domingo, 5 de junio de 2011

VIERNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos anima a no tener miedo, pues todo tiene un sentido en los planes de Dios, y todo será para bien de tod

VIERNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos anima a no tener miedo, pues todo tiene un sentido en los planes de Dios, y todo será para bien de todos.

Hechos 18, 9-18: 9El Señor dijo por la noche a Pablo en una visión: No temas, sigue hablando y no calles, 10que yo estoy contigo y nadie se te acercará para dañarte; porque tengo en esta ciudad un pueblo numeroso. 11Permaneció allí un año y seis meses enseñando entre ellos la palabra de Dios.
12Era Galión procónsul de Acaya cuando los judíos se amotinaron de común acuerdo contra Pablo y lo condujeron al tribunal, 13diciendo: Este induce a los hombres a dar culto a Dios al margen de la Ley. 14Cuando Pablo se disponía a hablar, dijo Galión a los judíos: Si se tratara de un delito o de un grave crimen, ¡oh judíos!, sería razonable que os atendiera, 15pero si son cuestiones de palabras y de nombres y de vuestra Ley, resolvedlo vosotros; yo no quiero ser juez de tales asuntos. 16Y los expulsó del tribunal. 17Entonces todos ellos agarraron a Sóstenes, el jefe de la sinagoga, y comenzaron a golpearle delante del tribunal, pero nada de esto le importaba a Galión.
18Después de permanecer allí bastante tiempo, Pablo se despidió de los hermanos y embarcó hacia Siria. Iban con él Priscila y Aquila, que se había rapado la cabeza en Cencreas porque había hecho un voto.

Salmo responsorial: 47/46, 2-3.4-5.6-7: El Señor es rey de todas las cosas. / 2Pueblos todos, batid palmas, / aclamad a Dios con gritos de júbilo; / 3porque el Señor es sublime y terrible, / emperador de toda la tierra.
4Él nos somete los pueblos / y nos sojuzga las naciones; / 5Él nos escogió por heredad suya: / gloria de Jacob, su amado.
6Dios asciende entre aclamaciones; / el Señor, al son de trompetas: / 7tocad para Dios, tocad, / tocad para nuestro rey, tocad.

Evangelio según san Juan 16, 20-23: “Jesús siguió diciendo a sus discípulos: vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Recordad: La mujer cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro que pasó, porque la inunda la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Y aquel día no me preguntaréis nada.”

Comentario: 1. Después de Filipos y de Atenas fue Corinto la tercera ciudad de Europa que recibió el Evangelio. Una vez más Pablo será citado ante la Justicia, acusado de ser un perturbador. -Una noche, en una visión, el Señor dijo a Pablo: "No temas, habla sin callar nada, porque yo estoy contigo." Cuando se leen las Epístolas de san Pablo se las encuentra siempre llenas de la presencia de Jesús. Su nombre está tres o cuatro veces en cada página. ¡No era simplemente una "manera de hablar"! Pablo y Jesús vivían juntamente. Continuamente se comunicaban uno al otro. ¡Una oración incesante, dirá un día! (Rm 1,9). Los primeros cristianos estaban convencidos de la Presencia de Cristo y esto constituía su fuerza. En las dificultades cotidianas se agarraban a esta certeza. «¡No temas!» «¡estoy contigo!» Danos también, Señor, esta seguridad.
-Siendo Galión procónsul, los judíos se sublevaron contra Pablo, decían: «Persuade a la gente para que adore a Dios de un modo extraño a la Ley...» Este procónsul era hermano de Séneca. Gobernó en Acaya el año 52. Es un punto de referencia histórica para la cronología. Unos de esos detalles en los que la historia de la Iglesia empalma con la gran historia del Imperio romano. Una Iglesia en el tiempo, en el mundo, en medio de políticas y de gobiernos. En ese invierno del año 52, Pablo queda bloqueado a causa de la estación rigurosa y no puede seguir navegando. En Corinto funda una comunidad vigorosa y bulliciosa. Retenido en Corinto, recibe noticias de las dos últimas comunidades fundadas -la de Tesalónica y la de Filipos-. Les dicta dos cartas para fortalecerlos en su fe. Son los primeros escritos del Nuevo Testamento, veintidós años después de la resurrección: Epístolas a los Tesalonicenses.
