jueves, 11 de febrero de 2010

2 de Febrero: La Presentación del Señor: es el final del ciclo de Navidad: Jesús, encarnado, es el nuevo Templo, proclama la nueva Ley del amor en lo

2 de Febrero: La Presentación del Señor: es el final del ciclo de Navidad: Jesús, encarnado, es el nuevo Templo, proclama la nueva Ley del amor en los misterios de toda su vida
Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.
Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.
 
Comentario: Navidad, epifanía, presentación del Señor son tres paneles de un tríptico litúrgico. Es una fiesta antiquísima de origen oriental. La Iglesia de Jerusalén la celebraba ya en el siglo IV. Se celebraba allí a los cuarenta días de la fiesta de la epifanía, el 14 de febrero. La peregrina Eteria, que cuenta esto en su famoso diario, añade el interesante comentario de que se "celebraba con el mayor gozo, como si fuera la pascua misma"'. Desde Jerusalén, la fiesta se propagó a otras iglesias de Oriente y de Occidente. En el siglo VII, si no antes, había sido introducida en Roma. Se asoció con esta fiesta una procesión de las candelas. La Iglesia romana celebraba la fiesta cuarenta días después de navidad. Entre las iglesias orientales se conocía esta fiesta como "La fiesta del Encuentro" (en griego, Hypapante), nombre muy significativo y expresivo, que destaca un aspecto fundamental de la fiesta: el encuentro del Ungido de Dios con su pueblo. San Lucas narra el hecho en el capítulo 2 de su evangelio. Obedeciendo a la ley mosaica, los padres de Jesús llevaron a su hijo al templo cuarenta días después de su nacimiento para presentarlo al Señor y hacer una ofrenda por él. Esta fiesta comenzó a ser conocida en Occidente, desde el siglo X, con el nombre de Purificación de la bienaventurada virgen María. Fue incluida entre las fiestas de Nuestra Señora. Pero esto no era del todo correcto, ya que la Iglesia celebra en este día, esencialmente, un misterio de nuestro Señor. En el calendario romano, revisado en 1969, se cambió el nombre por el de "La Presentación del Señor". Esta es una indicación más verdadera de la naturaleza y del objeto de la fiesta. Sin embargo, ello no quiere decir que infravaloremos el papel importantísimo de María en los acontecimientos que celebramos. Los misterios de Cristo y de su madre están estrechamente ligados, de manera que nos encontramos aquí con una especie de celebración dual, una fiesta de Cristo y de María.
La bendición de las candelas antes de la misa y la procesión con las velas encendidas son rasgos chocantes de la celebración actual. El misal romano ha mantenido estas costumbres, ofreciendo dos formas alternativas de procesión. Es adecuado que, en este día, al escuchar el cántico de Simeón en el evangelio (Lc 2,22-40), aclamemos a Cristo como "luz para iluminar a las naciones y para dar gloria a tu pueblo, Israel".
Significado de la fiesta. La fiesta de la Presentación celebra una llegada y un encuentro; la llegada del anhelado Salvador, núcleo de la vida religiosa del pueblo, y la bienvenida concedida a él por dos representantes dignos de la raza elegida, Simeón y Ana. Por su provecta edad, estos dos personajes simbolizan los siglos de espera y de anhelo ferviente de los hombres y mujeres devotos de la antigua alianza. En realidad, ellos representan la esperanza y el anhelo de la raza humana.
Al revivir este misterio en la fe, la Iglesia da de nuevo la bienvenida a Cristo. Ese es el verdadero sentido de la fiesta. Es la "Fiesta del Encuentro", el encuentro de Cristo y su Iglesia. Esto vale para cualquier celebración litúrgica, pero especialmente para esta fiesta. La liturgia nos invita a dar la bienvenida a Cristo y a su madre, como lo hizo su propio pueblo de antaño: "Oh Sión, adorna tu cámara nupcial y da la bienvenida a Cristo el Rey; abraza a María, porque ella es la verdadera puerta del cielo y te trae al glorioso Rey de la luz nueva".
Al dramatizar de esta manera el recuerdo de este encuentro de Cristo con Simeón, la Iglesia nos pide que profesemos públicamente nuestra fe en la Luz del mundo, luz de revelación para todo pueblo y persona.
En la bellísima introducción a la bendición de las candelas y a la procesión, el celebrante recuerda cómo Simeón y Ana, guiados por el Espíritu, vinieron al templo y reconocieron a Cristo como su Señor. Y concluye con la siguiente invitación: "Unidos por el Espíritu, vayamos ahora a la casa de Dios a dar la bienvenida a Cristo, el Señor. Le reconoceremos allí en la fracción del pan hasta que venga de nuevo en gloria".
