lunes, 21 de febrero de 2011

Sábado de la semana 6ª. «La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve», nos da alas para volar, y rezarle a Dios: «Día tras día

Hebreos 11,1–7: 1 La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. 2 Por ella fueron alabados nuestros mayores. 3 Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece. 4 Por la fe, ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que Caín, por ella fue declarado justo, con la aprobación que dio Dios a sus ofrendas; y por ella, aun muerto, habla todavía. 5 Por la fe, Henoc fue trasladado, de modo que no vio la muerte y no se le halló, porque le trasladó Dios. Porque antes de contar su traslado, la Escritura da en su favor testimonio de haber agradado a Dios. 6 Ahora bien, sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan. 7 Por la fe, Noé, advertido por Dios de lo que aún no se veía, con religioso temor construyó un arca para salvar a su familia; por la fe, condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia según la fe.

Salmo 145,2-5,10-11: 2 todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre; 3 grande es Yahveh y muy digno de alabanza, insondable su grandeza. 4 Una edad a otra encomiará tus obras, pregonará tus proezas. 5 El esplendor, la gloria de tu majestad, el relato de tus maravillas, yo recitaré. 10 Te darán gracias, Yahveh, todas tus obras y tus amigos te bendecirán; 11 dirán la gloria de tu reino, de tus proezas hablarán,

Marcos 9,2-13: 2 Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, 3 y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. 4 Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. 5 Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; 6 - pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados -. 7 Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.» 8 Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. 9 Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. 10 Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos.» 11 Y le preguntaban: «¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero?» 12 El les contestó: «Elías vendrá primero y restablecerá todo; mas, ¿cómo está escrito del Hijo del hombre que sufrirá mucho y que será despreciado? 13 Pues bien, yo os digo: Elías ha venido ya y han hecho con él cuanto han querido, según estaba escrito de él.»

Comentario: 1 (ver domingo 19C) Dejamos de leer ayer el libro del Génesis que se ha leído durante las semanas 5ª y 6ª del tiempo ordinario y volverá a leerse en las semanas 12, 13, 14. Hoy pone la liturgia este texto de la carta a los Hebreos. Es como un "elogio de los Padres". Terminamos nuestra lectura de los primeros once capítulos del Génesis con una página de la carta a los Hebreos, que resume los ejemplos más edificantes de estos capítulos, como estímulo a nuestra perseverancia en la fe. Es un elogio de nuestros antepasados remotos, que comienza con una definición de lo que es tener fe: «La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve». En esto tuvieron mucho mérito los creyentes del AT: aquí nombra a Abel, a Henoc y a Noé. Los tres aceptaron en su vida el plan de Dios. Como todos los demás que vivieron en el AT, no llegaron a ver claro, ni a experimentar la venida del Salvador prometido por Dios. Pero desde ese claroscuro supieron creer en Dios y creer a Dios.
Este repaso a las páginas del Génesis es para el autor de la carta un estímulo para los cristianos de su tiempo. También lo es para los de ahora: para que no exageremos nuestras dificultades, buscando excusas para nuestra poca fidelidad. La página de hoy quiere que nos dejemos animar por los que han sabido ser fieles a Dios también en días difíciles. La Biblia, aunque también contiene relatos de pecado, debilidades y fallos, es siempre aleccionadora. Hemos ido viendo cómo Dios conduce la historia. Cómo sabe animar y a su tiempo corregir y purificar a la humanidad, para que camine por las sendas que él le tiene preparadas y en las que encontrará su felicidad y su plenitud. Se trata de que aprendamos del pecado ajeno y sobre todo de que admiremos e imitemos la fe de tantas personas que desfilan por sus páginas como ha sucedido en los capítulos del Génesis que hemos ido meditando estas dos semanas. Nosotros tenemos otra serie de antepasados que nos animan todavía más de cerca en nuestra carrera: la Virgen María y los santos cristianos de los últimos dos mil años. A los que tenemos que añadir familiares y conocidos que también seguramente nos han dado un ejemplo de fidelidad a Dios desde su vida concreta. Nos tendríamos que hacer la pregunta, traduciendo la situación a nuestra historia: ¿cómo reacciono yo en las diversas circunstancias de la vida?, ¿cómo estoy respondiendo a la llamada de Dios?, ¿qué testimonio de fe estoy dando a los que me conocen?
