martes, 9 de febrero de 2010

Domingo de la 4ª semana, C. La profecía y los otros dones son para ayuda a los demás, y entre todos resplandece el amor; la virtud más grande, la que

Domingo de la 4ª semana, C. La profecía y los otros dones son para ayuda a los demás, y entre todos resplandece el amor; la virtud más grande, la que nos trae Jesús, el Amor de Dios encarnado.
 
Libro de Jeremías 1,4-5.17-19. En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.»
 
Salmo responsorial Sal 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. l5ab y 17. R. Mi boca contará tu salvación, Señor.
A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame.
Sé tu mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías.
Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas.
 
Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12,31-13,13. Hermanos: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin limites, cree sin limites, espera sin limites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará. Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño. Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.
 
Evangelio según san Lucas 4,21-30. En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: - «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: - «¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: - «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y añadió: - «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
 
Comentario: Jr 1,4-5.17-19. El profeta toma la palabra para hablarnos de su vocación  y de su envío o misión, y se insertan en mdio sus dos primeros oráculos. Corre el año 628 a. de C. El es "el escogido", "consagrado" y "nombrado", términos que indican destino para la misión de la palabra. El tocar la boca del v.9 es un gesto que también dice relación a la palabra. Así el profeta queda consagrado para la misión. Como Moisés (Ex 4,10), también Jeremías se asusta ante la tarea encomendada (v.6). En aquella época de decadencia del poder asirio, él va a ser más el profeta de juicio que de salvación (cf  los verbos del v 10 en los que se recalca más la idea de destrucción que de construcción); ha de luchar constantemente contra sus paisanos que abrigaban falsas esperanzas porque un nuevo poder, el de Babilonia -dirá el profeta-, acabará con el reino del Sur (año 587 a. de C.). Jeremías es hombre débil y ha de anunciar al pueblo, al que tanto ama, aquello que no le agrada. Por eso se siente solitario, incluso forzado y violado por el Señor.
Ante este grito de angustia, el Señor le garantiza su auxilio (vs. 7-10). Su palabra es la de Dios. Jeremías debe aceptar su ministerio sin miedos y con prontitud. Esta es la paradoja de Jeremías; su palabra es potente al ser palabra de Dios, y, a la vez, impotente, ya que no puede forzar a nadie a la fe y a la obediencia. En la promesa del Señor sólo se le garantiza la asistencia y triunfo final; pero para nada se habla de triunfalismo y éxitos rotundos. Su camino es arduo y difícil, lleno de dolor y perseguido. Esta será también la suerte de todo mensajero hoy (A. Gil Modrego).
La vocación es en la vida de todo hombre lo que da sentido a toda su actividad. Confundir la vocación puede suponer el fracaso total de una personalidad. Jeremías a los veinte años tiene clara conciencia de cuál sea su vocación. Ha sido llamado para ser profeta de las naciones.
Los grandes pioneros del espíritu han dejado constancia de su vocación, de su encuentro con Dios, en el que han comprendido la misión de su vida. Cada uno a su estilo, de forma diferente pero con certeza, seguridad y eficacia. Es una profunda experiencia interior de lo divino y humano en estrecha intimidad inadecuadamente expresada después mediante los medios físicos de que disponemos. La descripción externa es irreal. La experiencia interna tan real como el pan y el agua que comemos y bebemos.
Jeremías se sabe conocedor de Dios al mismo tiempo que ha sido conocido por El. Conocimiento que es amor. En el lenguaje hebreo se conoce con el corazón. Este conocimiento amoroso ha hecho de él un consagrado, algo dedicado exclusivamente a Dios y separado de todo lo demás.
Aunque fue a los veinte años cuando tomó conciencia de todo esto, fue también entonces cuando descubrió en su intimidad con Dios -Dios se lo reveló, decimos nosotros- que este sentido de su vida estaba ya prefijado desde eterno en los planes de Dios, desde antes de que fuera formado en el seno de su madre.
Esto le hace temblar. Se ve sencillamente un hombre. Quisiera ser como uno de tantos; como un niño pequeño que no sabe hablar.
Tímido por naturaleza, está muy lejos de ofrecerse voluntario como Isaías. Pero el imperativo divino está por encima de sus sentimientos naturales. "Yo estaré contigo para salvarte". ¡Qué hermosa experiencia de intimidad y presencia de lo divino en lo humano! Yahveh sale responsable de cuanto diga. El pondrá en su boca lo que ha de decir y la fuerza para decirlo. Para ello debe primero purificarla con el simbolismo de tocarla con su mano. Desde ahora su misión está bien clara. Con la antítesis de construir y destruir sabe que deberá enderezar todo camino torcido y profundizar en la revelación, incluso con nuevas revelaciones.
Sabe que tiene que hablar porque su conciencia no puede soportar lo que contemplan sus ojos: idolatría, enoteísmo, perversión de costumbres.... Tiene que hablar y tiembla. ¿Y qué hombre no? Es la violencia de esa lucha interior entre las exigencias de la fe y la debilidad humana. Hasta Cristo sudó sangre. Así son los auténticos llamados, los genuinos profetas (com. de edic. Marova).
2. Sal 70. Es un "midrash", una especie de "parábola", un "ropaje": el pueblo de Israel está representado aquí en un anciano, escogido desde antes de su nacimiento (el amor de Dios es el primero), y que se ha esforzado por ser fiel hasta sus "cabellos blancos"... Un anciano sin fuerzas y rodeado de enemigos que quieren su perdición... Y que se atreve a pedir a Dios no simplemente la prolongación de una pobre vida maltrecha sino una "nueva vitalidad", una nueva juventud, una verdadera resurrección: ¡entonces, Israel, sin fin "cantará" la alabanza y la alegría!
