miércoles, 6 de abril de 2011

Cuaresma 4, martes: Jesús es el agua que da vida; Él cura nuestra parálisis, y nos hace sentirnos responsables de la curación de los demás.

Cuaresma 4, martes: Jesús es el agua que da vida; Él cura nuestra parálisis, y nos hace sentirnos responsables de la curación de los demás.

Libro de Ezequiel 47,1-9.12: El hombre me hizo volver a la entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del Altar. Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho. Cuando el hombre salió hacia el este, tenía una cuerda en la mano. Midió quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a las rodillas. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a la cintura. Luego midió otros quinientos metros, y ya era un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido: era un agua donde había que nadar, un torrente intransitable. El hombre me dijo: "¿Has visto, hijo de hombre?", y me hizo volver a la orilla del torrente. Al volver, vi que a la orilla del torrente, de uno y otro lado, había una inmensa arboleda. Entonces me dijo: "Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas. Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas parte adonde llegue el torrente. Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio".

Salmo 46,2-3.5-6.8-9: El Señor es nuestro refugio y fortaleza, una ayuda siempre pronta en los peligros. / Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar; / los canales del Río alegran la Ciudad de Dios, la más santa Morada del Altísimo. / El Señor está en medio de ella: nunca vacilará; él la socorrerá al despuntar la aurora. / El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro baluarte es el Dios de Jacob. / Vengan a contemplar las obras del Señor, él hace cosas admirables en la tierra.

Evangelio según San Juan 5,1-16: Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?". El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes". Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina". En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla". El les respondió: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y camina'". Ellos le preguntaron: "¿Quién es ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina?'". Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí. Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía". El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.

Comentario: En esta primera lectura, el profeta utiliza la imagen del torrente. Los torrentes son en el A.T. símbolo de la vida que Dios da, especialmente en los tiempos mesiánicos. Ezequiel utiliza la imagen de la corriente de agua milagrosa que mana del lado derecho del templo (el lugar de la presencia de Dios y el centro del culto que le es agradable), y todo lo inunda con su salud y fecundidad. En san Juan (7. 35-37) este agua es el Espíritu que mana de Cristo glorificado (Misa dominical).
1. a) El agua, como principio de vida, es una imagen que se encuentra con frecuencia en los libros sagrados (por ejemplo, Jl 4,18 Zac 14,8; Is 35, etc.). Las aguas que brotan del Templo, o sea, que vienen de Dios, lo purifican y lo curan todo a su paso, hacen que los campos produzcan fértiles frutos y que el mar muerto se llene de vida. Es una de las mejores imágenes del libro de Ezequiel, hermoso simbolismo que recuerda la visión de los huesos revitalizados del c. 37 (sólo que allí es el Espíritu quien da vida, aquí es el agua que da fertilidad a las aguas muertas, pero como veremos más adelante también simboliza Jesús y su Espíritu), imagen que volveremos a encontrar en la Vigilia Pascual. El río recuerda el paraíso (Gn 2,10-14), recuerdo de añoranza, al paraíso inicial de la humanidad, regado por los cuatro brazos de agua, y, por otra, al futuro mesiánico, que será como un nuevo paraíso.
