miércoles, 9 de marzo de 2011

Martes de la 9ª semana. El justo «no se abatió ni se rebeló contra Dios por la ceguera», su fe hace que «no temerá las malas noticias, su corazón está

Martes de la 9ª semana. El justo «no se abatió ni se rebeló contra Dios por la ceguera», su fe hace que «no temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor», como Jesús: «Tú no te fijas en apariencias, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente», ¡enséñanos a ser como tú!

Tobías 2,9-14 9 Aquella misma noche, después de bañarme, salí al patio y me recosté contra la tapia, con el rostro cubierto a causa del calor. 10 Ignoraba yo que arriba, en el muro, hubiera gorriones; me cayó excremento caliente sobre los ojos y me salieron manchas blancas. Fui a los médicos, para que me curasen; pero cuantos más remedios me aplicaban, menos veía a causa de las manchas, hasta que me quedé completamente ciego. Cuatro años estuve sin ver. Todos mis hermanos estaban afligidos; Ajikar, por su parte, proveyó a mi sustento durante dos años, hasta que se trasladó a Elimaida. 11 En aquellas circunstancias, mi mujer Ana, tuvo que trabajar a sueldo en labores femeninas; hilaba lana y hacía tejidos 12 que entregaba a sus señores, cobrando un sueldo; el siete del mes de Dystros acabó un tejido y se lo entregó a los dueños, que le dieron todo su jornal y le añadieron un cabrito para una comida. 13 Cuando entró ella en casa, el cabrito empezó a balar; yo, entonces, llamé a mi mujer y le dije: «¿De dónde ha salido ese cabrito? ¿Es que ha sido robado? Devuélvelo a sus dueños, porque no podemos comer cosa robada.» 14 Ella me dijo: «Es un regalo que me han añadido a mi sueldo.» Pero yo no la creí; ordené que lo devolviera a los dueños y me irrité contra ella por este asunto. Entonces ella me replicó: «¿Dónde están tus limosnas y tus buenas obras? ¡Ahora se ve todo bien claro!»

Salmo 112,1-2,7-9 1 ¡Aleluya! ¡Dichoso el hombre que teme a Yahveh, que en sus mandamientos mucho se complace! 2 Fuerte será en la tierra su estirpe, bendita la raza de los hombres rectos. 7 no tiene que temer noticias malas, firme es su corazón, en Yahveh confiado. 8 Seguro está su corazón, no teme: al fin desafiará a sus adversarios. 9 Con largueza da a los pobres; su justicia por siempre permanece, su frente se levanta con honor.

Marcos 12,13-17 13 Y envían donde él algunos fariseos y herodianos, para cazarle en alguna palabra. 14 Vienen y le dicen: «Maestro, sabemos que eres veraz y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios: ¿Es lícito pagar tributo al César o no? ¿Pagamos o dejamos de pagar?» 15 Mas él, dándose cuenta de su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me tentáis? Traedme un denario, que lo vea.» 16 Se lo trajeron y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Ellos le dijeron: «Del César.» 17 Jesús les dijo: «Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios.» Y se maravillaban de él.

