martes, 15 de enero de 2013


Tiempo ordinario, I semana, miércoles (año impar): Jesús sigue curando en sábado, dando sentido al “descanso”, y nos enseña a dedicar tiempo a la oración

“En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.
Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Marcos 1,29-39).

1. Jesús, te veo salir de la sinagoga donde has curado a uno, y vas a casa de Pedro y curas a su suegra: la tomas de la mano y la “levantas”, usando el mismo verbo que se usa para tu resurrección, «levantar» (en griego, «egueiro»). Veo ahí que comunicas tu victoria contra el mal y la muerte, curando enfermos y liberando a los poseídos por el demonio. Es tu misión de Mesías y Salvador: curar enfermos, consolar a los tristes, expulsar demonios, predicar.
Luego, “al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían”. Todos te llevan sus enfermos y endemoniados. Todos quieren escucharte: «Todos te buscan», te dicen los discípulos. Seguro que debías tener una actividad frecuentemente muy agotadora, que casi no le dejaba ni respirar. Señor gracias por poner atención a lo que es en verdad el sábado, y no hacer caso a los legalismos judíos. Hay una unión misteriosa entre el sábado y las bienaventuranzas de los humildes, los que poseen de verdad la tierra. Jesús nos trae el Reino de Dios, con sus curaciones (físicas y espirituales, van unidas muchas veces) quiere traernos el auténtico descanso, el sentido del sábado como reino de los cielos, anticipo del cielo.
 “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración”. Tienes tiempo para ponerte a rezar a solas con tu Padre. Nosotros decimos frecuentemente: —¡No tengo tiempo de rezar! Realizamos un montón de cosas importantes, eso sí, pero corremos el riesgo de olvidar la más necesaria: la oración. Hemos de crear un equilibrio para poder hacer las unas sin desatender las otras. San Francisco nos lo plantea así: «Hay que trabajar fiel y devotamente, sin apagar el espíritu de la santa oración y devoción, al cual han de servir las otras cosas temporales».
El Catecismo, al frente de las tentaciones en la oración, pone ésta: “La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes” (2732).
Es muy eficaz la oración, lleva a la audacia: “En San Pablo, esta confianza es audaz, basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único. La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición” (2739).
Y Jesús nos enseña a rezar, con su vida: “La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. Él es su modelo. Él ora en nosotros y con nosotros” (2740). “Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre. Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones” (2741).
 “Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios”. San Pedro resumía la vida de Jesús haciendo referencia a esta dimensión taumatúrgica propia de la vida pública del Señor; así lo dice ante los judíos: ...”Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis” (Act 2,22); y ante el centurión Cornelio: ...”Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Act 10,37-38).
Te doy gracias, Señor, por tus milagros, para ayudar a los pobres, para ayudarnos a creer:
-Milagros sobre los espíritus, pues ángeles como demonios se sometían públicamente a ti;
-milagros cósmicos sobre las cosas (como la conversión del agua en vino, la primera pesca milagrosa, el apaciguamiento de la tempestad; las multiplicaciones de los panes, caminar sobre las aguas, moneda extraída del pez, se seca la higuera maldita). También los portentos en algunos momentos, desde la estrella de Belén hasta el cosmos que llora a su muerte;
- milagros sobre personas, de orden moral, y curaciones: resurrecciones (tres), curaciones (16 aparecen) y milagros de majestad (de su potestad, autoridad).
Sólo Dios puede hacer milagros, y Jesucristo los ejecutaba con su propio poder, sin recurrir a la oración, como los otros taumaturgos. Por eso dice San Lucas que salía de Él un poder que sanaba a todos (Lc 6,19). Con esto se muestra, dice San Cirilo, que “no obrara con poder prestado”. El mismo Jesús declara el origen divino de su poder cuando dice: “Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: ...lo que hace [el Padre], eso también lo hace igualmente el Hijo... Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere” (Juan 5,19.21).
Tiempo especialmente importante es la juventud, para ayudar en la educación integral, haciendo ver que necesitamos este tiempo de silencio creador, que es la oración, esos tiempos de reflexión: “No basta ser cristianos por el Bautismo recibido o por las condiciones histórico-sociales en que se ha nacido o se vive. Poco a poco se crece en años y en cultura, se asoman a la conciencia problemas nuevos y exigencias nuevas de claridad y certeza. Es necesario, pues, buscar responsablemente las motivaciones de la propia fe cristiana. Si no llegamos a ser personalmente conscientes y no tenemos una comprensión adecuada de lo que se debe creer y de los motivos de la fe, en cualquier momento todo puede hundirse faltalmente y ser echados fuera, a pesar de la buena voluntad de los padres y educadores. Por eso, hoy especialmente es tiempo de estudio, de meditación, de reflexión. Por eso os digo: emplead bien vuestra inteligencia, esforzaos por lograr convicciones concretas y personales, no perdáis el tiempo, profundizad en los motivos y fundamentos de vuestra fe en Cristo y en la Iglesia, para ser fieles ahora y en vuestro futuro” (Juan Pablo II).
Lo que agobia y cansa es lo que se teme. Se teme lo que se deja para más tarde y como se deja para mas tarde sabiendo que se debe hacer agobia, es como una losa que se lleva encima, pesa. Jesús nos enseña a poder atender a la gente, porque atendemos a nuestra alma, donde habita el principal que hemos de atender, el Señor.

