viernes, 12 de febrero de 2010

Jueves de la semana 5ª: la fe puede corromperse con el orgullo egoista, y en cambio se vuelve grande por la humildad y la caridad, en un culto auténti

Jueves de la semana 5ª: la fe puede corromperse con el orgullo egoista, y en cambio se vuelve grande por la humildad y la caridad, en un culto auténtico a Dios
 
Primer Libro de los Reyes 11,4-13. Así, en la vejez de Salomón, sus mujeres les desviaron el corazón hacia otros dioses, y su corazón ya no perteneció íntegramente al Señor, su Dios, como el de su padre David. Salomón fue detrás de Astarté, la diosa de los sidonios, y detrás de Milcóm, el abominable ídolo de los amonitas. El hizo lo que es malo a los ojos del Señor, y no siguió plenamente al Señor, como lo había hecho su padre David. Fue entonces cuando Salomón erigió, sobre la montaña que está al este de Jerusalén, un lugar alto dedicado a Quemós, el abominable ídolo de Moab, y a Milcóm, el ídolo de los amonitas. Y lo mismo hizo para todas sus mujeres extranjeras, que quemaban incienso y ofrecían sacrificios a sus dioses. El Señor se indignó contra Salomón, porque su corazón se había apartado de él, el Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces y le había prohibido ir detrás de otros dioses. Pero Salomón no observó lo que le había mandado el Señor. Entonces el Señor dijo a Salomón: "Porque has obrado así y no has observado mi alianza ni los preceptos que yo te prescribí, voy a arrancarte el reino y se lo daré a uno de tus servidores. Sin embargo, no lo haré mientras tú vivas, por consideración a tu padre David: se lo arrancaré de las manos a tu hijo. Pero no le arrancaré todo el reino, sino que le daré a tu hijo una tribu, por consideración a mi servidor David y a Jerusalén, la que yo elegí".
 
Salmo 106,3-4.35-37.40. ¡Felices los que proceden con rectitud, los que practican la justicia en todo tiempo! Acuérdate de mi, Señor, por el amor que tienes a tu pueblo; visítame con tu salvación, se mezclaron con los paganos e imitaron sus costumbres; rindieron culto a sus ídolos, que fueron para ellos una trampa. Sacrificaron en honor de los demonios a sus hijos y a sus hijas; por eso el Señor se indignó contra su pueblo y abominó de su herencia.
 
Evangelio según San Marcos 7,24-30. En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Se alojó en una casa procurando pasar desapercibido, pero no lo consiguió; una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo: - «Deja que coman primero los hijos. No está bien echarles a los perros el pan de los hijos».
Pero ella replicó: - «Tienes razón, Señor: pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños».
Él le contestó: - «Anda vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija».
Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
 
Comentario: 1. 1 R 11,4-13. Se oscureció al final el reinado de Salomón. Tuvo problemas políticos y económicos, y dificultades dentro y fuera de sus fronteras. Se apuntaba ya la división que pronto sucedería entre los reinos del Norte y del Sur. El autor del libro no duda en atribuir esta decadencia al pecado en que cayó Salomón. Su pecado no es tanto lo de la multiplicidad de esposas, que era costumbre de la época, como signo de riqueza y prestigio, sobre todo cuando los pactos y las alianzas se firmaban a base de matrimonios políticos, cuanto más numerosos mejor. El pecado que se le achaca al ya anciano Salomón es la idolatría: esas mujeres le arrastraron cada una hacia sus dioses, con la edificación de ermitas o templos y la corrupción consiguiente. Salomón faltó al primer mandamiento, que entonces como ahora es el más importante: «No tendrás otro Dios más que a mí». Por eso Dios se encoleriza contra él y le anuncia el castigo que seguirá por su infidelidad.
¿Qué dioses extraños podemos estar adorando nosotros? ¿qué altares o ermitas hemos construido, en vez de adorar y seguir al único Dios? ¿Se podría decir de nosotros lo que el texto dice de Salomón: «había desviado su corazón del Señor Dios»? En nuestro caso no será la multitud de mujeres o los templos a dioses falsos. Pero puede ser el dinero, o el deseo de poder, o la ambición, o el poco control de la sensualidad, o el excesivo apego al dinero, o algún otro afecto desordenado. Algo que nos aleja de nuestro seguimiento de Cristo y de Dios. Algo que hace que dividamos nuestro corazón entre el amor a Dios y el amor a otros dioses falsos. Por ejemplo, a nosotros mismos. Parecía imposible de pensar que Salomón, el que había iniciado su reinado pidiendo humildemente a Dios que le diera la sabiduría y que construyó el Templo en honor de Yahvé, pudiera caer luego en idolatría y construir templos a otros dioses. También nosotros podemos caer en inconsecuencias pequeñas o grandes en nuestra vida. Nadie está seguro. Podemos llegar incluso a negar a Cristo como luego hará Pedro. Porque todos estamos en medio del mundo, con el encargo de no ser del mundo, pero con la tentación de conformarnos a este mundo que no piensa precisamente como Cristo.
