miércoles, 29 de diciembre de 2010

IV Domingo de Adviento, Ciclo A. La fe de San José nos ayuda a participar en el misterio de Emanuel, “Dios con nosotros



Isaías (7,10-14). En aquellos días, dijo el Señor a Acaz: -Pide una señal al Señor tu Dios en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo. Respondió Acaz: -No la pido, no quiero tentar al Señor. Entonces dijo Dios: -Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres sino que cansáis incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel (que significa: «Dios-con-nosotros»).

Salmo 23, 1-2,3-4ab,5-6: R./ Va a entrar el Señor: Él es el Rey de la Gloria
Del Señor es la tierra y cuanto la llena / el orbe y todos sus habitantes: / Él la fundó sobre los mares, / Él la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor? / ¿Quién puede estar en el recinto sacro? / El hombre de manos inocentes
y puro corazón. / Ése recibirá la bendición del Señor, / le hará justicia el Dios de salvación. / Este es el grupo que busca al Señor, / que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 1,1-7. Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio; prometido ya por sus profetas en las Escrituras Santas, se refiere a su Hijo, nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de su pueblo santo, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Texto del Evangelio (Mt 1,18-24): La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.
Comentario: 1. Is 7,10-14. El rey Acaz y el profeta Isaías se hallan frente a frente. Acaz solicita la ayuda a Siria para vencer a sus vecinos enemigos: bajo una falsa religiosidad oculta una absoluta falta de fe en la intervención divina. Isaías le ofrece un signo: el nacimiento de un niño, encarnación de la benevolencia de Dios, de su presencia salvadora -Enmanuel- Dios con nosotros. El niño pudo ser históricamente el mismo hijo del rey, próximo a nacer. Pero en el contexto profético designa ya al Mesías. Y con él -como parte integrante del mismo signo- se asocia la madre. El niño es puro don de Dios, fruto de la fe. Aquella maternidad se entenderá pronto dentro de las maternidades prodigiosas del AT. Son años difíciles para el pueblo de Dios (735), su independencia política está amenazada desde dentro y desde fuera. Interiormente se la veía como castigo de tantas infidelidades a Dios. El pueblo de Judá está amenazado, por una parte, por Asiria, y, por otra, los pueblos vecinos, Siria, edomitas y filisteos. La disyuntiva era clara; aliarse con Asiria, o con sus vecinos. Y Acaz, el rey de Judá, había escogido al más poderoso, Asiria, como amigo. Isaías se presenta y aconseja al Rey el tercero y único camino salvador para Judá, una postura no de alianzas políticas ni diplomáticas, sino de fe. Precisamente de lo que carecía el rey Acaz y sus asesores; que tenga fe, que sea providencialista, que confíe única y exclusivamente en el Dios de la Alianza y las Promesas. El escéptico Acaz debió sonreír ante una respuesta divina para solucionar los problemas humanos. El profeta, indignado, se torna amenazador. "Si no tenéis fe, no subsistiréis". Israel era un pueblo teocrático. El rey era simplemente el representante de Dios. Debía actuar siempre en dependencia de él, debía creer. No podía Acaz prescindir de Dios en sus decisiones y convertirse en un rey como los demás reyes de la tierra. Si obraba así era como una usurpación divina. Isaías, consciente de la infidelidad del rey y de no haber sido escuchado, se presenta ante la corte demostrando cómo Dios puede hacer lo que desea y cómo deben fiarse de él, que le pidan un "signo" a cualquier nivel, en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo. Pero Acaz no está dispuesto a cambiar su política de pacto con Asiria y lleno de hipocresía rechaza el signo. Isaías no aguanta más. Y reprochando su conducta hace este maravilloso anuncio de que la fidelidad y garantía de Dios estará siempre con el pueblo que se fía de él. Cuando, el comenzar nuestra era, una joven doncella llamada María quede embarazada sin concurso de varón y dé a luz un hijo, síntesis de lo humano y lo divino y en cuya vida, muerte y resurrección se den cita cumplidamente todos los anuncios de Isaías en estos capítulos conocidos como al "Libro del Emmanuel" ya nadie podrá negar la proyección mesiánica y salvífica de aquel Emmanuel en pañales de Isaías, cuya madurez nos ha sido revelada en Cristo.
