martes, 22 de febrero de 2011

Domingo 7º (A): el amor, núcleo del cristianismo: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y c

Levítico 19,1-2.17-18. Dijo el Señor a Moisés: -Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.

Salmo 102,1-2.3-4.8 y 10.12-13. R/. El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor, / y todo mi ser a su santo nombre. / Bendice, alma mía, al Señor / y no olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas / y cura todas tus enfermedades; / él rescata tu vida de la fosa / y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso, / lento a la ira y rico en clemencia. / No nos trata como merecen nuestros pecados, / ni nos paga según nuestras culpas.
Como dista el oriente del ocaso, / así aleja de nosotros nuestros delitos; / como un padre siente ternura por sus hijos, / siente el Señor ternura por sus fieles.

Primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 3,16-23. Hermanos: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque, la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: «El caza a los sabios en su astucia.» Y también «El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos.» Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios.

Evangelio según San Mateo 5,38-48. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente.» Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: -Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Comentario: 1. Lv 19,1-2,17-18 (ver lunes de la 1ª semana Cuaresma). Hoy hay mucho egoísmo, incluso en las relaciones humanas… la amistad, el juego, la fiesta, Dios, e incluso el amor, se pretende que respondan a “¿qué saco yo de esa relación?” Sólo se legitima la existencia de lo útil o lo provechoso. Las cosas gratuitas se identifican a las que no tienen sentido, a lo absurdo. Y sentido tiene hoy lo que sirve para mi mejora material. Pero las cosas importantes como el amor son gratuitas. Otra característica que tiene el amor es la de ser impagable. Se espera y se desea que al amor se responda con amor. Pero el amor, ni siquiera con amor se paga. Ni devolvemos amor, ni amamos para que nos lo devuelvan. Es algo bien distinto al trabajo de unas relaciones públicas. No es mandar regalos a los clientes para conservarlos y sacarles provecho comercial.
El Espíritu de Jesús nos llama, no sólo a emplear ningún tipo de violencia contra el hermano, sino a perdonarlo e, incluso, a no defendernos violentamente ante su injustificado ataque y, lo que es más, a amar a los enemigos. La justicia humana queda así superada al introducirse en uno de los platillos de la balanza que la significa el peso del amor. Y el motivo creyente de todo ello no es la utilidad personal o social que esta actitud pueda reportar o lo que pueda tener de táctica para, finalmente, vencer al otro. Lo decisivo es una experiencia de Dios en la que se le contempla como el ser gratuito, el que se da sin pedir nada a cambio. Así nace el sol sobre buenos y malos y el Hijo de Dios muere por sus enemigos descartando castigos y represalias. El emblema de la Inquisición decía: "Levántate, Señor, y defiende tu causa". No fuimos capaces de entender que "su causa" es la causa de los pobres. Los cruzados gritaban sin fundamento: "¡Dios lo quiere!". En guerras bien modernas hemos oído lo de "Dios está de nuestra parte". Pero Dios siempre estará de parte del hombre y no contra él. Pretender lo contrario es negar su palabra.
Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto quiere decir, en versión de Lucas, sed misericordiosos como lo es vuestro Padre. La palabra misericordia significa en labios de Jesús amor gratuito, a fondo perdido. Una verdadera paz no será posible si el desarme no es tan profundo que llegue al corazón del hombre. Los fusiles no se disparan solos ni los dedos o las lenguas se mueven solos.
Un breve poema de Lichtwew es ilustrativo en este tema. Un rey tenía tres hijos y, entre todas sus posesiones, lo más valioso era un brillante sin par. Perplejo a la hora de repartir sus bienes, reservó el diamante para aquel que cumpliera la hazaña más valerosa. El mayor dio muerte al dragón más peligroso y célebre del país. El segundo mató a diez hombres con una minúscula daga. El tercero partió una noche y, al amanecer, volvió y habló así a su padre: He encontrado a mi mayor enemigo durmiendo al borde del acantilado y lo he dejado seguir durmiendo. Y el rey entregó el diamante a su hijo menor. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien (Rm 12,21) (“Eucaristía 1990”).
¿Quién es “el otro”, que puede ser mi “enemigo”?
-El diferente. Diferente totalmente de mí. El que no tiene mis gustos, mis ideas, no comparte mis puntos de vista, mis esquemas. Aquel con quien me resulta imposible un entendimiento pasable. No nos podemos "aguantar" (sin que haya mala voluntad). Entre nosotros se da incompatibilidad de carácter, de mentalidad, de temperamento. Nuestra cercanía es fuente de continuas incomprensiones y sufrimientos. -El adversario. El que esta siempre en contra mía, en postura hostil de desafío. En cualquier discusión, siempre se me pone en contra. Todo lo que hago, lo que propongo, encuentra infaliblemente su crítica inexorable y terca. Su tarea específica es la de contradecir todas mis iniciativas, mis ideas. No me perdona nada. No me deja pasar una. Es un muro compacto de hostilidad preconcebida.