-En la ancianidad de Salomón sus mujeres inclinaron su corazón tras otros dioses. La posesión de muchas mujeres era entonces un signo de riqueza y notoriedad más que de depravación de las costumbres. De hecho, lo que se reprocha aquí es la idolatría. En aquel tiempo, la mujer era considerada como el lugar misterioso de fuerzas incontrolables, y recurría gustosa a la magia para dominar las fuerzas que rigen la fecundidad o la esterilidad. Las mujeres de Salomón permanecían así en contacto con los cultos de su clan y de su pueblo.
-Astarté, diosa de los sidonios... Milkom, ídolo abominable de los ammonitas... Kemós, dios de Moab... Sus mujeres extranjeras ofrecían sacrificios a sus dioses. El Señor se irritó contra Salomón. Fecundidad. Esterilidad. Contracepción. Regulación de nacimientos. Es un tema de reflexión que sigue siendo actual y un problema siempre renaciente. Como en tiempo de Salomón. En comportamientos muy concretos, aun cuando sean diferentes, es donde se juega nuestra fidelidad a Dios. La sexualidad queda siempre como uno de los puntos en los que se juega la dignidad del hombre. «Milkom» es calificado de ídolo abominable, ¡porque se le ofrecían sacrificios de niños recién nacidos que se hacían pasar por el fuego! Líbranos, Señor, de todos nuestros ídolos. Libera a la humanidad de sus ídolos abominables. Ayúdanos, Señor, a progresar siempre más en humanidad. Hay que progresar la ciencia y el saber para que los hombres no tengamos necesidad de recurrir a ninguna clase de magia.
-Porque tal ha sido tu modo de comportarte... Y porque no has guardado mi alianza, ni las prescripciones que te ordené... Dios no es indiferente a los comportamientos humanos. Le interesan. Hay cosas que no pueden hacerse. Aunque no sea siempre fácil determinar «lo que está bien y lo que está mal», tenemos que «buscar lo que es mejor». Sabemos que las normas morales son ambiguas y que han evolucionado al correr de los siglos, es cierto. Pero eso no nos dispensa de buscar lo que está «bien», lo que construye... ni de evitar lo que está «mal», lo que destruye... De otra parte, el bien y el mal están inextricablemente mezclados, según Jesús. En nosotros, en nuestros comportamientos y decisiones, hay una parte de «buen grano» y otra de «cizaña». Lo esencial es no resignarnos, por cansancio o hastío, a hacer «cualquier cosa», o bien a hacer solamente «lo que nos gusta».
-Se enojó el Señor contra Salomón porque había desviado su corazón del Señor... A través de nuestro combate moral, es Dios quien está «en juego». Es nuestra relación con Dios la que sale maltrecha o reforzada. «Apartarse de Dios»... «observar la Alianza»... Son palabras que se refieren al amor. El pecado es ante todo una rotura entre nosotros y Dios. Me reconozco pecador, ¡oh Padre! Al pensar en mis pecados habituales, dirijo a Ti mi súplica, Señor (Noel Quesson).
Desviar el corazón significó, en Salomón, dar culto a otros dioses. Las alianzas con otros pueblos se concretizaron por infinidad de matrimonios del Rey con mujeres extranjeras, que exigiendo el tener lugares donde dar culto a sus dioses, obligaron a Salomón a construir los santuarios o altozanos donde poder continuar con sus cultos idolátricos. Y el corazón del Rey también se desvió hacia ese culto. No podemos hacer alianzas con los poderosos, ni con los malvados bajo pena de quedar atrapados en sus males y desviaciones. Muchos hay que, para no perder la amistad ni el apoyo de los poderosos de este mundo, buscan razones para justificarles sus maldades. Finalmente ya no están al servicio de Dios sino de los poderosos. Si somos personas consagradas al Señor debemos ser un signo profético que ayude a que todos, dejando sus malos caminos, vivan con la dignidad que todos tenemos de hijos de Dios, siempre dispuestos para construir un mundo más justo y más fraterno, con la mirada siempre puesta en Aquel que nos ha amado para vivir, no conforme a los criterios de este mundo, sino conforme a los criterios de Cristo. Por eso, con humildad y sencillez de espíritu, hemos de tomar nuestra cruz de cada día y seguir sus huellas.
 
2. Sal. 105. Ante Dios ¿quién está libre de culpa? Tal vez no nos hemos postrado ante ídolos, sin embargo, olvidados de Dios, hemos entregado nuestro corazón a las cosas pasajeras, al poder o al desenfreno de las propias pasiones. Esto ha generado grandes desequilibrios en la relación humana, de tal forma que, levantados unos contra otros, hemos generado guerras, persecuciones injustas, muerte de inocentes, falta de respeto a los derechos fundamentales del hombre, hambres y muerte, desánimo por falta de oportunidades para poder llevar una vida digna. No olvidemos que somos hijos de Dios y que nuestra vida debe tener como horizonte el amor, que no sólo nos lleve a amar a Dios por encima de todo, sino también a amar a nuestro prójimo como el Señor nos ha amado a nosotros, pues sólo amando a nuestro prójimo estaremos haciendo realidad el amor a Dios. Pidámosle al Señor que nos ayude para no quedar atrapados por aquello que nos debe poner al servicio de los demás (el poder), por aquello que nos debe llevar a tender la mano a los más desprotegidos (los bienes materiales) o por aquello que nos debe impulsar a trabajar por el bien de todos (nuestras pasiones). Cuando en lugar de buscar a Dios para servirlo con gran amor en los demás nos buscamos a nosotros mismos, hacemos que, incluso, las cosas santas se conviertan en ocasión de maldad y de pecado, de destrucción y de muerte en nosotros.
