miércoles, 26 de octubre de 2011

San Lucas 13,31-35: Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

San Lucas 13,31-35:
Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo
Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8,31b-39.
Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El
que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos
de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso
Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y
que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de
Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?,
¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: «Por
tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza.»
Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues
estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni
principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni
profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Salmo 108,21-22.26-27.30-31. R. Sálvame, Señor, por tu bondad.

Tú, Señor, trátame bien, por tu nombre, líbrame con la ternura de tu
bondad; que yo soy un pobre desvalido, y llevo dentro el corazón
traspasado.

Socórreme, Señor, Dios mío, sálvame por tu bondad. Reconozcan que aquí
está tu mano, que eres tú, Señor, quien lo ha hecho.

Yo daré gracias al Señor con voz potente, lo alabaré en medio de la
multitud: porque se puso a la derecha del pobre, para salvar su vida
de los jueces.

Evangelio según san Lucas 13,31-35. En aquella ocasión, se acercaron
unos fariseos a decirle: -«Márchate de aquí, porque Herodes quiere
matarte.» Él contestó: -«ld a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana
seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término."
Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un
profeta muera fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a
los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he
querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo
las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os
digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: "Bendito el
que viene en nombre del Señor."»

Comentario: 1.- Rm 8,31-39. Estamos leyendo páginas profundas y
consoladoras en extremo. Hoy, Pablo entona un himno triunfal, que pone
fin a la primera parte de su carta, un himno al amor que nos tiene
Dios. Con un lenguaje lleno de interrogantes retóricos y de respuestas
vivas, canta la seguridad que nos da el sabernos amados por Dios: "si
Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?". No puede
condenarnos ni el mismo Jesús, que se entregó por nosotros, ni ninguna
de las cosas que nos puedan pasar, por malas que parezcan: ni la
persecución ni los peligros ni la muerte ni los ángeles ni criatura
alguna "podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo
Jesús".

Esta confianza fue para Pablo el punto de apoyo en sus momentos
difíciles, el motor de su vida, la motivación de su entrega absoluta a
la tarea misionera de la evangelización. Se sintió amado por Dios y
elegido personalmente por Cristo para una misión. Lo que nos da tanta
seguridad no es el amor que nosotros tenemos a Dios: ése es bien
débil, y nos lo podrían arrebatar fácilmente esas fuerzas que nombra
Pablo. Es el amor que Dios nos tiene: ése sí que es firme, en ése sí
que podemos confiar, "el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús". Si
tuviéramos esta misma convicción del amor de Dios, nuestra vida
tendría sentido mucho más optimista. De tanto decirlo y cantarlo, tal
vez no nos lo acabamos de creer: que Dios nos ama, que Cristo está de
nuestra parte e intercede por nosotros. Gracias a eso, "vencemos
fácilmente por aquél que nos ha amado". Ni siquiera nuestro pecado
podrá con el amor que Dios nos tiene. Este texto inspira cantos
preciosos, que saborean la serenidad que nos infunde en lo más hondo
de nuestro ser esta explosión de euforia de Pablo.

He ahí el final de la primera parte de la Epístola a los Romanos.
Después de haber «encerrado» todo el universo en la impotencia, bajo
la «cólera de Dios». Después de haber revelado la justificación
universal por la gracia y el «amor de Dios». He ahí en conclusión un
«grito de victoria», apasionado, vibrante.

-Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? No estamos seguros
de nosotros, ¡oh no! Seguimos sin fiarnos de nuestros propios límites,
desgraciadamente continuamos pecando... Pero ¡estamos seguros de Dios
¡Estamos seguros del amor de Jesús!