Los hombres ejemplares del A. T. desfilan en este capítulo como los grandes campeones de la fe. El autor los presenta como modelos para que los cristianos sigan sus huellas y permanezcan de modo perseverante en el ejercicio de la fe. La primera preocupación de nuestro autor es presentarnos una definición de la fe. Una definición que es clásico y deberíamos saber todos de memoria. Es cortísima: v.1: "la fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve". Dice que la fe es la seguridad o certeza forma del cumplimiento de nuestra esperanza. En la fe, tal como la presenta el autor de la carta a los hebreos, la esperanza juega un papel importantísimo, de tal manera que es inseparable de ella. Esta esperanza nos garantiza la realidad de lo que todavía no vemos y en pos de lo cual caminamos. Se nos presenta la fe como la elección entre dos alternativas que nos ofrece la vida: entender la vida desde la fe o entenderla desde nosotros mismos. Entendida desde nosotros mismos, la vida se halla determinada por una concepción materialista, basada en la suficiencia humana o en las posibilidades que la vida nos ofrece, aquí y ahora. Nada de realidades más allá de las que ven nuestros ojos. Entendida desde la fe -la segunda actitud o alternativa- la vida es entendida de forma diferente, como peregrinante hacia una patria mejor, con la seguridad de algo que nos espera y que compensará ampliamente las renuncias y sacrificios que la misma fe nos impone.
La primera concepción de la vida, la materialista, estaba ampliamente difundida en el mundo del N. T. Y había adquirido, sobre todo, la forma de estoicismo. Se proclamaba el desapego de las cosas de este mundo, pero en orden a lograr una paz interior y una seguridad superior a la que podían dar las cosas de este mundo. En el fondo se hallaba presente -en el centro mismo de esta actitud- la autosuficiencia humana. El camino del materialismo es el más fácil y tentador. Por eso nuestro autor nos ofrece el modelo de los grandes hombres ejemplares del A.T. Son recordados por el enfoque e interpretación que hicieron de su vida desde la fe. El A.T. está lleno de hombres y mujeres que hicieron en su vida grandes sacrificios para no desobedecer a Dios. El autor de nuestra carta podía haber puesto ejemplos tomados de los mismos cristianos o de los últimos tiempos del judaísmo, donde los había sumamente elocuentes: el tiempo de los Macabeos, por ejemplo, quienes por fidelidad a la ley y a sus tradiciones, se habían dado auténticos ejemplos de heroísmo hasta el martirio. Pero prefiere remontarse a los tiempos más antiguos, a la prehistoria bíblica. Para convencer a sus lectores de que la interpretación de la vida desde la fe se remonta a los orígenes y se encuentra en cada una de las páginas de la historia de salvación. El primero en ser mencionado es Abel. ¿Por qué Dios se agradó en sus sacrificios y no en los de Caín? La afirmación del Génesis podía dar pie a creer que Dios había sido parcial y arbitrario en la real oración de aquellos sacrificios. Nuestro autor afirma con toda claridad que la oblación de Abel agradó a Dios porque procedía de su fe.
El segundo ejemplo es el de Henoc (Gn 5, 24) una figura misteriosa que entró en el terreno de la leyenda: la creencia de que Henoc no había muerto. La verdadera razón que justifica su desaparición extraordinaria y su estar con Dios fue su fe, sin la cual nadie puede agradar a Dios.
