judíos fieles escupían al suelo, en señal de desprecio, después de haberles adelantado en el camino. Señor, es a este centurión despreciado que vas a escuchar, complacer y alabar. Prescindes del "¿qué dirá la gente?", no aceptas nuestras divisiones ni nuestros racismos ni estrecheces de corazón. Tu corazón es universal, misionero. Contemplo ese corazón que ama a todos los hombres.
-“Señor, mi criado está echado en casa con parálisis, sufriendo terriblemente”. Expone simplemente la situación; describe la dolencia; y lo más notable es que habla en favor de otro, de su criado. ¿Es así mi plegaria? ¿Qué parte ocupa en mi vida la plegaria de intercesión? Mi tendencia ¿es quizá rezar sólo para mí? Ayúdame, Señor, a tener presente a los demás en mis peticiones, a pensar en ellos y sentir como propias sus necesidades.
-“Jesús contestó: Yo mismo iré y le curaré”. Disponibilidad, respuesta inmediata. Compromiso de toda su persona para servir a un desconocido.
-“Señor, yo no soy quién para que entres bajo mi techo, pero basta una palabra tuya para que mi criado se cure”. Humildad profunda. Este pagano es muy consciente de que la ley judía le rechaza; esto debe dolerle. Sin embargo no quiere poner a Jesús en una situación de "impureza legal". Y, por delicadeza, quiere evitarle que entre en su casa. En la Misa ha quedado plasmada la oración del “pagano”, antes de que recibamos al Señor: "Yo no soy quién, yo no soy digno". –“Porque yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes; y si digo a uno que se vaya, se va; y a otro que venga, y viene”... Este hombre subraya el valor de la "palabra" del que tiene autoridad. Tú, Jesús, tu Palabra, tiene autoridad.
-“Al oír esto Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: "En verdad os digo que en ningún israelita he encontrado tanta fe."” Jesús, Ayúdame a creer más y mejor.
-“Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente a sentarse a la mesa con Abraham..”. En cambio a los ciudadanos del Reino los echarán afuera... Profecía: Jesús ve la entrada de los paganos en la Iglesia. Rezo por todos aquellos que se quedan aún esperando, por todos los que no se saben invitados al festín de Dios, a la mesa de Dios.
-Luego dijo Jesús: "Ve, que te sea otorgado lo que has creído". La Fe. Ella introduce al Reino. Aumenta nuestra fe, Señor; y haz que todos los hombres la descubran y la vivan (Noel Quesson).
Veo, Señor, tu solidaridad con nuestros males. Es lo que dijo Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades». Quiere curarnos a todos de nuestros males. ¿Será un criado o un hijo el que sufre, o nosotros los que padecemos fiebre de alguna clase? Jesús nos quiere tomar de la mano, o decir su palabra salvadora, y devolvernos la fuerza y la salud. Nuestra oración, llena de confianza, será siempre escuchada, aunque no sepamos como. Antes de acercarnos a la comunión, en la misa, repetimos cada vez las palabras del centurión de hoy: «no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». La Eucaristía quiere curar nuestras debilidades. Ahora no nos toma de la mano, o pronuncia palabras. El mismo se hace alimento nuestro y nos comunica su vida: «el que come mi Carne permanece en mí y yo en él... el que me come vivirá de mí, como yo vivo de mi Padre» (J. Aldazábal).

2. –“En la encina de Mambré se apareció el Señor a Abraham, que estaba sentado a la puerta de su tienda. Era la hora más calurosa del día”. Una escena muy bella, muy simple y fácil de imaginar. Es así como Tú nos sorprendes, Señor, si estamos disponibles: en pleno mediodía, en el centro de nuestras jornadas, en el marco familiar de nuestras vidas. El largo caminar de Abraham está marcado por hitos, por puntos de referencia, por encuentros. Con frecuencia, como nosotros, tuvo que caminar de noche, sin verte, sin comprender. Y luego, de vez en cuando dabas una señal a Abraham, tu amigo. Hacías que sintiera tu proximidad. Ibas a él en la banalidad ordinaria de un pequeño suceso en apariencia. Un acontecimiento que era preciso descifrar y que otros no lo hubieran quizá interpretado así.
-“Vio a tres individuos de pie ante él”. Aparentemente son seres humanos, nómadas que van de paso. La acogida. La hospitalidad. El servicio prestado. El amor fraterno. La atención al otro. El don de sí. ¡Cuidado! no faltéis a la cita, es Dios que pasa. El texto bíblico dice «el Señor se apareció»: eres Tú el que se presenta a la entrada de la tienda, pero bajo la forma de tres viajeros misteriosos . El famoso icono de Rubliev no ha dudado en pintar las tres personas de la Trinidad a través de los desconocidos de este relato. ¿Tras de qué rostro te presentarás HOY, Señor? ¿Sabré encontrarte, a la entrada de mi tienda, hacia el mediodía?
-“Les sirvió agua, pan, un becerro tierno y sabroso, leche”... Hace preparar para ellos lo mejor que tiene, aquello que necesitan. Aquello que quizá esperaban, porque era mediodía. ¿Que esperan HOY de mí, los que viven conmigo?
-“La risa de Sara”. Trato de imaginarme esa risa algo trémula, esa alegría que estalla, que ilumina el rostro de ¡esa ancianita de noventa años! ¡No! es imposible; esos tres viajeros desconocidos están locos anunciando que Sara tendrá un hijo dentro de un año. Ríe porque le cuesta creer en esa promesa ridícula. Ríe también porque es feliz. ¿Es que hay algo demasiado maravilloso para el Señor? ¡Tal es la respuesta de Dios a la risa de Sara! En efecto, Dios propone siempre al hombre más de lo que éste se atreve a esperar. ¡Quieres, Señor, para nosotros, más de lo que queremos! Vas más allá de nuestros deseos. Tenemos un corazón demasiado pequeño. A través de esta «vida», concedida más allá de las leyes humanas, nos significas que quieres darnos una «vida» a la que no tenemos derecho. «Es que hay algo demasiado maravilloso para el Señor?» Quiero meditar esta palabra. Sí, lo creo, Señor. Tú quieres colmarnos. Tú quieres darnos mucho más de lo que te hemos pedido... pero frecuentemente «de otro modo». La vida terrestre, la que se desarrolla «junto a la encina de Mambre» o en otro lugar, la que ve nacer los niños en las familias... ¡es ya tan hermosa! Pero, ¡qué será la vida «maravillosa» que nos tienes destinada! (Noel Quesson).
Tres sonrisas: la de Abraham (17,17), la de Sara (18,12) y la de Ismael (21, 9), donde la traducción pone con frecuencia "juguetear", pero se trata siempre de la misma palabra. Estas son otras tantas alusiones al nombre de Isaac, forma abreviada de Yshq-EI, que significa «Que Dios sonría, que sea favorable». La sonrisa de Abraham expresa una cierta incredulidad ante la enormidad de la promesa; «la sonrisa nace del contraste», ha escrito Bergson. Sin embargo, la sonrisa de Abraham es ya una alegría ante la realidad maravillosa de la cual no puede dudar una vez que ha recibido la promesa de Yahvé. En Sara la sonrisa no es carencia de fe, no hace más que divertirse ante aquella promesa irrealizable (su sonrisa se convierte en una amplia risa de alegría ante el gozo del hijo). Isaac es la risa de Dios, figura de Jesús, "la alegría mesiánica".
3. Hoy cantamos el Magníficat de María de Nazaret, que alaba a Dios y recuerda la promesa hecha a Abrahán: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la humildad de su sierva... como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia para siempre». El Catecismo aproxima a María a la figura de Abrahán: «Abrahán es el modelo de obediencia que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma» (144). Los «testigos de la fe son Abrahán, que creyó, esperando contra toda esperanza; la Virgen María que, en la peregrinación de la fe, llegó hasta la noche de la fe» (165). «Abrahán, por su fe, se convirtió en bendición para todas las naciones de la tierra. Por su fe, María vino a ser madre de los creyentes» (2676). Seremos fecundos también nosotros, si nos unimos a ese canto de María, que sigue: «Proclama mi alma la grandeza del Señor... porque ha mirado la humillación de su esclava... Auxilia a Israel, su siervo... y su descendencia por siempre». María es profeta del servicio a los demás…
Hay una gran afinidad con las bienaventuranzas de Lucas: dichosos los pobres y los hambrientos; ¡ay de vosotros, los ricos!... Se habla tanto de categorías sociales como de actitudes del corazón, indicando cómo todo cuanto Dios realizó en el Antiguo Testamento, dispersando a los poderosos y a los prevaricadores y defendiendo a sus pobres y a sus humildes, lo seguirá haciendo en la Nueva Alianza a través de la acción regeneradora de Jesús. Se trata, por tanto, de una síntesis de la historia, que sirve de prólogo al Evangelio (Carlo M. Martini).