Comentario: 1.- Tb 2,10-23: -Un día Tobías, fatigado después de su trabajo, volvió a su casa, se recostó contra una tapia y se durmió. Mientras dormía, del nido de unas golondrinas cayó excremento caliente sobre sus ojos y quedó ciego. Empecemos por admirar el arte del narrador. Es una escena tan precisa y tan viva que se recuerda toda la vida aunque se haya oído contar una sola vez. Primera lección: los justos no son artificialmente preservados de la desgracia. Dios no interviene constantemente en las leyes del universo para hacer excepciones. El azar de ese grotesco accidente sugiere, sin necesidad de largos razonamientos, que no hay que hacer a Dios responsable de muchas «pruebas» que nos llegan como ésta por la conjunción de unas circunstancias ordinarias y ridículas.
Segunda lección: nuestra fidelidad a Dios se pone a prueba en los acontecimientos más banales. Más frecuente que las grandes catástrofes cósmicas anunciadas por los apocalipsis, son las adversidades corrientes, que por desgracia provienen simplemente de la condición humana. "Excremento caliente que cae en los ojos". A menudo es conveniente desdramatizar, con algo de humor, si es posible, muchas de las cosas que nos suceden y que son ¡de ese tipo! La mayor parte de las veces el Reino de Dios se hallará en hechos en apariencia minúsculos... que podían no haber sucedido. Humildad. Realismo. Aceptación profunda de nuestra contingencia de criaturas limitadas.
-Pero Dios permitió esa prueba para dar a la posteridad el ejemplo de su paciencia. Tercera lección: el mal puede a veces resultar un bien. El autor afirma que, aunque Dios no haya querido ese accidente estúpido... lo ha "permitido" para que creciera el mérito de Tobías. Cuando se cree en Dios, es evidente que se cree que Dios no puede querer el mal: el que ama, sólo quiere el bien para los que ama... Ahora bien, Dios es Amor absoluto, el Padre por excelencia. Sin embargo, el mal que existe en el mundo parece ir en contra de esa convicción. ¡El mal cuestiona a Dios! Y es natural que nuestra primera reacción sea rebelarnos. Pero se trata de hallar en nuestra fe la certeza de que Dios lo «permite» tan sólo para que resulte un mayor bien. Esto es lo que Tobías vivió. Ayúdanos, Señor, a ver el bien que Tú quieres sacar de esas pruebas que nos llegan, sea por el juego de las leyes naturales, sea por culpa de algunos hombres, sea por nuestra propia culpa. Todo el tema de la Redención está ya ahí: ¡la cruz que se transforma en resurrección, la muerte que es vencida por la vida!
-Tobías fue siempre temeroso de Dios, por lo mismo no le reprochó la ceguera de que estaba afectado, sino que perseveró inquebrantablemente en el temor de Dios, glorificándole todos los días de su vida. Sentimos que surge aquí el relato edificante. ¡Es casi demasiado hermoso! A menudo nos resulta difícil aceptar la prueba. Pero, finalmente, ¿no es la fidelidad nuestra mejor actitud, como creyentes? Ayúdanos, Señor, a conservar la esperanza en la noche, cuando ya nada vemos. Cuando la «ceguera» cae sobre nuestros ojos de carne, refuerza en nosotros, Señor, esa luz interior que iluminaba la vida de Tobías.
-Ana, su mujer, iba cada día al taller de hilados y tejidos y traía a casa el sueldo ganado por su trabajo. Un día recibió además un cabrito. Tobías oyó balar al animal y dijo a su mujer: "Cuida que no sea producto de un robo; devuélvelo a los amos". Su fidelidad no es tan sólo meritoria respecto a Dios, sino que tiene la misma delicadeza de conciencia respecto a los hombres.
-Furiosa, su mujer le injurió. No hay peor prueba que ese tipo de abandono (Noel Quesson).
2. El Salmo parece hablar también de Tobías padre, al que, a pesar de ser tan buena persona, le viene una prueba muy dura. Por un accidente tonto queda ciego. Como dice el texto, «Dios permitió esta desgracia para que como Job diera ejemplo de paciencia». Y a fe que es ejemplar la reacción del buen hombre, que sigue dando gracias a Dios, a pesar de que sus parientes se burlan de él y de que su mujer, Ana, también pierde la paciencia y tiene un pronto un poco duro con su marido (que a su vez tampoco fue muy oportuno en su pregunta sobre el cabrito). El paralelismo de Tobías con Job es subrayado claramente por el libro, por la reacción de ambos ante las desgracias que les suceden.