Desde el punto de vista literario, miremos el hermoso movimiento en espiral, que mezcla sin cesar, la "súplica" y la "alabanza" .. EI creyente que grita y gime ante la prueba, sin embargo, jamás se desespera... A su petición suplicante, junta la acción de gracias.
Desde su infancia, Jesús estuvo "en las cosas de su Padre"... Más que nadie podía decir: "Tú me escogiste desde el vientre de mi madre... He sido motivo de asombro para muchos"... "Todo el día están llenos mis labios de alabanzas a tu gloria"... Jesús pide en su Pasión, ser librado de sus enemigos: "Dios lo abandona... ¡Veamos si Elías viene a liberarlo! Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
Y en esta situación extrema, seguridad en la resurrección: "Me harás vivir de nuevo, me levantarás de lo profundo de la tierra... Y cantaré la alegría de una vida que me has vuelto a dar"... Sí, hay que repetir este salmo con Jesús.
El tema de la vejez. Nunca como en nuestro mundo moderno la vejez ha sido una prueba terrible. Cuanto más el hombre moderno logra curar las enfermedades, más siente el fracaso de no poder curarse de la muerte. Cuanto más confort y bienestar proporcionan las técnicas y la ciencia, se hace más duro tener que abandonar esta vida. Nunca como hoy, el anciano ha estado tan aislado: nuestros abuelos vivían casi siempre en familia, con sus hijos... hay que experimentar el terrible sentimiento del abandono, esta impresión humanamente dramática de haber cumplido su tiempo, como un viejo utensilio ya fuera de uso... hay que afrontar lúcidamente esta cruel vivencia en que una cierta vida ha terminado, y que, aquel tiempo es irreversible... para comulgar con la esperanza del salmista: sí, para el verdadero creyente, las leyes biológicas y psicológicas de la vejez no influyen en quien espera la comunicación de la vida divina. ¡Nuestra nueva juventud, está ante nosotros, en Dios! ¡Allí está la alegría!
El deseo de vivir. Todo este salmo protesta contra la pérdida de vitalidad, aun en nombre mismo de la eternidad del amor: ya que Dios nos creó porque El nos ama (¡Desde el vientre de nuestra madre!), ¿cómo podría El abandonarnos? La resurrección de los muertos, la Resurrección de Jesucristo, está prevista desde toda la eternidad, y hace parte del proyecto inicial del creador. No acusemos jamás a Dios de haber hecho un hombre mortal. Su único proyecto, es el de un ¡hombre resucitado! Esta fe penetra ya este salmo.
El sentido de la alabanza. Aun en medio de las situaciones más dolorosas, el hombre de la Biblia continúa su canción, toma su guitarra y da gracias (Noel Quesson).
Cuando las fuerzas declinan. Hay una ley constante que cruza como un meteoro los cielos de la Historia de la Salvación: sólo los pobres poseerán a Dios. Los ricos ya tienen su dios; su corazón ya está ocupado. Y ricos no sólo son los que disponen de sólidas cuentas bancarias, sino también aquellos que gozan de una firme instalación vital: éxito, prestigio, salud.
Cuando un hombre se halla en posesión de una propiedad, ésta reclama a su propietario, y, entre éste y la propiedad se establece una apropiación, con lo que la propiedad sujeta y esclaviza al dueño, y se le transforma en objeto de culto y adoración. Al dueño se le van las entrañas, en un movimiento de adhesión y rendimiento, detrás de la propiedad, ya transformada en ídolo, absorbiendo las mejores fuerzas del corazón: tiempo, preocupación, devoción. Definitivamente, ¡qué difícil es que un rico entre en el Reino de Dios! (Mt 19,23).
Cuando el hombre se identifica con su ídolo, en una funesta simbiosis, entonces el hombre mismo se transforma en un pequeño dios de sí mismo. Y, al final de este proceso, se encuentra en posesión de un tesoro que es él mismo, jugando al «pequeño dios» en un minúsculo estadio, olvidándose de que su salvación consiste en estar abierto en lo más profundo de su ser, y de que su riqueza consiste en ser pobre de sí mismo.
Por eso, constantemente aparece en los salmos la condición indigente y fugaz del hombre, reclamando, por contraste, la solidez de Dios. Aparece la fragilidad moral o pecado como la pobreza humana más radical que, por su propia naturaleza, reclama la presencia misericordiosa del Señor.
Ser pobre consiste fundamentalmente en la carencia de algo: salud, patria prestigio, amor, estima... El hambriento es pobre porque necesita de alimento para sobrevivir. El exiliado es pobre porque le despojaron de una patria. La esposa abandonada es pobre porque necesita del cónyuge. Al perseguido le falta comprensión, o justicia, o acogida. Al calumniado le han usurpado el prestigio.
Un dato interesante: en un número elevado de salmos el salmista se eleva hacia Dios a partir de la experiencia de alguna indigencia humana: en los salmos 13, 17, 22, 88 de la experiencia de una extrema aflicción; en el salmo 71 de la experiencia de la ancianidad; en el salmo 30 y otros, de la experiencia de la inminencia de la muerte; en los salmos 35, 55, 57, 69 de la experiencia de la persecución; en los salmos 38, 51, y otros, de la experiencia del pecado. La lista se haría interminable. Es la constante pedagogía del Señor: deja que el hombre se hunda en el abismo de la indigencia; allí mismo se inicia su ascenso hacia Dios.
La observación de la vida me ha enseñado esta comprobación: en el camino de la vida, cuando una persona, en una determinada oportunidad, ha tenido un fuerte proceso de conversión, ha sido casi siempre a partir de una dura crisis, de una experiencia interior intensa de alguna indigencia, como fracasos, disgustos, desilusiones. La experiencia demuestra que, en los planes divinos, las pruebas de la vida son la pedagogía ordinaria de Dios con respecto de sus hijos. Cuando los ídolos caen y tambalean las columnas, sólo entonces Dios puede transformarse en mi Dios.
