sábado, 13 de febrero de 2010

Sábado de la semana 5ª. Jeroboán hizo dos becerros de oro… si nos apartamos de Dios y entregamos a los ídolos somos esclavos de nuestros diosecillos.

Sábado de la semana 5ª. Jeroboán hizo dos becerros de oro… si nos apartamos de Dios y entregamos a los ídolos somos esclavos de nuestros diosecillos. Jesús multiplica los panes y atiende nuestras necesidades espirituales y corporales, cuando nos confiamos a Él
 
Reyes 12,26-32; 13,33-34. En aquellos días, Jeroboán pensó para sus adentros: «Todavía puede volver el reino a la casa de David. Si la gente sigue yendo a Jerusalén para hacer sacrificios en el templo del Señor, terminarán poniéndose de parte de su señor, Roboán, rey de Judá; me matarán y volverán a unirse a Roboán, rey de Judá.» Después de aconsejarse, el rey hizo dos becerros de oro y dijo a la gente: « ¡Ya está bien de subir a Jerusalén! ¡Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto! » Luego colocó un becerro en Betel y el otro en Dan. Esto incitó a pecar a Israel, porque unos iban a Betel y otros a Dan. También edificó ermitas en los altozanos; puso de sacerdotes a gente de la plebe, que no pertenecía a la tribu de Levi. Instituyó también una fiesta el día quince del mes octavo, como la fiesta que se celebraba en Judá, y subió al altar que había levantado en Betel, a ofrecer sacrificios al becerro que había hecho. En Betel estableció a los sacerdotes de las ermitas que había construido. Jeroboán no se convirtió de su mala conducta y volvió a nombrar sacerdotes de los altozanos a gente de la plebe; al que lo deseaba lo consagraba sacerdote de los altozanos. Este proceder llevó al pecado a la dinastía de Jeroboán y motivó su destrucción y exterminio de la tierra.
 
Salmo 105,6.7a.19-20.21-22. R. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo.
Hemos pecado con nuestros padres, hemos cometido maldades e iniquidades. Nuestros padres en Egipto no comprendieron tus maravillas.
En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición; cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba.
Se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos junto al mar Rojo.
 
Evangelio según san Marcos 8,1-10. Uno de aquellos días, como había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discipulos y les dijo: «Me da lástima de esta gente; llevan ya tres dias conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos.» Le replicaron sus discipulos: « ¿Y de dónde se puede sacar pan, aqui, en despoblado, para que se queden satisfechos?» Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos contestaron: «Siete.» Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discipulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; Jesús los bendijo, y mandó que los sirvieran también. La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil. Jesús los despidió, luego se embarcó con sus discipulos y se fue a la región de Dalmanuta.
 
Comentario: 1. 1R 12,26-32.13,33-34. Terminamos hoy las cinco semanas de lectura de los libros históricos del AT con nubarrones oscuros sobre la casa de David y Salomón: el pecado de idolatría de Jeroboán. El lunes que viene pasaremos a leer libros del NT, empezando por la carta de Santiago. Al cisma político le sigue ahora el cisma religioso. Es una jugada astuta la de Jeroboán, el rey del Norte: si permite que sus súbditos sigan yendo cada año a adorar a Dios en el Templo de Jerusalén, que está en el Sur, nunca se consolidará la unidad de su pueblo. Como tantas veces, entonces y a lo largo de la historia antigua y moderna, el poder político tiene la tentación de servirse de la religión para sus fines. Y como han pagado los templos, luego pueden mandar callar a los profetas o a los sacerdotes. Aquí Jeroboán construye en los antiguos santuarios de Betel y Dan dos becerros de oro, que en un principio parece que querían representar a Yahvé («éste es tu Dios, el que te sacó de Egipto»), pero que luego fácilmente derivaron a la idolatría. Establece fiestas y sacrificios. Pero lo que peor le sabe al autor del libro es que nombrara sacerdotes tomados del pueblo, sin que pertenecieran a la tribu de Leví.
