viernes, 29 de marzo de 2013


VIA CRUCIS
“Señor mío y Dios mío, bajo la mirada amorosa de nuestra Madre, nos disponemos a acompañarte por el camino de dolor, que fue precio de nuestro rescate.
Queremos sufrir todo lo que Tú sufriste, ofrecerte nuestro pobre corazón, contrito, porque eres inocente y vas a morir por nosotros, que somos los únicos culpables.
Madre mía, Virgen dolorosa, ayúdame a revivir aquellas horas amargas que tu Hijo quiso pasar en la tierra, para que nosotros, hechos de un puñado de lodo, viviésemos al fin in libertatem gloriæ filiorum Dei, en la libertad y gloria de los hijos de Dios” (Josemaría Escrivá).

El Via Crucis, es una contemplación del camino de la Cruz... lo haremos con un romance anónimo precioso.

1. Jesús es condenado a muerte… no respondió a ninguna acusación (Mt 27,14). Te condenaron a muerte / tu silencio y mi silencio. / Las gargantas en tumulto / ante el Pretor somnoliento, / lapidaron con sus gritos / el mármol de tu silencio. / Tu mutismo era una estatua / de blancura y de misterio...
“¡Habla, Jesús, que te matan! / Arropada en tu silencio / la muerte viene volando / entre graznidos de cuervos.
¡Habla, Señor, tu palabra, / como un huracán de fuego, / salga de tu boca / y queme lo falso de los denuestos!
¿Por qué te quedas callado / si eres el Divino Verbo...?”
La boca de Dios / quedó baldía como el desierto.
Lo condenaron a muerte / su silencio y mi silencio.
Escupieron las gargantas / alaridos a mi miedo.
Al oleaje de gritos / debí levantar mi pecho / -dique de amor y diamante- / contra el torrente protervo.
Pero fui arena medrosa / que no supo defenderlo.
Debí gritarles:  / “¡Judíos, yo soy, / yo soy el perverso; / a mí la hiel, las espinas, / a mí la cruz y el flagelo!”, / pero se anudó a mi voz / la vil serpiente del miedo.
¡Pastores, por cobardía / me mataron mi Cordero: / fue más fuerte que mi amor / el ladrido de los perros...!
Lo condenaron a muerte / su silencio y mi silencio / : uno, silencio de amor; / otro, silencio de miedo.

2. Jesús se abraza con la cruz… Levántate, Amiga mía, hermosa mía, y ven (Cant. 2,13).
Acércate, Bienamada, / la de los brazos abiertos.
A ti corro enamorado / con un ciclón de deseos.
Tengo sed de tu regazo  / para morir en silencio.
Amada, la presentida / desde los montes eternos, / la elegida por el Padre  / para el Varón Unigénito, / eres morena de sol  / y tienes olor a cedro;

yo pondré sobre tus hombros / el lino en flor de mi cuerpo / y un rojo manto prendido / con cinco rosas de fuego:
¡divino traje de bodas / en el abrazo supremo!
Ven a mis brazos, Amada, / la de los brazos abiertos.
Bajo la noche del odio / iremos por el sendero/ relampagueante de gritos / y enraizado de tropiezos:  / ¡que el amor siempre camina / por sendas de sufrimiento!
Cuando estemos en la cumbre/ unidos los dos y quietos,/ en holocausto humeante, / transverberados de fuego, / una nueva epifanía / alumbrará tierra y cielo.
Serás llamada Señora / y Madre de muchos pueblos.
Vendrán a ti con sus dones / los reyes del mundo entero.
Con tus brazos extendidos / serás rosa de los vientos / que conduzca caminantes / a mi Corazón abierto.
Los que a Mí quieran venir / tendrán que amarte primero...
Salgamos ya, Bienamada, / la de los brazos abiertos.

3. Bajo el peso de la cruz Jesús cae y da con su boca en tierra… Béseme con el beso de su boca (Cant. 1,1).
¡Decidme quién me besó / con unos labios de fuego...!
Muchas veces he sentido  el ósculo del invierno.

