lunes, 31 de diciembre de 2012


1 de enero, Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra: vamos a empezar este año de su mano para que no nos apartemos del buen camino.


En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción” (Lucas 2,16-21).
1. El Evangelio nos dice quelos pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre”. Queremos nosotros también seguir la voz de los ángeles, como los pastores, hasta ver al Niño con su Madre, estar ahí en actitud contemplativa, y adorar con los ángeles al Niño que es lo más grande del mundo, que se nos aparece en medio de gente sencilla, con los pequeños: “Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores”.
Le pedimos a la Virgen María ser sencillos, no complicarnos la vida, no ser orgullosos, hacer enseguida las paces, no decir mentiras sino la verdad. Comenzamos el año de la mano de la Virgen con el propósito de dar gracias cada día a Dios por las cosas buenas que nos da, pedir perdón por lo que no hacemos bien, y ayuda para mejorar cada día, para llevar paz a nuestro alrededor y así hacer que haya paz en el mundo. Es verdad que una cosa pequeña no lo cambia todo, pero así como una gota de agua es poca cosa pero sin cada gota no habría mar, así con detalles de amor haremos que las heridas que muchos tienen no vayan sangrando nunca más, que todas las personas se sientan unidas como hijos de Dios, y la familia  humana viva feliz, sea la raza de los hijos de Dios.
Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la  mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde  el trono real” (Sap 18,14-15). Bajó Dios del cielo en Navidad encarnado, como dice san Agustín Dios desposa la carne en el tálamo nupcial del seno de María. Él es la luz, la paz… viene por María, Madre de Dios y Madre nuestra, que sabe que Jesús nos trae la salvación, y por eso nos dice: “Haced lo que Él os diga…”
Es la gran fiesta de la Maternidad de María, con ella comenzamos el año. Antes se celebraba el día 11 de octubre, pero es mucho mejor que se celebre dentro de la Navidad, porque el nacimiento de Jesús y la maternidad divina son aspectos de un mismo hecho. Hay gente que duda, en nuestro tiempo como al principio, de si podía llamarse no sólo madre de Jesús sino Madre de Dios. S. Cirilo de Alejandría resume esta doctrina: “Me extraña en gran manera que haya alguien que tenga alguna duda de si la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. Si nuestro Señor Jesucristo es Dios ¿por qué razón las Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos ha transmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearon esta misma expresión. Así nos lo han enseñado también los Santos Padres”.
 “Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. La maternidad divina es el hecho esencial que ilumina toda la vida de María y el fundamento de todos los privilegios con que Dios ha adornado a la Virgen. Hoy  recordamos y veneramos el misterio por el que María, por obra y gracia del Espíritu Santo, y sin perder la gloria de su virginidad, ha engendrado y ha dado a luz al Verbo encarnado. Hoy es un buen día sobre todo para agradecer al Señor de la mano de María el año que termina y la perseverancia en querer seguirle, y pedirle –es maestra de contemplación- la gracia de la oración, perseverancia en el año que empieza, fidelidad a nuestra llamada cristiana, en una lucha viva y esperanzada.
“Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho”. La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor.
Luego llevaron el niño al templo y “le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción”. Jesús (Salvador) será también llamado Cristo (o Mesías en su lengua, Ungido de Dios). Así se cumple la profecía de que vendrá Enmanuel (Dios con nosotros).
2. En los Números el Señor habló a Moisés y le da la fórmula “con que bendeciréis a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”. La auténtica bendición es la venida de Jesús, nuestra paz. Estos días vivimos el nacimiento de este Príncipe que nos trae la paz, la justicia, el amor a Dios y a los hermanos: si invocamos el santo nombre de Jesús, de María, tendremos esta "paz": en hebreo Shalom, palabra con la que se saludan los judíos hasta nuestros días, significa mucho más de lo que nosotros solemos traducir, pues es reposo, gloria, riqueza, salvación, vida..., y fruto de la justicia. Hoy es el Día Mundial de la Paz, con un mensaje del Papa para rezar por ese bien tan bonito, esa meta hacia la que caminamos, que va con la libertad y el amor.
El Señor tenga piedad y nos bendiga, / ilumine su rostro sobre nosotros: / conozca la tierra tus caminos, / todos los pueblos tu salvación”. El Salmo canta la bendición que nos llega por Jesucristo, nuestro camino y el regalo del cielo para salvarnos, que vive y reina por los siglos de los siglos: “Que canten de alegría las naciones, / porque riges el mundo con justicia, / riges los pueblos con rectitud, / y gobiernas las naciones de la tierra”. Y pide S. Agustín: "Ya que nos grabaste tu imagen, ya que nos hiciste a tu imagen y semejanza, tu moneda, ilumina tu imagen en nosotros, de manera que no quede oscurecida. Envía un rayo de tu sabiduría para que disipe nuestras tinieblas y brille tu imagen en nosotros... Que aparezca tu Rostro, y si -por mi culpa- estuviese un tanto deformado, sea reformado por ti, aquello que Tú has formado."
“Oh Dios, que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben. / Que Dios nos bendiga; que lo teman / hasta los confines del orbe”. María, que es de nuestra tierra, de nuestra raza, de esta arcilla, de este lodo, de la descendencia de Adán, es nuestra madre. La tierra ha dado su fruto; el fruto perdido en el Paraíso y ahora reencontrado. La tierra “primeramente ha dado la flor, Jesús. Y esta flor se ha convertido en fruto: fruto porque lo comemos, fruto porque comemos su misma Carne. Fruto virgen nacido de una Virgen, Señor nacido del esclavo, Dios nacido del hombre, Hijo nacido de una Mujer, Fruto nacido de la tierra" (S. Jerónimo).
“Nuestro Creador, encarnado en favor nuestro, se ha hecho, también por nosotros, fruto de la tierra; pero es un fruto sublime, porque este Hombre, nacido sobre la tierra, reina en los cielos por encima de los Ángeles (…) María es llamada y con razón ‘monte rico de frutos’, pues de ella ha nacido un óptimo fruto, es decir, un hombre nuevo. Y al ver su belleza, adornada en la gloria de su fecundidad, el profeta exclama: ‘Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará’. David, al exultar por el fruto de este monte, dice a Dios: ‘Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. La tierra ha dado su fruto’. Sí, la tierra ha dado su fruto, porque Aquel a quien engendró la Virgen no fue concebido por obra de hombre, sino porque el Espíritu Santo extendió sobre ella su sombra. Por este motivo, el Señor dice al rey y profeta David: ‘El fruto de tu seno asentaré en tu trono’. De este modo, Isaías afirma: ‘el germen del Señor será magnífico’. De hecho, Aquel a quien la Virgen engendró no sólo ha sido un "hombre santo", sino también "Dios poderoso"” (S. Gregorio Magno).
3. Como Eva fue la "madre de todos los hombres" en el orden natural, María es madre de todos los hombres en el orden de la gracia. Al dar a luz a su primogénito, parió también espiritualmente a aquellos que pertenecerían a él, a los que serían incorporados a él y se convertirían así en miembros suyos, siendo él "primogénito entre muchos hermanos", Cabeza de la humanidad redimida. Así San Pablo a los Gálatas: “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”. Eso tiene una madre, poder querer a cada hijo como único, no disminuye con el número de los hijos. En nosotros María ve a Jesús, ella nos alimenta en  la vida de fe y nos lleva a Dios, al cielo. Te pedimos, Madre, saber escuchar como tú, la criatura que está a la escucha de Dios: enséñame a rezar, a conocer el Evangelio, dedicar cada día unos minutos a las practicas de piedad que nos hacen escuchar esta voz del Espíritu Santo, hacer todo con calma, por amor, siguiendo tu respuesta a Dios: "hágase en mí según tu palabra" pues en ello está la santidad. Enséñame a olvidarme de competir y pensar en compartir, no pensar en mí sino en los demás; no inquietarme con lo que no tengo sino estar contentos con lo que tú, Señor, nos mandas o permites (una situación dura, enfermedad, dificultad familiar, la pena por otros a quien amamos y que sufren, cuando no se ve solución…): : “hágase tu voluntad…” Contigo, Madre, nos haces ver ese algo divino y positivo en todo, pues de todo sacará Dios fuerza para el bien.
“Como sois hijos Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios”. Dios nos hace por medio de Jesús ser hijos suyos, bien podemos nosotros llamarle "Padre", lo mismo que Jesús, que con su Espíritu nos anima y nos enseña como un maestro interior en libertad y esperanza. “Maria” significa entre otras acepciones "estrella de la mañana" en lengua hebrea: recuerda la estrella que daba orientación a los navegantes, porque conocieran el camino en la oscuridad de la noche. Así la estrella guía a los Magos, y nosotros queremos seguir nuestra estrella hasta llegar a Jesús…
Cuentan que había millones de estrellas en el cielo, estrellas de todo los colores: blancas, plateadas, rojas, azules, doradas. Un día, inquietas, se acercaron a san Gabriel –que es su jefe- y le propusieron: "- nos gustaría vivir en la Tierra, convivir con las personas." -"Sea", respondió. Se dice que aquella noche hubo una fantástica lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a jugar y correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se mezclaron con los juguetes de los niños. La Tierra quedó, entonces, maravillosamente iluminada. Pero con el correr del tiempo, las estrellas decidieron abandonar a los hombres y volver al cielo, dejando a la tierra oscura y triste. "-¿Por qué habéis vuelto?", preguntó Gabriel, a medida que ellas iban llegando al cielo. "-Nos fue imposible permanecer en la Tierra, allí hay mucha miseria, mucha violencia, demasiadas injusticias". Les contestó Gabriel: "-Claro. La Tierra es el lugar de lo transitorio, de aquello que cae, de aquel que yerra, de aquel que muere. Nada es perfecto. El Cielo es el lugar de lo inmutable, de lo eterno, de la perfección." Después de que había llegado gran cantidad de estrellas, Gabriel, que sabe muchas matemáticas, las dijo: "-Falta una estrella... ¿dónde estará?". Un ángel que estaba cerca replicó: "-Hay una estrella que quiso quedarse entre los hombres. Descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay límites, donde las cosas no van bien, donde hay dolor. Es la Esperanza, la estrella verde. La única estrella de ese color." Y cuando miraron para la tierra, la estrella no estaba sola: la Tierra estaba nuevamente iluminada porque había una estrella verde en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento que el hombre tiene y el cielo no necesita retener es la Esperanza, ella es propia de la persona humana, de aquel que yerra, de aquel que no es perfecto, de aquel que no sabe cómo puede conocer el porvenir.
María es esa estrella que con trae el amor de Jesús y nos llena de esperanza. No obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra libertad, como hace la estrella, ilumina. Este es el modelo para toda educación, tanto la de los padres con los hijos, la de los miembros de la Iglesia en su apostolado, o como ciudadanos a nivel social y cultural: no se trata sólo de transmitir conocimientos, sino vida, dar luz, ser un referente –estrella- en un mundo de gente que no sabe hacia dónde ir, que necesita maestros. Con qué alegría nos dice un amigo: “quiero contarte esta pena, sólo puedo explicártelo a ti, que me inspiras confianza”. Y estos guías necesitan luz, dar del calor que tienen; con María queremos ir de la mano en este año que comienza, para ir seguros hacia más allá de lo que vemos, que a veces puede parecernos algo negro, que nos proyecta hacia lo que no vemos; nos habla de que si Dios se ha hecho Niño, es posible un mundo mejor, en el que reine la alegría. Que siempre hay un punto en lo más profundo del alma –¡la estrella verde!- que emana la luz y el calor de Belén, que nos llena y nunca nos deja sentirnos vacíos, que es fuente inagotable de ilusiones y proyectos. Porque Jesús entra dentro de la Historia, es solidario con todo lo nuestro, y con María, la orante perfecta, figura de la Iglesia, nos adherimos al designio salvador del Padre.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 27 de diciembre de 2012


