miércoles, 10 de marzo de 2010

Día 22º. MIÉRCOLES TERCERO (10 de Marzo) Cuaresma 3, miércoles: Alabemos a Jesús que nos ha enviado Dios para darnos la ley de la libertad de los hijo


Día 22º. MIÉRCOLES TERCERO (10 de Marzo) Cuaresma 3, miércoles: Alabemos a Jesús que nos ha enviado Dios para darnos la ley de la libertad de los hijos de Dios
 
Los caminos que Dios enseña son justos y muy buenos, camino para la felicidad y la vida. Dios se dirige a los hombres como a una persona amada, por su nombre: «Escucha, Israel...» y sigue hablando de los mandamientos… En estos días de cuaresma trato de estar «a la escucha». «Para vivir» plenamente... Escuchar a Dios para vivir en plenitud. Ayúdame, Señor: que yo experimente, que tu Palabra escuchada sea «vida» para mí... como una respiración. Para así entrar en posesión de la tierra que Dios da. Que tu Palabra, Señor, sea mi "sabiduría", un alimento de mi espíritu. Que tus pensamientos lleguen a ser también mis pensamientos. Que tu manera de ver impregne mis modos de ver. Y todo ello en plena libertad. No como una coacción exterior obligatoria... sino como una fuente vivificante y profunda. No como algo mandado: “qué palo, hay que ir a misa…" sino quiero sentir como una necesidad interior aceptada de buen grado de quererte. Sin embargo, a veces dudamos: Tú te callas, pareces estar lejos de nosotros. Pero lo sé, estás ahí. Tú me miras en este mismo momento. Te interesas por mí y estás más cerca de mí que mi propio corazón (Noel Quesson).
“¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión! … Envía su mensaje a la tierra… le dio a conocer sus mandamientos. ¡Aleluya!” La paz, «shalom», es evocada inmediatamente, pues es contenida simbólicamente en el mismo nombre de Jerusalén.
Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos».
¿Qué son esos mandamientos tan importantes que hay que seguir? El amor. El que da es rico. El que se queda con todo es pobre. El pobre es el egoísta. Y hay una pobreza aún mayor: "Hay diversas clases de pobreza -cuenta la madre Teresa de Calcuta-. En la India hay gente que muere de hambre. Un puñado de arroz es precioso, valiosísimo. En los países occidentales, sin embargo, no hay pobreza en ese sentido. Nadie muere de hambre y ni siquiera abundan los pobres como en la India... Pero existe otra clase de pobreza, la del espíritu que es mucho peor. La gente no cree en Dios, no reza, no ama, va a lo suyo... Es una pobreza del alma, una sequedad del corazón que resulta mucho más difícil de "remediar". ¿Puedes tener tú esa pobreza? Pídeles a Jesús y a María que nunca caigas en esa pobreza de espíritu; que te ayuden a quererles cada día más y a acudir a ellos ante cualquier necesidad, y que te ayuden a querer a los demás. ¡Jesús, María, que no olvide rezar ni por la noche ni al levantarme! Que sea generoso: porque el verdaderamente "pobre" es el egoísta. Continúa hablando a Dios con tus palabras, pídele purificar este amor, con la forja donde se ponen los sentimientos en el fuego y se quema lo malo y se esculpe la imagen de Jesús en nosotros...
Cuentan que un obrero había encontrado un billete de mil dólares; no le llamó mucho la atención porque en América los billetes son iguales aunque tengan más valor y aquel papelito no le impresionó demasiado. Se lo guardó en un bolsillo, varios días más tarde, al pasar por un Banco, entró a preguntar cuánto valía. Casi se desmaya cuando se lo dijeron, pues la suma equivalía a tres meses de su jornal...
No es raro encontrarse con gente que no sabe lo que tiene; puede ser un cuadro de un pintor famoso, un objeto antiguo, unas monedas raras, unos sellos valiosísimos... Cuando nos enteramos, solemos sentir una especie de envidia. No se nos ocurre pensar que nosotros también tenemos un tesoro que quizá no apreciamos: El Sacramento de la Penitencia es esa forja donde se realiza ese milagro. Tal vez al recibirlo frecuentemente y sepamos que no sólo sirve para perdonar los pecados graves, sino también los leves; que aumenta la gracia santificante y nos proporciona una gracia especial para rechazar las tentaciones... Sin embargo, a lo mejor nos parece que no nos aprovecha demasiado, que no nos hace mejores; que nos acusamos una y otra vez de los mismos pecados, inútilmente... Si eso pensamos, lo más probable es que nuestras confesiones no sean buenas. La Penitencia es un sacramento que Jesús pagó con su vida. Debemos cuidar todo lo que tiene que ver con la confesión.
¿Hago bien el examen? ¿Pido perdón con dolor? ¿Digo los pecados en concreto y también los veniales? ¿Hago propósito de no volver a cometerlos? ¿Cumplo la penitencia? Continúa hablándole a Dios con tus palabras.
Trataba de burlarse un individuo de las mujeres que van a confesarse, diciendo:
- Por cada hombre que se confiesa, se confiesan treinta mujeres.
Una señora que le oía le contestó al momento:
- Es verdad. Y, quizás por eso mismo, en las cárceles, por cada mujer hay treinta hombres.
No suelen ser los que van a la cárcel quienes se confiesan con más frecuencia. Quizás tengan algo que ver entre sí esas dos estadísticas.
El santo cura de Ars procuraba, con toda su alma, acercar a los fieles a la recepción frecuente de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Solía decir: “No todos los que se acercan son santos. Pero los santos serán siempre escogidos entre aquellos que los reciben con frecuencia”. Y otro gran sacerdote decía: “un santo es un cristiano que se confiesa”.
La gracia de Dios que nos llega por esos dos sacramentos no circula en vano por nuestra alma, algo hace en nosotros (Agustín Filgueiras Pita).
Desagravio. ¡Señor perdónales porque no saben lo que hacen! Estas fueron casi las últimas palabras que Jesús dijo antes de morir en la Cruz. Dios perdona siempre que le pedimos perdón, pero desafortunadamente no todos los hombres tienen la costumbre de pedir perdón y de terminar con cosas o actitudes que ofendan al Señor. Ese cine que proyecta películas desaconsejadas, una conversación salida de tono, cuando se leen noticias en las que se informa de alguien que asesina o secuestra, cuando te enteras de alguien que roba o engaña, cuando pasas por delante de uno de esos sitios en los que se ofende a Dios, ¿te acuerdas de pedir perdón por esa gente que no sabe lo que hace? ¡Jesús perdónales porque no se dan cuenta! Coméntale a Dios con tus palabras algo de o que has leído  (José Pedro Manglano).
 
 
 

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