Podría darse que lo que dice el salmo de hoy se nos pudiera aplicar a nosotros: «Emparentaron con los paganos, imitaron sus costumbres, adoraron sus ídolos y cayeron en sus lazos».
 
3.- Mc 7, 24-30 (paralelo: Mt 15, 21-28: Miércoles de la 18ª Semana). El episodio sucede en el extranjero, en territorio de Tiro y Sidón, en Fenicia. La mujer que protagoniza esta escena no es judía, lo que le da un sentido muy particular al gesto de Jesús. La buena mujer se le acerca con fe, para pedirle la curación de su hija, que está poseída por el demonio. Jesús pone a prueba esta fe, con palabras que a nosotros nos pueden parecer duras (los judíos serían los hijos, mientras que los paganos son comparados a los perritos), pero que a la mujer no parecen desanimarla. A Jesús le gusta su respuesta sobre los perritos que también comen las migajas de la casa y le concede lo que pide. Lo que puede la súplica de una madre. La de esta mujer la podemos considerar un modelo de oración humilde y confiada.
A los contemporáneos de Jesús el episodio les muestra claramente que la salvación mesiánica no es exclusiva del pueblo judío, sino que también los extranjeros pueden ser admitidos a ella, si tienen fe. No es la raza lo que cuenta, sino la disposición de cada persona ante la salvación que Dios ofrece.
Lo que Jesús dice de que primero son los hijos de la casa es razonable: la promesa mesiánica es ante todo para el pueblo de Israel. También Pablo, cuando iba de ciudad en ciudad, primero acudía a la sinagoga a anunciar la buena nueva a los judíos. Sólo después pasaba a los paganos.
Para nosotros también es una lección de universalismo. No tenemos monopolio de Dios, ni de la gracia, ni de la salvación. También los que nos parecen alejados o marginados pueden tener fe y recibir el don de Dios. Esto nos tendría que poner sobre aviso: tenemos que saber acoger a los extraños, a los que no piensan como nosotros, a los que no pertenecen a nuestro círculo.
Igual que la primera comunidad apostólica tuvieron sus dudas sobre la apertura a los paganos, a pesar de estos ejemplos diáfanos por parte de Jesús, también nosotros a veces tenemos la mente o el corazón pequeños, y nos encerramos en nuestros puntos de vista, cuando no en nuestros privilegios y tradiciones, para negar a otros el pan y la sal, para no reconocer que también otros pueden tener una parte de razón y sabiduría.
Deberíamos corregir nuestra pequeñez de corazón en el ámbito familiar (por ejemplo en las relaciones de los jóvenes con los mayores), en el trato social (los de otra cultura y lengua), en el terreno religioso (sin discriminaciones de ningún tipo). «Anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo» (Plegaria eucarística IV) (J. Aldazábal).
-Jesús se fue hacia los confines de Tiro. Entró en una casa, no queriendo ser de nadie conocido; pero no le fue posible ocultarse... Jesús no busca las acciones brillantes. Siempre el secreto mesiánico. La obra de Dios es una labor escondida, que no hace ruido... ni busca hacerlo. Partiendo de esto, yo me pregunto: ¿Deseo con avidez manifestaciones espectaculares de Dios, de la Iglesia? ¿Acepto francamente la humildad de Dios? ¿Busco acaso sobresalir, ocupar los primeros puestos?
-Una mujer cuya hijita tenía un espíritu impuro, entró y se postró a sus pies. La expresión "espíritu impuro" se encuentra 23 veces en el Nuevo Testamento. ¡Cuántas madres en el mundo entero, tienen preocupaciones acerca de sus hijos, rezan y confían su preocupación a Jesús!
-Esta mujer era pagana, Sirofenicia de origen. Marcos lo subraya. Cuando Marcos redacta su evangelio, en Roma, en pleno núcleo del paganismo, este detalle tiene su importancia. Quiere mostrarnos que Jesús es efectivamente el fundador de la "misión a los paganos o gentiles". Jesús, de hecho, salió de su país para ir a Tiro, en Siria. ¿Tengo yo, siguiendo a Jesús, un corazón misionero? La Iglesia no puede limitarse a mantener en la Fe a los que ya conocen al Evangelio. El Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia comienza así: "Enviada por Dios a las gentes para ser "el sacramento universal de la salvación obedeciendo el mandato de su Fundador (Mc 16, 16), por exigencias íntimas de su catolicidad se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres". ¿Tengo un corazón universal? "Católico" es una palabra griega que significa "universal". Dios ama a todos los hombres. Dios quiere la salvación de todos. Y yo, ¿qué hago para ello?
