viernes, 22 de marzo de 2013


Cuaresma 5, viernes: Jesús, hijo de Dios, es el inocente que por el sufrimiento nos abre las puertas para entrar a la familia de Dios

 

En aquel tiempo, los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?». Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura— Aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre». Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde Él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad». Y muchos allí creyeron en Él” (Juan 10,31-42).

1. Como nos dice Javier Echevarría en el libro “Getsemaní”, hemos de mirar a Cristo para aprender de Él a tratar al Padre, meternos entre los apóstoles en esas escenas: “Los llevó con Él, para que participaran en su oración...  Durante los tres años de caminar con Él por Tierra Santa, sería constante la invitación del Maestro a los discípulos para que rezaran. Ahora les pidió que se sumasen a su recogimiento, a su preparación para el Sacrificio redentor de la humanidad. Les remachaba así que la vida del cristiano, a todas horas y especialmente en las circunstancias más extraordinarias, debe discurrir por el cauce de una oración con Él y como la de Él”, y “orar con Cristo lleva necesariamente a asumir como propia la Voluntad del Padre... los planes divinos”. Meternos en Jesús significa que le “dejaremos habitar en la inteligencia y en el corazón, confiriendo a nuestras potencias la hondura del diálogo del Hijo de Dios con su Padre”.
“Contemplar” así es desligarnos de nuestra miseria y volar alto, en esas alturas del amor de Dios. La oración es necesaria para no caer en la tentación, para no abandonar a Jesús en las horas duras: “abandonándole huyeron todos” (Mc 14, 50), en una desbandada que dura siglos... Hoy Jesús sigue teniendo pocos amigos: para no fallarle, para que Jesús no se quede más solo, para acompañarle... hay que estar con Él cada día, incorporar a nuestro plan de vida estar unos minutos con quien sabemos nos quiere tanto: la lectura del Evangelio, la oración para meter la cabeza y el corazón en cada una de las escenas de la Pasión del Señor, si puede ser meditación, que lleve a la contemplación que es cerrar los ojos y representar a Cristo en el momento a considerar según lo que nos presenta la liturgia cada uno de estos días: hecho un guiñapo en la flagelación, caído en el suelo por el camino de la Vía dolorosa, con la cruz a plomo... “Contemplar” ha de ser dejarse mirar por Él, y mirarle nosotros con petición de perdón... esta actitud ha hecho muchos santos y es el mejor sistema para crecer en amor a Cristo, a través de su Humanidad Santísima. Va muy bien beber en la sabiduría de las imágenes del crucificado, como el pequeño crucifijo que podemos llevar encima, y al que acudir a escondernos en sus heridas; o admirar el padecimiento de Jesús cuando vamos a dejar un trabajo por cansancio, cuando somos perezosos; ver su humillación cuando nos sentimos vanidosos; ver su generosidad cuando nos vence el egoísmo,  ver su entrega cuando luchamos poco.
Nos acercamos a Jesús con los protagonistas de la Pasión, por ejemplo Verónica, esa mujer atrevida, que se abre paso para dar la cara por Jesús; limpia su rostro y queda grabada su faz en el velo, como queda impresa la imagen de Cristo en nuestra alma. Por eso, de ahí nacen deseos de no empañar esa imagen con cosas malas, queremos limpiar el rostro de Jesús... Son los actos de amor y de desagravio, jaculatorias y petición de perdón ante nuestros retrasos e indelicadezas, desganas y falta de sensibilidad. Son también nuestras contrariedades, enfermedades, unidas a la cruz de Jesús; y las correcciones que nos hacen, agradecer esa ayuda. Y siempre con María, ir de su mano, a donde Ella nos lleve.
