domingo, 3 de abril de 2011

Cuaresma 4, Domingo A: Dios se conmueve por nosotros y nos lleva como el buen pastor a su oveja preferida hacia la felicidad para siempre


Cuaresma 4, Domingo A: Dios se conmueve por nosotros y nos lleva como el buen pastor a su oveja preferida hacia la felicidad para siempre

Lectura del primer libro de Samuel 16,1b. 6-7. 10-13a: En aquellos días, dijo el Señor a Samuel: -Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí.
Cuando se presentó vio a Eliab y se dijo: «Sin duda está ante el Señor su ungido.
Pero el Señor dijo a Samuel: -No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón.
Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo: -A ninguno de éstos ha elegido el Señor.
Preguntó, pues, Samuel a Jesé: -¿No quedan ya más muchachos?
El respondió: -Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño.
Dijo entonces Samuel a Jesé: -Manda, que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido.
Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia. Dijo el Señor: -Levántate y úngelo, porque éste es.
Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.

Sal 22,1-3a. 3b-4. 5. 6: El Señor es mi pastor, nada me falta; / en verdes praderas me hace recostar; / me conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis 'fuerzas.
Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre. / Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo: / tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí, / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor /por años sin término.

Carta a los Efesios 5,8-14: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz) buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia. Pues hasta ahora da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.»

Texto del Evangelio (Jn 9,1-41): En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo». Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo.
Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?». Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece». Pero él decía: «Soy yo». Le dijeron entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?». Él respondió: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’. Yo fui, me lavé y vi». Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?». El respondió: «No lo sé».
Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?». Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de Él, ya que te ha abierto los ojos?». Él respondió: «Que es un profeta».
No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?». Sus padres respondieron: «Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo». Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él».
Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Les respondió: «Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?». Él replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?». Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es». El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?». Y le echaron fuera.
Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es». Él entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él. Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos». Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘Vemos’ vuestro pecado permanece».

Comentario: Este domingo “Laetare" –comienza con “Alégrate, Jerusalén…”- porque la Pascua está cerca, pasada ya la mitad de la Cuarentena nos tomamos un momento de respiro en el tono penitencial; segundo domingo de escrutinios en el catecumenado, tiempo de hacer experiencia de examen interior, renovación –para cada uno, en solidaridad con los llamados al bautismo-, domingo "luminoso" sobretodo en este Evangelio; algunos preparan hoy el Cirio pascual. Como es típico en esta época, también la segunda lectura acompaña directamente al evangelio. La primera lectura –temática, según las etapas de la historia salvífica- toca hoy el "reino"; este año en la primera unción del rey David: su "elección" por parte de Dios, cuando guardaba los rebaños de su padre; es también "elegido" como los llamados al bautismo; su pastoreo es imagen del Pastor que nos guía, como rememoramos en el salmo.
Esta doctrina se condensa en las oraciones, hoy en el prefacio. La primera parte está centrada en el misterio de la encarnación: el Hijo de Dios se ha hecho hombre (que celebramos en fecha no muy lejana, el 25 de marzo), y “la encarnación es vista como una fuerza que conduce hacia la luz, en tanto que la luz-Cristo ha venido a habitar en medio de las tinieblas-linaje humano: “Cristo se dignó hacerse hombre / para conducir al género humano, / peregrino en tinieblas, / al esplendor de la fe; / y a los que nacieron esclavos del pecado, / los hizo renacer por el bautismo, / transformándolos en hijos adoptivos del Padre”.