Navidad, 28 de Diciembre: Los Santos Inocentes, mártires que profesan su fe con su silencio

“Después que los magos se retiraron, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al Niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al Niño para matarle». Él se levantó, tomó de noche al Niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo».
Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen» (Mateo 2,13-18).

1. Volvemos hoy a los "evangelios de la infancia", al episodio de la huida a Egipto donde vemos a Cristo en la situación de Moisés. Cristo es el "nuevo Moisés". El faraón había mandado matar a todas los recién nacidos. Un relato judío habla de que el faraón había conocido que un niño de los judíos sería rey y él, lleno de miedo, quiso matar a los recién nacidos. Moisés se había librado de la matanza –según esa tradición, porque Dios se le había aparecido en sueños y le había avisado- huyendo al extranjero. Moisés había sido llamado para que regresase a su país con las mismas palabras que el ángel utiliza para el retorno de la sagrada familia. Son procedimientos literarios que relaciona la fe del cumplimiento de las palabras en la Palabra encarnada, con la historia así explicada e interpretada.
El texto del evangelio de san Mateo relata la matanza de los niños inocentes de Belén por obra del rey Herodes el Grande, despechado porque los magos no le avisaron del lugar en el que lo encontraron. Tal es el fundamento histórico de este relato que muchos toman por legendario que nos centra a Jesús como nuevo Moisés, definitivo, ya desde su nacimiento, que ha venido para dar al pueblo de Dios la nueva ley y ser el mediador de una mejor alianza.
El parecido entre las palabras antiguas y lo que se cumple con la Palabra encarnada, no quita historicidad. Pues Jesús es el que vuelve de Egipto a la tierra prometida, pero no para apartarse de Dios como el antiguo Israel, sino para cumplir en todo la voluntad del Padre.
-“El ángel dijo a José: "Levántate, huye a Egipto..." José se levantó de noche y partió”... Dios puede actuar con José sin la menor dificultad... Hay personas así, cuyo corazón está completamente lleno de Dios. ¡José tenía ese temple! Un hombre vigilante, atento siempre a la menor indicación que le sugiera cuál es la voluntad de Dios. -“Tomó al niño y a su madre”… el niño es el centro de todo, después viene su madre... Será Jesús mismo a los doce años quien nombrará al padre, cuando lo encuentran en el Templo, en Jerusalén. ¡Sí, hay una majestad extraordinaria que emana de los relatos de esta infancia!
-“Herodes se irritó sobremanera, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en toda su comarca”. Este crimen tan horrible, como el que anteriormente había decidido el Faraón de Egipto, no impedirá que Dios cumpla con su obra.
-“Entonces se cumplió lo que el Señor había dicho por el profeta Jeremías: "En Ramá se oyeron voces, muchos lloros y alaridos... Es Raquel que llora a sus hijos, sin querer consolarse porque ya no existen." Una vez más el evangelista encuentra la clave del suceso en la Escritura. Ha pasado tiempo desde la muerte del profeta, pero los lamentos y los llantos de las madres continúan. Y Dios sigue también siendo sensible a este dolor. Así lo creemos. Hoy rezaré por todas las madres que lloran y sufren (Noel Quesson).
La Navidad se tiñe de rojo, pero ese llanto de Raquel reclama un consuelo, que en Jesús vemos realidad en la resurrección del Señor. El camino del seguimiento de Jesús está lleno de dificultades. Al testimonio de Esteban y de Juan el apóstol, se añade hoy el de los niños inocentes de Belén. En el Oriente a esta fiesta la llaman «de los niños ejecutados».
Los niños de Belén, sin saberlo ellos, y sin ninguna culpa, son mártires. Dan testimonio «no de palabra sino con su muerte». El mal existe, y el desamor de los hombres ocasiona a lo largo de la historia escenas como ésta y peores. De nuevo la Navidad se vincula con la Pascua. En el Nacimiento ya está incluida la entrega de la Cruz. Y en la Pascua sigue estando presente el misterio de la Encarnación: la carne que Jesús tuvo de la Virgen María es la que se entrega por la salvación del mundo. José y María empiezan a experimentar que los planes de Dios exigen una disponibilidad nada cómoda. La huida y el destierro no son precisamente un adorno poético en la historia de la Navidad. El sacrificio de estos niños inocentes y las lágrimas de sus madres se convierten en símbolo de tantas personas que han sido injustamente tratadas por la maldad humana y han sufrido y siguen sufriendo sin ninguna culpa. Desde el acontecimiento de la Pascua de Cristo, todo dolor es participación en el suyo, y también en el destino salvador de su muerte, la muerte del Inocente por excelencia.
¿Aceptamos el esfuerzo y la contradicción en el seguimiento de Cristo?; ¿sabemos apreciar la lección de reciedumbre que nos dan tantos cristianos que siguen fieles a Dios en medio de un mundo que no les ayuda nada? También nosotros, como los niños de Belén, debemos dar testimonio de Dios con las obras y la vida, más que con palabras bonitas. Cristo Jesús nos libera de todo mal, es el éxodo a la tierra prometida, «el que quita el pecado del mundo» (J. Aldazábal).
Hoy, en tantos sitios hay niños abandonados, inocentes abandonados por sus madres a las horas de nacer porque ellas no pueden hacerse cargo de sus vidas, mueren en las favelas, en las villas, en los campos, en los cordones industriales, en las ciudades. Muchos gobiernos no atienden a las regiones más alejadas de sus capitales porque no son significativas para sus votos, y así desamparan a miles de familias que quedan a merced de enfermedades, de epidemias y de la incomunicación hacia cualquier puesto sanitario. Mueren miles de niños víctimas de la violencia familiar, de la prostitución infantil y de la delincuencia juvenil. Los escuadrones de la muerte los matan en las calles para que no crezcan y no molesten a la "gente buena, de buen nivel". Mueren en las calles, su único hogar, llenos de drogas caseras y con esperanza de haber sido amados por alguien. Mueren en las cárceles y hogares de reformatorios. Mueren con hambre, frío, desnudos, sucios, y analfabetos. Si nos repugna y nos escandaliza la actitud de Herodes, ¿qué pensar de nuestro tiempo, de los actuales "reyes", que aniquilan a nuestros niños, los inocentes de nuestros Pueblos?
No hay explicación fácil para el sufrimiento, y mucho menos para el de los inocentes. El sufrimiento escandaliza con frecuencia y se levanta ante muchos como un inmenso muro que les impide ver a Dios y su amor infinito por los hombres. ¿Porqué no evita Dios todopoderoso tanto dolor aparentemente inútil? El dolor es un misterio y, sin embargo, el cristiano con fe sabe descubrir en la oscuridad del sufrimiento, propio o ajeno, la mano amorosa y providente de su Padre Dios que sabe más y ve más lejos, y entiende de alguna manera las palabras de San Pablo: para los que aman a Dios, todas las cosas son para bien (Rom 8,28), también aquellas que nos resultan dolorosamente inexplicables o incomprensibles.
