jueves, 24 de marzo de 2011

Cuaresma I semana, jueves: el núcleo de la oración cristiana es la confianza en Dios

Libro de Ester 14,1.3-5.12-14: En aquellos días, la reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor y rezó así al Señor, Dios de Israel: "Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro. Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido. Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación, y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices. A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo."

Salmo 138,1-3.7-8. De David. Te doy gracias, Señor, de todo corazón, te cantaré en presencia de los ángeles. / Me postraré ante tu santo Templo, y daré gracias a tu Nombre por tu amor y tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu renombre. / Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma. / Si camino entre peligros, me conservas la vida, extiendes tu mano contra el furor de mi enemigo, y tu derecha me salva. / El Señor lo hará todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos!

Texto del Evangelio (Mt 7,7-12): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas».

Comentario: El evangelio de hoy nos anima a rezar, y Dios, que es profundamente bueno, desea "dar" cosas buenas a sus hijos que se lo pidan, con una confianza total.
1. Est 14.1.3-5.12-14 (también Est 4,17n.p-r.aa-bb.gg-hh). La plegaria de Ester, en el Antiguo Testamento, es un ejemplo de ello. “-Ester se refugió en el Señor, presa de mortal angustia. La situación del pueblo judío era dramática, en esa época. Dispersos, minoritarios, en medio de pueblos paganos... frecuentemente perseguidos y despreciados. Tal es la condición de Ester, esa situación pasa a ser su plegaria. Su oración parte de su vida. Muy sencillamente expone su caso a Dios.
-“Ven en mi socorro que estoy sola y no tengo socorro sino en ti, y me doy cuenta que estoy en peligro”.
Sólo ve en ella debilidad y pobreza. Se atreve a mirar su gran pobreza, a reconocerla y a confesarla ¡Soledad! Es uno de los mayores sufrimientos. "Estoy sola". Esa impresión de no tener muchos amigos, y aun estando cerca de ellos, no poder contarles todo. Esto pasa también en la vida conyugal y familiar: esa dificultad para el intercambio, para la participación sincera. Hay días en los que estamos y nos sentimos «solos», aislados, con el corazón vacío... en los que se tiene la impresión de no ser comprendido. ¿Hay que aceptarlo, y nada más? o bien, como Ester, ¿ir a Dios y expansionarse con El? A los estoicos y a los fuertes esto puede parecer una debilidad supletoria. Señor, yo no pretendo ser fuerte, quiero saber solamente que Tú sí me escuchas y me comprendes. ¡Sería una lástima que yo me mantuviera dándole vueltas a mis penas en lugar de vaciarlas en tu corazón y liberarme de ellas en lo posible!
-“Acuérdate, Señor... manifiéstate”... Es una plegaria audaz, que se dirige a Dios con familiaridad. Una plegaria que pide a Dios que "represente su papel". «Señor, ven a salvarnos, Tú eres nuestro Dios. Tú nos conoces y nos amas... ¿A quién iríamos? ¡Acuérdate de tus promesas! ¡Haz lo que dijiste!»
-“Dame valor... Pon en mis labios palabras armoniosas”... Es una plegaria "no-perezosa" que no se descarga pasivamente en Dios. Una plegaria que pide a Dios que "lleguemos a representar nuestro papel". «Señor, danos fuerza para lograrlo... "Ilumíname, dame el mejor discurso para salir de mi soledad". Maravilloso ¿verdad?: «¡Dame valor!». Una oración para repetirla a menudo. –“Líbranos, acude en socorro de mí que no tengo a nadie sino a ti, Tú lo sabes todo”. Oración confiada... Totalmente abandonado en las manos del Padre... No tengo a nadie sino a Ti. No es un mero sentimiento. Y nadie tiene derecho de reírse o de hacer mofa de ello. Por lo menos a la hora de la muerte será estrictamente verdadero. No hay que pasarse de listo (Noel Quesson).
