martes, 9 de febrero de 2010

Tiempo ordinario, IV semana, lunes: David huye y está humillado, pero tiene fe, hace el camino de Getsemaní que hará Jesús, a quien vemos hoy sufrir e

Tiempo ordinario, IV semana, lunes: David huye y está humillado, pero tiene fe, hace el camino de Getsemaní que hará Jesús, a quien vemos hoy sufrir el rechazo por perderse los puercos, pero él prioriza la salud del endemoniado, que le muestra gratitud
 
Samuel 15,13-14.30;16,5-13a. En aquellos dias, uno llevó esta noticia a David: «Los israelitas se han puesto de parte de Absalón.» Entonces David dijo a los cortesanos que estaban con él en Jerusalén: «¡Ea, huyamos! Que, si se presenta Absalón, no nos dejará escapar. Salgamos a toda prisa, no sea que él se adelante, nos alcance y precipite la ruina sobre nosotros, y pase a cuchillo la población.» David subió la cuesta de los Olivos; la subió llorando, la cabeza cubierta y los pies descalzos. Y todos sus compañeros llevaban cubierta la cabeza, y subian llorando. Al llegar el rey David a Bajurin, salió de allí uno de la familia de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá, insultándolo según venia. Y empezó a tirar piedras a David y a sus cortesanos toda la gente y los militares iban a derecha e izquierda del rey , y le maldecía: «¡Vete, vete, asesino, canalla! El Señor te paga la matanza de la familia de Saúl, cuyo trono has usurpado. El Señor ha entregado el reino a tu hijo Absalón, mientras tú has caído en desgracia, porque eres un asesino.» Abisay, hijo de Seruyá, dijo al rey: «Ese perro muerto ¿se pone a maldecir a mi señor? i Déjame ir allá, y le corto la cabeza! » Pero el rey dijo: «¡No os metáis en mis asuntos, hijos de Seruyá! Déjale que maldiga, que, si el Señor le ha mandado que maldiga a David, ¿quién va a pedirle cuentas?» Luego dijo David a Abisay y a todos sus cortesanos: «Ya veis. Un hijo mio, salido de mis entrafías, intenta matarme, ¡y os extraña ese benjaminita! DejadIo que me maldiga, porque se lo ha mandado el Señor. Quizá el Señor se fije en mi humillación y me pague con bendiciones estas maldiciones de hoy.» David y los suyos siguieron su camino.
 
Salmo 3,2-3.4-5.6-7. R. Levántate, Señor, sálvame.
Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mí; cuántos dicen de mí: «Ya no lo protege Dios.»
Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. Si grito, invocando al Señor, él me escucha desde su monte santo.
Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor.
 
Evangelio según san Marcos 5,1-20. En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.
Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.
Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.
 
Comentario: 1. 2S 15.13-14.30.16,5-13a. La historia de David se ensombrece. En el reino del Norte le siguen considerando un «usurpador» en contra de la familia de Saúl. Su propio hijo Absalón -quizá por haberse visto postergado por Salomón, el hijo de Betsabé-, se rebela contra su padre y se hace coronar rey, siguiéndole gran parte del pueblo. La escena es dramática. David descalzo, la cabeza cubierta, subiendo entre lágrimas por la cuesta de los Olivos, huyendo de su hijo para evitar más derramamiento de sangre. Soportando humildemente las maldiciones de Semeí, uno de los seguidores de la dinastía de Saúl, que aprovecha la ocasión para desahogarse y soltar en cara a David todos los agravios que lleva archivados contra él. Estos libros históricos interpretan siempre las desgracias y fracasos como consecuencia del pecado. Los fallos se pagan pronto o tarde. Ahora David se siente rodeado de enemigos -como expresa el salmo- pero él a su vez había sido protagonista activo de intrigas y violencias en años anteriores. El libro no ahorra, al hablar de grandes hombres como David, el relato de sus debilidades.
La patética figura de David nos recuerda, precisamente en el Huerto de los Olivos, la de Jesús en los momentos dramáticos de su crisis ante la muerte. También él con lágrimas, abatimiento y sudor de sangre, tuvo que soportar el abandono o incluso la traición o la negación de los suyos. Esta vez con absoluta injusticia, porque en él sí que no había habido engaño ni malicia. Podemos vernos interpelados también nosotros. ¿Sabemos reconocer nuestras debilidades y culpas, aceptando humildemente las críticas que nos puedan venir, aunque nos duelan? Nuestras pequeñas o grandes ambiciones, ¿no nos han llevado alguna vez a injusticias y hasta violencias, pasando por encima de los derechos de los demás? No habremos matado a nadie, pero sí tal vez hemos despreciado a otros, o utilizado medios inconfesables para conseguir algo. Y puede ser que alguna vez tengamos que pagar las consecuencias. Sería bueno que hiciéramos con frecuencia una valiente autocrítica de nuestras actuaciones. Cuando hacemos examen de conciencia y sobre todo cuando celebramos el sacramento de la Reconciliación. Entonces no nos extrañaríamos que otros también se hayan dado cuenta de nuestros fallos y nos lo hagan notar. La grandeza de una persona, como aquí la de David, se ve sobre todo en el modo de reaccionar ante las adversidades y la contradicción. Lo que nunca hemos de perder es la confianza en Dios y la ilusión por el futuro. También a través de los fracasos humanos, y del pecado, sigue escribiendo Dios su historia de salvación y nos va ayudando a madurar.
-David huye ante su hijo Absalón. Hemos meditado la «profecía de Natán» que prometía la estabilidad a la dinastía de David hasta el final de los tiempos. De hecho veremos las intrigas, las bajezas, los homicidios. El trono real es una presa. Absalón dará muerte a su hermano Amnón, el primogénito de David por haber violado a su hermana. Un oficial de David dará muerte a Absalón, segundo hijo del rey. Adonías, el tercero que pretende la sucesión será ejecutado por orden de Salomón. Triste y sangrienta historia. Hoy se nos relata la historia de la «huida» de David. David ha envejecido: su hijo Absalón quiere arrebatarle la corona. El "conflicto entre generaciones" no es de hoy. El enfrentamiento entre los hijos mayores y sus padres es cosa de siempre. Te ruego, Señor, que, en los conflictos existentes en nuestras familias, tu perdón, tu reconciliación, puedan triunfar finalmente.