2. Salmo 23. Así comentaba el Papa: “Dios creó el mundo y es su Señor. El segundo se refiere al juicio al que somete a sus criaturas: debemos comparecer ante su presencia y ser interrogados sobre nuestras obras. El tercero es el misterio de la venida de Dios: viene en el cosmos y en la historia, y desea tener libre acceso, para entablar con los hombres una relación de profunda comunión. Un comentarista moderno ha escrito: "Se trata de tres formas elementales de la experiencia de Dios y de la relación con Dios; vivimos por obra de Dios, en presencia de Dios y podemos vivir con Dios".
A estos tres presupuestos corresponden las tres partes del salmo 23, que ahora trataremos de profundizar, considerándolas como tres paneles de un tríptico poético y orante. La primera es una breve aclamación al Creador, al cual pertenece la tierra, incluidos sus habitantes (vv. 1-2). Es una especie de profesión de fe en el Señor del cosmos y de la historia. En la antigua visión del mundo, la creación se concebía como una obra arquitectónica: Dios funda la tierra sobre los mares, símbolo de las aguas caóticas y destructoras, signo del límite de las criaturas, condicionadas por la nada y por el mal. La realidad creada está suspendida sobre este abismo, y es la obra creadora y providente de Dios la que la conserva en el ser y en la vida.
Desde el horizonte cósmico la perspectiva del salmista se restringe al microcosmos de Sión, "el monte del Señor". Nos encontramos ahora en el segundo cuadro del salmo (vv. 3-6). Estamos ante el templo de Jerusalén. La procesión de los fieles dirige a los custodios de la puerta santa una pregunta de ingreso: "¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?". Los sacerdotes -como acontece también en algunos otros textos bíblicos llamados por los estudiosos "liturgias de ingreso" (cf. Sal 14; Is 33, 14-16; Mi 6, 6-8)- responden enumerando las condiciones para poder acceder a la comunión con el Señor en el culto. No se trata de normas meramente rituales y exteriores, que es preciso observar, sino de compromisos morales y existenciales, que es necesario practicar. Es casi un examen de conciencia o un acto penitencial que precede la celebración litúrgica.
Son tres las exigencias planteadas por los sacerdotes. Ante todo, es preciso tener "manos inocentes y corazón puro". "Manos" y "corazón" evocan la acción y la intención, es decir, todo el ser del hombre, que se ha de orientar radicalmente hacia Dios y su ley. La segunda exigencia es "no mentir", que en el lenguaje bíblico no sólo remite a la sinceridad, sino sobre todo a la lucha contra la idolatría, pues los ídolos son falsos dioses, es decir, "mentira". Así se reafirma el primer mandamiento del Decálogo, la pureza de la religión y del culto. Por último, se presenta la tercera condición, que atañe a las relaciones con el prójimo: "No jurar contra el prójimo en falso". Como es sabido, en una civilización oral como la del antiguo Israel, la palabra no podía ser instrumento de engaño; por el contrario, era el símbolo de relaciones sociales inspiradas en la justicia y la rectitud.
Así llegamos al tercer cuadro, que describe indirectamente el ingreso festivo de los fieles en el templo para encontrarse con el Señor (vv. 7-10). En un sugestivo juego de llamamientos, preguntas y respuestas, se presenta la revelación progresiva de Dios, marcada por tres títulos solemnes: "Rey de la gloria; Señor valeroso, héroe de la guerra; y Señor de los ejércitos". A las puertas del templo de Sión, personificadas, se las invita a alzar los dinteles para acoger al Señor que va a tomar posesión de su casa.
El escenario triunfal, descrito por el salmo en este tercer cuadro poético, ha sido utilizado por la liturgia cristiana de Oriente y Occidente para recordar tanto el victorioso descenso de Cristo a los infiernos, del que habla la primera carta de san Pedro (cf. 1 P 3, 19), como la gloriosa ascensión del Señor resucitado al cielo (cf. Hch 1, 9-10). El mismo salmo se sigue cantando, en coros que se alternan, en la liturgia bizantina la noche de Pascua, tal como lo utilizaba la liturgia romana al final de la procesión de Ramos, el segundo domingo de Pasión. La solemne liturgia de la apertura de la Puerta santa durante la inauguración del Año jubilar nos permitió revivir con intensa emoción interior los mismos sentimientos que experimentó el salmista al cruzar el umbral del antiguo templo de Sión.
