lunes, 7 de marzo de 2011

Jueves de la semana 8ª del tiempo ordinario «A Dios no se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna». Su providencia nos cuida, y po

Jueves de la semana 8ª del tiempo ordinario «A Dios no se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna». Su providencia nos cuida, y podemos decir: «Qué amables son todas sus obras, Señor», y también acudir a Jesús como el ciego necesitado en busca de curación: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí», y escuchar con fe: «ánimo, levántate, que te llama»
Eclesiástico 42: 15 – 25. 15 Voy a evocar las obras del Señor, lo que tengo visto contaré. Por las palabras del Señor fueron hechas sus obras, y la creación está sometida a su voluntad. 16 El sol mira a todo iluminándolo, de la gloria del Señor está llena su obra. 17 No son capaces los Santos del Señor de contar todas sus maravillas, que firmemente estableció el Señor omnipotente, para que en su gloria el universo subsistiera. 18 El sondea el abismo y el corazón humano, y sus secretos cálculos penetra. Pues el Altísimo todo saber conoce, y fija sus ojos en las señales de los tiempos. 19 Anuncia lo pasado y lo futuro, y descubre las huellas de las cosas secretas. 20 No se le escapa ningún pensamiento, ni una palabra se le oculta. 21 Las grandezas de su sabiduría las puso en orden, porque él es antes de la eternidad y por la eternidad; nada le ha sido añadido ni quitado, y de ningún consejero necesita. 22 ¡Qué amables son todas sus obras!: como una centella hay que contemplarlas. 23 Todo esto vive y permanece eternamente, para cualquier menester todo obedece. 24 Todas las cosas de dos en dos, una frente a otra, y nada ha hecho deficiente. 25 Cada cosa afirma la excelencia de la otra, ¿quién se hartará de contemplar su gloria?
Salmo 33,2-9 2 ¡dad gracias a Yahveh con la cítara, salmodiad para él al arpa de diez cuerdas; 3 cantadle un cantar nuevo, tocad la mejor música en la aclamación! 4 Pues recta es la palabra de Yahveh, toda su obra fundada en la verdad; 5 él ama la justicia y el derecho, del amor de Yahveh está llena la tierra. 6 Por la palabra de Yahveh fueron hechos los cielos por el soplo de su boca toda su mesnada. 7 El recoge, como un dique, las aguas del mar, en depósitos pone los abismos. 8 ¡Tema a Yahveh la tierra entera, ante él tiemblen todos los que habitan el orbe! 9 Pues él habló y fue así, mandó él y se hizo.
Marcos 10: 46 – 52. 46 Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» 48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» 49 Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo, levántate! Te llama.» 50 Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» 52 Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.
Comentario: 1.- Si 42, 15-26. -Voy a evocar las obras del Señor, contaré lo que he visto. Por la palabra del Señor fueron hechas sus obras. Antes de tratar, en las últimas páginas de su libro, las intervenciones de Dios en la Historia, Ben Sirac contempla a Dios obrando en la Naturaleza. ¡Abrir los ojos! ¡Contemplar la creación que nos rodea! La ciencia moderna, haciéndonos ahora comprender mejor aún la complejidad de los seres y sus disposiciones recíprocas debería suscitar en nosotros una admiración aún mayor por el Autor de tanta maravilla. -El sol mira todo iluminándolo y la obra del Señor está llena de su gloria. El sol, por sí solo, es todo un símbolo y como un resumen... una maravilla compleja, de él depende la vida de todo lo demás. Imaginemos, por un instante que el sol deja de existir. Seguidamente todo moriría. Se comprende que san Francisco de Asís compusiera su Himno al Sol: "Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, / especialmente por mi señor, el hermano sol, / por el cual haces el día y nos das la luz; / el es bello y radiante, con gran esplendor: / de Ti, Altísimo, lleva significación". ¿Suelo orar partiendo de la belleza de la creación?
-El Señor sondea el abismo y el corazón humano y penetra sus secretos. Pues el Altísimo todo saber conoce y considera los signos de los tiempos. Anuncia lo pasado y lo futuro y descubre las huellas de las cosas secretas. Ben Sirac, que, en su época es un hombre sabio, es muy consciente de sus ignorancias: confiesa que no conoce la solución de cantidad de problemas. Sólo Dios es sabio. Sólo Dios posee el conocimiento definitivo de todas las cosas. El hombre moderno ha progresado mucho, ciertamente, en el conocimiento científico de la materia y del cosmos. Y, en época reciente, llegó a imaginar que su poder era casi infinito para transformar la naturaleza. Desengaños importantes han llevado a los sabios a adoptar una postura más modesta como fue la de los antiguos sabios. Son muchas las cosas que el hombre ignora... toda presunción orgullosa, en el fondo es peligrosa y ridícula. La naturaleza se encarga de vengarse cuando no se la respeta. Eso no afecta a la orden divina: «dominad la tierra y sometedla». Sencillamente, nos hace ser más humildes frente a nuestras pretensiones. Ruego por los sabios, pensando en sus propias responsabilidades en los años venideros.