Esther apela a la misericordia de Dios, según la cual eligió a Israel como heredad suya; finalmente, pide la protección de Dios en momento tan difícil para ella y para su pueblo. Comenta San Juan Crisóstomo: «El mismo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con Él; y así, como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha con el corazón, que no está limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolonga día y noche sin interrupción. / Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios; de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se convierten en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo. / La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos... Por la oración el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible».
“La plegaria vivida hasta el fondo es la acción más comprometida y eficaz que puede realizar el hombre y de la que surgirán todas las demás acciones. La plegaria unifica y transforma. La plegaria exige consagración, dedicación. En ella es necesario sobrepasar las inercias y rutinas de la mente, salir del círculo obsesivo de las cosas con la profunda aspiración de que todo el ser sintonice armónicamente con el tono de Dios. La plegaria de Ester es penitencial. Su expresión está despojada de todo lo superfluo (v. 2). La forma literaria más bella de esta plegaria se conserva en la versión latina antigua. El autor del texto griego de los Setenta la transforma notablemente. El hombre tiene necesidad de expresarse y de repetir al Señor todo lo que él ya sabe por su omnisciencia. Ester empieza exponiendo su situación: sola ante el único y dispuesta a dar su vida (3-4). Recuerda las gestas de Dios en favor del pueblo y, seguidamente, como representante de su pueblo, reconoce el justo castigo de Dios. Pero la total exterminación del pueblo elegido sería un triunfo de los ídolos; por eso pide a Dios que no cierre la boca de quienes lo alaban (5-11). Formula su petición: "Pon en mis labios un discurso acertado..." (12-13). Finalmente apela a la omnisciencia divina, que conoce su inocencia (cf. 2 Re 20,3; Sal 17,1ss; 16, lss) (14-19). La actividad de la plegaria vivida intensamente, con profundidad, engendra fe y confianza, una valentía que supera cualquier temor” (B. Girbau).
Señor, tú siempre salvas a los que te viven fieles. Dios jamás nos ha abandonado. Cuando nos acercamos con el corazón lleno de confianza en Él, que es nuestro Padre, sabemos que Él nos contempla con gran amor; y que, rico en misericordia, está siempre dispuesto a liberarnos de la mano de nuestros enemigos. Este tiempo de Cuaresma nos centra en nuestra propia fragilidad y nos llena de fe y esperanza en Dios, cercano a nosotros para fortalecernos con su gracia, de tal forma que la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, sea nuestra Victoria. Por eso hemos de acudir al Señor con el corazón humilde y lleno de confianza para orar ante Él con gran amor, sabiendo que Él siempre estará de nuestra parte. Pero no pidamos sólo por nosotros; roguemos por todo el mundo para que la salvación llegue a todos los corazones y podamos, así, construir un mundo nuevo libre de cualquier signo de pecado y de muerte.
2. Sal. 137. Dios nos envió a su propio Hijo para salvarnos; cuando esto suceda Dios habrá concluido su obra en nosotros. No tenemos otro camino de salvación, pues Dios no nos dio otro Nombre bajo el cual podamos salvarnos. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación. Pero Él ha querido unir a sí a su Iglesia, su Esposa, para que por medio de ella llegue la salvación a todos los pueblos, en todo tiempo y lugar. Así, por tanto, el camino de salvación se nos hace presente en el Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. Quienes pertenecemos a esta Comunidad de fe en Cristo démosle gracias al Señor porque nos sigue escuchando, porque sigue estando cercano a nosotros, porque sigue pronunciando su Palabra sobre nosotros, porque nos sigue perdonando, porque nos sigue tendiendo la mano en nuestras necesidades a través de su Iglesia. Ojalá y cumplamos con esa misión que el Señor nos ha confiado y no nos convirtamos en una Iglesia que defraude las esperanzas de quienes buscan al Señor.