El último título: "Señor de los ejércitos", no tiene, como podría parecer a primera vista, un carácter marcial, aunque no excluye una referencia a los ejércitos de Israel. Por el contrario, entraña un valor cósmico: el Señor, que está a punto de encontrarse con la humanidad dentro del espacio restringido del santuario de Sión, es el Creador, que tiene como ejército todas las estrellas del cielo, es decir, todas las criaturas del universo que le obedecen. En el libro del profeta Baruc se lee: "Brillan las estrellas en su puesto de guardia, llenas de alegría; las llama él y dicen: "Aquí estamos". Y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3, 34-35). El Dios infinito, todopoderoso y eterno, se adapta a la criatura humana, se le acerca para encontrarse con ella, escucharla y entrar en comunión con ella. Y la liturgia es la expresión de este encuentro en la fe, en el diálogo y en el amor”.
3. Rm 1,1-7 (ver lunes de la 28º semana). El evangelio es la buena noticia que Dios ha enviado al mundo con la persona de Jesús para instaurar el reino del futuro. La fe como respuesta al Evangelio compromete al hombre entero. Por eso es siempre obediencia (“para llevar a la obediencia de la fe". También podría traducirse "a la obediencia que es la fe"). Implica efectivamente que el hombre se "someta" libremente a Dios, que se le revela como fiel y digno de ser creído y que, renovando al hombre, le permite acatar su voluntad (cf. Rom 10, 9). Este es el preludio de la contemplación del misterio de Jesús, ante el que nuestra fe se convierte en respuesta (“Eucaristía 1992”). Pablo comienza su carta con una dedicatoria, el que se anticipa ya en buena parte lo que después expondrá exhaustivamente y en detalle en el cuerpo de la carta. En primer lugar, Pablo determina su situación respecto a Jesucristo y respecto a sus lectores. En relación a Jesucristo Pablo se considera "siervo", porque ha sido redimido con la sangre del Señor y ahora le pertenece por entero; en relación a los romanos y a los hombres en general Pablo se considera "apóstol", porque ha sido escogido y enviado a predicar el Evangelio de Dios. El servicio de Pablo, siervo de Jesucristo, no es otro que el de proclamar como apóstol el Evangelio a los hombres. Este evangelio es "de Dios", porque Dios de procede para todos los hombres. En segundo lugar, Pablo afirma que el Evangelio de Dios no es otro que el que ya anunciaron los profetas como Promesa; pero ahora es Buena Noticia, pues las promesas se han cumplido en Jesucristo. Una vez aclarada la situación de cada uno, de Pablo y de los romanos, y definido formalmente el Evangelio, Pablo ofrece una concentración del contenido evangélico: Jesús, hijo de David (título mesiánico proclamado por los profetas), es también el Hijo de Dios (por lo tanto, este hombre, Jesús, es igualmente Dios) y el Señor, el cual, habiendo resucitado de entre los muertos por la fuerza del Espíritu Santo, ha recibido ya el poder y la gloria que le corresponden.
Por mediación de este Señor Jesucristo le ha sido dada a Pablo la misión y la gracia de anunciar el Evangelio a todos los gentiles. Por el mismo Señor Jesucristo, los romanos han sido también llamados a responder con fe al Evangelio. De manera que tanto la predicación del apóstol como la fe de los creyentes ha de ser para mayor gloria del nombre de Jesucristo. La vocación a la fe es una muestra del amor que Dios tiene a los hombres, en este caso concreto a los fieles de Roma. Es, además, una llamada de Dios a formar parte de su pueblo santo extendido por toda la tierra y que es la Iglesia. La fe es un encuentro con Dios en Jesucristo, pero también un encuentro con los hermanos. La fe se mantiene con la gracia de Dios, y la misma fe es la que construye en la comunidad cristiana aquella paz que sólo Dios puede dar. Pablo pide para los romanos la gracia y la paz que viene de Dios (“Eucaristía 1980”).