Sus labios -copos de nieve-   (al caer blancos y lentos / me visten con la pureza / de los glaciares eternos:
son un bautismo de gracia / que me renueva por dentro.

Al llegar la primavera / florida por los oteros, / la fecundidad despierta / en mis ateridos senos.
Con sus rojas amapolas / ¡cómo me cubre de besos / y cascabeles de espigas / y música de jilgueros!
Pero nunca conocí / un beso como este beso: / ¡si me ha dejado más blanca / que los altos ventisqueros/ y me ha vuelto más fecunda / que los jardines del cielo!
Decidme quién me besó / con unos labios de fuego. / ¡Qué dulce, cuando el estío / con sus labios de aguacero / deja el cauce de mis trenzas / constelado con sus besos, / y mis arenas febriles / ungidas de refrigerio!
¡Qué triste el beso de otoño, / cuando, al impulso del viento, / besa con sus hojas secas / la planta de mis senderos / y me deja en la garganta / sabor a muerte y a duelo!
Pero nunca conocí un beso / como este beso: / tan lleno de suavidades, / de tristeza y de misterio...
Eternos labios heridos, / divinos labios de fuego / que, quemando, purifican / y sirven de refrigerio;
labios de Cristo, / caído en el camino tremendo, / ¿a la Tierra, vuestra esclava, / así la tratáis, a besos...?
¡OH labios, yo no soy digna, / pero... besadme de nuevo!

4. Jesús se encuentra con su madre… ¿A dónde se te fue el amado, oh tú, la más hermosa de las mujeres? (Cant 5,17).
Cristo, Niño mío, / ¿para dónde vas?
María, Mar de lágrimas, / ¿quién te lo dirá?
Piececitos como lirios / que en mi regazo crecieron, / ¿por qué lleváis a mi Niño / por tan ingratos senderos: / alfombras: charcos de sangre, / sandalias: llagas de fuego? / Manecitas de jazmines / que en diciembre florecieron,
¿por qué os alejáis crispadas / sobre ese oscuro madero / y ni podéis despediros de mí, / perfumando al viento?
Cristo, Niño mío, / ¿para dónde vas? / María, Mar de lágrimas, / ¿quién te lo dirá?
¡Oh cabeza de mi Niño / que durmió sobre mi pecho, / negras espinas te ciñen, / ya no dulcísimos besos;
dolor y llanto te arrullan, / ya no cantares maternos! / ¡Oh puñadito de mirra / que perfumaste mi seno!
¿Por qué vas con esos hombres / y a mí me dejas gimiendo?
Yo, por Tí, diera mi vida, ellos... / ¡dan treinta dineros!
Cristo, Niño mío; / ¿para dónde vas? / Pobre María, Mar de lágrimas, / no te canses de llorar.

5. El cirineo ayuda a jesús a llevar la cruz… Mi Amado para mí, y yo para Él (Cant 2,16).
Yo seré tu cirineo, / Tú, Jesús, serás el mío, / Eres
de mi mismo barro, / Dios sudoroso y herido, / te faltan muchas caídas / para llegar al patíbulo.
Tu vida puede quebrarse / a la mitad del camino, / y si mueres a deshora / nos dejas sin crucifijo, / sin testamento, sin Madre, / sin el Refugio Divino de tu Corazón, / abierto por la lanza de Longinos...
Tienes que llegar al ara muerto de dolor.., / y vivo; si te abruma mucho / el peso de tu amor y mis delitos, / yo seré tu cirineo...
¡Vayamos al Sacrificio! / Y después, cuando en la vida / se cambien nuestros destinos, / cuando Tú, resucitado todo balsámico/ y limpio me esperes en los trigales viviente / pero escondido, y yo cruce ante tus ojos / hecho temblor y martirio, / llevando mi cruz a cuestas, / de dolor desmorecido, / Tú serás el cirineo / que me lleve al Sacrificio.
Eres, como yo, de barro; / hazme, como Tú, de trigo; / exprímeme sobre el monte / como maduro racimo; / y los dos, compenetrados, / hechos de harina y de vino, / en la cumbre amanecida / seremos un Sacrificio.

