jueves, 11 de febrero de 2010

Martes de la semana 5ª: la Alianza y la honra al nombre de Dios consiste en respetar a los demás, querer a los padres, no perderse en menudencias, sin

Martes de la semana 5ª: la Alianza y la honra al nombre de Dios consiste en respetar a los demás, querer a los padres, no perderse en menudencias, sino en el espíritu de amor.
 
Primer Libro de los Reyes 8,22-23.27-30. Salomón se puso ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo y dijo: "Señor, Dios de Israel, ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como tú, que mantienes la Alianza y eres fiel con tus servidores, cuando caminan delante de ti de todo corazón. Pero ¿es posible que Dios habite realmente en la tierra? Si el cielo y lo más alto del cielo no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo he construido! No obstante, Señor, Dios mío, vuelve tu rostro hacia la oración y la súplica de tu servidor, y escucha el clamor y la oración que te dirige hoy tu servidor. Que tus ojos estén abiertos día y noche sobre esta Casa, sobre el lugar del que tú dijiste: 'Allí residirá mi Nombre'. ¡Escucha la oración que tu servidor dirige hacia este lugar! ¡Escucha la súplica y la oración que tu servidor y tu pueblo Israel dirijan hacia este lugar! ¡Escucha desde tu morada en el cielo, escucha y perdona!
 
Salmo 84,3-5.10-11. Mi alma se consume de deseos por los atrios del Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente.
Hasta el gorrión encontró una casa, y la golondrina tiene un nido donde poner sus pichones, junto a tus altares, Señor del universo, mi Rey y mi Dios.
¡Felices los que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar! protege, Dios, a nuestro Escudo y mira el rostro de tu Ungido.
Vale más un día en tus atrios que mil en otra parte; yo prefiero el umbral de la Casa de mi Dios antes que vivir entre malvados.
 
Evangelio según San Marcos 7,1-13. Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?" El les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres". Y les decía: "Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y además: El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte. En cambio, ustedes afirman: 'Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán -es decir, ofrenda sagrada- todo aquello con lo que podría ayudarte...' En ese caso, le permiten no hacer más nada por su padre o por su madre. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como estas, hacen muchas otras cosas!"
 
Comentario: 1.- 1R 8,22-23.27-30. Es impresionante la estampa de este joven rey, Salomón, delante del pueblo, con los brazos elevados al cielo, dirigiendo a Dios, en el Templo recién edificado, una solemne oración en nombre de todos. Al frente de un pueblo que se considera propiedad de Dios, Salomón se siente rey y sacerdote a la vez. Aquí leemos una selección de su hermosa oración, que en el libro de los Reyes aparece bastante más larga. Da gracias a Dios por su fidelidad. Reconoce que Dios no necesita templos ni puede quedar encerrado en ellos. Es consciente de que Dios es trascendente, el todo otro, y a la vez que está también muy cercano a su pueblo. Y termina pidiéndole, por sí mismo y por todos los miembros de su pueblo presentes y futuros, que preste siempre atención y escuche las oraciones que se le dirijan en este Templo. El salmo nos hace cantar la alegría y el orgullo que los judíos sentían por su Templo: «Qué deseables son tus moradas, Señor... dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre...».
Todas las religiones dan importancia al lugar sagrado, lugar de oración y de encuentro con la divinidad. Los judíos tuvieron, durante el tiempo de su peregrinación por el desierto, su «tienda del encuentro», y después este Templo de Jerusalén. Para nosotros la novedad radical ha sido la persona de Cristo, que además de ser el sacerdote y la víctima y el altar, también se nos presenta como el auténtico Templo del encuentro con Dios: «Destruid este Templo y lo reedificaré en tres días».
Los cristianos, desde el principio, dieron más importancia a la comunidad que al edificio. Al contrario de los paganos y de los judíos, que ponían énfasis en el templo como lugar de la presencia divina, «domus Dei», al que pocos tenían acceso, los cristianos entendieron el lugar de culto sobre todo como «domus ecclesiae», la casa de la comunidad, considerando a la comunidad misma como lugar privilegiado de la presencia de Cristo: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo». Los judíos -y ahora nosotros- eran invitados a no «absolutizar» su Templo. Los profetas ya se encargaron de advertirles que no podían buscar en el Templo como un álibi para descuidar el cumplimiento de la Alianza con Yahvé: «No os fiéis de palabras engañosas diciendo: Templo del Señor, Templo del Señor, Templo del Señor. Si me juráis vuestra conducta y obras, si hacéis justicia y no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda, entonces yo me quedaré con vosotros en este lugar» (Jeremías 7,4-7). Pero a la vez, los cristianos vieron muy pronto la conveniencia de construir iglesias para la reunión de la comunidad y la celebración de su oración y sus sacramentos, en un espacio separado de los espacios profanos. Nuestro aprecio y respeto al lugar de nuestro culto está aún más motivado que el que los judíos tenían a su Templo: para los que nos reunimos en él y también hacia fuera, por la imagen de una iglesia con su campanario en medio del pueblo o de las calles de la ciudad, como recordatorio hecho piedra de nuestra dirección existencial hacia Dios.