Un tercer ejemplo: Noé. Cumplió la voluntad de Dios, una voluntad aparentemente caprichosa y absurda, pues te mandaba construir un arca-nave en un país seco. El haber obedecido aquel mandato fue un ejemplo claro y una demostración evidente de su fe en Dios. Gracias a ella se salvó él y su familia. El cap. 11 completo de la carta a los Hebreos, 17 veces el autor repite el mismo estribillo: por la fe... por la fe... V. 32 y ¿a qué continuar? Me faltaría tiempo si hubiera de hablar de tantos hombres y mujeres que vivieron de la fe. Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor; otros soportaron burlas y azotes y hasta cadenas y prisiones". Todo el problema reside en esto: ver o creer, asegurarse o arriesgarse. Para esto se necesita haber descubierto la gloria de Dios en el rostro de Cristo, es decir, haber tenido una experiencia personal de que Jesús es realmente tu Salvador, no un simple conocimiento teórico. Un padre de la Iglesia oriental: "Nadie puede renunciar al mundo si no ha visto la luz de la eternidad, al menos en el rostro de un hombre". Siempre el ejemplo de un hombre influye más que la verdad fundamental de una doctrina.
La lectura de una selección de textos del libro del Génesis se acaba con una página de la Epístola a los Hebreos. Uno de los principios esenciales de la Biblia es la relectura incesante de los viejos textos para actualizarlos, y darles un sentido nuevo a la luz de los progresos de la revelación. Es lo que siempre procuramos hacer cuando HOY, meditamos la Palabra de Dios. No hacemos nunca historia antigua, incluso cuando leemos documentos escritos muy anteriormente en un contexto cultural tan diferente del nuestro.
-Hermanos, la fe es un modo de poseer ya lo que se espera. Con demasiada frecuencia se ha definido la fe como una facultad principalmente intelectual: como si «creer» fuese un modo de tener en la mente un conjunto de doctrinas. Este aspecto, que se refiere a la «verdad", evidentemente, no es falso, pero es muy parcial. De hecho, la fe concierne y compromete a todo el ser humano. Y el autor de la epístola a los Hebreos nos la presenta aquí como un «dinamismo de vida» creer es apostar por el futuro... es poseer ya lo que se espera... es anticipar desde ahora la vida eterna.
-...Y la prueba de realidades que no se ven. Tenemos ahora, en segundo lugar, el aspecto más intelectual de la Fe; ¡«creer» es conocer! Mas aquí se trata también de un conocimiento dinámico, todo él orientado hacia «otra cosa», algo así como el desequilibrio del pie derecho tendido hacia adelante y que tiende a la nueva posición del pie izquierdo, no realizada todavía. La fe, en el fondo, es una especie de "entender no entendiendo", un «conocimiento en la noche», «como si viéramos lo invisible».
-Por la fe sabemos que el universo fue formado por la Palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece. La Fe, finalmente, es el aspecto «divino» de las cosas. Dios invisible, Dios escondido... y no obstante «fuente», "sostén", «finalidad» de todas las cosas. El universo, aparentemente, puede prescindir de Dios Sin embargo, en una «segunda mirada», podemos contemplar lo invisible, presente por todas partes. Y este hecho ¡lo cambia todo! En este momento estoy quizá solo en la habitación donde me encuentro: he ahí lo visible, lo controlable. Señor, amor mío. Tú estás conmigo: he ahí el cambio radical que la fe opera. En este momento, unos hombres, unos grupos humanos están todos ellos embarcados en tal acontecimiento, en tal liberación o promoción; esto es lo visible. Señor, creador y liberador, Tú te hallas allí en medio de esos acontecimientos para desarrollar en ellos tu proyecto divino: he ahí lo que la Fe me puede hacer «ver».
-Abel... fue declarado justo... Aun muerto, habla todavía... gracias a la Fe. Henoc... fue trasladado de modo que no vio la muerte... gracias a la Fe... Noé... advertido por Dios de lo que aún no se veía... por la Fe. Estos tres ejemplos nos muestran como reinterpretaron el libro del Génesis los primeros cristianos. Para ellos lo esencial era esa Fe, que, según san Pablo, era la única capaz de salvar al hombre, independientemente de la Ley. En el interior de la historia humana donde prolifera el pecado de los hombres, hay también una historia escondida: la de los hombres que buscan a Dios y tratan de responder a sus voluntades. Esto es también verdad en nuestro tiempo. Compartir los puntos de vista de Dios. Compartir el proyecto de Dios sobre el mundo. Comprometerse en ese proyecto. Tal es nuestra fe (Noel Quesson).
