miércoles, 29 de diciembre de 2010

Lecturas del 17 de diciembre. “Jesús les dice… ‘Hágase en vosotros según vuestra fe‟. Y se abrieron sus ojos”: La fe para acoger la luz de Dios. Aquel

Isaías 29.17-24. Así dice el Señor: «Pronto, muy pronto, el Líbano se convertirá en vergel, el vergel parecerá un bosque; aquel día, oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos. Los oprimidos volverán a alegrarse con el Señor, y los más pobres gozarán con el Santo de Israel; porque se acabó el opresor, terminó el cínico; y serán aniquilados los despiertos para el mal, los que van a coger a otro en el hablar y, con trampas, al que defiende en el tribunal, y por nada hunden al inocente.» Así dice a la casa de Jacob el Señor, que rescató a Abrahán: «Ya no se avergonzará Jacob, ya no se sonrojará su cara, pues, cuando vea mis acciones en medio de él, santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob y temerá al Dios de Israel. Los que habían perdido la cabeza comprenderán, y los que protestaban aprenderán la enseñanza.

Salmo 26,1.4.13-14. R. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mí luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

Evangelio (Mt 9,27-31): Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.

Comentario: 1. Is 29,17-24. Hay injusticia, adulación, abusos sociales. Cuando triunfe el Mesías, cuando llegue su Reino y todo sea transformado y el mundo redimido, no podrá existir el mal en ningún sentido. La humanidad espera, son «poemas» líricos que nos hablan de que el Líbano se convertirá en vergel. Los sordos oirán las palabras del libro y saliendo de la oscuridad y las tinieblas los ojos de los ciegos verán. -Los humildes volverán a alegrarse en el Señor y los pobres se regocijarán en Dios, el santo de Israel. Estas son, por adelantado, las palabras mismas del Magnificat. María, toda ella, estaba como impregnada de esos pasajes de la Biblia, que ahora leemos diariamente. Ella había leído ese poema de Isaías, lo aprendió en la escuela de su pueblo; y a su vez, como madre lo enseñó a Jesús. Un pueblo entero, alimentándose de esa Palabra, esperaba la era mesiánica. María debió «exultar» cuando vio a su hijo «abrir los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos». El Mesías ha venido. La era mesiánica ha comenzado y ¡ha llegado el tiempo anunciado por los profetas! Y, no obstante, son todavía muchos los pobres que sufren y gimen, y ¡que están muy lejos de exultar! Los pobres y oprimidos están contentos porque quedarán defendidos y en paz (Noel Quesson). Ante la hipocresía de tantos, los pobres son los que esperan, confían en Dios, como dice Pablo: "De hecho, el mensaje de la cruz de Cristo es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, para nosotros, es un portento de Dios, pues dice la Escritura: Perderé la sabiduría de los sabios y anularé la cordura de los cuerdos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el estudioso de este mundo? ¿No ha demostrado Dios que el saber de este mundo es locura?" (1 Cor 1,18-20). Ante la actuación soberana de Dios, que escapa absolutamente a todo juicio humano, la sabiduría de este mundo se nos muestra impotente y ridícula. La auténtica sabiduría está solamente allí donde está Dios y Dios se encuentra cerca de la paradoja, de la insignificancia de la cruz de Cristo. ¿Qué valor puede tener, por tanto, una sabiduría que justamente rechaza la cruz? Cuando el creyente triunfa en vencer el escándalo de los signos humildes, se decide por la verdad oculta de Dios, y entonces siente la palabra de la cruz como fuerza de Dios (F. Raurell).
No cerremos nuestros ojos ante las inmoralidades, ante los engaños, ante las injusticias, ante la corrupción que reina en muchos ambientes. Hemos de implicarnos en este mundo nuestro, para quitar aquella carga de maldad que oprime a tantos, y puedan vivir en un auténtico amor a Dios y a su prójimo. Entonces, sólo entonces, irá surgiendo realmente una humanidad renovada en Cristo Jesús.