-David subía la cuesta de los olivos llorando, con la cabeza cubierta y los pies desnudos y todo el pueblo que le acompañaba llevaba la cabeza cubierta y subía llorando. Para huir de Jerusalén, David cruza el valle del Cedrón, llega al Huerto de los Olivos y sube a la colina de los olivos. Mil años después, precisamente en este mismo lugar, irá a refugiarse Jesús, huyendo también del odio. Misterio del sufrimiento humano. Misterio de los padres que sufren por sus hijos. Misterio de todos los sufrimientos que nos infligimos los unos a los otros. Misterio del hombre, víctima de otro hombre. Jesús no ha querido eximirse del dolor. Ha cargado con todo el sufrimiento humano... para transformarlo en esperanza de resurrección.
-Un hombre de la familia de Saúl, llamado Semei, salió maldiciendo a David y tirándole piedras. En la desgracia, vuelven a salir todos los antiguos rencores.
-Dejadle que me maldiga, si el Señor se lo ha mandado... Acaso el Señor mire mi aflicción y me devuelva el bien por esta maldición. Reconocemos aquí la grandeza de alma de David. Aceptó la humillación de la huida, para evitar que el conflicto con su hijo fuera sangriento... Ahora acepta la humillación de las injurias de uno de sus enemigos... Y se encomienda a Dios. En ese mismo lugar, recibirá Jesús el beso de Judas, la bofetada del servidor del sumo sacerdote, los latigazos de la flagelación... será abandonado de sus amigos... recibirá las maldiciones de sus enemigos. Al igual que David, Jesús pondrá su confianza en Dios, y perdonará a los que le hacen daño: "Perdónales, no saben lo que hacen". A la escalada de la violencia, David contrapone la misericordia, fruto de su experiencia de la misericordia de Dios con él. El destino trágico de David, frente a sus propios hijos, le lleva a comprender mejor la actitud de Dios con nosotros: El nos perdonó, ahora nos toca perdonar a nosotros (Noel Quesson).
No cuesta mucho mostrarse brillante en medio de la prosperidad o en los momentos de triunfo. La verdadera grandeza de un hombre se revela cuando es capaz de soportar con dignidad la pobreza o el fracaso. Por eso la grandeza del rey David nunca resplandece tanto como en esos momentos de su máxima humillación, cuando su hijo Absalón se ha hecho proclamar rey en Hebrón y la mayoría del pueblo le sigue. Para no caer en manos de su hijo, David ha de huir de Jerusalén. Abandonado de los suyos, sólo le acompañan los soldados mercenarios. El autor sagrado describe morosamente el itinerario del rey anciano, bajando por el torrente de Cedrón y subiendo por la montaña de los Olivos; itinerario doloroso que nos sugiere el que hará en sentido inverso el Hijo de David, Jesús, abandonado también de todos, antes de ser condenado y crucificado. En los inicios de su carrera, David había tenido que huir también al desierto, perseguido por Saúl, pero la juventud le permitía soportarlo todo, tenía toda una vida por delante, estaba seguro del favor de Dios y veía a cada momento cómo aumentaba el número de los simpatizantes que dejaban el partido de Saúl y se integraban al suyo. Ahora, viejo, gusta aquella amarga experiencia que había tenido que saborear Saúl de ver el vacío en su entorno, incluyendo a sus amigos y a su propio hijo. Pero mientras Saúl reaccionaba con desesperados golpes de ciego, como los intentos de matar a David y la liquidación de los sacerdotes de Nob, David se pone del todo en manos del Señor. No quiere que el arca lo siga al exilio, sino que manda al sacerdote Abiatar que la devuelva a la ciudad, seguro de que, si Yahvé quiere, le hará volver en paz, y, en caso contrario, "haga de mí lo que le parezca bien" (15,26). Traicionado por Ajitófel, de quien teme la ayuda que con su habilidad política pueda dar a Absalón, no desea que muera, sino que ora tan sólo porque fracasen sus consejos, y Dios oirá esa plegaria (17,14). Meribaal nieto de Saúl, tan generosamente tratado por David, se ha pasado también a Absalón. Un hombre de la familia de Saúl, Semeí, sigue a la caravana de fugitivos insultando y apedreando a David, mas éste no permite que ninguno se vuelva, antes ve ahí la mano de Dios, diciendo: "Un hijo mío, salido de mis entrañas, trata de matarme, ¡y os extraña ese benjaminita!" (16,11).
Dios recompensa esta fe generosa de David haciendo que todo acabe bien para él. De las tres únicas veces en que el autor de esta historia de la sucesión de David hace mención explícita de la intervención de Yahvé, la primera es cuando desaprueba el pecado de David, la segunda cuando, al nacer Salomón, dice que le «amó Yahvé» (12,24), y esa predilección es la clave para entender que llegue a reinar, con preferencia a otros hermanos que tenían más derechos que él. La tercera es ésta: "Es que el Señor había determinado hacer fracasar el plan de Ajitófel, que era el bueno, para acarrearle la ruina a Absalón" (17,14; H. Raguer).
2. Es el salmo de la huida de David, de palacio y de la ciudad santa a causa de la rebelión de su hijo Absalom. Se queja a Dios de sus enemigos, no obstante, confía en Dios como en su protector poderoso. Recuerda la satisfacción que obtenía en las favorables respuestas que Dios daba a sus oraciones, así como su experiencia de la bondad de Dios hacia él. Triunfa sobre sus temores y sobre sus enemigos.