6. La verónica enjuga el rostro de Jesús. Como una marca de fuego sobre el corazón (Cant 8,6).
Así quiero que me pintes  / sobre mi pecho tu rostro. / En el pesebre, de niño, / eras estrellita de oro; / de joven, entre los lirios, / el más fragante de todos;
bajo los soles maduros / pareciste el más hermoso; / mas hoy, cuando todos dicen / que no tienes ni decoro, / es cuando me gustas más: / eres ¡el Divino Rostro!
Así quiero que te pintes / en mis entrañas muy hondo, / con pinceladas de sangre, / de salivas y de polvo; / morado de bofetadas, / palidecido de oprobios.
Me enamoras como nunca / porque en tu cara conozco / todo el amor que me tienes / encendido y doloroso.
Mi corazón es el lienzo / para que pintes tu rostro. / En Ti quiero retratarme / como un espejo en el otro.
¡Que no me falten espinas / ni lágrimas en los ojos, / ni sudor, ni bofetadas, / ni manchas de sangre y lodo!
Con tal que a Tí me parezca, / sufrir me parece poco.

7. Jesús cae por segunda vez. Hasta los perrillos comen las migajas que caen de la mesa (Mt 15,27). ¿Quién tiró el Pan de los hijos para dárselo a los perros?
Viviente Copo de harina / caído sobre el sendero, / Pedazo de pan cocido / en hornos de sufrimiento,
Migajita resbalada / desde el regazo paterno, / ¿para caer en el polvo / descendiste de los cielos?
Escándalo de los hijos, / Ludibrio de todo el pueblo, / ¿así quieres que te coman / los ricos, los opulentos?
Eres tan poquita cosa, / estás tan sucio y tan feo / que ni el hijo más humilde / ni el mendigo más hambriento / se dignarían inclinarse / por recogerte del suelo.
¿Quién tiró el Pan de los hijos / para dárselo a los perros?
Yo bendigo tu caída / que me infunde atrevimiento.
Con lágrimas y temblores / de ternura a Tí me acerco.
Yo soy el pobre perrillo / punzado de hambre y de miedo.
Si no te hubieras caído, / como lluvia, en mi desierto, / lleno de angustia y miseria / yo moriría sin remedio.
¡Estabas, oh Dios, tan alto / y yo tan vil y pequeño! / Bajo tu disfraz de polvo escondido, / te presiento tan lleno de resplandores / como en la gloria del cielo.
Si los hombres no te quieren, / ven, y descansa en mi pecho.
Migaja de pan, / caído para el hambre de los perros: / ¡el amor que me tuviste / te puso en tales extremos!

8. Jesús consuela a las piadosas mujeres. No lloréis por mí, llorad sobre vosotras (Lc 23,28).
No quiero llorar por Ti: / quiero llorar mis pecados.
Las almas vienen siguiendo / la púrpura de tus pasos; / todas quieren consolarte / ¡y todos vienen llorando!,
yo, Señor, aunque te miro / todo del Amor llagado, / no quiero llorar por Ti, / oh divino Enamorado.
Yo sé que por fuera sufres, / más, por dentro, estás gozando, / porque el Amor, cuando hiere, / es como aroma de bálsamo / que mientras más nos traspasa / es más suave y delicado.
Las heridas de amor saben / a miel y huelen a nardo.
¿Por qué entonces, sin quererlo, / van mis lágrimas brotando?
¡Señor, no lloro por Ti: / que lloro por mis pecados!
No lloro de verte herido, / lloro de haberte olvidado.
Déjame llorar, Señor, / para siempre, sin descanso.
Déjame llorar, Señor, / -lluvia de pétalos blancos- / de mis ojos doloridos / caigan las gotas de llanto, / y laven con su blancura / lo negro de mis pecados.
Tu amor y yo, frente a frente, / a solas, los dos estamos; / y mis dos ojos te dicen / lo que no puede mi labio.
Mira quebrado a tus pies / mi corazón de alabastro, / ¡tan duro para quererte,  / para olvidarte, tan blando! / mira cómo, de la herida mana / el olor de mis nardos...
Tu amor y yo, frente a frente, / a solas, los dos estamos.
Los dos, con el alma rota; / los dos, transidos de bálsamo.
¡Y tus dos ojos me dicen: / “Mucho se te ha perdonado”!