2. –“Puesto que los hombres tienen todos una naturaleza de carne y de sangre, Jesús quiso participar de esa condición humana”. Es el realismo de la encarnación. ¡«Participar de la condición» de aquellos que se quiere salvar! Así ha de ser el sacerdote, según el último Concilio: «Los presbíteros, tomados de entre los hombres, viven con los demás hombres como hermanos. Así también el Señor Jesús... En cierta manera son segregados en el seno del pueblo de Dios, no de forma que se separen de él, ni de hombre alguno... No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta a la terrena; pero tampoco podrían servir a los hombres, si permanecieran extraños a su vida y a sus condiciones.»
-“Así también, por su muerte, pudo Jesús aniquilar al señor de la muerte, es decir, al Diablo”. Jesús vence todo mal. –“Y liberó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud. De esta manera, afrontando la muerte, nos libra de ella”. Viviéndola, nos muestra que no hay que tenerle miedo, puesto que tampoco el temió pasar por ella como algo necesario para acceder a la verdadera vida. Señor, ayúdame a no tener miedo a la muerte... o por lo menos a que este miedo no me esclavice. Quédate conmigo, Señor, cuando llegue mi hora.
-“Porque ciertamente no son ángeles a los que quiere ayudar... por eso le fue preciso asemejarse en todo a sus hermanos...” ¡Gracias; Señor! –“Para ser, en sus relaciones con Dios, sumo Sacerdote, misericordioso y fiel”. Es el sacerdocio de Cristo, la puerta que nos lleva al Padre.
-“Habiendo sido probado en el sufrimiento de su pasión, puede ayudar a los que se ven probados”. La prueba. La experiencia del sufrimiento. Decimos a menudo: «¡no lo podéis comprender! es preciso pasar por ello para saberlo». El hombre que ha de soportar esa misma prueba adquiere una capacidad nueva de comprensión. Como Jesús, es capaz de ayudar a los probados (Noel Quesson).
3. “Dad gracias al Señor, invocad su nombre, / dad a conocer sus hazañas a los pueblos. / Cantadle al son de instrumentos, / hablad de sus maravillas.” El Señor es sacerdote perfecto, que nos abre las puertas de la casa del Padre. Él mismo es la puerta de la salvación: “Gloriaos de su nombre santo, / que se alegren los que buscan al Señor. / Recurrid al Señor y a su poder, / buscad continuamente su rostro.”
En el prefacio de la misa en que se celebra la Unción de los enfermos recordamos el ejemplo de Jesús: «Tu Hijo, médico de los cuerpos y de las almas, tomó sobre sí nuestras debilidades para socorrernos en los momentos de prueba y santificarnos en la experiencia del dolor»: “Se acuerda de su alianza eternamente, / de la palabra dada, por mil generaciones; / de la alianza sellada con Abrahán, / del juramento hecho a Isaac”.
Llucià Pou Sabaté

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