lunes, 14 de noviembre de 2011

Martes de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. Los mártires son semilla de salvación: “Legaré un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntaria

Martes de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. Los mártires son semilla de salvación: “Legaré un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente la muerte por amor a nuestra Ley”. Jesús salva a un pecador publicano: “El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.”

Lectura del segundo libro de los Macabeos 6,18-31. En aquellos días, a Eleazar, uno de los principales escribas, hombre de edad avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida. Los que presidían aquel sacrificio ilegal, viejos amigos de Eleazar, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera, haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración. Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la Ley santa dada por Dios, respondió todo seguido: -« ¡Enviadme al sepulcro! Que no es digno de mi edad ese engaño. Van a creer muchos jóvenes que Eleazar, a los noventa años, ha apostatado, y, si miento por un poco de vida que me queda, se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso seria manchar e infamar mi vejez. Y, aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no escaparía de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble por amor a nuestra santa y venerable Ley.» Dicho esto, se dirigió en seguida al suplicio. Los que lo llevaban, poco antes deferentes con él, se endurecieron, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar. El, a punto de morir a fuerza de golpes, dijo entre suspiros: -«Bien sabe el Señor, que posee la santa sabiduría, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y los sufro con gusto en mi alma por respeto a él.» Así terminó su vida, dejando, no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.

Salmo 3,2-3.4-5.6-7. R. El Señor me sostiene.
Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mi; cuántos dicen de mí: «Ya no lo protege Dios.»
Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. Si grito invocando al Señor, él me escucha desde su monte santo.
Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 19,1-10. En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: -«Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: -«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.» Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -«Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.» Jesús le contestó: -«Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»

Comentario: 1.- 2M 6,18-31. a) El ejemplo del anciano Eleazar, que se mantiene firme en su fe a pesar de las promesas y de las amenazas de los enemigos de Israel, es en verdad admirable y aleccionador para sus contemporáneos y para nosotros. No sólo no quiere claudicar, comiendo carne prohibida, sino que rechaza también la propuesta que se le hacía de comer carne permitida, simulando que comía la del sacrificio de los dioses: "no es digno de mi edad ese engaño: van a creer los jóvenes que Eleazar a los noventa años ha apostatado". El buen anciano quiere dar a todos un ejemplo de fidelidad a la Alianza: "si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo". "De esta manera terminó su vida, dejando no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud".
b) Eleazar es uno de los primeros en la larga dan testimonio de su fe en Dios incluso con su vida. Su actitud nos recuerda la entereza de Jesús ante su muerte: "mi alma está triste hasta el punto de morir... Abbá, Padre, aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú" (Mc 14,34-36). Y la de tantos cristianos que, imitando estos ejemplos, han sido y siguen siendo fieles a su conciencia, en medio de tentaciones, halagos y amenazas. Mártires de todos los tiempos, ejemplo y estímulo para nosotros, que a veces tan fácilmente nos asustamos del esfuerzo y aceptamos cambiar de camino. Comer o no una carne prohibida no tenía en sí demasiada importancia. Pero era un símbolo: si claudicaban ante esa norma, no fundamental pero sí visible y concreta, era señal de que también claudicaban en otras más graves, que llevaban a la idolatría y a un estilo pagano de vida. Lo mismo pasa con nuestras normas cristianas de ahora: cada una de ellas puede no tener importancia capital, pero sí ser símbolo de coherente fidelidad o de dejadez en las actitudes importantes. Eleazar también alienta a los ancianos, que tal vez no pueden ya realizar trabajos muy creativos, pero siguen teniendo una misión interesante: dar ejemplo a los más jóvenes, transmitir fidelidad, enriquecer con su sabiduría a los demás. ¡Lo que pueden hacer los abuelos en una familia, o los religiosos ancianos en su comunidad, aunque estén en silla de ruedas, dando a todos un testimonio creíble de fe, de amabilidad, de esperanza, de visión cristiana de las cosas!
El autor del segundo libro de los Macabeos se propone fortalecer la fe de sus hermanos presentándoles el ejemplo de quienes han resistido heroicamente la persecución. Y lo hace sirviéndose del estilo de la historia patética o retórica, es decir exagerando las cifras, inventando el diálogo e introduciendo milagros. En este género literario, el autor se interesa por la reacción emotiva del lector tanto o más que por la historicidad objetiva de los detalles del acontecimiento. El nombre de este libro puede inducir a pensar que se trata de una continuación del primero, de una segunda parte del mismo libro. En realidad es una obra independiente, una especie de meditación teológico-parenética sobre algunos acontecimientos narrados también en el primero. Tal como ha llegado a nosotros, es un compendio de la obra en cinco volúmenes de Jasón de Cirene (2,23).