-Jesús le dijo: "Deja primero hartarse a los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los cachorrillos". Ella replicó: "Sí, Señor, pero los cachorrillos debajo de la mesa comen de las migajas de los hijos." Todo el interés de este episodio está en habernos conservado esta frase. Jesús, ante la suplica de una mujer pagana, acepta que el pan de los hijos, -reservado a los judíos- sea participado también por los "cachorrillos" -es decir por los paganos. Esto adquiere toda su importancia si recordamos que el gran debate de la Iglesia primitiva fue precisamente este problema de la incorporación de los paganos. Jesús deja claramente entender que el pan del que quiere saciar a las gentes, si bien ha sido destinado primero a Israel, será un día participado por todos.
-Díjole entonces Jesús: "Por eso que has dicho, vete, que ya el demonio salió de tu hija". Y habiendo vuelto a su casa habló a la niña, acostada en la cama y libre ya del demonio. A través de estas palabras penetró mejor en la conciencia que tenía Jesús de su papel: no es tan sólo el mesías esperado por Israel, sino el salvador que todos los hombres, todos los pueblos esperan en la oscuridad. Es aquél que puede liberar a todas las razas de sus malos demonios. Es aquél que en todo hombre puede liberar "lo mejor de sí mismo". Señor, libéranos de nuestros demonios, de todas las fuerzas que nos dominan (Noel Quesson).
Es sorprendente la facilidad con la que nos damos por vencidos; con que razón decía Nuestro Señor que “el Reino sufre violencia y los aguerridos lo arrebata”. Para la mujer, que ante todo cree en el poder de Jesús, no acepta tan fácilmente su negación. Al contrario, la usa para persuadirlo. Jesús compara la mujer con un perrito (cosa en el lenguaje de los judíos de corte usual en el trato con los no judíos a quienes llamaban “Goyim” que significa perro o apartado de Dios); la mujer, en lugar de sentirse ofendida, reconoce lo que es, no se quiere poner por encima de lo que le está diciendo Jesús, pero usa sus mismas palabras para arrebatarle el milagro. Si Señor, dices bien, si soy un perrito, pero déjame comer de las migajas que los niños tiran. Mientras que los judíos despreciaban la gracia de Jesús ella se conforma con las migajas. Cuánta enseñanza en un pasaje. Por un lado no desperdiciemos la gracia que Dios nos ha dado en nuestro bautismo y al tener como Dios a Jesús. Por otro lado no nos demos por vencidos en nuestras peticiones. No sabemos qué nos dará pero de seguro no nos dejará marcharnos con las manos vacías, sobre todo si somos capaces de reconocer con humildad lo que somos: Unos pobres pecadores (Ernesto María).
Estamos por Tiro y Sidón (3,8). Contra la costumbre judía de no pisar territorio pagano (impuro), Jesús lleva a la práctica la universalidad de su mensaje.
v. 24b Se alojó en una casa, no queriendo que nadie se enterase, pero no pudo pasar inadvertido. Alojarse en una casa, con una familia del lugar, sin especificar religión ni raza, fue una instrucción que dio Jesús a los Doce (6,8). Se rompe el tabú judío de la impureza de los demás pueblos… hay que preparar el terreno para la difusión del mensaje, trabajando en primer lugar por la humanización progresiva de esa sociedad. Este sería el objetivo primario de la misión. Mientras la relación entre los hombres no tenga un mínimo de humanidad y los individuos no alcancen en alguna medida el nivel de personas, no se puede proponer el mensaje. El evangelista lo expone narrativamente en el encuentro que se describe a continuación.
vv. 25-26 Una mujer que había oído hablar de el, y cuya hijita tenía un espíritu inmundo, llegó en seguida y se echó a sus pies. La mujer era una griega, siro fenicia de origen, y le rogaba que echase el demonio de su hija. La sociedad pagana, antes considerada desde el punto de vista de los esclavos en rebelión (5,2-20: geraseno), está ahora representada por una madre y su hija. Este binomio está en paralelo con el de Jairo y su hija (cf. 5,23 y 7,25: hijita; 5,35 y 7,25.29: su/tu hija; 5,39ss y 7,30: la chiquilla), que en forma figurada describía la situación extrema en que se encontra ba el pueblo sometido a la institución religiosa judía. La madre es una griega, es decir, pertenece a la clase privilegiada, a la ciudadanía libre, aunque ella misma fuera de origen indígena (sirofenicia); representa la clase dominante. La hija, figura de la clase dominada, está infantilizada (25: hijita; 30: chiquilla) y tiene un espíritu inmundo (cf 5,2), un demonio (26.29.30, cf 5,15), es decir, está alienada por un espíritu de odio que la lleva a la autodestrucción; no se resigna a su condición, pero su falta de desarrollo humano (infantilismo), efecto de la opresión, la priva de toda iniciativa. La madre reconoce la superioridad y poder de Jesús (se echó a sus pies), mostrando al mismo tiempo la gravedad de su problema. La situación de su hija le resulta insostenible. Quiere que Jesús la libere del espíritu inmundo, de su actitud de odio, de la que ella, sin embargo, no se reconoce responsable…
v. 27 El le dijo: «Deja que primero se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros». La respuesta de Jesús sorprende por su tono despectivo, pero replica a la mujer de ese modo para hacerle comprender lo que ella hace dentro de su sociedad. Si los judíos, que se consideran privilegiados como pueblo, llaman perros a los paganos, ella, la clase social privilegiada, quizá trata como perros a los oprimidos que dependen de ella...