El prólogo de san Juan es la referencia de esta idea, y la narración del ciego de nacimiento su verificación”. Se habla de Jesús como "este hombre"; y se usa del barro para dar la vista al ciego, recuerdo del Génesis: el divino alfarero trabaja el barro del hombre "terrenal", iluminado-recreado por el Enviado, en el bautismo. El segundo momento es el sacramental: Cristo-luz continúa conduciéndonos de las tinieblas a la luz, por medio del baño de regeneración, por el que somos "hijos de adopción". El canto litúrgico que san Pablo recoge en la segunda lectura de hoy dice exactamente esto: "Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz". Los cristianos son luz, como Cristo es luz, viviendo entre los hombres, para iluminarlos. El bautismo es "iluminación". Hay una analogía con la samaritana del domingo pasado, que conducía a "escrutar" las disposiciones interiores para acoger el Don del Espíritu como agua vida, aquí las regiones tenebrosas del corazón se abren a la luz, aquellos rincones profundos donde se combina la admiración por la belleza de la gracia con el reclamo sugestivo del pecado, la contradicción de un amor que hace a veces exclusión de personas, de fe con dudas de sospecha o interrogación… la Palabra de Dios, la contemplación personal, los sacramentos de la Eucaristía y de Penitencia, son puntos de luz para que el claroscuro se convierta en día. La oración postcomunión expresa precisamente esta petición (Pere Tena): "Ve y lávate en la piscina de Siloé" es quizá la expresión que une este domingo y el anterior.
1. El rey se va consolidando como portador de esperanza: un mesías que anuncia al Mesías. Cuando lo ha señalado el carisma o la unción, el rey es reconocido por el pueblo. Reconoce así, no restrictivamente a una persona, sino al espíritu de Dios que en ella se manifiesta. David es señalado por un carismático y ungido; así después su dinastía (II Sam 7). El mesianismo real se apoya ahí. A pocos personajes se les dedica, en la Biblia tantas páginas como a David, guerrero-músico, guerrero-pastor... tradiciones diferentes van perfilando el relato amasado con recuerdos y teología.
Saúl rechazado, David elegido; traspaso de poderes. Dios no se fija en las apariencias, mira el corazón. Hay silimilud con Gedeón, que al ser llamado pronuncia: "Perdón, Señor mío, ¿cómo voy yo a salvar a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo el último en la casa de mi padre" (Jc 6,15); con Saúl: “¿No soy yo de Benjamín, la menor de las tribus de Israel? ¿No es mi familia la más pequeña de todas las de la tribu de Benjamín?" (1S 9,21); con S. Pablo quien recuerda cómo Dios escoge la debilidad humana para que así brille su poder y su gracia (1 Co 1, 26-28).
¿Cómo es su corazón? Lo vemos guerrero que comete pillaje, pero noble, perdona la vida a Saúl que le persigue para matarle; adúltero que luego reconoce su culpa y pide perdón; lo quiere todo, con entusiasmo, con pasión, vive a fondo... con etapas de luz y algunas de sombra (A. Gil Modrego).
2. Dios es presentado como este "Pastor" diligente (Ezequiel 34 - Oseas 4,16 - Jeremías 23,1- Miqueas 7,14 - Isaías 40,10; 49,10; 63,11), pero aquí aparece con la belleza sublime de la poesía.
Es un texto profundamente cristológico: ¿Quién mejor que Jesús, vivió una intimidad amorosa con el Padre, su alimento, su mesa (Jn 4,32.34)? Jesús se identificó varias veces con este pastor, que ama a sus ovejas y que vela amorosamente sobre ellas: "Yo soy el Buen Pastor" (Juan 10,11). Pero como hemos visto también en el clima de "intimidad" evoca el alma, San Juan habla de la unión con Cristo Resucitado, retomando la imagen de la mesa servida: "entraré en su casa para cenar con El, yo cerca de El y El cerca de mí" (Apocalipsis 3,20). Los primeros cristianos lo consideraron como el salmo bautismal por excelencia: este salmo 22 se leía a los recién bautizados, la noche de Pascua, mientras subían de la piscina de inmersión de "aguas tranquilas que los hicieron revivir".. . Y se dirigían hacia el lugar de la Confirmación, en que se "derramaba el perfume sobre su cabeza"... antes de introducirlos a su primera Eucaristía, "mesa preparada para ellos". Bajo estas imágenes pastorales de "majada" como telón de fondo, tenemos una oración de gran profundidad teológica y mística; Jesucristo es el único Pastor que procura no falte nada a la humanidad... El nos hace revivir en las aguas bautismales... Nos infunde su Espíritu Santo... Nos preparó la mesa con su cuerpo entregado... Y la copa de su Sangre derramada... El conduce a los hombres, más allá de los valles tenebrosos de la muerte, hasta la Casa del Padre en que todo es gracia y felicidad.
