martes, 25 de mayo de 2010

Jesús se queda en el Espíritu Santo, el Enviado del Padre: Domingo de Pentecostés




Los Hechos de los Apóstoles cuentan que “todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés”, el día de la fiesta judía de la siega, que también celebraban la subida de Moisés al Sinaí y cómo Dios bajó con su poder y dio la Ley a su pueblo. A los 50 días de que Jesús, grano de trigo caído en tierra, muriera y fuera sepultado, ha dado mucho fruto y este fruto es el Espíritu Santo: “De repente un ruido del cielo, como de un fuerte viento, resonó en toda la casa donde se encontraban”. Es mucho más que la zarza ardiente de Moisés, o la columna de fuego en el desierto o la tempestad que mostraba la cercanía de Dios. “Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban: -¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua”. Jesús ya les avisó: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo... y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra". Ahora va a comenzar la misión de los apóstoles. El que estaba preparado, entendía no obstante la diversidad de idiomas, mientras que los que no, no comprendían nada, como si hablaran en chino o estuvieran borrachos. En Pentecostés sucedió lo contrario de lo que se dice de Babel, donde los hombres que intentaron escalar el cielo terminaron sin entenderse los unos a los otros. Y es que los hombres sólo pueden entenderse entre sí cuando cada uno se abre a la gracia de Dios y no cuando luchan para alzarse sobre las nubes.
El otro día un chaval me dijo: así como para recibir la comunión tenemos la comunión espiritual, para recibir al Espíritu Santo, ¿qué podemos rezar? Le dije que pondría en esta hoja una oración, y van a ser 3, claro, en primer lugar el Salmo de hoy: “Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra: Bendice, alma mía, al Señor. / ¡Dios mío, qué grande eres! / Cuántas son tus obras, Señor; / la tierra está llena de tus criaturas. / Les retiras el aliento, y expiran, / y vuelven a ser polvo; / envías tu aliento y los creas, / y repueblas la faz de la tierra”. La vida es como un soplo, así Dios infundió la vida en el primer hombre, y el Espíritu Santo en esta nueva creación, pero el amor, siendo algo que parece débil como un soplo: “¿me quieres, sí o no?” es lo más importante de la vida. Nada hay tan penetrante como este soplo, viento divino, que se cuela por todas partes y que es la acción del Espíritu. La carta de San Pablo nos dice que “todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo”, somos de la familia de Jesús, porque tenemos “un solo Espíritu” con Él, que nos dijo: “yo rogaré al Padre y os dará otro consolador para que esté con vosotros eternamente: el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conoceréis porque morará con vosotros y estará dentro de vosotros”. Así lo explicaba S. Pablo: El amor de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Aquí va pues la 2ª oración, que san Josemaría rezaba: "Ven ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc coepit! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte. / ¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras… / Santa María, Esperanza nuestra, Asiento de la Sabiduría. Ruega por mí. -San José, mi Padre y Señor, ruega por mí. -Angel de mi guarda, ruega por mí.”
También vivió san Josemaría  la experiencia de ir por María a Jesús, como amigo, como hermano, y sentir que era hijo de Dios... pero luego un sacerdote le dijo que no hablara con el Espíritu Santo, que lo escuchara, y sintió el Amor dentro de él: y quiso tratarlo más, ser su amigo, su confidente..., facilitarle el trabajo de pulir, de arrancar, de encender... Él le daba fuerzas, Él lo hacía todo: “Rézale: Divino Huésped, Maestro, Luz, Guía, Amor: que sepa agasajarte, y escuchar tus lecciones, y encenderme, y seguirte y amarte"… “quémame con el fuego de tu Espíritu!, clamas. Y añades: ¡es necesario que cuanto antes empiece de nuevo mi pobre alma el vuelo..., y que no deje de volar hasta descansar en El! *    —Me parecen muy bien tus deseos. Mucho voy a encomendarte al Paráclito; de continuo le invocaré, para que se asiente en el centro de tu ser y presida y dé tono sobrenatural a todas tus acciones, palabras, pensamientos y afanes"... "Frecuenta el trato del Espíritu Santo -el Gran Desconocido- que es quien te ha de santificar. / No olvides que eres templo de Dios. -El Paráclito está en el centro de tu alma: óyele y atiende dócilmente sus inspiraciones" "Propósito: 'frecuentar', a ser posible sin interrupción, la amistad y trato amoroso y dócil con el E.S. -'Veni, Sancte Spiritus...!' -¡Ven, Espíritu Santo, a morar en mi alma!”, como dice S. Pablo: somos templos del Espíritu Santo. "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?". Pero para oírle hemos de silenciar nuestro "bullicio interior" y mantener un diálogo con el Señor. Escuchar, porque Dios habla bajito, sugiere, invita, nunca coacciona. Decir que sí a sus mociones, supone un crecimiento en la vida de la gracia, correspondencia al Amor de Dios. Decir que no es enfriamiento, y no nos comportamos como buenos hijos. Es como si Jesús estuviera dentro de nosotros con su espíritu, y nos guiara, como si guiara nuestra bicicleta, y si pasamos por un sitio difícil impide que nos caigamos porque con Él vamos seguros, y cuando tenemos confianza tenemos paz…
En el Evangelio San Juan nos cuenta cómo lo mandó el día de la Resurrección, cuando apareció ante los Apóstoles y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Fue el regalo pascual, de la confesión y el Espíritu Santo, con la promesa de la vida eterna. Y ahora vemos que así como sobre María desciende el Espíritu Santo y nace Cristo, por obra y gracia del Espíritu Santo, sobre el Cenáculo desciende el Espíritu Santo con los apóstoles reunidos con María y nace la Iglesia: Pentecostés nos recuerda que es en el Cenáculo donde Cristo instituye la Eucaristía, donde nos lava los pies, donde se nos da el mandamiento nuevo del amor, donde la Iglesia vive unida por la paz y la gracia del Espíritu Santo, unida a María, desde donde se lanza la Iglesia sin miedo a evangelizar al mundo tan necesitado de la ternura de Dios. Ponemos otra oración, la del misal: “Ven, Espíritu divino, / manda tu luz desde el cielo. / Padre amoroso del pobre; / don, en tus dones, espléndido; / luz que penetra las almas; / fuente del mayor consuelo. / Ven, dulce huésped del alma, / descanso de nuestro esfuerzo, / tregua en el duro trabajo, / brisa en las horas de fuego, / gozo que enjuga las lágrimas / y reconforta en los duelos. / Entra hasta el fondo del alma, / divina luz, y enriquécenos. / Mira el vacío del hombre, / si Tú le faltas por dentro; / mira el poder del pecado, / cuando no envías tu aliento. / Riega la tierra en sequía, / sana el corazón enfermo, / lava las manchas, / infunde calor de vida en el hielo, / doma el espíritu indómito, / guía al que tuerce el sendero. / Reparte tus siete dones, / según la fe de tus siervos; / por tu bondad y tu gracia, / dale al esfuerzo su mérito; / salva al que busca salvarse / y danos tu gozo eterno. Amén.”

                 

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