v. 28 Reaccionó ella diciendo: «Señor, también los perros debajo de la mesa comen de las migajas que dejan caer los chiquillos». Al oír la frase despectiva, la mujer no se marcha. Comprende el reproche y responde reconociendo para los despreciados al menos un mínimo derecho humano, el derecho a la supervivencia, a la vida. No hay que esperar, como decía Jesús, a que se sacien los hijos, pueden comer al mismo tiempo los perros, aunque sean las migajas. ¿Da así un primer paso para disminuir la distancia social? No sabemos las lecturas que podría tener ese diálogo para la mujer…
vv. 29-30 El le dijo: «En vista de lo que has dicho, márchate: el demonio ha salido de tu hija». Al llegar a su casa encontró a la chiquilla tirada en la cama y que el demonio ya había salido. Jesús la despide (márchate): ha hecho el mínimo indispensable, si por ejemplo fuera cierto que ella era algo altiva y que ahora ha aprendido a ser humilde, reconociendo que debe compartir en cierta medida con la los humildes. Por este mismo hecho queda liberada la chiquilla, denominación que indica minoría de edad, pero no ya dependencia ni posesión («mi hija»). Aunque sigue siendo menor, el término chiquilla ha designado a los que comen a la mesa y dejan caer las migajas (28); de este modo el evangelista, al designar a la gente sencilla con un término que expresa su igualdad con la clase dirigente, propone el ideal que hay que alcanzar.
Parece que no fuera Jesús quien expulsa al demonio, que sale por el cambio de actitud de la «madre». En cuanto ésta acepta con humildad ese diálogo que no conocemos, pero que hemos supuesto aquí que es tomar conciencia de la injusticia que practica, empieza a desaparecer el obstáculo; pero «la chiquilla» aún no tiene vitalidad (tirada en la cama, sin fuerzas); sólo el encuentro con Jesús podría dársela (5,41s). Jesús no habla a los paganos de la Ley judía ni de normas a las que tengan que atenerse. Es la renuncia a la injusticia de su sociedad la que les abre la posibilidad de acceder al reinado de Dios y formar parte de la nueva comunidad universal.
Quizá no haya nada de esta cosa social o de conversión en el corazón de la cananea, lo cierto es que lo grandioso del relato evangélico es la forma como una mujer pagana es colocada como modelo de fe, pero modelo de fe así como Israel entendió la fe en su sentido más genuino y original. Ella se abandona en los brazos de aquél que viene de parte de Dios y se declara sin fuerza y limitada humanamente. Declara en su expresión que sin su ayuda, sin su poder, sería imposible llegar a humanizarse ella y su pequeña hija que se encuentra dominada por la enfermedad.
La dignidad e igualdad de la mujer aparece en la misma respuesta que la mujer le da a Jesús, que es también una crítica a la desvalorización que el judío hacía de otras culturas. Ella habla del perrito, dulcificando la palabra perro, expresión judía para nombrar a los pueblos de la gentilidad.
Jesús, con este milagro, entra a combatir el alma social judía ya que en el fondo de esta alma está el peso acumulado de la opresión femenina: un ser inferior, sin plenos derechos, impura por su condición sexual. Ella era una cananea, una extranjera. La mujer no se deja amedrentar frente a un judío. Ella, a Jesús, le habla con claridad y es la claridad de su palabra la que hace que Jesús actúe frente a ella con libertad y la libere de la opresión en la que vive; por eso el milagro ocurrió y su hija fue sanada a distancia.
La Iglesia también tiene que entrar a respetar las múltiples expresiones culturales que existen en nuestro mundo. Tenemos, como Iglesia, que dejar de ser tan colonialistas y respetar el legado cultural y ancestral que los otros pueblos tienen. Hay que mirar a los otros pueblos con respeto y con admiración para hacer de este mundo una casa donde todos quepamos. También tenemos que comenzar a ver a la mujer con ojos adultos, y asimilar una Iglesia donde ella adquiera responsabilidad eclesial. ¿Hasta cuándo seguirá la subvaloración femenina en el seno del catolicismo? ¿En qué podemos ayudar nosotros a superar este error histórico frente a la mujer? (Juan Mateos).
Hoy se nos muestra la fe de una mujer que no pertenecía al pueblo elegido, pero que tenía la confianza en que Jesús podía curar a su hija. En efecto, aquella madre «era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio» (Mc 7,26). El dolor y el amor le llevan a pedir con insistencia, sin tener en cuenta ni desprecios, ni retrasos, ni indignidad. Y consigue lo que pide, pues «volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido» (Mc 7,30).