El autor del resumen eligió entre los mártires judíos un caso típico de fidelidad a las leyes sobre alimentos impuros, concretamente el cerdo (Lv 11,7). Eleazar, venerable por su sabiduría y su ancianidad, lo será más aún por la valentía y la integridad de costumbres. Primero se afirma que el alimento prohibido es de carne de cerdo; después se dice que se trata de carnes sacrificadas a los dioses. Es posible que nos encontremos ante dos intentos distintos de vencer la constancia del anciano escriba; también es posible que la víctima fuera un cerdo, ya que los griegos lo ofrecían a Deméter y a Dióniso. Es curioso que, siendo el cerdo un animal impuro también para los sirios, los fenicios y los árabes, sólo los judíos fueron obligados a comerlo; al menos no tenemos noticia de ningún decreto real destinado a los otros pueblos. Tal diferencia puede obedecer a que la prohibición del cerdo era considerada como una característica de las costumbres judías y de su fanatismo religioso. Hay que resaltar la afirmación de la fe en la retribución después de la muerte. Se ha pasado de la responsabilidad colectiva a la personal. Al interés por la suerte de la nación se ha unido el interés por el individuo. La línea de pensamiento iniciada por Ezequiel ha llegado a término. Eleazar continúa siendo un ejemplo, pues todos los tiempos tienen ídolos a que no podemos sacrificar y cerdos a que debemos renunciar (J. Aragonés Llebaria).
Es un tema clásico, que se ofreció también a Sócrates: disimular y salvar la vida, o sacrificarse por el ejemplo a los demás. Un auténtico maestro de la Ley, si es sincero y congruente con lo que enseña, no puede actuar en contra de aquello que trata de infundir en quienes está formando; mucho menos puede simular hacer algo ni bueno ni malo, pues al ser descubierto será ocasión de descrédito y de burla de los demás. Eleazar, conducido al sacrificio por su fidelidad a Dios, se convierte en ejemplo para quienes aceptan seguir al Señor con todas las consecuencias que le vengan por ello. Jesucristo, nuestro Maestro, nos ha enseñado lo que es el compromiso de fidelidad a la Voluntad del Padre Dios; fidelidad que brota del amor, el cual lleva a su plenitud nuestra respuesta a Dios y nuestro compromiso con el prójimo. Quienes creemos en Él no podemos torcer sus caminos, ni podemos enseñar cosas que nos beneficien a costa de mal utilizar nuestra fe y el anuncio del Evangelio. Jamás podemos hacer acomodos o relecturas de la Palabra de Dios que nos dejen bien parados con los hombres, pero traicionando la raíz del Evangelio que nos ha sido confiado. Si en verdad queremos ser testigos de Cristo debemos aceptar todo, incluso la muerte, que tengamos que arrostrar por ir tras las huellas del Señor hasta donde Él vive y Reina sentado a la derecha del Padre Dios.
“El recuerdo de Eleazar enseña que la fidelidad a la ley de Dios es el valor supremo para el hombre justo, y que el ejemplo dado por personas de relevancia social tiene consecuencias de enorme importancia. San Gregorio Nacianceno llama a Eleazar ‘primicia de aqeullos que sufrieron antes de Cristo; así como Esteban lo es de aquellos que sufrieron después de Cristo’. En la tradición ascética ha quedado como un modelo de fortaleza” (Biblia de Navarra). “El camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad.
Es fuerte el que persevera en el cumplimiento de lo que entiende que debe hacer, según su conciencia; el que no mide el valor de una tarea exclusivamente por los beneficios que recibe, sino por el servicio que presta a los demás. El fuerte, a veces, sufre, pero resiste; llora quizá, pero se bebe sus lágrimas. Cuando la contradicción arrecia, no se dobla. Recordad el ejemplo que nos narra el libro de los Macabeos: aquel anciano, Eleazar, que prefiere morir antes que quebrantar la ley de Dios. Animosamente entregaré la vida y me mostraré digno de mi vejez, dejando a los jóvenes un ejemplo noble, para morir valiente y generosamente por nuestras venerables y santas leyes.