El agua que crece se refiere al poder vivificante que se ha ido desarrollando, ganando en fecundidad y en calidad. Su salubridad llega hasta curar todo lo que toca, incluido el Mar Muerto (v 8), a que broten gran cantidad de árboles que producen toda clase de frutos y hasta una cosecha por mes; y en ella viven gran cantidad y variedad de peces: es un final apoteósico, de vuelta al paraíso perdido. Adán dejó yermo el Paraíso al ser echado fuera por su pecado, y el agua de aquí es prototipo de la de los últimos tiempos abiertos por Cristo: «Quien tenga sed, que se acerque a mí y beba. Quien crea en mí, ríos de agua viva brotarán de su entraña» (Jn 7,37-38). En Él se ha cumplido esta profecía de Ezequiel; de Él nos viene la gran efusión del Espíritu que simbolizaba el agua. Únicamente de Él nos puede venir la fecundidad, la vida, a nivel personal y a nivel colectivo. “Todo ha de pasar forzosamente a través de Él. La única salvación, la única solución se encuentra en Cristo, según indicó Pedro al pueblo de Jerusalén: «La salvación no está en ningún otro, es decir, que bajo el cielo no tenemos los hombres otro diferente de Él al que debamos invocar para salvarnos» (Hch 4,12)” (J. Pedrós). Los santos Padres ven ahí las aguas bautismales, las que brotan del costado abierto de Jesús en la Cruz: “esto significa que nosotros bajamos al agua repletos de pecados e impureza y subimos cargados de frutos en nuestro corazón, llevando en nuestro espíritu el temor y la esperanza de Jesús” (Epístola de Bernabé; lo veremos con más detalle al comentar el Evangelio de hoy).
b) la abundancia (imagen del cielo): la cosecha significa que Dios no retiene sus bienes, los reparte a profusión… río que va creciendo para evocar las gracias que cada día irrumpen en abundancia sobre la humanidad... sobre mí... “Sin cesar, Dios vierte la abundancia de su vida en mí. ¿Qué atención presto? ¿Cómo respondo a ese don?
-¿Has visto, hijo de hombre? Efectivamente, a menudo no veo. Haz que vea, Señor. HOY, trataré de ver ese río de gracia. En mi oración de la noche, trataré de recapitular, y de decir: «Gracias».
-Mira, a la orilla del torrente, a ambos lados, había gran cantidad de árboles... toda clase de árboles frutales, cuyo follaje no se marchitará. Todos los meses producirán frutos nuevos. Visión maravillosa. Es el comenzar de nuevo del paraíso terrestre: el desierto de Judá, al sur de Jerusalén se cubre «de árboles de la vida». No dan solamente «una» cosecha, sino «doce» cosechas... ¡una por mes! Decididamente, ¡no habrá hambre! Es un sueño.
¿Es realidad? Por contraste, no puedo dejar de pensar en los que sufren, en los que no tienen agua, ni frutos, en los que pasan toda su vida en la miseria. Realiza, Señor, tu promesa.
-Esta agua desemboca en el «Mar Muerto» cuyas aguas quedan saneadas... así como las tierras en las que penetra, y la vida aparece por dondequiera que pase el torrente.
Hay que haber visto el «Mar Muerto» y su paisaje desolado para captar toda la metamorfosis prometida. Las aguas de este mar, verdaderamente «muerto», tienen tal cantidad de sales, que ningún pez tiene vida en ellas y en sus alrededores también reina la muerte.
He aquí pues un «agua nueva» que tiene como un poder de resurrección: suscita seres vivos. Es un agua que da vida.
c) Su signo actual es el bautismo. En el fondo, ¿por qué no creeríamos en esa fuerza divina? ¿Acaso no sería Dios capaz de transformar el desierto de nuestros corazones en jardines florecientes de vida? ¡Oh Dios, impregna nuestras vidas de tu vida! Mi bautismo es una fuente de Vida. ¿Cómo la haría yo más abundante, más exultante, más llena de vida?” (Noel Quesson). La lectura profética nos ayuda a entender la escena del evangelio: el agua que cura y salva, y por tanto, en el marco de la Cuaresma, el recuerdo de nuestro Bautismo, que tendrá su actualización más densa en la Vigilia Pascual.
2. Lo que dice el salmo se refiere a nuestra pequeña historia: «el correr de las acequias alegra la ciudad de Dios... teniendo a Dios en medio, no vacila». El agua salvadora de Dios es su palabra, su gracia, sus sacramentos, su Eucaristía, la ayuda de los hermanos, la oración. La aspersión bautismal de los domingos, y sobre todo la de la Vigilia Pascual, nos quiere comunicar simbólica y realmente esta agua salvadora del Señor, y sigue lo dicho en la primera lectura: «Del umbral del templo manaba agua, y habrá vida dondequiera que llegue la corriente».