El pastor viaja por caminos llenos de peligros, por eso necesita expresar su confianza en Yahvé: «El Señor es mi pastor». El se encarga de que llegue sano y salvo. También el pueblo camina en su éxodo, y Señor-pastor conducirá al pueblo a través del desierto, después de la prueba del destierro. Y él mismo preparará la mesa (v. 5) para los que vuelven del destierro extenuados. De este modo las palabras del salmo serían para el pueblo judío un incomparable motivo de ánimo en la esperanza de su prueba. Cristo tenía presente este salmo cuando contaba la parábola del buen pastor y ha cambiado a sabiendas las primeras palabras «el Señor es mi pastor» por «yo soy el buen pastor» (Jn 10, 14).
El problema más difícil del salmo 22 está en la interpretación del último versículo. Según se traduzca «retornaré» o «habitaré» en la casa del Señor, cambia notablemente el sentido de todo el salmo; abarca los dos movimientos, de “vuelta Dios” y conversión, y de esperanza. En cualquier caso, todo se expresa en el confiado abandono: “El Señor es mi pastor, nada me falta (v. 1). El significado y la densidad de esta expresión va más allá de una disección de estudiosos. “Señor, me veo parte de tu gran rebaño. Pero tengo la maldita costumbre de ponerme siempre a la cola, rezagado en la última fila. El camino se me hace difícil, las piernas están doloridas, me pesa el sol, la sed, el polvo que seca la garganta, y ciertos perros odiosos que siempre están dispuestos a morder apenas intentas separarte, que me quitan la libertad. Y muchas veces pienso que vas demasiado rápido. Pero ¿por qué te empeñas en ir tan deprisa? Me cuesta ver que nos guías «por el sendero justo» (v. 3), porque con frecuencia es cuesta arriba. A veces camino triste con la cabeza baja, y no veo más que polvo, piedras y cardos; las prohibiciones me irritan, me quitan libertad; algunas ovejas son encantadoras, pero otras fieles y celosas, de cerca me desilusionan y casi me empujan a marchar, sus caras no son felices, no me atrae ir por los caminos que van, ya no me atrae la gente que vive con “corrección” sino la que vive con “comprensión”; ayúdame a aprender a levantar la cabeza de una vez. A mirarte. Porque, entonces, ya no tendría que amargarme ante los peligros del camino y tu mirada de amor puesta en mí sería la luz y el único camino hacia esas praderas encantadoras donde me harás descansar. Porque he estado inquieto con tantas cosas y necesito estar en paz, contigo; a veces cuando más perdido me veo, cuando no controlo nada, veo de golpe que «tú vas conmigo» (v. 4), has venido a buscarme. Tu amor va más allá de esas ideas de libertad baratas de “él se lo ha buscado, que vuelva si quiere”, tú pones el corazón, sabes adivinar incluso cuando alguien te dice “déjame en paz” si en realidad te está gritando: “ven, te necesito”. Y tú no has estado en paz hasta que no le has encontrado. Te sentías empobrecido de esa oveja. De mí, la oveja de la última fila. Ni una palabra siquiera de reprensión. «¿Qué has hecho? ¿A qué viene esto? ¿Mira cómo estás?». He entendido en qué estado me encontraba por tu gesto de subirme a las espaldas evitando hasta la fatiga del retorno. Y como castigo: Preparas una mesa ante mí…; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa (v. 5). Ahora veo que ser cristiano es aceptar la alegría del pastor por haber recuperado la oveja escapada, rezagada, en la cola del hatajo. He vuelto a mi mundo, con grandezas y miserias, mías y de los demás, pero con el descubrimiento decisivo: mi corazón está lleno del corazón del pastor. Desde ahí, las deficiencias de los demás ya no me escandalizan. Ya no tengo ansias de grandeza, disfruto más pues no deseo ser más que los demás, «nada me falta» (v. 1): el amor de verdad es lo que más llena: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida” (v. 6). Sobre la montaña pelada del sufrimiento de no tener lo que deseo, y la monotonía del día a día, me has hecho descubrir el mejor alimento, el desierto de mis días se ha transformado en verde pradera. Y la pobreza una riqueza. Y la mansedumbre una fuerza. Y las lágrimas una fuente de alegría.Y las persecuciones y los ultrajes, un certificado de felicidad. «El monte de la calavera» será el «sendero justo» (v. 3), cuando al partir en dos tu vara y hacer una cruz, el pastor convertido en cordero que vierte la sangre por la oveja rezagada, se convierte en Rey glorioso resucitado que desposa mi alma y la invita al festín «y mi copa rebosa» (v. 5). Sí, ahora me siento seguro: «tu vara y tu cayado me sosiegan» (v. 4). Esté donde esté, pase lo que pase, con tu amor conmigo me siento “en casa”: “Y habitaré en la casa del Señor por años sin término” (v. 6; cf. Alessandro Pronzato, texto adaptado).