Estaba en gran peligro; el complot era fuerte, formidable el partido de sus enemigos, y a la cabeza de ellos su propio hijo, de forma que su situación parecía extrema; pero fue entonces cuando se asió del poder de Dios. Los sustos y los peligros nos habrían de conducir a Dios, en lugar de alejamos de El. Era provocado por aquellos de quienes tenía motivos para esperar mejores cosas: por su hijo, con quien había sido indulgente, y por sus súbditos, a quienes había colmado de beneficios. Padecía por su pecado en el asunto de Urías, pues éste era el mal por el que Dios le había amenazado con la rebelión de su misma casa (2 S. 12:11); pero no por eso perdió su confianza en el poder y en la bondad de Dios, ni desesperó de obtener su socorro. Incluso nuestro pesar por el pecado no ha de estorbar ni nuestro gozo ni nuestra esperanza en Dios. Parecía una cobardía huir delante de Absalom y abandonar la ciudad santa antes de haber librado una sola batalla; sin embargo, por lo que vemos en este salmo, estaba lleno de santa valentía, surgida de su fe en Dios. En estos tres versículos apela a Dios. ¿A quién sino a Él deberíamos acudir cuando algo nos apena o nos asusta? David acude a Dios:
Con una profesión de su dependencia de Dios (v. 3). cuando sus enemigos dicen: «No hay para él salvación en Dios» (v. 2), él clama con tanto mayor seguridad (v. 3): «Mas tú, Yahweh, eres escudo alrededor de mí para defenderme, ya que mis enemigos me rodean por todas partes; tú eres mi gloria y el que levanta mi cabeza.» Sí, en el peor de los casos, los hijos de Dios pueden levantar con gozo la cabeza, sabiendo que todo cooperará para su bien, reconocerán que es Dios quien les levanta la cabeza, dándoles motivo para regocijarse y corazón para regocijarse.
David se ha asido de su Dios ante la oposición sañuda de los que se sublevaban contra él, y había ganado valor y confianza para mirar hacia arriba cuando, mirando en tomo suyo, todo servía para causarle desánimo. Ahora mira hacia atrás con agradables reflexiones, y hacia delante con agradable expectación de un feliz resultado al que había de dar paso en breve la oscura situación en la que al presente se hallaba.
David había sido ejercitado en muchas dificultades, se había visto con frecuencia oprimido y en grave aprieto; pero siempre había hallado en Dios al Todo-suficiente.
Sus apuros le habían puesto siempre de rodillas y, en medio de todos sus peligros y dificultades, había podido prestar a Dios su reconocimiento y levantar a él el corazón y la voz (v. 4): «Con mi voz clamé a Yahweh.»
Siempre había hallado a Dios dispuesto a responder a su oración: «Y Él me respondió desde su monte santo», el monte santificado por la presencia del arca, de sobre la cual solía responder a quienes le buscaban. Cristo ha de ser entronizado Rey sobre Sión, el monte santo de Dios (2:6) y mediante tal Intercesor, al que el Padre escucha siempre, son escuchadas nuestras oraciones.  
David se había encontrado siempre a salvo bajo la protección divina (v. 5): «Yo me acosté y dormí, tranquilo y seguro, y desperté con nuevas fuerzas, porque Yahweh me sostenía.» (a) Esto es aplicable a las bendiciones ordinarias de cada noche, de lo que habríamos de dar gracias, tanto en privado como en familia, cada mañana. (b) Pero aquí parece referirse a la maravillosa calma y seguridad del ánimo de David en medio de sus peligros. Habiendo encomendado, en oración, su persona y su causa a Dios, y estando seguro de su protección, su corazón estaba tranquilo y en paz.
Dios había quebrantado con frecuencia el poder y la maldad de los enemigos de David, dejándolos confusos («heridos en la mejilla») y sin poder («con los dientes quebrantados»), v. 7.
Sus temores estaban silenciados (v. 6): «No temeré a diez millares de gente, ya sea de invasión extranjera o de sublevación intestina, que pongan sitio contra mí, acampando en derredor de mí.» Cuando David huía de Absalom, le pidió a Sadoc que volviese el arca de Dios a la ciudad y, dudando del resultado de la contienda, concluyó en actitud de humilde penitente: «Aquí estoy; haga de mí lo que bien le parezca» (2 S.15:26). Pero ahora, en actitud de firme creyente, habla confiadamente y sin temor acerca del resultado.
Sus oraciones rebosaban ánimo y aliento (v. 7). Creía en Dios como en su Salvador, aun cuando oraba con urgencia: «Levántate, Yahweh; sálvame, Dios mío.»
Su fe salió triunfante. Comenzó el salmo quejándose de la fuerza y malicia de sus enemigos, pero lo concluye gozándose en el poder y la gracia de su Dios, pues ve que los que están con él son más que los que están contra él. Basa aquí su confianza en dos grandes verdades: (a) «La salvación es de Yahweh» (v. 37:39; Jon. 2:9; Ap. 7:10; 19:1). Él tiene poder para salvar, por muy grande que sea el peligro en que nos hallemos. (b) «Tu bendición sobre tu pueblo» (lit.). No sólo tiene Dios poder para salvarles, sino también para asegurarles su gracia y sus bendiciones; de ello podemos estar seguros, aunque no sean visibles los efectos de tales bendiciones.
3.- Mc 5,1-20 (ver paralelos: Mt 8,28-34 y Lc 8,26-39). * La imagen de dos mil puercos precipitándose monte abajo es sorprendente, no sabemos si le piden a Jesús que se marche por la perplejidad de la obra buena (recuperar el juicio y la vida de una persona que daban por perdida), y el desastre de los animales perdidos. Estamos dentro de la ambigüedad de los porqueros, que hacen una actividad pecaminosa: los rituales judíos prohíben comer cerdo, seguramente por la extensión de la triquinosis, difícil de controlar en ciertos climas, y mortal. Por eso, la explotación de esos animales es impura, pecado para los judíos. Socialmente, los porqueros eran pecadores. En este sentido, la liberación de los demonios puede dar un sentido simbólico a los puercos, como decía S. Tomás en relación con el hijo pródigo: el pecado abarca los dominios de la voluntad, la ofensa se ve por el abandono del Padre pero también en el agravio a su persona que es el dedicarse a guardar puercos. Lo acerca a ese estado animal cuando se hace bajo la vista y apetece lo que es tierra, haciéndose él mismo tierra, tal es la pérdida de aquella herencia que reciben los hijos de Dios, reflejada en la parábola (Enarr. in ps. 18, 2, 13: PL 36, 163).