San Agustín decía que muchos no consiguen lo que piden pues son «aut mali, aut male, aut mala». O son malos y lo primero que tendrían que pedir es ser buenos; o piden malamente, sin insistencia, en lugar de hacerlo con paciencia, con humildad, con fe y por amor; o piden malas cosas que si se recibiesen harían daño al alma o al cuerpo o a los demás. Hay que esforzarse, pues, por pedir bien. La mujer sirofenicia es buena madre, pide algo bueno («que expulsara de su hija al demonio») y pide bien («vino y se postró a sus pies»).
El Señor nos mueve a usar perseverantemente la oración de petición. Ciertamente, existen otros tipos de plegaria —la adoración, la expiación, la oración de agradecimiento—, pero Jesús insiste en que nosotros frecuentemos mucho la oración de petición.
¿Por qué? Muchos podrían ser los motivos: porque necesitamos la ayuda de Dios para alcanzar nuestro fin; porque expresa esperanza y amor; porque es un clamor de fe. Pero existe uno que quizá sea poco tenido en cuenta: Dios quiere que las cosas sean un poco como nosotros queremos. De este modo, nuestra petición —que es un acto libre— unida a la libertad omnipotente de Dios, hace que el mundo sea como Dios quiere y algo como nosotros queremos. ¡Es maravilloso el poder de la oración! (Enric Cases Martín).
San Juan Crisóstomo (hacia 345-407), obispo de Antioquia y Constantinopla, doctor de la Iglesia, en su Homilía “Que Cristo sea anunciado” (12-13; PG 51, 319-320) habla de la “La oración humilde e insistente” y dice: “Una mujer cananea se acerca a Jesús suplicándole a grandes gritos que curase a su hija, poseída de un demonio... Esta mujer, una extranjera, una bárbara, sin relación alguna con el pueblo judío ¿no era como una perra, indigna de alcanzar lo que ella pedía? “No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos.” (Mt 15,26) Sin embargo, la perseverancia de la mujer le ha valido ser escuchada. Aquella, que no era sino una perrilla, Jesús la levanta a la nobleza de los hijos de la casa. Más aún, la colma de alabanzas. Le dice al despedirla: “¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides.” (Mt 15,28) Cuando se oye a Cristo decir: “Tu fe es grande” no hace falta buscar otras pruebas para ver la grandeza de alma de esta mujer. Ha salido de su indignidad por la perseverancia en la petición. Observa también que alcanzamos del Señor más por nuestra propia oración que por la de los otros”.
Pocas veces en el Evangelio escuchamos respuestas en las que Jesús aplace algo que le piden de corazón (no esas peticiones de los escribas y los fariseos para ponerlo a prueba, sino de personas que ponen en Él su confianza). Hoy es una de ellas. Otras ocasiones en que parece que Jesús se niega a escuchar a los que le piden algo: en las bodas de Caná a su madre santísima y cuando le avisan de que su amigo Lázaro está enfermo y se muere. En todas ellas el Señor se sobrepasa en generosidad cuando ve la fe probada como oro en crisol.
Hoy una mujer pagana, fenicia de Siria, de la que ni tan siquiera sabemos su nombre le pide la curación de su hijita y recibe lo que parece una negativa, “no está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Pero la mujer no baja la cabeza y se va a buscar a otro, cuando una madre se arranca no hay quien la pare y como sabe que el Señor puede hacerlo, no ceja en su intento y responde con la misma gallardía: “También los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños”, y por esa valentía su hija queda curada.
Enfrentarse a Dios, puede parecer una blasfemia pero creo que a veces es necesario y desde luego es mucho mejor que intentar comprarlo o acostumbrarse a Él. Muchas veces en el Antiguo Testamento los patriarcas y profetas se han “enfrentado” con Dios, le han pedido explicaciones o le han intentado “regatear” sus decisiones y lo hacían desde el convencimiento de que Dios les escuchaba y que haría siempre lo mejor. En tu oración nunca te des por vencido, nunca digas: “Dios no me ha escuchado”; continúa clamando sin cesar, no pierdas la constancia, no digas “ya se me ha acabado la paciencia” y desesperes. El Señor te escucha y sabe, mejor que tú, lo que te hace falta. Si eres constante verás que en el mejor momento- no antes- el Señor te dará aquello que de verdad necesitabas, aunque no fuese lo que tú habías imaginado. No seas como esa pobre mujer que desconsolada lloraba por la calle diciendo: “Dios me ha fallado, no volveré más a Misa, me ha traicionado y no ha escuchado mi oración, n hace justicia, no creo ya ni que de verdad exista”. Cuando le preguntabas el por qué de tanta desolación, qué no le había concedido Dios, qué le había hecho perder la fe, te contestaba: “Se ha llevado a mi madre, ha muerto mi madre y Él la podía salvar”. Su madre tenía 97 años (ella 75) y no entendía que la muerte es inexorable para todos pero que- en pocos años- volvería a encontrarla (por la misericordia de Dios) en el cielo, llena de vida y de amor de Dios, que realmente sí la había salvado aunque su egoísmo la llevase a pensar que era mejor tener a su madre anciana, medio demente y paralítica a su lado.