-El pelmazo. Es la persona que tiene el poder de irritarme hasta la exasperación. El que se divierte haciéndome perder el tiempo. El que se mete en medio en el momento menos oportuno y por los motivos más fútiles. Pedante, pesado, entrometido, curioso, petulante, indiscreto. Me obliga a escuchar peroratas interminables y confusas. Me embiste con un torrente de palabrería para contarme una bobada que me sé de memoria. Me cuenta sus minúsculas penas que dramatiza hasta convertirlas en tragedias de proporciones cósmicas. No tiene el más mínimo respeto a mi tiempo, a mis obligaciones, a mi cansancio. Es más, encuentra una especie de gusto sádico en tenerme prisionero en la viscosa tela de araña de sus tonterías.
-El astuto. Es el individuo desleal, especialista en bromas pesadas, de doble juego por vocación. Me arranca una confidencia para ir inmediatamente a "venderla" a quien tiene un interés por ella. El individuo que se me muestra afable, benévolo, cordial, sonriente, y después me da una puñalada por la espalda. Me dice una cosa, piensa otra y hace una tercera. Me alaba de una manera exagerada. Pero después, en mi ausencia, me destruye con la crítica más feroz. En suma, el clásico tipo de quien uno no se puede fiar. Astuto, solapado, falaz, calculador, acostumbrado a tener el pie en veinte espuelas a la vez...
-El perseguidor. El que, intencionadamente, me hace mal. Con la calumnia, la maledicencia, la insinuación molesta, la celotipia más desenfrenada. El que goza humillándome. El que no me deja en paz con su malignidad.
Ahora bien, ¿cómo debo comportarme con estos enemigos (o algunos otros?). Lo primero, hace falta localizarlos, reconocerlos. Lúcidamente. Honestamente. Sólo marcando exactamente el campo enemigo, señalo al mismo tiempo el campo de mi amor. En efecto, el amor cristiano debe internarse también hasta territorio enemigo. No puede quedar parado en el "próximo".
Además no aceptar esta situación de enemistad como definitiva. No cristalizarla. Es más, comprometerse a hacerla evolucionar, a removerla, encaminándola en otra dirección. Rechazo considerar esta situación como inmutable. Por eso estoy dispuesto a pagar personalmente para darle la vuelta y transformarla en una situación de amor y amistad. Y si, en ciertos casos, me siento atrapado por un sentimiento de desánimo, porque la empresa me parece desesperada, entonces miro a la cruz. Y caigo en la cuenta de que, a través de la cruz de Cristo, entró en el mundo una posibilidad infinita de reconciliación. También mi enemigo es uno de aquellos por los que murió Cristo.
En un film apareció este aviso en la última secuencia. "A trescientos metros de distancia el enemigo es un blanco. A tres metros es un hombre".
Nosotros podemos completarlo de esta manera: cerca de la cruz, el enemigo es un hermano de sangre (la sangre de Cristo) (Alessandro Pronzato).
El amor debe liberarse de las comunidades naturales en las que se manifieta espontáneamente o en nombre de leyes sociológicas y psicológicas y adquirir las dimensiones de toda la humanidad, comprendido el enemigo y el adversario. Cristo libera, pues, la práctica del amor de toda unión con el espacio sagrado de la nación, con la sangre sagrada de la familia. El amor lleva en él mismo su propia sacralización, no tiene por qué sacar de los valores sagrados preestablecidos lo que puede ser por él mismo.
Dios no está en la familia, ni en la raza, ni en la nación; está únicamente en el acto de amar (Mt 5,48; Lc 6,36). Es lo que dice el evangelio hablando de "imitación de Dios" en el mismo acto de amar, por encima de las comunidades naturales y sagradas en las que vivimos. Es el mismo acto de amar el que se constituye en acceso y camino para Dios y no la calidad sagrada del objeto amado (Maertens-Frisque).
Tal vez de lo más impresionante en este código de santidad del Levítico, de preceptos fundamentales de relación humana es su exigencia no sólo de obras, sino hasta de actitudes y sentimientos hacia el otro; de ellos son hijas las obras. Llama por su nombre a las actitudes que no pueden llegar a ningún compromiso con la santidad: el odio, el rencor, la venganza; y a las que son exigidas por ella: la corrección o reprensión justa, el amor. Los primeros son sentimientos que niegan al otro, lo destruyen; por supuesto, destruyen también al sujeto del que emanan. La corrección del culpable y la denuncia del mal son exigencias radicales en el que busca el bien, y son también justicia que el hombre le debe al que está en el error. Es la señal de que busca afirmarlo.
Pero la suprema afirmación del otro la hace el amor. El amor verdadero no es un superficial y caprichoso sentimiento, que puede encubrir un solapado amor propio. Se salvaguarda de cualquier malentendido en un criterio y en una medida que debe valer para acreditarlo: amor al otro como a sí mismo. Este es el reto más grande que se puede hacer a la relación del hombre con el hombre. El yo es llamado a desplazarse hacia el tú que está delante, a considerarlo como un yo y a comportarse con él como consigo mismo.