La Cruz, el dolor y el sufrimiento, fue el medio que utilizó el Señor para redimirnos. Desde entonces el dolor tiene un nuevo sentido, sólo comprensible junto a Él. El Señor no modificó las leyes de la creación: quiso ser un hombre como nosotros. Pudiendo suprimir el sufrimiento, no se lo evitó a sí mismo. Él quiso pasar hambre, y compartió nuestras fatigas y penas. Su alma experimentó todas la amarguras: la indiferencia, la ingratitud, la traición, la calumnia, la infamante muerte de cruz, y cargó con los pecados de la humanidad. Los Apóstoles serían enviados al mundo entero para dar a conocer los beneficios de la Cruz. El Señor quiere que luchemos contra la enfermedad, pero también quiere que demos un sentido redentor y de purificación personal a nuestros sufrimientos. No les santifica el dolor a aquellos que sufren a causa de su orgullo herido, de la envidia y de los celos porque esta cruz no es la de Jesús, sino nuestra, y es pesada y estéril. El dolor –pequeño o grande-, aceptado y ofrecido al Señor, produce paz y serenidad; cuando no se acepta, el alma queda desentonada y rebelde, y se manifiesta en forma de tristeza y mal humor.
La esperanza del Cielo es una fuente inagotable de paciencia y energía para el momento del sufrimiento fuerte. Nuestro Padre Dios está siempre muy cerca de sus hijos, los hombres, pero especialmente cuando sufren. La fraternidad entre los hombres nos mueve a ejercer unos con otros este misterio de consolación y ayuda. Pidamos hoy a la Virgen y a los Santos Inocentes que nos ayuden a amar la mortificación y el sacrificio voluntario, a ofrecer el dolor y a compadecernos de quienes sufren (Francisco Fernández Carvajal).
Hoy es un día para rezar por tantos inocentes, abortados en el lugar donde más seguro tendría que estar un hijo, en el vientre de su madre. Ante tanto mal, nos dice la Biblia que “todo es para bien, para los que aman a Dios”, pero podemos tener la duda al pensar “¿amo a Dios, para que sea todo para bien?” Nos consuela el sentido más literal, y que nos da más paz, y es éste: “todo es para bien, para los que Dios ama”, o mejor todavía “para los que Dios concede su beneplácito, los predestinados”... es decir que como somos todos objeto de su amor, esto nos consuela, basta dejarse llevar por esa corriente de amor. Dios tiene su imaginación para sacar de lo malo bueno, y es que el amor es imaginativo, nos los dice Juan Pablo II: «En efecto, son muchas en nuestro tiempo las necesidades que interpelan a la sensibilidad cristiana. Es la hora de una nueva imaginación de la caridad, que se despliegue no sólo en la eficacia de las ayudas prestadas, sino también en la capacidad de hacernos cercanos y solidarios con el que sufre». Esta imaginación la tiene María, que va con alegría a servir a quien intuye que necesita su ayuda, su prima Isabel. Ella nos llevará a adivinar las necesidades de los demás.
2. Nos dice san Juan: -“El anuncio que le oímos a Jesús es éste: Dios es luz... No hay tiniebla alguna en El...” Sin luz, los ojos resultan inútiles. No sirven para nada. «Dios es luz» El pone de manifiesto todo lo restante. Sin El todo sería tiniebla... inexistente.
-“Si caminamos en las tinieblas, nuestra conducta no es sincera”. El tema de la luz en san Juan está ligado al de la verdad. Dios es «verdadero». Dios es transparencia, Dios es sinceridad, Dios es luz. En El no hay ningún desfase entre "lo que dice o muestra"... y «lo que verdaderamente es». Vivir «según la verdad», es «vivir según Dios». Es en primer lugar una exigencia de lucidez, de santidad, de verdad.
-“Cuando nos movemos en la luz somos solidarios unos de otros”. El amor fraterno. ¡Vivir «en la luz» es vivir en «comunión con los demás», en el servicio a los demás, en la apertura unos de otros! -“Y la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado... Si decimos no tener pecado, la verdad no está en nosotros... Si reconocemos abiertamente nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, perdona nuestros pecados y nos purifica de toda injusticia”. Pecar... es caminar en las tinieblas. Hay en nosotros algo tenebroso, una parte de nosotros mismos que deseamos esconder. Esa parte egoísta, esas motivaciones interesadas, inconfesables, esas debilidades de nuestra voluntad... esos rechazos a compartir, a la comunicación, al amor. ¡Hay que hacer luz sobre todo ello! Basta con «reconocer que somos pecadores» para que todo eso sea salvado. Si uno de nosotros comete pecado, tenemos un defensor ante el Padre: Jesús, el justo. El es la víctima que expía nuestros pecados.¡Gracias! (Noel Quesson).
3. “Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos: tanto ardía su ira contra nosotros”. Dios está siempre de nuestra parte.
Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes.
La trampa se rompió, y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra”. Dios velará siempre por nosotros y nos librará de la mano de nuestros enemigos. Esa confianza nos da vida…
Llucià Pou Sabaté

Navidad: 27 de Diciembre: San Juan, apóstol y evangelista. La verdad no la consigue la razón sola, sino aquella inteligencia amorosa que libremente acoge la Verdad de Jesús

El primer día de la semana, María Magdalena fue corriendo a Simón Pedro y a donde estaba el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó” (Juan 20,2-8).
1. Mientras contemplamos al Niño de Belén, somos invitados a vivir esta misma fe plena que vivió el apóstol Juan.
-“El día de Pascua, por la mañana, María Magdalena echó a correr en busca de Simón Pedro y el otro discípulo, aquel que Jesús amaba...” Juan se caracteriza a sí mismo como: "el discípulo amado". ¡Qué audacia! Probablemente esto se traslucía, hasta llegar a provocar algún sentimiento de envidia, en el grupo de los doce Pedro se extrañaba de esta preferencia de Jesús respecto a Juan. Los designios de Dios son misteriosos e incomprensibles: cada uno de los hombres recibe una vocación única...
Pedro ha recibido la vocación del "Primado" en el colegio de los Doce. Juan ha recibido la vocación de ser "aquel que Jesús amaba ¿No encontraríamos en estos dos papeles, dos aspectos siempre necesarios en la Iglesia?: -funciones de responsabilidad en las estructuras de Iglesia... -funciones de animación interior en la Iglesia. ¡Señor! que todos sepamos aceptar los "papeles" que Tú quieras asignarnos. Ayúdanos a no hacer comparaciones y a saber valorar toda vocación. La más "vistosa", la más "escondida"... ambas son necesarias.
-“Pedro y Juan corrían juntos hacia el sepulcro. Juan corrió más aprisa y llegó primero, pero no entró. Llegó tras el Simón Pedro y entró en el sepulcro”. Hay ciertamente en estos detalles una intención del evangelista. Quiere poner a Pedro en primer término. Evidentemente, Juan quiere respetar el papel de Simón Pedro, aquel que Jesús le ha conferido. "Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia." Juan se esfuma. En la Iglesia no se escogen los papeles. Se reciben de Dios. Hay aquí un acto de fe. ¿Considero así los ministerios en la Iglesia?
-“Y fue entonces cuando entró el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó”. ¿Qué es lo que vio? ¿Qué signo lo llevó a creer? "Vio el sudario allí y el lienzo que había cubierto la cabeza no estaba junto al sudario sino plegado aparte en su lugar." ¡Pobres signos! Signos humildes y modestos. Como en Navidad, que más que un “signo” el ángel les dice un “no signo”: ver un niño en pañales, en un pesebre. Los pobres del Señor son ya los protagonistas del Reino, Jesús el primero.
Al ver la piedra del sepulcro corrida, pensó sin duda en la posibilidad de un robo. Pero viendo los lienzos mortuorios bien plegados y colocados en su sitio, empezó a "creer" en la resurrección. ¡Cuán bueno es para nosotros leer estos humildes detalles que los testigos directos nos dan! En nuestras vidas, también para nosotros existen "signos" que Dios nos presenta. Ayúdanos, Señor, a interpretarlos. ¿Cuáles son los humildes signos que Dios presenta actualmente en mi vida, a fin de que crezca mi fe? (Noel Quesson).