Pide siempre, no pares, no te canses, no seas como Salomón que ya creía que no le hacía falta pedir nada al Señor pues lo tenía todo y lo perdió todo, desvió su corazón y aún así el Señor no le abandonó completamente. Pide junto con María, ella sabe arrancar esos milagros -que no salen en la prensa pero conceden la paz- al corazón misericordioso de su Hijo.
La cananea, la fe que vence a Dios. "La Cananea" nos va a enseñar cómo la fe es capaz de ganarle a Dios ese pulso que Dios le echa. Es un relato tan hermoso que parece casi un cuento de hadas. Sin embargo, aquella mujer se llevó en el corazón aquello que tanto quería: la curación de su hija. "Ten piedad de mí, Señor. Mi hija está malamente endemoniada". Esta mujer parte de una realidad: nadie, a excepción de Dios, puede solucionarle eso que atormenta tanto su corazón, el tormento de su hija a manos del demonio. En nuestras vidas cuántas veces Dios no entra en nuestros cálculos humanos: son nuestras propias fuerzas, son los demás, es la esperanza en el progreso, es el psicólogo, las primeras puertas a las que llamamos. Cómo nos cuesta poder decir que aquella sencillez de Marta y María: "Señor, el que amas, está enfermo" Cómo nos cuesta ser niños ante Dios y decirle con esta mujer: "Ten piedad de mí".
Parece que Jesús no escucha aquel grito desgarrado, porque no le responde. Sin embargo, cómo le dolió a Cristo aquella súplica. Quiere poner a prueba la fe de aquella mujer para que su fe fuera más grande si cabía. Y son los discípulos quienes intervienen abogando en favor de ella, pero no por motivos profundos, sino para quitársela de encima, pues ya molestaba. Parece que Dios muchas veces no nos escucha, no nos oye. Nos llega a desesperar a veces el silencio de Dios. Es posible que hasta a veces pensemos que a Dios no le interesamos. Y es ahí justamente cuando Dios está esperando ese último gesto de entrega a él, de confianza en su amor de Padre.
Jesús responde a los discípulos, no a ella, que él no ha sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Es como un gesto de desprecio, de rechazo, como queriendo zanjar todo aquello de golpe. Pero ella insiste en su oración: "Señor, socórreme". Hay que ser humildes para aceptar a Dios. "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos". Ante aquel grito de dolor, Cristo va a poner la última prueba. Le dice que no está bien quitarle el pan a los hijos para dárselo a los perritos. Es como un insulto. Hoy diríamos que Cristo ha pisoteado la dignidad humana de aquella persona. Pero Él sabe lo que está haciendo, y lo que está haciendo es purificar aquel corazón plenamente antes de hacer el gran milagro.
Por ello responde la mujer que también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. Aquello doblega el corazón de Cristo que ya desde antes venía sufriendo junto con aquella mujer aquel dolor terrible que experimentaba por la enfermedad de su hija. Ya no puede más, y ante tanta humildad dice: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas". Y la hija quedó curada. La fe siempre lo puede todo hasta lo imposible. La fe y la humildad de una pobre mujer cananea habían doblegado el Corazón de Dios. "A los humildes Dios los bendice". ¡Cómo se llenaría de gozo el corazón de aquella mujer que ahora contemplaba a su hija curada! Diría: "Ha valido la pena pasar por esto mil veces", y tal vez no se daba cuenta del todo de que había sido su fe perseverante quien había ganado aquel duelo.
Nosotros los cristianos tenemos que aprender de esta mujer muchas cosas hermosas y bellas. A Dios se le vence con la fe, no con el orgullo. De Dios se obtiene todo no con el racionalismo, sino con la confianza. En Dios siempre encuentra uno acogida cuando se le acerca con humildad, no con auto-suficiencia. Por ello, estos ejercicios nos dan la oportunidad de revisar nuestra fe.
¿Es mi fe la primera actitud que define mi relación personal con Dios? O más bien, ¿la fe es el último recurso, cuando ya no cabe ninguna otra esperanza? A Dios le gusta que mi relación habitual, diaria, personal con Él se de siempre en el campo de la fe. Dios quiere que me fíe de Él, que tenga la suficiente confianza como para pedirle cosas de niño, que nunca ponga en duda su amor y su poder.
¿Es mi fe humilde? Parecería una contradicción porque la fe sin humildad no es tal. Pero conviene preguntarse si sé agarrarme de Dios incluso cuando no entiendo nada de nada, cuando no comprendo sus planes, cuando me resulta imposible ver su amor en algo que me ha sucedido. Entonces, tengo que hacerme pequeño y decirle a Dios: "No te entiendo, pero me fío de ti", como tuvo que hacer María al comprobar que duros eran los planes de Dios sobre el modo y el cómo del Nacimiento de su Hijo, o al ignorar cómo se iba a resolver el tema de su embarazo con José, o al escuchar que una espada iba a atravesar su corazón por culpa de aquel niño que llevaba a presentar ante el Señor.