El hermano Roger, superior de Taizé, recordaba esta lucha contra el mal, y cómo el Señor nos conduce a la "fiesta sin fin": "descubrimos, en el fondo de nuestro ser, el Cristo Resucitado, ¡El es nuestra fiesta! Conocer los dramas del presente, las guerras, las minorías raciales maltratadas, es intolerable... Porque el hombre, para nosotros, es sagrado. ¿Cómo quedarse con los brazos cruzados, ante el hombre víctima del hombre? Pero en la sed de participar en una mayor justicia, ¿iríamos hasta renunciar a la fiesta íntima que se ofrece a todo cristiano? Sólo nos quedaría doblegarnos bajo el peso de la desesperación y proponer a la humanidad entera nuestra tristeza. ¿Vivir la fiesta, sería óbice para combatir y luchar por la justicia? Al contrario. La fiesta no es una simple euforia pasajera. Está animada por Cristo, en hombres y mujeres plenamente lúcidos sobre la situación del mundo y capaces de asumir los acontecimientos más graves...".
Sí, ¡hay una especie de "deber de ser feliz"! A condición de que esta felicidad se ponga en lo esencial y se quiera para todos.
La intimidad con Dios. Sería grave, que los cristianos aparecieran como gente desesperada y triste, ellos que tienen el secreto fantástico de la plena alegría: la humanidad avanza hacia Dios, felicidad infinita. ¿Por qué no comenzar de inmediato? "Sólo bondad y benevolencia me acompañan todos los días de mi vida; y moraré en la Casa del Señor todos los días de mi vida". El clima árido "de la sociedad de consumo" lleva a muchos jóvenes y menos jóvenes a la búsqueda de "fuentes frescas". El hombre no vive solamente de pan ni de supermercados, ni de placeres... Hoy descubre alegrías más profundas. La experiencia de la "vida con" Dios hace parte de estas alegrías secretas: "porque Tú estás conmigo"... "Nada me falta", cuando vivo esta experiencia.
Vuelta a la naturaleza. Es esta una de las aspiraciones del hombre moderno. "Mirad las flores del campo", decía Jesús. Este salmo nos invita a mirar las praderas, las fuentes, los trabajos pastoriles, la mesa en que recibimos a los amigos, las casas que nos alojan. Muchas alegrías inocentes están a nuestro alcance. ¿Por qué no aprovecharlas? ¿Por qué no proporcionarlas a los demás? (Noel Quesson).
Tres mil años de historia no han hecho perder nada a esa poesía altísima, al revés, cada vez resplandece con más belleza. W. Beecher nos dirá: "¡Bendito el día en que nació este salmo! pues él ha calmado más dolor que toda la filosofía del mundo". Y H. Bergson igualmente: "Los centenares de libros que yo he leído no me han procurado tanta luz ni tanto consuelo como el verso de este salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque tú vas conmigo". De la misma forma J. Green nos dirá: "Estas frases sencillas, estas frases de niño se quedaron sin dificultad en mi memoria. Yo veía el pastor, el valle de la sombra de la muerte, yo veía la mesa preparada. Era el evangelio en pequeño. Cuántas veces, en las horas de angustia, me he acordado del cayado reconfortante que ahuyenta el peligro. Cada día recitaba este pequeño poema profético cuyas riquezas yo nunca agotaría". Recuerdo alguna persona en el momento de la muerte, me ha pedido recitar juntos este salmo, y en el contexto de alguien que está diciendo las últimas palabras adquiere un valor especial, un sentido más profundo, pues se ve que el salmo refleja los sentimientos-resumen de una vida de esperanza, que expresa en germen el sermón de la montaña, condensado en la imagen poética que es única manera de expresar lo inexpresable, y al recitarlo un santo que se está muriendo, se ven que esas palabras expresan el fruto maduro de una fe inquebrantable, la confianza, serenidad, optimismo. Cuando las recita alguien curtido por las luchas de la vida, por situaciones angustiosas, por pruebas de todo tipo, adquieren una viveza pues se vuelven como el testamento de quien por encima de todo, el alma entonces se ve como oveja que es conocida por su pastor. Su rara brevedad es lógica: no hacen falta más que sus 6 versículos, pues está todo dicho ahí.
