sábado, 20 de febrero de 2010

Sábado después de Ceniza: al reconocernos pecadores podemos recibir la misericordia divina

Sábado después de Ceniza: al reconocernos pecadores podemos recibir la misericordia divina

 

Libro de Isaías 58,9-14. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: "¡Aquí estoy!". Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan. Reconstruirás las ruinas antiguas, restaurarás los cimientos seculares, y te llamarán "Reparador de brechas", "Restaurador de moradas en ruinas". Si dejas de pisotear el sábado, de hacer tus negocios en mi día santo; si llamas al sábado "Delicioso" y al día santo del Señor "Honorable"; si lo honras absteniéndote de traficar, de entregarte a tus negocios y de hablar ociosamente, entonces te deleitarás en el Señor; yo te haré cabalgar sobre las alturas del país y te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, porque ha hablado la boca del Señor.

 

Salmo 86,1-6. Oración de David. Inclina tu oído, Señor, respóndeme, porque soy pobre y miserable; protégeme, porque soy uno de tus fieles, salva a tu servidor que en ti confía. Tú eres mi Dios: ten piedad de mí, Señor, porque te invoco todo el día; reconforta el ánimo de tu servidor, porque a ti, Señor, elevo mi alma. Tú, Señor, eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquellos que te invocan: ¡atiende, Señor, a mi plegaria, escucha la voz de mi súplica!

 

Evangelio según Lucas 5,27-32: En aquel tiempo, Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El, dejándolo todo, se levantó y le siguió. Leví le ofreció en su casa un gran banquete. Había un gran número de publicanos, y de otros que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: «¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?». Les respondió Jesús: «No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores».

 

Comentario: 1. Is. 58, 9-14. Seguimos escuchando lecturas del profeta Isaias que nos enseñan cuáles son los caminos de Dios, qué es lo que él quiere de nosotros en esta Cuaresma. Si ayer era el ayuno el que se relativizaba, para que fuera acompañado de obras de caridad, hoy es la observancia del sábado, otro de los puntos fuertes de los judios, y que aquí aparece alabado, pero en un marco más amplio de vida de fe. Se alaba lo que se hacía en este día del sábado: abstenerse de viajes, consagrar el día a la gloria de Dios, no tratar los propios negocios. O sea, que «el sábado sea tu delicia», o bien, que «el Señor sea tu delicia». Pero esto lo sitúa el profeta en un contexto de otras actitudes que vuelven a incidir en la caridad fraterna y en la justicia social: desterrar la opresión y la maledicencia, partir el pan con el hambriento. Entonces sí, «brillará tu luz en las tinieblas y el Señor te dará reposo permanente» y te llamarán «reparador de brechas».

Lo que el profeta dice con respecto al sábado -hay que observarlo, pero con un estilo de vida que supone bastantes más cosas- se nos dice hoy a nosotros con respecto a la Cuaresma. No se trata sólo de unos pocos retoques exteriores en la liturgia o en el régimen de comida. Sino de un estilo nuevo de vida. En concreto, una actitud distinta en nuestra relación con el prójimo, que es el terreno donde más nos duele. Lo que Isaías pedía a los creyentes hace dos mil quinientos años sigue siendo válido también hoy: - desterrar los gestos amenazadores: palabras agresivas, caras agrias, manos levantadas contra el hermano; - desterrar la maledicencia: no sólo la calumnia, sino el hablar mal de los demás propalando sus defectos o fallos; - partir el pan con el que no tiene, saciar el estómago del indigente. Tenemos múltiples ocasiones para ejercitar estas consignas en la vida de cada día. No vale protestar de las injusticias cometiadas en la antigua Yugoslavia o en Ruanda, o del hambre de Etiopia o en Haití, si nosotros mismos en casa, o en la comunidad, ejercemos sutilmente el racismo o la discriminación y nos inhibimos cuando vemos a alguien que necesita nuestra ayuda. ¿Qué cara ponemos a los que viven cerca de nosotros? ¿no cometemos injusticias con ellos? ¿les echamos una mano cuando hace falta? Sería mucho más cómodo que las lecturas de Cuaresma nos invitaran sólo a rezar más o a hacer alguna limosna extra. Pero nos piden actitudes de caridad fraterna, que cuestan mucho más.