Llucià Pou Sabaté
Viernes de la semana 12ª (impar): de los males, Dios saca bienes, pues quedamos purificados y crecemos con las dificultades, nos ayudan a unirnos a la cruz de Cristo y recibir la salvación
«Cuando bajó del monte le seguía una gran multitud. En esto, se le acercó un leproso, se postró ante él y dijo: Señor si quieres, puedes limpiarme. Y extendiendo Jesús la mano, le tocó diciendo: Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de la lepra. Entonces le dijo Jesús: Mira, no lo digas a nadie, sino anda, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés, para que les sirva de testimonio.» (Mateo 8, 1-4)

1. Al bajar del monte, Jesús, te siguió un gran gentío. Te siguen "grandes muchedumbres", y al ver que luego no son fieles, te pido, Señor, que no se quede mi fe en sensiblería, sino en obediencia y fidelidad.
-“En esto se acercó a Jesús un leproso, y se puso a suplicarle: "Señor, si quieres, puedes limpiarme"”. Es el primer milagro concreto relatado por san Mateo, después de tu primer gran discurso, Jesús, pues no te contentas con "hermosas palabras" sino que pasas a los "actos": salvarás a muchos, como anuncio del cielo cuando todo mal será vencido. La lepra era el mal por excelencia... enfermedad contagiosa que destruía lentamente a la persona afectada, hombre o mujer, y que era considerada por los antiguos como un castigo de Dios, signo del pecado que excluye de la comunidad. (Dt 28,27-35; Lv 13,14). Y tú, Jesús, das la vuelta a todo esto dedicando el primer milagro a un leproso, alguien considerado impuro; y que todo lo que tocaba pasaba a ser impuro, no podía participar ni en el culto, ni en la vida social ordinaria; el leproso estaba afectado de un interdicto, de un tabú, que espantaba. Estaba prohibido tocarle.
-“Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: "¡Quiero, queda limpio!" Y en seguida quedó limpio de la lepra”. Me imagino lo duro que sería para mí que nadie me hablara, me mirara, se me acercara. Jesús, tú entras en el corazón de ese hombre. Curas sus heridas, las del cuerpo y del alma. Ofreces la mano tendida, el contacto como un signo de amistad, y por este humilde gesto, reintegras al pobre enfermo en la sociedad ordinaria de los hombres.
Contemplo tu gesto, Jesús: gesto de amor. Te rezo yo también, al ver mis lepras de egoísmo, de los pecados capitales: Señor, si quieres, ¡puedes limpiarme! Señor, si quieres, ¡puedes limpiar el mundo!
No quieres popularidad, Señor, mandas que no se pregone el milagro: danos una fe sencilla, una fe que no tenga necesidad de lo extraordinario. Veo también que aceptas las costumbres y las instituciones de su país y de su tiempo... muy sencillamente (Noel Quesson).
Jesús, nos «tocas» con su mano, como al leproso: nos tocas con los sacramentos, a través de la mediación eclesial. Nos incorporas a su vida por el agua del Bautismo, nos alimentas con el pan y el vino de la Eucaristía, nos perdonas a través de la mano de tus ministros extendida sobre nuestra cabeza.
Los sacramentos, como dice el Catecismo, son «fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, obras maestras de Dios en la nueva y eterna alianza» (Catecismo, 1116).
Además, Jesús, tú nos pides que hagamos lo que tú, que nos acercarnos al que sufre, para extender nuestra mano hacia él, «tocar» su dolor y darle esperanza, ayudarle a curarse. Somos buenos seguidores tuyos, Jesús, si, como tú, salimos al encuentro del que sufre y hacemos todo lo posible por ayudarle (J. Aldazábal)
2. –“Dios dijo a Abraham... Dios le dijo también... Dios siguió diciendo... Abraham contestó... De nuevo dijo Dios”... Solamente en esta página Dios toma la palabra cinco veces. Dios habla con Abraham «en lo íntimo de su vida». El objeto de su conversación es la gran preocupación de Abraham de no tener un hijo. Con frecuencia quisiera yo también que rompieras tu silencio, Señor. Tengo la impresión de que te callas. Y me gustaría oír tu voz. Si te oigo tan pocas veces, ¿no será porque no sé interrogarte sobre lo que constituye «lo íntimo de mi vida»? Mis relaciones contigo no pueden quedar en vaguedades. Como sucedió con Abraham, mi vida debería ser la materia de nuestras conversaciones, entre Tú y yo. ¿Cuál es mi preocupación, mi sufrimiento en este momento? ¿Qué responsabilidades tengo, qué proyectos? ¿Qué tengo que hacer HOY? Sobre todo esto te pido que me digas una palabra. ¿Qué piensas de todo ello? Pero, si te oigo tan pocas veces, ¿no será, sobre todo, porque «no quiero oír» lo que Tú dices? O ¿será quizá porque sólo quiero escuchar lo que me agrada? Hago oídos sordos cuando oigo Palabras que no corresponden a mis deseos. En lugar de decir sinceramente: «Hágase tu voluntad»... siento la tentación de cambiar los papeles, diciendo «hágase mi voluntad»...
-“Anda en mi presencia y sé perfecto”. Primera palabra. Esto es lo que también me pides a mí: «¡Anda!» «¡Avanza!» No seas pasivo. Levántate. Encárgate de tu vida. «En mi presencia». Estoy contigo, te ayudaré si tú empiezas la andadura. «Sé perfecto». Haz todo lo que puedas, progresa en todas tus empresas, ve más lejos, más alto, continúa, no te desanimes nunca, puedes hacerlo mejor todavía. Repítemelo, Señor.
-“Observarás mi alianza... estableceré mi alianza contigo”. Segunda palabra. Tú te adelantas, Señor, te comprometes. Te alías. Y me pides que me comprometa contigo lealmente. «Una Alianza» =un contrato, una promesa firme de la cual no puede retractarse cuando se es hombre de honor y se ha dado palabra. «Entre tú y yo»=es ya una alianza de amor, como un desposorio. Para lo mejor y para lo peor. ¡Qué misterio, Señor! Tal es tu manera de amar. Y para sellar esa alianza con un signo concreto, un signo de pertenencia, Dios pide que toda la raza judía sea marcada por la «circuncisión». Dios hará de nuevo «Alianza» en el Sinaí, con su pueblo, en la sangre del cordero pascual. Pero, sobre todo, renovará una «Alianza» en el sacrificio del Cordero Verdadero, Jesucristo. Para poder vivir como «aliados» tuyos, Señor, no podemos apoyarnos en nuestras propias fuerzas. Todo se apoya en tu gracia. En Ti, Jesús. Gracias (Noel Quesson).
La circuncisión queda establecida, con esa manifestación de Dios con un sentido algo indeterminado (término El-Saddai, nombre con que Dios se manifestó a los patriarcas según la tradición sacerdotal): «Dios de las montañas», “Dios omnipotente” o “Dios de la abundancia”. Explica Clemente de Alejandría que se le pide a Abrahán vivir en presencia de Dios y ser perfecto: “ésta es la única manera de mantenerse sin tropiezo: tener presente que Dios está siempre a nuestro lado.” La vida es tanto un camino como un movimiento. Dios nos lo exige. Caminar en presencia de Dios o dedicarle totalmente la existencia ha de constituir la suprema aspiración de los justos y perfectos, como Abrahán. El cambio de nombre, como en el caso de Jacob (Gn 32,29), en el de Pedro (Jn 1,42; Mt 16,18) y en el de Sara, en este mismo capítulo (con evolución semejante a la de Abrahán; Sara etimológicamente significa «princesa»), expresa que Dios se apropia de tales personas. El compromiso se mantendrá. La circuncisión se convierte en signo de la aceptación, por parte del hombre, del compromiso liberador de Dios, y por eso se vincula tan íntimamente a la fe de Israel, sobre todo a partir del exilio, cuando nació la tradición sacerdotal (J. Mas Anto). Abrahán es el primero en la historia bíblica al que Dios cambia el nombre, con un significado preciso, su nuevo nombre es ahora “padre de multitud de pueblos”. Abrahán, el primer hombre –después de Adán- con el Dios habla personalmente en la Biblia, es el “hombre de la alianza”, y se convierte en la profecía de la Iglesia, según San Pablo (cf Rm 4,17: Biblia de Navarra). El cambio del nombre de Sara y su papel se ve mejor en el trozo que se lee mañana.

3. Canción de las subidas. Dichosos todos los que temen a Yahveh, los que van por sus caminos”. Los peregrinos lo cantaban caminando hacia Jerusalén. Jesús "subió" a Jerusalén con motivo de las fiestas, y entonó este canto. “Del trabajo de tus manos comerás, ¡dichoso tú, que todo te irá bien!” Aparece la "felicidad en familia", de una familia modesta. El hombre "virtuoso" y "justo" tenía que ser feliz, y ser recompensado ya aquí abajo con el éxito humano. Aún no conoce la resurrección de la carne. Cualquier palabra sobre el sufrimiento tiene que tener una apertura a la esperanza, al cielo, si no está cojo. El sufrimiento no es un castigo. Es un hecho. Y el éxito humano, no es necesariamente señal de virtud. Sigue siendo verdad en el fondo, que el justo es el más feliz de los hombres, al menos espiritualmente, en el fondo de su conciencia: "¡feliz, tú que adoras al Señor!": “Tu esposa será como parra fecunda en el secreto de tu casa. Tus hijos, como brotes de olivo en torno a tu mesa”.
Así será bendito el hombre que teme a Yahveh. ¡Bendígate Yahveh desde Sión, que veas en ventura a Jerusalén todos los días de tu vida”.
Llucià Pou Sabate