2. Juan es testigo de lo que Jesús vivió e hizo, y nos invita a reconocer en Jesús la Palabra del Padre. Y escribe su evangelio "para que creamos y tengamos vida". Vale la pena que valoremos la presencia de Jesús entre nosotros, a través de la Escritura. Y también todas las demás presencias. Y que así tengamos alegría. En sus escritos, nos habla del amor-comunión de Dios con nosotros, y del amor que hemos de tener a los hermanos: Juan hablará así de "nacer con Dios" (2,29; 4,7), de "permanecer en la luz", y esa luz es Dios (2,8-11); de "permanecer en Dios" (3,5-6; 4,16), de "comulgar con Dios" (1,5-7), de "conocer a Dios" (4,7-8). Dios es justicia, amor, luz, etc., y el que actúa según la justicia, el que ama, quien camina en la luz, penetra en una determinada relación existencial con Dios a la que Juan designa aquí con el nombre de comunión. La epístola precisará más adelante en qué consiste esa comunión: una presencia de Dios en el hombre y una presencia del hombre en Dios, por comunicación de vida, esa comunión realizada plenamente en Cristo, pero que está ya en marcha en cada cristiano. Esta comunión es también una alianza mediante la cual Dios concede al hombre un corazón nuevo para conocerle.
El conocimiento de Dios es el tema con que comienza la carta, y no es algo intelectual; es una cierta experiencia, al observar sus maravillas y sus intervenciones en el mundo. Nos lo dice él mismo: "él ha oído, él ha visto, él ha contemplado, él ha tocado" a Dios en Cristo. Así nos habla de dar "testimonio", de "anuncio", de "alegría".
Lo que existe desde el principio. Lo que hemos oído. Lo que hemos visto con nuestros propios ojos. Lo que palparon nuestras manos: El verbo eterno de Dios -la Palabra de Vida- pues la vida se hizo visible”. La Encarnación no es un sueño, sino que nació y vivió entre nosotros Jesús de Nazaret. "Esta vida eterna que estaba junto al Padre -esta Palabra de vida- mediante la cual Dios se expresa a sí mismo, de una manera absoluta, perfecta, se manifestó, se hizo visible. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros". Es una invitación a una «vida» de amor, en familia. Haz, Señor, que tu Iglesia sea una familia, que nos sintamos “en casa”.

3. La tierra se alegra porque ha visto al Salvador. Juan lo ha visto, y está centrado en Jesús. Le preguntaron a Chiara Lubich: ¿Qué es para ti Jesucristo? Ella, sin dudarlo un instante, respondió con la decisión con que se dice algo obvio: “¡Es todo!” Ser todo engloba la razón, amor y libertad, sentimiento y cuerpo; ser cristiano es seguir a Jesús; Él es su principio y su meta, su espíritu y su impulso vital, el ideal de su vida, la salvación. Lo testimonia con su vida san Juan, al que hoy celebramos, y que recogió palabras de fuego que Jesús decía y que calaban hondo en su corazón: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Si me habéis conocido, conoceréis también a mi Padre. (...) El que me ha visto a mí ha visto a mi Padre” (Jn 14,6-11).
Jesús, con su palabra, nos reveló al Padre como Amor, y el amor lleva al sacrificio y a la obediencia: “si me amáis, cumplid los mandamientos” como expresión de un amor vivido en libertad, pero hemos hecho de la norma, la ley, un juicio sobre la vida eterna: decimos que quien cumple la ley se salva y la vida cristiana es hacer la voluntad de Dios, cumplir con la ley. Queremos vivir con esfuerzo y lucha las virtudes, forjar la voluntad, el carácter, pero a veces puede hacerse de modo poco humano (como aquella expresión de “la letra con la sangre entra”, o las formas de evangelización que obligaban, etc.). Quizá falta entonces en el fondo del alma de quien vive así el sentido de plenitud, hay un vacío en el alma. Nietzsche habló de eso cuando –en la visión protestante- decía que era una “religión de esclavos”. En realidad, cuando no hay Dios, cuando se aparta Cristo, es cuando aparecen las esclavitudes, pero también hay que hacer examen y ver si en algún caso nos dejamos llevar por ese sometimiento a las leyes sin espíritu. Es difícil juzgar, cuando estamos dentro de una cultura racionalista, como el que está dentro del agua es difícil que no se moje. Pero en el caso de las ideas podemos crear oasis en los que se piense en libertad, donde se palpe esa vida en plenitud, y la Iglesia de Cristo ha de ser un oasis, donde la razón esté completada con la compasión, como decía San Francisco de Asís: mejorar, sí, pero hacer todo con dulzura. Por tanto, razón y orden, sí, porque sin una línea conductora la vida es un caos, sin un camino es difícil avanzar, sin un guión la película de la vida acaba en algo surrealista, que al final cansa y no lleva a la verdad, como algunas películas de Woody Allen, que muestran con sarcasmo los defectos del pensamiento moderno, pero no aportan intentos de solución.
Pero el otro extremo es un cumplimiento sin vida, una obligación fría, un aburrimiento de la vida... Conocemos ciertas pruebas como son la sequedad del alma, la noche oscura… Otras veces son motivos psicológicos, como el cansancio, la causa de esa falta de interés por vivir..., o, en el caso de falta de sensibilidad para las cosas de Dios, conocemos también los síntomas de la tibieza. Pero puede haber una sequedad debida a un cumplimiento de la ley sin responder a un espíritu interior (San Agustín habló muy bien sobre “el espíritu y la ley”). Quizá se habla mucho de lucha ascética y se descuida que lo más importante en la vida no es la razón sino el corazón, sentirse amado, amar. De hecho, la ley nueva del Evangelio es principalmente la presencia del Amor del Espíritu Santo en el alma, y secundariamente los mandamientos, como bien recordaba Santo Tomás de Aquino. Cumplir la ley es importante pero sólo se tiene una vida llena cuando hay libertad, cuando la verdad, amor y libertad van unidas de la mano en un mismo acto, que más importante que hacer las cosas bien es hacerlas porque uno quiere, y como un acto amoroso. De la misma forma, no es un amor verdadero si no es libre, o no es libertad lo que no responde a la verdad o como fruto del amor... Por eso, el voluntarismo puede dejar a las personas vacías, como secas y mustias, como obligadas a “portarse bien”, a “hacer lo correcto”, a “cumplir las obligaciones”, por dejar de lado la educación del corazón, de los sentimientos. Hay diferencias de caracteres, y es fácil que los más metódicos y racionales tengan tranquilidad y paz al cumplir un camino compuesto de normas severas, una rutina por la que caminar con tranquilidad. Pero otros temperamentos pueden amargarse y faltarles aire con una vida entendida como obligación, y donde impera la razón dejando de lado otros aspectos como el amor, el sentimiento, ese disfrutar de la vida, el sentido de plenitud que engloba tantas cosas como la estética, el arte… Sin embargo, esos temperamentos pueden priorizar la espontaneidad y no se dan cuenta de que incumplir las leyes, como llegar tarde a los sitios, es una falta de caridad con los demás... por eso, a veces abandonamos unos aspectos de la verdad, y priorizamos otros. Como se ha hablado mucho de la ley y el orden, pienso que es muy interesante lo que recientemente ha puesto de relieve el Papa en su carta sobre el amor: necesitamos sentirnos queridos, “Dios es amor”.
La perseverancia está basada en ese amor, pero para perseverar hay que tener paciencia para abandonarse en Dios, sin querer ser perfeccionistas: por encima de “hacer” las cosas bien hay que dejarse querer por Dios. Si no, uno se hunde al ver que somos pecadores. Y es que excepto Jesús y la Virgen, todos tenemos defectos en los que luchar, y eso nos lleva a dejarnos querer por Dios como él nos quiere, y ser comprensivos con los demás. En nuestra sociedad se apartan los que incumplen ciertas leyes (los delictivos), pero en el Evangelio, las cosas no son así: Jesús no se arrepiente de su ascendencia, y hemos visto en su genealogía muchos pecadores. Como tampoco tiene reparo de rodearse de publicanos y pecadores, de perdonar por encima de la normativa como con el buen ladrón al que le promete un paraíso inmediato sin purgatorio…
Son muy importantes las leyes, pues preservan la sociedad, ayudan al bien común, y a la santidad en el caso de las leyes de la Iglesia; pero han de surgir de la vida, del Evangelio, de Jesús. No pueden ir en contra de la caridad, de la comprensión, de la ternura que muestra el Señor.
El corazón ardiente, lleno de celo, rebosante de amor de Juan, es lo que le lleva a "correr" y a "avanzarse", en una clara invitación a que nosotros vivamos igualmente nuestra fe con este deseo tan ardiente de encontrar al Resucitado”. En este Evangelio vemos también lo que hoy es nuestro comentario: la fe busca la verdad, pero esta se encuentra no en la razón que muestra un sepulcro vacío. La verdad está en el amor, que descubre la resurrección, que es la auténtica verdad. Es el amor lo que en la segunda pesca milagrosa hará ver a Juan, y reconocer a Jesús resucitado en aquel hombre que les habla desde la orilla, y decirle a Pedro: “es el Señor”, y cuando Pedro –la fe- lo escucha, se lanza al agua en pos de Jesús. La verdad, compuesta de una inteligencia amorosa (más intuitiva que racional, aunque la razón deberá ayudar, que para esto está) lleva a la máxima expresión de la libertad, que es la entrega incondicional, ese “ver” y “creer” lleva a “lanzarse” al agua, al compromiso de vida.
Llucià Pou Sabaté