4. Jesús es “Dios ayuda” y también significa “Dios salva”. ¿De qué nos salva? Del pecado, de todo mal… y nos llega por María y José, que aparece hoy junto a María, como un hombre justo (cf. Mt 1,19), con una fidelidad unida a su misión con Jesús y María, que hoy precisamente vemos que descubre en su famosa “duda”. Le vemos padre de Jesús, y de la Iglesia, y especialmente de los sacerdotes. Hoy vamos a contemplar la fe a través de la figura de José, y la noche de Navidad veremos la caridad que Jesús nos trae, el amor de Dios encarnado.
“Enviadlo, altos cielos, como rocío, que las nubes lluevan al Justo. Abrase la tierra i germine el Salvador” (Is 45, 8), dice la Antífona de entrada. Y le pedimos al Señor en la oración colecta lo que cada día recitamos en el Angelus: “derrama tu gracia sobre nuestros corazones, para que, así como por el anuncio del ángel hemos conocido la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, seamos llevados por su Pasión y Cruz a la gloria de la Resurrección.”. Veremos hoy cómo la fe de San José se manifiesta de una manera especial en el sacrificio, ante la cruz. Ya el libro de Isaías nos muestra una señal que vendrá del cielo: una virgen tendrá un hijo, que será llamado Emanuel, “Dios con nosotros”.
Vemos ahora la fe de san José: ha buscado lugar para acoger a María, que es portadora de Jesús, el Emmanuel, el “Dios con nosotros”, “Dios que salva”. En Belén la gente dice que no hay lugar para ellos. Hoy también la gente va a lo suyo, no tiene tiempo por Dios, Jesús está buscando lugar en el corazón de los hombres. Explica con ingenuidad el poeta catalán Mn. Cinto Verdaguer que yendo José y la Virgen de camino por ese mundo con el niño Jesús, como eran pobres y el camino era largo, entró en un pueblo a pedir comida, y se llegó a las puertas de una casa buena, golpeteando la puerta con el bastón: “-¿Quien va?” -le dijeron desde dentro.
–“unos pobres que vamos de camino”, respondió el patriarca humilde. “¿Nos harían una gracia de caridad, por amor de Dios?”
-“Dios os ampare”, le dieron como respuesta.
-“Estos serán pobrecitos como nosotros”, añadió el santo. “Llamemos a esa otra casa que tiene aires de palacio, aquí vivirá gente rica y caritativa que nos llenará el zurrón”... y al llamar dijo: - "¿querríais hacer una limosna a unos pobres peregrinos, por amor de Dios?"
-"¡Para peregrinos estamos!" -respondió una voz ronca sin abrir la puerta.
-"Deben de estar enfermos” -dijo San José-, “los ricos también pasan enfermedades y penas".
Llamó a otra casa importante y le respondieron: "¡Dios os dé!", y en otra ni esto le dijeron, respondiéndole solamente los perros con sus ladrillos poco acogedores. San José, que era un saco de paciencia, al ver una recibida tan mala para su santísima esposa, y para el Niño, la salvación del mundo, se apenó y dos lágrimas amargas le resbalaron por su cara. El niño Jesús tuvo compasión, y sintiendo brotar también sus lágrimas de sus hermosos ojos, dijo a san José: -"llamemos, si te parece, a esa cabañita". Era la más pobre de las casas de aquel pueblo y tan pequeña que ni el santo ni su esposa se habían apercibido de ella; mes, esto sí, todas estaban cerradas a cal y canto como si tuvieran miedo de ladrones, y esa, que no tenía nada que esconder, estaba de puertas abiertas; ni hubieron de llamar sino que entraron y –en un inocente anacronismo el poeta pone en boca de san José la frase popular-: "-¡Ave María purísima!" y de dentro respondieron: "-sin pecado concebida", y vieron que era una familia alegre y pobre, que les invitaban: "pasad, pasad, ¿queréis quedaros a cena con nosotros?" decía la mujer, mientras ponía más platos en la mesa, con unos pequeños panecillos y en medio la sopera... allí estuvieron muy bien acogidos y contentos de estar con aquella humilde familia, y luego se fueron, y después cuando ya estaban alejándose, la Virgen María volviéndose al niño Jesús, le dijo: -"hijo mío, ¿y qué paga les darás por esta obra buena que han hecho?" Dicen que el niño respondió: "-madre mía, la paga la tendrán en el cielo; aquí en la tierra, cruces y más cruces".