Dios como pastor nos lleva (vv. 1-4), Dios como anfitrión nos dará el cielo (v. 5-6), ya aquí nos hará degustar su bondad, providencia, ayuda, generosidad, esplendidez (cf. J. M. Vernet), como Joan Maragall expresó tan bien en su “Cant espiritual”, y eso es el bautismo y los demás sacramentos, como bien dirá San Ambrosio: "Escucha cuál es el sacramento que has recibido, escucha a David que habla. También él preveía, en el espíritu, estos misterios y exultaba y afirmaba "no carecer de nada". ¿Por qué? Porque quien ha recibido el Cuerpo de Cristo no tendrá jamás hambre. ¡Cuántas veces has oído el salmo 22 sin entenderlo! Ahora ves qué bien se ajusta a los sacramentos del cielo". San Gregorio Nisa escribe: "En el salmo, David invita a ser oveja cuyo Pastor sea Cristo, y que no te falte bien alguno a ti para quien el Buen Pastor se convierte a la vez en pasto, en agua de reposo, en alimento, en tregua en la fatiga, en camino y guía, distribuyendo sus gracias según tus necesidades. Así enseña a la Iglesia que cada uno debe hacerse oveja de este Buen Pastor que conduce, mediante la catequesis de salvación, a los prados y a las fuentes de la sagrada doctrina". Y San Cirilo de Alejandría: es "el canto de los paganos convertidos, transformados en discípulos de Dios, que alimentados y reanimados espiritualmente, expresan a coro su reconocimiento por el alimento salvador y aclaman al Pastor, pues han tenido por guía no un santo como Israel tuvo a Moisés, sino al Príncipe de los pastores y al Señor de toda doctrina en quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia." Veremos con más detalle estas ideas al hablar de Jesús como buen pastor.
3. Las "tinieblas" del pecado y la ignorancia dejan paso a la "luz" de la presencia de Dios en Cristo, "la luz del mundo" (cf. evangelio de hoy). Cuando se proyecta la luz sobre el pecado, se consigue que el pecado aparezca como tal, digno de reprobación, y esto conecta con el bautismo como dinamismo de despertar, resucitar, ser iluminado por Cristo. Ahora hemos de vivir en coherencia con esa luz, e iluminar a cuantos todavía permanecen en las tinieblas (J. M. Grané). “Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.
—El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna” (J. Escrivá). Así lo explica el Catecismo (1695): "Justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11), "santificados y llamados a ser santos" (1 Co 1,2), los cristianos se convierten en "el templo del Espíritu Santo" (cf 1 Co 6,19). Este "Espíritu del Hijo" les enseña a orar al Padre (cf Gál 4,6) y, haciéndose vida en ellos, les hace obrar (cf Gal 5,25) para dar "los frutos del Espíritu" (Gal 5,22) por la caridad operante. Curando las heridas del pecado, el Espíritu Santo nos renueva interiormente por una transformación espiritual (cf Ef 4,23), nos ilumina y nos fortalece para vivir como "hijos de la luz" (Ef 5,8), "por la bondad, la justicia y la verdad" en todo (Ef 5,9)”.