¿Cómo reaccionamos nosotros ante las pruebas que nos depara la vida? Hay temporadas en que parece que se acumulan las malas noticias y no tenemos suerte en nada: salud, vida familiar, trabajo. ¿Nos rebelamos ante Dios?, ¿o hacemos como Tobías y seguimos confiando en él día tras día? Un cristiano creyente no se muestra agradecido a Dios sólo cuando todo le va bien, sino también cuando le acontece alguna desgracia. No sólo cuando el ambiente le ayuda, sino también cuando los comentarios de los demás son irónicos u hostiles. Un buen cristiano no pierde el humor ni la esperanza por nada. Deja siempre abierta la puerta a la confianza en Dios. Además, podemos también reflexionar sobre cómo reaccionamos ante una persona cercana a nosotros a quien le pasan estas desgracias: ¿contribuimos con nuestra palabra amable a devolverle la esperanza, o nuestros comentarios todavía le hunden más? (J. Aldazábal).
3.- Mc 12,13-17 (ver domingo 29A). Una comisión de fariseos y partidarios de Herodes viene a Jesús, no para saber, sino para tenderle una trampa. Aunque la apariencia sea de preguntar con sinceridad: «Sabemos que enseñas el camino de Dios sinceramente». El asunto de los impuestos pagados a Roma era espinoso, porque venían a ser como el símbolo y el recordatorio de la potencia ocupante: si decía que había que pagarlos, se enemistaba con el pueblo; si decía que no, podían acusarle de revolucionario. Jesús respondió saliendo con elegancia por la tangente. A veces, ante preguntas de economía o política, o cuando veía que la pregunta no era sincera, prefería no contestar o lo hacía a su vez con otras preguntas. Aquí ni afirma ni niega lo de los tributos, sino que les da una lección sobre la relación entre lo político y lo religioso: «Dad al César lo del César y a Dios lo de Dios».
Es bueno distinguir los planos. Los judíos tenían la tendencia a confundir lo político con lo religioso. En el AT, por la estructura de la monarquía, todo parecía conducir a esta confusión. La espera mesiánica -de la que Pedro y los otros discípulos son buenos ejemplares- identificaba también la salvación espiritual con la política o la económica, cosa que una y otra vez Jesús tuvo que corregir, llevándoles a la concepción mesiánica que él tenía. El César es autónomo: Cristo a su tiempo pagará el tributo por sí y por Pedro. La efigie del emperador romano en la moneda (en su tiempo, Tiberio) lo recuerda. Pero Dios es el que nos ofrece los valores fundamentales, los absolutos. Las personas hemos sido creadas «a imagen de Dios»: la efigie de Dios es más importante que la del emperador. Jesús no niega lo humano, «dad al César», pero lo relativiza, «dad a Dios». Las cosas humanas tienen su esfera, su legitimidad. Los problemas técnicos piden soluciones técnicas. Pero las cosas de Dios tienen también su esfera y es prioritaria. No es bueno identificar los dos niveles. Aunque tampoco haya que contraponerlos. No es bueno ni servirse de lo religioso para los intereses políticos, ni de lo político para los religiosos. No se trata de sacralizarlo todo en aras de la fe. Pero tampoco de olvidar los valores éticos y cristianos en aras de un supuesto progreso ajeno al plan de Dios. También nosotros podríamos caer en la trampa de la moneda, dando insensiblemente, contagiados por el mundo, más importancia de la debida a lo referente al bienestar material, por encima del espiritual. Un cristiano es, por una parte, ciudadano pleno, comprometido en los varios niveles de la vida económica, profesional y política. Pero es también un creyente, y en su escala de valores, sobre todo en casos de conflicto, da preeminencia a «las cosas de Dios» (J. Aldazábal).