Es el misterioso sentido de la cruz que lleva a la gloria, la puerta de la salvación, el signo más y de victoria, que tienen forma de cruz, sacrificio que da fruto… Dios llama a la puerta de nuestra casa de muchas maneras. En lo de cada día y ha algo de divino. En la abundancia o en la pobreza, en la salud o enfermedad es Jesús quien nos busca, y hemos de dejarlo entrar... pues dónde los dedos notan la espina que pincha, la mirada de fe descubre la belleza de la rosa que nos regala, esto es la cruz.
Hoy en el Evangelio vemos la confianza de san José en Dios es modelo para nosotros… (cómo reacciona ante la “duda”). José es "justo" (Mt 1. 19), no con esa justicia legalista que quiere poner la ley de su parte y repudiar a su mujer, ni tampoco con esa justicia, que respeta al prójimo y se niega a causarle el mínimo perjuicio, sino con esa justicia religiosa que le prohíbe hacerse pasar por el padre de un Hijo que no es suyo (tanto si comprendió o no de entrada que ese Niño milagroso sería también un Niño divino). Entonces es cuando interviene el ángel para comunicar a José que Dios le necesita, porque si bien no tiene nada que hacer al nivel del alumbramiento, tiene una misión que cumplir al nivel de la paternidad legal. El mensaje del ángel podría interpretarse así: "Es cierto que lo que se ha engendrado en María ha sido por obra del Espíritu Santo, pero Dios te necesita para hacer que ese Niño entre en el linaje de David y darle un nombre". José no es, pues, "justo", porque sea un modelo de resignación, capaz de una actitud bonachona respecto a su esposa, sino porque respeta a Dios en su obra y se limita a cumplir el papel que Dios le asigna: introducir a Jesús en la estirpe real. La salvación del hombre no depende, por tanto, exclusivamente de una iniciativa soberana de Dios que basta esperar pasivamente. Dios no salva al hombre sin la cooperación y sin la fidelidad del hombre (Maertens-Frisque). La duda de José no fue acerca de la culpabilidad o inocencia de María, sino sobre el papel que él personalmente tenía que jugar en todo aquello. Una intervención sobrenatural -aparece el motivo del ángel- se lo aclara: deberá poner el nombre al niño, es decir, deberá ser su padre legal (era el padre quien imponía el nombre) y entonces, conocido su papel en aquel matrimonio, cesa su turbación, desconcierto o duda. San Bernardo, antes de otras explicaciones complejas que han aparecido después, y más bien extrañas a la confidencia entre esposos, hace mil años, bien puede comentar esta explicación, o al menos no la desmiente: "¿Por qué quiso José despedir a María? Escuchad acerca de este punto no mi propio pensamiento, sino el de lo Padres; si quiso despedir a María fue en medio del mismo sentimiento que hacía decir a san Pedro, cuando apartaba al Señor lejos de sí: Apártate de mí, que soy pecador (Lc 5, 8); y al centurión, cuando disuadía al Salvador de ir a su casa: Señor, no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8). También dentro de este pensamiento es como José, considerándose indigno y pecador, se decía a sí mismo que no debía vivir por más tiempo en la familiaridad de una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza la sobrepasaba de tal modo y le inspiraba temor. El veía con una especie de estupor, por indicios ciertos, que ella estaba embarazada de la presencia de su Dios, y, como él no podía penetrar este misterio, concibió el proyecto de despedirla. La grandeza del poder de Jesús inspiraba una especie de pavor a Pedro, lo mismo que el pensamiento de su presencia majestuosa desconcertaba al centurión. Del mismo modo José, no siendo más que un simple mortal, se sentía igualmente desconcertado por la novedad de tan gran maravilla y por la profundidad de un misterio semejante; he ahí por qué pensó en dejar secretamente a María. ¿Habéis de extrañaros, cuando es sabido que Isabel no pudo soportar la presencia de la Virgen sin una especie de temor mezclado de respeto? (Lc 1, 43). En efecto, ¿de dónde a mí, exclamó, la dicha de que la madre de mi Señor venga a mí?". San Jerónimo fue más parco: “José, conociendo la castidad de María y extrañado por lo acaecido, oculta con su silencio aquello cuyo misterio ignora”. Por tanto la interpretación de más arriba es moderna también, pero mejor que las que se enseñaron en los últimos siglos.