Este Dios “sublime y terrible, emperador de toda la tierra”, aclamación inicial que es repetida con tonos diferentes, es «nuestro refugio y nuestra fuerza». Juan Pablo II al comentarlo se refería a este doble sentido: un Dios sublime, y al mismo tiempo cercano a sus criaturas. Este himno al Señor, rey del mundo y de la humanidad, al igual que otras composiciones semejantes del Salterio (cf. Salmo 92; 95-98), supone una atmósfera de celebración litúrgica. Nos encontramos, por tanto, en el corazón espiritual de la alabanza de Israel, que se eleva al cielo partiendo del templo, el lugar en el que el Dios infinito y eterno se revela y encuentra a su pueblo”.
a) “Primero se ve al Dios sublime... (vv. 2-6) cuando con gozo se aclama al Señor "sublime y terrible" (v. 3). Exaltan la trascendencia divina, la primacía absoluta en el ser, la omnipotencia. También Cristo resucitado exclamará: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mateo 28, 18). “El orante descubre su presencia particular en Israel, el pueblo de la elección divina, "el predilecto", la herencia más preciosa y querida por el Señor (cf. versículo 5). Israel se siente, por tanto, objeto de un amor particular de Dios que se ha manifestado con la victoria sobre las naciones hostiles. Durante la batalla, la presencia del arca de la alianza entre las tropas de Israel les aseguraba la ayuda de Dios; después de la victoria, el arca se subía al monte Sión (cf. Salmo 67, 19) y todos proclamaban: "Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas" (Salmo 46, 6)”.
b) se presenta como un himno al Señor soberano del universo y de la historia. "Dios es el rey del mundo... Dios reina sobre las naciones”, como un Dios cercano a sus criaturas (vv. 8-9): se abre con otra ola de alabanza y de canto festivo; se alaba al Señor, sentado en su trono en la plenitud de su realeza. Este trono es definido "santo", pues es inalcanzable por el hombre limitado y pecador. Pero también es un trono celeste el arca de la alianza, presente en el área más sagrada del templo de Sión. De este modo, el Dios lejano y trascendente, santo e infinito, se acerca a sus criaturas, adaptándose al espacio y al tiempo (cf. 1 Reyes 8, 27.30).
3. Durante tres días vamos a leer el capítulo quinto de Juan. Hoy “se trata de la historia del hombre que yace enfermo desde hace treinta y ocho años, y espera curarse al entrar en la piscina de Betesda, pero no encuentra a nadie que le ayude a entrar en ella. Jesús lo cura con su poder ilimitado; El realiza en el enfermo lo que éste esperaba que ocurriera al entrar en contacto con el agua curativa”, dice Benedicto XVI al tratar una de las grandes imágenes temáticas de San Juan, el agua. Aunque dice que aquí aparece más bien de soslayo, en realidad toca a fondo el "signo" del bautismo, de la filiación divina, es decir la Nueva Ley. Podemos comentar tres perspectivas del mensaje de hoy: Jesús como nueva ley del sábado, sentido del agua, y nuestra curación (personal y colectiva).
a) El sábado, el domingo, y su aspecto social: día para obrar el bien. Esta relación se puede observar al realizar el milagro en sábado; es un lenguaje simbólico, no lo hace únicamente por motivos humanitarios, sino porque Él viene a salvar, porque se presenta como liberador (el sábado estaba consagrado al recuerdo de la liberación de Egipto: Dt 5. 12-15). Concretamente su liberación consiste en emancipar al hombre de las prácticas formalistas y elevarlo por encima de los avatares de la vida. Liberación que se adquiere no por medios mágicos, como el correr del agua, sino mediante un encuentro personal con el Señor (Misa dominical).