Este precepto compromete al hombre en sus obras y en sus sentimientos y nunca podrá decir que lo ha cumplido cabalmente; su incumplimiento le estará denunciando siempre. Jesús estimó este precepto del Lv como la esencia de toda la Ley y lo hizo centro de su mensaje, en su palabra y en su obra (Mc 12. 31 y par.). El hombre no está nunca tan cerca de la santidad de Dios como cuando ama a su prójimo (Edic. Marova).
El capítulo 19 del Levítico podría titularse «Itinerario para reconocer a Dios en el prójimo». Dios proyecta la luz de su revelación, potentísima, sobre los hombres que integran la comunidad de Israel y, como en el milagro de la curación del ciego, hace que vean más allá de la opacidad de las circunstancias naturales. Dios está presente en todos los hombres y en cada uno de ellos. Por eso, la santidad personal tiene una exigencia: «Sed santos, porque yo, Yahvé, vuestro Dios, soy santo» (v 2). Y tiene también un objetivo muy concreto: «Cumplid todas mis leyes y mandatos, poniéndolos por obra» (37) Las leyes y costumbres que deben ser introducidas en la vida cotidiana del pueblo se reducen a una sola: imitar la forma de actuar de Yahvé (que se cumpla la salvación en toda su magnitud en cada uno de los que integran el pueblo). El compilador-redactor de nuestro texto ha tomado materiales de dos fuentes distintas. En primer lugar, de la antiquísima tradición del desierto. En aquel ambiente de vida durísima, Yahvé hizo que el pueblo descubriera la necesidad de dulcificar la ley elemental de la supervivencia, impuesta por las costumbres de una vida nómada que obligaba a recelar de todo y de todos y que exigía mantener a toda costa la autoridad y la justicia estrictas, así como la máxima pureza religiosa. Estaba en juego la supervivencia del individuo y del clan. Otra fuente que nutre el espíritu del redactor es la del ambiente posexílico. También en aquellos momentos estaba en juego la supervivencia del espíritu nacional, amenazado por muchos peligros, principalmente por el paganismo ambiental. Si se quiere salvar la nacionalidad judía, no hay otro camino que respetar y ayudar al prójimo como una exigencia de la actitud salvadora de Yahvé. El redactor aúna los diferentes materiales en un todo. En el fondo laten el espíritu y la inspiración del decálogo: actitud de fidelidad a Yahvé y a su alianza (4.12.30s), veneración a los padres y ancianos (3.32); deber de practicar la justicia y la caridad (11-18.33-36). Pero se insiste con gran énfasis en la actitud de caridad que va más allá de la justicia y la humaniza: preocupación efectiva por el sustento de los pobres (9-10), consideración con el que no puede responder a los agravios (14), corrección fraterna (17s) y actitud acogedora con el extranjero (33s). Todavía estamos muy lejos de la ley del amor universal tal como será proclamada en el Sermón de la Montaña (Mt 5,43ss); aquí la caridad se limita a «los hijos de tu pueblo» (18) y, como apertura máxima, al «extranjero» que «habita en medio de vosotros, en vuestra tierra» (33-34); pero es un paso muy claro y decidido de la pedagogía de la revelación hacia la plenitud de amor preceptuada por Jesucristo (cf. Jn 13,34s) (J. M. Aragonés).
Este pasaje pertenece a una compilación legislativa realizada después del destierro (Lv 17-25) y designada con el nombre de "Ley de santidad" porque se muestra particularmente sensible a la santidad de Dios y a las exigencias que esa trascendencia impone al pueblo que ha establecido una alianza con él. La comparación entre Lv 19. 13-14 y Dt 24. 14-15 es reveladora: el segundo no se interesaba más que por el pobre humillado; el primero extiende la ley de la caridad a todo prójimo. Por el contrario, el Dt prestaba atención al extranjero; el Lv es desgraciadamente demasiado sensible a la pureza de la raza como para interesarse por él. Puede decirse que la piedad hacia el pobre, víctima de una suerte injusta, constituía la razón de ser de la ley del Dt, mientras que la solidaridad de la sangre y los vínculos con el "prójimo" constituyen el móvil del Lv. Los tiempos han cambiado, entre las dos legislaciones: el Dt se manifestaba en una época de profundas mutaciones sociales; el Lv conoce una en que el nacionalismo se presenta como la última muralla contra el influjo del paganismo. (...). La intención de este pasaje es la de crear una conciencia de solidaridad nacional: la actitud ética está dictada por un sentido de comunión fraterna: no causar perjuicio a la propia sangre. Las primeras prescripciones cristianas se apropiarán esta manera de pensar exigiendo que los conflictos encuentren su solución en la misma comunidad (Mt 5. 25-26; 18. 15-22; 1 Co 6. 1-8; Rm 12. 17-19). Un concepto así del amor es, sin embargo, muy pobre. Deriva de la religión del espacio cuando debería derivar -por emplear las expresiones de Tillich- de la religión del tiempo, o mejor aún, de la religión de la libertad. El amor exclusivo del prójimo deriva, en efecto, más o menos conscientemente, del culto al sol y a todo lo que lleva consigo: clan y sangre, raza y familia, nacionalismo. Pero hay otros soles y otros espacios que se excluyen o que se toleran a condición de que no se provoque una situación conflictiva clara con ellos. Y es bien sabida la fuerza terrible de destrucción del otro que se encierra en el racismo y en el nacionalismo. Esta actitud que limita el amor al espacio es, en el fondo, una reviviscencia del politeísmo que circunscribía a los dioses cada uno a su territorio. De hecho, el amor cristiano no depende del espacio, no se circunscribe ni al lugar, ni siquiera al tiempo. Dios pidió a Abrahán que abandonara el espacio de su familia y de su país en aras de una aventura que se inscribiría libremente en la historia... y esa es la razón por la que a Abrahán le fueron prometidas todas las naciones. Ese Dios pidió a su Hijo que ofreciera su vida no sólo por los suyos -especialmente definidos-, sino por la multitud, una multitud que trasvasa los límites de la Iglesia visible, y será necesaria toda la historia humana para amar y recurrir a esa multitud por encima de todo tribalismo (Maertens-Frisque).