En esta línea el salmo que hemos recitado hoy (138,1-3.7-8), después de un “te doy gracias, Señor, de todo corazón… me postraré ante tu santo Templo, y daré gracias a tu Nombre por tu amor y tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu renombre” proclama su providencia: “Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma. / Si camino entre peligros, me conservas la vida, extiendes tu mano contra el furor de mi enemigo, y tu derecha me salva. / El Señor lo hará todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos!” La oración surge muchas veces desde el dolor y fomenta la esperanza, como también señala Benedicto XVI: "Precisamente porque invita a la oración, a la penitencia y al ayuno, la Cuaresma constituye una ocasión providencial para hacer más viva y sólida nuestra esperanza". La oración "es la primera y principal "arma" para afrontar victoriosamente la lucha contra el espíritu del mal… Sin la dimensión de la oración, el yo humano termina por encerrarse en sí mismo, y la conciencia, que tendría que ser eco de la voz de Dios, corre el riesgo de reducirse al espejo del yo, de modo que el coloquio interior se convierte en un monólogo, dando lugar a miles de auto-justificaciones.” Así, la oración nos abre al optimismo, y esta visión se difunde hacia fuera: “por tanto, es garantía de apertura a los demás: quien se hace libre para Dios y sus exigencias, se abre al otro, al hermano que llama a la puerta de su corazón y pide ser escuchado, atención, perdón, a veces corrección, pero siempre en la caridad fraterna… la verdadera oración nunca es egocéntrica, sino que siempre está centrada en el otro. (...) Es el motor del mundo, porque lo mantiene abierto a Dios y por ello, sin oración no hay esperanza, sólo existe ilusión". Más abajo desarrollaremos con detalle esta idea: "No es la presencia de Dios -añadió- lo que aliena al hombre, sino su ausencia. Sin el verdadero Dios, Padre del Señor Jesucristo, las esperanzas se convierten en ilusiones que inducen a evadirse de la realidad... El ayuno y la limosna, unidos armónicamente con la oración, también pueden ser considerados lugares de aprendizaje y ejercicio de la esperanza cristiana". Después de indicar el nexo entre los grandes temas de la cuaresma en relación con este optimismo de la fe ("gracias a la acción conjunta de la oración, el ayuno y la limosna, la Cuaresma forma a los cristianos para que sean hombres y mujeres de esperanza, siguiendo el ejemplo de lo santos"), se refiere al sufrimiento: Cristo "sufrió por la verdad y la justicia, trayendo a la historia de los seres humanos el evangelio del sufrimiento, que es la otra cara del evangelio del amor. Dios no puede padecer, pero puede y quiere com-padecer… Cuanto más grande es la esperanza que nos anima, mayor es la capacidad de sufrir por amor a la verdad y al bien, ofreciendo con alegría las pequeñas y grandes fatigas de cada día, de modo que participen del gran com-padecer de Cristo". La Virgen es modelo y nos conviene "meditar en el misterio del compartir de María los dolores de la humanidad".
–Con el Salmo 137 expresamos la confianza y seguridad que tenemos en Dios cuando nos dirigimos a Él en la oración: «Te doy gracias, Señor, de todo corazón, delante de los ángeles tañeré para Ti. Me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre. Por tu misericordia y lealtad. Cuando te invoqué me escuchaste, acreciste el valor de mi alma. Extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos». Sigue diciendo San Juan Crisóstomo: «Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediario. Alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos... La oración es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina... El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma».
3. Mt 7,7-12. En el Evangelio, Jesús nos invita a la oración: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá» (Mt 7,7). Seguimos ahora a Ratzinger una vez más en sus comentarios: “Estas palabras de Jesús son sumamente preciosas, porque expresan la relación entre Dios y el hombre y responden a un problema fundamental de toda la historia de las religiones y de nuestra vida personal. ¿Es justo y bueno pedir algo a Dios, o es quizá la alabanza, la adoración y la acción de gracias, es decir, una oración desinteresada, la única respuesta adecuada a la trascendencia y a la majestad de Dios? ¿No nos apoyamos acaso en una idea primitiva de Dios y del hombre cuando nos dirigimos a Dios, Señor del Universo, para pedirle mercedes? Jesús ignora este temor. No enseña una religión elitista, exquisitamente desinteresada; es diferente la idea de Dios que nos transmite Jesús: su Dios se halla muy cerca del hombre; es un Dios bueno y poderoso”. La religión de Jesús es muy humana, muy sencilla; es la religión de los humildes: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos» (Mt 11,15). La eficacia de la oración se funda en la condición paternal del Padre «que está en los cielos». Seguimos con San Juan Crisóstomo: «Cuando quieres reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo de tu alma».