Conversión y alegría. Es el tema de Isaías. -Que tu gesto no sea nunca una amenaza, ni tus palabras expresen maldades... Comparte tu pan con el hambriento... Colma los deseos del desgraciado. Como ayer, esas son unas sugerencias muy concretas que pueden ayudarnos en el esfuerzo que la cuaresma nos pide: poner suavidad y bondad en todas nuestras relaciones... estar atentos a los deseos de los demás... y a las necesidades de los desgraciados para hacerles más felices... ¿A quién puedo dar una alegría? ¿Quién espera algo de mí, a mi alrededor? Me detengo a interiorizar esas preguntas.

-"Evita viajar en el día del «Sábado»... Evitar tratar de negocios en mi día Santo... Haz del «Sábado» tus delicias... Respeta el día consagrado al Señor". Esas son también unas sugerencias muy precisas para una cuaresma: Valorizar a fondo nuestros «¡domingos!» -que han reemplazado el sabbat. Dedicar un tiempo a la reflexión y a la oración. Olvidar un poco nuestras preocupaciones, nuestros asuntos, demasiado humanos para considerar los asuntos de Dios. ¿No debiera yo aprovechar ese tiempo de cuaresma para reconsiderar cómo paso mis domingos?. ¿Son éstos un tiempo «fuerte» de mi vida cristiana y de mi vida familiar? ¿Practico el «deber de sentarme» del que habla el evangelio (Lc 14, 28). Me detengo a reflexionar, a leer, a rezar? ¿Aprovecho el domingo para dedicarlo a los que amo: mi familia, mis amigos, Dios? ¿Es la misa del domingo el núcleo y centro de toda mi semana? ¿Procuro asimilar la Palabra de Dios? ¿De mi misal o de la Hoja dominical repaso los textos de la misa del domingo? ¿Soy puntual? ¿Mi misa es un encuentro con Dios, un escuchar a Dios, una comunicación con El? ¿Es la cumbre de mi vida humana? Mi conducta, mis compromisos de toda la semana ¿quedan iluminados por mi misa dominical?  "Entonces, encontrarás tu «alegría» en el Señor... Serás como huerto bien regado... Como un manantial... Levantarás las ruinas... Edificarás". Imágenes de expansión y de felicidad, de fecundidad y de vida. Siempre la misma idea: Dios no quiere el esfuerzo y el sacrificio por sí mismos. Dios quiere el sacrificio para el gozo y la alegría. Ayúdanos, Señor a considerar la renuncia y la conversión siempre de ese modo: positivamente. Que me sacrifique durante la cuaresma, pero sin amargura, sin una tristeza y siempre libremente.

-"Tales son las palabras del Señor". ¿Cómo es posible que la cuaresma aparezca a muchos, hoy todavía, como un tiempo de restricción, de disminución, de menoscabo? Efectivamente, la hemos desfigurado al adoptar unas «caras de viernes», cuando en realidad es un tiempo de vitalidad, de promoción, de crecimiento. ¡Tiempo de la energía, sí! ¡Tiempo de la amargura, no! (Noel Quesson). Dice San Gregorio Nacianceno: «No consintamos, hermanos, en administrar de mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido... No nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza... Imitemos aquella suprema y primordial ley de Dios que hace llover sobre  justos y pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos; que pone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus habitantes; el aire se lo entrega a las aves y el agua a los que viven en ella, y a todos da con abundancia los subsidios para su existencia, sin que haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y abundancia y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la naturaleza con la igualdad de sus dones y pone de manifiesto las riquezas de su benignidad».