4. ¿Es lícito o no curar en sábado? A nosotros la pregunta nos hace reír. Pero la risa se hiela en los labios, cuando lo traducimos a nuestra época: ¿Se puede hacer el bien cuando su esto va en contra de las normas establecidas, de la ley? El “sábado” aparece como una excusa, para no ayudar: hoy será la distancia para no dar alimentos al tercer mundo, la distinción de quien “no tiene papeles” para no sentir la responsabilidad de darle la atención que requiere (trabajo, casa, medicinas…). El ciego de hoy carece de autonomía; necesita de los demás; es dependiente. Jesús lo libera (por dentro y por fuera), ya no será dependiente de otros, podrá ser libre, andar solo. Pensemos que más que normas y reglamentos el Evangelio ofrece actitudes; metas altísimas que estimulan a volar en un camino de libertad. El sábado no será esclavitud; ni las abluciones rituales antes de comer porque no es lo que el hombre toca sino lo que el hombre alberga en su interior, lo que lo hace puro o impuro. Por eso a Jesucristo no le importa comer con los oficialmente "pecadores". Jesús es un hombre absolutamente libre que no conocía más que una norma: hacer la voluntad de su Padre, la norma del amor. El Código que nos da como testamento será su Espíritu de amor, vivo en la Eucaristía y entre nosotros (Dabar). Hoy, día de los neófitos, día de los grandes escrutinios (“Aperirio aurium, -Apertura de los oídos"), es una nueva obra de creación, según San Ambrosio -quien cita a San Ireneo- con las poderosas manos creadoras del Padre: "Por la palabra del Señor se asentaron los cielos y por el Espíritu de su boca toda su fuerza" (Sal 32, 6; cf. Emiliana Löhr).
En la vigilia pascual, al encender el cirio, se proclama la luz del mundo, que ilumina nuestra vida, se hace feliz. San Agustín, partiendo de su propia experiencia, afirmaba que no hay nada más infeliz que la felicidad de aquellos que pecan: San Agustín: «El Señor dice: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Esta breve sentencia contiene un mandato y una promesa. Cumplamos, pues, lo que nos manda, y así tendremos derecho a esperar lo que nos promete. No sea que nos diga el día del juicio: «¿Ya hiciste lo que te mandaba, pues que esperas alcanzar lo que prometí?» «¿Qué es lo que mandaste, Señor, Dios nuestro?» Te dice: «Que me siguieras.» Has pedido un consejo de vida. ¿Y de qué vida sino de aquella acerca de la cual está escrito: En ti está la fuente viva? Por consiguiente, ahora que es tiempo, sigamos al Señor; deshagámonos de las amarras que nos impiden seguirlo. Pero nadie es capaz de soltar estas amarras sin la ayuda de aquel de quien dice el salmo: Rompiste mis cadenas. Y como dice también otro salmo: El Señor liberta a los cautivos, el Señor endereza a los que ya se doblan. Y nosotros, una vez libertados y enderezados, podemos seguir aquella luz de la que afirma: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Porque el Señor abre los ojos al ciego. Nuestros ojos, hermanos, son ahora iluminados por el colirio de la fe. Para iluminar al ciego de nacimiento, primero le untó los ojos con tierra mezclada con saliva. También nosotros somos ciegos desde nuestro nacimiento de Adán, y tenemos necesidad de que Él nos ilumine». «El género humano está representado en este ciego, y esta ceguedad viene por el pecado al primer hombre, de quien todos descendemos. Es, pues, un ciego de nacimiento. El Señor escupió en la tierra y con la saliva hizo lodo, “porque el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14). Untó los ojos del ciego de nacimiento. Tenía puesto el lodo y aun no veía, porque cuando lo untó, quizá le hizo catecúmeno. Le envió a la Piscina que se llama Siloé, porque fue bautizado en Cristo, y fue entonces cuando lo iluminó. Tocaba al Evangelista el darnos a conocer el nombre de esta Piscina, y por eso dice: “Que quiere decir Enviado”, porque si Aquél no hubiera sido enviado, ninguno de nosotros habría sido absuelto del pecado».