-El que no perdonó ni a su propio Hijo... Antes bien lo entregó por
todos nosotros... ¿cómo no nos dará con El todas las cosas? Quiero
tratar de contemplar detenidamente ese «don del Hijo». Dios, ¡que ha
dado su Hijo por nosotros! Que es lo más querido. Alusión al
sacrificio que Abraham había aceptado también (Gn 22,16). Cuidado. Hay
que entender bien esta expresión: «entregó» a su Hijo. ¡No tiene aquí
el mismo sentido que en la frase: «Judas entregó a Jesús»! Sería
inicuo y cruel. Estamos ante el misterio: Dios ama a su Hijo y el Hijo
ama a su Padre y ambos están de acuerdo en el Espíritu y el Hijo «se
entrega". Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros. Y el Padre acepta
ese don total, que la malignidad de los hombres se ingenió en hacer
cruel.¿De qué obstáculo no podrá triunfar tal amor?

-¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¡Pues es Dios quien justifica!
¿Quién condenará? Puesto que Jesucristo murió... Más aún, resucitó...
Está a la diestra del Padre... Intercede por nosotros... No somos
dignos, Señor. Somos muy ingratos contigo. Quisiera amarte más. Quiero
contemplar la intercesión que en este instante estás llevando a cabo
por mí en el cielo... por nosotros los hombres, ¡por todos! En este
mismo instante, Tú, Señor, estás intercediendo por los pecadores, por
aquellos que, como yo, cometen el mal. Estás intercediendo por todos
los que me están dañando, por todos los que yo no amaría o que
detestaría.

-¿Quién podrá separarme del amor de Cristo? A veces, Señor, llego a
preguntarme si te amo de veras... Lo cierto, es que yo quisiera
amarte, sinceramente. Pero, ¡mis actos cotidianos contradicen tan a
menudo este deseo y esta buena voluntad! Esa frase de san Pablo me
invita HOY a no pensar ya en el "amor que debería yo tener por Ti"...
para pensar, en cambio, en el «amor que Tú tienes por mí». Incluso si
llego a abandonarte alguna vez, Señor, sé que Tú no me abandonas
nunca. ¿«Quién podrá separarme del amor de Cristo»?

-Nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Jesús. Ni la
tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el peligro, ni...
Es una especie de letanía triunfal en la que san Pablo pone a
continuación todos los obstáculos que ha ido encontrando
personalmente: nada, nada, nada, puede separarnos de Ti. Guardo unos
momentos de silencio para reflexionar en lo que podría yo añadir a esa
lista: ¿cuáles son mis pruebas y dificultades desde hace unas semanas,
HOY mismo? Trato de repetir a mi vez la certeza: ni... ni... ¡ni...
podrán jamás separarme de tu amor, Señor!

-Saldremos vencedores, gracias a Aquel que nos amó. Qué hermosa
definición de Jesús: «aquel que nos amó"... Trato de dar a estas
palabras un contenido concreto: Tú piensas en mí, Señor... Quieres mi
felicidad... Me tiendes la mano cuando caigo... Me comprendes... Das
tu vida por mí... Me perdonas... Me amas... (Noel Quesson).

2. El salmista reacciona contra estas calumniosas acusaciones, y
comienza su defensa exponiendo ante Dios lo que ellos desean. El v. 20
dice literalmente: «Esta (es) la obra (que) mis adversarios (demandan)
de Yahweh y los que hablan el mal contra mi alma.»

A continuación, pide a Dios: «Favoréceme en atención a tu nombre» (v.
21) y, más detalladamente, en el v. 26: «Ayúdame, Yahweh Dios mío;
sálvame conforme a tu amor misericordioso.» Pide (v. 28): «Maldigan
ellos, pero bendice tú.» Si Dios nos bendice, no nos ha de importar
que nos maldigan los hombres.