El amor al prójimo, que nos lleva a inclinarnos ante sus miserias para remediarlas, como Dios se inclinó ante las nuestras para remediarlas, es lo que nos identifica como hijos de Dios. Quienes lleven así su vida serán siempre bendecidos por Dios, pues Él los verá como a su Hijo amado, en quien se complace. Entonces podrá uno encontrar descanso y protección en la cercanía de Dios que estará siempre junto a aquellos que le vivan fieles. El Sábado (y para nosotros el Domingo), símbolo de lo que será el descanso eterno en el Señor, ha de ser vivido con la conciencia de haber hecho el bien a los demás y no sólo como un día de culto al Señor, tal vez con un ritualismo externo pomposamente bien preparado, pero hueco de amor por presentarnos ante el Señor con las manos vacías de amor pero tal vez llenas de crímenes, maldades y pecados. El Señor nos pide que seamos sus testigos fieles; que continuemos haciéndolo presente en el mundo con todo su amor y entrega. Sólo así el día en que le tributamos culto al Señor llegaremos no sólo a arrodillarnos ante Él por costumbre, sino a ofrecerle nuestros esfuerzos a favor de su Reino, y a pedirle su fortaleza para continuar realizando su obra en el mundo.

2. Sal. 85. «Enséñame tus caminos». Siempre estamos aprendiendo. Es la invocación que cantamos en el salmo responsorial de hoy, pidiéndole que nos escuche y tenga misericordia de nosotros. Porque somos débiles y no acabamos nunca de entrar en el camino de la Pascua y de convertirnos a ella.

Ante el Señor los que todo lo poseen, los poderosos conforme a los criterios de este mundo, no tienen precedencia sobre los pobres y desvalidos. Sólo el hombre de corazón recto, fiel al Señor, es el más importante en su presencia. Pero, sabiendo que todos somos pecadores, no podemos vivir despreciando a los demás. Con todos hemos de ser misericordiosos como Dios lo ha sido para con nosotros. Pues la misma medida que utilicemos para con los demás, esa misma medida se utilizará para tratarnos a nosotros. Si acudimos al Señor para que preste oídos a nuestras súplicas, para que nos proteja, para que nos salve, para que tenga compasión de nosotros, para que nos llene de alegría y para que dé respuesta a nuestras súplicas, antes tenemos que meditar si nosotros hemos hecho lo mismo con nuestro prójimo cuando acudió a nosotros cargado, oprimido por todos esos males y buscando socorro en nosotros. Tratemos no sólo de rogarle a Dios que se muestre como Padre compasivo para con nosotros; pidámosle también que nos ayude a convertirnos en un signo de su amor para nuestros hermanos, especialmente para quienes viven hundidos en la maldad o en la miseria.

3. Lc. 5, 27-32. En el evangelio de hoy, Jesús invita al publicano Levi-Mateo a seguirlo. Y el pecador se levanta, lo deja todo y va en seguimiento de Jesús. Le ofrece un gran banquete para celebrar su conversión. San Mateo era antes un publicano: recaudador de impuestos de los judíos que entregaban el dinero a los romanos (a través de Herodes). Cada cierto tiempo había que recolectar una cierta suma, no importaba cómo -cuánto exigía el publicano a los judíos y cuánto se guardaba él-. El publicano hacía un negocio sucio. Por ello, era odiado: por ser un traidor del pueblo, que trabajaba para sus colonizadores y que además los explotaba. No podía, por tanto, comerciar, comer, ni orar con los demás judíos (era "persona no grata", "pecador público"); no se permitía a un judío casarse con alguien de una familia que tenía entre sus miembros a un publicano.

Leví trabaja en Cafarnaúm. Ha visto a Jesús, ha oído hablar de El, de sus milagros, de sus enseñanzas... pero quizá nunca pensó en hablarle, ni en acercarse a El (se sabía indigno y rechazado por todos). Pero un día, estando en el banco de los recaudadores, levantó su mirada ("se distrajo" de sus ocupaciones, de su ambición, de su vida reducida a lo material, a lo pasajero) y se encontró con la mirada de Cristo. El Señor lo miraría con cariño (una mirada de misericordia, que llena de esperanza, de visión sobrenatural), y le dijo: "Sígueme" (Mt 9, 9): la vocación cristiana es un mandato imperativo de Cristo", que no admite dilaciones: "Y él, dejadas todas las cosas, se levantó y le siguió". No se puso a hacer planes, a prever cada cosa, las consecuencias de su decisión, no se reservó nada...: una respuesta generosa y llena de fe.