martes, 25 de diciembre de 2012


Navidad, 26 de Diciembre: San Esteban, protomártir, nuestro modelo para vivir mirando a Cristo, según las bienaventuranzas.

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará»” (Mateo 10,17-22).

1. Tres festividades de santos siguen inmediatamente a la de Navidad: San Esteban, San Juan, los santos Inocentes. La fiesta de Navidad es todo dulzura, pero está el hecho de que un rústico pesebre fue la cuna de Jesús. La cruz se perfila ya. San Esteban fue el primer mártir. El primero en seguir verdaderamente a su maestro llevando la cruz, como otro Cristo.
-Jesús decía a sus discípulos: "No os fiéis de estos hombres. Pues os delatarán a los tribunales y os azotarán... y por mi causa seréis conducidos ante los gobernadores y los reyes..." Cuando Mateo escribe esto, la persecución es el lote cotidiano de los cristianos, en la Iglesia primitiva. Jesús había anunciado las dificultades de la misión que confiaba a sus discípulos: todo hombre que proclama el Reino de Dios debe estar dispuesto a afrontar la oposición, la contestación. ¡Qué misterio, Señor! ¿Por qué el mundo rehúsa a Dios? ¿Por qué el mundo rehúsa a los que hablan de ti? ¿Por qué los hombres persiguen a los que no desean otra cosa sino comunicarles una buena noticia? El discípulo de Jesús, el misionero sólo tiene por misión hacer el bien y decir cosas buenas. Y sin embargo, suscita la oposición. El caso es que Dios aparece siempre, desde el exterior, como un intruso: como alguien que viene para ocupar todo el espacio, como un inoportuno. El egoísmo del hombre, su deseo de independencia son la causa del rechazo. Se rechaza al amor. Es el rechazo a dejarse tomar por Dios. Rechazo a someterse a Dios. Cuando Dios verdaderamente "reina" se acaban las pretensiones orgullosas del hombre. Ayúdame, Señor, a someterme totalmente a ti. Ayúdame a soportar las dificultades y las oposiciones. Ayúdame a interpretarlas a la luz de tu presencia.
-“No os atormentéis pensando lo que vais a decir... Puesto que no seréis vosotros quienes hablaréis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”. Jesús nos pide pues que renunciemos a las preocupaciones. "No os atormentéis". Tú, Señor, no quieres que tengamos miedo. Ello sería signo de que aún contamos demasiado con nuestras propias fuerzas, con nuestros recursos humanos. Se trata por lo contrario, de abrirnos a la acción de Dios: "el Espíritu hablará por vosotros". "No seréis vosotros los que hablaréis". ¡Señor! Quisiera, siguiendo tu invitación, dejarme desposeer totalmente por ti!
-“El que se mantendrá firme hasta el fin, será salvado”. ¡Es esto justamente lo mas difícil! Uno aguanta un momento, pero, a la larga, la cosa falla. ¡Oh, Señor, puesto que Tú me lo pides..., ayúdame también a "aguantar firme"! Que tu Espíritu venga realmente a mi espíritu (Noel Quesson).
2. Esteban es aquel que los adversarios «no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba», como hemos leído en la primera lectura. Mártir significa “testimonio”. ¿Cómo hemos de ser testimonios de Jesús? Mirando al cielo, como el joven que hoy celebramos: «mirando al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios». Con fe, mirando Jesús, sin miedo de nada pues somos hijos de Dios. Los salmos ya nos dicen: «Dichoso el hombre que confía en el Señor...». Son palabras de promesa que sirven al mismo tiempo como discernimiento de espíritus y que se convierten así en palabras orientadoras (Ratzinger).
Ha venido Jesús para vivir las bienaventuranzas, para los pobres, los hambrientos, los que lloran, los que son odiados y perseguidos (cf. Lc 6, 20ss). Han de ser entendidas como calificaciones prácticas, pero también teológicas, de los discípulos, de aquellos que siguen a Jesús y se han convertido en su familia. Son los amigos de Jesús. Promesa al mirarlas con la luz que viene del Padre. Son una paradoja: “se invierten los criterios del mundo apenas se ven las cosas en la perspectiva correcta, esto es, desde la escala de valores de Dios, que es distinta de la del mundo. Precisamente los que según los criterios del mundo son considerados pobres y perdidos son los realmente felices, los bendecidos, y pueden alegrarse y regocijarse, no obstante todos sus sufrimientos. Las Bienaventuranzas son promesas en las que resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura, y en las que «se invierten los valores»” (Ratzinger). Con Jesús, todo está bien.
San Pablo explica que en su vida ha encontrado estas dificultades (2 Co 6, 8-10; 4, 8-10). Él es «el último», como un condenado a muerte y convertido en espectáculo para el mundo, sin patria, insultado, denostado (cf. 1 Co 4, 9-13). Nos habla de esa relación entre cruz y resurrección: estamos expuestos a la muerte «para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4,11). En la cruz podemos sentir la «felicidad», la auténtica «bienaventuranza», y al mismo tiempo vemos lo mísero que era lo que, según los criterios habituales, se considera satisfacción y felicidad.
Es algo que se proclama en la vida, en el sufrimiento y en la misteriosa alegría del discípulo que sigue plenamente al Señor, que se puede gustar y vivir: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20). Son las bienaventuranzas un retrato del corazón de Jesús.
Esteban era diácono, es decir, encargado del servicio de comedor durante los ágapes o comidas fraternas. Estaba al servicio de los más pobres. “Esteban lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios”.
Deberíamos pedir esa "mirada interior" que nos hace ver lo invisible. De esa visión Esteban sacó su fuerza y nadie pudo doblegarle.
Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo.
"Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre, hablará por vosotros".
Serán llevados a los tribunales y juzgados en cuanto mensajeros y anunciadores de la Palabra Dei. La Palabra de Dios es llevada al tribunal de los hombres y como es Dios -su Palabra- el encartado en el pleito, él se defendería, dará a los discípulos la palabra oportuna para su defensa.
Saulo cambiará pronto su nombre por el de Pablo. S. Pablo conservó toda su vida un recuerdo vivo de las persecuciones en las que había participado. Aquel día estaba allí. Miraba cómo mataban a un hombre a pedradas. Estaba de acuerdo con esa tortura: guardaba los vestidos de los verdugos que se habían puesto más cómodo para su tarea. Desde aquel día, Saulo debió de hacerse una pregunta: "¿De dónde le viene ese valor y entereza? Hoy, todavía, la mayoría de las conversiones, vienen de un testimonio... de alguien cuyo modo de vivir suscita una pregunta.
-Pío XII: "Que tu conducta y tu palabra puedan significar un llamamiento de Dios a la mente y al corazón de los que de El están alejados".
"Señor, no les tengas en cuenta esta pecado". Esta es la novedad del Evangelio, capaz de suscitar una pregunta, pues hace al hombre capaz de orar y amar a quien los destruye.
Señor Jesús, recibe mi espíritu... Señor, no les tengáis en cuenta ese pecado.» La más pura joya del evangelio: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, rogad por los que os persiguen.» La víctima que "ama" a los que la dañan. Jesús fue el primero en hacerlo. Es la actitud evangélica por excelencia, el amor universal, sin condición y sin frontera... La novedad del evangelio, capaz de suscitar una pregunta al hombre. ¿A quién debo perdonar? ¿A quién he de ofrecer ese amor que va más allá de las concesiones humanas? No pasar ligeramente sobre esas dos preguntas, propias para ese tiempo de Navidad (Noel Quesson).
Celebramos el martirio de Esteban. Pero para la Iglesia el día de la muerte de un santo es el «dies natalis», el día de su verdadero nacimiento. No andamos lejos de la fiesta de ayer. Ahora se trata del nacimiento de Esteban a su vida gloriosa, ya en comunión perfecta con Cristo Jesús.
Esteban es el primero que ha dado testimonio hasta la muerte. A lo largo de la historia, cuántos cristianos han seguido a Cristo en medio de la persecución y las dificultades. Su respuesta ante las dificultades ha sido perseverar dando testimonio de Jesús y de su evangelio hasta la muerte. Que es el testimonio más creíble.
Hay martirios breves e intensos, como el de Esteban. Hay martirios largos: el testimonio y las dificultades de cada día, a lo largo de años. Tal vez éste es el nuestro. Y hoy se nos invita a no cansarnos de este amor y de esta fidelidad. ¿Damos nosotros, en nuestra vida, un testimonio así de creíble para los que nos rodean?, ¿o nos echamos atrás por cualquier esfuerzo que nos suponga la fe en Cristo? Cuando surgen estas dificultades en nuestro camino de seguimiento de Cristo, ¿hacemos nuestras las palabras de confianza del salmo: «A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu», que Esteban hizo propias: «Señor Jesús, recibe mi espíritu»? ¿Sabemos hacer nuestras sus últimas palabras de perdón? El ejemplo de Esteban que, a imitación del mismo Cristo, muere perdonando, es una lección para nosotros. La oración del día reza: «concédenos la gracia de imitar a tu mártir san Esteban, que oró por los verdugos que le daban tormento, para que nosotros aprendamos a amar a nuestros enemigos» (J. Aldazábal). Decía el Padre De Lubac: “Si la vida del cristiano transcurre sin persecución, es porque en ella no está presente la vida de su Maestro; el cristiano siempre será un hombre contestado”. Santa Edith Stein hablaba de que “la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la han podido apagar”: “El Niño del pesebre extiende sus bracitos, y su sonrisa parece decir ya lo que más tarde pronunciarán los labio del hombre: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré.” (Mt 11,28)... ¡Sígueme! así dicen las manos del Niño, como más tarde lo harán los labios del hombre. Así hablaron al discípulo que el Señor amaba y que ahora también pertenece al séquito del pesebre. Y San Juan, el joven con un limpio corazón de niño, lo siguió sin preguntar a dónde o para qué. Abandonó la barca de su padre y siguió al Señor por todos sus caminos hasta la cima del Gólgota.
”¡Sígueme!- esto sintió también el joven Esteban. Siguió al Señor en la lucha contra el poder de las tinieblas, contra la ceguera de la obstinada incredulidad, dio testimonio de El con su palabra y con su sangre, lo siguió también en su espíritu, espíritu de Amor que lucha contra el pecado, pero que ama al pecador y que, incluso estando muriendo, intercede ante Dios por sus asesinos.
”Son figuras luminosas que se arrodillan en torno al pesebre: los tiernos niños inocentes, los confiados pastores, los humildes reyes, Esteban, el discípulo entusiasta, y Juan, el discípulo predilecto. Todos ellos siguieron la llamada del Señor. Frente a ellos se alza la noche de la incomprensible dureza y de la ceguera: los escribas, que podían señalar el momento y el lugar donde el Salvador del mundo habría de nacer, pero que fueron incapaces de deducir de ahí el “Venid a Belén”; el rey Herodes que quiso quitar la vida al Señor de la Vida. Ante el Niño en el pesebre se dividen los espíritus. El es el Rey de los Reyes y Señor sobre la vida y la muerte. El pronuncia su ¡sígueme!, y el que no está con El está contra El. El nos habla también a nosotros y nos coloca frente a la decisión entre la luz y las tinieblas” (El misterio de Navidad, Obras completas IV, 232).
3. Puestos en manos de Dios sabemos que Él vela por nosotros como lo hace un Padre amoroso sobre sus hijos: “Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame”.
Y con Esteban decimos: “A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Te has fijado en mi aflicción.
Líbrame de los enemigos que me persiguen; haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia”. Haznos partícipes de tu vida eterna, donde ya no habrá ni llanto, ni luto, ni dolor, sino gozo y paz en el Señor.
Llucià Pou Sabaté