El que sabe ser fuerte no se mueve por la prisa de cobrar el fruto de su virtud; es paciente. La fortaleza nos conduce a saborear esa virtud humana y divina de la paciencia. Mediante la paciencia vuestra, poseeréis vuestras almas (Lc XXI, 19). La posesión del alma es puesta en la paciencia que, en efecto, es raíz y custodia de todas las virtudes. Nosotros poseemos el alma con la paciencia porque, aprendiendo a dominarnos a nosotros mismos, comenzamos a poseer aquello que somos (S. Gregorio Magno). Y es esta paciencia la que nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos de que las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo” (S. Josemaría Escrivá).

2. Sal. 3. No caminamos hacia la muerte, sino hacia la vida, y Vida Eterna. Ese es nuestro destino, la vocación que de Dios hemos recibido. Dios, para quienes creemos en Él y le somos fieles y sinceros, se convierte en nuestro escudo, nuestra gloria y nuestra victoria. Él siempre está con nosotros; y con Él a nuestro lado ¿a quién tendremos miedo? Aun cuando al terminar nuestra peregrinación por este mundo tengamos que acostarnos, dormiremos en paz hasta que el Señor nos despierte para estar eternamente con Él. Por eso, no sólo oremos, sino que también trabajemos con amor fiel, construyendo su Reino entre nosotros. Y no sólo construyamos su Reino; también oremos para que el Señor sea quien guíe nuestros pensamientos, palabras y obras. Entonces podremos decir que en verdad somos esos siervos buenos y fieles, que no trabajan conforme a sus propios planes e imaginaciones, sino conforme a la voluntad que Dios tiene sobre la humanidad.
Nos muestra aquí el salmo la paz y seguridad de los redimidos en la persona de David, quien, al escribir este salmo, huía de su palacio y de la ciudad santa a causa de la rebelión de su hijo Absalom. Aquí David: I. Se queja a Dios de sus enemigos (vv. 1,2). II. No obstante,confía en Dios como en su protector poderoso (v. 3). III. Recuerda la satisfacción que obtenía en las favorables respuestas que Dios daba a sus oraciones, así como su experiencia de la bondad de Dios hacia él (vv. 4, 5). IV. Triunfa sobre sus temores (v. 6) y sobre sus enemigos (v. 7). V. Da a Dios la gloria y toma para sí el consuelo de las bendiciones divinas y de la salvación que está asegurada a todos los hijos de Dios (v. 8).
Versículos 1-3. El título de este salmo, y el de muchos otros, es como una llave colgada a la misma puerta para abrirlo. Cuando conocemos la ocasión en que se compuso el salmo, tenemos la clave para mejor interpretarlo: 1. David estaba en gran apuro; cuando, en su huida, subió al monte de los Olivos, lloró amargamente, iba con la cabeza cubierta y a pie descalzo; sin embargo, fue entonces cuando compuso este salmo de confianza: lloró y oró, lloró y cantó, lloró y creyó. ¿Está alguno afligido a causa de la desobediencia y rebeldía de sus hijos? David lo estaba, pero eso no le estorbó su gozo en Dios, ni le hizo cantar fuera de tono sus cánticos sagrados. 2. Estaba en gran peligro; el complot era fuerte, formidable el partido de sus enemigos, y a la cabeza de ellos su propio hijo, de forma que su situación parecía extrema; pero fue entonces cuando se asió del poder de Dios. Los sustos y los peligros nos habrían de conducir a Dios, en lugar de alejamos de El. 3. Era provocado por aquellos de quienes tenía motivos para esperar mejores cosas: por su hijo, con quien había sido indulgente, y por sus súbditos, a quienes había colmado de beneficios. 4. Padecía por su pecado en el asunto de Urías, pues éste era el mal por el que Dios le había amenazado con la rebelión de su misma casa (2 S. 12,11); pero no por eso perdió su confianza en el poder y en la bondad de Dios, ni desesperó de obtener su socorro. Incluso nuestro pesar por el pecado no ha de estorbar ni nuestro gozo ni nuestra esperanza en Dios. 5. Parecía una cobardía huir delante de Absalom y abandonar la ciudad santa antes de haber librado una sola batalla; sin embargo, por lo que vemos en este salmo, estaba lleno de santa valentía, surgida de su fe en Dios. En estos tres versículos apela a Dios. ¿A quién sino a Él deberíamos acudir cuando algo nos apena o nos asusta? David acude a Dios:
l. Con una presentación del aprieto en que se halla (vv. 1,2). Mira en torno de sí, como echando un vistazo al campamento de sus enemigos. David se había adueñado del corazón de sus súbditos mejor que cualquier otro rey pudo haberlo obtenido; sin embargo, ahora lo había perdido súbitamente. Se habían levantado contra él y le perseguían a muerte. No sólo esto; decían: «No hay para él salvación en Dios.» Sacaban maliciosas conclusiones del aprieto en que se veía, como lo habían hecho de la aflicción de Job sus tres amigos. Pensaban que, puesto que le habían abandonado sus servidores y súbditos, también Dios le había desamparado a él y había abandonado su causa y, por lo tanto, había que considerarle como un malvado y un hipócrita. Se esforzaban por sacudir la confianza que tenía él en Dios y llevarle a desesperar de recibir socorro celestial. David acude a Dios y le declara lo que sus enemigos dicen de él. Al final de los vv. 2,4 y 8 aparece el vocablo hebreo selah, que significa pausa. Esta señal - nota del traductor- servía, no sólo para hacer una pausa, sino especialmente como indicación litúrgica y musical.