Conversión y alegría: hay que cambiar de vida y celebrar ese cambio festivamente. –"Jesús, saliendo de una casa, en Cafarnaúm, vio a un publicano, cuyo nombre era Leví, sentado al telonio..." Recaudaba los impuestos a cuenta del ejército de ocupación. Habitualmente el evangelio junta las dos palabras "publicanos y pecadores": que son casi equivalentes a la frase actual: "explotador público". Leví sería un hombre rico: sus bolsillos se llenaban a expensas del pueblo humilde, antes de llenar las arcas del Estado. Como a San Mateo, también a nosotros nos llama en nuestro sitio de trabajo o de estudio (cf. J. Escrivá, Camino 799). En la colecta del día del Santo pedimos: "Oh, Dios, que por tu infinita misericordia elegiste a San Mateo, para convertirlo de publicano en Apóstol de tu Hijo; concédenos, por su ejemplo e intercesión, seguir a Cristo y entregarnos a El plenamente"… y eso va para todos, no sólo para los Apóstoles, o para unos cuantos tipos especiales.

Dios tiene previsto desde toda la eternidad una vocación para cada uno (cf. Forja, 10). Pero no obliga, respeta nuestra libertad, y hasta tal punto que puede dejarnos ir tristes, como al joven rico que tenía muchas riquezas, muchos proyectos personales, muchos planes... y respondió que no: "Tú no me convences, tus planes no me llaman la atención, yo tengo otros planes...", y se fue triste.

En cambio, del sí, de la entrega al cumplimiento de la voluntad de Dios, de la correspondencia a la vocación sólo viene la alegría, una alegría que nada ni nadie puede opacar: Mateo, gozoso, preparó un banquete para Cristo y sus discípulos, e invitó a sus colegas (cf. Surco, 81). La alegría de la conversión va unida a su consecuencia lógica: el apostolado (el bien es difusivo por sí mismo).

Siguiendo el ejemplo de Jesús, que come en casa del publicano y le llama a ser su apóstol, hoy nos podemos preguntar cuál es nuestra actitud para con los demás: ¿la de Jesús, que cree en Mateo, aunque tenga el oficio que tiene, o la de los fariseos que, satisfechos de sí mismos, juzgan y condenan duramente a los demás, y no quieren mezclarse con los no perfectos, ni perdonan las faltas de los demás? ¿Somos de los que catalogan a las personas en «buenas» y «malas», naturalmente según nuestras medidas o según la mala prensa que puedan tener, y nos encerramos en nuestra condición de perfectos y santos? ¿damos un voto de confianza a los demás? ¿ayudamos a rehabilitarse a los que han caído, o nos mostramos intransigentes? ¿guardamos nuestra buena cara sólo para con los sanos, los simpáticos, los que no nos crean problemas? Ojalá los que nos conocen nos pudieran llamar, como decía Isaías, «reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas». O sea, que sabemos poner aceite y quitar hierro en los momentos de tensión, interpretar bien, dirigir palabras amables y tender la mano al que lo necesita, y perdonar, y curar al enfermo... Es un buen campo en el que trabajar durante esta Cuaresma. Haremos bien en pedirle al Señor con el salmo de hoy: «Señor, enséñame tus caminos». «Mira compasivo nuestra debilidad» (oración). «Convertíos a mí de todo corazón, porque soy compasivo y misericordioso» (aclamación al evangelio; J. Aldazábal). Comenta San Agustín: «La voz del Señor llama a los pecadores para que dejen de serlo, no sea que piensen los hombres que el Señor amó a los pecadores y opten por estar siempre en pecado, para que Cristo los ame. Cristo ama a los pecadores, como el médico al enfermo: con vistas a eliminar la fiebre y a sanarlo. No es su deseo que esté siempre enfermo, para tener siempre a quien visitar; lo que quiere es sanarlo. Por tanto, el Señor no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, para justificar al impío... ¿No te llevará a la plenitud angélica desde la cercana condición humana, quien te transformó en lo contrario de lo que eras? Por tanto, cuando comiences a ser justo, comienzas ya a imitar la vida angélica, ya que cuando eras impío estabas alejado de la vida de ellos. Presenta la fe, te haces justo y te sometes a Dios, tú que blasfemabas, y, aunque estabas vuelto hacia las criaturas, deseas ya al Creador.