9. Jesús cae por tercera vez. Levántate y anda (Mt 9,5).
Triplicaste tu caída / entre sollozos y lágrimas.
La magnolia de tu veste yace en tierra, / deshojada y el caudal de tus cabellos / hontanar de limpias aguas / sobre las piedras desnudas / dormido se desparrama...
¡Qué desfallecer del cuerpo, / qué desaliento en el alma! / ¡Cuánta sed de abandonarse / y no proseguir la marcha, / suspender eternamente / el ritmo de las pisadas!
¿Por qué un grito se me sube / tembloroso a la garganta / un grito para gritarte: / “Jesús, levántate y anda”?
Porque otras muchas caídas / tus tres caídas retratan: / el azoro de los niños / caídos de madrugada;
el derrumbe de los jóvenes / desde las cumbres nevadas; / las caídas de los viejos / tan negras y tan amargas...
Porque mil negras pupilas / ansiosas en Ti se clavan / por ver si quedas caído / o mirar sí te levantas / por eso mi voz te grita: / “Jesús, levántate y anda.
Levántate aunque el cansancio / se desploma en tus entrañas / Levántate, aunque el suplicio / con vivas lumbres te aguarda. / Levántate, que la meta / se mira ya muy cercana”.
Enséñales a los hombres / esa ciencia necesaria / de resurgir varoniles / cuando en el camino caigan.
Si Tú te quedas caído / derrumbas nuestra esperanza.
Somos flores de los campos / que hasta un soplo desarraiga, / y ¡es tan fácil que en la vida / se quede caída el alma, / cuando ha sentido el abrazo / cenagoso de las charcas / que ofrecen lotos de oro / y víboras anidadas!
¡Y es tan duro levantarse / para proseguir la marcha / cuando en las venas hay frío / y anochece en las entrañas...!
Jesús, por los pecadores / mi voz te grita angustiada, / por nosotros pecadores, / Jesús, ¡levántate y anda!

10. Jesús es desnudado y abrevado con hiel y vinagre. Revestíos de Cristo (Rom 18,14)
Así, desnudo, Dios mío, / ¡qué pena me da mirarte, / escultura de vergüenza / cincelado en nieve y sangre!
Tienes todo el desamparo / de nuestros Primeros Padres, / al esconderse llorosos / y desnudos tras los árboles / con el sabor del pecado / amargándoles las fauces.
También hay entre tus labios / sabor a hiel y vinagre: / amargura de pecados que, / sin beberla, probaste.
Las saetas de los ojos / y de las risas procaces / sobre tu cuerpo desnudo / volando van a clavarse.
¡Oh si pudieras correr, / como un niño, hasta tu Madre, / y esconderte entre sus brazos, / y en su regazo anidarte!
¿En dónde estarán ahora / aquellos limpios pañales / de la luminosa noche; / dónde los lirios del valle / que tejen túnicas blancas / sin ruecas y sin telares;
dónde están los corderitos / vestidos de lana suave / que te ven a Tí desnudo / y no corren a abrigarte?
Pero, bien visto, / ¿qué importa Si los soldados / reparten entre sí tus vestiduras / llenas de sudor y sangre?
Tienes oh Dios, / una túnica que nadie podrá arrancarte: / la túnica de tu cuerpo / que te tejiera tu Madre / en el telar de su seno / con el lino de su carne.
¡De esa veste, / ni la muerte podrá jamás despojarte!
Mira, Señor, / a mi alma también desnuda y sangrante: / se jugaron a los dados / entre el Demonio y la Carne / mi túnica de la gracia / en frenético aquelarre,
mientras el Mundo miraba / mi angustia sin inmutarse... / ¡No me dejaron ni el manto / para cubrir mis maldades!
y, ante los ojos del mundo, / tan crueles y tan cobardes, / ser pecador descubierto / es ser dos veces culpable.
¡Cómo duelen las miradas / que en mí vienen a clavarse! / ¡Qué amargas son estas culpas / de ceniza y de vinagre!
¿Y cómo entraré desnudo / a tus festines nupciales?
Si viene el Rey y me mira / me arrojarán a la calle...
Cuando tú subas glorioso, / por los caminos del aire, / revísteme con tu veste de fuego santificante; / revísteme con la túnica inconsútil de tu sangre.
Y así, vestido de Cristo, / ceñido de claridades, / mientras los ángeles cantan / el cantar de los cantares, / iré a hundirme en el regazo / oceánico de tu Padre.