II. Con una profesión de su dependencia de Dios (v. 3). cuando sus enemigos dicen: «No hay para él salvación en Dios» (v. 2), él clama con tanto mayor seguridad (v. 3): «Mas tú, Yahweh, eres escudo alrededor de mí para defenderme, ya que mis enemigos me rodean por todas partes; tú eres mi gloria y el que levanta mi cabeza.» Sí, en el peor de los casos, los hijos de Dios pueden levantar con gozo la cabeza, sabiendo que todo cooperará para su bien, reconocerán que es Dios quien les levanta la cabeza, dándoles motivo para regocijarse y corazón para regocijarse.
Versículos 4-8. David se ha asido de su Dios ante la oposición sañuda de los que se sublevaban contra él, y había ganado valor y confianza para mirar hacia arriba cuando, mirando en tomo suyo, todo servía para causarle desánimo. Ahora mira hacia atrás con agradables reflexiones, y hacia delante con agradable expectación de un feliz resultado al que había de dar paso en breve la oscura situación en la que al presente se hallaba.
1. David había sido ejercitado en muchas dificultades, se había visto con frecuencia oprimido y en grave aprieto; pero siempre había hallado en Dios al Todo-suficiente.
(A) Sus apuros le habían puesto siempre de rodillas y, en medio de todos sus peligros y dificultades, había podido prestar a Dios su reconocimiento y levantar a él el corazón y la voz (v. 4): «Con mi voz clamé a Yahweh.»
(B) Siempre había hallado a Dios dispuesto a responder a su oración: «Y Él me respondió desde su monte santo», el monte santificado por la presencia del arca, de sobre la cual solía responder a quienes le buscaban. Cristo ha de ser entronizado Rey sobre Sión, el monte santo de Dios (2:6) y mediante tal Intercesor, al que el Padre escucha siempre, son escuchadas nuestras oraciones.
(C) David se había encontrado siempre a salvo bajo la protección divina (v. 5): «Yo me acosté y dormí, tranquilo y seguro, y desperté con nuevas fuerzas, porque Yahweh me sostenía.» (a) Esto es aplicable a las bendiciones ordinarias de cada noche, de lo que habríamos de dar gracias, tanto en privado como en familia, cada mañana. (b) Pero aquí parece referirse a la maravillosa calma y seguridad del ánimo de David en medio de sus peligros. Habiendo encomendado, en oración, su persona y su causa a Dios, y estando seguro de su protección, su corazón estaba tranquilo y en paz.
(D) Dios había quebrantado con frecuencia el poder y la maldad de los enemigos de David, dejándolos confusos («heridos en la mejilla») y sin poder («con los dientes quebrantados»), v. 7.
2. Véase con qué confianza se encara con los peligros que tiene delante:
(A) Sus temores estaban silenciados (v. 6): «No temeré a diez millares de gente, ya sea de invasión extranjera o de sublevación intestina, que pongan sitio contra mí, acampando en derredor de mí.» Cuando David huía de Absalom, le pidió a Sadoc que volviese el arca de Dios a la ciudad y, dudando del resultado de la contienda, concluyó en actitud de humilde penitente: «Aquí estoy; haga de mí lo que bien le parezca» (2 S.15,26). Pero ahora, en actitud de firme creyente, habla confiadamente y sin temor acerca del resultado.
(B) Sus oraciones rebosaban ánimo y aliento (v. 7). Creía en Dios como en su Salvador, aun cuando oraba con urgencia: «Levántate, Yahweh; sálvame, Dios mío.»