-Pablo permanece en Corinto un año y seis meses, enseñando entre los corintios la palabra de Dios. Es preciso tratar de imaginar esa pequeña comunidad naciente, en sus comienzos, durante ese primer año de existencia. Pablo está allí, él, el apóstol. Y Pablo proclama la Palabra de Dios. Y Jesucristo está allí, presente en sus eucaristías. El cristianismo no puede vivirse aisladamente. Desde el principio, instintivamente, los cristianos se organizaron en pequeños grupos que se reunían en torno al evangelio y a la partición del Pan y del Vino. En Corinto, ciudad pagana, no había un lugar destinado al culto cristiano. Las ceremonias cultuales eran todas ellas destinadas a sus dioses: Atenea, Zeus, Dionisos y otros. Los cristianos se reunían en la casa de alguno de ellos. Sin duda en casa de Priscila y Aquila, un matrimonio fabricante de tiendas, como Pablo. Ayúdanos, Señor, a saber profundizar y comentar entre nosotros el evangelio.
San Juan Crisóstomo nos dice: «Mas en la cura de alma no hay que pensar en nada de eso –medios violentos–; aparte del ejemplo, no se da otro medio ni camino de salvación sino la enseñanza por la palabra. Este es el instrumento, éste es el alimento, éste el mejor temple del aire. La palabra hace veces de medicina, ella es nuestro fuego. Lo mismo si hay que quemar que si hay que cortar, de la palabra tenemos que echar mano. Si este remedio nos falla, todos los demás son inútiles. Con la palabra levantamos al alma caída y desinflamos a la hinchada, y cortamos lo superfluo, y suplimos lo defectuoso, y realizamos, en fin, toda otra operación conveniente para la salud de las almas».
-Algún tiempo después, Pablo se embarcó, rumbo a Siria acompañado de Priscila y Aquila. Ha nacido una nueva comunidad. Pablo marcha a otra parte. En cuanto juzga que pueden prescindir de él se va con vistas a otra fundación, dejando la responsabilidad a unos «ancianos» -presbíteros- a quienes ha nombrado cabeza de grupo. Señor, haz que los cristianos sean activos y responsables (Noel Quesson).
También hoy puede Dios decirnos: «muchos de esta ciudad son pueblo mío». A pesar de la mala fama de Corinto, Dios espera que muchos se conviertan, porque están destinados a la vida. ¿Tenemos derecho a desconfiar nosotros, o desanimarnos, porque nos parece que nuestra sociedad está paganizada sin remedio? ¿no estarán destinados a ser pueblo de Dios tantos jóvenes a quienes vemos desconcertados en la vida, o tantas personas que parecen sumergidas irremediablemente en los intereses materialistas del mundo de hoy? Cada uno de nosotros, tanto si somos pastores como simples cristianos, pero interesados en que la fe en Cristo vaya calando más en la sociedad y que su Pascua renueve este mundo, deberíamos sentirnos estimulados a no tener miedo, a confiar en las personas, a trabajar con ilusión renovada, porque seguro que Dios quiere la salvación de «esta ciudad» donde vivimos, por muchos que sean los fracasos que podamos estar experimentando. «Muchos de esta ciudad son pueblo mío», aunque no lo parezca a primera vista, o aunque nos hayan dado ya más de un disgusto por su apatía y su poca respuesta. Peor que las persecuciones exteriores -como la que le vino a Pablo en el curioso episodio de hoy ante el procónsul Galión- son las interiores: los temores y cansancios que podemos sentir cuando no vemos resultados en nuestro trabajo. ¿Quiénes somos nosotros para «dimitir» de nuestro empeño, cuando vemos que Dios tiene paciencia y sigue depositando su esperanza en personas a las que nosotros ya les hemos retirado todo voto de confianza? (J. Aldazábal).