Benedicto XVI comenta que lo que al rabino Neusner le inquieta del mensaje de Jesús sobre el sábado “no es sólo la centralidad de Jesús mismo; la expone claramente pero, con todo, no es eso lo que objeta, sino sus consecuencias para la vida concreta de Israel: el sábado pierde su gran función social. Es uno de los elementos primordiales que mantienen unido al pueblo de Israel como tal. El hacer de Jesús el centro rompe esta estructura sacra y pone en peligro un elemento esencial para la cohesión del pueblo.
La reivindicación de Jesús comporta que la comunidad de los discípulos de Jesús es el nuevo Israel. ¿Acaso no debe inquietar esto a quien lleva en el corazón al «Israel eterno»? También se encuentra relacionada con la cuestión sobre la pretensión de Jesús de ser Él mismo la Torá y el templo en persona, el tema de Israel, la cuestión de la comunidad viva del pueblo, en el cual se realiza la palabra de Dios”. Según él, se plantea también para el cristiano la siguiente cuestión: “¿era justo poner en peligro la gran función social del sábado, romper el orden sacro de Israel en favor de una comunidad de discípulos que sólo se pueden definir, por así decirlo, a partir de la figura de Jesús? Esta cuestión se podría y se puede aclarar sólo en la comunidad de discípulos que se ha ido formando: la Iglesia”. La resurrección de Jesús «el primer día de la semana» hizo que, para los cristianos, ese «primer día» —el comienzo de la creación— se convirtiera en el «día del Señor», en el cual confluyeron por sí mismos —mediante la comunión de la mesa con Jesús— los elementos esenciales del sábado veterotestamentario: “Que en el curso de este proceso la Iglesia haya asumido así de modo nuevo la función social del sábado —orientada siempre al «Hijo del hombre»— se vio claramente cuando Constantino, en su reforma jurídica de inspiración cristiana, asoció también a este día algunas libertades para los esclavos e introdujo así en el sistema legal basado en principios cristianos el día del Señor como el día de la libertad y el descanso. A mí me parece sumamente preocupante que los modernos liturgistas quieran dejar de nuevo a un lado esta función social del domingo, que está en continuidad con la Torá de Israel, considerándola una desviación de Constantino. Pero aquí se plantea todo el problema de las relaciones entre fe y orden social, entre fe y política”. De eso hablaremos al tratar “la familia de Jesús” cuando le hablan de que su madre y hermanos han venido a verle.
b) El agua. “Volvemos al gran tema del agua viva, agua que vive y da la Vida. Como el agua de Caná y la del pozo de Jacob, también la de Betesda era estéril; no podía curar al enfermo. Como el agua de la piscina, tampoco la ley de Moisés podía dar vida al pecador: sólo podía mostrarle sus transgresiones y confirmar la pobreza de la condición humana. En lugar de salvarle, le encerraba, le mantenía en su pasado. Paralizado desde hacía treinta y ocho años...
Jesús pasó: "¿Quieres quedar sano?". El Hijo descendió a la morada de la muerte y cargó con nuestras enfermedades. En medio de las quejas mantuvo la promesa. Incluso el mar Muerto, condenado a la esterilidad, va a poder dar peces milagrosos. El hombre que estaba paralítico desde hacía treinta y ocho años, encadenado a su pasado de desdicha, se pone de pie. La tierra es recreada; los árboles, cuyas hojas no conocen ya los efectos del hielo, dan nuevos frutos cada mes. Cuando Dios da el agua viva, el viejo mundo desaparece.... Dios ha hecho que brotase del costado de su Amado sangre y agua, río de vida que purifica todo cuanto penetra. Nuestra vida reverdece cuando el Espíritu nos inunda. Hemos sido bautizados en la muerte y resurrección de Jesús y pertenecemos a una tierra liberada. Nos ha hecho atravesar el mar y nos ha sumergido en el río de la vida. Pertenecemos al mundo nuevo. En la noche de Pascua, Cristo enterrará nuestras obras estériles, y oiremos el grito de la victoria” (“Dios cada día”, de Sal Terrae).