No hemos de ser prepotentes, querer entender a Dios y meterlo en nuestra pobre cabeza, como dice aquella canción: “deja que Dios haga de Dios, tú adórale…”; hemos de aprender a ser humildes: “Los pequeñuelos, aquellos que tienen necesidad del auxilio de Dios y así lo reconocen, comprenden la verdad mucho mejor que los discretos, que, al rechazar la oración de petición y admitir únicamente la alabanza desinteresada de Dios, se fundan de hecho en una autosuficiencia que no corresponde a la condición indigente del hombre, tal como ésta se expresa en las palabras de Ester: «¡Ven en mi ayuda!» En la raíz de esta elevada actitud, que no quiere molestar a Dios con nuestras fútiles necesidades, se oculta con frecuencia la duda de si Dios es verdaderamente capaz de responder a las realidades de nuestra vida y la duda de si Dios puede cambiar nuestra situación y entrar en la realidad de nuestra existencia terrena. En el contexto de nuestra concepción moderna del mundo, estos problemas que plantean los «sabios y discretos» parecen muy bien fundados. El curso de la naturaleza se rige por las leyes naturales creadas por Dios. Dios no se deja llevar del capricho; y si tales leyes existen, ¿cómo podemos esperar que Dios responda a las necesidades cotidianas de nuestro vivir? Pero, por otra parte, si Dios no actúa, si Dios no tiene poder sobre las circunstancias concretas de nuestra existencia, ¿cómo puede llamarse Dios? Y si Dios es amor, ¿no encontrará el amor posibilidad de responder a la esperanza del amante? Si Dios es amor y no fuera capaz de ayudarnos en nuestra vida concreta, entonces no sería el amor el poder supremo del mundo; el amor no estaría en armonía con la verdad”. Un Dios que no pudiera hacer milagros no sería Dios… “Pero si no es el amor la más elevada potencia, ¿quién es o quién tiene el poder supremo? Y si el amor y la verdad se oponen entre sí, ¿qué debemos hacer: seguir al amor contra la verdad o seguir a la verdad contra el amor? Los mandamientos de Dios, cuyo núcleo es el amor, dejarían de ser verdaderos, y entonces ¡qué cúmulo de contradicciones fundamentales encontraríamos en el centro de la realidad! Estos problemas existen ciertamente y acompañan la historia del pensamiento humano; el sentimiento de que el poder, el amor y la verdad no coinciden y de que la realidad se halla marcada por una contradicción fundamental, puesto que en sí misma es trágica, este sentimiento, digo, se impone a la experiencia de los hombres; el pensamiento humano no puede resolver por sí mismo este problema, de manera que toda filosofía y toda religión puramente naturales son esencialmente trágicas”. Cabeza y corazón se contraponen, pero la inteligencia y el amor se funden en la oración, y entonces descubrimos que no hay más verdad que la que es amorosa ni más amor que el verdadero… y que esta es la verdad que nos da libertad…
De nuevo la oración. El Padre quiere dar cosas buenas a sus hijos. -Pedid, y se os dará. Buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá. Concepción resueltamente optimista. Jesús está en perfecta familiaridad con Dios. Encuentra muy natural el ser escuchado. Y es también normal ver abrirse la puerta cuando se ha llamado a alguien.