(C) Su fe salió triunfante. Comenzó el salmo quejándose de la fuerza y malicia de sus enemigos, pero lo concluye gozándose en el poder y la gracia de su Dios, pues ve que los que están con él son más que los que están contra él (v. 2 R. 6,16; 2 Cr. 32,7; Sal. 55,18; Ro. 8,31; 1 Jn. 4,4). Basa aquí su confianza en dos grandes verdades: (a) «La salvación es de Yahweh» (v. 37,39; Jon. 2,9; Ap. 7,10; 19,1). Él tiene poder para salvar, por muy grande que sea el peligro en que nos hallemos. (b) «Tu bendición sobre tu pueblo» (lit.). No sólo tiene Dios poder para salvarles, sino también para asegurarles su gracia y sus bendiciones; de ello podemos estar seguros, aunque no sean visibles los efectos de tales bendiciones (nota del traductor. Aunque no hay verbo en el hebreo, no hay duda de que la frase tiene sentido de súplica: "Sobre tu pueblo SEA tu bendición.» También es de notar que la numeración de los versículos de este salmo es diferente en la Biblia Hebrea -y en otras versiones- de la que aparece en nuestra Reina-Valera. Ello se debe a que en ésta el título del salmo no entra en la numeración, mientras que en aquéllas forma el v. 1, con lo que el salmo tiene nueve versículos en lugar de ocho).
En los vv. 5-7: “el Señor escucha siempre la plegaria que se le dirige en el Templo de Jerusalén (cf 1 R 8,30). El sueño del que, gracias al Señor, se despierta el salmista simboliza el sueño de la muerte del que despertó Jesucristo por el poder de Dios que le resucitó de entre los muertos (cf Rm 1,4)” (Biblia de Navarra) y Jesús nos recordará que lo que pidamos en su nombre nos lo concederá Dios (Jesús es el Templo del que habla la Escritura en imagen profética del de Jerusalén, y se consuma en la Jerusalén celestial, y tenemos la Iglesia que es el Templo del Espíritu en la historia). Así habla S. Ambrosio de la Dulzura del libro de los salmos: “Aunque es verdad que toda la sagrada Escritura está impregnada de la gracia divina, el libro de los salmos posee, con todo, una especial dulzura; el mismo Moisés, que narra en un estilo llano las hazañas de los antepasados, después de haber hecho que el pueblo atravesara el mar Rojo de un modo admirable y glorioso, al contemplar cómo el Faraón y su ejército habían quedado sumergidos en él, superando sus propias cualidades (como había superado con aquel hecho sus propias fuerzas), cantó al Señor un cántico triunfal. También María, su hermana, tomando en su mano el pandero, invitaba a las otras mujeres, diciendo: Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar.
La historia instruye, la ley enseña, la profecía anuncia, la reprensión corrige, la enseñanza moral aconseja; pero el libro de los salmos es como un compendio de todo ello y una medicina espiritual para todos. El que lo lee halla en él un remedio específico para curar las heridas de sus propias pasiones. El que sepa leer en él encontrará allí como en un gimnasio público de las almas y como en un estadio de las virtudes, toda la variedad posible de competiciones, de manera que podrá elegir la que crea más adecuada para sí, con miras a alcanzar el premio final.
Aquel que desee recordar e imitar las hazañas de los antepasados hallará compendiada en un solo salmo toda la historia de los padres antiguos, y así, leyéndolo, podrá irla recorriendo de forma resumida. Aquel que investiga el contenido de la ley, que se reduce toda ella al mandamiento del amor (porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley), hallará en los salmos con cuánto amor uno solo se expuso a graves peligros para librar a todo el pueblo de su oprobio; con lo cual se dará cuenta de que la gloria de la caridad es superior al triunfo de la fuerza.
Y ¿qué decir de su contenido profético? Aquello que otros habían anunciado de manera enigmática se promete clara y abiertamente a un personaje determinado, a saber, que de su descendencia nacerá el Señor Jesús, como dice el Señor a aquél: A uno de tu linaje pondré sobre tu trono. De este modo, en los salmos hallamos profetizado no sólo el namiento de Jesús, sino también su pasión salvadora,su reposo en el sepulcro, su resurrección, su ascensión y su glorificación a la derecha del Padre. El salmista anuncia lo que nadie se hubiera atrevido a decir aquello mismo que luego, en el Evangelio, proclamó el Señor en persona”.

3. Lc 19,1-10 (ver domingo 31C). Lucas es el único evangelista que nos cuenta la famosa escena de la conversión de Zaqueo. Es, en verdad, el evangelista de la misericordia y del perdón. Como publicano -recaudador de impuestos, y además para la potencia ocupante, los romanos-, Zaqueo era despreciado y sus negocios debieron ser un tanto dudosos ("si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más"). Pero Jesús, con elegancia, se hace invitar a su casa y consigue lo que quería, lo que había venido a hacer a este mundo: "hoy ha sido la salvación de esta casa, porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido". Los demás excomulgan a Zaqueo. Jesús va a comer con él. La de cosas que sucedieron en aquella sobremesa. Si ayer Jesús devolvió la vista a un ciego, hoy devuelve la paz a una persona de vida complicada.