Disimulando más o menos nuestras debilidades, también los cristianos podemos caer en la tentación de adorar ídolos y levantarles ermitas y altares y ofrecerles sacrificios. Cada uno sabrá cuáles son esos dioses falsos a los que les dedica al menos parte de su corazón y de su fe. Estamos avisados de que el pecado nos lleva a la destrucción: «Este proceder llevó al pecado a la dinastía de Jeroboán y motivó su destrucción y exterminio de la tierra». Pero no solemos hacer mucho caso, porque los ídolos son agradables y nos volvemos ciegos. Tendemos a elegir lo más fácil, lo que satisface más inmediatamente nuestros gustos. No vemos desde los ojos de la fe, sino con los humanos. Luego nos quejamos de las consecuencias, o de que la comunidad no va bien (la comunidad es la suma del valor de cada uno de sus miembros) y que la sociedad o la Iglesia van decayendo y que nosotros mismos nos sentimos cada vez más débiles. Pero no escarmentamos. Cuántas veces nos tenemos que arrepentir de haber iniciado aquel camino que ya veíamos que no era el recto. Pero nos dejamos seducir por los muchos dioses y altares que nos ofrece el mundo de hoy. Tenemos que estar corrigiendo siempre, a la luz de la Palabra que nos amonesta y nos enseña, nuestra tendencia a desviarnos del recto camino: «Hemos pecado con nuestros padres... nuestros padres se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición, cambiaron su Gloria por la imagen de un toro que come hierba, se olvidaron de Dios su salvador»...
-El cisma humano, político, pasa a ser un cisma religioso. Anterior al período real, el único enlace entre las doce tribus era su fe religiosa en Yahvéh. A partir de Saúl y sobre todo, de David y de Salomón, el enlace fue político, pero siempre frágil. Bajo un solo rey, las tribus conservaron su peculiaridad. Las torpezas económicas de Salomón y de Roboan exasperan en extremo a las tribus del Norte: a la primera dificultad, cada grupo se encierra en sí mismo... ¡la unidad se ha roto! Ahora bien, los habitantes del Norte habían tomado la costumbre de ir en peregrinación a Jerusalén, donde estaba el Arca de la Alianza. Que ese movimiento continúe no agrada a Jeroboam, rey de las tribus del Norte. Renovará pues para el culto dos antiguos santuarios, Betel y Dan. Al cisma humano se añade entonces el cisma religioso. Todo está muy íntimamente relacionado. También HOY. Sabemos muy bien que las situaciones económicas y políticas marcan profundamente la vida de los hombres. La Fe es influenciada por el salario ganado: esto puede chocarnos pero es un hecho. Ayúdanos, Señor, a dilucidar todas las condiciones que requiere la evangelización: creer en Dios, ser misionero, debe conducirnos a todos a trabajar también para una mayor justicia, para una verdadera promoción del hombre. Los Papas y el Concilio nos lo repiten insistentemente. Ruego para que el Señor me ilumine sobre lo que El espera de mí en ese punto. Ruego también por todos aquellos que tienen mayores responsabilidades en la marcha del gobierno de los pueblos.
-Jeroboam se dijo en su interior: "Tal como van las cosas, el Reino volverá a la casa de David. Si este pueblo continúa subiendo a la Casa del Señor, en Jerusalén, el corazón de este pueblo volverá también a su señor, a Roboam, rey de Judá. Jeroboam erigió pues dos becerros de oro, uno en Betel y otro en Dan..." Al principio no fue un culto idolátrico. En el pensamiento de Jeroboam, estas dos estatuas son una evocación del verdadero Dios, Yahvéh. Pero el pueblo pronto se deslizará hacia la idolatría por contagio de los cultos de Baal, existentes en toda la región. Baal era también representado por estatuas de animales. ¿Cuál es mi «becerro de oro»? ¿Qué contaminación de los valores del mundo, contrarios a los valores evangélicos, dejo penetrar en mí? La falta, el error de Jeroboam y el de las tribus del Norte, en el fondo consiste en usar la «religión» «para un fin político». Para conservar su reino, para salvaguardar sus intereses, instituye lugares de culto. También ocurre esto entre nosotros, ponemos a Dios a nuestro servicio, en vez de ponernos nosotros al servicio de Dios. Nos forjamos una cierta concepción de Dios según nuestras necesidades. Señor, ayúdanos a aceptar tus exigencias, incluso cuando nos parece que van contra nuestros intereses inmediatos.