11. Jesús es clavado en la cruz. Y golpearás la Roca, y brotará de Ella el agua para que beba el pueblo (Ex 17,6).
Eres la Roca de la luz / con entrañas de agua nueva; / nosotros somos el barro / amasado con tinieblas.
Hay en tus claros abismos / veneros de vida eterna; / nosotros tenemos sed / en nuestras áridas venas.
Nuestra sed es infinita, / nuestra sequedad, tremenda; / el ardor de los desiertos / en nuestras almas llamea.
Espejismos de locura, / en la mente reverberan / y sube un grito de fuego / desde las entrañas secas.
En los íntimos jardines / se requemó la azucena, / y la rosa enamorada, / de sed, ha quedado muerta.
El oro dulce del trigo / vuela al aire hecho pavesas / y las viñas bajo un cielo / de lumbre crujen sedientas...
Así, sin vino, sin rosas, / sin pan y sin azucenas, / y con este fuego oscuro / que se arrastra por las venas,
¿qué vida puede vivirse? / ¿Qué muerte será más negra?...
Eres la Roca que guarda / torrentes de vida eterna; / nosotros somos la sed / coagulada de la tierra.
Será preciso que el hombre, / en un rato de demencia taladre / sin compasión la noble Roca serena...
¡Si no podemos vivir, / sí están nuestras almas secas... / Extiende tus pies y manos en cruz / sobre la madera y deja / que nuestros golpes / penetren en tus arterias.
¡Ya sale huyendo tu sangre / a los cauces de la tierra, / en divina transfusión / de tus venas a sus venas!
¡Ya se apagan nuestros fuegos / en estas aguas eternas, / ya vuelve a lanzar la vida / su canción en las arterias!
Cuando en tus miembros exangües / caiga la noche suprema, / un amanecer de lirios / alumbrará las praderas.
Y nacerás repetido en las castas azucenas, / y estarás en cada rosa, / cuando las rosas florezcan, / y cuando el dulce racimo / su jugo en el cáliz vierta,
allí beberán los hombres / sorbos de tu sangre nueva; / y cuando el trigo maduro / se triture entre las piedras,
en cada pan hallaremos / el sabor de tu presencia.
/ Porque tu sangre ha corrido / por nuestros cauces de tierra; / se eterniza entre los hombres / tu invisible permanencia: / ¡nosotros en Tí vivimos, / Tú vives en nuestras venas!