En la ancianidad. Es un salmo verdaderamente hermoso y entrañable. Entre sus pliegues palpita en todo momento una profunda intimidad; y una confianza casi invencible cruza su firmamento de un extremo a otro.
Cuarteado como un edificio en ruinas, próximo ya a las puertas del abismo, el anciano salmista mira atrás, mira hacia adelante, se mueve entre agitados contrastes, entre la impotencia y la esperanza y, a pesar de estos contrastes, una serenidad vestida de ternura está presente entre sus líneas en todo momento. En suma, es un salmo de gran consolación.
No obstante, el salmo 70 no extiende ningún puente al Más Allá; jamás levanta la mirada por encima de los horizontes. El anciano salmista se conforma con seguir viviendo unos años más en este suelo; no tiene alas de trascendencia. Le falta la mirada cristiana hacia la Patria y la resurrección final. Por eso, a pesar de su hermosura, el salmo se nos queda corto.
En los tres primeros versículos sentimos al salmista como nervioso, tenso. Se parece a un hombre que se halla ante un peligro inminente, o, quizá, a un hombre acosado por fieras que le acechan desde todas partes: ayúdame, sálvame, mira que estoy en grave peligro. Si sucumbo, ¿qué van a decir mis enemigos? Te necesito. Sé para mí roca de refugio, fortaleza invulnerable, ancla de salvación (vv. 1-3).
En este momento el anciano salmista extiende su mirada sobre su pasado, abarca de un golpe de vista todos los años de su vida, retrocede hasta la infancia, y, conmovedoramente, nos hace una deslumbrante evocación (vv. 5-8), y nos transmite un mundo de ternura: Dios lo había hecho vibrar desde la aurora de su vida, y siempre había sido sensible a los encantos divinos (v. 5).
Y, en una actitud audaz, retrocede hasta el seno materno. El anciano salmista tiene la conciencia clara de que desde entonces, desde el embrión, había sido tocado por el dedo de Dios: ya entonces me apoyaba en Ti más que en mi propia madre; desde entonces Tú fuiste la esencia de mi existencia; todavía en el seno uterino en Ti respiraba, subsistía, era. Mi madre me llevaba en el útero, pero yo te llevaba dentro de mí, y, al mismo tiempo, yo estaba dentro de Ti (v. 6). Y, sintetizando el contenido de este versículo, y abarcando todos los horizontes, nos entrega el salmista esta emotiva acotación: «Siempre he confiado en Ti.»
Desempolvando los viejos archivos, el salmista recuerda y hace presentes momentos asombrosos: era tanta su gallardía interior y su plenitud que «muchos me miraban como a un milagro» (v. 7). Pero en esto no hubo ningún mérito de mi parte: todo esto sucedía porque yo estaba contagiado de tu fuerza; yo parecía un muro indestructible porque Tú eras mi Roca (v. 7).
Continúa el salmista con su evocación: ha sido, la mía, una existencia brillante a la vista de todos. Tu gloria resplandeció a través de mis pasos y mis días; a lo largo de mis años dejé destellos de luz en las noches y rastros de tus pies en mis días. Todo fue obra tuya. Mi existencia y mi garganta no han cesado de soltar a los vientos tus alabanzas (v. 8).
Ahora en el ocaso… Después de esta evocación, el salmista baja la vista, se mira a sí mismo, y se encuentra como madera carcomida, como muro cuarteado, acosado por la enfermedad, sin fuerzas. Y, para mal de males, los raquíticos de siempre se divierten con esta situación, y hacen de ella el plato favorito de sus chismes y chistes: y es esto lo que más le duele al salmista: deshecho y despreciado. ¿Cabe mayor desgracia? Sí cabe; y es que, para colmo de desdichas, le están sucediendo tantas desgracias porque -así lo interpretan ellos- Dios lo ha abandonado (vv 9-11).
En este momento el salmista salta como un resorte desde el pozo de su impotencia apelando a la justicia divina y lanzando imprecaciones contra sus detractores (vv 12-13). ¡Siempre el instinto de venganza a flor de piel! Entre el versículo 13 y el 14 hay una violenta transición, del abatimiento a la euforia, debido, sin duda, a la experiencia general de su vida: por lo que ha sucedido en su historia pasada, el salmista sabe de antemano que su apelación será atendida, y la confesión pública es un hecho asegurado.
En efecto; después de esas imprecaciones, saltando de contraste en contraste, el viejo salmista da rienda suelta, en tres versículos victoriosos y comenzando con el «yo en cambio», a su seguridad inmutable de que será atendido por el Señor, y ya está pensando en la próxima alabanza: su esperanza jamás declinará así se caigan las estrellas y los montes se desplomen en el mar (v 14). No se cerrará mi boca; seré incansable rapsoda para narrar tus proezas, Señor mío, y contar tu victoria, obra exclusivamente tuya (v 16).
En sus típicas transposiciones de planos y alteraciones anímicas, el viejo salmista, lleno de gratitud y en un tono sumamente entrañable, vuelve, en los versículos siguientes (vv 17-20), al recuerdo de los años pasados, años cuajados de milagros y maravillas: desde los años de mi juventud fuiste mi antorcha; desde la aurora hasta el ocaso me mantenías en vilo, causando yo asombro a todos los espectadores (v 17).