El desconcierto ahí descrito podemos sentirlo cuando estamos aferrados a lo nuestro, y lo perdemos. Por ejemplo, el campesino siente algo de esto cuando pierde una cosecha (ahora la tienen asegurada muchas veces), o el accionista cuando sus acciones caen de valor. Jesús prioriza las personas, como nosotros hemos de ocuparnos del hambre en el tercer mundo y tantas guerras injustas. Helder Cámara decía: «El egoísmo es la fuente más infalible de infelicidad para uno mismo y para los que le rodean».
** Pero de entre diversos aspectos que resaltan en este milagro, nos fijaremos en el contrapunto de la curación: la contradicción a la que Jesús es sometido, el desprecio por el que le piden –con cierto miedo- que se vaya. En muchos lugares del Evangelio veremos las dificultades a las que se enfrenta Jesús (en Mt. 8, 23 se ve la tempestad, imagen de tantas contrariedades). Se nos dirá en otro lugar: “carísimos, cuando Dios os pruebe con el fuego de la tribulación, no os extrañéis, como si os aconteciese una cosa muy extraordinaria” (1 Pet. 4, 12); “si el mundo os aborrece, sabed que antes me aborreció a mí” (Jn. 15, 18). Desde la persecución de Herodes, el mal amenaza a Jesús, y Él confía siempre en el Señor: “Ad te, Domine, levavi animam meam” (Ps 24, 1): “a ti, Señor, he elevado mi alma”. Veremos intrigas y calumnias incomprensibles, lágrimas pero no dejan de acompañarle la alegría y la paz de hacer la voluntad de Dios. De alguna manera seguir a Jesús es también acoger la cruz, y esas reacciones en contra. A lo largo de la historia, en las tormentas los cristianos acuden muchas veces a Jesús: “¡Maestro, que perecemos!”, pero aferrados a Jesús y a su cruz, como decía S. Cipriano: “Ésta es la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios: éstos, en la adversidad, se quejan y murmuran; a nosotros las cosas adversas no nos apartan de la virtud, sino que nos afianzan en ella”.
Además, “si no hay dificultades, las tareas no tienen gracia humana..., ni sobrenatural. —Si, al clavar un clavo en la pared, no encuentras oposición, ¿qué podrás colgar ahí?”, decía San Josemaría Escrivá; los obstáculos son providencia de Dios, para fortalecer a unos, y para santificar a todos: “Pero no olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que El permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios”. Algunas veces se levantan voces en contra, a nuestro alrededor o dentro de nosotros. Y Dios guarda silencio; y la presión del ambiente es fuerte… pero hay que ver el aspecto positivo de las cosas. Lo que parece más tremendo no es tan negro, no es tan oscuro. Si se puntualiza, si se concretan puntos para mejorar, no se llega a conclusiones pesimistas. Como un buen médico no dice, al ver a un paciente, que todo él está podrido, hay que tener confianza en las personas, y en la providencia divina, que de todo saca bien, que al final pone las cosas en su sitio, que al final la verdad se abre paso... Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad. Una oración de Santa Teresa de Jesús lo expresa admirablemente: Nada te turbe / Nada te espante /Todo se pasa / Dios no se muda /La paciencia todo lo alcanza / quien a Dios tiene / Nada le falta / Sólo Dios basta”.
La maledicencia de algunos, los chismes y diretes, son parte de esa cruz que es la señal del cristiano: “Así esculpe Jesús las almas de los suyos, sin dejar de darles interiormente serenidad y gozo, porque entienden muy bien que -con cien mentiras juntas- los demonios no son capaces de hacer una verdad: y graba en sus vidas el convencimiento de que sólo se encontrarán cómodos, cuando se decidan a no serlo.” S. Gregorio decía: “la hostilidad de los perversos suena como alabanza para nuestra vida, porque demuestra que tenemos al menos algo de rectitud en cuanto que resultamos molestos a los que no aman a Dios: nadie puede resultar grato a Dios y a los enemigos de Dios al mismo tiempo”. El desarrollo de la Iglesia se ha fundamentado en tantas contrariedades: “la sangre de los mártires es semilla de los cristianos”, se decía. Como en el trigo, los golpes que lo esparcen a los cuatro vientos supone no una pérdida, sino llegar a sitios más lejanos.
*** Dentro del ambiente de desagradecimiento, vemos la alegría del que había sido poseído, que muestra gratitud hacia el Señor. En todas las curaciones de alma y cuerpo, la alegría de bien hecho es mucho más fuerte que el mal, envidias y rencores. El que ha sido curado es agradecido. Quiere seguir a Jesús, quien le indica lo que hace unos días vimos que le decía también al que curó de la parálisis: “vete a tu casa”. Jesús no “explota” su ascendencia sobre quien le “debe un favor”, hoy se está viendo como muchas relaciones humanas se dejan llevar por el “chantaje emocional”, al sentirse acogido uno puede quedarse ahí: se ve amado, se encuentra a gusto, y se queda. Puede ser –como en toda conversión- un signo de cómo Dios actúa a través de las circunstancias, cómo se nos quiere, o un favor que se nos hace puede ser una pista divina de que “la cosa va por ahí”. Por eso en algunos casos siguen a Jesús en el camino, como Bartimeo, el ciego de Jericó. Pero en otros casos no es así. Esto nos sugiere cómo hemos de ayudar a cada uno a encontrar su camino, sin aprovecharnos de esas circunstancias como son el afecto que la gente nos tiene por lo que le hemos ayudado, es decir no caer en el servilismo que es chantaje emotivo, que denota debilidad e inseguridad en quien lo practica y servidumbre en quien lo padece. Porque vemos cómo se usan los sentimientos como arma: “no me esperaba esto de ti, con lo mucho que he hecho por ti…”, la negación a aceptar las exigencias del otro se califica de traición a la amistad o el cariño. De una forma inconsciente o voluntaria, se presiona a otras personas, víctimas del chantaje emocional, para que actúen, digan o piensen de una determinada manera, aunque vaya en contra de sus principios. Esto puede ocurrir en toda relación: familiar, eclesial, de amistad, profesional… (quizá en la cultura de “la tienda” se toma aprecio a un dependiente, a quien se confían cosas de más confianza, y se le hace notar que es “casi de la familia”, pero no se le recompensa con una relación laboral justa: salarial, o las horas de trabajo que se extienden sin motivo justo, por esa presión psicológica de no faltar a la confianza. Por eso, donde no hay una relación laboral clara hay una especie de “mafia”, basada en medias promesas y chantaje de este tipo). Cuando una persona se convierte a Dios hay que ayudarla a discernir también en sus pasos, para que no se sienta obligada a unirse al medio por el que ha encontrado a Dios: en un caso será así, en otro no… es sorprendente la libertad de Jesús: “vete a tu casa”. A unos el Señor le pide un seguimiento que implica dejarlo todo, pero en muchos casos el consejo es: “Vete a casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti.” Es un volver a lo de antes, pero con una luz nueva, la luz de la fe que hace ver las cosas como las ve Dios. Hace días tuvimos una Misa por un difunto, y la viuda me comentó después: “quisiera ver las cosas como lo ha dicho usted (es decir, como la Iglesia nos enseña), le he pedido a Dios ver todo así, como la fe nos dice”. En vez de debilitar las cosas humanas, la fe nos da más amor, una razón renovada para hacer todo.