El día de la consagración del Templo, Salomón se puso ante el altar del Señor, en presencia de todo el pueblo, extendió sus manos al cielo y pronunció esta oración... Permanecer en la presencia de Dios. Tú estás aquí, Señor. Y yo estoy ante Ti. Que la postura del cuerpo me ayude en la oración: no se ora sólo con la mente.
-"Señor, no hay otro Dios como Tú en lo alto de los cielos, ni abajo sobre la tierra..." Confesar la grandeza de Dios. ¡Su transcendencia! Soy muy pequeño ante Ti, Señor.
-Tú que guardas la Alianza y el amor a tus siervos... La grandeza de Dios es ponerse a disposición de su Pueblo, es ligarse a él, hacer alianza con él. El Dios Transcendente se hace próximo. ¡Es a la vez el Altísimo y el muy Próximo! Este es el gran misterio del Templo.
-¿Será verdad que Dios habita sobre la tierra? Los cielos y las alturas de los cielos no pueden contenerte: ¡cuánto menos este Templo que te he construido! En efecto, Salomón no se equivoca. Dios está de veras «en el cielo», es decir, inaccesible, escondido, imposible de captar, está fuera de nuestro alcance y comprensión. Pero el hombre tiene necesidad de «mediaciones» para alcanzar a Dios. Necesitamos «intermediarios» para encontrar a Dios. El Templo es un medio de «significar», de «sensibilizar» la presencia de Dios. Sabemos que Dios está en todas partes. Pero que es difícil de alcanzar. Necesitamos lugares, espacios sagrados que nos ayuden a orar: que concreticen, que faciliten el encuentro. ¿Sé yo utilizar estos lugares? Cristo, con su Cuerpo, es el verdadero y único mediador, que concretiza y facilita el encuentro con Dios. Es el único templo, reconstruido en tres días. La Asamblea eucarística, los cristianos reunidos son también el Cuerpo visible de Cristo Hoy. Y ciertamente es verdad que esta asamblea concretiza y facilita el encuentro con Dios. En esta búsqueda de Dios hemos sido ayudados por nuestros hermanos y por la Iglesia. ¿Es así como participo yo en la misa, y es con esta convicción? Dios no está solamente presente en la misa. Está presente por doquier en nuestra vida. Pero en la Eucaristía, el fuerte signo de Presencia, nos es dado para que sepamos reconocerle en todas partes...
-Señor, presta atención a mi clamor, a mi súplica, a mi oración... En el texto hebreo hay también tres palabras diferentes, para designar la oración de Salomón. "Tefilá", es el grito de angustia que se lanza en el dolor... «Tekinná», es la súplica confiada en la misericordia de Dios. «Rinná», es la plegaria gozosa, y ya segura de ser atendida... La plegaria toma en nuestros corazones toda clase de formas, según los diversos momentos.
-Que tus ojos, Señor, estén abiertos noche y día sobre este templo... Y Tú, desde el cielo donde habitas, escucha y perdona... ¡Un Dios que me mira sin cesar! En este momento mismo. Tus ojos... (Noel Quesson).
En su plegaria reconoce Salomón que la presencia del Señor en el templo construido por el sucesor de David es una nueva muestra de su fidelidad. Esto le da confianza para pedir que el Señor continúe fiel a sus promesas, exigiendo solamente, de acuerdo con la doctrina deuteronómica, que los descendientes de David sigan el ejemplo de fidelidad que aquel rey les dejó. Por más increíble que parezca la presencia de Dios en un lugar de la tierra, ahora de alguna manera es ya un hecho, gracias a la bondad con que Dios condesciende a los deseos de sus amigos. Por otro lado, Salomón es consciente de que el pueblo de Dios, pobre en la presencia del Señor, acudirá a rezarle en ese lugar en toda clase de necesidades, penas o peligros. Quisiera que el templo fuese un enlace entre el cielo y la tierra, como si Dios, poniendo oído y abriendo los ojos sobre ese lugar, acortase la distancia que separa al hombre que suplica del trono de Dios, inasequible arriba en el cielo. Bien sabe que esta distancia nada tiene que ver con lugar alguno: es sólo que el templo se ha convertido en un signo sagrado de la alianza que acerca a Dios a su pueblo. Mirando así el templo, está claro que el corazón del pueblo que ora y el corazón de Dios estén en trance de tocarse.