Pero ahora que soy viejo, ahora que las canas blancas me coronan y el vigor se alejó para siempre, ahora no me abandones, Dios mío; mantén mis nervios en alta tensión, dame un soplo de vida, y otro más, hasta acabar mi tarea, la de describir la potencia de tu brazo ante la asamblea de las futuras generaciones. Necesito un poco más de vida para contar a los incrédulos de siempre tus indescriptibles proezas, tus memorables victorias, aquellas hazañas que dejaron mudos a los grandes de la tierra, «Dios mío, ¿quién como Tú?» (v 19).
Después de esta ardiente súplica, el anciano salmista manifiesta en los versículos 20-24 una serena confianza en el futuro, a partir, sin duda, de sus experiencias pasadas: después de tanta flaqueza, serias enfermedades y el desprecio de los prepotentes, yo sé que una desusada primavera estallará en mis venas, desde el abismo de la tierra me levantaré como un tallo esbelto, y de nuevo el árbol de la vida florecerá en mi huerto (v 20).
No sólo eso; mucho más: mi respetabilidad ante la asamblea del pueblo aumentará considerablemente, y las gentes tendrán que reconocer, mudas y asombradas, y confesar ante la faz de la tierra que Tú eres el héroe de tales proezas (v 21). Más todavía: yo sé que he de saborear la fruta más deliciosa de la vida: tu consolación; sí, yo he de beber un vaso de ese vino que me producirá una alta embriaguez; yo sé que te acercarás a mí con la ternura de madre, y me consolarás, y me vendarás las heridas (v 21).
Aquel día tomaré en mis manos las arpas vibrantes y las cítaras de oro, te entonaré en la madrugada una melodía inmortal, y al anochecer te alabaré a muchas voces, Dios mío, y tu Nombre resonará por todas las latitudes, oh Santo de Israel (v 22), y esta alma, agradecida y feliz, por haber sido rescatada de la fosa profunda, te aclamará noche y día, sin cesar, eternamente (vv 23-24; Salmos para la vida; Claret).
Juventud y vejez. «Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza / y mi confianza, Señor, desde mi juventud. / En el vientre materno ya me apoyaba en ti; / en el seno, tú me sostenías; / siempre he confiado en ti. / No me rechaces ahora en la vejez; / me van faltando las fuerzas; no me abandones».
Tú eres parte de mi vida, Señor, desde que tengo memoria de mi existencia. Me alegro y me enorgullezco de ello. Mi niñez, mi adolescencia y mi juventud han discurrido bajo la sombra de tus manos. Aprendí tu nombre de labios de mi madre, te llamé amigo antes de tener ningún otro amigo, te abrí mi alma como no se la he abierto nunca a nadie. Al repasar mi vida, veo que está llena de ti, Señor, en mi pensar y en mi actuar, en mis alegrías y en mis penas. He caminado siempre de tu mano por senderos de sombra y de luz, y ésa es, en la pequeñez de mi existencia, la grandeza de mi ser. Gracias, Señor, por tu compañía constante a lo largo de toda mi vida.
Ahora los años se me van quedando atrás, y me pongo a pensar, aun sin quererlo, en los años que me quedan. La vida camina inexorablemente hacia su término, y mi mirada se fija en las nubes de la última cumbre, que parecía tan lejana y ahora, de repente, se asoma cercana e inminente. La edad comienza a pesar, a hacerme sentirme incómodo, a dibujar el molesto pensamiento de que los años que me quedan de vida son ya, probablemente, menos de los que he vivido. Apenas había salido de la inseguridad de la juventud cuando me encuentro de bruces en la inseguridad de la vejez. Mis fuerzas ya no son lo que eran antes, la memoria me falla, los pasos se me acortan sin sentir, y mis sentidos van perdiendo la agudeza de que antes me gloriaba. Pronto necesitaré la ayuda de otros, y sólo el pensar eso me entristece.
Más aún que el debilitarse de los sentidos, siento el progresivo alargarse de la sombra de la soledad sobre mi alma. Amigos han muerto, presencias han cambiado, lazos se han roto, mentalidades han evolucionado, y me encuentro protestando a diario contra la nueva generación, sabiendo muy bien que al hacerlo me coloco a mí mismo en la vieja. Cada vez queda menos gente a mi lado con quien compartir ideas y expresar opiniones. Me estoy haciendo suspicaz, no entiendo lo que otros dicen, ni siquiera oigo bien, y me refugio en un rincón cuando los demás hablan, y en el silencio cuando dicen cosas que no quiero entender. La soledad se va apoderando de mí como el espectro de la muerte se apodera, una a una, de las losas de un cementerio. La enfermedad que no tiene remedio. La marea baja de la vida. El peso del largo pasado. La vecindad de la última hora. Tonos grises de paisaje final.
Me da miedo pensar que, de aquí en adelante, el camino no hará más que estrecharse y no volverá ya a ensancharse jamás. Tengo miedo a caer enfermo, de quedarme inválido, de enfrentarme a la soledad, de mirar cara a cara a la muerte. Y me vuelvo a ti, Señor, que eres el único que puede ayudarme en mis temores y fortalecerme en mis achaques. Tú has estado conmigo desde mi juventud; permanece conmigo ahora en mi vejez. Tú has presidido el primer acto de mi vida; preside también el último. Sostenme cuando otros me fallan. Acompáñame cuando otros me abandonan. Dame fuerzas, dame aliento, dame la gracia de envejecer con garbo, de amar la vida hasta el final, de sonreír hasta el último momento, de hacer sentir con mi ejemplo a los jóvenes que la vida es amiga y la edad benévola, que no hay nada que temer y sí todo a esperar cuando Tú estás al lado y la vida del hombre descansa en tus manos.
¡Dios de mi juventud, sé también el Dios de mi ancianidad!
«Dios mío, me instruiste desde mi juventud, / y hasta hoy relato tus maravillas; / ahora, en la vejez y las canas, / no me abandones, Dios mío» (Carlos G. Vallés).