Se alude claramente al encuentro sacramental, al que la procesión sirve de preludio. Respondemos a la invitación: "Vayamos en paz al encuentro del Señor"; y sabemos que este encuentro tendrá lugar en la eucaristía, en la palabra y en el sacramentóo Entramos en contacto con Cristo a través de la liturgia; por ella tenemos también acceso a su gracia. San Ambrosio escribe de este encuentro sacramental en una página insuperable: "Te me has revelado cara a cara, oh Cristo. Te encuentro en tus sacramentos".
Función de María. La fiesta de la presentación es, como hemos dicho, una fiesta de Cristo antes que cualquier otra cosa. Es un misterio de salvación. El nombre "presentación" tiene un contenido muy rico. Habla de ofrecimiento, sacrificio. Recuerda la autooblación inicial de Cristo, palabra encarnada, cuando entró en el mundo: "Heme aquí que vengo a hacer tu voluntad". Apunta a la vida de sacrificio y a la perfección final de esa autooblación en la colina del Calvario.
Dicho esto; tenemos que pasar a considerar el papel de María en estos acontecimientos salvificos. Después de todo, ella es la que presenta a Jesús en el templo; o, más correctamente, ella y su esposo José, pues se menciona a ambos padres. Y preguntamos: ¿Se trataba exclusivamente de cumplir el ritual prescrito, una formalidad practicada por muchos otros matrimonios? ¿O encerraba una significación mucho más profunda que todo esto? Los padres de la Iglesia y la tradición cristiana responden en sentido afirmativo.
Para María, la presentación y ofrenda de su hijo en el templo no era un simple gesto ritual. Indudablemente, ella no era consciente de todas las implicaciones ni de la significación profética de este acto. Ella no alcanza a ver todas las consecuencias de su fiat en la anunciación. Pero fue un acto de ofrecimiento verdadero y consciente. Significaba que ella ofrecía a su hijo para la obra de la redención con la que él estaba comprometido desde un principio. Ella renunciaba a sus derechos maternales y a toda pretensión sobre él; y lo ofrecía a la voluntad del Padre. San Bernardo ha expresado muy bien esto: "Ofrece a tu hijo, santa Virgen, y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre. Ofrece, para reconciliación de todos nosotros, la santa Víctima que es agradable a Dios”.
Hay un nuevo simbolismo en el hecho de que María pone a su hijo en los brazos de Simeón. Al actuar de esa manera, ella no lo ofrece exclusivamente al Padre, sino también al mundo, representado por aquel anciano. De esa manera, ella representa su papel de madre de la humanidad, y se nos recuerda que el don de la vida viene a través de María.
Existe una conexión entre este ofrecimiento y lo que sucederá en el Gólgota cuando se ejecuten todas las implicaciones del acto inicial de obediencia de María: "Hágase en mi según tu palabra". Por esa razón, el evangelio de esta fiesta cargada de alegría no nos ahorra la nota profética punzante: "He aquí que este niño está destinado para ser caída y resurgimiento de muchos en Israel; será signo de contradicción, y una espada atravesará tu alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones" (Lc 2,34-35).
El encuentro futuro. La fiesta de hoy no se limita a permitirnos revivir un acontecimiento pasado, sino que nos proyecta hacia el futuro. Prefigura nuestro encuentro final con Cristo en su segunda venida. San Sofronio, patriarca de Jerusalén desde el año 634 hasta su muerte, acaecida en el año 638, expresó esto con elocuencia: "Por eso vamos en procesión con velas en nuestras manos y nos apresuramos llevando luces; queremos demostrar que la luz ha brillado sobre nosotros y significar la gloria que debe venirnos a través de él. Por eso corramos juntos al encuentro con Dios".
La procesión representa la peregrinación de la vida misma. El pueblo peregrino de Dios camina penosamente a través de este mundo del tiempo, guiado por la luz de Cristo y sostenido por la esperanza de encontrar finalmente al Señor de la gloria en su reino eterno. El sacerdote dice en la bendición de las candelas: "Que quienes las llevamos para ensalzar tu gloria caminemos en la senda de bondad y vengamos a la luz que brilla por siempre". La candela que sostenemos en nuestras manos recuerda la vela de nuestro bautismo. Y la admonición del sacerdote dice: "Ojalá guarden la llama de la fe viva en sus corazones. Que cuando el Señor venga salgan a su encuentro con todos los santos en el reino celestial". Este será el encuentro final, la presentación postrera, cuando la luz de la fe se convierta en la luz de la gloria. Entonces será la consumación de nuestro más profundo deseo, la gracia que pedimos en la poscomunión de la misa: Por estos sacramentos que hemos recibido, llénanos de tu gracia, Señor, tú que has colmado plenamente la esperanza de Simeón; y así como a él no le dejaste morir sin haber tenido en sus brazos a Cristo, concédenos a nosotros, que caminamos al encuentro del Señor, merecer el premio de la vida eterna (Vincent Ryan).