Expone ante Dios su triste situación (vv. 22-25). (A) Está pobre y
necesitado, con el corazón herido (v. 22), no por conciencia de
pecado, sino por la maldad de sus enemigos. (B) Se siente cerca de la
muerte («Me voy»), como la sombra cuando se alarga, y sacudido como la
langosta (v. 23), que uno se sacude cuando se le pega al vestido. (C)
Se siente sumamente débil (v. 24): Las piernas le flaquean y todo su
cuerpo está macilento por falta de aceite, tan importante en la dieta
de los orientales. Aun así, es mejor tener un cuerpo macilento por el
ayuno si el alma está ganando salud, que estar bien cebados, como
Israel, y tener el alma rebelde (Dt. 32:15).

Pide a Dios que sus enemigos sean avergonzados (v. 28), vestidos de
ignominia (v. 29), cubiertos de confusión como de un manto (v. 29b),
de forma que su insensatez quede a la vista de todos, pues el manto
era la vestidura exterior. Si esa confusión les lleva al
arrepentimiento, no hay duda de que el salmista se verá satisfecho,
pues eso es lo que debemos pedir a Dios con respecto a nuestros
enemigos.

Apela a la gloria de Dios y al honor de su nombre, como ya lo había
hecho en el v. 21. Allí había dicho: «Líbrame, porque tu amor
misericordioso es bueno.» Y esto es lo que quiere alabar (lit. dar
gracias) en gran manera con su boca (v. 30), es decir, en voz alta y
públicamente. Y añade que tendrá buen motivo para ser agradecido a
Dios, pues Dios estaba a su diestra, no para acusarle, sino para
protegerle (v. 31) y librarle de los que le juzgaban, es decir,
querían que se le condenara a muerte (www.eladorador.com).

Quien se ve perseguido y condenado injustamente, fácilmente reacciona
con violencia; y si busca su refugio en Dios no es sólo para que Él lo
proteja, sino también para pedirle que le haga justicia de tal forma
que el mal que han tramado contra él sus enemigos se vuelva en contra
de ellos. Y dará gracias a Dios porque se puso a favor del pobre para
salvarle la vida de sus jueces. El Señor Jesús nos ha enseñado a
comportarnos de un modo muy diferente. Él nos dice: Amen a sus
enemigos y oren por quienes los persiguen para que sean dignos hijos
de su Padre del cielo. Y Él no se quedó en una vana palabrería, sino
que, a quienes le persiguieron, condenaron y asesinaron colgándolo de
la cruz les perdonó y disculpó ante su Padre Dios diciendo: Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen. Sólo cuando nos amemos como
hermanos seremos capaces de colaborar en la construcción del Reino de
Dios entre nosotros, pues entonces seremos un signo creíble del amor
del Señor en medio de nuestros hermanos.

3.- Lc 13,31-35. No sabemos si la advertencia que hicieron a Jesús los
fariseos era sincera, para que escapara a tiempo del peligro que le
acechaba: "márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte". Herodes,
el que había encarcelado y dado muerte al Bautista (como antes, su
padre Herodes el Grande había mandado matar a los inocentes de Belén
cuando nació Jesús), quiere deshacerse de Jesús. Jesús responde con
palabras duras, llamando "zorro" al virrey y mostrando que camina
libremente hacia Jerusalén a cumplir allí su misión. No morirá a manos
de Herodes: no es ése el plan de Dios. La idea de su muerte le
entristece, sobre todo por lo que supone de ingratitud por parte de
Jerusalén, la capital a la que él tanto quiere. Es entrañable que se
compare a sí mismo con la gallina que quiere reunir a sus pollitos
bajo las alas.