La fe heroica de los antiguos patriarcas de Israel es un buen camino para aproximarnos al núcleo de la desconocida vida de san José. Comprendemos aquella fe con ojos cristianos, a la luz de la palabra, vida, muerte y resurrección de Jesús, el verdadero iniciador y perfeccionador de la fe (12,2). Esto nos ayuda a entender lo que tenía de ejemplar, «pues por ella adquirieron un gran nombre» (11,2), y lo que, a pesar de ello, tenía de imperfecta (39).
La carta a los Hebreos hace el elenco de las obras extraordinarias que aquellos héroes llevaron a término, poniendo de relieve la generosidad, el esfuerzo y la novedad de su vida.
Por la fe sale Abrahán hacia un país que había de recibir en herencia, ofrece su hijo Isaac... (8-12; 17-19); por la fe rechaza Moisés ser prohijado por la hija del faraón, atraviesa el Mar Rojo... (23-29). La descripción acaba con un canto entusiasmado: «por la fe subyugaron reinos, administraron justicia, consiguieron promesas, taparon bocas de leones, apagaron la violencia del fuego, fueron valientes en la guerra...» (33-35). La fe está en las antípodas de un sentimiento o de una idea ineficaz; es precisamente el empeño de toda una vida personal lo que pone en evidencia la autenticidad de la fe. Por eso, al lado de todas las realizaciones, Heb subraya su libertad, la heroica resistencia de todas las persecuciones; «por la fe fueron sometidos a tormento..., soportaron azotes, cadenas y cárceles, fueron apedreados..., aserrados, murieron al filo de la espada...» porque «de ellos no era digno el mundo» (35-38).
A la luz de la vida y la muerte de Jesucristo, Heb penetra en el interior de aquellas vidas generosas y encuentra los elementos constitutivos de su fe. La fe es fundamentalmente una viva y personal experiencia del Dios vivo. Es como «ver al Invisible» (27), es tener una mirada nueva que penetra el misterio de Dios que ama. Fe es el conocimiento vivo, personal, de realidades invisibles (11,1), del Dios vivo que Jesucristo revela, comunión capaz de transformar una vida. Al mismo tiempo comporta la constante tendencia a la comunión definitiva con Dios, saliendo de toda seguridad humana (8; 13-16; 24).
La escena evangélica de la duda de José y la acogida final de María, su esposa (Mt 1,18-25), refleja, desnuda de imágenes los rasgos acentuados por Heb: comprensión interior, oscuridad, esperanza, generosidad, eficacia, fortaleza. También José, «por la fe, al ser llamado, obedeció sin saber adónde iba» (11,8); "como si viera al Invisible, perseveró firme" (27) (G. Mora).
"¡Dios mío, cuánta belleza!". La flor que acaba de abrirse, el paisaje que aparece al coronar una cumbre tras una penosa marcha, la sonrisa que florece en el rostro del niño entre lágrimas aún no del todo enjugadas, el trabajo del artesano... "¡Dios mío, cuánta belleza!".
Maravilla, triunfo de la luz... Hay momentos de gracia en los que todo se ilumina y la vida se transfigura. El amor se convierte en certidumbre, la fraternidad se hace palpable y la vida se vuelve sabrosa. Son momentos de luz que transforman durante mucho tiempo lo cotidiano. Intensa claridad que sostiene la marcha a través de los enervantes tonos grises y conduce a la aurora. En esos momentos, el signo se hace transparente y desaparece ante la realidad, que súbitamente se vuelve tangible. El amor ya no necesita flores para expresarse; es transparencia de dos seres, comunión de dos corazones. La solidaridad no necesita ya ser proclamada; se manifiesta en unas manos uncidas al yugo de una misma tarea.
"Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y al Hijo del hombre los letrados lo condenarán a muerte". Jesús se lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan, los mismos discípulos que llevará a Getsemaní.