3. 1ª Co 12,31-13,13. Después de exponer su criterio sobre los distintos carismas Pablo pasa al punto central de la existencia cristiana: el amor. Esta realidad es la que da sentido a todos los demás carismas. No es un elemento variable, como los otros dones, sino común a todo cristiano, accesible e imprescindible a cada uno de nosotros.
Pablo supone con acierto que la vivencia del amor está abierta y es posible para cualquier miembro de la comunidad cristiana, aunque sea de diversas maneras. Pero su punto principal es exaltar el amor. Por eso se ha llamado a este fragmento "himno del amor". Quizá no lo es en el sentido estricto del término, pero tiene tal vehemencia y viveza que no es injusto llamarlo así.
En la primera parte (13,1-3) Pablo pone una serie de ejemplos, claramente exagerados en su distinción respecto del amor, para mostrar que si esos dones, mencionados anteriormente al hablar de los carismas, no están animados por el amor, si no son su fruto o realización no valen nada. Naturalmente es casi imposible que se den esos actos sin amor, pero Pablo habla así para subrayar la importancia del amor.
El amor es fruto del Espíritu (cf Gal 5,22), su primer fruto y hasta se puede identificar con Él. El Espíritu es también la fuente de los carismas. Por lo cual se ve que el amor es de donde brota toda actividad en beneficio de los demás.
En la segunda parte (13,4-7) hay una exaltación en términos absolutos del propio amor. No insiste en aspectos prácticos o éticos, sino lo pondera en términos casi poéticos. También hay aquí exageración y necesidad de analizar y comprender cada expresión antes de ponerla en práctica. Pero el intento paulino está claro. Es sumergirse en esa realidad y vivirla plenamente.
En todos los aspectos. No sólo en lo que suele llamarse "caridad", sino en cualquier momento en que se dé, familia, amigos, trabajo, entregas diversas... No está limitado a un campo.
Por último (13,8-13) destaca Pablo la perennidad del amor, que supera este mundo y nos coloca en el plano divino eterno y duradero. Los demás carismas y la propia fe y esperanza o en cuanto se distinguen del amor -que no es mucho- están en función de la comunidad y el individuo itinerante. Pero el amor, don y realidad del Espíritu es permanente (F. Pastor).
Pablo advierte a los corintios del peligro que corren de dejarse engañar por las apariencias. Lo extraordinario del cristianismo no está en las manifestaciones prodigiosas o en el poder de hacer milagros, sino en que un hombre ordinario sea capaz de amar con sencillez, humildad y perseverancia.
El amor cristiano puede parecer una falta de personalidad a quienes consideran que la dignidad consiste en la hombría y en no aguantar las ofensas sin exigir reparación. Puede incluso parecer despreciable.
Frente a esa manera pagana de ver las relaciones humanas, Pablo describe el ideal cristiano de la caridad. La caridad es un amor que se manifiesta en pequeños detalles, en gestos muy concretos.
Un amor que se pone en actitud de servicio, es decir, que invita a los demás a pedir favores. Se puede contar con él. Un amor desinteresado y gratuito que renuncia a sus propios derechos, a tomarse la justicia por su mano, y se dirige precisamente a aquellos que no le devolverán nada: los pobres y los enemigos. Un amor que evita las palabras y los gestos ofensivos. Un amor que busca la verdad y la acepta, incluso si la encuentra en los propios enemigos (“Eucaristía 1989”).
Después de hablar de los dones del Espíritu y de aquellos carismas que tanto apreciaban los corintios, Pablo quiere enseñarles un “camino mejor”. Este camino es el del amor cristiano o la caridad, sin la que nada aprovechan todos los dones espirituales. De este amor o de esta caridad va a ocuparse ahora a lo largo del c. 13 y, al comenzar el capítulo siguiente, dirá: "esforzaos por alcanzar la caridad". Primero se subordinan todos los dones o carismas al amor; luego se describe el comportamiento de los que se dejan guiar por el amor, y finalmente se afirma que éste es un valor que no pasa.
El autor se refiere primero al don de "hablar en lenguas" o "glosolalia", que se manifiesta en aquellos que se sienten arrebatados por el Espíritu y prorrumpen en gritos y suspiros en medio de la comunidad. Después alude al don de profecía, necesario para interpretar el sentimiento y la experiencia de los espirituales y, por último, se refiere a la fe que mueve montañas o la fuerza que se manifiesta en los taumaturgos. El entusiasmo de los primeros no edifica a la comunidad sin la palabra de los profetas, y ésta no aprovecha a la comunidad sin la eficacia de los taumaturgos. Pero ni el entusiasmo, ni la profecía, ni los milagros son nada sin el amor.
Pablo distingue el amor de las obras de caridad, de suerte que uno puede incluso repartir en limosnas todos sus bienes o dejarse quemar vivo y, sin embargo, si carece del amor todo esto no tiene valor alguno. El amor no es un sentimiento o un estado de ánimo, tampoco es pura exterioridad o lo que llamamos "obras de caridad".
El amor es vida, dinamismo, la auténtica fuerza. Por eso, Pablo describe el amor en términos activos y utiliza nada menos que quince verbos para caracterizarlo. Por eso, aunque el amor no consiste en las obras, sólo puede verificarse y acreditarse en ellas y en la manera de hacerlas.