El magisterio social de la Iglesia, antes y después de la «Gaudium et Spes» del concilio Vaticano II, nos ha ayudado en gran manera a relacionar equilibradamente estos dos niveles, el del César y el de Dios, de modo que el cristiano pueda realizar en sí mismo una síntesis madura entre ambos. Con su respuesta, Jesús no pone a Dios y al César en el mismo plano y mucho menos considera como independientes ambas realidades. Afirma la primacía de Dios (y por consiguiente la libertad de conciencia), pero la primacía de Dios y la libertad de conciencia no privan al estado de sus derechos. La frase de Jesús se puede acentuar de diversas formas. En un contexto religioso, en donde la afirmación de la primacía de Dios corre el riesgo de privar a la sociedad de su autonomía, el acento recae en "dad al César lo que es del César". Pero en una sociedad en donde la intromisión del estado se convierte en idolatría pública, el acento caerá en "dad a Dios lo que es de Dios", afirmando de este modo la libertad de conciencia y la repulsa decidida de todo tipo de idolatría política (Bruno Maggioni).
Este pasaje pertenece al relato de las "tentaciones" a que los escribas, fariseos y saduceos someten a Jesús. Los partidarios de Herodes lanzan el primer ataque, muy atentos a denunciar cualquier alusión hiriente al César. Creen, efectivamente, que Cristo pronunciará pronto alguna palabra en ese sentido, puesto que su pretensión de ser el Mesías no podrá tardar mucho en enfrentarse con el emperador. La pregunta es clásica en el mundo de los sabios encargados de interpretar la ley: "¿Está permitido...?" ¿Está permitido pagar el impuesto (considerado por los judíos como una obligación religiosa) al César, príncipe extranjero que no es de la raza de David y no tiene, por tanto, ningún derecho divino a reinar sobre el pueblo? Cristo responde con un argumento ad hominem: vosotros aceptáis la autoridad y los favores del imperio romano; aceptad también sus prescripciones y someteos a sus exigencias. No se pronuncia, pues, respecto a la legitimidad del poder; se limita a hacer constancia de que es aceptado y que, como tal, exige obediencia. Al actuar así, Jesús desacraliza el concepto de impuesto, que no es ya, como lo era para los judíos, un acto religioso en beneficio del templo y un reconocimiento de la teocracia, sino un acto profano regulado por el bien común.
De esta forma quedan los inquisidores reducidos a su sitio y al mismo tiempo confirmados en su celo prorromano. Por eso añade Cristo un inciso: "y dad a Dios lo que es de Dios". Es decir: actuad de forma que vuestra obediencia cívica no esté en contradicción con vuestros deberes para con Dios.
De donde se sigue una doble lección: la autoridad civil tiene derecho a la obediencia, sobre todo la de quienes se benefician de las ventajas que representa (Rom 13, 1-8; Tit 3, 1-3; 1 Pe 2 13-3, 17), pero esa obediencia no puede contradecir una obediencia superior: la que se debe a Dios.
La distinción que el Evangelio establece entre lo que es del César y lo que es de Dios no implica una contradicción intrínseca.
Realmente es algo que cae fuera de toda duda. El Reino de Dios no margina a los reinos terrestres asumidos por Dios en Jesucristo.
Querer dar a Dios lo que le es debido supone necesariamente también que se dé al César lo que le pertenece. El Reino de Dios no es de este mundo en el sentido de que no es uno más entre los reinos terrestres; pero está en el mundo, en el sentido de que es extensible a todos los reinos de acá abajo. No se podrá, por tanto, ser auténticamente cristiano al margen de las realidades de este mundo, y todo intento de marginación desemboca al final en un estilo de vida que es también marginal al verdadero Dios.
La Iglesia no tiene, pues, por qué reclamar un lugar a ella reservado, un lugar en donde establecerse, puesto que es el signo visible del mundo reconciliado con Dios. No puede tampoco aspirar a ejercer su imperio sobre el mundo profano y secularizado; porque no es precisamente transformando el mundo en cristiandad, sino enviándole sus miembros sin orden preestablecido como representará para él su salvación final en Jesucristo (Maertens-Frisque). Llucià Pou Sabaté, con textos de mercaba.org.

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