-Al Señor, no se le escapa ningún pensamiento, ni una palabra se le oculta. Ordenó las obras maestras de su sabiduría... Todas las cosas le obedecen en todo. La admiración por las bellezas de la naturaleza puede conducir al creyente a la contemplación de Dios, propiamente dicha: todo ha sido ideado por Dios... en este momento todo es pensado por Dios... incluso todo lo bueno de los pensamientos y proyectos de los hombres. Prolongando la meditación que este texto me propone, ¿por qué no situarme ante algo hermoso: una flor, un paisaje, el rostro de un niño... para alabar a Dios «autor de esas obras»?
-Todas las cosas de dos en dos, una frente a otra; Dios no ha hecho nada incompleto. Cada cosa afirma la excelencia de la otra. ¿Quién se hartará de contemplar su gloria? La complementariedad de los seres. Su asombrosa interdependencia (Noel Quesson).
El Eclesiástico se extasía ante la grandeza del mundo que contempla. Al mismo tiempo, esta grandeza le hace sentir su propia ignorancia y su falta de dominio sobre las cosas y las leyes que regulan sus movimientos. Se encuentra inmerso en un mundo que ni ha hecho ni sabe cómo está hecho y cómo se mueve. Así, su admiración crece a medida que su mirada escruta todo lo que le rodea. Por otra parte, el vacío de su ignorancia e impotencia se llena con la presencia -intuida, si no vista- del Señor, a quien ve en el origen de todo. «Por la palabra de Dios son creadas todas las cosas, y de su voluntad reciben su tarea...». Todo lo que ve es «obra del Señor» (42, 15). Para el sabio, el Señor es el conocimiento y el poder: "El Señor es más grande que todas sus obras" (43,28). Nada se oculta a la mirada penetrante del Altísimo que "conoce el pasado y el futuro" (v 19) y sondea lo oculto e inaccesible para los ojos de los hombres, incluidos los santos, a quienes tampoco se ha concedido "contar las maravillas del Señor" (42,17). «No se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna» (42,20). La creación, con su grandeza e independencia, muestra al hombre su pequeñez y su ignorancia y ha constituido a lo largo de los siglos una fuente de contemplación y de elevación del espíritu. «¡Qué amables son todas tus obras!» (v 22); «¿quién se saciará de contemplar su hermosura?» (v 26). Pero la magnificencia del mundo creado, por más que se presente como una especie de revelación, no es más que un ropaje que cubre y oculta. De hecho, «quedan cosas más grandes escondidas; sólo un poco hemos visto de sus obras» (43,32). El sentido de las propias limitaciones y de la estrechez de los horizontes personales ha sido siempre principio de sabiduría humana. La inteligencia del hombre está constantemente expuesta al peligro de caer en la trampa que se tiende ella misma, cuando se erige en medida de la realidad y cree que ya ha visto qué hay más allá por el hecho de comprender que tiene que haber algo más allá de lo que conoce. Es bueno que el sabio nos lo recuerde hoy: nadie puede explicar cómo es el Señor porque nadie lo ha visto jamás. Por tanto, una alabanza a Dios que se creyera adecuada sería engañosa (M. Gallart).
2. El Sirácida entona un himno a la creación cósmica, obra de Dios y reflejo de su sabiduría infinita. Aquí lo leemos resumido. Esta página es como un eco a los primeros capítulos del Génesis. Todo lo ha hecho Dios y lo ha hecho bien, el sol y los astros y todas las cosas: «Qué amables son todas tus obras... todas difieren unas de otras y no ha hecho ninguna inútil. Una excede a otra en belleza: ¿quién se saciará de contemplar su hermosura?». Pero hay otro aspecto que despierta la admiración del sabio, el que se refiere al hombre: «Dios sondea el corazón, penetra todas sus tramas... no se le oculta ningún pensamiento». Dios es el verdadero Sabio.