El saber y el decir, el don de ciencia y el don de profecía, pasarán. Pues nuestro conocimiento de Dios es imperfecto, infantil. Cuando alcancemos la edad adulta, cuando madure lo que germina y crece ya en nosotros por la gracia de Dios y llegue el tiempo de la cosecha, veremos a Dios cara a cara. Entonces quedará el amor. Pero también la fe e incluso la esperanza, porque Dios será siempre para el hombre el Misterio inagotable y la fuente de una vida eterna. La fe y la esperanza permanecerán sin las imperfecciones de ahora, en el tiempo de nuestra peregrinación. La fe se verá libre de la oscuridad y la duda, la esperanza libre del riesgo y de la insatisfacción del caminante (“Eucaristía 1986”).
"Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino mejor": Pablo presenta el carisma básico para el cristiano: el del amor. Tanto por el tema como por la forma, éste es uno de los textos más significativos del NT. Sin el amor, los otros dones para nada sirven.
-"El amor es comprensivo...": Después de decir lo que no es el amor, lo describe positivamente con estos rasgos: soporta las servidumbres de la vida con los demás, participando de la paciencia de Dios para con la humanidad pecadora y se manifiesta acogedor y gozoso de estar con el prójimo. Regresa después a la definición por exclusión: la "envidia" crea divisiones en la comunidad; el que "presume" no tiene sentido de la medida, y esto lo puede manifestar desde la frivolidad hasta la insolencia; el que "se engríe", "es mal educado": evitar lo que pueda herir o escandalizar; también es el reverso del amor, la irritabilidad, pues una cosa es la indignación contra el mal y otra la agresividad contra la persona; excluye la venganza, o sea, ignora el mal del prójimo; y finalmente se alegra de lo que hay de bien en los demás y participa de ello. Seguidamente Pablo vuelve a describir en positivo el amor con cuatro notas: el amor disimula el mal y los defectos del prójimo; confía; no pierde la ingenuidad; tiene esperanza en el triunfo del bien y no se descorazona soportando contra toda esperanza.
-"El amor no pasa nunca": Esta permanencia del amor, san Pablo la encuentra incluso en las dos etapas de la historia de la salvación. En la etapa presente, además del amor es preciso el conocimiento por la fe (animada por los carismas) de lo que esperamos. En la etapa definitiva, la edad adulta, el conocimiento de Dios será inmediato, no serán necesarios los carismas como ayudas para la fe; pero el amor subsistirá (J. Naspleda).
Este elogio de la caridad sigue un procedimiento corriente en las literaturas clásicas y judía (cf. Sab. 7, 22-30, muchos de cuyos versículos han sido tomados por Pablo), que se complacen en exaltar tal o cual virtud. Pablo describe en primer término los carismas más gloriosos, entre los que podían seducir a los corintios (2 Cor 12): glosolalia, profecía, beneficencia, incluso el suicidio por el fuego, considerado como el summum de la devoción. Pero todo esto no es nada: la caridad es otra cosa.
El apóstol utiliza diez veces la palabra "caridad" y todas las veces sin artículo ni complemento. De esta forma personaliza a esta cualidad o, más aún, la convierte en un absoluto al que nada puede determinar o limitar.
Los vv. 4-8a personalizan a la caridad. La caridad es paciente, con esa paciencia que soporta las injurias y domina el resentimiento (Mt. 5, 10-11, 21-24). Es benévola. No es envidiosa (sentimiento corriente entre los judíos con relación a otras religiones: Act. 5, 17; 17, 5). No se vanagloría (1 Cor. 4, 6, 18-19). No es inoportuna (1 Cor. 11, 4-6; 5, 1-6; 11, 21-22). Es desinteresada (en el sentido de que se preocupa de los débiles: 1 Cor. 8). Por último, nunca sucumbe (v. 8), sino que, puesta constantemente a prueba, siempre triunfa sobre el mal. Aquí es donde más se manifiesta la preocupación de Pablo por hacer un elogio de la caridad a la manera como los filósofos alababan a otras virtudes. La construcción "no es..., no es..., todo...todo, es característica de un procedimiento estoico.
La tercera estrofa compara el conocimiento actual con el que tendremos después de la muerte. San Pablo no menosprecia el organismo teologal actual, por eso precisa que la fe, la esperanza y la caridad permanecerán las tres, pero que la caridad es la más grande. Se impone una traducción exacta del v. 13.
Pablo no quiere decir que la fe y la esperanza desaparecerán a favor de la caridad, sino que más bien sugiere glorificar, con esta virtud, a todo el organismo teologal, que permanece todo entero, aun cuando la caridad ocupa en él un lugar preponderante. Pretender que la fe y la esperanza permanecen juntamente con la caridad parece, sin embargo, estar en contradicción con dos pasajes en que San Pablo afirma que las dos primeras virtudes desaparecerán (2 Cor 5,7; Rom 8,24); pero hay que tomarlas aquí en el sentido bíblico de las actitudes del hombre comprometido en la aceptación de la Palabra de Dios y que se remite a ella. En la nueva alianza, la Palabra es Cristo y nos revela el amor. Pero la fe continúa siendo un compromiso total y una entrega de sí mismo a Dios.
Cuando llegue la plenitud de la visión celestial, no se ve por qué habrán de desaparecer esta entrega de sí y este compromiso que son la fe y la esperanza comprendidas de esta forma. Una y otra se liberarán de la oscuridad presente, condicionamiento provisional debido al tiempo de prueba en que nos encontramos y que frecuentemente concentra toda la atención en los textos paulinos (Rom 8,24; 2 Cor 5,7), pero que no altera la esencia del organismo de hijo de Dios, puesto en nosotros para hacernos sin cesar fieles a Dios y entregados a su voluntad.
Fe, esperanza y amor son, pues, los diferentes aspectos de un organismo espiritual nuevo y complejo, ciertamente, pero único.
La lección esencial de este pasaje consiste en la manera en que Pablo rechaza todas las definiciones humanas del amor, comprendidas las que, a pesar de todo, están más espiritualizadas y hasta son las más heroicas. Todo el amor humano puede existir sin amor y no es porque se extienda su red de relaciones interpersonales en el amor y la amistad por lo que el amor está presente.