¿Cómo actuamos nosotros en casos semejantes? ¿como Jesús, que no tiene inconveniente en ir a comer a casa de Zaqueo, o como los fariseos, que murmuraban porque "ha entrado en casa de un pecador"? Deberíamos ser capaces de conceder un margen de confianza a todos, como hacía Jesús. Deberíamos hacer fácil la rehabilitación de las personas que han tenido momentos malos en su vida, sabiendo descubrir que, por debajo de una posible mala fama, tienen muchas veces valores interesantes. Pueden ser "pequeños de estatura", como Zaqueo, pero en su interior -¡quién lo diría!- hay el deseo de "ver a Jesús", y pueden llegar a ser auténticos "hijos de Abrahán". ¿Nos alegramos del acercamiento de los alejados?, ¿tenemos corazón de buen pastor, que celebra la vuelta de la oveja o del hijo pródigo?, ¿o nos encastillamos en la justicia, como el hermano mayor o como los fariseos, intransigentes ante las faltas de los demás? Si Jesús, nuestro Maestro, vino "a buscar y a salvar lo que estaba perdido", ¿quiénes somos nosotros para desesperar de nadie? "Hoy voy a comer en tu casa". "Hoy ha sido la salvación de esta casa". Cada vez que celebramos la Eucaristía, que es algo más que recibir la visita del Señor, debería notarse que ha entrado la alegría en nuestra vida y que cambia nuestra actitud con los demás (J. Aldazábal).
Jericó era el primer bastión de la tierra prometida. Era el símbolo de las luchas de Israel. Allí, se encuentra Jesús a Zaqueo. Este hombre estaba encogido por los prejuicios de la gente que lo marginaba y lo minusvaloraba. Dirigía el grupo de cobradores de impuestos de la comarca. Oficio que era sumamente despreciado en medio del pueblo, debido a los malos manejos y la corrupción de los cobradores de impuestos. Oficio que era criticado por los fariseos porque los publicanos estaban en permanente contacto con los extranjeros (impuros) y con monedas profanas.
La multitud que lo desprecia le impide a Zaqueo ver a Jesús. No tiene otra opción que treparse en una higuera, pero de todos modos queda alejado del Maestro. Ya sea por el menosprecio de la gente o por el lugar que ha escalado (riqueza), Zaqueo no puede romper el cerco que lo sujeta. Jesús se percata de la situación y lo llama para que lo hospede.
La decisión de quedarse en la casa del Jefe de los publicanos provocó las más agrias reacciones. Todos los que se creen Israelitas santos y puros no dieron crédito a su ojos: ¡un profeta y maestro duerme en la casa del mayor de los pecadores! Zaqueo toma nuevamente la iniciativa y ante las críticas de los demás no trata de justificarse, sino que se compromete a enmendar su praxis. Reconoce que se ha enriquecido con la pobreza ajena, por eso decide devolver lo que ha conseguido legal pero injustamente. Sus bienes irán a parar a las manos de los pobres, de donde originalmente salieron. El desapego que Jesús ha motivado en Zaqueo respecto a las riquezas no es un asunto puramente psicológico: Zaqueo ha decidido liberarse de sus riquezas entregándolas a quien no se las puede devolver. El publicano ha realizado por iniciativa propia aquello que no pudo realizar el joven piadoso: entregar todos sus bienes y seguir a Jesús con alegría (servicio bíblico latinoamericano).
Continuamos escuchando al Espíritu que habla a las Iglesias, a la Iglesia. Un Espíritu exigente. Un Espíritu que invita a andar en verdad. A vivir en vela. A vivir preparados. A vivir del lado de la victoria. Pero un Espíritu exigente que respeta y no impone su presencia: "Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré..." ¡Qué difícil es quedarse a la puerta llamando! ¿Verdad? ¡Cómo nos gusta entrar sin llamar, irrumpir con fuerza para que los otros descubran la verdad! ¿O "mi" verdad? ¡Qué difícil es oír al Espíritu que llama suavemente! ¡Ojalá gritara con más vehemencia...!
Sin embargo, el Espíritu es de otra naturaleza. Sabio, prudente, paciente, se queda a la puerta, llamando. Si alguien percibe su susurro, abrirá la puerta y el Espíritu entrará y comerán juntos.