Les lleva sólo a ellos a una montaña elevada. Allí están, en medio de la luz; y la cara oculta de las cosas se esclarece por unos momentos. La vida de aquel hombre, al que aman, se torna transparente. Más allá del signo de aquella vida entregada por amor, palpan, en medio de la nube, el misterio mismo de Dios.
"Este es mi Hijo amado; escuchadle". Era necesario hacer ver a los discípulos la luz que se esconde detrás de la muerte cuando ésta es abrazada con amor. Había que subir a la montaña para que el Gólgota entrara en la historia de los hombres acompañado por el Tabor. Fogonazo momentáneo que revela cuál es el sentido de la marcha.
Pronto volverá a imponerse el tiempo del signo. El amor volverá a necesitar flores y besos para que la comunión experimentada no se convierta en ilusión. La solidaridad, si no quiere quedar reducida a mera utopía y mero sueño, habrá de nacer de nuevo de la búsqueda prolongada y paciente de los avances inciertos. La luz nos remite más lejos; hay que volver a descender al llano, donde está oculta el término de la marcha.
Muchas veces, vuestra vida se os antoja obscura. Sea como sea, vosotros seguid caminando. Sólo tomando el camino de Jerusalén pudieron entender los discípulos lo que les había sido revelado.
Hasta el día de la Pascua, permanecieron callados, sin saber siquiera lo que quería decir "resucitar de entre los muertos". De signo en signo, llegaremos al final del camino, pues sólo en el asombro del cara a cara conoceremos la parte transfigurada de nuestra vida y podremos, conscientes de la seriedad de nuestro asombro, decir: "¡Dios mío, cuánta belleza!".
Bendito seas, Dios y Padre nuestro, / porque, fiel a tu alianza, / no nos abandonas a nuestra pobreza, / sino que nos llevas aparte, a la montaña, / nos sacas de nuestros caminos empantanados ¡ y nos haces ascender a la luz / para ver cómo se levanta el mundo nuevo.
Tú entreabres los cielos, y nosotros sabemos / cuál es la vocación a que nos llamas. / Tú envías tu Espíritu, / que renueva la faz de la tierra, / y nuestros rostros desfigurados resplandecen / con la gloria del Hijo amado.
Con la mirada asombrada por tan enorme esperanza, / te cantamos, Dios de Jesucristo.
Señor y Dios nuestro, / Jesús transfigurado es la belleza de tu proyecto, / desvelado por un instante. / El pan compartido es el cuerpo roto de tu Hijo, / prenda de nuestra comunión contigo. / Con los ojos aún iluminados, te pedimos / que nos hagas descender de nuevo al llano, / ya que es por él por donde debemos caminar / para llegar a la eternidad (“Dios cada dia, Sal térrea”).
2. Si podemos decir con el salmo de hoy que «una generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas», no sólo deberíamos escuchar lo que nos dicen los personajes del Génesis, sino preocuparnos de qué «hazañas de Dios» transmitimos nosotros a las generaciones jóvenes, a las demás personas de nuestra familia o de nuestra comunidad. ¿Les estamos ayudando con nuestro ejemplo y palabras a ser fieles a su identidad humana y cristiana?
3. Marcos 9,1-12. La escena de la Transfiguración pone un contrapunto a la página anterior del evangelio, cuando Jesús tuvo que reñir a Pedro porque no entendía, e invitaba a sus seguidores a cargar con la cruz. A los tres apóstoles predilectos, los mismos que estarán presentes más tarde en la crisis del huerto de los Olivos, Jesús les hace experimentar la misteriosa escena de su epifanía o manifestación divina: acompañado por Moisés y Elías (Jesús es la recapitulación del AT, de la ley y los profetas), oye la voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado». Aparece envuelto en la nube divina, con un blanco deslumbrante, como anticipando el destino de victoria que seguirá después de la cruz, tanto para el Mesías como para sus seguidores. La voz de Dios invita a los discípulos a aceptar a Cristo como el maestro auténtico: «Escuchadlo». El protagonismo de Pedro también aparece resaltado en esta escena. No es muy feliz su petición, después de la negativa anterior a aceptar la cruz: ahora que está en momentos de gloria, quiere hacer tres tiendas. Marcos comenta la no muy brillante intervención de Pedro diciendo que «no sabía lo que decía».