No deberíamos perder la capacidad de admiración ante las obras de Dios en nuestro cosmos: desde las grandes dimensiones estelares hasta los caprichos entrañables de una planta o de un pájaro, desde la fuerza de los elementos que no dominamos hasta el mecanismo admirable de nuestro cuerpo humano. «Hiciste todas las cosas con sabiduría y amor», como decimos en la plegaria eucarística de la Misa. El cántico de las criaturas que nos enseñó san Francisco de Asís podría ayudarnos a ordenar nuestros sentimientos ante Dios y su obra creadora: «Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas...». También puede darnos serenidad y lucidez en nuestra vida el recordar, como dice el sabio, que Dios nos conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón, que nos está presente, que sabe nuestros pensamientos y nuestras palabras, y por tanto comprende nuestras debilidades. A la vez que estamos como envueltos en la sabiduría creadora de Dios en la naturaleza, también por dentro lo sentimos presente. Sobre todo a los que creemos en Cristo Jesús, por medio del cual hemos llegado a una comunión mucho más profunda con la vida y el amor de Dios. Todo esto nos debería convertir en personas amantes de la naturaleza y de la ecología, y también en personas con más esperanza, porque nos sentimos conocidos y guiados por Dios y envueltos en su amor (J. Aldazábal).
3.- Mc 10, 46-52. Jesús cura al ciego Bartimeo. Es un relato muy sencillo, pero lleno de detalles, y un símbolo claro de la ceguera humana espiritual, que también puede ser curada. Esta vez Marcos dice el nombre del ciego: se ve que tenía testimonios de primera mano, o que el buen hombre, que «recobró la vista y le seguía por el camino», se convirtió luego tal vez en un discípulo conocido. La gente primero reacciona perdiendo la paciencia con el pobre que grita. Jesús sí le atiende y manda que se lo traigan. El ciego, soltando el manto, de un salto se acerca a Jesús, que después de un breve diálogo en que constata su fe, le devuelve la vista.
La ceguera de este hombre es en el evangelio de Marcos el símbolo de otra ceguera espiritual e intelectual más grave. Sobre todo porque sitúa el episodio en medio de escenas en que aparece subrayada la incredulidad de los judíos y la torpeza de entendederas de los apóstoles. Como cuando vamos al oculista a hacernos un chequeo de nuestra vista, hoy podemos reflexionar sobre cómo va nuestra vista espiritual. ¿No se podría decir de nosotros que estamos ciegos, porque no acabamos de ver lo que Dios quiere que veamos, o que nos conformamos con caminar por la vida entre penumbras, cuando tenemos cerca al médico, Jesús, la Luz del mundo? Hagamos nuestra la oración de Bartimeo: «Maestro, que pueda ver». Soltemos el manto y demos un salto hacia él: será buen símbolo de la ruptura con el pasado y de la acogida de la luz nueva que es él. También podemos dejarnos interpelar por la escena del evangelio en el sentido de cómo tratamos a los ciegos que están a la vera del camino, buscando, gritando su deseo de ver. Jóvenes y mayores, muchas personas que no ven, que no encuentran sentido a la vida, pueden dirigirse a nosotros, los cristianos, por si les podemos dar una respuesta a sus preguntas. ¿,Perdemos la paciencia como los discípulos, porque siempre resulta incómodo el que pide o formula preguntas? ¿o nos acercamos al ciego y le conducimos a Jesús, diciéndole amablemente: «ánimo, levántate, que te llama»? Cristo es la Luz del mundo. Pero también nos encargó a nosotros que seamos luz y que la lámpara está para alumbrar a otros, para que no tropiecen y vean el camino. ¿A cuántos hemos ayudado a ver, a cuántos hemos podido decir en nuestra vida: «ánimo, levántate, que te llama»? (J. Aldazábal).
Soltando el manto, de un salto se acerca a Jesús. Este gesto expresa de manera muy significativa, la ruptura del hombre con su pasado, un pasado de poder pues el manto significa el poder humano (E. Haulotte). Por otra parte, el ciego es imagen del verdadero discípulo que se despoja del manto que hasta entonces le cegaba; deja hacer a Jesús y, desde ese momento, puede seguirle ya por el camino que conduce a Jerusalén.