Navidad, 25 de diciembre, Misa del día: hemos de hacernos sencillos para acoger a Jesús y ser hijos de Dios, entrar en el Portal es hacerse humilde

“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al inundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1,1-18).

1. El Evangelio de Juan nos dice: “en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”.
Es un himno solemne que se va elevando en círculos y va bajando, del cielo a la tierra, del principio del mundo hasta el día a día y el final de los tiempos. Luz-tinieblas; Dios-mundo; fe-incredulidad. Juan Bautista-nosotros. -Dios no es un ser lejano. Es un Dios que habla, y su Palabra es entrañablemente cercana. Se ha hecho un niño y ha nacido en Belén. Antes, durante siglos, había hablado por medio de profetas y había enviado Ángeles como mensajeros. Pero ahora nos ha hablado de otra manera: nos ha enviado a su Hijo.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”. Navidad es algo más que un estado de ánimo de fiesta. En este día, en esta santa  noche, se trata del Niño, del único Niño. Del Hijo de Dios que se hizo hombre, de su  nacimiento. Todo lo demás o vive de ello o bien muere y se convierte en ilusión. Navidad  quiere decir: Él ha llegado, ha hecho clara la noche. Ha hecho de la noche de nuestra  oscuridad, de nuestra ignorancia, de la noche de nuestra angustia y desesperación una  noche de Dios, una santa noche.
“La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al inundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”.
Eso quiere decir Navidad. El momento en que esto  sucedió, realmente y por todos los tiempos, debe seguir siendo realidad, a través de esta  fiesta, en nuestro corazón y en nuestro espíritu. "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén,  mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano" (Angelus Silesius). “Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

2. Isaías nos habla de un pueblo que sufre y será liberado, pero en el fondo nos dice cómo será hermoso Jesús: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»!
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”.
El Salmo proclama: “cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo; el Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad.
Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor”. Es la alegría por la Resurrección del Señor, el Reino de Dios,  que comienza en la humildad más grande: “No rechaza el pesebre, ni dormir sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre." Venidos desde los confines de la tierra, los Magos conocieron al Niño Dios. Ellos son los primeros, de entre todas las naciones, a quienes se les revela la misericordia divina: la primera epifanía del Unigénito a los gentiles, que nace de una madre Virgen para salvar al mundo. El Amor-fidelidad de Dios llena la tierra.
Se decía que el 25 de diciembre era una fiesta mágica, del sol, y que se había hecho coincidir con la Navidad, pero ahora –explica Ratzinger- se está descubriendo que coincide con la fiesta del Templo que cantan este Salmo, y aunque la Navidad se celebró en un segundo momento, pues primero se centró todo en la Pascua de resurrección, ya san Hipólito de Roma en su comentario al libro de Daniel, escrito aproximadamente en el año 204 habla de que Jesús nació este día del sol, que en aquel tiempo la fiesta de la consagración del templo, instituida por Judas Macabeo en el año 164 a. C. Así, la fecha del nacimiento de Jesús significaría al mismo tiempo que, con él, que amaneció como la luz de Dios en la noche invernal, aconteció verdaderamente una consagración del templo: él es el nuevo Templo, y el nuevo Sol.
Luego, san Francisco de Asís en su Misa de por la noche adornó la fiesta con el Belén, en nochebuena de 1223 en el bosque de Greccio, donde puso también el buey y el asno que conocen a su Señor: Francisco había dicho: «Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno» (la mula). En Isaías 1,3 dice: «Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel no conoce, mi pueblo no entiende». Ante Dios, todos los hombres, judíos y paganos, eran como bueyes y asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les abrió los ojos de modo que, ahora, entienden la voz del dueño, la voz de su Señor. En las figuras medievales de la Navidad llama siempre la atención que las dos bestias tienen rostros casi humanos al encontrarse e inclinarse con reconocimiento y veneración ante el misterio del Niño. Era lógico, pues ambos animales fueron considerados como representantes nuestros… ¿Quién lo reconoció y quién no?¿lo reconocemos realmente? Y seguía Ratzinger: El buey y el asno conocen, pero «Israel no conoce, mi pueblo no entiende». “El que no lo reconoció fue Herodes, que no entendió nada cuando le contaron acerca del niño, sino que se encegueció aún más por sus ansias de poder y el correspondiente delirio de persecución (Mt 2,3). La que no lo reconoció fue «toda Jerusalén con él». Los que no lo reconocieron fueron los hombres vestidos con refinamiento (Mt 11,8), la gente fina. Los que no entendieron fueron los eruditos, los conocedores de la Biblia, los especialistas en exégesis de la Escritura, que sabían exactamente cuál era el versículo que correspondía, pero, a pesar de ello, no comprendieron nada (Mt 2,6).
Los que sí lo reconocieron —a diferencia de toda esa gente de renombre- fueron «el buey y el asno»: los pastores, los magos, María y José. ¿Es que acaso podía ser de otro modo? En el establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina: allí viven, justamente, el buey y el asno.
Pero ¿y nosotros? ¿Estamos tan lejos del establo porque somos demasiado finos y sesudos para estar en él? ¿No nos enredamos también nosotros… al punto de quedarnos ciegos para el mismo Niño y no captar nada de él? ¿No estamos también nosotros demasiado en «Jerusalén», en el palacio, afincados en nosotros mismos, en nuestra arrogancia, en nuestra manía persecutoria, como para poder escuchar por la noche la voz de los ángeles, acudir al pesebre y adorar?
Así pues, esta noche los rostros del buey y del asno nos miran con ojos interrogativos: mi pueblo no entiende; ¿entiendes tú la voz de tu Señor? Al colocar en el pesebre estas figuras tan familiares deberíamos pedir a Dios que le regale a nuestro corazón la sencillez que descubre en el niño al Señor, como en su día Francisco en Greccio. Entonces podría sucedemos también a nosotros lo que Celano, siguiendo muy de cerca las palabras de san Lucas sobre los pastores de la primera Nochebuena (Lc 2,20), narra acerca de los que participaron en la Nochebuena de Greccio: «todos retornaron a sus casas colmados de alegría»”.
«Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Es lo que dice Orígenes, que continúa: “¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo»”.
3. Hebreos nos cuenta que “en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»? O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios»”. La palabra hecha carne se convierte en voz que suplica al Padre, en boca de nuestra naturaleza, para gritar a Dios la necesidad que el hombre tiene de salvación Jesús, la suprema y definitiva Palabra que Dios pronuncia, su “plan” para salvarnos, viene hoy al mundo, es nuestro hermano.