Nosotros escuchamos este episodio ya desde la perspectiva de la Pascua. Creemos en Jesús Resucitado, el que a través de la cruz y la muerte ha llegado a su nueva existencia glorificada y nos ha incorporado también a nosotros a ese mismo movimiento pascual, que incluye las dos cosas: la cruz y la gloria. Sabemos muy bien que, como dice el prefacio de la Transfiguración (el 6 de agosto), «la pasión es el camino de la resurrección». El misterio de la gloria ilumina el sentido último de la cruz. Pero el misterio de la cruz ilumina el camino de la gloria. Es de esperar que nuestra reacción ante este hecho no sea como la de Pedro, espabilado él, que aquí sí que quiere construir tres tiendas y quedarse para siempre. Le gusta el Tabor, con la gloria. No quiere oír hablar del Calvario, con la cruz. Acepta lo fácil. Rehuye lo exigente. Lo cual puede ser retrato de nuestras actitudes, aunque no seamos siempre conscientes de ello. Tenemos que estar a las duras y a las maduras. No hacer censura de páginas del evangelio. De nuevo aparece el mandato de que no propalen todavía su mesianismo. «Hasta que resucite de entre los muertos», porque no veía todavía preparada a la gente. Por cierto que después de la resurrección de Jesús, Marcos nos dirá que las mujeres, temblando de miedo, se callaron y no dijeron nada a nadie de su encuentro con el ángel.
Además, también recibimos la gran consigna de Dios: «Éste es mi Hijo amado: escuchadle». Día tras día, en nuestra celebración eucarística escuchamos la Palabra de Dios en los libros del AT y los del NT, y más en concreto la voz de Cristo en su evangelio. ¿Escuchamos de veras a Jesús como al Maestro, como a la Palabra viviente de Dios?, ¿le prestamos nuestra atención y nuestra obediencia?, ¿comulgamos con Cristo Palabra antes de acudir a comulgar con Cristo Pan? Nuestra actitud ante la Palabra debería ser la de los modelos bíblicos: «habla, Señor, que tu siervo escucha» (Samuel), «hágase en mi según tu palabra» (María), «Señor, enséñame tus caminos» (salmista).
Hay una diferencia en la teofanía de ahora: en el bautismo, esta voz se dirige a Jesús solo... ahora se dirige a los discípulos con ese detalle suplementario "¡escuchadle!". La Palabra del Padre viene a autentificar las enseñanzas de Jesús. Cuando El os dice que va a sufrir, y morir y resucitar ¡es verdad! Hay que escucharle. Jesús de Nazaret, con Dios, es como un Hijo con su Padre. San Juan explicitará más este misterio de relación.
-Bajando del monte, les prohibió contar a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos. Decididamente, nos sentimos turbados por ese secreto constantemente solicitado. La divinidad de Jesús es un misterio muy grande. Jesús nos pone en guardia: si decimos muy a prisa "Jesús es Dios", no decimos nada. Hay que esperar y llenar las palabras de su contenido real. No es una afirmación fácil. Muchos cristianos de hoy se imaginan que, si hubiesen sido contemporáneos de Jesús le hubieran "reconocido". Ahora bien, Jesús era de tal modo hombre que no podía verse que era Dios, desde el primer momento. Dios está "escondido". Dios es un "incógnito". Dios es misterio. Sí, Señor, lo decimos demasiado maquinalmente en el "credo": "Verdadero Dios y verdadero hombre". Leyendo a Marcos, descubrimos el misterio: hubo un hombre ¡que era también Dios! "Dios se hizo hombre", ¡esto significa cosas mucho más inmensas que todo lo que de ellas pueda decirse! A veces es mejor callarse.
-Guardaron aquella orden y se preguntaban qué era aquello de: "cuando resucitase de entre los muertos". Ellos, los tres que han visto... no se hacen los listos. Continúan preguntándose. Son muy modestos. San Pedro, san Jaime, san Juan, rogad por nosotros.