Es pintoresco y sorprendente el episodio que hoy nos cuenta Marcos, con el endemoniado de Gerasa. Se acumulan los detalles que simbolizan el poder del mal: en tierra extranjera, un enfermo poseído por el demonio, que habita entre tumbas, y el destino de la legión de demonios a los cerdos, los animales inmundos por excelencia para los judíos. Seguramente quiere subrayar que Jesús es el dominador del mal o del maligno. En su primer encuentro con paganos -abandona la tierra propia y se aventura al extranjero en una actitud misionera- Jesús libera al hombre de sus males corporales y anímicos. Parece menos importante el curioso final de la piara de cerdos y la consiguiente petición de los campesinos de que abandone sus tierras este profeta que hace cosas tan extrañas. Probablemente el pueblo atribuyó a Jesús, o mejor a los demonios expulsados por Jesús, la pérdida de la piara de cerdos que tal vez habría sucedido por otras causas en coincidencia con la visita de Jesús. El evangelio recogería esta versión popular.
La Iglesia ha sido encargada de continuar este poder liberador, la lucha y la victoria contra todo mal. Para eso anuncia la Buena Nueva y celebra los sacramentos, que nos comunican la vida de Cristo y nos reconcilian con Dios. A veces esto lo tiene que hacer en terreno extraño: con valentía misionera, adentrándose entre los paganos, como Jesús, o dirigiéndose a los neopaganos del mundo de hoy. También con los marginados, a los que Jesús no tenía ningún reparo en acercarse y tratar, para transmitirles su esperanza y su salvación. Después del encuentro con Jesús, el energúmeno de Gerasa quedó «sentado, vestido y en su juicio».
Todos necesitamos ser liberados de la legión de malas tendencias que experimentamos: orgullo, sensualidad, ambición, envidia, egoísmo, violencia, intolerancia, avaricia, miedo. Jesús quiere liberarnos de todo mal que nos aflige, si le dejamos. ¿De veras queremos ser salvados? ¿decimos con seriedad la petición: «líbranos del mal»? ¿o tal vez preferimos no entrar en profundidades y le pedimos a Jesús que pase de largo en nuestra vida? En Gerasa los demonios le obedecieron, como le obedecían las fuerzas de la naturaleza. Pero los habitantes del país, por intereses económicos, le pidieron que se marchara. El único que puede resistirse a Cristo es siempre la persona humana, con su libertad. ¿Nos resistimos nosotros, o nos de jamos liberar de nuestros demonios? (J. Aldazábal).
Hay un detalle interesante: los habitantes de la región demuestran un doble sentimiento: por una parte, Jesús es para ellos un ser superior; pero, por otra, es una especie de ruina. Ellos intuyen que el mensaje, por muy liberador y benéfico que sea, los obligará a trastornar sus modos rutinarios de vida. Por eso, "empezaron a suplicar a Jesús que se fuera de aquella región". Probablemente esto era un eco de las desilusiones de aquellos primeros predicadores en tierra pagana, los cuales no siempre recibían reconocimiento por la predicación de un mensaje liberador y abierto a todos. Y es que el hombre oprimido y alienado no siempre quiere ser liberado de su alienación. Por eso, el Evangelio no puede ser impuesto a nadie, por muy liberador que se presente (edic. Marova).
El endemoniado de Gerasa (5,1-20) Merece una atención particular por varios motivos. No puede negarse que en esta narración se mezclan rasgos populares, pintorescos y no carentes de cierto humorismo; por ejemplo, ese detalle de los demonios que piden permiso para entrar en los puercos y precipitarse luego en el mar. Por otra parte, el análisis crítico no tendría muchas dificultades en encontrar en el relato varias incoherencias, repeticiones, lagunas, que dejan traslucir ciertas adaptaciones y algunos manejos redaccionales. Pero no es esto lo que aquí nos interesa. Si lo leemos con ojos penetrantes y con el deseo de descubrir allí un mensaje (y es ésta sin duda la intención del evangelista), entonces el relato nos revela ciertos detalles sorprendentes y ricas intuiciones teológicas.
Jesús llega a la región de los gerasenos, o sea, a un territorio pagano: la presencia del Reino no se limita a los confines de Israel. Vive por allí, lejos de los poblados, entre los sepulcros, un hombre poseído por el espíritu maligno. La sociedad, como siempre, lo ha marginado. Es la forma más rápida de resolver los problemas: se encierra al enfermo en su enfermedad y se le deja inmóvil en su situación, para que no moleste. Pero la vocación de Jesús es la de acercarse a los que ha apartado la sociedad. El desarrollo del relato mostrará -y no es ésta ciertamente la enseñanza menos importante- que son éstos precisamente los que le están esperando, abiertos a la curación y al perdón.