jueves, 27 de junio de 2013

Jueves de la semana 12 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Edificar la vida sobre buena base es tener asentado todo en el amor de Dios, abrirnos así a su palabra y hacerla vida
«No todo el que me dice: Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor ¿pues no hemos profetizado en tu nombre, y arrojado los demonios en tu nombre, y hecho prodigios en tu nombre? Entonces yo les diré públicamente: Jamás os he conocido: apartaos de mí, los que habéis obrado la iniquidad. Por tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca. Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, llegaron las nadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, y cayó y fue tremenda su ruina. Y sucedió que, cuando terminó Jesús estos discursos, las multitudes quedaron admiradas de su doctrina, pues les enseñaba como quien tiene potestad y no como los escribas.» (Mateo 7, 21-29)
1. "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos...". Leemos hoy las últimas recomendaciones del sermón de la montaña. Si ayer se nos decía que un árbol tiene que dar buenos frutos, y si no, es mejor talarlo y echarlo al fuego, hoy se aplica la misma consigna a nuestra vida: «no todo el que me dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre». No se trata de decir palabras piadosas, sino de cumplir lo que esas palabras prometen.
A veces cambia mi estado de ánimo, Jesús, ocurre que las circunstancias cambian: aquellas prácticas de piedad que antes me llenaban, ahora no me dicen nada: o cambio de lugar y encuentro a faltar aquellos amigos y ese desarraigo influye en mi modo de sentirme; o los estudios o el trabajo me absorben más que en otras épocas: o simplemente, me canso de luchar. Y entonces, mi vida interior sufre como un descalabro, como un terremoto.
Jesús, ayúdame a reforzar los cimientos de mi vida cristiana a base de una vida de piedad más profunda, de una oración más constante, de un esfuerzo más serio por mejorar en las virtudes y en el estudio o trabajo profesional, de una mayor generosidad en el servicio a los demás (Pablo Cardona).
Te pido, Señor, que no haya divorcio entre mis palabras y mis hechos. Porque pienso que tú, Jesús, nos recuerdas que la santidad y la vida no se construye a base de palabras, sino de buenas obras: de amor, que se demuestra en hechos de generosidad, servicio, trabajo… Ayúdame, Señor, ayúdanos a todos, para no dejarnos llevar por un estado de ánimo, engaños como los que dicen: "hemos profetizado en tu nombre, hemos arrojado los demonios, hemos hecho milagros". Pero algo les falta, o es mentira o cumplieron pero por otros motivos, no por amor, pues les dices: "nunca os conocí; apartaos de mí". Quizá les pasan las dos cosas, y también que eran gente que les gusta escuchar, programar; pero que luego no hace, olvida obrar, aplicar los programas, y esta disociación es mala.
Jesús, pones también el ejemplo de la casa sobre roca. Dejarme llevar por mis fuerzas y cambios de ánimo, es como una casa construida sin cimientos. Se construye de prisa, pero está destinada a hundirse. Es el peligro de una oración ("Señor, Señor") que no se traduzca en vida y en compromiso ("la voluntad de Dios"), que no se convierte en nada práctico y operante. Lo esencial de la vida cristiana no es decir, ni tampoco confesar a Cristo de palabra, sino practicar el amor concreto a los pobres, a los oprimidos. Acuden a la mente las palabras de la escena grandiosa del juicio: "Venid, tomad posesión del reino, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui peregrino y me acogisteis" (25,34ss). Más aquí no podemos evitar una pregunta: ¿Por qué a veces la oración se cierra en sí misma, la escucha de la palabra no se traduce en vida y el encuentro con los hermanos no se abre al mundo?
Como final de todo el discurso, Jesús, propones esta imagen. ¿Sobre qué estoy edificando yo mi vida: sobre roca, sobre arena? ¿Sobre qué construyo mis amistades, o mi vida de familia, o mi apostolado: sobre engaños y falsedades? ¿Y me extrañaré de que los derrumbamientos que veo en otras personas o en otras instituciones me puedan pasar también a mi? (J. Aldazábal).
La roca eres tú, Señor, y tu palabra, y la tempestad rompe la casa frágil si no está basada mi fuerza en ti, sino en mis fuerzas. En la fuerza de Dios es donde el hombre encuentra su consistencia.
También me hablas aquí de la necesidad de un compromiso concreto, de un esfuerzo continuo para pasar de las palabras a los hechos. No existe verdadera fe sin empeño moral. La oración y la acción, la escucha y la práctica, son igualmente importantes. Como dirás en la parábola del sembrador, hay gente que recibe la semilla con entusiasmo pero luego la deja secar, no tiene constancia o se deja llevar por los vientos del momento, por el afán de tener, de poder, la comodidad...
Las cosas indispensables son tres: escucha atenta, práctica y perseverancia. La muchedumbre se llenaba de estupor ante tus palabras, Jesús, porque enseñabas "con autoridad". Tus palabras tienen verdad, comprometen, exigen plena disponibilidad (Bruno Maggioni).
2. –“Sara dio en maltratar a su sirvienta Agar -que estaba encinta- y ésta huyó de su presenciaEl ángel del Señor la encontró junto a una fuente que hay en el desierto, camino del Sur”. Dios mismo, por medio de su mensajero, trata de arreglar las cosas. «Retorna donde tu ama... Muéstrate sumisa... Estás en cinta, darás a luz a un hijo y le darás por nombre Ismael”. De este modo, también HOY Dios está presente en todas partes donde hombres divididos entre sí se dañan mutuamente, tratando de ayudarlos a soportarse los unos a los otros. Te ruego, Señor, por los árabes y por los judíos. Te ruego por todos aquellos que están en conflictos...
El ángel le dice a la desconsolada Agar: «haré tu descendencia tan numerosa, que no se podrá contar... el Señor ha escuchado tu aflicción». Dejo que esta palabra penetre en mí. Dios se compadece. Considera a todo hombre como hijo suyo. Está presente con quien sufre. Señor, que mi oración por el mundo entero llegue hasta Ti. ¡Hay tantas aflicciones todavía después de la de Agar!
-“Agar dio a luz un hijo a Abraham, y Abraham le puso por nombre Ismael”. El origen del pueblo Islam=Ismael tiene relación con la Alianza y con la Fe monoteísta de Abraham. Al hijo de la esclava le alcanza el amor de Dios: se llama Ismael, que significa «Dios escucha». Dios ama también a los que nosotros consideramos que están fuera. Recordemos lo que el Concilio Vaticano II dijo (Nostra aetate, n. 3): «la Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente... a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abrahán, a quien la fe islámica se refiere de buen grado... Si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua». Las tres grandes religiones monoteístas -cristianismo, judaísmo, Islam- tenemos un común punto de referencia en Abrahán y su fidelidad a Dios. Lástima que no nos conozcamos ni estemos reconciliados. El que Dios ame también a Ismael nos debería enseñar a tener un corazón más universal y ecuménico para con las personas que no son de nuestra raza, de nuestra edad y cultura. Por desgracia las heridas entre árabes y judíos no se han cicatrizado. Para convencerse de ello basta evocar la actual situación política del próximo Oriente. De modo que, una vez más, un texto, aparentemente «lejano» y casi «arqueológico» se revela como de flagrante actualidad: la trágica envidia de Sara y Agar continúa en pleno siglo xx. Por lo mismo, los cristianos deberían también prodigar una mejor acogida a los árabes que vienen a trabajar entre nosotros... A través de ese contexto, ¡la «humanidad» de Dios quedará patente!»
Abraham por un momento creyó que ese hijo sería el cumplimiento de la «promesa». De sufrimiento en sufrimiento ¡avanza, a pesar de todo, hacia la realización de lo que Dios le ha prometido! Sara ¡por fin!, le dará un hijo. Señor, me atrevo a pedirte que mis titubeos y mis errores sirvan a tu designio. «Dios escribe recto en líneas torcidas.» ¡Afortunadamente! (Noel Quesson).
Vemos hoy el origen del pueblo Islam=Ismael y su relación con la Alianza y con la Fe monoteísta de Abraham. El hijo de la esclava parece no tener lugar en la historia de la salvación, pero también a él le alcanza el amor de Dios: se llama Ismael, que significa «Dios escucha». El ángel le dice a la desconsolada Agar: «haré tu descendencia tan numerosa, que no se podrá contar... el Señor ha escuchado tu aflicción». Dios ama también a los que nosotros consideramos que están fuera. Recordemos lo que el Concilio Vaticano II dijo (Nostra aetate 3): «la Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente... a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abrahán, a quien la fe islámica se refiere de buen grado... Si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua». Las tres grandes religiones monoteístas -cristianismo, judaísmo, Islam- tenemos un común punto de referencia en Abrahán y su fidelidad a Dios. Lástima que no nos conozcamos ni estemos reconciliados. El que Dios ame también a Ismael nos debería enseñar a tener un corazón más universal y ecuménico para con las personas que no son de nuestra raza, de nuestra edad y cultura. Por desgracia las heridas entre árabes y judíos no se han cicatrizado. Para convencerse de ello basta evocar la actual situación política del próximo Oriente. De modo que, una vez más, un texto, aparentemente «lejano» y casi «arqueológico» se revela como de flagrante actualidad: la trágica envidia de Sara y Agar continúa en pleno siglo xx. Por lo mismo, los cristianos deberían también prodigar una mejor acogida a los árabes que vienen a trabajar entre nosotros... A través de ese contexto, ¡la «humanidad» de Dios quedará patente!»
3. “¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterno su amor!” Tienen motivo para alegrarse los que le buscan ¡cuánto más lo que le hallan!: “¿Quién dirá las proezas de Yahveh, hará oír toda su alabanza?” Las maravillas de su Providencia a favor nuestro nos hacen cantar: “¡Dichosos los que guardan el derecho, los que practican en todo tiempo la justicia!” Es la esperanza de que todo llega a su tiempo: “¡Acuérdate de mí, Yahveh, por amor de tu pueblo; con tu salvación visítame, que vea yo la dicha de tus elegidos, me alegre en la alegría de tu pueblo, con tu heredad me felicite!