Si San Pablo canta amor tan distinto de los comportamientos humanos y que, sin embargo, es una acto humano, es porque nuestra conducta no se apoya ya en un catálogo de virtudes o en una obligación legal, sino sobre la presencia activa de Jesús en nosotros (Maertens-Frisque).
Que se rompa el espejo! Sin saberlo esperamos ahora la desaparición de los signos y los sacramentos a través de los cuales palpamos con nuestras manos a Dios y a la felicidad. Y lo esperamos precisamente porque, en el mismo momento en que celebramos la liturgia y los sacramentos, ellos mismos nos empujan hacia el futuro.
Esperamos que se rasgue el velo y "que se rompa el espejo". "Ahora, escribe S. Pablo, vemos en un espejo, confusamente" (1Co 13,12). Deseamos, ansiamos y esperamos que se rompa. Acelerar ese momento es incluso una de las características de toda celebración eucarística. De este modo, según S. Pablo, nuestra esperanza rebosa (Rm 15,13), pues todas las promesas han tenido su sí en Jesucristo (2 Co 1,20).
Si nos parece que esto es charlatanería de predicadores, significaría que no hemos comenzado aún a vivir la vida cristiana y que todavía no hemos realizado nuestro bautismo. De hecho, éste es el caso de la mayoría de los bautizados.
Viven como si no poseyeran la vida y su esperanza parece una esperanza de amargura. Esperan porque no ven qué otra cosa podrían hacer. Pero el objeto de su esperanza no está claro. Además, tendrían que dejar de esperar en el hoy, en el ahora, en el triunfo, en la grandeza de la Iglesia, en el esplendor de la "Institución", en la gloria de la ciencia. Les haría falta una esperanza que no fuese raquítica, triste, y que pudiera adecuarse a la medida de un pueblo y de un mundo cuyo rostro pasa y debe renovarse. Muchos cristianos creen que esperan, pero de hecho sólo esperan en objetos en los que volver a encontrarse a sí mismos. Es difícil dejar de esperar sólo en el propio futuro o esperar en el futuro del mundo, porque se forma parte de él. Hay esperanzas que existen únicamente porque están abiertas sobre uno mismo.
La Iglesia conoce la dificultad de la esperanza, y por eso, no sin motivo, en el transcurso de los siglos, ha cincelado una liturgia que particularmente sería (sin duda como toda liturgia, pero ahora tenemos que insistir en ello), una liturgia de esperanza, de espera en la esperanza. Pero una liturgia no es una exhortación moralizante, buenas palabras de consuelo que hacen subir la moral y dan paciencia al cliente haciéndole olvidar sus malos ratos. Se trata de poner al cristiano en contacto con una realidad, sin duda espiritual, pero no por ello menos real. Cada año, pues, la Iglesia pone al cristiano en situación vital de esperanza: debe esperar vinculado a todo el Antiguo Testamento, la llegada de la liberación. Esta liberación, ya cumplida, podrá celebrarla como una liberación presente a través de los signos y al celebrarla se dirigirá hacia un momento en el que desaparecerá todo signo. El cristiano va a realizar sacramentalmente su espera en la esperanza viviendo el pasado del Antiguo Testamento en el presente, viviendo la Encarnación como un hoy, esperando la vuelta de Cristo el último día, esperando que se rompa el espejo... Esta es toda la riqueza vital del tiempo de Adviento, del que debemos destacar las líneas maestras y profundizar las realidades de espera y esperanza para nosotros hoy y mañana.
-El amor es lo más grande (1 Co 12,31-13,11). La comunidad de Corinto -nos hemos visto precisados a hacerlo constar- no es fácil de dirigir. Si es rica en dones, es también algo turbulenta y primaria en su forma de reaccionar. San Pablo ha hablado de los dones, de los diversos ministerios y de las distintas actividades en la Iglesia. Pero surgen disputas en lo tocante a unos dones que, por su naturaleza, debían conducir a constituir la comunidad en la unidad... Pues bien, Pablo ha insistido en que un don no se concede para beneficio de la persona que lo recibe, sino en favor de toda la comunidad. Ha enumerado esos dones que han de servir a todos, finalizando por el don relativo a las lenguas. Por espectacular que sea este don, no es el mayor, y existen vías superiores a todas esas. Y san Pablo se lanza a la teología de la caridad.
Hasta aquí no se introducían diferencias radicales entre las tres virtudes, fe, esperanza y caridad; todas ellas estaban unidas entre sí. No niega san Pablo su mutua interacción, pero en la caridad ve la dinámica fundamental de toda actividad, y la ve en la base de todo don. Si los Corintios no consiguen vivir con esta caridad, ¿de qué les pueden servir los dones que han recibido y de los que tanto se ufanan? No se trata de una caridad cualquiera, sino de un don superior del Espíritu de Dios. Esto le brinda a san Pablo ocasión para describir en un estilo rítmico, casi el de un poema, el eficaz esplendor de la caridad. La caridad es insustituible y fundamento de todo (13, 1-3), en tanto que las otras dos virtudes acaban necesariamente en el encuentro definitivo con el Señor.
Esta es la doctrina siempre viva en la Iglesia de hoy, y que importa recordar. Podríamos sentirnos demasiado tentados a substituirla, cediendo a la seducción de lo extraordinario, por nuevos caminos más vistosos y que suponen también menos sacrificios. La caridad continúa siendo el criterio de fondo en todo, por el que podemos distinguir el trigo de la cizaña  (Adrien Nocent).