El endemoniado hace gestos insensatos y descompuestos: "andaba siempre, día y noche, entre los sepulcros y por los montes, gritando e hiriéndose con piedras" (5,5). Es un pobre hombre desquiciado, privado de sus facultades mentales, que no es dueño de sí mismo y se ha convertido en su propio enemigo. Quizás sea éste el mal que ha venido Cristo a combatir, ese mal misterioso que hoy llamamos "alienación" que divide al hombre en lo más profundo de sí mismo y lo empuja contra sí mismo. Jesús no ha venido solamente a reparar una injuria cometida contra Dios. A no ser que por injuria contra Dios se entienda esa alienación que nos aparta de su amor y de nosotros mismos.
El relato indica que el encuentro con Jesús (esto es, la llegada del Reino de Dios) no es únicamente una curación, sino una verdadera liberación, un encontrarse a sí mismo, una reconquista de la propia autenticidad. La gente que acude contempla sorprendida que el endemoniado estaba ahora "sentado, vestido y en su sano juicio". De un ser dividido e insociable Jesús ha hecho un hombre dueño de sí mismo, lo ha convertido en un hermano.
Los gerasenos se admiran de lo ocurrido, pero cuando se enteran de lo que ha pasado con los cerdos, que se habían precipitado en el lago le invitan a Jesús que se aleje de su territorio. Se asombran de la trasformación conseguida por Jesús y quizás incluso lo aprecian, pero creen que es demasiado el precio que han tenido que pagar por ello. La liberación de un hombre vale menos que una piara de puercos. Optan por la solución menos costosa (obligados por el bien común, ¡naturalmente!), mientras que para Jesús conducir a un hombre a su dimensión humana parece tener un valor mucho más alto que cualquier otra consideración.
El relato nos ofrece un último detalle, "mientras subía Jesús a la barca, el hombre que había tenido el espíritu malo le pidió que lo dejara ir con él" (5,18). Pero Jesús no se lo permitió; ¿por qué? Quizás porque la hora de los paganos no había llegado todavía. O quizás también para que quedase claro que Cristo -expulsado por los hombres (que hablan muchas veces de liberación, pero que la rechazan apenas se dan cuenta de que tiene un precio que pagar)- deja, a pesar de todo, junto a ellos un testigo: "Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti" (5, 19; Bruno Maggioni).
¿Qué hace el demonio? "Nadie se atrevía a transitar por aquel camino" (v. 28). Las fuerzas del mal atacan al hombre, le desvían de su ruta normal, le impiden realizar su camino humano y cristiano: realizarse como hombre y como hijo de Dios. El pecado siempre es antihumano aun cuando tome la apariencia de ser su placer o su bien.
Discernimiento para desenmascarar a Satán: "aquél que impide al hombre pasar".
El demonio tiene claridad de mente, esa lucidez extraordinaria que le hace ver más claro que los hombres.
"Antes de tiempo". Parece hacer alusión a la hora del juicio final, en la que todas las fuerzas del mal serán reducidas a la impotencia... ¡los demonios lo saben! Pero Jesús va a anticipar ese día para que todos tengamos confianza en esta victoria final y definitiva.
Cuando Jesús anuncia su glorificación por la muerte en Jn 12. 31: "ahora es el juicio de este mudo, ahora el príncipe de este mundo será echado abajo" y dice la nota de la Biblia de Jerusalén: "Satán dominaba el mundo (1 Jn 5. 19: sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno) y la muerte de Jesús libra a los hombres de su tiranía".
Col 1,13-14 "Nos libró del poder de los tinieblas y nos trasladó el Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención, el poder de los pecados".
v. 30-32 "Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando. Los demonios le rogaron: Si nos echas, mándanos a la piara. Jesús les dijo: Id. salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua".
Un detalle chocante pero lleno de una enorme ironía: "el Príncipe de este mundo será echado abajo". Tan abajo que su "habitat" natural, la casa que le corresponde por derecho es el animal más inmundo para la mentalidad judía.
El mar es el abismo. También la Bestia del Ap 19. 20 es precipitada en el mar.
Desde la muerte y resurrección de Jesús el demonio ya no tiene poder sobre el hombre. Solamente el poder que el hombre mismo le concede.
Por eso dice S. Juan Crisóstomo: "Quam stultus est homo ille quem canis, in catena positus, mordet."
El relato termina con la declaración de un fracaso dramático. "Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país".
Esta es la paradoja del evangelio: Jesús viene a expulsar los demonios y Jesús es expulsado.
La gente no quiere comprometerse: teme perder a sus cerdos. Vive tranquila en su egoísmo.
Esta semana entraremos en una fase de la vida de Jesús en la que se acentúa la formación práctica de sus discípulos a su misión futura. 
-milagros muy significativos realizados delante de ellos solos, sin la presencia de la muchedumbre...
-envío en misión para un primer período de prácticas de apostolado...
-Jesús y los doce atravesaron el lago y fueron al país de los Gerasenos.
Algo muy importante para Marcos ¡que escribe para paganos convertidos, en Roma! Es la primera vez que Jesús pasa voluntariamente una frontera, y que toma contacto con el mundo pagano de su tiempo. Se lleva consigo a sus "doce".
Gerasa, ¡país de misión! "x –el mío…-, país de misión", el mundo entero, país de misión.
Como Jesús, ¿me preocupo yo de todos los que aún ignoran el evangelio? Hay sectores humanos no evangelizados en todas partes.
-Un hombre poseído de un "espíritu impuro" fue al encuentro de Jesús... Tenía su morada en los "sepulcros"... y ni aun con "cadenas", nadie podía sujetarle... Pues muchas veces le habían puesto "grillos" y cadenas... Pero los había roto.. y nadie podía dominarle.
Todos estos términos tienen un valor simbólico: tratan de sugerir la situación verdaderamente dramática del "hombre no-evangelizado".
Está dominado por fuerzas oscuras: Jesús pondrá en evidencia enseguida, la potencia maléfica y prolífera de esas fuerzas... "Mi nombre es Legión, pues ¡somos muchos!" (La "legión" romana constaba de 6.000 soldados).
Visto por un judío, el pagano es un hombre condenado a la muerte; vive ya "en los sepulcros" en medio de la podredumbre y de osamentas impuras. Los "cerdos", animales impuros y repugnantes para un judío, son su única compañía: le está prohibido comer su carne (Lv 11,7-8).