Vemos aquí, junto a la predestinación y la respuesta a los afanes del alma, cómo Jesús elige a quien quiere, sin tener en cuenta los prejuicios de los hombres. Además, porque esa elección comporta también una conversión (así S. Mateo, así S. Pablo). Su nombre, Leví, fue cambiado por el de Mateo ("el don de Dios"): hijo de Dios, cristiano en el sentido más estricto de la palabra. Su vida ahora es otra: ya no le importa pasar penalidades, incomprensión, sufrimiento, pobreza... ¡está con Jesús! ¡es uno de sus discípulos predilectos! Y no sólo siguió a Jesús, sino que después se dedicó a difundir su doctrina: el Evangelio y los viajes: Palestina, toda Judea, Persia y otras naciones de Oriente. La vocación cristiana es una auténtica aventura: hay que llegar hasta los últimos rincones de la tierra... luego dirá en su Evangelio aquellas palabras de Jesús: "Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos y enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 19-20)

Y estaba tan convencido de la llamada divina, de las bondades de la doctrina cristiana, de los frutos de su trabajo por Cristo, que no dudó en llegar hasta el martirio.

Y quien encuentra a Cristo y le sigue, encuentra también a su Madre y le sigue: así, San Mateo es quien cuenta todo sobre la genealogía, la concepción y la infancia de Jesús. ¿Quién se lo contaría?: seguramente la Santísima Virgen, cuando junto a Juan formaba la primera Iglesia, cuando se fue el Señor al cielo.

Vemos cómo Jesús tampoco la pauta de no comer con pecadores, todo esto no le ayuda a conseguir buena imagen. Llamarle o sentarse a su mesa era algo "imprudente". Pero de Jesús aprendemos otra lógica: «Para confundir a los fuertes, ha escogido a los que son débiles a los ojos del mundo» (1Cor 1,27). No nos extrañen pues nuestras miserias o la de los demás, pues aparte del Señor y de la Virgen, todos tenemos miserias: «Dios te ha escogido débil para darte su propio poder» (San Agustín). Lo malo es considerarse libre de miserias, pues entonces el alma no puede acoger el perdón que Dios siempre ofrece. Hemos de huir, pues, de pensar que Dios quiere expedientes limpios e inmaculados para servirle. Hemos de huir de creernos que somos más perfectos que los demás, también es preciso que huyamos de nuestras propias imperfecciones, porque así el Señor nos lo repite. Siendo así que Jesucristo ha venido a salvar lo que estaba perdido, yo que estaba al borde de la condenación eterna, me ha dado la oportunidad de serle fiel. Necesitamos perseverar en la voluntad de Dios, acostumbrarnos a visitar con mucha frecuencia el Santísimo, no solamente unos días especiales al año, sino cada día.

Hoy vemos a Leví en su vocación desde la perspectiva de su conversión, que es el punto en el que estos días de cuaresma se nos pide una mudanza, como decía Isaías en la lectura del domingo pasado (9,1-14): "El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. / Acrecentaste el regocijo, / hiciste grande la alegría. / Alegría por tu presencia, / cual la alegría en la siega, / como se regocijan repartiendo botín. // Porque el yugo que les pesaba / y la vara de su hombro / —la vara de su tirano—  / has roto, como el día de Madián. // Porque toda bota que taconea con ruido, / y el manto rebozado en sangre  / serán para la quema, / pasto del fuego. // Porque una criatura nos ha nacido, / un hijo se nos ha dado. / Estará el señorío sobre su hombro, / y se llamará su nombre  / "Maravilla de Consejero", / "Dios Fuerte",  / "Siempre Padre",  / "Príncipe de Paz". // Grande es su señorío y la paz no tendrá fin / sobre el trono de David y sobre su reino, / para restaurarlo y consolidarlo / por la equidad y la justicia".

Leví podía estar asqueado de su vida de sanguijuela, al servicio de los invasores. Podía tener sensación de asqueo, de no querer seguir viviendo, no sabemos lo que había en su corazón, sí cómo reaccionó al sentirse llamado: lo dejó todo y siguió a Jesús. Quizá pensaba ya en esta oportunidad, de cambiar de vida sin saber cómo ni mucho menos con ese apóstol que hacía milagros y hablaba de un reino de Dios, a quien no se atrevía a seguir por no considerarse digno. Pero Dios que ve en lo oculto lo fue a buscar para que fuera precisamente él, el traidor, el Evangelista primero del nuevo reino.