-Este proceder hizo caer en pecado a la casa de Jeroboam y fue causa de su ruina y su exterminio sobre la faz de la tierra. Interpretación de la historia. El destino trágico de las tribus del norte está ahí para confirmar que no nos separamos impunemente de Dios. "Ruina" y "exterminio" son las secuelas del rechazo explícito de Dios. Los golpes de Estado para las sucesiones de los reyes serán continuos durante dos siglos, hasta la total destrucción del reino bajo las armas de Teglat-Falasar. Señor, ten piedad. Sálvanos de nuestras culpas (Noel Quesson).
Cuando el pueblo de Israel se libera del abuso de poder introducido por Salomón, ya estaba demasiado habituado a ser gobernado por un rey. Por eso, aunque elige uno de la oposición lo hace rey, pensando que éste sí respetará sus tradiciones y su dignidad. ¿Acertará en su esperanza? Aunque Jeroboán se había rebelado contra la política de Salomón, no por esto, una vez nombrado rey, dejará de imitar en más de un aspecto su conducta. Igual que él, se construye una capital y fortifica al menos la ciudad de Fanuel que se añade a las que Salomón había dejado fortificadas en el territorio que ahora pertenece a su reino. Sólo esto ya indica que la fuerza misma de la institución le ha llevado a mantener al menos una parte del aparato estatal salomónico. No tiene nada de extraño que en este clima el cálculo político le obligue a crear un santuario rival del que Salomón había creado en su capital de Jerusalén. Como hemos visto tantas veces en la historia, el poder político quiere utilizar para sus propios fines las instituciones religiosas del pueblo de Dios. La división política cristalizará en una multiplicidad de santuarios y de instituciones sagradas: un becerro de oro en lugar del arca, un sacerdocio no levítico de elección real, una fiesta de peregrinación celebrada un mes más tarde que la de Jerusalén. Algunas de estas diferencias tal vez no eran otra cosa que la consagración de diversas tradiciones vigentes en el pueblo de Israel, pero a los ojos de los narradores deuteronomistas significaban una manifestación del capricho real que tergiversaba arbitrariamente las instituciones dictadas a Moisés por Dios mismo. Al amparo de estos santuarios fueron creciendo desviaciones en la fe, en el culto y en la vida moral, desviaciones que los profetas, como Oseas y Amós, denunciaban crudamente.
Las consecuencias de la protección real sobre santuarios y sacerdocio se manifiestan en los intentos de hacer callar la voz de los profetas: Jeroboán mismo intenta hacer callar a un hombre de Dios que le habla (1 Re 13,4), el sacerdote Amasías expulsa de Betel al profeta Amós (Am 7,10). Pero es inútil taparse los oídos delante de la llamada de Dios. El libro de los Reyes saca una clara lección de la historia del reino del Norte: los cálculos para salvar el poder real pasando por encima de la fidelidad a Dios son una culpa de origen que acabará llevando a la ruina, tanto la dinastía de Jeroboán, que Dios habría consolidado igual que la de David (1 Re 11,38), como el mismo reino de Israel con todo su pueblo, que finalmente será deportado (1 Re 14,7-16). El pueblo de Dios y sus dirigentes pueden temer un mismo fin siempre que para obtener sus deseos abandonen a Dios, fuente de agua viva, para excavar cisternas que no pueden retener el agua, como dirá Jeremías (Jr 2,13; G. Camps).
¿Apartarse del Dios verdadero no tendrá, acaso, como consecuencia la destrucción de quien se alejó del Señor? Dios nos quiere en torno a Él con un amor indiviso. La Religión no es cuestión política, sino de fe. Jesús nos dirá: mi Reino no es de este mundo. Y muchas veces las envidias, el ansia de poder, lleva a querer fundar nuevas iglesias o nuevas congregaciones religiosas. La Iglesia no puede convertirse realmente en una comunidad de fe mientras quienes la conformamos vivamos guiados por la envidia, o por el ansia de dominar a los demás. Por desgracia esto, en lugar de conducir hacia Cristo, podría convertirse en una práctica de dogmatismos que nos llevarían a despreciar a los demás, y a pensar que sólo nosotros tenemos la razón y que los demás son unos malditos. Vivamos firmemente afianzados en Cristo para que seamos constructores o restauradores de la unidad, muchas veces resquebrajada en la misma Iglesia por culpa nuestra. Dios es Dios de todos; y no podemos crearnos imágenes falsas de Él para asegurar nuestros intereses. Quien vaya hacia el Señor no puede ir encadenado, sino con la libertad de quien se siente hijos suyo.
