sábado, 20 de abril de 2013


Domingo 4º de Pascua, C. Jesús, el Cordero, pastor en nuestro interior, nos conducirá hacia fuentes de aguas vivas, y nos dice: “Yo doy la vida eterna a mis ovejas”

En aquel tiempo, dijo Jesús: - «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno»” (Juan 10,27-30).

1. “¿Me salvaré?”: es una pregunta que nace en nuestro interior, como me decía una persona que se dedicaba al voluntariado y al servicio a los demás: pues así aseguraba que se salvaría. Es de lo que nos habla hoy Jesús, de la "vida eterna". La vida que se recibe ya por la fe, por la Palabra, como rezamos hoy en la Oración Colecta: “Dios y Padre nuestro, ayúdanos a abrir siempre los oídos del corazón para escuchar tu palabra de Buen Pastor y seguirte”. Juan escribe su evangelio para que, creyendo en Jesús, tengamos vida eterna. Entiende la "vida eterna" como algo que se inicia ya en este mundo. Cuantos creen en Jesús tienen su vida eterna guardada en las mejores manos y no morirán para siempre. Porque Jesús y el Padre son uno. La fe misma es seguridad en Dios. Porque no tenemos a Dios a buen recaudo, sino que es él el que nos tiene con fuerza y el que inspira en nosotros una confianza sin límites (“Eucaristía 1992”).
Pablo VI señaló este domingo como un día para la plegaria en favor de las vocaciones al ministerio y a la vida consagrada, dentro del conjunto de la liturgia pascual. Una vez concluido el ciclo de las apariciones, se nos va presentando al Señor en algunas de sus dimensiones más teológico-espirituales, como hoy la del Pastor enviado por Dios:
-"Yo les doy la vida eterna". El evangelio del Buen Pastor contiene una promesa que supera toda medida; incluso se podría decir que supera toda previsión. A las ovejas de Jesús, a las que él conoce y que le siguen, se les asegura por tres veces su definitiva pertenencia a él y al Padre. Y esto porque ellas ya ahora han recibido por anticipado «vida eterna». Porque lo que Jesús nos da aquí abajo con su vida, su pasión, su resurrección, su Iglesia y sus sacramentos, es ya vida eterna. El que la recibe y no la rechaza, jamás puede ya «perecer», nadie puede ya «arrebatarlo de mi mano»; más aún: nadie puede arrebatarlo de la mano del Padre, del que Jesús dice que es más que él (porque es su origen), y sin embargo que él, el Hijo, es uno con este Padre más grande. Las ovejas, que están amparadas en esta unidad entre el Padre y el Hijo, poseen la vida eterna; ningún poder terreno, ni siquiera la muerte, puede hacerles nada. Sin embargo, aquí no se promete el cielo a todo el mundo, sino a aquellos que «escuchan mi voz» y «siguen» al pastor: una pequeñísima condición sine qua non para una consecuencia infinita, inmensamente grande. Conviene recordar aquí las palabras de san Pablo: «Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria» (2 Co 4,17) (Von Balthasar).
El buen pastor es una de las primeras imágenes que representan a Jesús. Sin barba, con vestiduras cortas y peinado grecoromano, lleva sobre sus espaldas unas ovejas. Así les gustaba a los cristianos de Roma, en el siglo III, definir e imaginarse a Jesús. De Cristo pastor se nos dice que ama a sus ovejas a las que ha comprado con su propia sangre (Hch 20, 28), que las guía, que las busca si se pierden, que las defiende con su vida, que ellas lo reconocen, que la autoridad que manifiesta sobre ellas está fundada en su entrega y su amor. La semejanza con el pastor da por supuesto que se está andando, buscando entre escaseces y peligros algo vital. El inhóspito desierto y los lobos amenazan de muerte a las ovejas.