2. ¡Ven, Señor Jesús! Esperamos alegre y confiadamente en la venida de nuestro Señor Jesucristo, para estar continuamente en su presencia. Por eso, nos armamos de valor y fortaleza y, sin descuidar nuestro trabajo en las realidades temporales de nuestra vida diaria, nos esforzamos, guiados y fortalecidos por el Espíritu Santo, que habita en nosotros, en poder llegar a vivir en la casa del Señor todos los días de nuestra vida. Dios nos ha favorecido por medio de su Hijo Jesús, mediante el cual nos llama para que seamos hijos suyos. Escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará en contra nuestra? Confiemos en el Señor. Mas no por eso pensemos que el Señor hará su obra de salvación sin considerar nuestra fe, nuestra disposición a hacer su volunta y a caminar conforme a sus enseñanzas. En el camino de salvación no es sólo Dios; ni somos sólo nosotros; es la Gracia de Dios con nosotros. Es verdad que de parte nuestra sólo hay una frágil voluntad; pero será el Señor el que nos tome bajo su cuidado, e irá haciendo que poco a poco vayamos creciendo en el amor a Él y en la fidelidad a su voluntad, pues el camino de salvación es eso precisamente, un camino que se inicia tal vez con mucha fragilidad, pero que, si confiamos en el Señor, Él hará que lleguemos a amar y a querer conforme a lo que Él espera de nosotros. Confiemos siempre en el Señor. Dejemos que Él guíe nuestros pasos por el camino del bien, hasta que algún día podamos contemplar el Rostro del Señor y disfrutemos de Él eternamente.
3. Mt 9, 27-31 (ver domingo 30B). La ceguera que hoy la liturgia trae a nuestra consideración tiene diversos niveles. En primer lugar, en el mundo hay sufrimiento. En la encíclica “Salvados en la esperanza”, Benedicto XVI dice que “podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito”. Hemos de procurar aliviar el sufrimiento, pero el objetivo va más allá, sobre todo cuando no puede quitarse el dolor y hay que transformarlo.
Otra forma de ceguera es la interior, como decía de sí mismo San Agustín: “ciego y hundido, no podía concebir la luz de la honestidad y la belleza que no se ven con el ojo carnal sino solamente con la mirada interior”, pues sin la apertura a Dios la ceguera es una enfermedad incurable: “¿qué soy yo sin ti para mi mismo sino un guía ciego que me lleva al precipicio?”, la búsqueda del “ciego y turbulento amor a los espectáculos” es una forma de suplir esa carencia vital.
La clave para aumentar la fe, en el sufrimiento, es la que nos indica Benedicto XVI en la citada encíclica: “La oración como escuela de la esperanza”. Cuenta que “Agustín ilustró de forma muy bella la relación íntima entre oración y esperanza en una 5 homilía sobre la Primera Carta de San Juan. Él define la oración como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. « Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don] ». Agustín se refiere a san Pablo, el cual dice de sí mismo que vive lanzado hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,13). Después usa una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento y preparación del corazón humano. « Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel? » El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados.” Así logramos esta fe, necesaria para obtener lo que deseamos, aun de un modo mejor que el que deseamos, y es el que Dios quiere; pero el camino es ensanchar nuestro corazón, para poder albergar ese don, esa luz para poder ver.
Los ciegos claman a Jesús: -"¡Hijo de David, ten compasión de nosotros!" Su plegaria es muy simple: es su grito, grito que brota de su sufrimiento. Mi plegaria, también debería ser a veces simplemente esto: la expresión sincera de que algo no marcha bien en mí, alrededor de mí... mi sufrimiento... los sufrimientos de los que yo soy el testigo... "Ten compasión de nosotros, Señor. Kyrie eleison." En cada misa, se nos sugiere a menudo este tipo de plegaria. Sabemos darle un contenido concreto: plegaria de intercesión. Al decir "Hijo de David", los dos ciegos reconocen a Jesús un título mesiánico. Tú eres aquel que ha de venir, aquel que ha sido prometido por los profetas.
-Luego que llegó a su casa, se le presentaron los ciegos. Jesús parece haber querido poner a prueba su plegaria: de momento no les contesta. A menudo, Señor, nos da la impresión de que Tú no nos oyes. Imagino la escena que se prolonga: los dos ciegos que se apegan a El, que continúan siguiendo a Jesús por la calle, que continúan gritando, rogando... hasta la casa, y entran con El.