Jesús aprovecha la amenaza de Herodes para dar sentido a su marcha
hacia Jerusalén y a su muerte, que él mismo ha anunciado y que no va a
depender de la voluntad de otros, sino que sucederá porque él la
acepta, por solidaridad, y además cuando él considere que ha llegado
"su hora". Mientras tanto, sigue su camino con decisión y firmeza. El
lamento de Jesús -"Jerusalén, Jerusalén"- es parecido al dolor que
siente luego Pablo (Rm 9,11) al ver la obstinación del pueblo judío
que no ha querido aceptar, al menos en su mayoría, la fe en el Mesías
Jesús. El amor de Dios a veces se describe ya en el AT con un lenguaje
parecido al de la gallina y sus pollitos: el águila que juega con sus
crías y les enseña a volar (Dt 32,11), o el salmista que pide a Dios:
"guárdame a la sombra de tus alas" (Ps 17,8), y otras con un lenguaje
materno y femenino: "en brazos seréis llevados y sobre las rodillas
seréis acariciados, como uno a quien su madre le consuela, así yo os
consolaré" (Is 66,12-13). ¿Estamos dispuestos a una entrega tan
decidida como la de Jesús?; ¿incluso si aquellos por los que nos
entregamos se nos vuelven contra nosotros?; ¿tenemos un corazón
paterno o materno, un corazón bueno, lleno de misericordia y de amor,
para seguir trabajando y dándonos día a día, por el bien de los
demás?; ¿o nos influyen los Herodes de turno para cambiar nuestro
camino, por miedo o por cansancio? (J. Aldazábal).

-Algunos fariseos se acercaron a Jesús para decirle: "Vete, márchate
de aquí, que Herodes quiere matarte". Ya hemos observado que Lucas, a
diferencia de Mateo, no parece tener ningún a priori contra los
fariseos. Anota aquí un paso que ellos hicieron para salvar la vida de
Jesús. Y todo ello, no lo olvidemos, es revelación del clima dramático
en el que vivía Jesús: ¡quieren su muerte! Los poderosos de este mundo
lo consideran un hombre peligroso al que hay que suprimir. Herodes
sería capaz... ya había hecho decapitar a Juan Bautista, unos meses
antes solamente (Lc 3,19). Quiero compartir contigo, Señor, esa
angustia de tu muerte que se avecina.

-Jesús les contestó: "Id a decir a ese zorro..." Jesús no se presta a
dejarse influenciar por Herodes. Es Jesús quien decide su camino a
seguir. Jesús responde a esa amenaza de Herodes con el desprecio: el
"zorro" es un animal miedoso que sólo caza de noche y huye a su
madriguera al menor peligro... ¡Herodes, ese zorro, ese cobarde! ese
hipócrita que no se atreverá siquiera a tomar sobre sí la
responsabilidad de la muerte de Jesús y la endosará a Pilato (Lc
23,6-12).

-"Mira, hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; y al tercer
día acabo". La expresión "el tercer día" es usual en lengua aramea
para significar "en plazo breve". "Acabo"... estoy llegando al final,
o bien "he logrado mi objetivo..." Jesús sube a Jerusalén. Sube hacia
su muerte. Pero no es un condenado a muerte ordinario. Es consciente
de ir hacia un cumplimiento. Jesús conoce perfectamente a lo que va.
No morirá el día que Herodes decida, sino ¡el día que El decida!

-Pero hoy, mañana, y el día siguiente es preciso que prosiga mi
camino, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Palabras misteriosas! El profeta Oseas había escrito esas otras
palabras misteriosas "Dentro de dos días, el Señor nos dará la vida y
al tercer día, nos levantará y en su presencia, viviremos" (Oseas 6,
2) Jesús, caminando hacia Jerusalén, caminando hacia su muerte, pone
en manos de Dios el cuidado de prolongar su misión.

-¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que
se te envían!... Jerusalén, ciudad de los dones de Dios, ciudad de la
"proximidad de Dios..." Jerusalén, ciudad de la revuelta contra Dios,
del rechazo a Dios... Pero, la tierra y la humanidad entera están
simbolizadas en esa ciudad: la historia de los rechazos hecho a Dios
por tantos hombres, alcanzara aquí su punto culminante... ¡los hombres
van a juzgar a Dios! Y eso continúa también hoy.

-¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca a sus
pollitos bajo las alas... pero no habéis querido! Imagen de ternura.
Imagen maternal. El pájaro que protege a sus polluelos (Dt 32 10; Isa
31,5, Sal 17,8; 57,2; 61,5; 63,8; 91,4). La oferta de la salvación, de
la protección, de la ternura de Dios... ha sido rehusada. "¡No habéis
querido!"

-Pero Yo os digo: "No me volveréis a ver hasta el día que exclaméis:
Bendito el que viene en nombre del Señor". Jesús sabe que hay un más
allá después de su muerte... Día vendrá en el que se le saludará
exclamando: "Bendito el que viene" (Noel Quesson).

Irreverente para con la autoridad parecería Jesús con ese modo de
hablar… En vez de huir, por la amenaza que le dicen que pesa sobre él,
Jesús desafía al "zorro" de Herodes, con un misterioso argumento de
que no conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén… Se trata de
una virtud -la libertad y autonomía personal frente a la autoridad-
que nos es en verdad muy extraña. Siglos de inculcamiento de la
obediencia y la sumisión como las grandes virtudes cristianas, pesan
notablemente, y todavía el subconsciente colectivo está dependiente de
ellas. Tenemos introyectada la mitificación de la autoridad. Como si
estar investido de autoridad fuese un certificado de ser una persona
divina. Como si las personas revestidas de autoridad no fueran… eso:
simples personas humanas, de carne y hueso, con la misma
responsabilidad ante Dios y ante la historia que cada uno de nosotros.
Afortunadamente la sociedad humana ha crecido mucho en los últimos
siglos, desde la Ilustración y la modernidad hasta nuestros días.
Lamentablemente, ha tenido que ser fuera del ámbito eclesiástico donde
ha florecido más claramente esta conciencia de la dignidad de la
persona y de la igualdad de todos ante Dios y ante la historia. Todos
somos simples seres humanos, sometidos a la misma oscuridad,
igualmente impelidos a jugarnos nuestra vida a unos determinados
valores. Todos tenemos el riesgo de equivocarnos, y cada cual debe
asumir su riesgo. Podemos y debemos discrepar de la autoridad cuando,
según nuestra conciencia, no está actuando correctamente. Eso, por sí
mismo, no es irreverencia ni rebeldía, sino rectitud de conciencia y
coherencia consigo mismo. El poder puede dar apariencia de triunfo en
este mundo, pero el único verdadero triunfo es la fidelidad al amor y
a la verdad (Josep Rius-Camps).

Durante la persecución religiosa en España, en el año de 1936, un
grupo de milicianos llegó a un convento de carmelitas descalzas con la
orden de subir a todas las monjas a un camión y llevarlas a fusilar.
La sorpresa de los soldados fue mayúscula cuando escucharon a la madre
superiora comunicar a las religiosas que "estos señores nos llevan al
cielo porque nos van a hacer mártires, como los primeros cristianos" y
acto seguido ver a las monjas felicitarse alegremente porque recibían
el mayor don de Dios. A los ojos de Cristo eran de las pocas que
habían entendido lo que significa amar a Dios hasta dar la vida por
él. Cristo va subiendo a Jerusalén decidido; lleva prisa. En otro
pasaje del Evangelio se nos dirá que en este su último viaje «iba
delante de los discípulos». No tiene miedo, sino premura. Sabe que la
voluntad de Dios es, a fin de cuentas, lo único que nos cuenta en esta
vida, y sabe que muchos cristianos a lo largo de la historias sabrán
renunciar a muchas cosas, incluso a su vida misma, por cumplir
fielmente la voluntad de Dios. Jesús está loco, porque es el amor. Por
eso todo amor que se precie ha de llevar una dosis de locura e
incomprensión. Locura porque lo que se hace no tiene sentido desde el
punto de vista humano, parece ir en contra de lo natural y de lo que
es razonable. Incomprensión porque no sólo va a estar teñido de un
color que las personas que no entiendan, sino que provocará sorpresa
por lo desconocido que es y desatará todo tipo de opiniones desde las
risas y tachaduras de tontos hasta las más incisivas y violentas.
Jesús con su vida provoca, ha llegado la hora de preguntarse qué pasa
con nuestra vida, que reacción provocamos en los demás, ojalá que la
respuesta no sea indiferencia.