El anuncio del ángel a José es un resumen completo del Nuevo Testamento: Jesús salvará al pueblo de sus pecados. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento la expresión "Perdón de los pecados" no significa el perdón de una falta concreta sino que es el resumen de toda la acción salvadora de Dios. Quiere decir esto que, con la aparición de Jesús, ha sido superada la separación entre Dios y el hombre. Decir Jesús o salvador es exactamente lo mismo. El nacimiento de Jesús, su vida y actividad fue -y es- Dios con nosotros. Como lo había anunciado el profeta Isaías.
En María y José encontramos un matrimonio ejemplar, modelo para todos nuestros hogares, pero sin duda singular, como vemos en el Evangelio de hoy. Es también naciente iglesia doméstica, que custodiará el Redentor. Son de carne y hueso como nosotros, vivían nuestras mismas dificultades y alegrías similares a las nuestras. La Sagrada Familia es modelo de nuestras familias, luchaban por llevar las cosas adelante, y nos enseñan a vivir las “dificultades” en positivo: transformarlas en “posibilidades”, de amar más, de ser más entregados, de tener más fe y perseverancia; así se refuerza el amor y la fidelidad. Las dificultades de “ordinaria administración” no aparecen en el Evangelio: problemas con clientes del taller, rumores de pueblo, estrecheces económicas propias de vivir al día… Se intuye que para ellos los nervios no degeneraban en discusiones; que cuando no podían solucionar una cosa hablando, optaban por el silencio (es una forma de diálogo, cuando se ama): meditar las cosas, el silencio de la oración… Los problemas que nos muestra el Evangelio no son los pequeños de cada día, sólo vemos los más graves… y vemos como actúan, en silencio, "aguantan en el dolor" y esperan el “dedo” de Dios…
Embarazada como está la Virgen, estando desposada con José, él ve que espera un hijo. Sabe de su pacto de virginidad, que habían acordado entre los dos. Ella, por vocación; él, seguramente por acompañarla pues la quería en la situación que ella dispusiera, respetando su compromiso con Dios, pues eso hace el amor.
¿María le dijo lo del ángel? Quizá sí, y José la acompañó a visitar y estar esas semanas o meses a su prima Isabel. Quizá se sintió entonces indigno de estar ahí por medio, que molestaba en un plan que no tenía nada que ver con él, como escribía mi amigo Antoni Carol: si les veían muy unidos iba a ser difícilmente creíble el misterio de la Encarnación virginal. Dios no dice nada; María ve a José pensar esas cosas, i ella intuye y sufre pero tampoco dice nada… José hace oración, y sigue sin tener luces. La Virgen intenta hacerse cargo del desconcierto de su esposo —que no se siente digno para acompañarla—.
José es el que permanece en segundo plano, oculto, escondido, con su sí permanente es el hombre fiel: de fe a prueba de fuego, dócil a la voz del Señor, aunque sea en sueños, como solía hablarle el ángel. Se acomoda a los planes divinos sin protestar. Es el hombre del santo encogimiento de hombros, que todo le está bien. Le veo con una fe que rezumaba paz: cuando una cosa iba como esperaba diría: “gracias a Dios!”, y cuando iba al revés, diría: “bendito sea Dios!”, de manera que siempre estaba entre dar gracias y bendecir a Dios.
La decisión de dejar a María era darle libertad, quedaba fuera del riesgo de pública infamia; y él aparecía como causante de la separación. Dios, al ver su docilidad, no le hace sufrir más e interviene en sueños por medio de un ángel. La caricia de Dios da vida otra vez a José, que así se va preparando más y más para su misión.
Hay quien piensa la otra posibilidad, que María sabe y calla, que no dice nada a José, quien al conocer su estado piensa dejarla –quedando él mal- y no discute ni se queja ni pide explicaciones convencido de que algo divino está ocurriendo, y que aquel asunto no es suyo. Cumpliendo la ley, debía dejarla, y la deja libre para no perjudicarla. No estaría ajeno a conocer lo que pasó con el nacimiento de Juan Bautista y los portentos –quedarse mudo Zacarías, etc.-. Dios ilumina a José en sueños, y José es dócil: aprende a ir al paso de Dios, como más tarde cuando se le indica que vaya a Egipto, que vuelva, etc.