 
2. Sal. 105. Quien se olvida del Dios que nos salvó es fácil presa de otros dioses, que ni son dioses sino fabricaciones del hombre. Finalmente todos estamos necesitando de un punto de referencia para la realización plena de nuestra vida. No vamos en medio del mar a la deriva. Sólo quien no tiene ilusiones, sólo quien no tiene un punto final bien definido es presa de cualquier viento, y se convierte en la persona más inmadura, movida por el viento hacia cualquier lado como las ojas de los árboles. Seamos muy conscientes de a quién o a qué entregamos nuestra vida. Si es el Señor, entonces aprendamos a escucharlo y a serle fieles. Si es a otra cosa distinta de Él entonces pensemos si eso realmente será capaz de salvarnos y de dar la respuesta definitiva a lo que buscamos como nuestro punto de llegada al final de nuestra existencia para lograr nuestra realización plena y nuestra felicidad sin ocaso.
 
3.- Mc 8,1-10. En el evangelio de Marcos se cuenta dos veces la multiplicación de panes por parte de Jesús. La primera no se lee en Misa. La segunda la escuchamos hoy y sucede en territorio pagano, la Decápolis. Dicen los estudiosos que podría ser el mismo milagro, pero contado en dos versiones, una en ambiente judeocristiano y otro en territorio pagano y helenista. Así Jesús se presenta como Mesías para todos, judíos y no judíos.
Lo importante es que Jesús, compadecido de la muchedumbre que le sigue para escuchar su palabra sin acordarse ni de comer, provee con un milagro para que coman todos. Con siete panes y unos peces da de comer a cuatro miI personas y sobran siete cestos de fragmentos.
La Iglesia -o sea, nosotros- hemos recibido también el encargo de anunciar la Palabra. Y a la vez, de «dar de comer», de ser serviciales, de consentir un mundo más justo. Aprendamos de Jesús su buen corazón, su misericordia ante las situaciones en que vemos a todo el mundo. Por pobres o alejadas que nos parezcan las personas, Jesús nos ha enseñado a atenderlas y dedicarles nuestro tiempo. No sabremos hacer milagros. Pero hay multiplicaciones de panes -y de paz y de esperanza y de cultura y de bienestar- que no necesitan poder milagroso, sino un buen corazón, semejante al de Cristo, para hacer el bien.
La «salvación» o la «liberación» que Jesús nos ha encargado que repartamos por el mundo es por una parte espiritual y por otra también corporal: la totalidad de la persona humana es destinataria del Reino de Jesús, que ahora anuncia y realiza la comunidad cristiana, con el pan espiritual de su predicación y sus sacramentos, y con el pan material de todas las obras de asistencia y atención que está realizando desde hace dos mil años en el mundo.
La Eucaristía es, por otra parte. la multiplicación que Cristo nos regala a nosotros: su cercanía y su presencia, su Palabra, su mismo Cuerpo y Sangre como alimento. ¿Qué alimento mejor podemos pensar como premio por seguir a Cristo Jesús? Esa comida eucarística es la que luego nos tiene que impulsar a repartir también nosotros a los demás lo que tenemos: nuestros dones humanos y cristianos, para que todos puedan alimentarse y no queden desmayados por los caminos tan inhóspitos y desesperanzados de este mundo.
«Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no le abandonaste al poder de la muerte» (plegaria eucarística IV) (J. Aldazábal).