Un santo apóstol en el siglo V solía repetir: Yo me encuentro bien cuando disfruto de la armonía de cuerpo y espíritu, cuando despierto en la mañana y conecto con la energía de los cielos, cuando a la luminosidad del sol sumo la de mi alma abierta a los demás, cuando al brillo del fuego añado el calor de mi amor a la verdad, cuando a la rapidez del viento asocio el dinamismo de mi espíritu hacia Dios, cuando asemejo a la estabilidad de la tierra la serenidad de mi espíritu ecuánime, cuando accedo a la profundidad del mar y a la profundidad de mi propia alma, cuando me muestro abierto a la comunicación sincera con los hombres y con Dios. Hoy en la liturgia tenemos oportunidad de acercarnos a esa experiencia de equilibrio humano-divino, y a la de su desequilibrio en el vivir y pensar humano. Es la experiencia que vive san Pablo cuando, una noche cargada de duros presagios, añorando la paz, se siente turbado y escucha la voz animadora del Señor: no temas, Pablo, sigue adelante, no te calles, predica, que estoy contigo. Pablo es ahí el hombre de bien, servidor de Dios, de los hombres, de la palabra de verdad, que, hallándose dispuesto a servir y amar, siente en sus espaldas el látigo de la persecución. Y es también la experiencia de los discípulos de Jesús. Éstos, atemorizados y tristes porque el Señor se va a lo alto del cielo y los deja en la tierra sin su protección, tiemblan; pero son consolados con esta promesa de Jesús: volveré a vosotros y se alegrará de nuevo vuestro corazón. ¡Cuánto les faltaba todavía para alcanzar el equilibrio que adquirirán en su vida y acción postpentecostal! ¿No estamos también nosotros necesitados de escuchar palabras de animación y consuelo en medio de las dificultades con que tropieza nuestro deseo de santidad y de ser auténticos evangelizadores? Danos, Señor, espíritu de discípulos en la escuela de la verdad, del amor, del servicio, de la predicación del Reino, de la defensa de la justicia y de la igualdad entre los hombres. Danos entrañas de misericordia, de comprensión, de gratitud. Danos luz para no cerrarnos cada mañana a la luz que es Cristo. Amén.
2. "El Señor, el Altísimo, es rey grande sobre toda la tierra" (ver también el comentario al día de la Ascensión). Dios, Rey y soberano de todo lo creado, nos ha manifestado su amor levantándose victorioso sobre los pueblos que habitaban la tierra, y la entregó a la descendencia de Abraham y los Patriarcas, como herencia suya. A nosotros nos manifestó su poder y su soberanía cuando, por medio de su Hijo se levantó victorioso sobre aquel que nos retenía bajo su dominio, el Maligno, y nos rescató para que, hechos hijos de Dios, entremos a poseer los bienes definitivos en la Patria celestial. Cristo Jesús no sólo asciende hasta su trono; nos lleva junto con Él para que seamos coherederos de su Gloria. Por eso aclamemos al Señor, llenos de gozo. Que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza de su santo Nombre. Invitamos con el salmista a todos los pueblos a alabar al Señor, a batir palmas, a que lo aclamen con gritos de júbilo. «Porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra. Él nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones; Él nos escogió por heredad suya: gloria de Jacob su amado».