Llucià Pou Sabaté

lunes, 24 de diciembre de 2012


Navidad, Misa de Medianoche, dejar nacer a Jesús en nuestro corazón

 En aquellos días, se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era gobernador de Siria, y todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba en cinta. Y sucedió que estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada.
En la misma región había pastores que estaban en el campo, cuidando sus rebaños durante las vigilias de la noche.  Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Mas el ángel les dijo: No temáis, porque he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. 
Y esto os servirá de señal: hallaréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.   
Y de repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios y diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace.  
Y aconteció que cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén y veamos esto que ha sucedido, que el Señor nos ha dado a saber.  Fueron a toda prisa, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y cuando lo vieron, dieron a saber lo que se les había dicho acerca de este niño. Y todos los que lo oyeron se maravillaron de las cosas que les fueron dichas por los pastores.
Pero María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón. 
Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había dicho” (Lucas 2,1-14).

1. El Pregón de Navidad reza así: “Os anunciamos, hermanos, una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo; escuchadla con corazón gozoso: Habían pasado miles y miles de años desde que, al principio, Dios creó el cielo y la tierra y, asignándoles un progreso continuo a través de los tiempos, quiso que las aguas produjeran un pulular de vivientes y pájaros que volaran sobre la tierra. Miles y miles de años, desde el momento en que Dios quiso que apareciera en la tierra el hombre, hecho a su imagen y semejanza, para que dominara las maravillas del mundo y, al contemplar la grandeza de la creación, alabara en todo momento al Creador”. Sigue con los caminos torcidos de tantos, y aquellas cosas que llamamos diluvio. “Hacía unos 2.000 años que Abraham, el padre de nuestra fe, obediente a la voz de Dios, se dirigió hacia una tierra desconocida para dar origen al pueblo elegido. Hacía unos 1.250 años que Moisés hizo pasar a pie enjuto por el Mar Rojo a los hijos de Abraham, para que aquel pueblo, liberado de la esclavitud del Faraón, fuera imagen de la familia de los bautizados. Hacía unos 1.000 años que David, un sencillo pastor que guardaba los rebaños de su padre Jesé, fue ungido por el profeta Samuel, como el gran rey de Israel. Hacía unos 700 años que Israel, que había reincidido continuamente en las infidelidades de sus padres y por no hacer caso de los mensajeros que Dios le enviaba, fue deportado por los caldeos a Babilonia; fue entonces, en medio de los sufrimientos del destierro, cuando aprendió a esperar un Salvador que lo librara de su esclavitud, y a desear aquel Mesías que los profetas le habían anunciado, y que había de instaurar un nuevo orden de paz y de justicia, de amor y de libertad. Finalmente, durante la olimpíada 94, el año 752 de la fundación de Roma, el año 14 del reinado del emperador Augusto, cuando en el mundo entero reinaba una paz universal, hace algo más de 2000 años, en Belén de Judá, pueblo humilde de Israel, ocupado entonces por los romanos, en un pesebre, porque no tenía sitio en la posada, de María virgen, esposa de José, de la casa y familia de David, nació Jesús, Dios eterno, Hijo del Eterno Padre, y hombre verdadero, llamado Mesías y Cristo, que es el Salvador que los hombres esperaban. Él es la Palabra que ilumina a todo hombre; por él fueron creadas al principio todas las cosas; él, que es el camino, la verdad y la vida, ha acampado, pues, entre nosotros. Nosotros, los que creemos en él, nos hemos reunido hoy, o mejor dicho, Dios nos ha reunido, para celebrar con alegría la solemnidad de Navidad, y proclamar nuestra fe en Cristo, Salvador del mundo. Hermanos, alegraos, haced fiesta y celebrad la mejor NOTICIA de toda la historia de la humanidad”. Es como un resumen de la historia.
"De mis entrañas te engendré antes  que el lucero de la mañana" (Ant. entrada). Es la noche santa, como la otra Pascua, de la resurrección. La fiesta de Navidad es para los que se complace el Señor, como hemos leído en la voz de los ángeles. Recuerda Benedicto XVI que Dios se complace en su hijo, como dicen las teofanías: “en ti me he complacido”. Nosotros, por el bautismo, por acoger al Señor, podemos ser también hijos de Dios, Cristo, y sentir la voz del Padre dirigida a mí: "Tú eres mi hijo, yo te  engendré hoy… en ti me he complacido".
Hablaba Ratzinger del árbol de navidad de la iglesia del Christkindl (del Niño Jesús), situada en las afueras de la ciudad de Steyr, en el norte de Austria. Por 1694, había un campanero y director de coro que sufría de epilepsia, la «enfermedad de las caídas». Tenía veneración del Niño Jesús. Colocó en la cavidad de un abeto una imagen de la Sagrada Familia y luego puso ahí un Niño Jesús de cera que sostiene en una mano la cruz y en la otra la corona de espinas, copia de una imagen milagrosa. Se formaron peregrinaciones en torno al Niño Jesús del árbol. En torno al árbol se construyó una iglesia al estilo de Santa Maria Rotonda de Roma. Es una preciosa envoltura del árbol, del cual surgen el altar y el sagrario: en el árbol sigue estando el Niño Jesús sanador. Ese árbol se levanta como el árbol de la vida del paraíso, que ha sido reencontrado: «el querubín no está ya vedando la entrada». Ese árbol es María con el fruto bendito de su vientre, Jesús. Jesús ahí nos invita, nos sana de la «enfermedad de las caídas». Porque caemos y nos desanimamos. En ese templo en forma de iglesia bautismal, en forma de seno materno, vivimos el misterio del nacimiento.
Se dice que mientras no seas independiente, no serás libre sino dependiente. Se pone el amor como falta de libertad, puesto que el amor implica que necesito del otro y de su gracia. Dios necesita mi amor. Es dependencia mutua de las Personas, y de mí. Yo también soy así, a imagen suya. Señor, que sepa ser aceptado y dejarme aceptar. Que transforme mi dependencia en amor y, así, llegar a ser libre. Nacer de nuevo, deponer el orgullo, llegar a ser niño: eso es Navidad, Belén (“casa de pan”): pan de la vida, salvación.  Y termina así Ratzinger: “El verdadero árbol de la vida no está lejos de nosotros, en algún paraje de un mundo perdido. Ha sido erigido en medio de nosotros, no sólo como imagen y signo, sino en la realidad. Jesús, que es el fruto del árbol de la vida, la vida misma, se ha hecho tan pequeño que nuestras manos pueden contenerlo. Se hace dependiente de nosotros para hacernos libres, para recuperarnos de nuestra «enfermedad de las caídas». No defraudemos su confianza. Depositémonos en sus manos tal como él se ha depositado en las nuestras”.
Hasta las tinieblas desciende María y el fruto de su vientre, cuando tienen que refugiarse en la gruta abandonada, cuando tienen que someterse a las órdenes de un gobernador impuesto por potencias extranjeras y abandonar la propia casa. Hasta aquí ha descendido Israel, país pequeño, su patria chica, ocupado durante siglos por países más poderosos. En medio de esa noche oscura nace Jesús, como niño inefable que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Dios ha suscitado del corazón de la noche la aparición luminosa y real de un hombre hijo de Dios, que nos invita a serlo también nosotros: "a los que le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios", que es el fruto  de una Navidad bien celebrada: nacer con Cristo y ser hijos con él  (J. Aldazábal).