Llucià Pou Sabaté

martes, 25 de junio de 2013

Miércoles de la semana 12 de tiempo ordinario (impar): por nuestros frutos se nos conoce. Pegados a Jesús, podemos conocer la voluntad de Dios, poder cumplirla, y querer cumplirla.
«Guardaos bien de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces. Por sus frutos los conoceréis: ¿acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de las zarzas? Así todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da fruto bueno es cortado y arrojado al fuego. Por tanto, por sus frutos los conoceréis.» (Mateo 7, 15-20)
1. -“Cuidado con los profetas falsos, esos que se os acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces”. Parecen predicar la buena doctrina y moral... pero son de hecho, "lobos" rapaces, incluso cuando pretenden hablar en el nombre de Dios. “El falso profeta suele predicar una doctrina más racional, más aceptable, más sentimental, tratando de evitar lo que es cruz o sacrificio, y lo que es sobrenatural. Se presenta como una religión más humana y asequible, una religión a la medida del hombre actual: más consensuada, más democrática, más «humilde»” (Pablo Cardona).
Jesús, te pido que sepa distinguir esas voces que no llevan verdad, ni amor, que es la prueba de que aquello es tuyo, pues como dice el himno, “donde hay verdad y amor, allí está Dios”: «Examina con sinceridad tu modo de seguir al Maestro. Considera si te has entregado de una manera oficial y seca, con una fe que no tiene vibración; si no hay humildad, ni sacrificio, ni obras en tus jornadas; si no hay en ti más que fachada y no estás en el detalle de cada instante..., en una palabra, si te falta Amor.
”Si es así, no puede extrañar te tu ineficacia. ¡Reacciona enseguida, de la mano de Santa María!» (J. Escrivá, Forja 930).
“Jesús, me pides que dé buen fruto, de modo que los que me rodean puedan conocer la bondad del árbol al que pertenezco, que es la Iglesia, pues «todo árbol bueno da frutos buenos.» Por ser cristiano, estoy obligado a dar buen fruto” (P. Cardona).
La gente juzga a la Iglesia por sus frutos, y de mí depende esa autenticidad del apostolado: “¿Es mi fe «una fe que no tiene vibración,» que no siente la necesidad de acercarte a los demás? ¿Es mi jornada un «ir tirando», sin sacrificio, sin oración, sin obras? ¿Hago mi trabajo lo mejor que puedo, estando en el detalle de cada instante y ofreciéndotelo por alguna intención? ¿Busco cada día ocasiones para servir a los demás con pequeños servicios que pasen desapercibidos? Si me falta Amor, si no hago las cosas por Ti y por los demás, si mi entrega es «oficial y seca,» haciendo lo mínimo indispensable, entonces también mi fruto será seco y vacío.
Jesús, nos das la clave para conocer las personas: “por sus frutos los conoceréis”. Eres realista. "Mirad y ved cómo actúan..." El verdadero valor de una persona se manifiesta por lo que hace. La persona no es lo que dice ni lo que piensa, sino en primer lugar lo que se define por sus frutos: si sus hechos son buenos, es una buena persona… en cambio, los falsos profetas saben engañar un tiempo, se presentan como la solución a todos los problemas, pero luego se ven sus frutos malos.
La docilidad al Espíritu y la humildad son los frutos por los que se reconoce al profeta auténtico. –“¿Se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos”. ¡Un "buen" fruto! La calidad de una fruta depende de la calidad del árbol. Te pido, Señor, que mi árbol sea bueno porque esté unido a ti, y que dé frutos buenos pues quiero ayudar a los demás.
-“Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos”. Se conocen las instituciones, las personas, por los frutos que dan, pues todo se relaciona y la vida no depende de un momento, sino del conjunto, así los momentos serán fructíferos también.
-“Todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego”. Esto me hace pensar en la viña que no da fruto, en la higuera seca…. Señor, quiero estar unido a ti como el sarmiento a la vid, para tener vida y dar fruto.
”La Virgen supo estar en los detalles, vivir pendiente de los demás y sacrificarse por ellos como una buena madre, sin que se note.
Por eso su fruto es el mejor fruto: «bendito es el fruto de tu vientre» (Lucas 1, 42): Tú mismo, Jesús. Madre, ayúdame a vivir mi vida cristiana con la responsabilidad que tengo de dar buen fruto, de ser santo. De esta manera, los que me rodean conocerán la belleza de la Iglesia, el buen árbol plantado por Cristo para darnos su gracia y hacernos hijos de Dios” (P. Cardona).
2. –“Me voy sin hijos...
-“Mira al cielo y cuenta las estrellas. Así será tu descendencia...” Sorprendente diálogo. El gran sufrimiento humano de Abraham es no tener hijos. Así se lo confía a Dios. Este es también un problema de vida concreta. Y Dios «promete»… ¡Una descendencia tan numerosa como las estrellas! Hoy sabemos que esa promesa se ha realizado. Millones de judíos, de árabes y de cristianos honramos a Abraham como a nuestro padre. Pero él, en aquella época sólo veía que era viejo, que su mujer era estéril y que no tenía hijos. Así pues, Señor, Tú diriges nuestra mirada hacia el futuro. Eres dueño de lo imposible. El mundo no ha terminado. El porvenir está entre tus manos divinas. Nuestra Fe, también debe dirigirnos a nosotros «hacia el porvenir». ¿Qué haré hoy para trabajar en el sentido de Dios? Aunque no pueda ver el resultado de ello. La historia avanza hacia su cumplimiento.
-“Abraham creyó en Dios y el Señor lo declaró justo”. Confiar en Dios. Los años pasan y el hijo prometido no llega. ¿Serán engañosas las promesas divinas? Abraham, sin embargo, sigue confiando. Continúa esperándolo todo de Él. Dame, Señor, esta perseverancia y esta obstinación en la fe. Me detengo en un momento de silencio para evocar lo que espero, HOY, de Dios: tal gracia, tal liberación del pecado... que dura desde tiempo. Continúo creyendo en ti, Señor. Lo que prometiste se realizará.
-“Un sombrío y profundo sopor invadió a Abraham... Espesas tinieblas...” La fe, la certeza de Dios no suprimen cualquier angustia y obscuridad. En ciertos días esa espera interminable debió de parecerle muy dura a Abraham. Así en nuestras vidas, hay también noches vacías, oscuras, momentos en los que la prueba nos pone los nervios de punta. Ello es quizá un «signo» de que el Señor pasa, como en la vida de su amigo Abraham.
-“Aquel día firmó el Señor una alianza con Abraham”. Dios actúa a menudo en nosotros cuando estamos vacíos de nosotros mismos y completamente receptivos a su acción. Cuando todo parece perdido, como en la Pasión, es cuando la salvación pascual está cerca. Esta «Alianza» entre Dios y Abraham se expresa por ritos tomados de los usos de las tribus nómadas de la época: las dos partes se comprometen, aceptando ser despedazados como animales abiertos en canal, si dejan de cumplir la palabra dada. Pero Yavéh -Dios- pasa solo entre las víctimas, en forma de un «fuego», porque solamente su fidelidad queda realmente comprometida. Es algo emocionante ver a Dios así comprometido, aceptando la forma misma de ese contrato primitivo propio de nómadas que aún se basan en la violencia. HOY todavía, Señor, quieres pactar «Alianza» con el hombre. Sé que, por tu parte, esta alianza será sólida (Noel Quesson).
3. Algunas veces en mi vida «el sol se puso y vino la oscuridad». Me miro en el espejo de Abrahán. Y de Cristo, ejemplo pleno de confianza en Dios: «a tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu». Cuando no vemos el final del túnel… El salmo nos invita a esta actitud: «que se alegren los que buscan al Señor, recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro... él se acuerda de su alianza eternamente, de la alianza sellada con Abrahán».

Llucià Pou Sabaté 

lunes, 24 de junio de 2013

Martes de la semana 12 de tiempo ordinario (impar): el don de Dios es una perla preciosa, que hemos de custodiar con nuestra lucha y confiando en Dios, también en las dificultades que encontremos en el camino de la vida
«No deis las cosas santas a los perros, ni echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas y revolviéndose os despedacen. Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos: Esta es la Ley y los Profetas. Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!» (Mateo 7, 6, 12-14)