Lo que impresiona ante todo en estos relatos es la gente: un gentío numeroso, que ha venido a pie de todas partes, que sigue y escucha a Jesús durante días y días. Según H. Montefiore, toda esa gente nos hace sospechar la formación de un movimiento mesiánico de tipo político que ve en Jesús a un posible jefe. Es verosímil; por lo demás, Juan, a propósito de este mismo episodio, indica que la gente buscaba a Jesús con la intención de hacerlo rey (Jn 6, 15). El clima de Galilea por aquel tiempo estaba efectivamente bastante recalentado y bastaba con cualquier cosa para suscitar fanatismos mesiánicos.
Flavio Josefo, por ejemplo, escribe: "Había individuos falaces e impostores que bajo la apariencia de una inspiración divina promovían revueltas y agitaciones, inducían a la gente a realizar actos de fanatismo religioso y la llevaban al desierto, como si Dios tuviera que mostrarles allí los signos de su inminente libertad" (De bello judaico 2, 259). Bajo esta luz adquiere especial importancia la indicación de que Jesús "obligó" a los discípulos a alejarse y de que él, después de haber despedido a la gente, se retiró a rezar a la montaña (6, 46). Jesús no quiere fomentar las esperanzas de la gente (que expresan la misma tentación con que se enfrentó en el desierto), sino que se aleja de ellas, encontrando en la oración la claridad de su camino mesiánico hacia la cruz y el ánimo para recorrerlo (Bruno Maggioni).
"Me da lástima de esta gente", dice Dios. Hermanos, nuestro Dios es un Dios compasivo. ¡No nos engañemos! El amor que se hace piedad y compasión tiene una fuerza que no es la de nuestras compasiones humanas, ni tampoco la de esas compasiones impotentes que suscitan el sarcasmo de nuestros contemporáneos. El amor no se define por la lástima, sino por la admiración. Cuando Dios dice: "me da lástima", no hay en él ninguna condescendencia, ninguna afectación intolerable, sino, más bien, esta revelación inaudita: Dios es un enamorado. "¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré" (Is 49,15). Dios está apasionado, Dios está loco. Como un enamorado, porque ama, lo deja todo: su tranquilidad, su reputación, su renombre.
¿Qué puede ver de bueno en nosotros? ¿Cómo puede hacer de nuestra tierra agotada, ingrata, pervertida o sublevada el objeto de semejante amor? ¿Qué pudo obligar al Hijo a tomar la cruz? "Me da lástima esta gente". Y Dios rompe su propio cuerpo, para saciar con él a esta tierra que ni siquiera conoce el hambre que padece.
Dios se tiende sobre el leño del Gólgota, para así levantar a una humanidad que aún no ha llegado a ver agotado su deseo. "Me da lástima de esta gente". Sólo Dios puede decir con verdad estas palabras, porque sólo él admira suficientemente a nuestra tierra.
Sólo él puede conocer lo que esa frase significa, porque sólo él conoce al hombre tal y como lo soñaba él al atardecer del día sexto. Sólo Dios puede repetirla sin condescendencia, porque sólo él puede hacer lo necesario para que se convierta en realidad aquel sueño olvidado. "Me da lástima de esta gente". Sólo Dios tiene derecho a pronunciar estas palabras, por haber pagado un alto precio para que la lástima se trocara en purificación. "Tomad y comed: esto es mi cuerpo entregado por vosotros y por todos los hombres" (Dios cada día, Sal terrae).
El evangelio de ayer era un anuncio del bautismo. El de hoy nos orienta hacia la Eucaristía. Jesús está siempre presente, con los mismos gestos.
-Por aquellos días, hallándose rodeado de una gran muchedumbre que no tenía qué comer, llamó a los discípulos... La escena que se contará es una "segunda multiplicación de los panes". Pero aquí todos los detalles son empleados por Marcos para mostrarnos que la "mesa de Jesús" está abierta a todos, incluidos los paganos.
1ª multiplicación de los panes / 2ª multiplicación de los panes
-En territorio judío para judíos. / -En pleno territorio de la Decápolis.