12. Jesús muere en la cruz. Me levantaré e iré a mi Padre (Lc 15,18).
Vuelve ya a tu casa, / Pródigo el de las manos vacías.
¿A dónde vino a parar / toda tu gloria: divina, / oh mi Dios, encarcelado / en una cárcel de arcilla?
Tú que colmas los abismos / con tu presencia infinita / cabes entre cuatro clavos / y una corona de espinas.
Dejaste el seno del Padre / por el seno de María; / del cielo huiste trayendo / toda tu herencia divina:
la diste a los pecadores / y a las mujeres perdidas.
El mosto de las granadas, / coronó tus sienes limpias / con su locura de fuego / bajo la huerta sombría
y así saliste, embriagado, / por la clara mañanita, / a derrochar tus tesoros / con amor y sin medida. / Tus manos fueron sembrando / su lluvia de rosas finas / en el surco azul del aire / sobre las tierras baldías...
Ya estás ahí, manirroto, / en cruz sobre la colina; / ¿qué te queda ya por dar de / tus riquezas divinas?
Por tener las manos rotas / se te quedaron vacías.
Junto a tu Padre, / en la luz inaccesible vivías; / hoy estás entre tinieblas / como una estrella caída.
En tu palacio, / un enjambre de arcángeles te servía; / hoy estás entre mujeres / que lloran y hombres que gritan.
Antes eras el Ungido / con bálsamo de alegría; / hoy navegas en un mar / de tristeza sin orillas.
Dijiste que entre los hombres / vivir era una delicia; / y no hay dolor comparable / a tu tremenda agonía...
¡Pródigo de manos rotas... / y eres la Sabiduría!
Oh Cisne de Dios / que cantas a la muerte presentida: / ya van tus siete palabras / cantando en la lejanía...
¿qué esperas para que salga, / de tu corazón, la vida? / ¡Vuelve ya a tu casa, / Pródigo el de las manos heridas!
En su palacio tu Padre, / el Gran Anciano de días, / escrutando los senderos / con sus eternas pupilas,
espera ya tu retorno / por las sendas florecidas.
Las lámparas del Paráclito / orladas de siempre vivas / para iluminar tus pasos / también están encendidas....
Pero, ya sé lo que esperas / para que vuelva tu vida,/ por el túnel de la muerte, / a las mansiones divinas:
buscas a quien regalar / tus clavos y tus heridas; / y buscas otra cabeza / para poner tus espinas.
¡Dámelas a mí, Señor, / ansiosos, por recibirlas, / esperan mis pies, / mis manos y mis sienes doloridas! / ante tu suprema dádiva / está mi fe de rodillas.
Yo subiré sobre el monte / al quedar tu cruz vacía, / y dormiré mis ensueños / sobre tu lecho de mirra.
Ahí dejaré que irrumpan / mis cataratas dormidas, / por completar en mi cuerpo / tu pasión interrumpida.
Pero ya vuelve, Dios mío, / a las mansiones divinas. / Vuelve a encender / en los labios de tu Padre, la sonrisa.
Ve a desatar las hogueras, / del Paráclito, cautivas. / Ve a devolver a los cielos / su inextinguible alegría: / ¡si todo está consumado, / si ya tienes otra víctima!