Si la alianza es la que corta la distancia que nos separa de Dios, ni que decir tiene que, a medida que los lazos de la alianza se estrechan en el curso de la historia, Dios se acercará más a nosotros para escuchar nuestras oraciones. El deseo de Salomón se cumple más plenamente desde el día en que Jesucristo, sacerdote y templo de la nueva alianza, penetró en el cielo. Jesús no nos decía que orásemos en el templo para ser más prontamente escuchados, sino que orásemos en su nombre. Entonces será plena nuestra alegría de obtener lo que pedimos (Jn 16,23-24). Nos prometía también Jesús que el Padre concederá todo lo que dos o tres están de acuerdo en pedirle; efectivamente, nada nos acerca más al Padre que la unión de los hermanos en el nombre de Jesús (Mt 18,19-20). De las gracias que Salomón pedía para su pueblo, son seguramente las más grandes la de la reconciliación con Dios, la única que nos permite el retorno a su casa, y la gracia de que él incline nuestros corazones a seguir sus caminos. Por estos y otros favores obtenidos de Dios, podrán reconocer todos los pueblos del mundo que no hay otro Dios fuera del Señor (G. Camps).
2. Sal. 83. Nuestra vida se encamina continuamente al encuentro definitivo de Dios en la casa de sólidos cimientos. ¿Hasta dónde tenemos puesta nuestra fe en lograr el cumplimiento de nuestra esperanza en nuestra salvación definitiva? Pues si sólo tenemos un vago deseo de salvación difícilmente encaminaremos nuestros pasos hacia el Señor. Quien no tiene claro el término de su camino por esta vida podrá, tal vez, dar culto al Señor, pero vivirá falto de compromiso en el amor y en la manifestación de la presencia salvadora de Dios desde la propia vida. Si los Israelitas, peregrinos hacia el Templo, se alegraban cuando desde lejos lo contemplaban y entonaban cantos al Señor, nosotros, que tenemos la esperanza cierta de nuestra salvación, día a día dejémonos iluminar por el Señor que nos conduce por medio de su Espíritu y de su Palabra para que, llevando una vida recta, manifestemos que en verdad no sólo estamos cerca del Señor, sino que Él habita ya en nosotros y sólo esperamos que, si le somos fieles, disfrutaremos de Él eternamente.
 
3.- Mc 7,1-13. La tirantez entre Jesús y los fariseos -de nuevo hay algunos que han venido de la capital, Jerusalén- es esta vez por la cuestión de lavarse o no las manos antes de comer. Ciertamente un tema que a nosotros no nos parece demasiado importante, pero que le sirve a Jesús para dar consignas de conducta a sus seguidores. Jesús fustiga una vez más el excesivo legalismo de algunos letrados. Del episodio de las manos limpias pasa a otros que a él le parecen más graves. Porque a base de interpretaciones caprichosas, llegan a anular el mandamiento de Dios (que si es importante) con la excusa de tradiciones o normas humanas: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». El ejemplo del cuarto mandamiento que aduce Jesús es muy aleccionador. Dios quiere que honremos al padre y a la madre, y que lo hagamos en concreto, ayudándoles también materialmente. Pero se ve que algunos no lo cumplían, bajo el pretexto de que los bienes con los que podrían ayudar a sus padres los ofrecían como una limosna al templo -que resultaba bastante más sencilla, el famoso «corbán», una módica ofrenda sagrada- y con ello se consideraban dispensados de ayudar a sus padres, cosa que evidentemente era más difícil y continuado. Pero Dios, más que los sacrificios que le podamos ofrecer a él, lo que quiere es que ayudemos a los padres en su necesidad.
Todos podemos tener algo de fariseos en nuestra conducta. Por ejemplo si somos dados al formalismo exterior, dando más importancia a las prácticas externas que a la fe interior. O si damos prioridad a normas humanas, a veces insignificantes incluso tramposas, por encima de la caridad o de la justicia. Tal vez nosotros no seremos capaces de perder el humor o la caridad por cuestiones tan nimias como el lavarse o no las manos antes de comer. Ni tampoco recurriremos a lo de la ofrenda al Templo para dejar de ayudar a nuestros padres o al prójimo necesitado. Pero ¿cuáles son las trampas o excusas equivalentes a que echamos mano para salirnos con la nuestra? ¿tenemos también nosotros la tendencia a aferrarnos a la «letra» y descuidar el “espíritu”? ¿en qué nos escudamos para disimular nuestra pereza o para inhibirnos de la caridad o la justicia?