Jesús llamó a la puerta de Zaqueo y él oyó-subió-abrió, con el esfuerzo que supone querer oír, alzarse y abrir. Jesús entró y comieron juntos. Y la salvación iluminó la casa de un pecador que deseaba oír-ver, quería levantarse y anhelaba abrir la puerta. La salvación entró en casa de alguien que, sabiéndose necesitado de ella, aguzó el oído.
La necesidad siempre espabila el sentido de aquello que más se necesita. Por eso creo que es bueno que nos reconozcamos necesitados, de cuando en cuando. Que repasemos nuestra lista de carencias. Que nos demos cuenta de ellas. Que las coloquemos por orden de importancia. Que descubramos si nos sentimos pecadores con oído fino, para abrir la puerta al Espíritu, dejar que Jesús coma con nosotros y recibir la salvación en nuestra casa.
Amigos, amigas, que no seamos consumidores inconscientes de salvación, como si fuera un bien perecedero de fácil almacenaje. Él sigue a la puerta llamando... ¿O ya está dentro? (Luis Ángel de las Heras).
El encuentro de Jesús y Zaqueo ponen de manifiesto dos comportamientos diversos, pero complementarios. En las acciones de Jesús se pone de manifiesto el carácter universal de la misericordia divina, en las acciones de Zaqueo se revela el camino de una sincera voluntad de conversión y sus consecuencias.
Las búsquedas de Zaqueo lo conducen a Jesús, superando todos los obstáculos que se le presentan en su camino. Soluciona su falta de estatura encaramándose a un sicomoro, y posteriormente lleno de alegría responde con prontitud al pedido de hospitalidad que le hace Jesús y, sobre todo, demuestra la sinceridad de aquellas búsquedas dando muestras de una generosidad que supera las formas corrientes.
Esta generosidad que le lleva a compartir sus bienes muestra hasta que punto está él decidido a participar en el misterio de comunión. Zaqueo ha comprendido que la integración a ese misterio debe transparentarse en todos los ordenes de la existencia, incluso en el económico. Su fe toma la forma concreta de acciones solidararias en este último campo.
Las acciones de Jesús se dirigen a poner de manifiesto el carácter ilimitado de la misericordia. Superando los prejuicios de impureza, comparte la vida con un jefe de los recaudadores de impuestos. La crítica dirigida a su actitud se convierte en ocasión para subrayar el significado del "Hoy" salvífico de Dios.
Los que se creía que estaban en una situación al margen de la realidad salvífica encuentran en Jesús la posibilidad de la participación en la gracia divina y de ese modo pueden integrarse plenamente en las promesas hechas a Abraham, el padre de todos los creyentes (Josep Rius-Camps).
El caso de Zaqueo ofrece la belleza de una conversión radical, consecuente, llevada hasta sus consecuencias materiales y sociales. Con frecuencia se dice que el evangelio es "para todos", y se dice eso a veces para desvirtuar la opción por los pobres. El evangelio, efectivamente, es para todos, pero desde los pobres, y por ello, "no de igual forma para todos". La actitud de Jesús hacia Zaqueo muestra, efectivamente, que Jesús busca a todos y que a todos les predica una Noticia, pero que esa noticia resulta para unos es buena y para otros "mala" (en un primer sentido). La Noticia es la misma, y es para todos. La significación de la Noticia es distinta para unos y otros, dependiendo del "lugar social" en que esté el receptor.
La conversión de Zaqueo en el evangelio ejemplifica el camino de la conversión del rico: comienza con el deseo de conocer a Jesús de cerca; continúa cuando el rico se junta al pueblo que busca a Jesús y luego lo acoge en su casa. Y se completa cuando Zaqueo comparte sus bienes devolviendo con creces lo que robó: "doy la mitad de mis bienes a los pobres" y "restituiré cuatro veces más lo que he robado". Resultó una cena muy cara, pero realmente liberadora (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
En una humanidad deteriorada por el pecado, el hombre empequeñecido por su propia miseria, busca incluso superarse a sí mismo y llegar hasta donde Dios habita. Tal vez nos pase lo mismo que a aquellos hombres que trataron de construir una torre tan alta que tocara al mismo cielo para ver a Dios. Zaqueo, hombre de baja estatura, se sube a un árbol para ver a Jesús cuando pasara por ahí. Pero Dios sabe que le buscamos; y cuando está junto a nosotros nos mira siempre con gran amor, pues Él es nuestro Padre y no enemigo a la puerta. Y a Zaqueo se le concederá no sólo ver y conocer a Jesús, sino la salvación que nos viene del Enviado del Padre Misericordioso. Y la salvación es iniciativa de Dios hacia nosotros: Baja en seguida, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa. Sólo cuando Dios hace su morada en nosotros llegará su Luz, y a la luz de su encuentro con nosotros podremos reconocer que nuestros criterios de acción están muy lejos de Él. Entonces, si en verdad queremos que Él habite en nosotros y se quede para siempre, iniciaremos un proceso de amor servicial hacia nuestro prójimo, amándole como Cristo nos ha amado a nosotros (www.homiliacatolica.com).