-Porque quien pide recibe. Quien busca halla. A quien llama se le abre. Y Jesús repite las promesas. Aquí, Señor, has hecho promesas muy precisas. Quiero escucharte, quiero creerte. Sin embargo..., ¡hay tantas plegarias aparentemente no atendidas! Quizá rezamos mal, quizá nos falta confianza y verdadera familiaridad con Dios. Quizá nos atiendes pero no en lo que te pedimos exactamente. Es verdad que alguna vez he hecho esta experiencia: yo te pedía "una" cosa precisa, y no la recibí... pero recibí de ti y de mi propia oración, una gran paz, una inmensa aceptación interior. He sido yo el que he cambiado por mi oración. ¿Es así como acoges nuestras súplicas, Señor?
-¿Quién de vosotros es el que si su hijo le pide pan, le da una piedra o si le pide un pez, le da una serpiente? De nuevo una imagen muy natural y familiar. Cuando un niñito pide pan a su padre, no se le ocurrirá darle una piedra, o una serpiente. Si soy padre o soy madre, mi oración puede ser muy concreta a partir de esta experiencia, con mis propios hijos. El mismo Jesús me lo sugiere. Y esta experiencia de amor paterno o materno puede hacerme comprender que ciertas plegarias no sean atendidas, aparentemente. Yo no doy siempre... no doy todo... lo que mis hijos piden. No para rehusárselo, ni para que sufran, sino por su mayor bien y porque les quiero.
-Si, pues, vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide! En este pasaje, toda la eficacia de la plegaria no procede de la testarudez, de la insistencia, del que pide... sino ¡de la bondad y del amor del que otorga! Aquí Jesús no carga el acento sobre la perseverancia en la oración, como lo hará en otros pasajes, sino en la benevolencia de Dios. Dios es bueno, Dios ama. Dios es padre. Dios es madre. Dios quiere dar cosas buenas. Necesito, quizá, llegar a descubrir que "lo que me sienta mal, aquello de lo que deseo estar libre, mis pruebas y contrariedades... contienen una gracia, y son, de tu mano una "cosa buena" a recibir. Misterio del sufrimiento que agranda a un ser. Misterio de la enfermedad, de la soledad, de la vejez. Aquí abajo, no siempre sé lo que es un bien para mí. Tú lo sabes, Señor.
-Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos. He aquí lo que evitaría muchos contratiempos. Que sepa yo encontrar en ello mi alegría (Noel Quesson).
«Pedid y se os dará». Palabras de Jesús que tocan lo más profundo del pensamiento humano. Nos dicen tres cosas:
a) “Dios es poder, supremo poder; y este poder absoluto, que tiene al universo en sus manos, es también bondad. Poder y bondad, que en este mundo se hallan tantas veces separados, son idénticos en la raíz última del ser”. Una razón poderosa y creadora, “razón suprema es, al mismo tiempo, bondad pura y fuente de toda nuestra confianza”. Es también fundamento de la cristología, pues el Redentor no es distinto del Creador, y por esto es capaz de redimirnos. Y es “también el fundamento de la moral cristiana. Los mandamientos de Dios no son arbitrarios, son sencillamente la explicación concreta de las exigencias del amor. Pero tampoco el amor es una opción arbitraria: el amor es el contenido del ser; el amor es la verdad: "Qui novit veritatem, novit eam, et qui novit eam. novit aeternitatem. Caritas novit eam. O aeterna veritas et vera caritas et cara aeternitas» («Quien conoce la verdad, la conoce (se refiere a la luz inmutable), y quien la conoce, conoce la eternidad. La caridad la conoce. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y amada eternidad!»), dice san Agustín cuando describe el momento en que descubrió al Dios de Jesucristo (Confesiones VII 10,16). El ser no habla únicamente un lenguaje matemático; el ser tiene en sí mismo un contenido moral, y los mandamientos traducen el lenguaje del ser al lenguaje humano. Me parece fundamental poner de relieve esta verdad a la vista de la situación que vive nuestro tiempo, en que el mundo físico-matemático y el mundo moral se presentan de tal modo separados, que no parecen tener nada que ver entre sí. Se despoja a la naturaleza de lenguaje moral; se reduce la ética a poco más que a mero cálculo utilitario, y una libertad vacía destruye al hombre y al mundo”. «Pedid y se os dará». Dios, que es poder y es amor, ¡cuando pedimos nos da!