Sería muy triste que mereciéramos nosotros el fuerte reproche de Jesús: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi». El concilio Vaticano II llegó a decir que «la separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo» (GS 43, que cita este pasaje de Marcos 7).
«El universo está lleno de tu presencia, pero sobre todo has dejado la huella de tu gloria en el hombre, creado a tu imagen» (prefacio común IX; J. Aldazábal).
He aquí una primera afirmación importante: el mandamiento de Dios y las tradiciones de los hombres tienen que ser considerados como dos cosas distintas (versículos 8-9). No están en el mismo plano, sino que el primero es perenne y las segundas son provisionales. Además, las tradiciones (aunque hayan nacido como un esfuerzo de interpretación del mandamiento e incluso como un intento de veneración del mismo) no tienen que esconder a dicho mandamiento hasta el punto de distraernos de lo que es esencial.
Una segunda afirmación: Jesús rechaza la distinción judía entre lo puro y lo impuro, entre una esfera religiosa, separada, en la que Dios está presente, y otra esfera ordinaria, cotidiana, en la que Dios está ausente. No nos purificamos de la vida de cada día para encontrar a Dios fuera de ella; tenemos que purificarnos del pecado que llevamos dentro de nosotros. Según los fariseos, ir al mercado lleva consigo el peligro de caer en la impureza, por el contacto probable con pecadores y paganos. La afirmación de Jesús a propósito de este caso adquiere una significación ulterior: se trata no sólo de abolir la distinción entre sagrado y profano, sino incluso de superar toda división entre los hombres, entre los puros e impuros.
Finalmente, la absurda tradición del corbán (que permitía a los hijos desentenderse con la conciencia tranquila del deber de mantener a los padres ancianos e inválidos gracias a una pequeña ofrenda hecha al Templo) revela otra equivocación: la casuística elaborada e hipócrita que acaba inutilizando aquella misma ley a la que debería servir.
Hasta aquí hemos visto algunos casos concretos que esta página de Marcos considera como un pretexto para llegar al meollo de la cuestión. El elemento esencial está constituido por la pequeña parábola de Jesús que, una vez más, los apóstoles son incapaces de comprender (vv 15-19): no es lo que entra en el hombre lo que lo mancha, sino más bien lo que le sale de dentro.
Con esta pequeña parábola Jesús afirma la moral del corazón, no sólo la de las acciones. Es el hombre el que debe estar en forma; sólo de un hombre debidamente ordenado es de donde pueden proceder acciones morales. Es una llamada a la rectitud de intención. El corazón puede estar en desorden y entonces es ciega la conducta. Se necesita entonces un esfuerzo continuo de purificación. El primer deber de conciencia para Jesús es tener limpia la conciencia, incluso antes de seguirla. Por tanto, no se trata sólo de hacer las cosas de corazón (en contra del formulismo), sino de hacer cosas que procedan del corazón recto. Esa es la cuestión. Para Jesús el corazón tiene que estar limpio, porque tiene que estar en disposición de captar la voluntad de Dios, una voluntad que no es simplemente letra escrita, que no es repetitiva. No basta con superar la hipocresía y el formalismo; la interiorización pide algo más que sentimiento de sinceridad.
Sería igualmente empobrecer la enseñanza de Jesús, reducirla a una simple llamada al coraje, esto es, a la disponibilidad entendida como capacidad de poner en práctica las normas que se han dado, cueste lo que cueste. El corazón recto de que habla Jesús no está hecho solamente de coraje, de fidelidad y de buena memoria. Está hecho de disponibilidad, entendiendo con ello la libertad y la intuición. Se trata de crear una situación interior capaz de conocer a Dios, al verdadero Dios, capaz de leer de nuevo la voluntad de Dios. El corazón es el lugar donde Dios se revela, no simplemente el lugar donde se percibe la obligatoriedad de un esquema ya existente y donde se encuentra el coraje de repetirlo.
Así, pues, en la página que hemos leído se encierran diversos reproches contra el espíritu farisaico: la confusión entre el rigorismo minucioso en la observancia de la moral y la fidelidad a Dios (la minuciosidad no siempre es signo de la fidelidad), artimañas casuísticas en la interpretación de los deberes morales (un defecto que lleva a un doble desequilibrio: complicar la observancia de la ley especialmente a la gente sencilla y tranquilizar la conciencia de los astutos que intentan salvar el esquema de la ley descuidando su sustancia), y finalmente -como tercer peligro- la confianza en las propias obras por encima del amor de Dios que nos llega gratuitamente.