En fin, el hombre no-evangelizado es un hombre "trabado" "encadenado", no libre. ¿No conservo quizá yo mismo también algunas cadenas y ligaduras? Todas estas imágenes nos dejan adivinar la importancia del gesto misionero que va a hacer Jesús: ¡Viene para liberar al hombre! Cualquiera que sea su degradación -aquel geraseno era un verdadero "monstruo" humano- ¡el hombre puede ser radicalmente curado y transformado por Jesús!
He aquí la buena nueva. Las miIes de pasiones que lo deformaban, la Legión de demonios que lo habitaban, han sido vencidos. Jesús es más fuerte que las fuerzas maléficas del hombre.
-Las gentes fueron a ver lo que había sucedido... Ven al endemoniado "sentado", "vestido" y en su "sano juicio"...
El hombre se fue y comenzó a predicar en la Decápolis cuanto le había hecho Jesús. De un bruto inmundo Jesús ha hecho un hombre equilibrado, normal, un hombre en su "sano juicio", un hombre cuya vida tiene un sentido, e incluso un apóstol, pues va a los suyos -paganos como él antes- y les anuncia la buena nueva de la transformación que Jesús ha obrado en él.
Dos advertencias para orar a partir de este texto: la frontera del paganismo pasa por nuestro propio corazón -hay en mí algunos sectores que hay que salvar-... la misión es una característica esenciaI de la Iglesia- hay que ir hacia todos aquellos que esperan aún su liberación, sin encerrarse en el medio cristiano (Noel Quesson).
Del paso de Marcos he escogido sólo el final del episodio del endemoniado curado, porque es la parte más interesante para nuestra reflexión.
Mientras Jesús se vuelve a la barca, el endemoniado curado "le pedía ir con él". Tenemos ante todo una oración: este hombre quisiera estar con Jesús. En el original griego, las palabras son las mismas que Marcos ha usado ya en 3,14, donde se dice que Jesús designó a los Doce "para que estuvieran con él". La expresión "estar con él" describe la vocación apostólica, el ir con Jesús itinerante para ser enviados luego por él: describe la llamada de los Doce, de quienes participan continuamente en el ministerio del Maestro y están con él en la función de la Iglesia, es decir, los apóstoles.
Así que el hombre curado pide formar parte del grupo, y recibe una respuesta dura que nos recuerda otras respuestas duras; por ejemplo, la proporcionada a la mujer cananea, sobre la que meditamos la pasada vez. El evangelista Marcos dice: "No le dejó" estar con él, o sea formar parte de quienes abandonándolo todo le seguían viajando por Palestina. La dureza de la respuesta se ve mejor si la comparamos con 5,37, cuando Jesús está para entrar en la casa de Jairo, caya hija ha muerto, y "no permitió que le acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan". Quizá había mucha gente que quería entrar, tal vez por curiosidad; pero Jesús distinguió: estos tres, sí; los demás, no.
El mismo verbo griego usado por Marcos en el versículo 37 y para el endemoniado de Gerasa que quería seguirle, volvemos a encontrarlo en 1,35: Jesús "no dejaba hablar a los demonios porque le conocían". Jesús establece, pues, una delimitación neta: esto no es para ti, no es ésta tu vocación. Es una toma de posición negativa respecto a la vocación que uno pensaba tener.
Podemos imaginar la decepción de este hombre, que quisiera, lleno de reconocimiento por la curación, dejarlo todo y seguir a Jesús, llegando a ser apóstol, un enviado a todo el mundo. Pero hemos de examinar atentamente las palabras que siguen al rechazo: "...le dijo: 'Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales todo lo que el Señor, compadecido de ti, ha hecho contigo'. El se fue y comenzó a publicar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él, y todos se admiraban". Son palabras para meditar, pues describen la vocación de uno que, aun no siendo llamado como los Doce, tiene una vocación de verdadero seguimiento de Cristo y, en realidad, participa muy estrechamente de una llamada. El evangelista usa un lenguaje muy preciso: ¡Vete!; de alguna manera es un envío misionero, la orden para una misión.
¿Qué misión? Anuncia; y el verbo siguiente describe lo que debe hacer: proclama. "Anuncia y proclama". Anunciar y proclamar son términos típicos de la actividad evangelizadora de la Iglesia. Y eso sin ser misionero, sin haber sido llamado —pudiéramos decir hoy— a una vocación de entrega total (o sea, dejando casa, familia, oficio): aquel hombre recibe una verdadera y auténtica misión de evangelización. El kerigma se le confía también a él: "¡Anuncia, proclama!"
¿Qué anuncia y proclama? "Lo que el Señor, compadecido de ti, ha hecho contigo". La proclamación se ciñe estrictamente a su propia persona; él proclama con la novedad de su propia vida, con su modo de actuar, con el cambio experimentado. Proclama con tal novedad que su incapacidad precedente de comunicar, de trabajar, de hacerse útil, ahora es capacidad de comunicar, de trabajar, de hacerse útil.
Hay, finalmente, otro aspecto determinante, característico, para captar el significado de esa vocación: "Vete a tu casa con los tuyos". Y, añade el evangelista "comenzó a publicar por la Decápolis". El, por el mandato que ha recibido, no debe abandonarlo todo, como Pedro, Santiago, los apóstoles; se le envía a su casa "con los tuyos". En su ambiente, en su realidad de vida, en su realidad de trabajo, en su sociedad y en su ciudad, la Decápolis, sociedad y ciudad paganas, ahí se le manda al geraseno proclamar la misericordia de Dios.
La vocación laical. Hemos descrito así algunas características de lo que podriamos llamar vocación laical.
Hay en la historia de la salvación vocaciones que no son idénticas a la de los Doce (las futuras vocaciones presbiteriales, sacerdotales, religiosas), sino que se manifiestan en su casa, en su trabajo, como verdadera respuesta a un mandato de Jesús, como verdadero anuncio del Reino.