1. Siguen, en el sermón del monte, diversas recomendaciones de Jesús. Hoy leemos tres. La primera es bastante misteriosa, probablemente tomada de un refrán popular: «no echar las perlas a los cerdos o lo santo a los perros». Puede referirse al acceso a los sacramentos sólo a los que ya están preparados, pero no deja de haber un tono de misterio, algo que sería habitual en tiempos de Jesús y que nosotros desconocemos: …”no sea que las pisoteen, y además se revuelvan y os destrocen”. Señor, veo ahí un respeto a las cosas santas... Te pido “que no me acostumbre a lo que es santo, y que trate con especial respeto todo lo sagrado: los vasos sagrados, los vestidos sagrados -los ornamentos-, y los lugares sagrados. Más aún he de tratar con especial respeto a las personas consagradas a Ti: los sacerdotes y religiosos” (Pablo Cardona). El cristianismo es una realidad sagrada, una "perla" preciosa. Jesús, ¿a qué te referías aquí? Intuyo que no podemos causar el desprecio de la fe, cuando queremos presentarla como una exigencia inhumana, o con la excusa de que hemos de decir la verdad la “imponemos” sin discernimiento, y creamos oposición...
La segunda sí que se entiende y nos interpela con claridad: «tratad a los demás como queréis que ellos os traten». Es la regla de oro, base de toda moral, presente en todas las religiones. “Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos”. En los refranes populares, se dice: ¡haz a los demás lo que desees para ti! También se puede formular como negativa: "no hagas a los demás lo que no quisieras que se te hiciese." Luego nos darás, Jesús, la medida de ese amar al prójimo: como a uno mismo. Es más, como tú nos has amado. ¿Busco siempre el modo de servir a los demás en pequeños detalles, como me gustaría que hiciesen conmigo?
Igualmente se entiende bien la tercera: «entrad por la puerta estrecha», porque conocemos bien los textos sobre los dos caminos, el exigente y el permisivo, el estrecho y el ancho, todos tendemos a elegir el fácil, que no es precisamente el que nos lleva a la salvación. Jesús nos va enseñando sus caminos. Los que tenemos que seguir si queremos ser seguidores suyos. –“Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle que llevan a la perdición. ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la vida!” Puerta angosta, camino estrecho… Señor, ayúdame a no ver, en tu evangelio, lo que me agrada, sino a ver también la exigencia a la que nos invitas, para no caer en la mediocridad de “dejarse llevar”. Pero el sendero que conduce a las cimas es escarpado y rocoso. ¿Qué debería cambiar en mi vida esta severa advertencia? ¿Dónde está la dificultad? ¿Es quizá el signo del deber? (Padre de Foucauld). Para recorrer «el camino que conduce a la Vida», he de luchar. “La santidad requiere esfuerzo, porque la puerta es «angosta y el camino estrecho», y es fácil desviarse. Por eso, hoy me puedo preguntar: ¿estoy luchando, de verdad, por ser santo?; ¿me propongo metas de mejora e intento seriamente cumplirlas?; ¿acudo con puntualidad a la dirección espiritual? para concretar los puntos en los que puedo y debo mejorar? Si no noto la exigencia de la lucha por ser santo, muy posiblemente lo que ocurre es que estoy yendo por la senda ancha que tantos y tantas eligen, pero «que conduce a la perdición»” (Pablo Cardona).
-“Son pocos los que encuentran el sendero”. Es necesario constatarlo -y contrastarlo- con Jesús. Los que aceptan vivir íntegramente el evangelio son una pequeña minoría. Los atraídos a no seguir el camino angosto son la masa. Danos, Señor, este valor y esta personalidad algo fuerte, que Tú nos sugieres con estas palabras abruptas (Noel Quesson/J. Aldazábal).
Danos también, Señor, la llave de la puerta estrecha que abre el camino angosto: la humildad de saber reconocerte en aquel que nos indica ese camino difícil, aun a costa de recibir nuestra negativa y perder nuestra consideración…concédenos, Señor, la docilidad necesaria para dejarnos guiar a través de esa puerta estrecha, cogidos de la mano de aquel que Tú has puesto en nuestro camino… Porque Tú, Señor, en las personas que nos guían y acompañan por el camino angosto que lleva a la vida eterna, a ti, te has quedado con nosotros hasta el fin de los tiempos…
«Has notado con más fuerza la urgencia, la «idea fija» de ser santo; y has acudido a la lucha cotidiana sin vacilaciones, persuadido de que has de cortar valientemente cualquier síntoma de aburguesamiento.
”Luego, mientras hablabas con el Señor en tu oración, has comprendido con mayor claridad que lucha es sinónimo de Amor; y le has pedido un Amor más grande, sin miedo al combate que te espera, porque pelearás por Él, con Él y en Él» (J. Escrivá, Surco 158). Jesús, la perla más valiosa que tengo es ser hijo de Dios, que por tu redención nos has dado. El pecado sería echar esa perla a los cerdos, por eso te pido: ayúdame a no pecar, cortando «valientemente cualquier síntoma de aburguesamiento.»
2. –“Hubo una disputa entre los pastores del ganado de Abram y los del ganado de Lot, su sobrino”... ¡Así suelen comenzar todas las guerras!, nacionales o sociales. Va a revelarse el «designio de Dios», de que «somos hermanos»... Porque Abram trata de ser fiel a Dios, porque es hombre de fe y de oración, es también fiel a sus hermanos: decidirá libremente que Lot se quede con los mejores pastos, los del valle del Jordán, abundantes en riego... Y Abram se queda con el resto: los collados más áridos de la montaña de Canaán: Dar al otro la mejor parte: Jesús repetirá ese gesto. Para Abram, «la paz» es ya un bien superior a los bienes materiales. El amor fraterno ante todo. Es ya un «evangelio» vivido, es el tema del Amor: ley esencial del Reino.
Señor, ayúdame HOY, en la situación en que me encuentro, a dar paz. ¿Soy un constructor de hermandad? Ayúdame a dejar pasar a los demás antes que yo. Que mi fe en ti sea también una exigencia de caridad. Que no pueda decirse: «adora a Dios, pero esto no le hace mejor». En tu designio, Señor, «oración y comunión fraterna» están ligadas. El progreso, de etapa en etapa, que Tú me pides, es a la vez una «búsqueda de Dios» y «una búsqueda de los hombres»: no hay más que dos mandamientos, se resuelven en uno, dirá Jesús.
-“Toda la tierra que ves te la daré”. Abram ha sido generoso, sin cálculo, para construir la paz fraterna. Este gesto de desprendimiento suscita, por así decirlo la generosidad de Dios. «Los que renunciaron a todo recibirán el céntuplo...» No se trata de ser negociantes, claro está. Pero queda fuera de duda que el que opta por Dios, no pierde. No quiero tomar esta Promesa únicamente en un sentido material e inmediato, Señor. Porque sé muy bien que hay gentes que te aman y que son desgraciadas y están en la miseria. Pero creo en tu palabra. Si no es HOY, creo sin embargo que colmarás un día a todos los que son fieles y buenos. Es necesario, Señor, es preciso que haya una justicia.
-“Abram vino a establecerse junto a la encina de Mambré, que está en Hebrón, y erigió allí un altar al Señor”. A cada etapa de su vida, ¡la oración! Su primer gesto, doquiera que llegue para plantar su tienda: construir un altar, ponerse ante Dios. Finalmente, para este hombre de fe su espera profunda no es ante todo una «tierra» ni una «posteridad», es Dios mismo. ¡Señor, sé mi saciedad cotidiana! «El pan nuestro de cada día, dánosle hoy.» Que sea tu presencia «lo que colme mi vida». ¡Erigir un altar! ¡Ofrecer mi vida! (Noel Quesson).
2. “El que anda sin tacha, y obra la justicia; que dice la verdad de corazón, y no calumnia con su lengua; que no daña a su hermano, ni hace agravio a su prójimo; con menosprecio mira al réprobo, mas honra a los que temen a Yahvé; que jura en su perjuicio y no se retracta, no presta a usura su dinero, ni acepta soborno en daño de inocente. Quien obra así jamás vacilará”. Es un examen de conciencia personal que nos anima a pedir perdón para entrar en comunión con el Señor: seguir el camino de la integridad moral, de la práctica de la justicia y, por último, de la sinceridad perfecta al hablar (ética general). Sigue eliminar la calumnia de nuestra lengua, evitar toda acción que pueda causar daño a nuestro hermano, no difamar a los que viven a nuestro lado cada día (el trato con los demás, fraternidad). En el ámbito social: considerar despreciable al impío y honrar a los que temen al Señor. Por último, ser fieles a la palabra dada, al juramento, incluso en el caso de que se sigan consecuencias negativas para nosotros; no prestar dinero con usura, delito que también en nuestros días es una infame realidad, capaz de estrangular la vida de muchas personas; y, por último, evitar cualquier tipo de corrupción en la vida pública, otro compromiso que es preciso practicar con rigor también en nuestro tiempo.  Seguir este camino de decisiones morales auténticas significa estar preparados para el encuentro con el Señor. Jesús, en el Sermón de la montaña, lleva a la plenitud esos consejos (Juan Pablo II). San Hilario de Poitiers comenta: "Quien obra de acuerdo con estos preceptos, se hospeda en la tienda, habita en el monte. Por tanto, es preciso guardar los preceptos y cumplir los mandamientos. Debemos grabar este salmo en lo más íntimo de nuestro ser, escribirlo en el corazón, anotarlo en la memoria. Debemos confrontarnos de día y de noche con el tesoro de su rica brevedad. Y así, adquirida esta riqueza en el camino hacia la eternidad y habitando en la Iglesia, podremos finalmente descansar en la gloria del cuerpo de Cristo". Podemos preguntarnos: ¿somos capaces de ceder, y dar prioridad a las necesidades de los demás o tiene que prevalecer mi gusto? ¿Sé resolver los conflictos de la vida familiar o comunitaria poniendo aceite en las junturas, buen humor?