¿Es mi fe tan grande que, incluso no entendiendo nada de nada de los planes de Dios sobre mí o sobre los demás, pongo por delante siempre mi fe absoluta en Él? ¡Cómo nos gustaría escuchar de los labios del mismo Dios: "Qué grande es tu fe. Que se haga como quieres"! Hay que apostar en la vida por Dios y aceptar que Dios nos sobrepasa y nos supera. No somos nada a su lado. Todo lo que de Él venga será bienvenido. No dejemos nunca que el orgullo nos someta y dejemos de curarnos porque se nos hace humillante bañarnos en el río que nos ha aconsejado Dios cuando tenemos ríos tan bellos en nuestra tierra (2 Re 5, 1-15).
El Evangelio de la gracia, la Buena Nueva de Cristo, nos ha enseñado que la fe es fundamental en el cristiano. Incluso cuando uno ve el futuro y siente ansiedad, incluso cuando uno ve los problemas y siente impotencia, incluso cuando uno constata los graves problemas que afligen al mundo, al hombre, a la familia. No hay otra solución que la fe. Dios es más grande que todo eso. Dios es quien me garantiza mi alegría y mi salvación.
Tal vez el Señor quería tener un momento de descanso junto con sus discípulos. Pero cuando acude a Él la gente no se niega a atenderlos, pues es consciente de que ha venido como el Pastor que busca, incansablemente, a las ovejas que se han extraviado. Su ministerio se desenvuelve conforme a la cultura de su tiempo. Por eso nos da a entender que el Mensaje de salvación debería de ser anunciado primero a los judíos. Llegará el momento en que envíe a sus discípulos a anunciar el Evangelio hasta el último rincón de la tierra. Ese Mensaje de Salvación no es sólo para ser escuchado, sino para liberar al hombre de sus ataduras al pecado y a la muerte. Y esto con la finalidad de que todos seamos criaturas nuevas en Cristo. El Señor, a quienes no pertenecíamos al Pueblo de los elegidos, no nos dio las migajas que caen de la mesa de los hijos, sino que nos sentó a ella para que podamos disfrutar en plenitud de la Vida de Dios y de la participación de su Espíritu Santo. Sólo si tenemos puesta nuestra fe en Cristo podremos, por nuestra unión a Él, llegar a ser hijos de Dios. Vivamos no sólo como quienes esperan de Dios sus dones, sino como quienes, al recibir la vida de Dios se preocupan, a impulsos del Espíritu Santo, en hacerla llegar a todos, sin darnos jamás descanso en ello.
El Señor nos convoca para sentarnos a su Mesa y alimentarnos con su Palabra y con el Pan de Vida. Ese alimento no es sólo para que lo guardemos como un don para nosotros. El Señor nos quiere apóstoles suyos. Por eso a quienes llamó los purificó; a quienes purificó los llenó de su Vida y a quienes llenó de su Vida los envió como testigos suyos en el mundo a través de la historia. Nosotros hemos venido en este día a participar de la Vida que el Señor nos ofrece. Y venimos con la intención de dejar a un lado nuestros ídolos. Nuestro corazón, en adelante, sólo ha de pertenecer al Señor. Él será el centro de nuestra vida, de nuestro amor y de nuestra entrega en favor de los demás. No sólo contemplamos la entrega de Cristo por nosotros. Sabemos que, por nuestra unión a Él, hemos de tomar nuestra cruz de cada día e ir tras sus huellas.
Por eso, quienes participamos de la Mesa del Señor no podemos volver a nuestra vida diaria para sentarnos en la mesa de los demonios. Si somos sinceros en nuestra unión con Cristo deben haber quedado atrás nuestras maldades y vicios. Si antes fuimos unos malvados, ahora, renovados en Cristo, hemos de vivir de un modo santo y justo. Es verdad que estando en una continua relación con el mundo muchas veces encontraremos la ocasión de ser injustos, de hacer el mal a los demás. El Señor nos invita e impulsa diciendo: En el mundo tendréis muchas tribulaciones; pero ¡ánimo! no tengan miedo, yo he vencido al mundo. Si muchas veces nos encontramos con personas que tal vez se han vuelto enemigos nuestros, no los despreciemos; no pasemos de largo ante su dolor, ante su pobreza, ante su sufrimiento, ante sus desesperanzas diciendo que si ellos se lo buscaron, ellos lo encontraron. Cristo nos invita a dar, no sólo las migajas de nuestro amor, de nuestra ayuda; sino dar incluso nuestra propia vida para que los demás recobren su dignidad y vivan como hijos de Dios y hermanos nuestros.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vernos y amarnos como hermanos velando unos por otros y preocupándonos de hacer el bien a todos, especialmente a los más desprotegidos, o a los que viven lejos del Señor hasta que todos juntos podamos sentarnos a la mesa eterna de nuestro Dios y Padre. Amén (www.homiliacatolica.com).

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