Para todo esto el evangelio asume una doble tarea: poner en evidencia cuál es el centro de la ley (la caridad) y considerar la obediencia del hombre a la ley como respuesta al gesto salvífico y gratuito de Dios.
Detrás de todo esto hay una advertencia fundamental, que sirve de hilo conductor a todo este capítulo de Marcos: todas estas formas de legalismo son siempre una forma de rechazar a Dios. El legalismo farisaico nace de una incomprensión de Dios y ofrece una razón para rechazarlo; de hecho fue un motivo para rechazar a Jesús (Bruno Maggioni).
-Algunos fariseos y escribas, venidos de Jerusalén... Para Marcos, los lugares tienen un vaIor simbólico. Hay oposición entre "Galilea" y "Jerusalén". Hasta el capítulo 2, durante toda la primera parte del ministerio de Jesús, cada vez que Jerusalén es citada, es en un sentido hostil: es de Jerusalén -la capital religiosa y política- de donde vienen todos los ataques malévolos... ahí, los responsables de la nación le condenarán a muerte y le entregarán a los paganos.
-Se reúnen en torno de Jesús y ven a algunos de sus discípulos comer con las "manos impuras", es decir, sin "lavárselas". Los fariseos en efecto, como todos los judíos, si no se lavan cuidadosamente las manos, no comen, cumpliendo así la tradición de los antiguos. Y de vuelta del mercado, no comen si antes no se aspergen con agua. Y observan otras muchas prácticas por tradición: lavado de copas, jarros y platos. Esta es la cuestión. No se trata solamente de higiene sino de prácticas rituales sobre lo "puro y lo impuro" codificadas por la ley de Moisés (Lv II) y considerablemente amplificadas y precisadas por la tradición.
-"¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de los antiguos? Se las tienen con Jesús a causa de sus discípulos. Poco a poco, Jesús forma a sus discípulos en vistas a su papel misionero futuro. Les abre al universalismo. Paulatinamente van comprendiendo que los estrechos marcos de la antigua religión no son ya aptos para responder a las nuevas exigencias: llamados a hacer obra misionera en países de culturas muy diferentes del medio judío, deben atender a "lo que es esencial", sin embarazarse con costumbres que bloquearían inútilmente a los paganos de buena fe, que no tuvieran los mismos usos respecto a los alimentos. Señor, enséñanos lo "universal'. Señor, ayúdanos a distinguir lo esencial de tu mensaje... de todos los usos y costumbres de los siglos precedentes, de todos los hábitos particulares. En una época de mutación cultural, haznos ver, Señor, lo que es inmutable, y lo que puede y debe cambiar... para que las generaciones de mañana no se sientan frenadas y encontradas al evangelio por el hecho de haberlas ligado demasiado a "tradiciones de los antiguos".
-Jesús les dice: "Muy bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, pues me dan un culto vano, enseñando doctrinas que son preceptos humanos" (Is 29,13). La réplica de Jesús es violenta. Se apoya en la Escritura para contestar a los que le atacan. El sentido global de este pasaje, como tantos otros que van en el mismo sentido en las palabras de los profetas, es el anti-formalismo. Para Dios no son los gestos exteriores lo que cuenta, sino el "corazón". El culto por el culto no tiene valor. El culto debe expresar sentimientos profundos.
-Anuláis "el mandamiento de Dios" para aferraros a vuestra tradición. Jesús hace referencia al mandamiento del amor a los padres: "Honra a tu padre y a tu madre"... que las tradiciones fariseas habían logrado hacer pasar detrás de ciertas reglas de culto. Jesús restablece la verdad de la naturaleza de las cosas: el respeto a los padres es, en todos los pueblos, una necesidad natural ¡que ninguna regla cultual puede anular! Así Jesús prepara a sus apóstoles a ser misioneros universales despegados de los usos demasiado particulares de su propio pueblo de origen... para ser acogedores, y abiertos a los valores universales. Señor, danos esta lucidez, y esta inteligencia (Noel Quesson).
El evangelio de hoy nos relata cómo los escribas y los fariseos al ver que los apóstoles no se apegan a las tradiciones de purificación de los antiguos (lavarse la manos antes de comer, bañarse antes de comer si han ido a la plaza, purificar copas, jarros y bandejas) cuestionan a Jesús esta actitud. Jesús aprovecha esta oportunidad para llamarlos hipócritas, por que se jactan de cumplir las leyes que son hechas por los hombres, humanas, sin importarles que sus tradiciones violen la ley dada por Dios. La ley de Dios, tiene como fin su gloria, que consiste [gloria Dei, homo vivens, la gloria de Dios es que el ser humano viva] en la dignificación del ser humano por el amor y la justicia. La ley de Dios respeta los ritos y las tradiciones, siempre que éstas estén en ese camino del Amor y la Justicia.