Jesús, una muchedumbre te rodea al entrar en la ciudad de Jericó. No es para menos, pues acabas de curar a un ciego que muchos debían conocer, y ahora te sigue, alabando a Dios [Cfr. Lc 18, 43]. ¿Qué otros prodigios ibas a realizar? No se habían visto cosas tan espectaculares desde los tiempos de los grandes profetas, pensarían muchos de los que se agolpaban a tu alrededor. Tú, sin embargo, a ninguno de éstos diriges tu atención.
Mientras, ha llegado la noticia del milagro a Zaqueo, jefe de publicanos y rico. Zaqueo no se lanza a la calle a ver al profeta. Se queda unos momentos pensando y confuso: ¿quién soy yo para ver a Jesús? Mi corazón está manchado de injusticia y avaricia. Si sólo pudiera hablarle un instante y pedirle perdón... Y sale a la calle. Jesús, está a punto de pasar, pero es tal la muchedumbre que es imposible ver nada.
Y, adelantándose corriendo, subió a un sicómoro para verle. Zaqueo no se queda parado ante las dificultades, ni le importa hacer algo poco propio de una persona de su posición social: correr y subirse a un árbol para ver al Maestro. Jesús, Tú que conoces el interior de las almas no te haces esperar; y una vez más, pagas con creces insospechadas la generosidad del corazón humano: él buscaba verte, y Tú vas a hospedarte en su casa. Zaqueo bajó rápido y lo recibió con gozo.
No puede ser de otra manera. Si acudimos continuamente a ponernos en la presencia del Señor, se acrecentará nuestra confianza, al comprobar que su Amor y su llamada permanecen actuales: Dios no se cansa de amarnos. La esperanza nos demuestra que, sin Él, no logramos realizar ni el más pequeño deber; y con El, con su gracia, cicatrizarán nuestras heridas; nos revestiremos con su fortaleza para resistir los ataques del enemigo, y mejoraremos. En resumen: la conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesús (Josemaría Escrivá, Amigos de Dios).
Jesús, tu presencia remueve a Zaqueo y le lleva a la conversión. Hoy ha llegado la salvación a esta casa. Todo empezó por aquel deseo de conocerte que le llevó a poner los medios que hiciera falta para verte pasar. Señor, yo también necesito que vengas a mi casa: a mi vida, a mi alma. Tengo tantas heridas que necesitan cicatrizar, tantas flaquezas que necesitan de tu fortaleza divina, tantos egoísmos que me impiden ser feliz. A veces pienso que no puedo...
¡No desesperéis nunca! Os lo diré en todos mis discursos, en todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: la presunción cuando las cosas van bien y la desesperación después de la caída; este segundo es con mucho el más terrible [San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la penitencia].
Jesús, que la conciencia de mi poquedad y mi fragilidad no me lleve a la desconfianza ni a la desesperación. La conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesús. Y si alguna vez me rompo en mil pedazos, que siempre sepa volver a Ti, especialmente a través del Sacramento de la Penitencia, dándome cuenta de que el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Pablo Cardona).
Aquí el Señor nos ha ilustrado en la salvación de un hijo de Abrahán, que no vivía al parecer las condiciones de la Alianza. El episodio ilustra la misericordia divina ante la conversión del pecador, que tan bien describió Jesús en sus parábolas (Lc 15), y se aprovecha de su curiosidad y provoca el encuentro… el resultado es la alegría, la salvación. El Señor “elige a un jefe de publicanos, ¿quién deseperará de sí mismo cuando éste alcanza la gracia?” (S. Ambrosio). En Zaqueo vemos la búsqueda de Dios, sin miedo… “convéncete de que el ridículo no existe para quien hace lo mejor” (S. Josemaría Escrivá, Camino 392). Al final, su correspondencia a la gracia, propósitos de devolver… “Que aprendan los ricos que no consiste el mal en tener riquezas, sino en no usar bien de ellas; porque así como las riquezas son un impedimento para los malos, son también un medio de virtud para los buenos” (S. Ambrosio).

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