-Jesús "bendijo" los panes..., término familiar a los judíos... "eu-logein" en griego / -Jesús "da gracias": término familiar a los paganos... "eu-caristein" en griego
-Quedan "doce cestas" palabra usada sobre todo por los judíos ("Doce" es la cifra de las "doce tribus de Israel"... -La primera comunidad "judeo-cristiana" estaba organizada alrededor de los "doce", como los "doce patriarcas" del primer pueblo de Israel.) / Quedan "siete canastas", palabra usada sobre todo por los griegos (Siete" es la cifra de los "siete  diáconos" que organizaron la primera comunidad helenística -suceso extremadamente importante para introducir a los paganos en la Iglesia y darles la impresión de estar a la misma mesa: Hch 6.)
Marcos tiene pues interés en anticipar la evangelización de los paganos, en el ministerio de Jesús: esto corresponde muy bien a la orientación misionera de su evangelio. Es necesario que los apóstoles amplíen su horizonte. ¡La Mesa ofrecida por Jesús está abierta a todos! ¿Siento yo también estas ansias?
-"Tengo compasión de esta muchedumbre... si les despido en ayunas desfallecerá en el camino, porque algunos vienen de lejos. Todavía el mismo símbolo: los paganos, "los que vienen de lejos", expresión que se encuentra en el libro de Josué 9, 6 y en Isaías 60, 4. Los primeros lectores de Marcos podían reconocerse: también ellos habían venido de lejos, algo más tarde, para ser introducidos en el festín mesiánico en el pueblo de Dios. Gracias, Señor.
-El rol de los discípulos. El retrato del apóstol. Asociados a Jesús para alimentar a las muchedumbres. Lanzados por Jesús a la acción. Ven muy bien lo que hay que hacer, pero no tienen los medios. Así sucede también hoy. El misionero, invitado por Jesús, debe hacer lo que pueda con lo que tiene: y ¡Jesús terminará la obra! No quedarse ociosos ante las necesidades de nuestros hermanos.
-Recogieron siete canastas de los mendrugos sobrantes. En las dos multiplicaciones de panes hay "residuos". Esto indica que el alimento distribuido es inagotable... es el símbolo de un "acto que tendrá que repetirse constantemente", un alimento que debe ponerse sin cesar a disposición de los demás...
-Dando gracias, los partió... Es una comida "de acción de gracias" -eucaristía en griego- La alusión es muy clara. Esta relación no puede pasar desapercibida a un lector cristiano: allí también, los primeros oyentes de Marcos se reconocían... el rito esencial de su comunidad era la "cena del Señor". ¿Qué es la misa para mí, hoy? (Noel Quesson).
Baudoin de Ford (hacia 1190) abad cisterciense, en (SC 93, I, pag. 131ss) comenta: “Tomó los siete panes, dio gracias, los partió...” (cf Mc 8,6) y dice: “Jesús partió el pan. Si no hubiese partido el pan ¿cómo habrían llegado las migajas hasta nosotros? Pero Jesús rompió el pan y lo distribuyó “da con largueza a los pobres” (Sal 111,9) Ha roto el pan para romper la cólera del Padre y la suya propia. Dios le había dicho: “Dios pensaba ya en aniquilarlos, pero Moisés, su elegido, se mantuvo ante él para apartar su furia destructora.” (Sal 105,23) Jesús se mantuvo ante él y lo apaciguó. Por su fuerza indefectible se mantuvo ante Dios sin romperse.
Pero Jesús, voluntariamente ha ofrecido su carne rota por el sufrimiento...”quebraste las cabezas de los monstruos marinos” (sal 73,13) y todos sus enemigos, con tu cólera. Jesús, de alguna manera, ha roto las tablas de la primer alianza, para que ya no estemos bajo la Ley. Ha roto el yugo de nuestra cautividad . Ha roto todo lo que nos aplastaba para reparar en nosotros todo aquello que estaba roto, para hacer volver a la libertad los que estaban cautivos...
Buen Jesús, a pesar de haber partido el pan por nosotros, pobres mendigos, seguimos con hambre... ¡Parte cada día este pan para los que tienen hambre! Hoy, como todos los días, recogemos algunas migajas, y cada día volvemos a tener hambre de nuestro pan de cada día. ¿Si tú no nos lo das, quien nos lo va a dar? Somos menesterosos y desprovistos de todo, no tenemos a nadie que nos parta el pan, nadie que nos alimente, nadie que nos restablezca las fuerzas, nadie más que tú, Dios nuestro. En cualquier consuelo que nos envíes, recogemos las migajas de aquel pan que tú nos partes”.