Recordemos las palabras del poeta místico: "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén,  mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano" (Angelus Silesius).
San Josemaría Escrivá cuenta: “Se ha promulgado un edicto de César Augusto, y manda empadronar a todo el mundo. Cada cual ha de ir, para esto, al pueblo de donde arranca su estirpe. —Como es José de la casa y familia de David, va con la Virgen María desde Nazaret a la ciudad llamada Belén, en Judea (Lc 2,1-5). Y en Belén nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! —No hay lugar en la posada: en un establo. —Y su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre. (Lc 2,7). / Frío. —Pobreza. —Soy un esclavito de José. —¡Qué bueno es José! —Me trata como un padre a su hijo. —¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!...Y le beso —bésale tú—, y le bailo, y le canto, y le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Unico, mi Todo!... ¡Qué hermoso es el Niño...! (…) Los diversos hechos y circunstancias que rodearon el nacimiento del Hijo de Dios acuden a nuestro recuerdo, y la mirada se detiene en la gruta de Belén, en el hogar de Nazareth. María, José, Jesús Niño, ocupan de un modo muy especial el centro de nuestro corazón. ¿Qué nos dice, qué nos enseña la vida a la vez sencilla y admirable de esa Sagrada Familia?
”Entre las muchas consideraciones que podríamos hacer, una sobre todo quiero comentar ahora. El nacimiento de Jesús significa, como refiere la Escritura, la inauguración de la plenitud de los tiempos (Gal 4,4), el momento escogido por Dios para manifestar por entero su amor a los hombres, entregándonos a su propio Hijo. Esa voluntad divina se cumple en medio de las circunstancias más normales y ordinarias: una mujer que da a luz, una familia, una casa. La Omnipotencia divina, el esplendor de Dios, pasan a través de lo humano, se unen a lo humano. Desde entonces los cristianos sabemos que, con la gracia del Señor, podemos y debemos santificar todas las realidades limpias de nuestra vida. No hay situación terrena, por pequeña y corriente que parezca, que no pueda ser ocasión de un encuentro con Cristo y etapa de nuestro caminar hacia el Reino de los cielos”.
Como fruto de esta misa del nacimiento del Señor, de la Navidad, queremos tratar a Jesús con sencillez, con una intimidad que no disminuya, con cariño, una presencia especial, con mucho cariño en los detalles pequeños, sabiendo que allí, nos acompaña el Señor. Y queremos tener una conversación íntima con Él, tener una presencia de Jesús constante, queremos que sea nuestro Rey, que ansía reinar en nuestros corazones de hijos de Dios.  Decirle a una persona: "eres mi Rey", significa decirle que: "estoy a tus órdenes", significa que “tus deseos son órdenes”; significa, que “quiero hacer lo que Tú quieras”...., eso es lo que decimos hoy a Jesús, en su cátedra de Belén, donde es también nuestro médico y se nos muestra en la Eucaristía. Belén es una imagen eucarística, que ahí Jesús nace cada vez que viene sobre el altar y a nuestro corazón. Vamos al médico divino, maestro y amigo, y mostrarnos sin escondernos en el anonimato, y abrir nuestro corazón sin esconder los síntomas, mostrando nuestras debilidades, y mostrándonos sin esta especie de querer escondernos, y dejarle hacer, dejarle que como médico actúe en nuestra alma: “¡Señor!, que me pasa esto”...
Este encuentro sincero, de reconocer nuestras limitaciones, es la oración. Es la oración de esa desnudez espiritual, este ir directamente al Señor; este no tener miedo a sabernos como somos, porque en el fondo se identifica con mostrarnos a nosotros mismos. Decirle: “¡Señor, me pasa esto!”, significa decir: no tengo miedo a reconocerme como soy, porque tenemos esta plenitud de aceptación, saber que el Señor nos quiere como somos, y así nos encontramos muy bien, muy a gusto; por eso, queremos mostrarnos como somos. Es nuestro Maestro, una ciencia que sólo Él posee; dar un amor sin límites a Dios, todos los días.
2. -"El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande": Las tinieblas, signo del caos y de la muerte, nos indican la situación de opresión y también de infidelidad del pueblo. La luz, signo de nueva creación y de vida, nos indica la liberación y la restauración. Este paso es motivo del gozo, comparable al de una buena cosecha o al de una victoria sobre los enemigos. La posesión de la tierra y su fecundidad están siempre en el centro de atención del pueblo de Israel.
-"...los quebrantaste como el día de Madián": La liberación y la iluminación es una acción de Dios, que se compara a la victoria de Gedeón sobre los madianitas (Jc 7, 16-23): en medio de la noche, los israelitas con antorchas encendidas y tocando los cuernos ahuyentan a los enemigos. La luz y la palabra liberan en medio de la noche.
-"Porque un niño nos ha nacido...": ¿En qué consiste esta acción de Dios? Aparentemente las palabras del profeta se mueven a nivel de una historia concreta: la continuidad de la dinastía de David. Pero los mismos términos de la profecía se abren en un sentido que va más allá de la historia menuda. Cuatro nombres de uso cortesano definen, en principio, al niño: consejero, guerrero, padre, príncipe. Pero cada uno de ellos va acompañado de un calificativo que lo sitúa en un ámbito y en una amplitud que va más allá de las realidades humanas: "Maravilla de Consejero, Dios guerrero. Padre perpetuo, Príncipe de la paz".
-"... con una paz sin límites sobre el trono de David...": la profecía de Isaías reasume la profecía de Natán, con una insistencia en su perpetuidad que desborda las posibilidades históricas: "por siempre". Su fundamento es el mismo Dios: el celo de Dios, que se puede manifestar en el castigo, se manifestará "desde ahora y por siempre" en el amor por su pueblo a través del Mesías (J. Naspleda).
El salmo nos invita a cantar con los "ángeles de Navidad" que "cantaron aquella noche": "Gloria a Dios, paz a los hombres". Nosotros junto con ellos cantemos también "alegría en el cielo, fiesta en la tierra"... "¡El cielo se alegra, la tierra exulta!" "¡Gloria a Dios!" "¡Adorad a Dios!" "¡El Señor es rey! Que nuestra oración jamás olvide esta actitud. La adoración, el sentimiento de anonadamiento, es el fundamento de todo primer descubrimiento de Dios. Dios es el "totalmente Otro", el trascendente, aquel que supera toda imaginación. Y la revelación de la proximidad de Dios que se hizo "uno de nosotros", que se hizo "niño" en Navidad "no disminuye en nada este sentimiento de adoración: paradójicamente la infinidad de Dios brilla hasta en el exceso de amor que lo hizo nacer en un pesebre de animales" (Noel Quesson).
"Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos". Así pues, el gesto fundamental ante el Señor rey, que manifiesta su gloria en la historia de la salvación, es el canto de adoración, alabanza y bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra liturgia diaria y en nuestra oración personal…
3. -"Ha aparecido la gracia de Dios...": La gracia de Dios se ha manifestado ya en JC, pero se manifestará en plenitud cuando vuelva glorioso al fin del mundo. Esta revelación histórica del plan de Dios en la persona de Jesús tiene siempre en el pensamiento de Pablo una finalidad: la salvación de todos los hombres. Por eso congrega a un pueblo que renuncia "a la impiedad y a los deseos mundanos" y vive en la expectativa del cumplimiento de esta salvación universal.
-"Él se entregó por nosotros para rescatarnos...": Dios realiza su plan salvador en la persona de JC, "gran Dios y Salvador nuestro". Así como en la antigua alianza, Dios congregó a un pueblo suyo, ahora Cristo con su muerte sacrificial reúne un nuevo pueblo, liberado del pecado y "dedicado a las buenas obras (J. Naspleda).
Llucià Pou Sabaté