Si Dios es santo, santo ha de ser también el pueblo que ha elegido. La fórmula «Yo, el Señor vuestro Dios, soy santo», se repite constantemente en el contexto de los capítulos 17 al 26 del Levítico. Estos capítulos constituyen una colección a la que se ha dado el nombre, por lo dicho, de "Ley de santidad". La prohibición del odio es un primer paso para el mandamiento del amor. Un segundo paso es la preocupación por los más cercanos, que excluye la indiferencia y se manifiesta en la corrección. A veces uno está obligado a corregir a los otros por su ministerio público, como es el caso de los profetas (cfr. Ez 3, 18: 33, 8), otras por su status en la familia o en la tribu. Con la prohibición de la venganza se mitiga la "ley del talión", por lo menos dentro del ámbito del propio pueblo y de los parientes. El "prójimo" es aquí el paisano y el correligionario. La máxima "amarás a tu prójimo como a ti mismo" puede ser una abreviacl6n de esta otra: "amarás a tu prójimo tal y como tú esperas ser amado por él"; en cuyo caso, no se iría más allá de la obligada correspondencia. Aunque en el resto del A.T. apenas se hace alusión a este mandamiento, los rabinos conocieron su valor normativo y su gran importancia; así, por ejemplo, dice el rabino Akiba en el siglo II a.C.: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo, éste es un mandamiento grande y universal de la Tora (“Eucaristía 1987”).
Sólo un límite en este texto: para los hebreos, sólo era prójimo el hermano de raza. El amor al hermano de raza, al conciudadano, tendrá que extenderse a todo hombre sin distinción de raza, sexo, edad y religión. Un paso más hacia la revelación del amor cristiano hecha por Jesucristo (cf. Jn 15,12; 17,21). El AT conoce el odio fraterno y sus fatales consecuencias: Caín y Abel, Esaú y Jacob, José y sus hermanos; el odio de Absalón hacia Amnón lleva a la muerte de éste (2 Sm 13). Los libros sapienciales nos recuerdan que el odio suscita discordias, mientras que el amor encubre todos los defectos (Prov 10,12). La Palabra de Dios impone no sólo un justo comportamiento exterior según la ley, sino que intenta llegar al corazón humano, inculcándole el amor. Y, entonces, estamos ya fuera del régimen de la ley, siendo ésta superada, interiorizada. Todo el montaje cultural, ritual y legal debe llevar al hombre a esta interiorización (“Eucaristía 1993”).
2. Sal 102. Un pecador perdonado sube al Templo para ofrecer un "sacrificio de acción de gracias", durante el cual hace relato del favor recibido. Acompañado de una muchedumbre de amigos y parientes, a quienes invita a tomar parte en el banquete sacrifical, y asociarse a su acción de graclas. ¡Es un himno al amor de Dios! El Dios de la Alianza. Observemos el paso de la primera persona del singular "mi", "yo", a la primera persona del plural "nosotros", "nos"... En "aquel" pecador habla Israel. ¡La "remisión de los pecados" no es un acto individualista sino comunitario, desde aquellos tiempos! Profunda intuición de la solidaridad de cada pecador con el conjunto de los pecadores... Con "¡el pecado del mundo!" Frecuentemente se ha opuesto el Antiguo y el Nuevo Testamento, como si el primero fuera la religión del "temor", y el segundo la religión del "amor". Contemos en este salmo, cuántas veces aparece la palabra "amor" (Hessed), y la palabra " ¡ternura! " ¡Ese es Dios! No, el ¡Dios verdadero en nada se parece al dios que se hicieron los paganos, irritable, justiciero! No, releed este salmo. ¡Dios es bueno! ¡Dios es amor! ¡Dios es Padre! Jesús no hará otra cosa que tomar las palabras de este salmo: "con la ternura de un padre con sus hijos"... "Padre nuestro, que estás en los cielos, perdona nuestras ofensas". Y el resultado de este amor, ¡es el "perdón"! Se escucha ya la parábola del "Hijo pródigo" (Lucas 15,1-32). Se escuchan ya estas palabras: "Amad a vuestros enemigos, entonces seréis hijos del Dios Altísimo, porque El es bondadoso con los ingratos y los malos" (Lucas 6. 27-38).