b) Dios es persona, habla y escucha. Por desgracia, formas pseudos-religiosas de tipo “gnosis” hablan de Jesús y de otras formas de religión, del “perfume de la religión, prescindiendo por completo de la fe”. Tienen cierta “nostalgia de la belleza de la religión, pero hay también el cansancio del corazón que no tiene ya la fuerza de la fe. La gnosis se ofrece como una especie de refugio en el que es posible perseverar en la religión cuando se ha perdido la fe. Pero tras esta fuga se esconde casi siempre la actitud pusilánime del que ha dejado de creer en el poder de Dios sobre la naturaleza, en el Creador del cielo y de la tierra. Aparece así un cierto desprecio de la corporalidad; la corporalidad se muestra despojada de valor moral. Y el desprecio de la corporalidad engendra el desprecio de la historia de la salvación, para venir a desembocar finalmente en una religiosidad impersonal. La oración es sustituida por ejercicios de interioridad, por la búsqueda del vacío como ámbito de libertad”: se busca hacer yoga y estar en un nirvana. «Pedid y se os dará». “El Padrenuestro es la aplicación concreta de estas palabras del Señor. El Padrenuestro abraza todos los deseos auténticos del hombre, desde el Reino de Dios hasta el pan cotidiano. Esta plegaria fundamental constituye así el indicador que nos señala el camino de la vida humana. En la oración vivimos la verdad”.
c) San Mateo concluye esta catequesis sobre la oración con las palabras de Jesús: «Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden?» (7,11). “Aquí encontramos también una alusión al pecado original, a la corrupción de los hombres, cuya maldad proviene de su rebeldía contra Dios, manifestada en el camino del autonomismo, del «seréis como Dios»”. Dejamos el tema para otra ocasión, aquí “el problema que ahora nos ocupa es el siguiente: ¿Qué contenidos puede abarcar la oración cristiana? ¿Qué podemos esperar de la bondad de Dios? La respuesta del Señor es muy sencilla: todo. Todo aquello que es bueno. Dios es bueno y otorga solamente bienes y mercedes; su bondad no conoce límites. Es ésta una respuesta muy importante. Podemos realmente hablar con Dios como los hijos hablan con su padre. Nada queda excluido. La bondad y el poder de Dios conocen un solo límite; el mal. Pero no conocen límites entre cosas grandes y pequeñas, entre cosas materiales y espirituales, entre cosas de la tierra y cosas del cielo. Dios es humano; Dios se ha hecho hombre, y pudo hacerse hombre porque su amor y su poder abrazan desde toda la eternidad las cosas grandes y las pequeñas, el cuerpo y el alma, el pan de cada día y el Reino de los cielos. La oración cristiana es oración plenamente humana; es oración en comunión con el Dios-hombre, con el Hijo. La verdadera oración cristiana es la oración de los humildes, aquella plegaria que, con una confianza que no conoce el miedo, trae a la presencia de la bondad omnipotente todas las realidades e indigencias de la vida. Podemos pedir todo aquello que es bueno. Y justamente en virtud de este su carácter ilimitado, la oración es camino de conversión, camino de educación a lo divino, camino de la gracia; en la oración aprendemos qué es bueno y qué no lo es; aprendemos la diferencia absoluta entre el bien y el mal; aprendemos a renunciar a todo mal, a vivir las promesas bautismales: «Renuncio a Satanás y a todas sus obras». La oración separa en nuestra vida la luz de las tinieblas y realiza en nosotros la nueva creación. Nos hace creaturas nuevas. Por esta razón es tan importante que en la oración abramos con toda sinceridad nuestra vida entera a la mirada de Dios, nosotros, que somos malos, que tantas cosas malas deseamos. En la oración aprendemos a renunciar a estos deseos nuestros, nos disponemos a desear el bien y nos hacemos buenos hablando con aquel que es la bondad misma. El favor divino no es una simple confirmación de nuestra vida; es un proceso de transformación”. Es lo que pedimos en la colecta: «Concédenos la gracia, Señor, de pensar y practicar siempre el bien, y pues sin ti no podemos ni existir ni ser buenos, haz que vivamos siempre según tu voluntad. Por nuestro Señor...»