3. Al evocar la imagen de la mujer parturienta para describir el sufrimiento que espera a los discípulos, el Evangelio les enseña a reconocer en ellos el signo de la venida de los últimos tiempos. En la Escritura, en efecto, los dolores del parto caracterizan un castigo terrible (Gen 3,16; Jer 4,31; 6,24;13,21). Sin embargo, son los únicos dolores que tienen un sentido porque traen una nueva vida al mundo. La revolución que se va a producir será el paso del dolor del alumbramiento escatológico (Is 66,7-15; Miq 4,9-10). Inherentes a su condición humana y terrestre, los sufrimientos de la tierra le aseguran una suerte idéntica (Rom 8,14-22; Ap 12,1-6), al menos si permanece fiel a la vez a su vocación escatológica y a su condición humana. La mujer del v. 16 es mencionada al mismo tiempo que la hora. Ahora bien, dato curioso, cada vez que una mujer madre es mencionada en San Juan es asociada a este tema de la hora (Jn 2, 4; 16, 21; 19, 25-27), a excepción del episodio de la mujer adúltera (Jn 8, 1-11). Es posible pensar que Juan elabora con este procedimiento una misteriosa alegoría. Juan afirma, pues, que la hora de la mujer madre es la misma que la hora de Jesús, la de su muerte y la de su resurrección. Así, pues, el nacimiento de Jesús a una vida nueva es obra de una mujer, su madre, cuya alegría es grande por haber dado este hombre al mundo. Juan piensa, ante todo, en Eva, que "consiguió un hombre" (Gén 4, 1) cuando el nacimiento de su hijo. Piensa también en la propia Madre de Jesús (Jn 19, 25-27) que alumbra simbólicamente a la nueva humanidad en el momento en que Jesús nace a la nueva vida. Imagen de la Iglesia que da a luz a la nueva humanidad a través de los dolores escatológicos (cf. Is 66, 7-8, de donde Jesús toma el v. 22b: "vuestro corazón se alegrará", e Is 26, 17-21, de donde Jesús toma la expresión "poco tiempo"). Lo mismo que Eva trajo al mundo a la nueva humanidad, la mujer-Iglesia va a traer al mundo a la nueva humanidad, comenzando por Jesús resucitado en los dolores de María.
¿Cómo el sufrimiento, tan aniquilador, puede ser alumbramiento del Reino? Sería falso creer que Dios se sirve deliberadamente del sufrimiento como de una etapa a través de la cual preparase la instauración de su Reino. Dios permite el sufrimiento -simplemente porque quiere criaturas libres y comprometidas en el cosmos-, pero no lo quiere. No es Él quien ha inventado el sufrimiento porque sea la etapa necesaria que inaugura su Reino. ¿Cómo puede entonces un sufrimiento engendrar este Reino? Parece ciertamente que se deba a la llamada de la profundidad del ser que el dolor provoca. En efecto, el sufrimiento suscita un por qué que puede llevar a la negación y a la rebeldía, pero que descubre a aquel que sufre un poder de abstraerse de su sufrimiento para aceptarlo y apreciarlo. En esta profundidad de la persona, el yo descubre que su libertad es salvable, que puede vivir su sufrimiento aceptando tomar la mano que se le tiende, la del único mediador que da un sentido a todo, incluso a aquello que Él no ha querido (Maertens-Frisque).
Jesús dijo esto la víspera de morir. Nos imaginamos muy bien la tristeza de los discípulos en la ausencia de Jesús, por su muerte. La comunidad se encuentra en el mundo sin el apoyo externo de Jesús, expuesta a los ataques, la tristeza, las acusaciones y el desconcierto. El evangelista contempla, con una sola mirada, la situación de los discípulos en la muerte de Jesús y la situación de los cristianos de todos los tiempos. Nos encontramos con ese fenómeno singular de la alegría del mundo incrédulo. Frente a la fe, el mundo muestra ese sentimiento de superioridad, que le hace mirarla con desprecio, por encima del hombro y equipararla poco más o menos, con la estupidez o la falta de luces. "Pero vuestra tristeza se convertirá en alegría" "Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor" (20,20).
-Sí, en verdad os digo: vosotros lloraréis y gemiréis... y el mundo se alegrará... No olvidemos que Jesús dijo esto la víspera de morir. De hecho nos imaginamos muy bien la aflicción de los discípulos, mientras que los enemigos que decidieron y lograron su muerte... se gozarán en el triunfo aparente.
-Pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. Fue verdad entonces. Imaginemos la alegría de Pascua que se difundió de discípulo a discípulo: "Ha resucitado... ha resucitado... le han visto... vive..." Es verdad hoy... ¿Tengo yo la experiencia del paso de la aflicción a la alegría, a partir de Jesús? Estar "bajo de moral", desanimado, rebasado por los acontecimientos, incapaz de encontrar humanamente una solución, bloqueado por el propio pecado o el de los demás, aplastado por una enfermedad... Ponerse, sin saber por qué, a rezar... Ir a un lugar silencioso y hablar a Jesús... Tomar el evangelio y leer con calma, la primera página que se nos presenta... Ir a ver a un amigo y hablar... Ir a encontrar a un sacerdote y confesarse... Y he aquí que a veces ¡la "tristeza se cambia en gozo"! Sucede también que nada ha cambiado en las circunstancias externas -el mal o la desgracia subsisten, desgraciadamente- y sin embargo, la tristeza se ha cambiado en gozo. Gracias, Señor. Concede esta alegría a todos los que están en la tristeza: una alegría conquistada, una alegría que sigue a la pena, una alegría que, misteriosamente, como una fuente, rezuma en tierra árida.
-La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza porque llega su hora. Pero cuando su hijo ha nacido, ya no se acuerda de la tribulación por el gozo que tiene de haber dado un hombre al mundo. Una de las parábolas más cortas... Una de las más emotivas observaciones de Jesús. Un "hecho de vida" real tan a menudo observable... y que Jesús interpreta como un símbolo profundamente evocador. Una actitud vital. Una certeza divina. Un acceso al problema del mal: ¿por qué hay sufrimiento? Para ti, Señor, los sufrimientos de aquí abajo no son sufrimientos de agonía -que conducen a la muerte-... son sufrimientos de alumbramiento -que conducen a la vida-... Una visión nueva de las cosas. Un optimismo invencible; el dolor mismo no se pone entre paréntesis, se sublima. Todo sufrimiento, dice Jesús, es fecundo. Sí, ¡esto es lo que has prometido a tus discípulos, Señor! Un "alumbramiento" se está produciendo en el corazón de la historia: un "hombre nuevo" está naciendo. ¿Participo yo en esto? ¿He asumido en mi vida el símbolo de la cruz? ¿Qué calidad tiene mi alegría? ¿Qué es lo que hago con mis sufrimientos? ¿Qué es lo que hago "venir al mundo"?
-Vosotros también ahora estáis tristes. Pero de nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón, y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría. En aquel día no me preguntaréis nada... Son éstas unas de las últimas palabras humanas que Jesús dijo a sus amigos. Dentro de algunos segundos (Jn 17, 11) Jesús se pondrá a hablar a su Padre. Lo hombres seguirán orando... pero es a Dios a quien Jesús dirigirá las últimas palabras que ha de decir antes de que llegue Judas y su banda, armada con espadas y palos. Al final de su vida, lo que comunica Jesús a sus amigos ¡es la alegría! Jesús; repíteme esto. Y que nadie me arrebate esta alegría que Tú me has dado. Gracias, Señor (Noel Quesson).
La tristeza de los discípulos ante la marcha de Jesús está destinada a convertirse en alegría, aunque ellos todavía no entiendan cómo. Nosotros, leyéndolo desde la perspectiva de la Pascua, sí que conocemos que la resurrección de Jesús llenará de alegría a la primera comunidad. Precisamente hemos estado leyendo la historia de esta comunidad en el libro de los Hechos: una historia invadida de dinámica energía. Hoy Jesús describe muy expresivamente en qué consiste la alegría para sus seguidores: «cuando da a luz… ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre». Es una alegría profunda, no superficial, que pasa a veces por el dolor y la renuncia, pero que es fecunda en vida. Como la alegría de la Pascua de Cristo, que a través de la muerte alumbra un nuevo mundo y salva a la humanidad.