Sólo Yahvé es el pastor de Israel. Y se promete al pueblo disperso que Yahvé volverá a reunir a su rebaño y le dará un pastor: su siervo David, el Mesías. Las ovejas no siguen a un extraño, conocen en su interior ese buen pastor que concede el don de la vida eterna: ven que él anuncia la salvación en una unidad con el Padre: es la respuesta a la pregunta sobre si él era el Mesías. Por tanto, es en mi interior que te reconozco, Señor, donde nadie me engaña, pues mi yo más profundo se abre a ti… Tú y Dios sois lo mismo: «yo y el Padre somos uno» y estableces ya una relación entre ti y nosotros: «yo las conozco y les doy la vida eterna... y ellas escuchan mi voz y me siguen». Te reconozco como cantamos en la Comunión: «Ha resucitado el Buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya». Y en la postcomunión: «Pastor bueno, vela con solicitud sobre nosotros y haz que el rebaño adquirido por la sangre de tu Hijo pueda gozar eternamente de las verdes praderas de tu Reino». Nos guías a verdes praderas como recuerda el famoso salmo. A veces aparece Cristo como Maestro y Guía, como Salvador y Señor. Hoy te miramos como a nuestro Pastor, que nos acompañas en nuestro camino y se nos das tú mismo como alimento y bebida, sobre todo en la Eucaristía; él es nuestro verdadero alimento, nuestro Guía. Tu Palabra es digna de que yo la escuche, que tenga fe en ti, que deje que des sentido a toda mi vida (J. Aldazábal).
En la Entrada cantamos: «La misericordia del Señor llena la tierra, la palabra del Señor hizo el Cielo. Aleluya» (Sal 32,5-6). Y quieres que seamos nosotros tus testigos: testigos, ¿de qué?: testificar a Jesús, la verdad, "el que es", que pastorea a su pueblo. Y ¿qué puede significar para nosotros hoy la figura de Cristo pastor? En él se fundamentan nuestra esperanza, nuestra serenidad y nuestra ética. En una sociedad que sólo da visiones fragmentadas de la realidad, que no sabe cómo encontrar los valores morales fijos, que ha perdido sus utopías y que todo lo convierte en instrumento (incluso al hombre mismo), la figura del Maestro nos marca la dirección. Jesús "one way", el único camino, la dirección obligada para encontrar la paz, el gozo, como pedimos en el Ofertorio: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por estos misterios pascuales, para que esta actualización repetida de nuestra redención sea para nosotros fuente de gozo incesante»,
Jesús, quiero seguirte, como pastor porque se hizo cordero, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo y por cuya sangre hemos sido purificados y reconciliados con el Padre. Viniste a servir y no a ser servido, a enseñarnos nuestra misión en la vida, crecer en el servicio, aprender a amar. Tú nos conduce por ese camino "a las fuentes de agua viva".
-"No perecerán para siempre" los que te siguen, porque, como decía Pablo, "ni la vida ni la muerte, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas, ni lo alto ni lo profundo, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos tiene y nos ha manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rom 8,38s.). En Jesús resucitado se nos ha revelado un amor más fuerte que la muerte. Los que reciben ese amor, los que se dejan abrazar por ese amor, superan con Jesús todas las dificultades de la vida y resucitan con él. Participan de su resurrección y la muerte no es para ellos ya otra cosa que el desfiladero de la vida, el paso a la verdadera vida, al Padre. -¿Somos conscientes de que el Señor vive y está con nosotros donde dos o más nos reunimos en su nombre? Reunirse en el nombre de Jesús, ¿no es también reunirse bajo su nombre y reconocerlo como nuestro Pastor? -¿Que significa ser pastor de la iglesia o ejercer un ministerio pastoral? -¿Por qué somos cristianos?, ¿por qué seguimos a Cristo? ¿Lo seguimos de verdad?, ¿sólo hasta cierto punto?, ¿hasta la cruz? (“Eucaristía 1983”).
2. La perícopa de Antioquía de Pisidia es muy importante porque el proceso de difusión del evangelio a gentes no judías se presenta ya con forma. Todos invitan a Pablo a que hable sobre el mismo tema el sábado siguiente. Pablo toma en ese momento una importante decisión: en vez de encerrarse entre los judíos, durante la semana, va con preferencia a los "temerosos de Dios", a los que conquista por su total ausencia de racismo. Ellos, a su vez, atraen a mucha gente a la reunión del sábado siguiente; ahí se juntan paganos que nunca se habían comprometido con los judíos.
Entonces se produce la crisis. La asamblea se divide en dos bandos. Los judíos más cerrados y orgullosos se asustan al verse invadidos por esos paganos "impuros", se oponen a Pablo e incluso tratan de echarlo fuera por cualquier medio. Intervienen las mujeres ricas y piadosas. Desde ese momento se constituye una comunidad cristiana separada de la de los judíos. “Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: - «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: "Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra.
¿Quién no se da cuenta que junto a la Iglesia actual todavía hay "prosélitos", o sea, hombres de buena voluntad, que esperan que se les predique un evangelio realmente abierto a todos, y para los cuales no hay cabida en nuestras asambleas? (“Eucaristía 1992”).