4. Lc 4,21-30. Continúa la homilía de Jesús sobre Is 51,1-2. Su interpretación del profeta no parece haber interesado mucho a los oyentes. Estos están más bien preocupados por la omisión de la frase del texto de Isaías sobre la venganza de Dios. Esta omisión la consideran una manipulación del texto sagrado. De ahí su protesta (v.22): "¿Quién se cree que es?". En la base de esta reacción se halla una concepción nacionalista.
El tiempo de Jesús se caracteriza, en efecto, por una tensa conciencia nacional, llena de odio y de rechazo de todo lo que no fuera judío. Para una psicología política de estas características, cualquier toma de posición exenta de venganza aparece como sospechosa de antipatriotismo. Esta es, en el fondo, la acusación que le hacen a Jesús sus paisanos: es un traidor. En realidad, Jesús no hace más que desmontar el supuesto privilegio de Israel, a base de datos tomados de la propia historia judía.
Pone las cosas en su punto, haciéndoles ver a sus paisanos que Dios no excluye a los demás pueblos, los cuales pueden incluso ser más dignos que Israel. Jesús hace una lectura apatriótica de la historia de Israel.
Después viene lo de siempre. Los patrocinadores del nacionalismo pasan de la palabra a los hechos. y éstos son, inevitablemente, violentos (“Eucaristía 1989”).
Jesús se presenta a sus paisanos para anunciarles el año de gracia, para proclamar que con su venida al mundo se inaugura ya la salvación que profetizara Isaías. Este es el contenido de la explicación que hizo Jesús en la sinagoga de Nazaret sobre el texto profético.
Aunque Lucas advierte que las palabras de Jesús eran palabras de gracia, esto es, palabras inspiradas, no hallaron fácil acceso al corazón de sus paisanos. En cierto modo el conocimiento que tenían de él y de su familia era un inconveniente para escucharle y aceptar su mensaje.
La vida cotidiana no se deja inquietar por lo extraordinario, ve incluso una amenaza en lo que se sale de lo corriente. Como si los hombres pensaran que lo verdaderamente grande y divino debe ser lo más distante. Como si los hombres se resistieran a admitir la cercanía de Dios y su encarnación entre los hombres.
Por eso, los vecinos de Nazaret no podían comprender que su carpintero fuera un enviado de Dios, mucho menos el Mesías, y no digamos ya el mismo Hijo de Dios hecho hombre. Además, ¿por qué no hacía en su pueblo lo que se decía que había hecho en Cafarnaúm?
Jesús conoce las cavilaciones de sus paisanos y las pone al descubierto con un refrán: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo", y responde con otro refrán: "Nadie es profeta en su tierra". Para mayor abundancia aclara el sentido de su respuesta con algunos ejemplos bíblicos. Ya los profetas Elías y su discípulo Eliseo tuvieron que abandonar a un pueblo recalcitrante que les rechazaba, y dirigirse a los gentiles, a los extranjeros.
En todos estos casos se muestra la soberanía de Dios, que puede dar a los gentiles lo que no merecen, por su incredulidad, los hijos de Israel. Escandalizados por las palabras de Jesús, y heridos en su amor propio, los nazaretanos atentan contra la vida del que se ha presentado ante ellos como enviado de Dios. Esta anécdota de Nazaret se radicalizará y se universalizará en el rechazo del que será objeto Jesús al ser entregado por los judíos y morir fuera de los muros de la ciudad santa bajo el poder de los romanos.
Porque "vino a los suyos, y los suyos no le recibieron" (“Eucaristía 1986”).
Lucas sugiere que Jesús se sirvió de un acontecimiento religioso para dar resonancia a su llamada pública. La cosa sucedió en Nazaret. Jesús propuso un modo nuevo de leer un texto de Isaías: no verle como un sueño del pasado, sino ponerle en práctica hoy mismo. Estableció un vehículo de relación entre un año «santo» que debía estarse celebrando por entonces y la palabra del profeta que anunciaba un año «de gracia, de favor» del Señor, un año de renovación.
La celebración del año «santo» estaba integrada en la Ley de Moisés y tenía sus normas bien determinadas: en él había que dar la libertad a los esclavos, perdonar las deudas, facilitar que todo el mundo pudiera recobrar su capital inicial vinculado a una parcela de tierra. El núcleo de esta idea era que cada 50 años todo el mundo tuviera la posibilidad de volver a comenzar sobre bases nuevas; quedaba claro, de esta forma, que las relaciones humanas no deben ser ocasión de explotación, sino de desarrollarse comunitariamente. Así unos y otros recobraban su libertad: el pobre porque había sido reducido a la esclavitud; el rico porque se ahogaba bajo el peso de la acumulación de bienes.
Normalmente cada 50 años el sumo sacerdote debía decretar en Jerusalén un año «santo» y proponer a todos la renovación que exigía la Ley de Moisés pero de hecho tomaban buenas precauciones para no llevarlo a la práctica. Por eso se comprende perfectamente que la llamada de Jesús a entrar en un verdadero año «santo» era, simultáneamente, una interpelación a todo el pueblo (la Biblia les concernía a todos), la propuesta de una transformación social y un desafío a la autoridad religiosa. Con toda justicia podía Jesús comenzar su predicación con este anuncio: «Felices los que sois pobres, vuestro es el Reino de Dios; felices los que ahora tenéis hambre, seréis saciados felices los que ahora lloráis, reiréis. Sí. Si todos respondían a la llamada del Reino, si todos cambiaban su manera de vivir, los pobres conocerían la felicidad; muerto el egoísmo, todos podrían vivir como hermanos. Nada extraño que ya desde el comienzo Jesús inquietara a los mantenedores del orden establecido: el Reino de Dios amenazaba con desestabilizar a muchas gentes muy bien establecidas (Alain Patin).
 
 
 

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