Si la alegría es un fruto característico de la Pascua que estamos celebrando, podemos preguntarnos cómo estamos de alegría interior en nuestra vida. ¿Es una asignatura aprobada o suspendida en nuestra comunidad?, ¿de veras creemos nosotros mismos la Buena Noticia de la Pascua del Señor?, ¿es ése el motor que nos mueve en nuestra vida cristiana?, ¿o vivimos resignados, indolentes, desalentados, apáticos?, ¿se nota que hace seis semanas que estamos celebrando y viviendo la Pascua? También tendríamos que recordar qué clase de alegría nos propone Jesús: la misma que la de Él, que supuso fidelidad y solidaridad hasta la muerte, pero que luego engendró nueva vida. Como el grano de trigo que muere para dar vida. Como la mujer que sufre pero luego se llena de alegría ante la nueva vida que ha brotado de ella. Así la Iglesia ha ido dando a luz nuevos hijos a lo largo de la historia, y muchas veces lo ha hecho con sacrificio. Nosotros queremos alegría a corto plazo. O alegría sin esfuerzo. Y nada válido se consigue, ni en el orden humano ni en el cristiano, sin esfuerzo, y muchas veces sin dolor y cruz. Ojalá se pueda decir de nosotros, ahora que estamos terminando la vivencia de la Pascua, que «se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría» (J. Aldazábal). «Levanta nuestros corazones hacia el Salvador que está sentado a tu derecha» (oración).
Ya lo dice la sevillana: "algo se muere en el alma, cuando un amigo se va". No le resulta sencillo a Jesús conseguir que los discípulos superen la tristeza después de haberles anunciado su marcha. No se diferenciaba mucho de nosotros, a quienes tanto nos cuesta superar los momentos difíciles. Pareciera que los esculpimos en granito, cuando lo que debiéramos sellar sobre piedra son los momentos de alegría y plenitud, reservando para la orilla de la playa aquellos momentos peores. Con la segunda ola todo quedará borrado. Cada vez que observo por la televisión el rostro de un palestino o un israelí tocado por la muerte o la destrucción adivino en sus ojos que acaban de esculpir en la roca de su corazón un odio eterno al enemigo. Nada más elocuente que ver a un niño sin alegría, sin sonrisa, sin vida en los ojos, lanzando una piedra contra un tanque. No encontraremos persona más alegre que un cristiano que vive a tope su vocación de entrega a los demás. Así la debió vivir san Juan de Ávila. Un estupendo ejemplo para todos los ministros ordenados. Aprendamos de la mujer-madre: en ella concurren sucesivamente tristeza-dolor y triunfante alegría, porque el don de la maternidad es muy grande; pues así también nosotros, hijos de Dios, discípulos de Cristo, caminaremos de la prueba-sufrimiento-tristeza hacia la alegría-consuelo-fecundidad del gozo en el Espíritu.
«Con tu Sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Ap 5,9-10; ant. entrada). Y pedimos en la Colecta: «Escucha Señor nuestras súplicas, para que la predicación del Evangelio extienda por todo el mundo la prometida salvación de tu Hijo y todos los hombres alcancen la adopción filial que Él anunció dando testimonio de la verdad». En Él todo lo tenemos. Por lo tanto no tenemos razón para la tristeza, sino para una gran alegría en el Señor. Así dice San Gregorio Nacianceno: «Vengamos a ser como Cristo, ya que Cristo es como nosotros. Lleguemos a ser dioses por Él, ya que Él es hombre por nosotros. Él ha tomado lo que es inferior para darnos lo que es superior. Se ha hecho pobre, para que su pobreza nos enriquezca (2 Cor 8,9); ha tomado forma de esclavo (Flp 2,7) para que nosotros recobremos la libertad (Rom 8,21); se ha bajado para alzarnos a nosotros; aceptó la tentación para hacernos vencedores; ha sido deshonrado para glorificarnos; murió para salvarnos y subió al cielo para unirnos a su séquito, a nosotros, que estábamos derribados a causa del pecado».