La alegría estalla en este canto. Dejémonos llevar por su impulso alegre, que invita a todos los ángeles y todo el cosmos, a corear su acción de gracias. Grandeza del hombre, que por su "ser espiritual" su "alma", es una especie de microcosmos que resume toda la creación: "¡bendice al Señor alma mía!" Un hombre solo, de rodillas concentra en El toda la alabanza del universo... a condición de ser un "alma", esto es, un pedazo de este cosmos material, pero "interiorizado" y "consciente". Cuando oro, todo el universo ora por mí. ¡Sí, el hombre es grande, él es el cantor del universo! Y sin embargo, ¡qué frágil es el hombre! Pensamiento muy moderno... expresado aquí mediante una imagen inolvidable: la flor del campo, la hierba, que florece por la mañana y se marchita por la tarde.. Con este toque poético desgarrador: "¡nadie vuelve a saber de ella!" La maravilla de este salmo y de toda la revelación bíblica, es precisamente esta debilidad del hombre que atrae el amor de Dios. El poeta no encuentra otra explicación para este amor que la siguiente: "El sabe de qué estamos hechos, sabe bien que somos polvo". Amor "misericordioso", "matricial", como traduce Chouraqui, es decir elabora sin cesar la vida como una fantástica matriz vital... maternal. Amor "eterno", "desde siempre para siempre". Os parece admirable esta fórmula. Es la fuente misma de la fe en la resurrección. Amor "fuerte", "poderoso", "todopoderoso".. "más fuerte que la muerte, que reclama tu vida a la muerte", "capaz no solamente de crearte", ¡sino de re-crearte! Amor "que suscita una respuesta alegre y libre". La sumisión que Dios quiere no es la de un esclavo que tiembla, sino la de un hijo feliz (Noel Quesson).
«Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades». Hoy canto tu misericordia, Señor; tu misericordia, que tanto mi alma como mi cuerpo conocen bien. Tú has perdonado mis culpas y has curado mis enfermedades. Tú has vencido al mal en mí, mal que se mostraba como rebelión en mi alma y corrupción en mi cuerpo. Las dos cosas van juntas. Mi ser es uno e indivisible, y todo cuanto hay en mí, cuerpo y alma, reacciona, ante mis decisiones y mis actos, con dolor o con gozo físico y moral a lo largo del camino de mis días. Sobre todo ese ser mío se ha extendido ahora tu mano que cura, Señor, con gesto de perdón y de gracia que restaura mi vida y revitaliza mi cuerpo. Hasta mis huesos se alegran cuando siento la presencia de tu bendición en el fondo de mi ser. Gracias, Señor, por tu infinita bondad. «Como se levanta el cielo sobre la tierra, así se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos; como un padre siente ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura por sus fieles, porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro». Tú conoces mis flaquezas, porque tú eres quien me has hecho. He fallado muchas veces, y seguiré fallando. Y mi cuerpo reflejará los fallos de mi alma en las averías de sus funciones. Espero que tu misericordia me visite de nuevo, Señor, y sanes mi cuerpo y mi alma como siempre lo has hecho y lo volverás a hacer, porque nunca fallas a los que te aman. «Él rescata, alma mía, tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura; él sacia de bienes tus anhelos, y como un águila se renueva tu juventud». Mi vida es vuelo de águila sobre los horizontes de tu gracia. Firme y decidido, sublime y mayestático. Siento que se renueva mi juventud y se afirma mi fortaleza. El cielo entero es mío, porque es tuyo en primer término, y ahora me lo das a mí en mi vuelo. Mi juventud surge en mis venas mientras oteo el mundo con serena alegría y recatado orgullo. ¡Qué grande eres, Señor, que has creado todo esto y a mí con ello! Te bendigo para siempre con todo el agradecimiento de mi alma. «Bendice, alma mía, al Señor» (Carlos G. Vallés).
3. 1 Co 3,16-23. El verdadero templo de Dios somos nosotros: "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?" El Señor está en nosotros y con nosotros, que nos hemos reunido en su nombre para celebrar el memorial de su muerte y resurrección. Por eso, esta celebración debe ser expresión del respeto y amor que nos debemos los unos a los otros. Y de otra parte, la eucaristía debe ser el punto de arranque para llevar al mundo el calor y el testimonio del amor cristiano, amor que debe llegar incluso al enemigo (“Eucaristía 1987”).
Pablo en su amonestación a los corintios, avanza más allá de argumentos y consideraciones humanas sobre su comportamiento, exhortándoles a reconocer la gran dignidad a la que han sido elevados, pues en ellos habita el Espíritu Santo como en un templo.
La metáfora del templo ha sido ya preparada anteriormente con lo que ha dicho Pablo sobre la "edificación de Dios' (v. 9ss).Si entonces aludía a la gran responsabilidad de los que edifican, ahora carga con esta responsabilidad a los que constituyen el mismo templo edificado, es decir, la Iglesia de Dios. Los corintios con sus capillismos y divisiones ("yo soy de Pablo", "yo de Apolo", v.4), ponen en peligro la solidez de una iglesia que sólo puede edificarse en Cristo y resquebrajan el templo de Dios. La ruina del templo conscientemente provocada es lo peor que puede suceder a un pueblo religioso.