Jesús no estaba de acuerdo con el comportamiento de los que detentaban el poder dentro de la iglesia judía. Para cuestionarlos acepta las actitudes de los apóstoles cuando éstos hacían caso omiso de las tradiciones sin sentido que no hacían más que gravar la conciencia y ser un "fardo pesado". Jesús era consciente de que la tradiciones habían cumplido su función dentro del pueblo judío de unificar y fortalecer su cultura en momentos en que corrían el riesgo de diluirse, pero también tenía claro que estas leyes creadas por los humanos fueron la respuesta a una situación concreta, que no eran en sí mismas un camino absoluto para llegar a Dios. Apegarse a ellas sin examinar antes si su contenido posibilitaba de la mejor manera posible el amor y la misericordia en la nueva situación del momento, no tenía sentido para Jesús. Ni lo debe tener para nosotros.
En cierto sentido, Jesús "desteologiza" la ley. Es decir, la valora, pero no como un absoluto. El único valor absoluto es Dios y su voluntad, su proyecto, su Reinado. Todo lo demás son medios, mediaciones. La ley es una de estas mediaciones, y por tanto es algo relativo, relacional, que hace relación a la voluntad de Dios, que está al servicio de la voluntad de Dios, para facilitar su cumplimiento. Cuando la situación cambió, Jesús supo re-leer la ley. No la obedece ciegamente, sino conscientemente, críticamente. Lo único que Jesús obedece ciegamente es la voluntad de Dios, su proyecto. Y para realizar éste en una situación distinta, las también cambiantes mediaciones -la ley entre ellas- debe ponerse al servicio de la permanente voluntad de Dios (servicio bíblico latinoamericano).
¡Te quiero, te quiero! Pero en el fondo estás deseando estar en otro lado divirtiéndote. Muchas veces nos sucede que con nuestras amistades estamos muy contentos por fuera, pero deseamos ya irnos porque es más importante esta o aquella tarea o pendiente. ¿Podemos cambiar el amor por nuestro propio egoísmo? La verdad es que si queremos de verdad a alguien, nos desvivimos en todo por hacer que ese alguien sea verdaderamente feliz. Si no entendemos que el amor conlleva sacrificio, entonces no se ama de verdad. Cristo pone de manifiesto que se puede decir que se ama a Dios sólo con los labios, pero que el corazón está lejos. Por lo mismo no es amor, porque el verdadero amor es desinteresado y busca solamente la felicidad de la persona amada. Si amas a Dios, cumple con lo que le hace feliz (José Rodrigo Escorza).
Este pasaje contiene diferentes enseñanzas de las cuales podríamos hoy hacer una buena reflexión, sin embargo el texto se centra en la unidad que debe haber entre fe y vida. Los fariseos adoptan una postura que a la vista de los demás aparenta fidelidad y cumplimiento a la ley, pero en realidad su corazón está lejos de Dios. Y esta es la triste realidad de muchos de nuestros cristianos que aparentan ser fieles cumplidores de la ley; van a misa los domingos, en las asambleas de oración hacen largas oraciones, se encargan de recoger la limosna en la misa, cumplen con lo marcado con la ley. Sin embargo en sus casas son déspotas, intransigentes, criticones y malcriados, asisten a espectáculos inconvenientes, etc. - Este pueblo me honrar con los labios pero su corazón está lejos de mi - dice el Señor. Es necesario que volvamos a unir la fe y la vida. Que sin dejar de hacer lo que la ley nos invita a hacer, no sea una práctica externa sino el resultado de la relación íntima y personal con Dios; que sea la manifestación externa de nuestro ser poseídos por el Espíritu Santo. Pensemos por un momento que es lo que nos mueve a nuestras prácticas religiosas: ¿La ley o el amor a Dios y a los hermanos? (Ernesto María Caro).
Hoy contemplamos cómo algunas tradiciones tardías de los maestros de la Ley habían manipulado el sentido puro del cuarto mandamiento de la Ley de Dios. Aquellos escribas enseñaban que los hijos que ofrecían dinero y bienes para el Templo hacían lo mejor. Según esta enseñanza, sucedía que los padres ya no podían pedir ni disponer de estos bienes. Los hijos formados en esta conciencia errónea creían haber cumplido así el cuarto mandamiento, incluso haberlo cumplido de la mejor manera. Pero, de hecho, se trataba de un engaño.
«¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición!» (Mc 7,9): Jesucristo es el intérprete auténtico de la Ley; por eso explica el justo sentido del cuarto mandamiento, deshaciendo el lamentable error del fanatismo judío.
«Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’» (Mc 7,10): el cuarto mandamiento recuerda a los hijos las responsabilidades que tienen con los padres. Tanto como puedan, les han de prestar ayuda material y moral durante los años de la vejez y durante las épocas de enfermedad, soledad o angustia. Jesús recuerda este deber de gratitud.
El respeto hacia los padres (piedad filial) está hecho de la gratitud que les debemos por el don de la vida y por los trabajos que han realizado con esfuerzo en sus hijos, para que éstos pudieran crecer en edad, sabiduría y gracia. «Honra a tu padre con todo el corazón, y no te olvides de los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido. ¿Qué les darás a cambio de lo que han hecho por ti?» (Sir 7,27-28).
El Señor glorifica al padre en sus hijos, y en ellos confirma el derecho de la madre. Quien honra al padre expía los pecados; quien glorifica a la madre es como quien reúne un tesoro (cf. Sir 3,2-6). Todos estos y otros consejos son una luz clara para nuestra vida en relación con nuestros padres. Pidamos al Señor la gracia para que no nos falte nunca el verdadero amor que debemos a los padres y sepamos, con el ejemplo, transmitir al prójimo esta dulce “obligación” (Iñaki Ballbé Turu).
San Clemente de Alejandría (150-215) teólogo, en El Pedagogo (III 89,94,98; SC pag 171ss) habla de La ley nueva inscrita en el corazón de los hombres y dice: “Tenemos el decálogo, dado por Moisés...y todo lo que nos recomienda la lectura de los libros santos. “Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda. Luego venid discutamos –dice el Señor-.”(Is 1,16-18) ... También tenemos las leyes del Verbo, las palabras de exhortación escritas no sobre tablas de piedra por el dedo del Señor (Ex 24,12) sino inscritas en el corazón del hombre (2Cor 3,3)... Ahora bien, las tablas de los corazones duros serán quebradas (Ex 32,19; la fe de los pequeñuelos imprime sus huellas en los corazones dóciles... Estas dos leyes le han servido al Verbo en la pedagogía de la humanidad, primero por boca de Moisés, luego por la de los apóstoles...
Nos hace falta un maestro para explicar estas palabras sagradas...Él nos enseñará la palabra de Dios. La escuela es la Iglesia; nuestro único Maestro es el Esposo, la buena voluntad de un Padre bueno, sabiduría primordial, santidad del conocimiento. “El ha muerto por nuestros pecados.” (1Jn 2,2) Él cura nuestros cuerpos y nuestras almas, cura al hombre en su totalidad, él, Jesús que “ha muerto por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero. Sabemos que conocemos a Dios, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo lo conozco, pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él” (1Jn 2,3-4).
Como alumnos de esta divina pedagogía ¡embellezcamos el rostro de la Iglesia y corramos como niños pequeños hacia esta madre llena de bondad. Hagámonos oyentes del Verbo; glorifiquemos la divina providencia que nos conduce por medio de este Pedagogo y nos santifica para ser hijo de Dios!”
Las tradiciones de los fariseos. La vida podría convertirse en un cumplimiento meticuloso de la ley, normas, compromisos, como hacían los fariseos y judíos. Pero valdría preguntarse en medio de tanta exigencia personal ¿por qué? ¿Por qué tanto empeño y dedicación para ser fieles?. ¿Realmente cumplían de esa manera para agradar a Dios? Por la actitud de Jesús su fidelidad era incienso que en lugar de agradar a Dios los alababa a ellos mismos.
Sólo a Dios hay que dar culto, y el verdadero culto consiste en la caridad y amor a Dios, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2095. Debe ser aquí por tanto, donde florezca la exigencia por ser fieles a los compromisos.
El santo Padre, Juan Pablo II escribió que ser cristiano no es en primer lugar cumplir una cantidad de compromisos y obligaciones sino dejarse amar por Dios.
De esta manera, hemos de buscar a Dios para que nuestra jornada no se convierta en una serie de actividades, compromisos, obligaciones sin sentido, porque se tienen que hacer, hechos en ocasiones sin saber por qué se hacen, sino que sean nuestros días un continuo ofrecimiento a Dios de nuestras acciones (Misael Cisneros).
Jesús va al fondo de la cuestion. Jesús como buen judío conocía la tradición. Desde pequeño en la familia fue adquiriendo los conocimientos de la ley y de la tradición judía. Manifiesta respeto y veneración por ala ley y la tradición. “No he venido a derogar, sino a dar cumplimiento, porque os aseguro que no desaparecerá una sola letra o un solo acento de la Ley antes que desaparezcan el cielo y la tierra, antes que se realice todo” (Mt. 5,18). Pero por encima de la ley está el amor. “Amarás a Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los profetas”.