Desplazarse a Belén para empadronarse no sería nada fácil, José sabía que era inoportuno aquel viaje; pensaba que algún pariente en Belén les podría albergar, pero una vez más nada salió como ellos habían pensado: el viaje a Egipto será otro ejemplo de cambio de planes, como en el episodio del Niño perdido y hallado en el Templo… aprenden a meditar las cosas, a ir al paso de Dios, para cumplir su voluntad. Todo esto es modelo para nosotros, les pedimos a José y María que nos ayuden a dejarnos llevar por Dios, a tener confianza y ver esa mano invisible que nos acompaña y nos guía a lo largo de la vida.
María y José son experimentados en llevar la cruz, aquellos seis meses que José tardó al saber que Jesús era el hijo de Dios, cuando veía que tendría un hijo. María sabe y calla, está serena y con mirada de fe, pero sufriendo, no dice nada, y José no le pregunta y piensa dejarla, aquella cruz fue fuerte… y aguantan pacientemente, sin pensar mal un del otro, y sin desconfiar de Dios. El ángel se aparece a José, y le explica todo. Han aprendido a decir que si a Dios en todo momento, a ser morada de Dios. Jesús ha nacido para nosotros, para cada uno, la noche de Nadal, y queremos hacernos pequeños, como los pastores, y ser de los primeros que están allá aprendiendo la lección que Dios nos da de humildad y pobreza, de estar por encima de las cosas materiales, pues el rey del mundo nace pobre en un establo. Queremos estar allá, verle como tiene frío, pero frío de cariño, de nuestro amor. Jesús se muestra necesitado, y aprendemos así nosotros a sabernos mostrar vulnerables. Y así la gente nos tendrá más confianza, se acercarán al inspirar nosotros credibilidad, y los podremos ayudar, y nos podrán hacer preguntas sobre las cosas importantes. No poseemos totalmente la verdad, y de ahí que no tengamos que ser nunca prepotentes. El tema de la verdad es importante, pues en nombre de ella se matan y discuten muchos. ¿Cómo se puede hacer compatible con el pluralismo? Machado decía aquello de “¿tu verdad? –No, la verdad, ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela…” No se llega a la verdad por mucho gritar... la libertad es tan importante como la verdad, como el amor, son tres cosas que si no van juntas no existen, así Jesús nos invita a seguirle con aquel “si alguien quiere venir conmigo”... José también fue modelo de sencillez, que es el mejor vestido para la verdad. Para ayudar a los demás, hace falta hacerse pequeño, tener la humildad de la fe, la gran verdad. Cuando la razón pierdo la fe, se pierdo también ella. Por esto es tan bonita la Navidad: no es un aniversario, ni un recuerdo, ni un sentimiento. Es el día que Dios pone un Belén dentro de cada alma, como decía E. Monasterio: aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no nace dentro de mí, estaré eternamente perdido. Decía también un cantante: “Jesús nace para mí la noche de Navidad”. Si le digo que sí, tendré los ojos limpios, transparentes, iré a unos paisajes lejanos, entraré dentro un paraíso perdido, cuyo recuerdo tenemos en la memoria, aquella luz del niño que llevamos dentro. "Si te olvidas... de la fiebre / que te priva de vivir, que te quema la sangre, verás el musgo del pesebre, con figuras de barro. Verás la montaña segura / blanca de corderos emblanquecidos / con la luz de tus ojos de criatura / completamente desempañados. Si te piensas cazar la estrella / no vayas adormilado, / humedécete el párpado / con tres lágrimas de niño, / agáchate hasta que eras niño" (J. M. de Segarra, "El poema de Nadal"). Hacernos pequeños es necesario, para poder entrar a la cueva de Belén. Sólo fueron los pastores quienes con ojos llenos de alegría vieron el ángel que anuncia el misterio de Nadal: ellos pudieron oír, los pequeños, aquel “gloria a Dios en el cielo, y paz a la tierra a los hombres de buena voluntad”; ellos fueron los primeros invitados a adorar al niño que ha nacido en un pesebre, y ellos son los que comprenden el