Llucià Pou Sabaté
Lunes de la XII semana (par): no juzguemos, ni las personas ni las desgracias, sabiendo que si llevamos todo con Dios, nos servirá para obtener por la misericordia divina una vida mejor
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "No juzguéis y no os juzgarán. Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Déjame que te saque la mota del ojo", teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita: sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano"” (Mateo 7,1-5).
1. Hoy, Jesús, nos hablas de no juzgar al hermano, pues puedo medir mis cosas de una forma y de una forma distinta las de los demás: «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?». Cuando hago un examen, si apruebo soy “yo, mis méritos: he aprobado”, pero si suspendo son los demás: “me han suspendido”. Esta forma de deformar la realidad que tenemos es tan clara a veces… Un padre de familia se quejaba del gasto de agua caliente, y él era el que más la gastaba en la ducha. No tenía dinero para la familia y se quejaba que su mujer gastaba mucho en comida buena, cuando él se gastaba cada día dinero en bares, tomando vinos con sus amigos. Por eso, Jesús, tú fomentas la comprensión y la tolerancia con las personas, siendo al mismo tiempo intransigente con la doctrina.
Nos dices que no lo juzguemos: «os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros». Si juzgo con dureza, seré así juzgado; y si tengo misericordia, mi corazón estará dispuesto a la misericordia divina. San Pablo aprendió la lección, cuando nos decía: "Nada juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor, que iluminará los escondrijos de las tinieblas y declarará los propósitos de los corazones" (1 Co 4,5). Es lo que pedimos en el Padrenuestro: «perdónanos como nosotros perdonamos». Ayúdame, Señor, a no juzgar, para quedar también yo libre de juicio… «No juzguéis y no os juzgarán».
No es malo tener capacidad de observación y un sano espíritu crítico, pero una interpretación de ello que nos lleve a la "cólera" será malo, pues "todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal" (Mt 5, 22). Se dice hay que juzgar, el "juicio" ha de ser justo y sin juzgar las intenciones, pues sólo Dios las conoce totalmente. «No queramos juzgar -Cada uno ve las cosas desde su punto de vista... y con su entendimiento, bien limitado casi siempre, y oscuros o nebulosos, con tinieblas de apasionamiento, sus ojos, muchas veces.
Una cosa importante que te pido, Señor, es una escucha activa, con empatía: que no me deje llevar por mis ideas preconcebidas al oír alguien, sino que me meta en sus necesidades, para desde ahí poder ayudarle.
"Quita primero la viga de tu ojo y entonces verás claro para quitar la paja del ojo de tu hermano". Comenzar por ordenar nuestra casa nos permite ver mejor las cosas de los demás, como dicen: “el que trabaja su campo no hace mal a nadie”, en cambio el perezoso se queja de que no tiene suerte pues el campo del vecino es siempre mejor, y esparce habladurías contra él.
Nos dice la mitología que Júpiter puso sobre nuestros hombros unas alforjas con dos aberturas: en la delantera están los defectos ajenos y las virtudes propias; en la de la espalda, las virtudes de los otros y los defectos propios. Vemos primero lo de delante de la vista, que no tiene capacidad para ver la alforja de delante. Vemos primero los defectos de los demás.
Además, lo mismo que la de esos pintores modernistas, es la visión de ciertas personas tan subjetiva y tan enfermiza, que trazan unos rasgos arbitrarios, asegurándonos que son nuestro retrato, nuestra conducta...
”¡Qué poco valen los juicios de los hombres! -No juzguéis sin tamizar vuestro juicio en la oración» (J. Escrivá, Camino 451).
Veo que si tengo que juzgar por necesidad, ha de ser con ese “tamizar mi juicio en la oración”, para poder decir las cosas con tu dulzura y misericordia, Señor, pensando no tanto en mi necesidad (“¡es que si no lo digo reviento!”) sino en el modo y las palabras y afecto que lo harías tú, Jesús. Pero quisiera entenderte cuando vas más allá, y dices: "¡no juzguéis!" en lugar de "no juzguéis severamente..." o "no juzguéis injustamente..." o "no juzguéis calumniosamente..." Dices: "no juzguéis..."; y añades:  -“Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán con vosotros”.
Veo que mis juicios tienen que considerar que yo tengo necesidad del perdón y del juicio indulgente de Dios.
Veo que no soy objetivo pues calibro distinto las cosas de las demás y las mías: -“¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?
Veo que soy incapaz de ver verdaderamente en el corazón de los demás, y por eso me pides que no me meta en juzgar (Noel Quesson). Que tengo que luchar en mi alma primero: -“Hipócrita, sácate primero la viga de tu ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano”.
Veo que nos pides ver más lo "positivo" que lo negativo. Señor, concédeme lucidez para que me dé cuenta de seré bueno si sé ver las cosas buena de los demás (san Josemaría).
2. El comienzo del Génesis, que leímos en las semanas 5ª y 6ª del Tiempo Ordinario, reflexionaban religiosamente sobre el origen del cosmos y del género humano. Ahora, durante tres semanas, escuchamos la historia del pueblo predilecto de Dios, Israel, a partir de la vocación de Abrahán hasta el final del libro. La lectura de otros libros históricos del AT nos ocupará nueve semanas (de la 12ª a la 20ª). En ellos, no sólo repasaremos la historia del pueblo de Israel, del que somos herederos, sino que nos veremos reflejados nosotros mismos en nuestra actuación, dejándonos juzgar por la voz de Dios.
Hoy escuchamos el relato de la vocación de Abrahán, allá en su tierra de Ur, en el país de Caldea, un pueblo de cultura bastante avanzada, con buenas técnicas de trabajo y una buena legislación social. Pero corrompido, como todos los demás, religiosa y moralmente. Un día el Señor le dijo: Vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre... Dios habla... debió ser probablemente «en su corazón» que Abraham oyó a Dios. Señor, ¿qué me dices HOY a mí? Alguna vez me quejo de no oír tu voz. Pero ¿sé escucharte? ¿Estoy dispuesto a hacer lo que Tú quieras pedirme? Por ejemplo me quedo un rato en silencio para revisar mi jornada de HOY: las personas, los trabajos, las responsabilidades que hay en mi vida... ¿Qué me dices, sobre ello, Señor?... ¡Ah, Señor! Cuando te pregunto concretamente sobre mi vida, tus palabras afluyen a mi conciencia.
-“Partió Abraham como se lo había dicho el Señor”. La llamada de Dios a Abraham (nombre que Dios le dará más tarde en lugar de Abrán) significa el comienzo de una nueva etapa en la relación de Dios con la humanidad, conlleva le exigencia de romper con todo lo antiguo, los vínculos terrenos, familiares y locales, apoyándose exclusivamente en la promesa de Dios: una tierra desconocida, una descendencia numerosa siendo su mujer estéril, y la protección constante de parte de Dios. Esta llamada divina significa también la ruptura con el culto idolátrico practicado por la familia de Abrahám en la ciudad de Jarán (parece que era culto lunar) para seguir la llamada de Dios, su culto y viajar a Canaán. Su actitud contrasta con la desobediencia de Babel y antes de Adán y Eva: Adán se pone en camino, señalando proféticamente Aquel que se pondrá en el camino de la obediencia hasta la muerte en Cruz y por el que todos encontrarán la salvación; de todo esto hablará Pablo llamándolo Padre en la fe (Gal 3,6-9). Dejar la tierra, la parentela y la casa paterna sería dejar el hombre terreno, la parentela de nuestros vicios, y el mundo dominado por el diablo. La actitud de Abrahám, de oración, le apoya en el camino, da fuerzas a su corazón para obedecer. Y la obediencia de corazón a Dios se expresa en hechos: se pone en camino, hace un altar en silencio… solamente más tarde aparecen sus palabras dirigidas a Dios, y mientras va yendo hacia Palestina y de desplaza hacia el sur va edificando altares a Dios… Así Dios le acompaña y le promete descendencia… no dice descendientes, que también, sino que habla de Cristo (Gal 3,13-16: cf Biblia de Navarra).
-“De campamento en campamento, Abraham llegó al Negueb, desierto al sur de Palestina”. Una marcha incesante, un itinerario, un camino... en búsqueda de Dios. Nuestra vida humana ¿es también un ir adelantando en la búsqueda de Dios? Este es un buen resumen de la vida de «fe», la vida de todo creyente: - una llamada de Dios: Dios invita, tiene la iniciativa, desearía que... - una respuesta del hombre: el hombre dice «sí» o «no» a Dios. Y Jesús decía «hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo...» (Noel Quesson). Respuesta vital, con la obediencia y un estilo de conducta según la voluntad de Dios. Como hizo María de Nazaret: «hágase en mí según tu palabra».
2. “¡Feliz la nación cuyo Dios es Yahveh, el pueblo que se escogió por heredad! Yahveh mira de lo alto de los cielos, ve a todos los hijos de Adán; Los ojos de Yahveh están sobre quienes le temen, sobre los que esperan en su amor, para librar su alma de la muerte, y sostener su vida en la penuria. Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; Sea tu amor, Yahveh, sobre nosotros, como está en ti nuestra esperanza”. Señala el libro de Proverbios que "muchos proyectos hay en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (19,21). Así el salmista nos recuerda que Dios, desde el cielo, su morada trascendente, sigue todos los itinerarios de la humanidad, incluso los insensatos y absurdos, e intuye todos los secretos del corazón humano. "Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de Dios te mira", comenta san Basilio. Feliz será el pueblo que, acogiendo la revelación divina, siga sus indicaciones de vida, avanzando por sus senderos en el camino de la historia.
Llucià Pou Sabaté