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron”. “El hombre no se salva automáticamente. Hay que aceptar la palabra de Dios y de la Iglesia... El pueblo de Israel no debía querer poseer la salvación para él solo, pues ésta estaba destinada para todos los hombres: desear la salvación de una manera egoísta significa autoexcluirse del cielo… también los gentiles deben aceptar personalmente la fe y vivir conforme a ella” (von Balthasar).
 “La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo”. En todo esto hay un sentido eclesial. «Admirable es el testimonio de San Fructuoso, obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de rogar por él. El santo respondió: “Yo debo orar por la Iglesia católica, extendida de Oriente a Occidente”. ¿Qué quiso decir el  santo obispo con estas palabras? Lo entendéis, sin duda, recordadlo ahora conmigo: “Yo debo orar por la Iglesia Católica; si quieres que ore por ti, no te separes de aquélla por quien pido en mi oración”» (san Agustín, Sermón 273).
Cantamos en el salmo: “Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores”: Realmente el Padre es bueno, eterno es su amor, El es fiel"... "Sois su rebaño, su pueblo". “Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño”. "Él nos ha hecho y le pertenecemos"... “No temáis, ni un pajarito cae a tierra sin que vuestro Padre lo sepa”... (Mateo 10,29). ¡Sí, escuchemos a Jesús que recita este salmo! Escuchémoslo en el fondo de nosotros mismos, allí donde el Espíritu "ora en nosotros" (Rom 8,26-31).
«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.» La alegría, de por sí, es comunicativa. "Reconoced que el Señor es Dios". Esto viene de dentro, sin ninguna presión... Libremente. Soy tuyo, Señor, porque soy oveja de tu rebaño. Hazme caer en la cuenta de que te pertenezco a ti precisamente porque soy miembro de tu pueblo en la tierra… no me salvo solo. Es verdad que tú, Señor, me amas con amor personal, cuidas de mí y diriges mis pasos uno a uno; pero también es verdad que tu manera de obrar entre nosotros es a través del pueblo que has escogido. El pastor conoce a cada oveja y cuida personalmente de ella, con atención especial a la que lo necesita más en cada momento; pero las lleva juntas, las apacienta juntas, las protege juntas en la unidad de su rebaño. Así haces tú con nosotros, Señor.
Haz que me sienta oveja de tu rebaño, Señor. Responsable, sociable, amable, hermano de mis hermanos y hermanas y miembro vivo del género humano. No me permitas pensar ni por un momento que puedo vivir por mi cuenta, que no necesito a nadie, que las vidas de los demás no tienen nada que ver con la mía... No permitas que me aísle en orgullo inútil o engañosa autosuficiencia, que me vuelva solitario, que sea un extraño en mi propia tierra...
Haz que me sienta orgulloso de mis hermanos y hermanas, que aprecie sus cualidades y disfrute con su compañía. Haz que me encuentre a gusto en el rebaño, que acepte su ayuda y sienta la fuerza que el vivir juntos trae al grupo, y a mí en él. Haz que yo contribuya a la vida de los demás y permita a los demás contribuir a la mía. Haz que disfrute saliendo con todos a los pastos comunes, jugando, trabajando, viviendo con todos. Que sea yo amante de la comunidad y que se me note en cada gesto y en cada palabra. Que funcione yo bien en el grupo, y que al verme apreciado por los demás yo también les aprecie y fragüe con ellos la unidad común.
Soy miembro del rebaño, porque tú eres el Pastor. Tú eres la raíz de nuestra unidad. Al depender de ti, buscamos refugio en ti, y así nos encontramos todos unidos bajo el signo de tu cayado. Mi lealtad a ti se traduce en lealtad a todos los miembros del rebaño. Me fío de los demás, porque me fío de ti. Amo a los demás, porque te amo a ti. Que todos los hombres y mujeres aprendamos así a vivir juntos a tu lado (Carlos G. Vallés).
3. «El Cordero será su pastor», se nos ofrece en una visión del cielo, donde se cumple la promesa que el Señor hace en el evangelio y donde todos los que lo han seguido en la tierra como «sus ovejas» aparecen como una muchedumbre inmensa de todos los pueblos delante del Cordero, su pastor, porque han sido rescatados por la sangre de su cruz y ahora son apacentados y conducidos por él «hacia fuentes de aguas vivas». La vida que se les promete no es un estancamiento, sino algo que fluye eternamente; por eso los que pertenecen al Señor «ya no pasarán hambre ni sed» (Hans Urs von Balthasar).
Llucià Pou Sabaté

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