“El Creador de Adán es llevado como niño, el Incontenido se hace contenido en brazos de un viejo. Aquel que mora en el seno ilimitado del Padre, está circunscrito por su propia voluntad en la carne, no en la divinidad” (Romano el Meloda XVI,1). 
“A Simeón que estaba a punto de abandonar este mundo falaz, fuiste presentado como niño, cuando él te conocía como Dios perfecto, y se quedó atónito por tu inefable sabiduría, y con él también toda la naturaleza  angélica quedo sorprendida por la gran obra de tu Encarnación, porque veía a Aquel que es inaccesible como Dios, accesible a cada uno como hombre, conversar con nosotros y escucharnos a todos” (Himno Akatistos). 
“Tu que con tu nacimiento has santificado el seno de la Virgen y has bendecido como convenía los brazos de Simeón, has venido y nos has salvado también a nosotros, Cristo Dios.
Conserva en la paz a tu pueblo y haz fuertes a aquellos que nos gobiernan, oh único Amigo de los hombres” (Himnos Apolytikion y Kontakion).
“Salve, oh llena de gracia, Madre de Dios y Virgen, puesto que de ti ha salido el Sol de Justicia, Cristo Dios nuestro, que ilumina a aquellos que yacían en las tinieblas.
Alégrate tu también, oh justo anciano que has recibido entre los brazos al Salvador de nuestras almas, que nos hace donación de la Resurrección” (Himno Akatistos).
El nombre. La iglesia bizantina le da el nombre significativo a esta fiesta del Santo Encuentro, entre el hombre viejo, Simeón y el Hombre Nuevo, Cristo, entre Dios y el hombre. Los nombres de Purificación de María o de Presentación u oferta del Niño en el templo, están  muy presentes tanto en la liturgia como en la homilética, pero con menos relieve que el encuentro  con Simeón.
La virgen. Este icono tiene pocas variantes. La Virgen esta siempre en el centro de la escena frente a Simeón en actitud de dar o de haber dado ya a su Hijo. La Virgen entregando el Niño a Simeón o el Niño ya en brazos de Simeón, señala a que tradición bizantina pertenece. La Madre con el Niño en brazos es tradición bizantina griega, el Niño ya en brazos de Simeón es tradición bizantina rusa-eslava. Los pueblos eslavos y ruso reciben de la iglesia griega la salvación: Cristo. La Madre de Dios va con las manos tapadas, veladas, en señal de adoración a su Hijo y Dios que ha querido así disponer de ella. María se halla colocada en primer plano delante del santuario de Dios representado por el altar  cubierto por el baldaquino que simboliza el Templo, lo cual no es casual. La Iglesia bizantina en uno de sus himnos más populares, el Himno Akhatistos, canta: “Al ensalzar tu parto, oh Madre de Dios, te celebramos todos cual templo animado, habiendo morado en tu seno el Señor, que en una mano todo sostiene, El te santificó, te glorificó, enseñó a todos a exclamar a ti: Salve, oh habitáculo de Dios y del Verbo; salve oh Santa entre todos los santos, salve, oh arca indorada del Espíritu Santo”. Ella está en el centro porque encarna el candelabro sobre el que brilla la luz, es esa “lampara resplandeciente, aparecida a aquellos que están en las tinieblas, puesto que habiendo proporcionado la Luz inmaterial, guía a todos al conocimiento divino, iluminando de esplendor las mentes”.
Su manto es rojo, símbolo del sufrimiento, que marcará su humanidad y que Simeón le profetizo: “A ti una espada te traspasará el alma”.
Tiene su vestido azul para recordar su profundo valor teológico y funcional: Madre de Dios y presencia misericordiosa e intercesora entre el Hijo y Dios para toda la humanidad, de la que es primicia. Esto también se simboliza cuando la túnica es verde. Ella esperó y en ella se cumplió todo lo dicho por parte del Señor.
Cristo.  Este parece desaparecer entre edificios y personajes, pero no es así. Su actitud no es la de un niño, sino más bien la de un adulto o aun mejor la de un legislador, de un rey. Tanto si esta en brazos de María como de Simeón estos le sirven de trono. Siempre mira hacia el que tiene delante tanto si esta en brazos de María como de Simeón. Él tiene en sus manos el quirógrafo del pecado, el documento donde está escrita nuestra deuda y cuyas condiciones nos eran desfavorables. “Quien perdona las deudas a todos los hombres, queriendo perdonar las antiguas ofensas, espontáneamente vino a los desertores de su gracia, y rasgó el quirógrafo del pecado” (Akathistos). El profeta había advertido...”serás visitada por el Señor de los ejércitos con truenos, estruendo, con huracán, tempestad y llama de fuego devorador” Is. 29,6. Pero en lugar del Señor de los ejércitos sólo hay un niño.  