c) La enfermedad y el milagro. Sobre el número 38, los años de enfermedad, San Agustín propone un significado místico: cuarenta es el número de los días de Cuaresma que nos traen la salud, cincuenta es el número de días ya de salud, que siguen a Pascua, hasta Pentecostés, la paga de los trabajadores en la viña, es la posesión de Dios. El pueblo está enfermo desde hace 38 años, le quedan dos cosas que le sanarán, dos mandamientos que la ley de Moisés le había ya escrito en el corazón, y cuyo alcance profundo consiguen con Cristo: "Amarás al Señor, tu Dios y al prójimo como a ti mismo". El amor de Dios, hecho visible en la persona de Cristo, ha de apoderarse del corazón del hombre, enfermo por el pecado, a fin de inflamarlo y llevarlo por los caminos de la penitencia: "¡Levántate, toma tu camilla y anda!". Es decir: “¡Levántate, recorre el camino de la penitencia, el camino de la cruz, que lleva a Dios! Entonces serás curado, te verás sano, tendrás la vida eterna. Entonces habrás dado el primer paso para salir de tu enfermedad de treinta y ocho años, y al momento, de un salto, te vas a poner no sólo en la salud de la Cuaresma, sino también en la bendita Quincuagésima, el Pentecostés que sigue a Pascua.
Entonces vas ya a marchar sano por la tierra de Dios, por la tierra de la verdadera vida, y tus apetitos desordenados, tus pasiones, a los que antes estabas atado como a un lecho, quedarán ahora dominados”. Cristo hoy “desciende al torbellino del sufrimiento y de la muerte humana, y, como el ángel de Dios, pone este mar en saludable efervescencia, lo vivifica con su muerte. De sepulcro del pecado lo torna seno maternal de la nueva vida. Viene, coge al enfermo "que no tiene a nadie", lo toma Él mismo sobre sus hombros -se reviste del cuerpo de Adán, enfermo por el pecado-, baja con él a la corriente de la muerte y lo vuelve a subir consigo, sano y salvo a la luz. Desciende cual viejo y enfermo Adán y vuelve a subir nuevo y regenerado.
Por tales razones, la presencia mística de Dios, que nos proporciona el Santo Sacrificio, es una auténtica fuente de juventud para todos los fieles, quienes constantemente están expuestos a la contaminación del mal y a la enfermedad del pecado. En el santo sacrificio, el agua del Bautismo vuelve a brillar para el fiel cristiano y le recuerda aquella hora en la que Cristo bajó a por él, le tomó consigo y lo sanó en el agua.
Le exhorta a que procure hacer duradera la salud allí recibida, y si por su ligereza volviese a correr peligro, tan sólo una cosa podrá salvarle: es la hora presente, en la cual el médico divino se le acerca de nuevo, le brinda el baño salvador de su propia sangre y le dice: "¡Levántate y anda!".
Esto lo dice al pecador, nos lo dice a nosotros, pues ¿quién de entre nosotros está sin pecado? Su palabra nos invita a emprender, animosos, el camino del arrepentimiento y de la penitencia; nos llama para obligarnos a salir de la calentura del pecado, para que tomemos sobre nuestros hombros el lecho de nuestra enfermedad y nos apresuremos, a través del desierto de este mundo, hacia Dios y hacia la vida eterna”. ¡Qué alegría, sentirse sanos después de largos años de enfermedad! “¡Qué esperanza, qué infinito agradecimiento al pensar que el médico les quiere sanar otra vez y al darse cuenta de que a diario baja para remover el baño de la salud” (Emiliana Löhr). Es lo que nos concede cuando remueve las aguas de nuestro corazón, nos da su gracia en el sacramento de la Reconciliación, fomenta en nosotros el deseo de perdón y el corazón para perdonar.