La sabiduría de este mundo, la sabiduría meramente humana que tanto estiman los gnósticos, contradice al Espíritu Santo y se opone a la verdadera sabiduría de Dios. Por eso está en peligro la iglesia en Corinto, porque se dejan seducir por la sabiduría de los gnósticos. De ahí la urgencia de abandonar esa falsa sabiduría y aceptar humildemente la sabiduría que Dios revela a los sencillos para confundir a los sabios de este mundo (cfr. Mt 11,25-30).
Pablo está profundamente preocupado por la unidad de la iglesia y todo cuanto escribe aquí obedece a esta preocupación. Nadie debe envanecerse de seguir a éste o al otro maestro, todos tienen que liberarse del culto a las personalidades: "Pablo, Apolo, Cefas... son vuestros" y no vosotros de ellos, porque todos sois de Cristo.
Más aún, todo es de los creyentes. En consecuencia, nada debe ser sacralizado por ellos. Porque ellos son el verdadero templo en el que habita el Espíritu Santo, y su dignidad está por encima de todo. Ahora bien, ese templo es de Cristo y Cristo es de Dios.
Sólo cuando se pone a salvo esta jerarquía interior es posible ordenar como es debido los valores y las relaciones humanas en el marco de la comunidad de Jesús. Resumiendo: el verdadero templo es la comunidad fundada en Jesucristo que es el Señor. En ese templo habita el Espíritu Santo, se da culto a Dios y Dios revela su sabiduría a los sencillos. Cualquier otro templo, cualquier otro culto, cualquiera otra sabiduría debe ser rechazada.
El tema del amor de la primera y tercera lectura tiene su base en esta segunda, donde se expone la actitud humana de la que ha de brotar. En el proceso de esta carta, Pablo termina el tema de la sabiduría divina, recapitulando lo ya expuesto en perícopas anteriores. Pero con matices: uno de ellos es el mostrar cómo el abrirse a Cristo-sabiduría no es cuestión de pensamiento sólo, sino que implica la inhabitación del Espíritu en todo el hombre, lo que implica también un modo de vivir en consonancia con esa realidad. Esta es la actitud básica de la que brotará el amor. Y además tiene otra consecuencia, a primera vista inesperada, que aparece en los últimos versículos: quien se encuentra de esa forma unido con Dios es libre y está por encima de todo. Efectivamente, el final de las palabras que leemos es la mayor proclamación de libertad que puede soñarse. Toda la creación está a disposición del hombre; no debe preocuparse por pequeñeces o tonterías, ha de superarlas; no se dejará amilanar por las dificultades presentes o futuras ni le ensoberbecerán los éxitos. «Todo es nuestro.» Notable la amplitud de expresiones del apóstol, usando términos del todo generales y abarcantes. Pero ello sólo es real teniendo en cuenta el final: "Vosotros de Cristo y Cristo de Dios". Unión con él, fuente de esa actitud y, como es obvio, unión de Cristo con el Padre, en el proceso recapitulador de la creación para que "Dios sea todo en todas las cosas" (1 Cor 15,28) (“Eucaristía 1987/1993”).
4. Mt 5, 38-48 (Par.: Lc 6, 27-36). Continúa la enumeración de ejemplos concretos, iniciado el domingo pasado, poniendo de manifiesto la dinámica de sentido y significado conferida por Jesús a la Ley de Moisés. Sabéis que se dijo... Pero yo os digo... El texto de hoy recoge dos nuevos casos, los últimos de la enumeración. Versículos 38-42: Ojo por ojo; diente por diente. Se trata de formulaciones concretas de la ley del talión que puede leerse en Ex. 21, 24; Lv 24, 20 y Dt 19, 21. La ley del talión pertenece al derecho penal y consiste en hacer sufrir al delincuente un daño igual al que causó. Responde a situaciones socio-culturales en las que la justicia es asunto de los particulares e introduce un criterio de objetividad en el ejercicio de esa justicia. Ante el recurso legal como medio disuasorio, Jesús ofrece la alternativa superior de un desarme del corazón y del espíritu con capacidad para renunciar a todo tipo de compensación y para desarmar al contrario por medio de la sorpresa de una actitud abierta y liberal. En primer lugar se enuncia el principio general: no hacer frente al agresor, es decir, no recurrir a la violencia. Este principio viene después explicado prácticamente a base de casos gráficos, paradójicos, chocantes. Detengámonos en dos de ellos. Al que te pone pleito para quitarte la túnica, dale también la capa. La túnica era la prenda interior de vestir, la capa, la exterior. Alguien te lleva a juicio por la ropa interior que llevas, pues cree que se la has robado. Jesús te dice: dale también la ropa exterior. La propuesta es de las de dejar a uno atónito, pues equivale a decir que te quedes desnudo. A quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos. Los romanos, siguiendo una práctica persa, requisaban personas y animales para la realización de servicios públicos. El caso contemplado por Jesús es el del invasor romano obligando al judío a llevar una carga por espacio de un kilómetro. La propuesta de Jesús es, de nuevo, para dejar atónitos: dobla la distancia que te exige el invasor.