El tema del Encuentro pone particular acento sobre el inefable acto de amor que el Señor ha realizado a favor de su “imagen” el hombre. “El se ha encarnado  y por amor ha aparecido como hombre, para atraer a sí como hombre a la humanidad” (Himno Akatistos).
Señor Omnipotente, se ha presentado como humilde servidor, para que el hombre no se quedase espantado ante su infinita majestad y sintiera su propia fragilidad e impureza como Isaías 6, 1-7 en su visión, sino como Simeón corriera a su encuentro, y teniéndole en brazos, pudiera experimentar toda su confianza.        
El encuentro entre Cristo y Simeón se da delante del altar: el altar de la Nueva alianza, el altar sobre el que se inmola el Cordero inmaculado, el altar sobre el que sé perpetua el sacrificio del Señor.
Cada hombre es Simeón y en cualquier momento puede encontrar al Señor, recibir en sus propias manos al Señor de los ejércitos uniéndose a la Eucaristía.
Es el paso de la ley a la fe, de lo antiguo a lo nuevo, el encuentro del antiguo Israel con el nuevo Israel.
Todos somos hijos e hijas de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues todos los bautizados en Cristo de Él hemos sido revestidos. Todo es nuevo en Cristo Hijo de Dios, Hijo del Hombre.
Simeon. el dialogo de las miradas. Simeón esta con las manos veladas y agachado hacia Cristo en señal de adoración. Su rostro es iluminado por una mirada llena de ternura. Y hay un dialogo mudo que interpreta perfectamente Romano el Meloda, en que Simeón  parece decir a Cristo: “Tú eres grande y glorioso, has sido engendrado misteriosamente por el Altísimo, hijo todo santo de María. Digo que eres uno, visible e invisible, finito e infinito. Según la naturaleza pienso en ti y creo que eres hijo eterno de Dios, pero también te confieso, mas allá de la naturaleza, como hijo de la Virgen. Por esto oso considerarte como una lámpara: porque cualquiera entre los hombres que lleve una lámpara alumbra pero no se quema” (Romano el Meloda).
Simeón parece decir a María: “...eres la puerta cerrada, oh Madre de Dios, porque por ti el Señor ha entrado y ha salido, sin que fuera abierta o sacudida la puerta de tu castidad..te profetizo que el Señor no se ha manifestado para que algunos caigan y otros sean levantados; el Misericordioso no siente placer alguno por la caída de los hombres, ni hace caer a los que están de pie... está entre nosotros para aprestarse a levantar a los que están caídos, para rescatar de la muerte a su criatura...
...Te predigo que será señal de contradicción. La señal será la Cruz. Este misterio será objeto de tal contradicción que en tu espíritu se creará la incertidumbre... cuando veas clavado en la cruz a tu Hijo y recuerdes, oh Inmaculada, las palabras del Ángel en tu Anunciación... entonces dudarás. El desconcierto en que el dolor te hundirá, será para ti como una espada; pero luego llegará la curación inmediata de tu corazón”. (Romano el Meloda XIV,17).
Al final Simeón, conmovido pide irse en paz. El Niño mira intensamente al anciano y con su regia mirada demuestra claramente que aprecia su plegaria.
Hay un nexo  espiritual  que lo traducen las miradas de Cristo y Simeón y plasman admirablemente el sentido profundo del acontecimiento  humano y divino.
Romano el Meloda ha puesto poéticamente estas palabras en la boca de Cristo y dirigidas a Simeón: “Amigo mío, ahora permito que dejes este mundo para habitar en la vida eterna. Te envío ahí donde se encuentran Moisés y los otros profetas: anúnciales que he venido, yo del que han hablado las profecías he nacido de una virgen como predijeron: me he aparecido a aquellos que habitan el mundo y he vivido entre los hombres como anunciaron. Pronto iré a encontrarte rescatando a la humanidad”.
Ana. Ana esta representada  a menudo con el dedo de la mano derecha levantado o hablando a José o solo consigo mismo, se capta aquí el momento en que ella hablaba a todos del Niño. A menudo tiene en sus manos  un rollo, que significa el don de la profecía. La escritura no especifica lo que dijo, pero también ella mereció por su vida santa encontrar como Simeón al Salvador.
José. Tiene entre sus manos la ofrenda de las palomas. Escucha en silencio y asombro lo que se dice del Niño. A menudo los personajes de la representación forman dos parejas, pero no están asociados entre ellos por relación humana, es el Niño el elemento que les une: el amor del Señor.