Jesús tiene una conciencia clara de la Misión que el Padre Dios le ha
confiado: salvar a la humanidad y llevarla de retorno a la casa
paterna, no en calidad de siervos, sino de hijos en el Hijo. Y nadie
le impedirá cumplir con la voluntad de su Padre. Dios, efectivamente,
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad. Él, a pesar de nuestras rebeldías, no sólo nos llama a la
conversión, sino que nos da muchos signos de su ternura para con
nosotros; jamás se comporta como juez, sino siempre como un
Padre-Madre amoroso, cercano a nosotros y amándonos hasta el extremo.
Ojalá y algún día no sea demasiado tarde cuando, terminada nuestro
peregrinar por este mundo, tengamos que juzgar nuestra vida
confrontándola con el amor que el Señor nos ha tenido y salgamos
reprobados; y nuestra casa, nuestra herencia, la que nos corresponde
en la eternidad, quede desierta por no poder tomar posesión de ella a
causa de nuestra rebeldía al amor de Dios.

Miremos cuánto amor nos ha tenido el Señor. Él, con sinceridad, ha
dicho: todo está cumplido. La Misión que el Padre Dios le confió fue
cumplida con un amor fiel a Dios y al hombre. Este Memorial de su
Pascua que estamos celebrando nos lo recuerda. Pero nos lo recuerda no
sólo para que lo admiremos, sino para que sepamos cuál es el camino
que hemos de seguir quienes creemos en Él. Hacernos uno con el Señor
en una Alianza nueva y eterna que nos lleva a entregar nuestra vida, a
derramar nuestra sangre no por actitudes enfermizas ni masoquistas,
sino porque, al amar a nuestro prójimo y al verlo hundido en el pecado
y en una diversidad de signos de muerte, vamos en su búsqueda para
ayudarle, con mucho amor, a volver a la casa paterna; con amor, con el
mismo y en la misma forma en que nosotros hemos sido amados por Dios.
Si lo hacemos así entonces estaremos en una verdadera comunión de Vida
con el Señor.

A todos los que participamos de la Vida Divina, por la fe y el
bautismo, se nos ha confiado la proclamación de la Buena Nueva de
Salvación. Y en el cumplimiento fiel de esa Misión no podemos darnos
descanso. No ha de importarnos la tribulación, ni la angustia, ni la
persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro, ni la espada
que tengamos que padecer por Cristo. El Señor está siempre a nuestro
lado para que su Victoria sea nuestra Victoria, de tal forma que el
amor de Dios siempre esté en nosotros. No nos dejemos amedrentar por
quienes, teniendo el poder, quisieran apagar nuestra voz e impedir
nuestro testimonio y nuestra labor conforme al Evangelio de Cristo con
toda su fuerza y poder salvador. No vendamos nuestra vida a los
poderosos, ni a los ricos de este mundo. No diluyamos la Fuerza del
Mensaje de Cristo en aras de recibir protección o unas cuantas
monedas, sabiendo que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero si
al final pierde su vida. No permitamos que nadie nos tenga como perros
mudos a su servicio, amordazados e incapaces de velar por el Pueblo de
Dios y de esforzarnos para que todos sean alimentados a su Tiempo con
la Palabra de Dios, proclamada con lealtad.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María,
tomar nuestra cruz de cada día y echarnos a andar tras las huellas de
Cristo, aceptando con amor todas las consecuencias que por ello nos
vengan; pero con la seguridad de que la muerte no tiene la última
palabra, sino la Vida, Vida eterna que Dios regala a quienes le viven
fieles. Amén (www.homiliacatolica.com; textos tomados de mercaba.org;
Llucià Pou, 2009).

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