d) un nuevo pueblo, libre de enfermedad. Hemos hecho antes referencia a Jesús, que se pone en lugar del sábado, ya que es la nueva Ley (5,10); el tema de todo el cap 5 que se va a leer durante tres días, es la sustitución de la ley por la persona de Jesús, y al final se hará mención de Moisés, el dador de la Ley; esto hace ver que los cinco pórticos son un símbolo de los cinco libros de la Ley, bajo cuya opresión vivía el pueblo: "Y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos"; “los tres adjetivos no designan tres clases de enfermos, sino tres males que los afligen a todos: están ciegos por obra de la tiniebla, que les impide conocer el designio de Dios; tullidos, es decir, privados de movilidad/libertad de movimientos, reducidos a la impotencia; resecos, carentes de vida: son un pueblo muerto.
Era una fiesta de los judíos, pero la multitud tirada en los pórticos está, por tanto, excluida de la fiesta, de la alegría de la vida, de la felicidad.
-"Estaba también allí un hombre que llevaba 38 años enfermo". Este hombre es la personificación de la muchedumbre. La curación que va a efectuar Jesús no va dirigida únicamente a un individuo; la curación de este hombre es el signo de la liberación de la multitud sometida a la ley. Así se explica la violenta reacción de los dirigentes, que, inmediatamente, pensarán en matarlo. "Llevaba 38 años enfermo"”, es decir toda una vida (40 es el tiempo de una generación), mucho tiempo (40 años del desierto donde murió toda la generación sin conocer la libertad esperada). "Jesús, al verlo echado y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: ¿Quieres quedar sano?" Jesús inmediatamente le da la salud y con ella la capacidad de actuar por sí mismo, sin la camilla que lo tenía inmóvil. La camilla era lo viejo, “Jesús lo hace dueño de aquello que lo dominaba; le hace poseer aquello que lo poseía.” (Noel Quesson).
e) Uno de los males de nuestros días es la soledad (existencial), como el enfermo al que Jesús acudió. “Todos estamos expuestos a sentirnos desamparados en los momentos duros, o en la cotidianidad de nuestro trabajo diario. Sin embargo, Cristo nos sale al encuentro. Nos cura y hace que cambie nuestra vida. Porque Él quiere permanecer con nosotros en nuestras almas, por medio de la gracia. Dios llama al corazón para que yo vuelva, para que yo aprenda a descubrir la importancia, la trascendencia que tiene en mi existencia esa dimensión interior”. Para vivir la cuaresma hay que ensanchar el corazón, dejarse amar por Dios, sentir esta solidaridad con los hombres, y al pensar en el hambre en el mundo, el despilfarro de occidente, ver que toda nuestra sociedad está enferma, paralítica, solitaria, que necesita el milagro de Jesús, que se muevan las aguas de la justicia social, que nos movamos todos a la entrega y al compromiso, volver a la propia vocación cristiana en todas sus dimensiones. “Y para lograrlo es necesario abrir primero nuestro espíritu a Dios y comprender la gravedad del pecado: del pecado de omisión, de indiferencia, de superficialidad, de ligereza. Es ineludible volver a la dimensión interior de nuestro espíritu, en definitiva, no ir caminando por la vida sin darnos cuenta que en nosotros hay un corazón que está esperando ensancharse con el amor de Dios” (Cipriano Sánchez). Dios, en la Pascua de este año, quiere convertir nuestro jardín particular, y el de toda la Iglesia, por reseco y raquítico que esté, en un vergel lleno de vida. Si hace falta, Él quiere que salgamos de nuestra soledad, de nuestra parálisis, como la del sepulcro antes de la resurrección de Jesús. “Pero, además, ¿ayudaremos a otros a que se puedan acercar a esta piscina de agua medicinal que es Cristo, si no son capaces de moverse ellos mismos («no tengo a nadie que me ayude»)?” (J. Aldazábal). Es una llamada a la responsabilidad, a la solidaridad y la evangelización, al apostolado cristiano.
Llucià Pou Sabaté

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