Es la vocación laical en la Iglesia que Giorgio La Pira y Pier Giorgio Frassati tuvieron y vivieron, sin abandonar la propia condición de vida, se presentaron en ésta como signo de la misericordia de Dios. Las vocaciones laicales en sentido propio no son meras misiones; son verdaderos caminos de santidad que plasman en la historia figuras de gran valor, de relieve moral, social, teológico, sobrenatural.
Así se explica el atractivo de La Pira y de Pier Giorgio Frassati; ellos son, gracias a Dios, ejemplo y vanguardia de una multitud. ¡Cuántos otros podríamos enumerar! Difuntos que hemos conocido de cerca, y otros vivos aún entre nosotros, personas capaces de expresar la fuerza del reino de Dios en todos los campos del obrar humano.
El texto tan hermoso de La Pira que hemos escuchado, y que os invito a releer y reconsiderar, arranca de la intuición profunda de que cada bautizado participa de una vocación. Aun cuando no se dé la llamada a seguir a Jesús en un compromiso de entrega radical, dejando trabajo y casa, puede haber caminos de fulgurante santidad, caminos necesarios para manifestar toda la fuerza bautismal.
Preguntas para nosotros. También nosotros, también vosotros, pertenecemos todos a esta multitud de testigos de Cristo, testigos de la fuerza de la misericordia de Dios. Cada uno debe escuchar la propia llamada. Os dejo a vosotros el reflexionar principalmente sobre el interrogante central del paso que hemos leído: "¿Cómo podrías transcribir en las estructuras sociales, políticas v económicas del Estado los intentos de fraternidad, esenciales para el cristianismo, si no te interesas por esas estructuras? ¿Si no las renuevas cuando son viejas o desacertadas? ¿Cómo fermentar cristianamente el mundo —y formar, por tanto, una civilización cristiana y una sociedad cristiana— si esas estructuras escapan a tu acción orientadora sobre ellas?" (Carlo M. Martini).
Hoy encontramos un fragmento del Evangelio que puede provocar la sonrisa a más de uno. Imaginarse unos dos mil puercos precipitándose monte abajo, no deja de ser una imagen un poco cómica. Pero la verdad es que a aquellos porqueros no les hizo ninguna gracia, se enfadaron mucho y le pidieron a Jesús que se marchara de su territorio.
La actitud de los porqueros, aunque humanamente podría parecer lógica, no deja de ser francamente recriminable: preferirían haber salvado sus cerdos antes que la curación del endemoniado. Es decir, antes los bienes materiales, que nos proporcionan dinero y bienestar, que la vida en dignidad de un hombre que no es de los “nuestros”. Porque el que estaba poseído por un espíritu maligno sólo era una persona que «siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras» (Mc 5,5).
Nosotros tenemos muchas veces este peligro de aferrarnos a aquello que es nuestro, y desesperarnos cuando perdemos aquello que sólo es material. Así, por ejemplo, el campesino se desespera cuando pierde una cosecha incluso cuando la tiene asegurada, o el jugador de bolsa hace lo mismo cuando sus acciones pierden parte de su valor. En cambio, muy pocos se desesperan viendo el hambre o la precariedad de tantos seres humanos, algunos de los cuales viven a nuestro lado.
Jesús siempre puso por delante a las personas, incluso antes que las leyes y los poderosos de su tiempo. Pero nosotros, demasiadas veces, pensamos sólo en nosotros mismos y en aquello que creemos que nos procura felicidad, aunque el egoísmo nunca trae felicidad. Como diría el obispo brasileño Helder Cámara: «El egoísmo es la fuente más infalible de infelicidad para uno mismo y para los que le rodean» (Ramon Octavi Sánchez Valero).
San Marcos nos narra en el Evangelio de la Misa el pasaje que sucedió en la región de los gerasenos (Mc 5,1-20) en donde Jesús libera a un hombre poseído por una legión de demonios, quienes al ser expulsados entran en una piara de dos mil cerdos. Los cerdos corrieron hacia el mar y se ahogaron. Fue una gran pérdida económica para aquellos gentiles, pero recuperaron a un hombre. Sin embargo, sobre estas gentes pesa más el daño temporal que la liberación del endemoniado y rogaron a Jesús que se marcharan de su país. La presencia de Jesús en nuestra vida puede significar, alguna vez, perder un buen negocio porque no era del todo limpio, o, sencillamente que quiere que ganemos Su corazón con nuestra pobreza. Y siempre nos pedirá el Señor, para permanecer junto a Él, un desprendimiento real de los bienes, que señale la primacía de lo espiritual sobre lo material, y del fin último sobre los bienes temporales.
Todas las cosas de la tierra son medios para acercarnos a Dios. Si no sirven para eso, no sirven para nada. Más vale Jesús, que la vida misma. Seguir a Jesús no es compatible con todo. Hay que elegir, y renunciar a todo lo que sea un impedimento para estar con Él. Para eso, debemos tener enraizada en el alma una clara disposición de horror al pecado, pidiendo al Señor y a su Madre que aparten de nosotros todo lo que nos separe de Él: “Madre, líbranos a tus hijos –a cada uno, a cada uno- de toda mancha, de todo lo que nos aparte de Dios, aunque tengamos que sufrir, aunque nos cueste la vida” (Álvaro del Portillo, Cartas) ¿Para qué queremos el mundo entero si perdiéramos a Jesús?
La mayor necedad de los gerasenos fue no reconocer a Jesús que los visitaba. El Señor pasa cerca de nuestra vida todos los días. Si tenemos el corazón apegado a las cosas materiales, no lo reconoceremos; y hay muchas formas muy sutiles de decirle que se vaya de nuestra vida: deseo desordenado de mayores bienes, aburguesamiento, comodidad, lujo, caprichos, gastos innecesarios. Nosotros debemos estar desprendidos de todo lo que tenemos. El desasimiento hace de la vida un sabroso camino de austeridad y eficacia, y debemos estar vigilantes para no caer en estas formas de apegamiento a los bienes materiales. Nosotros le decimos al Señor después de la Comunión, las palabras de San Buenaventura: Que Tú seas siempre mi herencia, mi posesión, mi tesoro, en el cual esté fija y firme e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi corazón. Señor, ¿a dónde iría yo sin Ti? (Francisco Fernández Carvajal).
 
 

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