 “Jesús se paseaba en el Templo... De nuevo los judíos trajeron piedras para apedrearle”. Así nos muestras, Jesús, que tu pasión comenzó mucho antes del viernes. Las últimas semanas de tu vida terrena las viviste rodeado de enemigos despiadados. Sabes lo que es el sufrimiento moral: el miedo, la aprehensión, el ansia, la inseguridad... ser incomprendido, mal juzgado... vivir en medio de gentes que deforman nuestras intenciones profundas... no llegar a hacerse comprender. Todo esto que es lote doloroso de tantos seres humanos, lo has experimentado, Señor Jesús. ¿Cuáles eran entonces tus reacciones interiores? Ayúdame, Señor, a contemplar lo que pasa en ti mientras Tú vives los últimos días de tu vida. Pero no estás solo: “El Padre está en mí y Yo en el Padre”... Incluso en medio de las tormentas, seguramente estabas en posesión de una paz constante. Incluso en la angustia podías apoyarte en el Padre. Te sabías amado, acompañado, cuidado (Noel Quesson).
"El Padre está en mí". Comunión. Unidad profunda. Los Padres de la Iglesia se atreverán a decir: "Dios se hizo hombre, para que el hombre llegara a ser Dios". Colocándonos espiritualmente ante el Cristo crucificado, Salvador, Buen Pastor, Amigo que da la vida por sus amigos, meditemos sobre ese momento de gracia, perdón y salvación, hablándole desde nuestra más profunda intimidad: Pastor, que con tus silbos amorosos / me despertaste del profundo sueño; / tú que hiciste cayado de ese leño / en que tiendes los brazos poderosos, / vuelve tus ojos a mi fe piadosos, / pues te confieso por mi amor y dueño, / y la palabra de seguir empeño / tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, Pastor, que por amores mueres, / no te espante el rigor de mis pecados, / pues tan amigo de rendidos eres. / Espera, pues, y escucha mis cuidados. / Pero ¿cómo te digo que me esperes, / si estás, para esperar, los pies clavados?” (“Gratis datae”).
Jesús sufrió viendo que se acercaba el momento de su ofrecimiento… Pero lo que más te debía doler era la incomprensión de aquellos hombres: les habías demostrado con obras que eras el Hijo de Dios, y te iban a pagar con la cruz. ¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina cobija a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste (Mt 23,37). Jesús, quiero acompañarte estos días teniendo tus mismos sentimientos. Aquello del Apóstol: «tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo», exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, negándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y confesando cada uno sus propios pecados. Si unimos nuestras pequeñeces -las insignificantes y las grandes contradicciones- a los grandes sufrimientos del Señor, Víctima -¡la única Víctima es Él!-, aumentará su valor, se harán un tesoro y, entonces, tomaremos a gusto, con garbo, la Cruz de Cristo. -Y no habrá así pena que no se venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que nos quite la paz y la alegría (J. Escrivá, Forja 785).
Jesús, que cuando sufra por algún motivo, físico o moral, me acuerde de lo mucho que has sufrido por mí, y me dé cuenta de que también así, sufriendo, me estoy pareciendo y uniendo a Ti. Son esas caricias de Dios, que me trata como a su Hijo, y que me permite aportar mi pequeño grano de arena a la Redención.  Cada día puedo ofrecer esas contradicciones en la Misa, junto al Pan y el Vino, de manera que se unan al sacrificio de la Cruz (Pablo Cardona).