El yugo de la ley antigua queda convertido en libertad que brota de la conversión de corazón: «Convertíos…». Ya no es atadura de rituales, sino labor del corazón. El sentido de ese "¡Conviértete!" que nos pide el Señor es la traducción usual del término griego "¡metanoéite!", imperativo que se traduce literalmente por: "¡Cambiad de mente!" Ante el Señor nadie podrá decir jamás: "ya estoy convertido del todo". Jesús se vuelca en un alma que le deja espacio, que se pregunta cada día: "¿Qué me falta, para convertirme más al Señor?" Analizar los criterios mundanos que estorban nuestro pensar más cerca de la mente de Cristo, y actuar más como Él.

-"Y le dijo: "Sígueme."" Jesús no se ajusta a las clasificaciones hechas de una sola pieza. Se atreve a elegir para apóstol a uno de esos pecadores mal vistos. Le llama, le invita a cambiar de vida. Y, ¿yo creo que todo hombre puede cambiar? ¿Doy oportunidades a todos? ¿Creo en mi propia posibilidad de conversión?

 -"Leví, dejándolo todo, se levantó y le siguió". Dejar "todo". Para seguir a Jesús. De hecho, ¿he renunciado yo a algunas cosas para seguir a Cristo? ¿Qué me retiene? ¿Qué debo dejar para seguirte, Señor? ¿Qué me impide seguirte realmente? La cuaresma debería ser un tiempo de purificación, de soltar lastre. Desprenderme de lo que me embaraza. Concentrarme en lo esencial.

-Aunque a todos llama Jesús a la conversión, a algunos les pide más: «Ven conmigo», para ser de sus íntimos, ser «pescadores de hombres». Pero el Señor no obliga: el joven rico dijo que no, pero vale la pena –si llama el Señor a la puerta- decirle sin dilatar la respuesta: "aquí estoy Señor, aquí me tienes, para hacer tu voluntad".

La conversión tiene siempre una iluminación primera, que es la base de toda respuesta, como decía San Hipólito: «La vida se ha extendido sobre todos los seres y todos están llenos de una amplia luz: el Oriente de los orientes invade el universo, y el que existía "antes del lucero de la mañana" y antes de todos los astros, inmortal e inmenso, el gran Cristo brilla sobre todos los seres más que el sol. Por eso, para nosotros que creemos en Él, se instaura un día de luz, largo, eterno, que no se extingue: la Pascua mística».

Recuerda el Catecismo (748): «Cristo es la luz de los pueblos... La Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo; ella es, según una imagen predilecta de los Padres de la Iglesia, comparable a la luna cuya luz es reflejo del sol". Jesús por la Iglesia sigue proclamando: "Convertíos…" (1427): "Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva". Aquella llamada sigue viva, en cada alma, y más en tiempos de preparación como es la Cuaresma: "Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que «recibe en su propio seno a los pecadores» y que siendo «santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación». Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero" (1428).

Pidamos al Espíritu Santo que renueve nuestro espíritu y lo haga abierto a este cambio que el Señor espera: "La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: «Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca» (Mt 4,17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto, "…porque el Reino de los Cielos ha llegado".