Fondo. En el centro de la escena pero en segundo plano se ve un cimborio o baldaquino con el altar, tal y como esta en las iglesias bizantinas. Se representa el presbiterio de una iglesia bizantina, esquematizando así el concepto de Templo. Dando la idea de que todo  ocurre ante el Santuario del Señor. Algunas veces en el fondo o al lado, se yergue un edificio. Se trata de la representación externa del Templo, reclamo visual del pináculo sobre el cual Jesús fue tentado. El trono se representa a un lado. El trono hace referencia a la visión de Isaías 6,1-7. El altar esta colocado en el centro. Todo hombre puede encontrarse con Cristo participando de su mesa en la Stª Comunión. En algunos iconos el velo purpúreo que cubre los edificios del fondo, quiere expresar figurativamente el manto del Señor que llena todo el santuario Is. 6, 1-7 y recubre todo lo creado
La fiesta. Esta fiesta probablemente tuvo su origen entre la Iglesia de Jerusalén. Las primeras referencias sobre ella  datan del siglo IV en el Diario de Viaje de la peregrina Eteria y se celebraba el día 14 de febrero en la iglesia de la Anastasis o Resurrección, sin particularidad alguna excepto el sermón que comentaba la Presentación de Jesús en el Templo, pero no se mencionan los cirios.
Según Cirilo de Escitópolis (+ hacia 560) fue la matrona romana Ikelia (450-457) la que sugirió celebrar la presentación introduciendo el uso de una procesión acompañada de luces.
Cirilo de Alejandría (+ 444) exhorta a los fieles: “Festejemos de forma resplandeciente con brillantes lámparas el misterio de este día” y en una homilía jerosolimitana anónima de la misma época se puede leer: “ Seamos resplandecientes y nuestras lámparas sean brillantes. Como hijos de la luz ofrecemos cirios a la verdadera Luz que es Cristo”
Severo, patriarca de Antioquia (512-518) nos hace llegar la noticia que se celebraba esta fiesta en las iglesias de Palestina y Constantinopla donde hacia poco que había sido introducida (Rahmani.Estudia syriaca pag.3)
Entre finales del siglo V principios del VI, las distintas iglesias del territorio oriental del imperio ya la celebraban.
En la Crónica de Teofanes se lee que en octubre del 534, se había declarado una gran peste en Constantinopla y al cesar esta Justiniano  ordenó que la fiesta de la Presentación se celebrará en la capital y en todo el imperio el 2 de febrero.
También pudo variar del 14 al 2 de febrero al afianzarse la fiesta del 25 de diciembre en Constantinopla para que coincidiera con los 40 días de la Presentación tal y como el evangelio lo narra.
La fiesta  se venia celebrando en Bizancio desde el 602 en la Iglesia  de la Virgen de las Blanquernas en Constantinopla, pero nunca ha asumido  la referencia mariana como ha sucedido en occidente, fiesta de las candelas, sino que ha sido siempre una fiesta del Señor.
En Roma fue introducida la fiesta por el Papa Sergio I (687-701), un italosirio procedente de la Sicilia Bizantina y es muy discutida la opinión de su celebración en Roma para contrarrestar las fiestas paganas de las Lupercales o de la búsqueda de Proserpina por su madre Ceres. No hay relación alguna de este suplantamiento.
I. Actualidad litúrgica y popular. La liturgia es actualización bajo el signo del misterio pascual. "Como Cristo fue enviado por el Padre, él a su vez envió a los apóstoles... no sólo los envió a predicar el evangelio sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6).
1. misterio pascual y misa. El misterio pascual encuentra su máxima expresión y concreción en el misterio eucarístico, y más precisamente en la santa misa, en la cual es ofrecido Cristo, nuestra pascua. Cristo en tanto se hace presente en la eucaristía en cuanto quiere ser nuestro alimento. Su presencia es con vistas al convite. Pero esta presencia corporal se realiza después de la presentación de la víctima en el ofertorio, en el momento que llamamos consagración. La consagración en la misa, pues, es preparada por la presentación de los dones u ofertorio. Ahora bien, Cristo, nuestra víctima en la cruz, fue presentado al Padre en brazos de María cuarenta días después de su nacimiento. De modo que entre Jerusalén-templo y Jerusalén-Calvario se establece una relación estrechísima.
2. presentación de la víctima u ofertorio. Toda la vida de Cristo, desde el primer instante de su entrada en el mundo (cf Heb 10,5) hasta su consumación sobre el altar de la cruz (cf Jn 19,30), fue una ofrenda al Padre. Pero esta ofrenda habitual tuvo dos momentos fuertes, por llamarlos así. La presentación en el templo fue uno de ellos. Podemos y debemos repetir que existe una relación estrecha entre la presentación en el templo y la inmolación sobre el Calvario: aquélla fue el ofertorio; ésta la consagración del único gran sacrificio. Y en esta ofrenda e inmolación, la Virgen está presente y operante (cf Lc 2,34-35; Jn 19,25-27).