Cuando oramos no podemos llegar a Dios desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, sino desde un corazón humilde y contrito, dispuestos a recibir de Dios no lo que nos imaginamos como lo mejor para nosotros, sino lo que aceptamos como un don de Dios como lo que más nos conviene en orden a nuestra salvación. Por eso cuando oramos entramos en una verdadera alianza con Dios. Estamos dispuestos a recibir sus dones, especialmente su Espíritu Santo, no para malgastarlos, sino para vivir con mayor lealtad nuestro ser de hijos de Dios. El Señor está dispuesto a concedernos todo aquello que nos ayude para convertirnos en un signo cada vez más claro de su amor en el mundo. Por eso no nos quedemos en peticiones de cosas pasajeras. Busquemos el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás llegará a nosotros por añadidura. Centremos nuestra petición en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús; así no sólo estaremos dispuestos a acogerlo, sino también a cooperar para su venida. Que Dios nos conceda en abundancia su Espíritu Santo para poder llegar a ser hijos de Dios en mayor plenitud y para convertirnos en portadores del Reino de Dios.
Sabemos que somos frágiles, fácilmente inclinados al mal. El Señor nos reúne en torno a Él para fortalecernos y enviarnos a continuar trabajando por su Reino en el mundo. Dios no se quedó en simples promesas de salvación. Nosotros fallamos como un arco engañoso, pero Dios no nos ha abandonado; Él mismo ha salido a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón. Sus promesas de salvación nos las ha cumplido por medio de su Hijo Jesús. Por su encarnación, por su vida, por su muerte y por su resurrección Dios nos rescató de las manos de nuestro enemigo. Y no sólo nos reconcilió con Él, sino que quiso convertirse en Padre nuestro, de tal forma que, por nuestra comunión de Vida con su Hijo Jesús, en verdad nos tiene como hijos suyos. La Eucaristía renueva esa Alianza nueva y definitiva entre Dios y nosotros. Pidámosle al Señor que nos conceda en abundancia su Espíritu para que siempre podamos permanecer unidos a Cristo, y, en Él, seamos sus hijos fieles y amados en quienes Él se complazca.
No porque por medio del Bautismo seamos hijos de Dios hemos quedado libres de las tentaciones, que quisieran destruir la vida del Señor en nosotros. Dios quiere caminar con nosotros. Su Iglesia no es la esposa que hace el bien siguiendo el ejemplo de su Señor; la Iglesia es aquel Cuerpo mediante el cual el Señor continúa realizando su obra de salvación en el mundo. El Señor permanece entre nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo; y la Iglesia es la responsable de esa presencia de Cristo entre nosotros. Continuamente debemos dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. Pero sabiendo que estamos sujetos a una diversidad de tentaciones y de persecuciones, hemos de acudir al Señor para que el mal no nos domine. Debemos ser un signo de la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Quienes hemos recibido el Bautismo hemos sido configurados con Cristo y no podemos levantarnos en contra de nuestro prójimo, sino hacer el bien a todos y trabajar, esforzadamente, para que la salvación de Dios llegue hasta el último confín de la tierra, aun cuando en ese esfuerzo, lleno de amor, tengamos que entregar nuestra propia vida. Seamos personas de oración; sólo así Dios hará que su Espíritu no haya sido recibido en balde por nosotros, sino que nos lleve a trabajar por el Evangelio para que todos pueda llegar a alabar al Señor eternamente. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de acoger con gran amor su Espíritu Santo en nosotros para que, con su Fuerza, podamos convertirnos en un signo de la bondad de Dios para todos los pueblos. Amén (www.homiliacatolica.com; textos sacados en gran parte de mercaba.org. Llucià Pou 2009).

Lluciá Pou Sabaté

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