Leví le ofreció un gran banquete en su casa, con asistencia de gran multitud de publicanos y otros que estaban recostados, junto a la mesa, con los discípulos. ¡He aquí un ejemplo de renuncia festiva! Lo deja todo para seguir a Jesús. Pero sin ninguna morosidad especial: ofrece un banquete, un gran festín ¡para celebrar su gran renuncia a "todo"! Festeja su conversión y su vocación. ¡Viva la vida! ¡Viva la alegría! Cuando ayunes, perfúmate la cabeza. Cuando tú renuncias a ti mismo quédate contento. La llamada del publicano Mateo para el oficio de apóstol tiene tres perspectivas: Jesús que le llama, él que lo deja todo y le sigue, y los fariseos que murmuran. Jesús se atreve a llamar como apóstol suyo nada menos que a un publicano: un recaudador de impuestos para los romanos, la potencia ocupante, una persona mal vista, un «pecador» en la concepción social de ese tiempo. Mateo, por su parte, no lo duda. Lo deja todo, se levanta y le sigue. El voto de confianza que le ha dado Jesús no ha sido desperdiciado. Mateo será, no sólo apóstol, sino uno de los evangelistas: con su libro, que leemos tantas veces, ha anunciado la Buena Nueva de Jesús a generaciones y generaciones. Pero los fariseos murmuran: «come y bebe con publicanos y pecadores». «Comer y beber con» es expresión de que se acepta a una persona. Estos fariseos se portan exactamente igual que el hermano mayor del hijo pródigo, que protestaba porque su padre le había perdonado tan fácilmente.

Los fariseos se escandalizan al ver a Jesús sentado a la mesa con gran número de recaudadores y otros, y preguntan a sus discípulos: ¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Jesús replicó a los fariseos con estas consoladoras palabras: No necesitan de médico lo sanos, sino los enfermos. No he venido llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan (Lucas 5, 31-32). Jesús viene a ofrecer su reino a todos los hombres, su misión es universal: viene para todos, pues todos andamos enfermos y somos pecadores; nadie es bueno, sino uno, Dios (Marcos 10, 18). Todos debemos acudir a la misericordia y al perdón de Dios para tener vida (Juan 10, 28) y alcanzar la salvación. Las palabras del Señor que se nos presenta como Médico nos mueven a pedir perdón con humildad y confianza por nuestros pecados y también por los de aquellas personas que parecen querer seguir viviendo alejadas de Dios. Cristo es el remedio de nuestros males: todos andamos un poco enfermos y por eso tenemos necesidad de Cristo. Debemos ir a Él como el enfermo va al médico, diciendo la verdad de lo que le pasa, con deseos de curarse. "Señor, si quieres, puedes curarme" (Mateo 8, 2). Unas veces, el Señor actuará directamente en nuestra alma: "Quiero, sé limpio" (Mateo 8, 3), sigue adelante, sé más humilde, no te preocupes. En otras ocasiones, siempre que haya pecado grave, el Señor dice: "Id y mostraos a los sacerdotes" (Lucas 17, 14), al sacramento de la penitencia, donde el alma encuentra siempre la medicina oportuna. Contamos siempre con el aliento y la ayuda del Señor para volver y recomenzar. Si alguna vez nos sintiéramos especialmente desanimados por alguna enfermedad espiritual que nos pareciera incurable, no olvidemos estas palabras consoladoras de Jesús: Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Todo tiene remedio. Él está siempre muy cerca de nosotros, pero especialmente en esos momentos, por muy grande que haya sido la falta, aunque sean muchas las miserias. Basta ser sincero de verdad. No lo olvidemos tampoco si alguna vez en nuestro apostolado personal nos pareciera que alguien tiene una enfermedad del alma sin aparente solución. Sí la hay; siempre. Quizá el Señor espera de nosotros más oración y mortificación, más comprensión y cariño. Muchos de los que estaban con Jesús en aquel banquete se sentirían acogidos y comprendidos y se convertirían a Él de todo corazón. No lo olvidemos en nuestro apostolado personal (Francisco Fernández Carvajal).

La lección de Jesús no se hace esperar: «no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan». «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos». -Los fariseos y sus escribas recriminaban... Pasan el tiempo en eso: ... en recriminar, en gemir, en deplorar. –"¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?" ¡Ya está! Ya han colocado la etiqueta del menosprecio: "publicanos y pecadores". Lo esencial de su religión era, precisamente, el preservarse, el separarse, el juzgar desde lejos y desde arriba... -"No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos, y no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores a penitencia..." Gracias, Señor. Ten piedad de mí, Señor. Si yo no tuviera esta tu promesa, creo que me habría desanimado pronto ante lo que descubro ya en esta cuaresma. Lo que pasa en el fondo es que algunos de mis hábitos me satisfacen y tus invitaciones a "cambiar de vida" ¡me estorban! ¡Esta cuaresma me estorba, Señor! Sí, soy un pecador/a. Sí, me resisto a tus llamadas. Siento con dolor mis limitaciones. ¿Llegaré a vivir una cuaresma mejor? Cuento contigo, Señor. Mi voluntad tiene necesidad de curación (Noel Quesson).