La tradición eclesial ha reconocido todo esto e incluso ha intentado sensibilizar a los fieles sobre su consagración bautismal. Nuestra vida de bautizados es, en efecto, toda una consagración al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Por esto, cuando somos bautizados, el sacerdote-ministro, después de las palabras "Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo", no añade Amén. Porque toda la vida del cristiano debe ser un continuo Amén.
También tenemos una presentación en el templo en las fechas solemnes de nuestra vida de bautizados: desde la primera pascua (el bautismo) hasta la última pascua (nuestra muerte). Esta presentación se realiza de un modo particular cuando se responde a una llamada de Cristo para seguirlo más de cerca (vocación específica). Nuestra vida debe ser un continuo ir al encuentro de Cristo que viene como "triunfador glorioso y definitivo" Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús!
3. la Iglesia "acoge" a cristo-esposo mirando a maría, tipo de la acogida y de la ofrenda. Desde Navidad hasta la fiesta de la Presentación hay un progreso estupendo. En Navidad se asoma el esposo (cf ant. al Magnificat de las primeras vísperas; y 2ª. ant. en las lecturas del oficio) como el sol que se levanta en el horizonte. En la Epifanía es la iglesia la que se presenta como una esposa adornada con sus joyas; es la fiesta de las bodas de la iglesia con Cristo (cf ant. al Benedictus). En la fiesta de la Presentación, la iglesia-esposa adorna la estancia nupcial y acoge a Cristo-esposo. Aparece así con claridad que la presentación de Jesús en el templo aunque se celebre en el tiempo ordinario, en realidad representa, en cierto sentido, el vértice del tiempo de Navidad. El canto nupcial en la liturgia preconciliar (que podría ser usado también hoy al entrar la procesión en la iglesia) era el siguiente: "Adorna, oh Sión, la estancia nupcial, / acoge a Cristo, tu Señor;/ acoge a María puerta del cielo, / porque ella tiene entre sus brazos / al rey de la gloria, a la luz nueva. / La Virgen se para presentando al Hijo / engendrado antes de la estrella de la mañana. / Simeón lo toma entre sus brazos / y anuncia a las gentes / que él es el Señor de la vida y de la muerte, / el salvador del mundo".
Jesús es el primogénito, ofrecido como Isaac, pero no perdonado. Además, todo primogénito hebreo era el signo de la liberación de la gran esclavitud. Pero incluso en este caso debemos repetir que los primogénitos en Egipto fueron perdonados, no se les quitó la vida; mientras a Jesús, primogénito del Padre, y por tanto primogénito por excelencia, no se le perdonó, y el precio de su sangre nos ha traído la nueva y definitiva liberación.
¿Y María? Se nos presenta no sólo como la que se somete a la ley que ordena la oblación de los primogénitos (cf Éx 13,11-16) y la purificación de la madre (cf Lev 12,6-8) sino también y sobre todo como tipo y modelo de acogida y de ofrenda: acoge al Hijo del Padre para ofrecerlo por nosotros. María se somete a la ley, como hará Cristo, justamente para que nosotros fuéramos dispensados del peso de la ley. No se trata, pues, de un misterio gozoso, sino también de un misterio doloroso porque María ofrece el Hijo al Padre, y toda ofrenda es renuncia. Nos encontramos, tanto en Jesús como en María, al comienzo del sacrificio que tendrá su consumación en el Gólgota. He aquí cómo se expresa a este respecto la exhortación apostólica MC, de Pablo VI: "La misma iglesia, sobre todo a partir de los siglos de la edad media, ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor (cf Lc 2,22) una voluntad de oblación que trascendía el significado ordinario del rito. De dicha intuición encontramos un testimonio en el afectuoso apóstrofe de san Bernardo: "Ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre. Ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa, agradable a Dios" (MC 20).
4. el pueblo y la procesión de las candelas. Candelas/bendición luz-cirio/simbolo. La bendición de las candelas, tan querida de los fieles es, junto con la vigilia pascual una celebración de la luz. Cristo es la luz del mundo, que nos comunica la vida nueva en el bautismo e ilumina nuestro camino hacia el cielo. En las manos del cristiano, el cirio encendido es símbolo de la fe, que es participación de la luz divina, por eso lleva un cirio en todas las circunstancias importantes de su vida de bautizado: renovación de los votos bautismales en la vigilia pascual, primera comunión, profesión religiosa, y en particular al acercarse el paso de este mundo al Padre; finalmente el cirio pascual en los funerales quiso expresar justamente el paso a la pascua eterna. Si el cristiano vive de esperanza y es esencialmente uno que espera, el cirio encendido subraya esta actitud suya, y la procesión de las candelas expresa muy bien su caminar al encuentro de Cristo que viene.