Tres días lleva la gente y no tienen que comer… significa que la situación es bastante crítica y que a diferencia del primer relato de multiplicación, no hay aldeas cercanas donde pueda ser despedida la gente para procurarse alimentos. Pero también, tres días indica en la Biblia el plazo máximo que se da Dios para intervenir con su ayuda (Jos 1,11; Gén 40,13; Os 6,2). Pasados los tres días, es tiempo para la intervención salvífica de Dios. La preocupación de Jesús de que puedan desfallecer por hambre al regresar a sus lejanas casas, es una buena manera de introducir el milagro.
El hecho que vengan “desde lejos” ratifica el contexto pagano del relato, pues era común entre las primeras comunidades cristianas considerar a los paganos como los lejanos, en cuanto lejanía de Dios y de la salvación (Ef 2,13.17; Hch 2,39; 22,21). La actitud de los discípulos refleja el máximo de la incomprensión y falta de fe, si suponemos que ya había presenciado un milagro similar. Con razón se afirma en Mc 6,52 “pues no habían entendido lo que había pasado con los panes, tenían la mente cerrada”. También podría pensarse que estamos ante una pregunta retórica, recurso literario utilizado por Marcos, para responder que solo hay uno, Jesús de Nazaret, que puede saciar el hambre de la multitud. Como en la primera multiplicación, Jesús pregunta por la existencia de pan.
Los discípulos sin tener que indagar entre la gente le contestan de inmediato que hay siete panes, número que indica plenitud. Los paganos están invitados a participar de la plenitud del banquete eucarístico. Cabe anotar que en la primera multiplicación el número siete se forma de los cinco panes y los dos peces, con el mismo carácter simbólico. Las palabras de Jesús: “tomando”... “dio gracias”... “los partió”, son típicas de la fórmula utilizada en las diferentes comunidades cristianas en la comida eucarística (Lc 22,19; 24,30; 1 Cor11,24). El papel de los discípulos es el de intermediarios entre Jesús y la multitud. La compasión de Jesús pone en acción la inactividad e incomprensión de los discípulos en favor de los hambrientos. Aunque los discípulos son lentos para entender son rápidos para ejecutar las iniciativas de Jesús, esto les permite continuar el camino del discipulado. Cuando todo parecía estar listo, el evangelista añade la presencia de unos “pescaditos”, sin precisar siquiera el número. La bendición a los pescados es extraña, en cuanto en el judaísmo no se bendecían los alimentos como tal sino a Dios que los procuraba. Otra pista para pensar que es un relato cuya procedencia es de ambientes no judíos.
De nuevo los discípulos reparten lo que a su vez han recibido de Jesús. Todos comieron hasta saciarse. Es interesante constatar que el verbo “saciar” solo aparece tres veces en Marcos, en los dos relatos de la multiplicación de los panes y en el de la mujer sirofenicia. La petición de la mujer, que se conformaba con las migajas que caían de la mesa, es ahora escuchada hasta el punto de compartir la mesa y comer hasta saciarse. En el primer relato eran doce el número de canastos donde se recogieron los sobrantes, simbolizando probablemente las doce tribus de Israel y los doce apóstoles. Aquí, el número de canastos son siete, cifra que puede hacer referencia a los “siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu y sabiduría” (Hch 6,3) que reciben el encargo de “hacerse cargo de las mesas (Hch 6,2). También puede indicar los siete pueblos que habitaban la tierra prometida (Dt 7,1), es decir la totalidad del mundo pagano, anteriormente expulsados y hoy invitados a participar de la totalidad del banquete eucarístico.
El número de los que habían comido varía en los dos relatos. En el primero eran cinco mil hombres, en el segundo cuatro mil, un número que podría simbolizar los cuatro puntos cardinales de la tierra, de donde acudirán todos al banquete del Reino de Dios (Lc 13,19). Pasado el tercer día, con la manifestación salvífica de Dios a través de la consolación y la solución de una necesidad básica como la de la alimentación, Jesús puede despedir tranquilamente la gente para continuar su travesía misionera.