Aquel hombre estaba sentado al borde del camino, ciego y sin más porvenir que seguir prisionero para siempre de sus tinieblas. Nosotros estamos rendidos y ya no tenemos fuerzas para levantarnos y reaccionar: ya no sabemos adónde nos lleva la vida, y menos aún dónde podrá quedar asegurado nuestro porvenir. Transcurre todo delante de nuestros ojos, y no sabemos ya adónde ir ni qué camino tomar. Presenciamos la guerra económica entre las potencias de este mundo y nos vemos implicados en ella por una crisis y unos conflictos, sin que podamos influir en ellos. Vemos desde hace años cómo oprime a los pueblos la pobreza y cómo nuestra buena voluntad se queda corta. Contemplamos un mundo marcado por el mal y sentimos toda la complicidad que se oculta en nosotros. Somos ciegos y nos encontramos sin fuerzas al borde del camino. Pero podemos oir, como Bartimeo. Y éste es el principio de nuestra curación. Pues nos llega la Palabra de Dios y provoca en nosotros la llamada de salvación. "¡Maestro, que pueda ver!". Este grito de la fe que brota de nosotros encuentra el impulso de amor del corazón de Jesús, y su palabra se convierte en palabra de salvación. Palabra de poder que hace brotar la luz. Porque, por gracia de esta palabra que nos levanta, se nos concede ver la conclusión de nuestra prueba y poder seguir a Jesús por el camino. La Iglesia entera, todos los que recorrieron el camino antes que nosotros, nos dicen: "¡Animo, levántate, que te llama!". Cuantos van en busca de un mundo nuevo son portadores de esta invitación para la humanidad: "¡Animo, levántate!". Todas las páginas del Evangelio nos hacen saber que este camino de los ciegos y los cojos es el camino que lleva a Jerusalén: es la subida con el Hijo de Dios, es el paso por la cruz y la vida consagrada, por ser entrega total en manos del Padre. Y para cada uno de nosotros este camino toma una dirección más precisa: valor para enfrentarnos con oposiciones, tomar decisiones y reconciliarnos; amor más poderoso que el odio y que la mentira, para hacer que surja la claridad de la verdad y de la justicia; renuncia a lo que nos entorpece. "¡Animo, levántate!"... Si este camino pasa por la conversión de la cruz, también da acceso a la Pascua, y podemos decir con Simeón: "¡Ahora puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has preparado ante todos los pueblos!"
Estaba sentado al borde del camino, inmóvil, dependiente de los que le rodeaban. Había oído hablar de Jesús y, en medio de su ceguera, oía el gentío pasar, correr, bailar, pero nada de aquello era para él. Aquello era sólo un sueño; su realidad era la de un hombre mutilado, abandonado a sus tinieblas y a su soledad. El griterío le dice que allí está Jesús. Desde su noche, se pone a pregonar su vida de infortunio y la esperanza loca que se despierta en él. "¡Ten compasión de mí!". No le importan las recriminaciones que le hacen, pues nada tiene que perder. El confía, al igual que el niño, y Jesús se detiene. "No necesitan médico los sanos, sino los que están mal". Jesús había puesto en pie al niño. La multitud "levanta" al enfermo y lo conduce a presencia de aquel en quien se cumple el oráculo de Isaías. El ciego suelta su manto -aquel manto mugriento era, sin duda, todo lo que poseía-, rompe con su pasado y da un salto hacia la luz. "Deja todo lo que tienes y ven, sígueme". Los hombres se arrastran en medio de las tinieblas, pregonando su miseria con su cuerpo mutilado. Mirad a vuestro alrededor, mirad dentro de vosotros mismos; abrid el periódico; prestad oído a la larga letanía de las miserias que os rodean. Llamada desgarradora: "¡Ten compasión de mí!". Llamada mal acogida: nosotros preferimos hacer callar esas voces de infortunio. "Llamadle": vosotros, los que fuisteis llamados por Dios a salir de las tinieblas y a entrar en su admirable luz, sois los encargados de levantar al ciego. Estamos en el corazón del mundo, encargados de presentar a Dios el grito de los hombres. Sí, nosotros hemos "gustado qué bueno es el Señor", y en este mundo Dios no tiene más signo con que manifestar su benevolencia que muestras vidas de hombres transformadas por el amor. Mañana se habrá terminado el tiempo de la vida del Hijo. Los hombres van a sepultar la piedra angular; la verdadera morada de Dios, el cuerpo del Predilecto será sepultado. Pero sobre este basamento que la muerte no podrá destruir se levantará, en adelante, el Templo vivo, la Iglesia de Dios, en el que cada piedra pulida por el Espíritu y cada vida de hombres y de mujer que viven el Evangelio es ensamblada, para que la luz penetre en las tinieblas. "Llamadle". Un templo que no abriera sus puertas a la multitud de los desdichados no sería más que un edificio muerto. La Iglesia no tiene otra razón de ser que convocar ante Dios a un mundo mutilado. Llegará un tiempo en que los que vivían en tinieblas "den gloria a Dios el día que venga a visitar a su pueblo" (“Dios cada día. Sal terrae”).