II. Datos históricos y teológicos de la celebración. El Vat II enseña: "Esta unión de la madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte... Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo y oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la madre para que se descubrieran los pensamientos de muchos corazones (cf Lc 2,34-35)" (LG 57).
1. la narración de egeria. La primera conmemoración litúrgica del episodio evangélico de la presentación nos viene narrada en la Peregrinatio Etheriae (a finales del s. IV), y es llamada Quadragesima de Epiphania. Como entonces se celebraba Navidad el 6 de enero, la presentación venía a caer el día 14 de febrero. He aquí las palabras exactas de la peregrina Egeria: "El día cuarenta después de epifanía, aquí (en Jerusalén) se celebra con gran solemnidad. En ese día se hace una procesión desde la Anástasis, a la que van todos, y se hace todo según el rito, con gran pompa, como en pascua. Además, todos los sacerdotes predican, lo mismo que el obispo, comentando el paso del evangelio en que se cuenta que el día cuadragésimo María y José llevaron al Señor al templo, y que lo vieron Simeón y la profetisa Ana, hija de Fanuel, y las palabras que dijeron al ver al Señor, y la ofrenda que hicieron sus padres. Y después de haber hecho regularmente todas estas celebraciones que se acostumbra, se celebran los misterios y termina la función".
Hay que advertir que los términos procesión ("processio') y van todos ("omnes procedunt') no tienen, en el lenguaje de Egeria, el sentido litúrgico de una procesión, sino que significan la concurrida afluencia de los fieles a una determinada iglesia. En pocas palabras: la procesión era una práctica semanal. Y hay que advertir también que no habla para nada de candelas.
2. difusión de la fiesta en oriente y occidente. Desde Jerusalén, poco a poco la solemnidad se difunde en todo el oriente, y en particular en Bizancio, llegando a ser día festivo bajo Justiniano I (527565) con el nombre de Hypapanté ("occursus Domini"); y fue fijada el día 2 de febrero porque, entretanto, el nacimiento del Señor ya había sido fijado el día 25 de diciembre. Al comienzo del s. v, según san Cirilo Alejandrino (cf PG 77,1040-41), se comienza a hablar de luces y de candelas. Para Bizancio, un testimonio formal y preciso —el del historiador Teófanes el Confesor— nos dice que la fiesta se celebraba ya antes del año 602. También Roma la acogió en el número de sus fiestas, después de ser introducida por los monjes bizantinos. Da fe de ellos el Sacramentario Gelasiano, que, aunque titula la misa In purificatione sanctae Maríae, sin embargo lo centra todo en la celebración de la presentación de Jesús. La letanía, o procesión con los cirios, ya aparece en el arcaico Orden de San Pedro, del 667 (cf ML 78,653). Parece, pues, inexacta la noticia del Líber Pontificalis según la cual la procesión habría sido introducida por el papa siro-siciliano Sergio I (687-701), que habría instituido las procesiones para la Anunciación, la Asunción y la Natividad de la virgen María. Y menos aún se puede sostener la opinión de que la fiesta fue instituida por el papa Gelasio (492-496) en oposición a las fiestas Lupercales paganas, que eran procesiones nocturnas carnavalescas a la luz de antorchas. Más abajo diremos los motivos de la procesión penitencial, según la opinión más probable.
Con mucha probabilidad, la introducción de las candelas encendidas en la procesión, al menos en los primeros tiempos en Roma, fue debida a motivos contingentes, al tener que hacerse la procesión por la noche desde la iglesia de San Adrián a la de Santa María la Mayor. La primera bendición de las candelas parece de origen extraño, se remonta a fines del s. IX o comienzos del s. X, era precedida de la bendición del fuego, más o menos como en la vigilia pascual. La bendición solemne de las candelas fue organizada en Galia en el s. X; en el siglo siguiente se añadió la antífona "Lumen ad revelationem gentium". En las otras iglesias de occidente la fiesta se difunde con alguna lentitud; p. ej., en España no se la encuentra hasta el s. XI. En Roma, la Hypapanté se desenvolvía en un ambiente de solemnidad, pero también de penitencia (hasta la reforma de 1960, en la procesión de las candelas se usaba todavía el color morado).