sábado, 22 de junio de 2013

Domingo de la semana 12 de tiempo ordinario; ciclo C

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
«Y sucedió que, cuando estaba haciendo oración, se hallaban con él los discípulos y les preguntó: ¿Quién dicen las gentes que soy yo? Ellos respondieron: Juan el Bautista; otros que Elías, y otros que ha resucitado un profeta de los antiguos. Pero él les dijo: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro dijo: El Cristo de Dios. Pero él les amonestó y les ordenó que no dijeran esto a nadie. Y añadió: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea condenado por los ancianos, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que sea muerto y resucite al tercer día. Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; el que, en cambio, pierda su vida por mí ése la salvará.» (Lucas 9, 18-24)
1º. Jesús, estabas haciendo oración, hablando con tu Padre. ¿Qué le estarías diciendo? Seguramente le hablarías de la pregunta que ibas a hacer a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Le pedirías al Padre que tus apóstoles entendieran quién eras. Por eso, cuando Pedro te reconoce como el Cristo de Dios, le contestas: «Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mateo 16, 17-18).
Jesús, éste es un momento importante en tu vida pública: vas a nombrar a Pedro como cabeza visible de los apóstoles, como sucesor tuyo, roca firme sobre la que se apoyará para siempre la unidad de tu Iglesia.
Y como haces antes de los momentos importantes, te diriges a tu Padre, te recoges en oración. ¿Es ésta mi actitud cuando me enfrento a una circunstancia más especial? ¿Me apoyo en la oración a la hora de tomar una decisión importante o cuando algo me preocupa?
En esos momentos delicados, Tú me ayudas, me das la luz y la fortaleza que necesito, y me haces comprender el verdadero valor sobrenatural de las dificultades (Pablo Cardona). Descubres a los discípulos el programa de tu vida: "El hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día". Jesús, realizarás paso a paso, al pie de la letra, este programa, hasta el colmo de la cruz, en donde todo se habrá cumplido; más aún, lejos de apartarse de tu camino, dices claramente a tus discípulos que es preciso que cada uno tome su cruz y te siga, corriendo tu misma suerte: "El que quiera salvar su vida la perderá pero el que pierda su vida por mi causa la salvará". Vivir es elegir, optar y, consiguientemente, en todo momento un riesgo. Cuando uno no está dispuesto a poner en juego su vida es ya un hombre muerto para la libertad. No puede elegir. Su elección estará ya siempre condicionada por el temor a perder la vida. Inevitablemente, llegará un momento en que tendrá que hacer traición a sus mejores proyectos, a sus más sanas intenciones, a lo que él más desearía hacer. Su verdadera vocación quedará bloqueada por ese temor a perder la vida. Sólo el que está dispuesto a decir no, incluso cuando éste no puede costarle la vida, es realmente un hombre libre, es un hombre vivo. Así, pues, vivir es siempre estar dispuesto a dar la vida. Pero sólo dará la vida quien tiene esperanza en el más allá.
Para el creyente esta vida que se ejerce precisamente arriesgándola es una vida con esperanza, pues es una vida que se arriesga por la causa de Cristo. La causa de Cristo es la salvación del hombre porque esta es la voluntad del Padre, para esto vino Jesús al mundo, para que "tengamos vida y la tengamos abundante". Jesús no defendió su vida, es impresionante el silencio que guardó ante los tribunales y no lo es menos el que sostuvo en la cruz cuando le decían: "Si eres Hijo de Dios baja de la cruz y creeremos en ti". No era ésta la señal que Cristo quiso darnos sino muy otra.
Precisamente, quedándose en la cruz dando su vida por los hombres es como demostró que era no solamente más hombre que nadie, sino también el mismo Hijo de Dios, capaz de superar la muerte y entrar en la gloria de la Resurrección. Esta es nuestra esperanza. La vida cristiana sólo es vida cuando se entrega por los hombres, por la causa de Cristo y esto vale también para la Iglesia. También la Iglesia es para los hombres, amar a la Iglesia es transmitir la esperanza a los hombres. El Papa Francisco habla mucho de ese universalismo, de no encerrarnos en una salvación individual, pues la esperanza está precisamente en este continuo dar la vida siguiendo la suerte de Cristo (Eucaristía 1971/38).
"El Hijo del hombre tiene que padecer mucho": constituye un punto esencial en la revelación de la identidad y misión de Jesús. Las ideas de la gente al respecto son tan vagas e imperfectas que él no puede seguir callando; la afirmación de Pedro: tú eres «el Mesías de Dios», pero la verdadera misión del Mesías es ser desechado, morir, resucitar. Y para que todo esto no sea percibido como un acontecimiento incomprensible, en cierto modo mitológico, se saca enseguida la consecuencia para todo el que quiera ser su discípulo: que «cargue con su cruz cada día y se venga conmigo»; eso es seguir al Mesías. La fe exigida incluye la acción que implica: seguir a Jesús no por una especie de ganancia ventajosa, sino mediante la pérdida incondicional: «El que pierda su vida por mi causa...» (H. von Balthasar).
“¿No sabías que el Amor exige sacrificio? Lee despacio las palabras del Maestro: «quien no toma su Cruz «cotidie» cada día, no es digno de Mí». Y más adelante: «no os dejaré huérfanos...». El Señor permite esa aridez tuya, que tan dura se te hace, para que le ames más, para que confíes sólo en El, para que con la Cruz corredimas, para que le encuentres» (J. Escrivá, Surco 149). Jesús, a veces permites que experimente esa cruz de la aridezesa falta de ganas para rezar. Que me acuerde entonces de tu oración y de tu cruz, y me decida, una vez más, a hacer la voluntad de Dios, y no la mía (Pablo Cardona).
2. «Harán llanto como llanto por el hijo único». Ciertamente la primera lectura (del profeta Zacarías), por su proximidad a la cruz de Cristo, seguirá estando siempre rodeada de misterio y nunca podrá explicarse del todo. Quizá ni siquiera el propio profeta sabe quién es este «hijo único», por el que se entona un lamento tan grande como el luto de los sirios paganos por su dios Hadad-Rimón, que muere y resucita; del que se dice que los mismos que se lamentan lo han matado, «traspasado». Además este gran llanto está suscitado por «un espíritu de gracia y de clemencia» que es derramado por Dios, y con motivo de tan gran lamentación se alumbrará en la ciudad santa «un manantial contra los pecados e impurezas». ¿Tuvo realmente el profeta un presentimiento de que todo esto sucedería: el Hijo de Dios traspasado, el manantial (que en último término brota de él mismo) y el espíritu de oración que por la muerte del traspasado se derrama sobre el pueblo? Resulta casi obligado suponer que aquí aparece un oscuro barrunto de lo que se dice claramente en el evangelio: el Mesías tendrá que padecer mucho y morir, y el espíritu de oración y purificación hará posible una com-pasión interior (H. von Balthasar).
El salmo sigue los anhelos de nuestro corazón, hasta el Señor, que fundamenta nuestra esperanza: “Dios, tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne, cual tierra seca, agotada, sin agua. Como cuando en el santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria, -pues tu amor es mejor que la vida, mis labios te glorificaban-, así quiero en mi vida bendecirte, levantar mis manos en tu nombre; como de grasa y médula se empapará mi alma, y alabará mi boca con labios jubilosos. porque tú eres mi socorro, y yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene”.
3. «Hijos de Dios en Cristo Jesús». La segunda lectura cierra el abismo que parece abrirse entre el destino del Mesías traspasado y el llamamiento a seguirle que se hace en el evangelio a hombres completamente normales. Si éstos «pierden su vida por mi causa», entran en la esfera del que padece originariamente y por sustitución vicaria, se convierten en «Hijos de Dios» en él, no en el sentido de los misterios paganos de Hadad-Rimón, sino en el sentido que Pablo desvela cuando muestra cómo el creyente por el bautismo «se reviste de Cristo». Se sobrentiende que no se trata de algo externo como el vestido, que permanece fuera del cuerpo, sino de una realidad dentro de la cual el hombre se pierde (hacerse a su forma, meterse en su piel, participar de su vida y sus sentimientos). Por eso los cristianos no llevan cada uno su vestido personal, sino el vestido de Cristo, el Cristo vivo que acoge a todos en sí para que todos sean «uno» en él y puedan así participar interiormente en su destino único («cargar con su cruz cada día») (H. von Balthasar).