Versículos 43-48: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Aunque la ley a la que se refiere Jesús, y que está recogida en Lv 19-18, habla sólo de amor al prójimo, en la práctica este amor llevaba al aborrecimiento de los no judíos: los no judíos no eran prójimo. La alternativa de Jesús propone la superación del concepto de enemigo en base a la actuación de Dios Padre, quien desconoce por completo este concepto. A esta razón añade Jesús otra de tipo amistoso-práctico: el discípulo suyo debe ser diferente de los demás, para concluir con la invitación a ser perfectos. Perfecto en el sentido de completo, abarcador.
Comentario: El texto de hoy es tal vez el texto bíblico que expresa con mayor claridad que lo específico cristiano es una diferencia en razón de una referencia. La diferencia. Ser cristiano es estar situado en el espacio que se abre más allá de la ley, más allá de lo mandado y prohibido. Sabéis que se dijo en el espacio de la ley moral, de las pautas más o menos detalladas que orientan la vida de los humanos. Es, en suma, el espacio de la conciencia, por la cual los humanos nos diferenciamos de los animales. "Pero yo os digo" es el espacio que surge después o más allá de la ley moral y de las adquisiciones de la conciencia. En ese espacio no hay pautas orientadoras. Sólo hay fantasía y sensibilidad para descubrir modos inéditos de ser y de relacionarse. ¡Ese es el espacio cristiano! El que se halla en él no es una persona mejor que las otras (bueno o malo son categorías morales, propias del espacio moral); es sencillamente una persona diferente.
La referencia. El espacio cristiano emerge cuando se descubre a Dios como Padre. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo. Sed completos como vuestro Padre celestial es completo. El Padre es la referencia que explica la razón de ser del cristiano (A. Benito).
La ley del talión -ojo por ojo diente por diente- no respira venganza sino justicia. Frente al sistema anárquico de venganza personal indiscriminada, muchas civilizaciones antiguas, y no sólo los hebreos, establecieron el principio moderador del talión: que la medida del castigo corresponda a la medida del perjuicio, sin excederla con sobrecargas: robaste cien, devolverás cien. "Si alguno causa una lesión a su prójimo, como él hizo, así se le hará: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente. El que mate un animal, indemnizará por él; pero el que mate a un hombre, morirá". Supondría un paso de gigante para el buen orden del mundo el que esta ley gobernara la conducta personal y social. No vale calificarla de bárbara mientras se practican progresiones aritméticas o geométricas en el desfile de las violencias: mordió el mojón de mi finca, le quemo la casa; me insultó y saqué la navaja; me atacó con cañones, bombardearé la ciudad; y si caen sobre mi ciudad bombas convencionales, respondo con atómicas. La ley del talión se usa en una sociedad organizada, pero no es definitiva ni suficiente para el reino de la paz y del amor. Jesús irrumpe con un espíritu nuevo: el amor al enemigo. No es un nuevo Código Penal, ni la forma nueva con que los jueces habrán de aplicar la ley. Es una irrupción salvadora de Dios en Jesús, que ha de poner de manifiesto la endeblez y limitación de las conquistas humanas en el camino de la liberación del hombre y la humanidad (Miguel Flamarique Valerdi).
Jesús profundiza en el concepto de prójimo. Esto lo hace desde una fundamentación y perspectiva estrictamente religiosa: el descubrimiento de Dios como Padre, lo cual hace saltar en añicos el habitual y espontáneo esquema de división y enjuiciamiento de las personas en amigas y enemigas, y lo sustituye por otro totalmente diferente. Esta es la perfección a la que Jesús invita a los que quieren ser discípulos suyos. Jesús opone a la ley del talión el mandamiento del amor. Sus discípulos no deben pagar con la misma moneda, no deben responder con mal a los que les hacen mal. Esto es lo que quiere decir cuando les enseña a no hacer frente a los que les agravian. Su lenguaje es duro y tremendamente exigente. Para evitar malentendidos, hay que decir que habla en lenguaje figurado (como en 5. 29ss.) y no debe tomarse al pie de la letra. Hay que añadir también, que se refiere al comportamiento individual y a la actitud del corazón, pero no a la sociedad y a los tribunales públicos en donde sigue siendo imprescindible un derecho penal y en cierto modo la ley del talión. Incluso hay que tener en cuenta la prudencia cristiana en cada caso y hasta la obligación de defender el propio derecho, no por motivos de venganza, pero sí al servicio de intereses más altos que el simple egoísmo. Pero con todas estas matizaciones corremos el peligro de vaciar de contenido las palabras de Jesús, cuyo espíritu sigue en pie. El mal sólo puede superarse con el bien, no con el equilibrio de la ley sino con el desequilibrio del amor. Olvidarse de esto es caer en el círculo vicioso de la venganza y de la violencia, en la trampa de una ley entendida como trampa del amor, en donde éste quedaría atrapado.