anuncio del ángel y el misterio de Navidad. Alguno no, en la tradición catalana está representado por el rabadán, que protesta, a veces es lo que hacemos nosotros, él "yacía como siempre en la paja / lleva a los dientes una rebanada de pan / y en el corazón una cantinela / una canción del perezoso". Él protestaba a los pastores que le decían: "a Belén me quiero ir, quieres venir tú rabadán? - ¡Quiero almorzar! - El Mesías elegido ha nacido esta noche - ¿Quien te lo ha dicho? - Un arcángel flameando por el cielo lo va pregonando. - ¡No será tanto!" Traemos este villancico colgado al cuello, la cobardía de todos está aquí retratada, esta pelea entre los pastores y el rabadán continúa siempre en el mundo, entre la luz y la oscuridad, entre el anuncio del misterio y aquel "¡No será tanto, ya será menos!", entre la esperanza y el pesimismo… dicen –en broma- que había uno tan pesimista que veía la vida como un túnel oscuro, y que la única luz que ve dentro del túnel es el tren que viene en dirección contraria. Una vez nos hemos hecho pequeños, podemos hacer ya sin impedimentos el camino hacia el pesebre. "El camino significa humildad, / quiere decir renunciamiento a fin de bien... camino de la gloria, camino de la cruz, / camino que sube y baja y cansa"... "¿cómo se encuentra el camino de Belén? / El camino de Belén, quien es capaz de verlo?" "Si eres limpio de corazón, pastor mesquino, / no te debes perder por el camino / que te va guiando la estrella cauta; / no te debes perder, pastorcito, / ve siguiendo el camino derecho, / con el saco de gemidos y la flauta!". Nos hacemos así pobres, entre los más pobres, y así podemos seguirlo, porque si Dios escogió un establo no es algo que nos deba ser indiferente, sólo con las manos vacías nos podemos llenar de él, si estamos cogidos a las cosas no podríamos. Cuando uno vacía su corazón de otras posesiones y de espíritu entonces Él lo llena, es Dios que nos habita y actúa con la verdad, es la fe que hoy hemos visto en san José.
Dios está en el hombre, no ayuda desde la distancia. "El Señor está contigo" no sólo se puede decir de María, sino también de cada uno de nosotros. El hombre es portador de Dios que, de esta forma, da o recibe amor. Es paradójico que mientras Dios viene a la tierra, los hombres nos empeñamos en buscarlo en el cielo. Yo y el otro somos portadores del Dios de Jesús. Ame Duval, cantaba, guitarra en mano, "los que buscáis al Buen Dios en las nubes nunca veréis su cara. Los que buscáis al Buen Dios en las nubes no le véis cuando a vuestro lado pasa". Esta presencia divina en el otro convierte los derechos humanos en derechos divinos. Engrandecer al hombre será engrandecer a Dios, atacarlo será blasfemar. La grandeza de Dios cabe en la pequeñez del hombre como la luna se refleja entera en una minúscula gota de agua.
Encontrar, experimentar a Dios en nosotros mismos es hallar la fuerza más determinante de nuestro vivir. Juan Crisóstomo dice bellamente que "los magos no se pusieron en camino porque hubieran visto la estrella, sino que vieron la estrella porque se habían puesto en camino". Un viaje de ida a nuestro interior puede hacer posible este transcendental encuentro. Sin embargo, muchas veces andamos buscándolo en conocimientos teológicos o en estéticos ceremoniales. Así lo dice Anthony de Mello:"¿Qué andas buscando, Mullah? Mi llave. La he perdido. Y arrodillados los dos se pusieron a buscar la llave perdida. Al cabo de un rato dijo el vecino: ¿Dónde la perdiste? En casa. ¡Santo Dios! y entonces, ¿por qué la buscas aquí? Porque aquí hay más luz. ¿De qué vale buscar a Dios en lugares santos, si donde lo has perdido es en tu corazón?" El método de búsqueda nos lo concreta San Anselmo: "Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré". Como San Agustín, nuestra oración se concreta hoy en un "Señor, que te conozca; Señor, que me conozca" (“Eucaristía 1992”). Llucià Pou Sabaté

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