“Comenzamos el Decenario del Espíritu Santo. Reviviendo el Cenáculo, vemos a la Madre de Jesús, Madre del Buen Consejo, conversando con los Apóstoles. ¡Qué conversación tan cordial y llena! El repaso de todas las alegrías que habían tenido al lado del Maestro. Los días pascuales, la Ascensión y las promesas de Jesús. Los sufrimientos de los días de la Pasión se han tornado alegrías. ¡Qué ambiente tan bonito en el Cenáculo! Y el que se está preparando, como Jesús les ha dicho. Nosotros sabemos que María, Reina de los Apóstoles, Esposa del Espíritu Santo, Madre de la Iglesia naciente, nos guía para recibir los dones y los frutos del Espíritu Santo. Los dones son como la vela de una embarcación cuando está desplegada y el viento —que representa la gracia— le va a favor: ¡qué rapidez y facilidad en el camino!... Durante toda esta semana, la Liturgia nos habla de rejuvenecer, de exultar (saltar de alegría), de la felicidad segura y eterna. Todo nos lleva a vivir de oración” (Joaquim Font). Como nos dice san Josemaría: «Quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino. —Pide esa misma alegría sobrenatural para todos». El ser humano necesita reír para la salud física y espiritual. El humor sano enseña a vivir. San Pablo nos dirá: «Sabemos que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios» (Rom 8,28). ¡He aquí una buena jaculatoria!: «¡Todo es para bien!»; «Omnia in bonum!».
“Ha llegado la hora de Jesús. De su costado herido nacerá la Iglesia. Y su alegría será plena porque volverá a Aquel que le envió, llevando consigo a todos los redimidos mediante su Misterio Pascual. Nosotros no tenemos ya motivos para estar tristes. El Señor habita en nosotros. Él va con nosotros, que estamos llamados a dar a luz continuamente a una nueva humanidad, libre del pecado y de la muerte. Quien contemple a la Iglesia de Cristo lo contemplará a Él y experimentará el amor que Dios siente por todas sus criaturas. Entonces no seremos motivo de tristeza ni de angustia para nadie, sino de alegría y de paz para todos. Entonces no preguntaremos dónde está Dios, pues Él estará y caminará con nosotros; y desde nosotros estará y caminará con toda la humanidad, hasta que juntos volvamos como hijos a la Casa de nuestro Dios y Padre. Hay muchos momentos angustiantes que hemos pasado al trabajar por Cristo y su Evangelio. El Señor nos reúne para hacernos saber que Él va delante de nosotros. Él bebió primero el cáliz de la amargura, de la traición, del amor manifestado hasta el extremo. Hoy lo contemplamos clavado en una cruz, en su hora, la de hacernos surgir como hijos de Dios, reconciliados con Él mediante su Cuerpo, entregado por nosotros; y su Sangre, derramada para el perdón de nuestros pecados. Pero lo contemplamos lleno de Gloria, elevado y atrayendo todo hacia Él para que, junto con Él, vivamos eternamente a la diestra del Padre Dios. Él camina con su Iglesia; y en medio de nuestras tribulaciones, sufridas a causa de creer y de dar testimonio de Él, Él nos llena de gozo al permitirnos entrar en comunión con su Vida y con su Misterio Pascual. Reunidos en su Nombre, Él cumple su promesa de estar en medio de nosotros como nuestro Dios y Señor, como nuestra alegría y nuestra paz. Llenémonos de gozo y de confianza por este amor tan grande que Él nos sigue teniendo. Tengamos confianza; el Señor va con nosotros. Él quiere que surja una humanidad nueva donde haya menos dolor, menos pobreza, menos tristeza, menos angustia, menos explotación de los desvalidos, menos injusticias sociales, menos vicios que minen la salud de las personas y la paz familiar. El Señor nos ha enviado para que generemos una auténtica alegría cristiana. Pero dar a luz a ese hombre nuevo nos costará grandes sufrimientos, persecuciones, incomprensiones. Todo cuesta en la vida; nada se nos da gratis; nada se logra sin morir a uno mismo. El Señor nos quiere fuertes, valientes, seguros, confiados en Él y caminando tras sus huellas. No podemos vivir de un modo egoísta, esperando disfrutar de un mundo nuevo contemplando desde el balcón de nuestra vida el sudor y la entrega de los demás. Quienes creemos en Cristo debemos ser los primeros en trabajar por el bien de todos, de tal forma que el Señor nos conceda colaborar ardientemente en la construcción de su Reino, que debe iniciarse ya desde ahora entre nosotros. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir totalmente comprometido en el amor a Dios y en el amor al prójimo, buscando el bien de todos hasta lograr que todo sea recapitulado en Cristo, para gloria de Dios Padre. Amén” (www.homiliacatolica.com).

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