«Vete, lávate» (Jn 9,7), nos dice Jesús… San Juan Cristóstomo nos ofrece una interpretación: «quiso enseñarnos que Él era el mismo Creador, que al principio se sirviera de lodo para formar al hombre. Por eso no se sirve de agua para hacer el lodo, sino de saliva, para que no atribuyéramos nada a la virtud de la fuente y entendiésemos que por la virtud de su boca hizo y abrió los ojos». ¿Y por qué recién ve luego de lavarse en la piscina de Siloé? Una clave fundamental de interpretación es la que da el mismo apóstol y evangelista cuando explica que Siloé «significa Enviado.» Así, deduce el Crisóstomo, «el que sana en ella [la piscina] es Cristo». Él es el Enviado del Padre, enviado a hacer sus obras (Jn 9,4), enviado a curar de la ceguera y arrancar de las tinieblas del pecado a todo hombre, enviado a iluminarlo y a hacer de él un hijo de la luz (2ª. lectura).
La piscina tomaba el nombre de un canal subterráneo, excavado en la roca, que recogía las aguas de una fuente externa de la ciudad de Jerusalén para introducirlas al interior de la misma, conduciéndolas a esta piscina. De allí que al canal se le había dado el nombre de “el que envía” el agua, y al agua de la piscina “el [líquido] enviado”. Es evidente que para San Juan esta agua es símbolo de Cristo, el enviado del Padre que devuelve la vista al ciego de nacimiento. La roca nos recuerda la fuente que mana de la fe en Cristo, agua viva –como hemos leído estos días, de muchos modos-. Después de la primera iluminación vendrá otra de mucho mayor trascendencia para el que era ciego. Culminado el durísimo interrogatorio –las pruebas, como el oro en el crisol- y echado fuera de la sinagoga –las contradicciones, por Jesús- el Señor sale a su encuentro y se apresta a abrirle también los ojos de la fe a quien ha sido fiel a la verdad: «“¿Tú crees en el Hijo del hombre?” Él respondió: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús le dijo: “Le has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él entonces dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él» (v.35). Es un itinerario “neocatecumenal”, que lo llevó gradualmente a descubrir Aquél que lo había curado, como el Hijo enviado del Padre, «la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). La ceguera puede ser de muchos modos: «habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció» (Rom 1,21; la palabra con que en la Escritura se designa este oscurecimiento de la mente y corazón es “escotosis”, que deriva del griego skotos, oscuridad, tinieblas. La escotosis es la ceguera en la que vive aquél que dice que ve, incluso con mucha claridad, cuando en realidad se encuentra en la más espantosa penumbra).
Ciego está el hombre cuando -sin poder entenderse sin Dios-, opta por desconocer a Dios, como un aviador accidentado en medio del desierto, perdido, solo, incomunicado, sin brújula, sin GPS, sin un mapa o instrumento que le indique dónde se encuentra y hacia dónde ir para poder sobrevivir…, el hombre caminará entonces desorientado, su sed se hará cada vez más fuerte, empezará a desvariar por el calor, creerá que puede saciar su sed en los oasis que no son sino espejismos, y finalmente moriría en su desventura si no fuera por la misericordia divina (cf. salmo del buen pastor): «Dios se deja ver de los que son capaces de verlo, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen ojos, pero algunos los tienen bañados en tinieblas y no pueden ver la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean deja por eso de brillar la luz solar, sino que ha de atribuirse esta oscuridad a su defecto de visión. Así tú tienes los ojos entenebrecidos por tus pecados y malas acciones. (…) Pero, si quieres, puedes sanar; confíate al médico y él punzará los ojos de tu mente y de tu corazón. ¿Quién es ese médico? Dios, que por su Palabra y su sabiduría creó todas las cosas. (…) Si eres capaz, oh hombre, de entender todo esto y procuras vivir de un modo puro, santo y piadoso, podrás ver a Dios; pero es condición previa que haya en tu corazón la fe y el temor de Dios, para llegar a entender estas cosas» (San Teófilo de Antioquia), con «la luz del mundo» (Jn 9,4), «la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9): «Cristo, el nuevo Adán, en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación» (Gaudium et spes, 22). ¡Déjate iluminar por Él y tendrás la luz de la vida, y tú mismo te convertirás en luz para muchos! (Jürgen Daum).

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