Jesús es el primero que extiende el amor a todos los hombres sin excepción alguna abrazando con él hasta a los enemigos. Según sabemos por los escritos de Qumrân, los esenios exigían amar a todos los que Dios ama y odiar a los que Dios no ama. Pero Jesús proclama que Dios no hace distinciones y que hace salir el sol para buenos y malos, justos y pecadores. Por eso los hijos de Dios deben amar también sin fronteras. Amar a los que nos aman es natural y no trasciende la equidad de la ley, por lo tanto no la colma con exceso de amor. En realidad, el verdadero amor sólo se muestra en el amor verdaderamente gratuito, que no busca lo suyo ni la simple correspondencia. Esto es lo extraordinario y la verdadera perfección. En esto se manifiesta la bondad de Dios. Los discípulos de Jesús deben dar señales de la nueva vida y del reino futuro, no pueden contentarse con las generales de la ley (“Eucaristía 1990/1987”).
Hay que decir que el discurso de Jesús no es moralista, ni juridicista, sino religioso, no sustituye la conciencia y por tanto es absurdo decir “¿hay que poner siempre la otra mejilla?” en el sentido “de obligatoriedad”, sino en cuanto a que percute la conciencia y hace pensar según Dios, y capaz de amar como Dios Padre. Amar dice relación, no perfección, es establecer un tipo de relación donde el amor supera todo límite y todas las previsiones de respuesta. Nunca hasta que uno es padre, sabe hasta dónde es capaz de amar, de luchar, de sacrificarse, de entregar. Sed perfectos (en griego, llevar a plenitud, a fin) como vuestro Padre celestial es perfecto. No es una llamada obligatoria, no es una norma ni un consejo. Es una confesión admirada y sorprendente. Es un descubrimiento. Es, también una invitación. Porque perfectos no podemos ser ni merece la pena luchar por la inasequible meta de una fría perfección moral al estilo estoico (J. Alegre).
a. Lo católico en Dios. Si Dios es el amor, no puede odiar nada de lo que él ha creado; eso es lo que dice ya el libro de la Sabiduría (Sb 1,6.13-15). Su amor no se deja desconcertar por el odio, la aversión y la indiferencia del hombre; Dios derrama su gracia sobre buenos y malos, ya aparezca esta gracia ante los hombres como sol o como lluvia. Tolera que se le acuse, que se le insulte o que se le niegue sin más. Pero no lo tolera en virtud de una indiferencia sublime, pues la adhesión o la aversión humanas le afectan hasta lo más profundo. Cuando un hombre rechaza seriamente el amor de Dios, no es Dios el que le condena sino que es el propio hombre el que se condena a sí mismo, porque no quiere conocer y practicar lo que Dios es: el amor. La justicia de Dios no es la del "ojo por ojo y diente por diente"; más bien hay que decir que cuando el hombre no supera la justicia penal de este mundo (que es necesaria), ni comprende a Dios ni quiere estar a su lado. Dios nunca ama parcialmente, sino totalmente. Esto es lo que significa la palabra «católico».
b. Lo católico en Jesucristo. Jesús es el Hijo único de Dios que nos revela «lo que ha visto y oído» junto al Padre (Jn 3,32): que Dios no ama parcialmente, ni es justo sólo a medias, ni responde a la agresión de los pecadores privándoles de su amor. El manifiesta esto humanamente no respondiendo a la violencia con más violencia, sino ofreciendo, en la pasión, la otra mejilla, caminando dos millas con los pecadores, e incluso todo el camino. Se deja quitar por los soldados no sólo el manto, sino también la túnica. Contra él se desencadena toda la violencia del pecado precisamente «porque pretendía ser Hijo de Dios» (Jan 19,7). Pero su no-violencia tiene mayor proyección que toda la violencia del mundo. Sería un error querer convertir la actitud de Jesús en un programa político, porque está claro (incluso para él) que el orden público no puede renunciar al poder penal (Jesús habla incluso de este poder en sus parábolas, por ejemplo: Mt 12,29; Lc 14,31; Mt 22,7.13, etc.). Cristo representa, en este mundo de violencia, una forma divina de no-violencia que él ha declarado bienaventurada para sus seguidores (Mt 5,5) y a la práctica de la cual les invita encarecidamente aquí.
c. Lo católico de la alianza. El Antiguo Testamento conocía el amor primariamente para los miembros de la propia tribu (primera lectura, vv. 17-18): ellos eran entonces «el prójimo». Pero para Cristo todo hombre por el que él ha vivido y sufrido se convierte en «prójimo». Por eso los cristianos, a ejemplo de Cristo, tienen que superar también la solidaridad humana limitada y amar a los «publicanos» y a los «paganos». Pablo muestra (en la segunda lectura) la forma de la catolicidad de la alianza. La sabiduría cristiana comprende que no debe ser parcial ni partidista, porque, en virtud de la catolicidad de la redención, toda la humanidad, incluso el mundo entero, pertenece al cristiano, pero en la medida en que éste ha hecho suya la catolicidad de Cristo, que revela a su vez la del Padre. «Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios». La verdadera forma de la catolicidad del cristiano no consiste tanto en un dejar-hacer exterior cuanto en una actitud interior: «Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo» (Hans Urs von Balthasar). Llucià Pou Sabaté.

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