Llucià Pou Sabaté
Sábado de la semana 11 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Dios nos cuida con su misericordia, por encima de nuestros pecados y de todos los problemas
«Nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas. Por eso os digo: No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿Acaso no vale la vida más que el alimento y el cuerpo que el vestido? Fijaos en las aves del Cielo, que no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Quién de vosotros por mucho que cavile puede añadir un solo codo a su edad? Y acerca del vestir, ¿por qué preocuparos? Contemplad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos. Si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios la viste así, ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe! No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿ Qué vamos a comer; qué vamos a beber; con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre Celestial que de todo eso estáis necesitados. Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad.» (Mateo 6, 24-34).
1. Jesús, nos previenes hoy con las preocupaciones materiales: -“Nadie puede estar al servicio de dos amos... ¡No podéis servir a Dios y al Dinero!” Es otro modo de decir la necesidad de escoger entre los "tesoros de la tierra"... y los "tesoros del cielo"... (se dice ahí “mamón”, como dios del dinero, que esclaviza).
–“No andéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir”... Fijaos en los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros... no nos pides, Jesús, que seamos egoístas despreocupados de los demás. Al revés, que nos ocupemos de ellos. No andar “preocupados” sino “ocupados”, no tener “preocupaciones” sino “ocupaciones”, que con fe se viven con paz.
-“¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” Tomad el lado bueno de la vida, parece decirnos Jesús. Vivid. Sí, vivid. Pasáis el tiempo corriendo, ganando dinero, trabajando para vivir: ¡tomaos, de vez en cuando, el tiempo de vivir!
-“Daos cuenta de cómo crecen los lirios del campo...” De vez en cuando, ¡contemplad una flor! ¡Mirad crecer una planta! No hay que ir al Japón ni a la India para satisfacer esta necesidad fundamental del hombre: la calma, la contemplación de la naturaleza. Vivir el momento, sin ansia de lo que vendrá, que no nos deja disfrutar lo que vivimos…
-“Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo esto. Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo eso ¡se os dará por añadidura!” ¡Jerarquía de valores! Asegurar primero lo que es esencial en cada jornada... Jesús no intenta apartarnos de nuestras tareas y responsabilidades terrestres... nos recuerda lo esencial.
-“No os agobiéis por el mañana, porque "el mañana" traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos”. Hay que vivir HOY. No acumular las preocupaciones del mañana: vivir solamente las del día que pasa... ¡mañana, ya se verá! Gracias, Jesús (Noel Quesson).
“Si viviéramos más confiados en la Providencia divina, seguros -¡con fe recia!- de esta protección diaria que nunca nos falta, cuántas preocupaciones o inquietudes no ahorraríamos. Desaparecerían tantos desasosiegos que, con frase de Jesús, son propios de los paganos, ‘de los hombres mundanos’, de las personas que carecen de sentido sobrenatural” y después de considerar que somos hijos de Dios, continúa: “caminar con optimismo por esta tierra, con el alma bien desasida de esas cosas que parecen imprescindibles, ya que ‘¡bien sabe ese Padre vuestro qué necesitáis!’, y Él proveerá» (san Josemaría, Amigos de Dios 116).
Cuentan de un chino que tenía un caballo. Le dijeron “hay que ver qué suerte tienes”, y él siempre decía: “no todo es como parece...” El caballo se le escapo y los vecinos fueron a consolarle “por la desgracia”: “¿Quién dice que sea una desgracia?”, comentaba. A la semana siguiente el caballo volvió, trayendo detrás una manada preciosa de caballos. Los vecinos le felicitaron por “la suerte”... “¿quién dice que sea una fortuna?” A los dos días su hijo iba a caballo y cayendo quedó cojo. Volvieron para “consolarle”: “¿quién dice que sea una desgracia?”, les dijo también. Al cabo de poco hubo una guerra y el primogénito por estar cojo se libró de tener que ir a pelear...
Tenemos idea de lo que es bueno y lo malo, pero no tenemos la perspectiva, visión de conjunto de la historia del mundo y cada uno de nosotros. Nos parece muchas veces que la vida es una carrera de obstáculos, que hay una serie de problemas ante nosotros, cada día, y que se trata de irlos superando. En cierto modo es así, pero no podemos agobiarnos con lo que está más adelante, pues el mucho mirar los obstáculos del mañana, el obsesionarse por lo que está aún lejos, puede hacer que caigamos en el obstáculo que tenemos delante, el único que existe y en el que nos hemos de fijar, para no caer: sólo existe el “aquí y ahora”, el presente, y hemos de aprovechar la memoria del pasado como experiencia, y la previsión del futuro como deseo o esperanza. Una de las causas de inquietud que tenemos en nuestro mundo es ésta: que la vida es ir solucionando problemas, a veces agobiantes porque no está en nuestra mano el resolverlos, ir con la lengua fuera corriendo hacia una paz que nunca se alcanza... En realidad, no es ésta la finalidad de nuestra existencia, sino ver en lo de cada día una oportunidad para desarrollar nuestra vocación al amor, al encuentro con Dios. Entonces, en lugar de estar inquietos, veremos la cruz de cada día, como dice el Evangelio: “No os preocupéis…” Mirar los lirios y los pájaros quiere decir saber contemplar, tener fe en las palabras de Jesús, que es nuestro modelo, Camino, Verdad y Vida, que lo que de veras cuenta es participar en esta aventura divina que es la vida. No podemos perdernos en amarguras de pasados y miedos del futuro. La vida es un regalo de Dios continuo, y hay que vivirla en presente, disfrutarla. Pero esto es duro para quien se deja llevar por dos peligros o tentaciones, el remordimiento del pasado y el miedo por el futuro. El pasado, con sus remordimientos de "hubieras debido actuar de manera distinta a como actuaste, hubieras debido decir otra cosa de lo que dijiste": en determinados momentos de la vida, el casado piensa si debería haber hecho otra elección o haber escogido otra persona... y así en todo; es el sentimiento de culpabilidad de "hubiera debido"; pero aún peor que nuestras culpas son nuestras preocupaciones por el futuro, esos miedos que llenan nuestra vida de "¿qué pasaría si?"... "¿y si perdiera mi trabajo?, ¿y si mi padre muriera?, ¿y si faltara dinero? ¿y si la economía se hundiera? ¿y si estallara una guerra?"... Son los "si" que junto con los "hubiera debido" perturban nuestra vida, como decía Henri J. M. Nouwen: "ellos son los que nos tienen atados a un pasado inalterable y hacen que un futuro impredecible nos arrastre. Pero la vida real tiene lugar aquí y ahora. Dios es Dios del presente...": no existe ni el pasado (queda sólo en la memoria, es la experiencia de la vida) ni el futuro (que forjaremos con lo de ahora), sólo existe una realidad, la presente, y ésta es la que hemos de afrontar. El stress famoso no viene con la abundancia de trabajo, sino con el estado psicológico de agobio ante el trabajo: es decir no es causado por la materialidad de tener muchas cosas que hacer sino por la sensación subjetiva de no llegar: lo que agobian son las cosas “pendientes”. Pienso que algunas personas, más bien perfeccionistas, tienden a esta “saturación”... una búsqueda de la perfección enfermiza, que genera inquietud; un compararse con los demás, hacer siempre más... Más bien deberíamos pensar que no importa ser perfecto, que la vida no es un circo en el que hay que hacer el “¡más difícil todavía!” sino que se trata de hacer las cosas lo mejor que podamos. No competir con los demás, en la búsqueda del éxito, sino sacar lo mejor de nosotros mismos. Hacer lo mejor que podamos esto que traigo entre manos, sabiendo que “lo mejor es enemigo de lo bueno”.
2. -“Conozco a «un hombre en Cristo" que fue arrebatado hasta el tercer cielo y oyó palabras inefables”... Pablo no quiere hacer ver sus revelaciones excepcionales sino su debilidad, las acometidas de Satanás y el "aguijón en la carne": -“No dudaré en gloriarme de mis flaquezas, a fin de que el poder de Cristo habite en mí... Por todo ello acepto de corazón por Cristo las flaquezas, los insultos, los ultrajes, las persecuciones y las situaciones angustiosas. Cuando soy débil... entonces soy fuerte”.
-“Para que nadie se forme de mí una idea superior a lo que en mí ve u oye de mí... Para que no me engría, tengo un aguijón en mi carne, un enviado de Satán que me abofetea. Tres veces rogué al Señor que lo apartase de mí... Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza.»” No sabemos a qué se refiere. Pensamos que se une a la pasión de Jesús. La vida de un cristiano no estará libre de pruebas y días malos. Con frecuencia se ha juzgado a la gente por los resultados, y la santidad no está en esto sino que está en la lucha, el que juzga es Dios, no podemos saber mucho de ante qué obstáculos combatimos, pues dependen de circunstancias ambientales, genéticas, de química del cerebro, etc. y uno puede parecer un pecador porque algo le sale mal y al día siguiente deja de costarle aquello sin esfuerzo… la clave está en lo que nos indica el Señor y transmite Pablo: “te basta mi gracia”: “porque Dios libra de las tribulaciones no cuando las hace desaparecer…, sino cuando con la ayuda de Dios no nos abatimos al sufrir tribulaciones” (Orígenes).
Dios se vale también de nuestras miserias, para que resplandezca su gloria. Vamos creciendo a través de las dificultades. El mayor pecado es escandalizarnos de nuestros defectos, desesperanzarnos, descorazonarnos: no han de asustarnos las miserias, ni mucho menos las tendencias no consentidas pues el pecado está en la voluntad y no en las pasiones o sentimientos. La vida no siempre es un mar de gozo aunque sí algunas veces, y lo que siempre quiere el Señor es que tengamos paz, pues si algo nos quita la paz, aquello no es de Dios, la religión no es nunca motivo de amargura. Cuando S. Una crisis es una oportunidad, que al costarnos algo buscamos rezar y leer más sobre ese punto, hablarlo y aconsejarnos, luchar y con fe en el Señor, aquello se transforma en motivo de victoria. Recordaba S. Josemaría que si en nuestro corazón hay un auténtico abismo, profundo, de miserias, que nos puede llevar al infierno, también está allí la gracia de Dios, que nos quiere llevar al Paraíso. La victoria depende de nosotros, porque el Señor nos ayuda siempre. Experimentar esa pelea es una maravilla, una muestra del amor de Dios por nosotros, que nos quiere fuertes, porque “la virtud mejora en la dificultad”. Sabe también el Señor que, cuando nos damos cuenta de nuestra debilidad, nos acercamos más a Él, rezamos más, nos mortificamos más, amamos más al prójimo, y así nos hacemos santos. Debemos dar muchas gracias a Dios, también por esto: porque tenemos tentaciones y luchas, porque conocemos esto que hay en nuestra vida: esta pobreza nuestra, esta miseria, esta gusanera que somos. Sin embargo el Señor nos mira con amor, porque El continúa reinando en un corazón que es así de poca cosa, pero que lucha. Lo que no quiere es un corazón donde reina Satanás, porque en él habita el pecado. Así pues, cuando nos sentimos flojos, vamos más al Señor y nos hacemos más humildes, y por esto santos: y a pesar de nuestras miserias, mejor, con nuestras miserias, seremos fieles a nuestro Padre Dios, brillará el poder divino en nuestra flaqueza, como seguía diciendo S. Josemaría: “Es éste el camino del cristiano. Resulta necesario invocar sin descanso, con una fe recia y humilde: ¡Señor!, no te fíes de mí. Yo sí que me fío de Ti. Y al barruntar en nuestra alma el amor, la compasión, la ternura con que Cristo Jesús nos mira, porque El no nos abandona, comprenderemos en toda su hondura las palabras del Apóstol: ‘virtus in infirmitate perficitur’; con fe en el Señor, a pesar de nuestras miserias -mejor, con nuestras miserias-, seremos fieles a nuestro Padre Dios; brillará el poder divino, sosteniéndonos en medio de nuestra flaqueza”. Indicaba también que así, “a través de los montes las aguas pasarán”, como indica el salmo.
3. El salmo alaba al Señor y su bondad: Gustad y ved qué bueno es Yahveh, dichoso el hombre que se cobija en él. Temed a Yahveh vosotros, santos suyos, que a quienes le temen no les falta nada. Los ricos quedan pobres y hambrientos, mas los que buscan a Yahveh de ningún bien carecen. Venid, hijos, oídme, el temor de Yahveh voy a enseñaros. ¿Quién es el hombre que apetece la vida, deseoso de días para gozar de bienes?
Llucià Pou Sabaté