Al escuchar este Evangelio, el del reparto de los panes y peces por parte de los discípulos de Jesús, no puedo dejar de pensar en cómo estamos repartiendo los alimentos que, gracias a Dios, hay en abundancia en el mundo. Parece inútil el milagro de Jesús: aunque Él siga multiplicando y regalándonos en abundancia alimento, nosotros aquí lo robamos a los que no lo tienen, nosotros dejamos que millones de personas mueran de hambre, nosotros permitimos que se derrochen alimentos en nuestra casa y un poco más allá haya gente que no tiene para comer.
¿Qué estamos haciendo con el don abundante de Jesús? La tierra produce mucho más de lo necesario, pero somos incapaces de repartir lo que se produce de forma justa. He dicho que somos incapaces, pero igual debería decir que no queremos, que no tenemos “voluntad política” de hacerlo. Os dejo con un pequeño regalo: dicen que una imagen vale más de mil palabras… (Carlo Gallucci).
El anuncio de la Palabra de Dios no puede quedarse sin inserirnos en el compromiso de un trabajo eficaz para que, quienes reciben el anuncio del Evangelio, reciban también el consuelo en sus necesidades temporales. A la Iglesia de Cristo se le ha confiado el anuncio del Evangelio que nos salva. Quienes tratamos de unir vida y Palabra podemos correr el riezgo de quedarnos sólo en la promoción humana de nuestras comunidades. Sin embargo el compromiso del auténtico hombre de fe nace de la meditación humilde de la Palabra de Dios, que viene a transformanos desde dentro, y que nos impulsa, que nos envía para que proclamemos lo que hemos vivido. Sólo entonces seremos un signo vivo de Cristo, y podremos compadecernos de las multitudes hambrientas de pan, de justicia, de perdón, de paz, de amor, de comprensión y de tantas otras cosas de las que adolece la humanidad actual. Vamos al mundo no conforme a los criterios del mismo, buscando tal vez nuestra gloria; sino con los criterios de Cristo, como siervos al servicio del Evangelio que pasan haciendo el bien a todos.
El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía; y nosotros hemos respondido a su llamado. El Señor toma el pan, pronuncia sobre él la acción de gracias, lo parte y lo distribuye entre nosotros. Es Cristo, no que pasa, sino que entra a nuestra propia vida para hacernos uno con Él. Entramos en comunión de vida con Él para ser, día a día, transformados en un signo cada vez más claro de su amor salvador para todos los hombres. Por eso no podemos venir sólo a ver; venimos a sentarnos a la mesa del Señor para gozar de su Vida y de su Espíritu. No podremos, tampoco, alejarnos de Él como si hubiésemos venido sólo a participar en un rito sagrado. El Señor irá con nosotros y hará que nuestra Eucaristía se prolongue en la vida diaria, pues Él, por medio nuestro, se hará encontradizo a todo hombre de buena voluntad que le busque, y se hará cercano a todos aquellos que necesitan de quien vele por ellos en medio de sus pobrezas, sufrimientos y dolores.
La vida que hemos recibido del Señor, así como los bienes, incluso materiales, de los que nos permite disfrutar, los pone en nuestras manos para que los distribuyamos entre los que nada tienen. Dios no nos quiere egoístas; Él no quiere que lo busquemos sólo para que nos llene las manos y para que acumulemos bienes que, al final de nuestra vida, no podremos llevar con nosotros. No nos quire esclavos de los ídolos que nosotros mismos nos hemos creado. Quienes somos hijos de Dios tenemos como única esperanza final la posesión del Señor, donde viviremos eternamente unidos a Él, como el único y perfecto don que Dios hará a quienes le amaron y sirvieron en los demás. Vivamos comprometidos en una auténtica caridad fraterna para que, viviendo todos con dignidad ya desde esta vida, podamos, fraternalmente unidos por el amor, disfrutar eternamente del Banquete Eterno en la Casa de nuestro Padre Dios.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir como verdaderos hijos de Dios amándonos como hermanos, de tal forma que seamos capaces de velar por el bien de todos, especialmente de los más desprotegidos. Amén (www.homiliacatolica.com).
 
 

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