La Iglesia de Cristo no puede querer conservar su santidad alejándose de los pecadores. No pueden existir grupos de personas que se dediquen únicamente a aquellos que son buenos. Una Iglesia que desprecie a los pecadores y se aleje de ellos como si fueran un trapo de inmundicias, no puede llamarse realmente Iglesia de Cristo, pues el Señor se acercó aún a los más grandes pecadores para liberarlos de sus cadenas de maldad y hacerlos santos como Él es Santo. La Iglesia de Cristo no puede pavonearse vestida pulcramente en lo exterior mientras en lo interior aniden odios, desprecios y lejanía para quienes han fallado, tal vez fuertemente incluso en su fe. Dios no nos envió a condenar, sino a salvar todo lo que se había perdido. Y no vamos a buscar a los buenos, sino a los pecadores; pues Dios nos envió a reconciliar al mundo, y para eso hemos de ser un signo de Cristo, buen Pastor, que busca a la oveja descarriada hasta encontrarla para cargarla, jubiloso, sobre sus hombros, y llevarla de vuelta al redil. Tratemos de cumplir fiel y amorosamente con esa misión que el Señor nos confió. El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía no sólo para llenarnos de sus dones; Él contempla nuestra vida, que le presentamos con todo lo bueno que, en su Nombre, hemos realizado. Ciertamente Él quiere seguirnos bendiciendo; pero nos quiere administradores de sus bienes en favor de los demás y no acaparadores egoístas y engreídos de sus dones. Dios ha sido siempre misericordioso para con nosotros; y si nos hace entrar en comunión de vida con Él es para que nosotros seamos un signo de su misericordia para los demás. Por eso la participación en el Banquete Eucarístico nos habla del amor que Dios nos ha tenido, pues siendo pecadores, Él nos llamó para perdonarnos y sentarnos a su Mesa. Ojalá y no vengamos sólo a cumplir con una costumbre como simples espectadores, que tratan de pasar unos momentos de paz en medio del trajín del mundo. Que nuestra presencia ante el Señor sea para ir transformados a proclamar su Nombre con una vida intachable y con una entrega generosa buscando el bien de los demás en todo, como el Señor lo ha hecho para con nosotros. Nadie puede quedar excluido de la acción evangelizadora y pastoral de la Iglesia. No podemos quedarnos anclados en una clase social. No podemos buscar nuestra seguridad temporal o económica a costa del Evangelio. No podemos rechazar a alguien por ser pobre, o por ser un pecador, incluso conocido como tal públicamente. Dios, por medio de su Hijo hecho uno de nosotros, no vino a condenarnos sino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. No queramos una Iglesia puritana. Nosotros creemos que la Iglesia es Santa, porque Cristo, su Cabeza, es Santo, aun cuando nosotros, sus miembros, somos pecadores en un continuo proceso de conversión. Quien viva más asemejado a Cristo, quien haya logrado un grado excelso de santidad en este mundo, no podrá vivir apartado de los pecadores. Quien se haya convertido en un signo viviente de la santidad de Dios, nos lo debe dar a conocer en su amor por los pecadores para salvarlos, en su misericordia que nos haga contemplar el Rostro de Dios que sale a buscar a los que viven como ovejas sin pastor, para ayudarlos a descubrir y a retomar el camino de la salvación. El Señor nos envió a reconciliar al mundo con Él. Por eso sabemos que nos envió a salvar a los pecadores, y a sanar a los enfermos, pues los justos ya no necesitan conversión y los sanos no necesitan al médico. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de ser los primeros beneficiarios de la Misericordia Divina. Y que, teniendo en nosotros la Vida que Dios ofrece a todos, llevando una vida recta, el Señor nos convierta en un signo de su amor para con todos, hasta lograr que todos alcancen el conocimiento de Dios y la Gloria eterna. Amén (www.homiliacatolica.com, muchos textos están tomados de mercaba.org).

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