-Jesús les dijo: "Creéis que puedo hacer eso que me pedís?"
-"Sí, Señor". Jesús interroga. Quiere asegurarse de la autenticidad de su fe. Desea purificar esta Fe. La necesidad humana que está en el origen de su plegaria podría no ser sino el deseo de un milagro... para sí mismos, para ellos dos. Y esto tiene ya su importancia, lo hemos visto. Y Dios lo escucha. Es un punto de partida, ambiguo, pero tan natural... Jesús, con su pregunta, trata de hacerles progresar hacia una fe más pura: ellos pensaban en "sí mismos"... Jesús les orienta hacia su propia persona, hacia El. "¿Creéis que yo puedo hacer esto? Jesús les pregunta si tienen Fe. Don de Dios; el milagro que se dispone a hacer no es una cosa automática ni mágica. Los sacramentos no son actos mágicos: los sacramentos requieren Fe. Lo que me llama la atención Señor, es el respeto que tienes a la libertad del hombre: Suscitas en ellos la espera, el deseo, la fe... No quieres forzar... hace falta una cierta correspondencia, en el hombre, para que Tú le colmes.
-Entonces les tocó los ojos diciendo: Según vuestra fe, así os sea hecho. Sí, Tú no has obligado. Has esperado y has suscitado su Fe. "Así se haga, según vuestra Fe." Señor, aumenta en nosotros la Fe.
-Se les abrieron los ojos, mas Jesús les conminó diciendo: Mirad que nadie lo sepa. Ellos, sin embargo, al salir de allí, lo publicaron por toda la comarca. Ese secreto que Jesús les pide pone de manifiesto que no desea levantar un entusiasmo superficial. No es lo sensacional ni lo prodigioso lo que cuenta (Noel Quesson).
Es una estampa muy propia de Adviento la de los dos ciegos que están esperando, y cuando se enteran que viene Jesús, le siguen gritando: «ten compasión de nosotros, Hijo de David». Dos ciegos que desean, buscan y piden a gritos su curación. Tal vez no conocen bien a Jesús, ni saben qué clase de Mesías es. Pero le siguen y se encuentran con el auténtico Salvador, quedan curados y se marchan hablando a todos de 7 Jesús. Como tantas otras personas que a lo largo de la vida de Jesús encontraron en él el sentido de sus vidas. Una vez más se demuestra la verdad de la gran afirmación: «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no andará en tinieblas».
El Adviento nos invita a abrir los ojos, a esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos asegura que él está con nosotros. La Iglesia peregrina hacia delante, hacia los tiempos definitivos, donde la salvación será plena. Por eso durante el Adviento se nos invita tanto a vivir en vigilancia y espera, exclamando «Marana tha», «Ven, Señor Jesús».
Al inicio de la Eucaristía, muchas veces repetimos -ojalá desde dentro, creyendo lo que decimos- la súplica de los ciegos: «Kyrie, eleison. Señor, ten compasión de nosotros». Para que él nos purifique interiormente, nos preste su fuerza, nos cure de nuestros males y nos ayude a celebrar bien su Eucaristía. Es una súplica breve e intensa que muy bien podemos llamar oración de Adviento, porque estamos pidiendo la venida de Cristo a nuestras vidas, que es la que nos salva y nos fortalece. La que nos devuelve la luz. En este Adviento se tienen que encontrar nuestra miseria y la respuesta salvadora de Jesús (J. Aldazábal).
Jesús, otro milagro. Los milagros son un medio para mostrar tu divinidad: Nadie tiene poder sobre la naturaleza sino Aquel que la hizo. Nadie puede obrar un milagro sino Dios. Si surgen milagros tenemos una prueba de que Dios está presente (card. Newman). Pero cómo cuesta arrancártelo. Durante tus años de vida pública te resistes a hacer milagros: sólo los realizas cuando hay una razón suficiente.