-Le preguntaron: ¿Cómo dicen los escribas que primero ha de venir Elías?" Y bien, responde Jesús, Elías ha venido, le han hecho sufrir y llevado a la muerte: es Juan Bautista. Todos los verdaderos amigos de Dios pasan por ello (Noel Quesson).
Hoy, el Evangelio de la transfiguración nos presenta un enigma descifrado. El texto evangélico de san Marcos está plagado de secretos mesiánicos, de momentos puntuales en los cuales Jesús prohibe que se dé a conocer lo que ha hecho. Hoy nos encontramos con ante un “botón de muestra”. Así, Jesús «les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos» (Mc 9,9). ¿En qué consiste este secreto mesiánico? Se trata de levantar un poco el velo de aquello que se esconde debajo, pero que sólo será desvelado totalmente al final de los días de Jesús, a la luz de su Misterio Pascual. Hoy lo vemos claro en este Evangelio: la transfiguración es un momento, una catadura de gloria para descifrar a los discípulos el sentido de aquel momento íntimo. Jesús había anunciado a sus discípulos la inminencia de su pasión, pero al verles tan turbados por tan trágico fin, les explica con hechos y palabras cómo será el final de sus días: unas jornadas de pasión, de muerte, pero que concluirán con la resurrección. He aquí el enigma descifrado. Santo Tomás de Aquino dice: «Con el fin de que una persona camine rectamente por un camino es necesario que conozca antes, de alguna manera, el lugar al cual se dirige». También nuestra vida de cristianos tiene un fin desvelado por Nuestro Señor Jesucristo: gozar eternamente de Dios. Pero esta meta no estará absenta de momentos de sacrificio y de cruz. Con todo, hemos de recordar el mensaje vivo del Evangelio de hoy: en este callejón aparentemente sin salida, que es frecuentemente la vida, por nuestra fidelidad a Dios, viviendo inmersos en el espíritu de las Bienaventuranzas, se agrietará el final trágico, gozando de Dios eternamente (Xavier Romero).
Contemplar es seguir al Transfigurado: Cristo llama sin cesar nuevos discípulos, hombres y mujeres para comunicarles, gracias a la efusión del Espíritu Santo (cf Rm 5,5) el amor divino, el ágape, su manera de amar, y para exhortarlos a servir a los prójimos en el humilde don de sí mismos, lejos de todo cálculo interesado. Pedro que se extasía ante la luz de la transfiguración exclama: “¡Señor, qué bien estamos aquí!” (Mt 17,4) es invitado por Jesús a volver a los caminos de la vida, para continuar en el servicio del Reino de Dios (Juan Pablo II).
“¡Pedro, baja! Tú querías descansar en la montaña; baja y proclama la Palabra, amonesta a tiempo y a destiempo, reprocha, exhorta, anima con gran bondad y con toda clase de doctrina. Trabaja, esfuérzate, soporta las torturas para poseer lo que está significado en las vestiduras blancas del Señor, también en la blancura y la belleza de tu recto obrar, inspirado por la caridad.” (S. Agustín).
Aunque la mirada del apóstol esté fija en el rostro del Señor, no disminuye en nada su compromiso a favor de los hombres; al contrario, lo refuerza dándole una nueva capacidad de actuar sobre la historia, para liberarla de todo aquello que la corrompe.
La oración, transforma. Nos cambia nuestro rostro, nuestro aspecto, nuestro ser. Quien dice que ora y no ve transformaciones, cambios en su vida, se está mintiendo a sí mismo. La experiencia de oración nos hace realmente sentir la sensación de estar en el Tabor y de querer quedarnos allá. Sin embargo, la oración nos capacita para la vida, debemos bajar a vivir. Es orando como podremos seguir adelante en el mundo y al mismo tiempo dejar que Dios actúe en nosotros. Señor, permítenos contemplarte en el Tabor, llenarnos de ti y reconocerte como Hijo Amado de Dios (Miosotis). Llucià Pou Sabaté

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