2. Al profeta Jeremías lo llevaban por el camino de la amargura: “Yo oía a mis adversarios que decían contra mí: «¿Cuándo, por fin, lo denunciarán?» Ahora me observan los que antes me saludaban, esperando que yo tropiece para desquitarse de mí”.  Jeremías sufre por la verdad. En todo hombre que sufre, en todo "hombre de dolor", se ve reflejada la imagen de Jesús, el Justo, que se une a nuestro sufrimiento para que podamos llevarlo con provecho para nuestra salvación.
Pero Yahvé está conmigo, Él, mi poderoso defensor; los que me persiguen no me vencerán. Caerán ellos y tendrán la vergüenza de su fracaso, y su humillación no se olvidará jamás. Yahvé, Señor, tus ojos están pendientes del hombre justo”. Nos dice Jesús que “con la paciencia poseeréis vuestras almas”. Muchas cosas malas nos vienen por la precipitación. Todo lo malo se pasa. “La paciencia todo lo alcanza”… Mañana ya comienza la Semana Santa, con el Domingo de Ramos. Está acabando la Cuaresma. Todo llega. Desanimarse es una tontería. Escucha el consejo que da el barrendero a Momo: "Cuando barro, las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga que crees que nunca podrás acabar. Y entonces te empiezas a dar prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante... Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente.... entonces es divertido... de repente uno se da cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle." Ser santo, amar mucho a Dios... cualquier meta se alcanza siempre. Consiste en dar un paso cada día; por eso, no te desanimes nunca: haz bien hoy las pequeñas cosas de¡ día. ¡Qué no me desanime, Señor, que es una tontería! Poco a poco, con pequeños pocos, conseguiré hacer realidad las cosas grandes que quiero - y Tú también quieres - en mi vida (José Pedro Manglano).
 “Tú conoces las conciencias y los corazones, haz que vea cuando te desquites de ellos, porque a Ti he confiado mi defensa. ¡Canten y alaben a Yahvé, que salvó al desamparado de las manos de los malvados!  El cuchicheo de la gente que decía: ... delatadlo, vamos a delatarlo”. El profeta es atacado, y su fortaleza está en ti, Señor. Ayúdanos, Señor, a ver tu faz... y a la vez creeremos «que sufren contigo»... y «que resucitarán también contigo» (Rm 6-8). Y todo hombre que sufre me ayuda a ver el rostro de Jesús. Momentos de "terror" del profeta.
3. El hombre acorralado: “A ti he confiado mi causa”, se abandona en Dios, como hará Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu...». Decimos en la Entrada: «Piedad, Señor, que estoy en peligro; líbrame de los enemigos que me persiguen. Señor, que no me avergüence de haberte invocado». A todo hombre le llega el encontrarse, algún día, en esa situación extrema. Pecados personales y de los otros (es la libertad…), límites humanos o leyes de la naturaleza (catástrofes, enfermedades...). ¿El mal nos viene como castigo por los pecados? La muerte de Jesús, el «inocente», viene a decir claramente que no. Jeremías es modelo de una vida marcada por la incomprensión y dureza de su propio pueblo, soledad dolorosa en su ministerio profético, de "amar a Dios sobre todas las cosas". Su voz sigue proclamando fuerte el amor a Dios y su alianza.
 “En el peligro invoqué al Señor y me escuchó. Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Dios míos, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte… En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios; desde su templo Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos”: En el salmo meditamos el dolor y las afrentas en las persecuciones. Es como la oración de Cristo en su Pasión. Fue perseguido, pero también triunfó. El cristiano puede recitar este salmo en sus tribulaciones y dolores, y también en la pena de la esclavitud del pecado.
Este viernes hay un recuerdo especial para la Virgen de los Dolores, que acompañó a Jesús en la Pasión. De su mano queremos entrar en estos días de preparación última a la Semana Santa.  El Viernes de pasión, antiguamente memoria de la Virgen de los dolores, es como el pórtico para comenzar a meternos en las escenas del Evangelio que narran la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y preguntarnos cómo vamos a vivir estos próximos días de una manera especial. Será ésta una Semana Santa eucarística, de acción de gracias por la Redención, especialmente el Triduo pascual, con jueves santo, el día que Jesús se nos da todo Él en este Sacramento, el viernes cuando se entrega a la pasión y muerte por amor, y el Domingo de Resurrección, el día que Jesús ha hecho nuevas todas las cosas. Y como siempre, lo mejor para acompañar de cerca al Señor, para contemplarle y demostrarle un amor con propósitos de conversión, es hacerlo con la Virgen de los Dolores.
Para hacer una buena fotografía se requiere un encuadre adecuado, enfocar bien el campo visual, un punto de vista adecuado. Pues para vivir la Semana Santa el mejor ángulo de encuadre es el corazón de la Santísima Virgen, meternos en su corazón y desde allí acompañar a Jesús. 
Ella nos dice que hagamos lo que su Hijo nos diga. Es bueno que pensemos qué es lo que Jesús nos dice con su Pasión, y al contemplar lo mucho que Jesús nos quiere hasta morir crucificado por nuestra salvación, nos vendrá a la cabeza, como decía san Josemaría Escrivá: Jesús ha hecho esto por mí... yo, ¿qué hago por Jesús? Y de ahí salen propósitos de correspondencia: puesto que la causa de la muerte de Jesús son mis pecados, voy a vivir en gracia de Dios acudiendo al sacramento de la confesión. Voy a acompañar a Jesús de la mejor manera: que Él esté conmigo, y huyendo de las ocasiones de pecado, acudiendo a la Virgen en las tentaciones, reaccionando con prontitud como han hecho los santos: “¡Aparta Señor de mí lo que me aparte de Ti!”
Llucià Pou Sabaté

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