Al salir ya de Jericó con sus discípulos y una crecida muchedumbre... En la página de ayer estábamos "en el camino" de Jerusalén. Hoy estamos cerca, en Jericó, a algunos kilómetros. La página de mañana nos mostrará a Jesús de regreso a Jerusalén en el Templo. ¡No perdamos el recuerdo de la significación de este viaje! Jesús avanza hacia el lugar de su muerte y de su resurrección, y se acerca "su hora". ¡Deliberadamente, voluntariamente, lúcidamente, valientemente, camina hacia Jerusalén! Jericó es la última ciudad atravesada. Desde allí hay todavía 20 Kms. de marcha cuesta arriba. El camino de Jericó a Jerusalén es una interminable "subida"... se sube desde Jericó, situada a 200 metros bajo el nivel del mar, a Jerusalén, situada a 800 metros sobre el nivel del mar, por un camino muy brusco.
-Un mendigo ciego, hijo de Timeo que estaba sentado junto al camino, oyendo que era Jesús de Nazaret, comenzó a "gritar": "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!" Es un pobre, no puede trabajar. Espera, sentado sobre el terraplén, tiende la mano a los que pasan. "Oye" pasar una muchedumbre y se "entera" que Jesús de Nazaret está entre la multitud, entonces una esperanza loca levanta su miseria: se pone a gritar. Muy sencillamente, sin pretensión, sin grandes referencias teológicas, usa el título más popular para hablar del Mesías: "Hijo de David". Es la primera vez que Marcos cita ese título real. El Mesías era esperado como "aquel que debía restablecer la realeza en Israel". Y como Jesús "sube a Jerusalén", los que están a su alrededor piensan que va allí para ejercer el poder. Es lo que la muchedumbre dirá mañana, día de Ramos, en la página de Marcos que sigue exactamente a ésta: "¡Hosana! bendito sea el reino que llega, el reino de nuestro padre, David". (Mc 11, 10). Sabemos que la "ciudad de David", Jerusalén, rehusará, crucificará a ese "hijo de David" después del breve triunfo de un día. ¿No tengo yo también deseos de poder y de éxito humanos? ¿Qué pido a Dios, habitualmente? Muchos le increpaban para que callase; pero él gritaba mucho más. Se detuvo Jesús y dijo: "Llamadle". Llamaron pues al ciego: "Animo, levántate, que El te llama". El ciego arroja su manto, "da un salto" y "corre" hacia Jesús. Hay que detenerse unos momentos e imaginar esta escena, como en el cine. Ver a la muchedumbre, a Jesús, al ciego... adivinar sus sentimientos... hacer oración a partir de esto. -"¿Qué quieres que haga por ti?" "Señor, que vea". "Anda, tu fe te ha salvado". ¿Y mi fe, la mía? ¿Me hace "saltar" y "correr" hacia Jesús? ¿Tengo conciencia, ante Dios, de ser un ciego? Newman escribió esto: "Una vez al año, en primavera, el mundo que vemos hace que estallen sus potencias ocultas. Entonces las flores aparecen, en los árboles frutales se abren sus flores, la hierba y el trigo crecen. Hay un súbito aliento, un estallido de la vida oculta puesta por Dios en el mundo material.
¿Quién pensaría, sin la experiencia de primaveras precedentes, que fuese concebible con dos o tres meses de antelación que la faz de la naturaleza aparentemente muerta, pudiese llegar a ser tan espléndida y tan variada? Lo mismo sucede con la primavera eterna... vendrá, aunque tarde. Esperémosla. Sabemos que existen muchas más cosas de las que vemos: Estas no son más que la corteza exterior de un reino eterno..." Abre mis ojos, Señor, cúrame, quiero verte.
-El hombre recobró la vista, y seguía a Jesús por el camino. Aquello, de lo que no había sido capaz "el hombre rico". Sigue a Jesús por el camino que sube hacia Jerusalén. Iluminado por Jesús, soy ya capaz de seguirle (Noel Quesson).
restaurarnos y bendecirnos. (Llucià Pou Sabaté, uso textos tomados de mercaba.org).

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