13. Jesús es desclavado de la cruz y puesto en los brazos de su madre. María guardaba todo esto en su corazón (Lc 2,19)
Mi Jesús, tiene sueño, / por el camino se me durmió  / tres veces el pobrecillo.
Hijito, duerme, duerme, / que en esta noche, / no habrá quien te despierte.
De mañanita, llorando, / por los caminos del cielo, / salió mi niño a buscar / su rebaño de corderos.
Todos andaban perdidos / entre los barrancos negros.... / En un bosque de alaridos / y brazos en alto tensos, / entró mi Niño temblando / de soledad y de miedo...
Las flores eran de sangre, / las ramas eran flagelos, / las maldiciones volaban, / como pájaros, al viento.
¡Era tan largo el camino, / estaba el aire tan negro, / que mi Niño se cayó / tres veces en el sendero;
y cuando a los ojos de agua / se acercó a beber sediento / le dieron a beber mirra / aquellos crueles veneros!
Por fin se subió mi Niño / sobre las ramas de un cedro / por ver si de las alturas / divisaba sus corderos.
Su séptuple canto / triste rodó por el universo.
Como un gorrioncito herido / -todo púrpura su pecho- / quedó dormido mi Niño/ sobre las ramas del cedro;
las nubes le acariciaban / con devoción los cabellos.. / Dormidito lo encontraron / en el camino del cielo, / y dormidito, a mis brazos, / de noche, me lo trajeron.
Tiene en sus pies dos claveles, / y en sus manos dos luceros / y en su Corazón un sol / tres veces santo y abierto.
Hijito, que entre mis brazos / yaces cansado y deshecho, / duérmete sin ansiedades / por tus perdidos corderos.
En esta noche de luna / los has juntado en el cielo; / por la inmensidad azul
vagan cándidos, / paciendo entre rosas inmortales / y remansos de luceros.
Innumerables y puros, / como los copos de invierno, / de todos los horizontes / ascienden al firmamento.
Cuando la luz te despierte / ya sin dolor y sin sueño, / ¡oh cómo habrás de alegrarte / por tus hallados corderos!
Hijito, que entre mis brazos yaces / desnudo y deshecho, / sigue durmiendo en la cuna / de mi amor y de mis besos....
Estos besos son los últimos / pero mi amor es eterno.
Sigue durmiendo en mis brazos, / aunque sabes que tu sueño / es espada de dos filos / que me traspasa por dentro...
Duerme que, para velarte, / está mi dolor despierto. / Mi Jesús tiene sueño, / por el camino se me durmió / tres veces el pobrecillo.
Hijito duerme, duerme, / que en la alborada vendrá / la luz divina que te despierte.

14. El cuerpo de Jesús es depositado en el sepulcro. De ida, llorando caminaban, arrojando la semilla (Sal 125,6).
Niña que llevas al pecho / siete puñales clavados,  / Madre que vas a sembrar / a Dios bajo los granados: / ya vienen los sembradores, / con la semilla, llorando;
ya traen el cuerpo de Cristo / blanco sobre el lino blanco.
¡Señora, yo no quisiera  / ni mirarte, ni mirarlo!
Tú me lo entregaste niño / como manojo de nardos; / yo te lo devuelvo muerto / como racimo pisado.
Trae mucha noche en las venas / y mucha nieve en los labios.
Se le congeló la vida / en el Corazón quebrado...
¡Señora, yo no quisiera/ ni mirarte, ni mirarlo!
Ven y deshoja / la última flor de tu beso / en sus labios / y deja que lo sembremos / en este surco de llanto.
Quién sabe si ya mañana / cosechemos el milagro / de que retoñen / los dulces latidos / en su costado!
¿Si es un augurio de espigas / la muerte de cada grano, / si está la resurrección / bajo la tumba esperando, / por qué sembrar a los muertos / resultará tan amargo?
¡Qué diluvio de silencio / se vació sobre los campos.... / La soledad, con sus aguas, / cubrió los montes más altos!
Niña que llevas al pecho / siete puñales clavados: / bajo el sepulcro, / dejaste tu corazón, olvidado...
¿Por qué florece el silencio / con un inaudito cántico?
¿Y quién se pone a cantar / cuando los hombres lloramos?
¡Señora, los muertos cantan, / los muertos están cantando! / Entre las sombras agitan / el címbalo de sus manos: / que también para los muertos / llegó el Domingo de Ramos.
Ya va el Señor descendiendo / por caminos subterráneos: / de todos los cementerios / sube un clamor a su paso / mientras se impregna de vida la tierra, con su contacto.
Un soplo de primavera / sacude los huesos áridos / y retrocede la Muerte / entre las tumbas aullando.
¿En dónde está tu victoria, / oh Muerte de dedos pálidos? / Ya van bajo los cipreses / las siemprevivas brotando...
Madrecita que sembraste / a Dios bajo los granados: / sobre el surco de tus lágrimas / han florecido los cánticos; / mañana, cuando el lucero del alba / bese tus párpados, / la tierra dará su fruto inmortal y perfumado...
Entonces, cierra tus ojos; / entonces, abre tus labios / para que bebas el vino / del Hijo resucitado.