No quieres llamar la atención de los jefes judíos, pues sabes que los milagros, al mostrar tu divinidad, pueden ponerte en peligro de muerte. Por eso procuras que no se divulgue la curación: Jesús les ordenó severamente: Mirad que nadie lo sepa. Al igual que en ese otro milagro en las bodas de Caná, cuando le dijiste a tu madre: todavía no ha llegado mi hora, te resistes a hacer cosas extraordinarias.
Sin embargo, Jesús, acabas realizando el milagro. Y Tú mismo explicas por qué: Según vuestra fe así os suceda. Y se les abrieron los ojos. Estos dos ciegos creían en Ti. Por eso venían siguiéndote y gritándole: Ten piedad de nosotros, Hijo de David. Su fe es capaz de arrancarte cualquier favor. Yo también necesito que me ayudes. Ten piedad de mí, Jesús, que tantas veces no estoy a la altura de lo que me pides. Mi egoísmo, mis caprichos, mis gustos, mis planes, me ciegan y no acabo de ver tu voluntad. Ten piedad y ábreme los ojos del espíritu para que te vea, para que te desee, para que quiera hacer lo que me pides.
Padre, me has comentado: yo tengo muchas equivocaciones, muchos errores.
-Ya lo sé, te he respondido. Pero Dios Nuestro Señor, que también lo sabe y cuenta con eso, sólo te pide la humildad de reconocerlo, y la lucha para rectificar, para servirle cada día mejor, con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo [san Josemaría].
Jesús, quiero prepararme para tu nacimiento, y me doy cuenta de que me falta mucha visión sobrenatural: ver las cosas como Tú las ves. Las veo todavía según mis intereses: ahora tengo que estudiar y que nadie me moleste; ahora me debo un rato de música; mi deporte nadie lo toca; este programa no me lo puedo perder; etc...
Tú me conoces: aún me falta mejorar mucho. Lo único que me pides es la humildad de reconocerlo, y lucha para rectificar. Acercarme más a Ti y, si hace falta, pedirte a gritos, como los dos ciegos: ten piedad de mí. Y la manera de pedirte las cosas es: con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo.
Jesús, me preguntas: ¿Crees que puedo hacer eso? Te respondo: Sí, Señor. Tócame los ojos de mi corazón para que vea cómo servirte más y mejor cada día. Y aunque es muy difícil moverse a oscuras, Tú me pides que te siga primero un poco a ciegas, fiándome de Ti, como te siguieron estos dos ciegos antes de darles la vista. Si los dos ciegos hubieran esperado a ver todo clarísimo antes de dar un paso, no lo hubieran dado nunca, ni tampoco se hubieran curado. Igualmente, si espero a ser más generoso hasta entenderlo todo perfectamente, no aprenderé a ser generoso ni tampoco llegaré a entender nada. Que me decida, Jesús, a empezar a caminar: a seguirte más de cerca, a tener más vida interior, a rezar más, a 11 santificar el trabajo día a día. Si lo hago así, me darás la visión sobrenatural que necesito, y -como los ciegos- sabré divulgar tu mensaje a mi alrededor (Pablo Cardona).
Sólo cuando reconocemos nuestras propias miserias y nos decidimos a salir de ellas, al reconocer nuestra propia fragilidad, podremos acudir al Señor para que lleve a cabo su obra de salvación en nosotros. Si decimos ver estando ciegos, es difícil iniciar un camino renovado, pues permaneceremos en las tinieblas a causa de la falta de una nueva esperanza. El Señor no sólo nos quiere cercanos a Él. Él quiere que nos pongamos en camino para dar testimonio de su bondad, de su amor y de su gracia. Pero nos será imposible ponernos en camino mientras el Evangelio no tome carne en nosotros. Somos nosotros los que hemos de renacer a una vida nueva. Hemos de preparar en nosotros un nuevo nacimiento que nos haga presentarnos ante el mundo como hijos de Dios, ya no dominados por las tinieblas de la maldad, de la injusticia, de la violencia, del egoísmo. Sólo en Cristo encontraremos el camino que nos salva y nos libera de la opresión al pecado. Invoquémoslo con humildad y con gran confianza, si es que en verdad queremos convertirnos en auténticos testigos de una vida renovada en Él.

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