Jesús como hombre libre denuncia el legalismo y la hipocresía de algunos de sus contrincantes y hoy vemos como en el evangelio polemiza con los fariseos y maestros de la ley que protestan ante la conducta de sus discípulos que “no siguen la tradición de los ancianos” v 5). Ellos consideran que el guardar estas tradiciones y practicarlas acerca más a Dios. Jesús respetándolas pone el acento en lo esencial y desautoriza el camino “oficial” que los fariseos y maestros de la ley tienen para llegar a Dios.
Así Jesús propone que para estar más cerca de Dios hay que convertirse a El y seguirle de corazón. Antepone el mandamiento del amor a Dios al querer familiar y a las necesidades económicas del templo (vv. 8,13).
Acentúa el compromiso por la vida sin olvidar el culto y la tradición. Jesús les pone metas más altas. ¿Qué puede importar lavarse o no las manos si el corazón no está limpio? Es más fácil lavarse las manos que amar y comprometerse.
Jesús denuncia la hipocresía, la falsedad de darse golpes de pecho, del no manifestar el verdadero rostro de Dios. Por eso dirá ¡Preceptos de hombres y no mandatos de Dios son vuestras normas y prescripciones legalistas!
Jesús desmonta el tinglado socio- religioso diciendo cual es el mandamiento de Dios y lo que El quiere. “Venid a mí los cansados…yo os aliviaré”. Cargad con mi yugo…mi yugo es llevadero…”No nos exime del yugo, de la carga pero es ligera con él, es llevadera con él. Él es para nosotros la paz y la libertad. Dios, el Dios del creyente es un Dios de libertad, de vida, de justicia, de amor.
Hoy Señor te damos gracias por tu palabra sincera y valiente. Gracias porque nos has dicho que prefieres una religión de amor y de libertad (Segundo Vicente Martínez).
En el nombre del padre. Así se titula una película sobre un joven irlandés que por distintas situaciones de su vida descubrirá la fortaleza y valía de su padre cuando ambos comparten presidio acusados de ser miembros terroristas del I.R.A. La realidad es que el hijo es un vividor que engaña a su padre al que cree demasiado estricto, duro y “poco moderno”, que no está en “la onda” y mantiene unos principios que hoy por hoy están fuera de lugar. En la cárcel, cuando no tienen nada y no son nada, mas que un número, descubrirá que para su padre él nunca ha dejado de ser su hijo y le ayudará a superar las dificultades y la dureza de la vida privada de dignidad. ¡Qué hijo tan ingrato al principio de la película!, y eso que el sentimiento inicial es de simpatía por el chico “hijo de su tiempo” y de cierta prevención contra el padre que es contracultural, carca, anticuado y demasiado severo y orgulloso.
“El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Hoy, y creo que siempre, surge una pléyade de intérpretes de la voluntad de Dios que, sin tener vela en este entierro y hasta sin fe, juzgan, interpretan, deciden y opinan sobre el misterio de la salvación en Cristo. Es mejor lavarse las manos y fregar las ollas que compartir la comida con el hambriento (y estoy convencido que si los apóstoles se lanzaron sobre la comida sin purificarse antes no fue por dar en el morro a los letrados, sino porque tenían más hambre que el perro de un ciego); es mejor salvar a las focas y ser muy comprensivos con todo tipo de “uniones de hecho” antes que defender a la familia y valorar el amor humano como reflejo del amor de Dios que es tierno, fiel, constante, más fuerte que la muerte. Pero ¡hala!, todos a fregar cacerolas, aunque tengamos retortijones de hambre vamos a lavarnos bien las manitas para “que no digan”, vamos a ser más modernos que el hijo de la película y vamos a “vacilar” a nuestro Padre Dios (al que decimos querer mucho, le mandamos un dinerito a casa y le pasamos por las narices nuestra “situación de bien-estar”) hasta que verdaderamente descubrimos que sufrimos. El infiel a su amor sufre, las mujeres (y hombres) maltratadas sufren, los matrimonios rotos sufren, los hijos de divorciados sufren, los que no guardan la castidad y se entregan a cualquiera sufren, los abortistas sufren. La Iglesia, que tiene la asistencia del Espíritu Santo para interpretar los signos de los tiempos, está con los que sufren y no esperan que les den un lavado de cara para, en nombre de Dios eso sí, hacer lo que quiera con su vida, porque quien de verdad sufre descubre a la Iglesia, con todas sus exigencias, como Madre buena que le saca del charco fangoso en que ha convertido su vida de hijo de Dios.
 
 

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