3. el 'ordo" de san amando. Según el Ordo de san Amando ("Ordo romanas" 20,7 = Andrieu "Ordo romanas" 3,236; s. IX), al despuntar la aurora los fieles acudían desde los diversos tituli, con cirios encendidos a la iglesia de San Adrián, y desde aquí se iba procesionalmente hasta Santa María la Mayor, iglesia estacional. En la procesión, el papa y los cardenales portaban vestiduras sagradas de color negro y todos iban con los pies descalzos. El motivo de esta procesión penitencial, según algunos, estaría en que, al comienzo de febrero, en Roma, se celebraba el tumultuoso Amburbale, desfile licencioso heredado, al parecer, del paganismo. Durante la procesión penitencial se cantaban antífonas, entonadas alternativamente por la schola, que seguía al papa, y por el clero, que le precedía. El Ordo de san Amando no hace referencia todavía a una bendición de las candelas. La primera bendición verdadera y propia de las candelas se encuentra en el famoso Sacramentario de Padua, pero añadida por una mano posterior a finales del s. IX o principios del s. X. Todavía posterior es el Nunc dimittis, intercalado en la antífona "Lumen ad revelationem gentium". Hay que notar también que la principal antífona, de origen griego, es la famosa "Adorna thalamum tuum", de la que ya hemos hablado antes. Finalmente, se debe observar que los cirios no se encendían con un fuego cualquiera, sino con un cirio bendecido y encendido ad hoc (cf san Bernardo, Sermo ll de purif: s. Maríae: ML 183,368). Estas velas, llevadas a casa, como también ocurre hoy, se encendían en momentos de emergencia (calamidades, tempestades, etc.) y también durante la agonía.
4. carácter mariano de la fiesta. El carácter mariano de la fiesta —además del hecho de que María es, junto con Jesús, protagonista del misterio, igual que en Navidad— fue impuesto en particular por el papa Sergio I (687-701), y se manifestaba sobre todo en la procesión que comenzaba en la basílica de Santa Martina, junto a San Adrián, y tenía como meta Santa María la Mayor en la cual 18 diáconos de las regiones urbanas de Roma llevaban otros tantos estandartes de la Virgen. Ha sido la mística oriental la que ha sabido cantar más profusamente en su liturgia el significado profundo del gesto de la Virgen. Ésta va al templo no tanto para purificarse (de lo que no tenía necesidad) cuanto para presentar oficialmente el Hijo al Padre.
lIl. Significado litúrgico y comentario homilético actualizado Jesús es el santo por excelencia (cf Lc 1,35; 4,34; He 3,14); por esto será reservado para el culto supremo que Dios quiere tener sobre la tierra por obra de este primogénito. El suyo es el primero y el más grande ofertorio del único verdadero sacrificio agradable a Dios (Mal 1,11). En la misa, la asamblea de los fieles va al encuentro de Cristo e, iluminada por la palabra, lo reconoce al partir el pan, en espera de que venga en la gloria. La vida es una oblación, un sí continuo a Dios, que todo lo dispone para un bien mayor. La vida no tiene sentido sin esta directriz.
Simeón define a Jesús como un signo ante el cual el hombre inevitablemente tiene que decidirse: con él o contra él. Justamente aquí se revelan la perplejidad, las dudas y la maldad escondidas en el corazón del hombre: en los cinco lugares en que Lucas habla de los pensamientos (5,22; 6,8; 9,46.47; 24,38) da siempre una valoración negativa de los mismos. Así las palabras de Simeón dirigidas a Jesús anuncian ya la pasión. Pero a Cristo está estrechamente unida su madre; más aún, no sólo la madre, sino todos aquellos que a su imitación escuchan la palabra y la conservan en su propio corazón, de modo que ser madre, hermano y hermana de Jesús (Lc 8,21) significa sufrir con él.
1. en la liturgia se va "al encuentro" de cristo. La escatología se cuenta justamente entre los grandes valores recuperados en estos últimos tiempos, particularmente por el Vat II. Esta nueva visión sacral del misterio de la iglesia constituye el corazón mismo de la teología del Vat II. Ahora bien, es justamente en la liturgia donde esta dimensión escatológica encuentra su máximo relieve. En la liturgia, en efecto, se pregusta y se anticipa la liturgia celeste, hacia la que tendemos como peregrinos. Con todo, esta tensión escatológica ha de recorrer un largo camino, porque urge recuperar en el nivel concreto de la vida este gran valor. Para alcanzarlo no podemos ni siquiera apoyarnos en la patrística del s. IV (para entonces ya se había debilitado mucho la tensión escatológica), sino que hemos de llegar al clima de los primeros años de la iglesia, cuando la escatología parecía ser la componente mayor de su actitud espiritual.
2. el ritual judío y su profundo significado. Era prescripción de Yavé que los primogénitos de los hombres y de los animales le fuesen consagrados. Los levitas representaban delante de Dios a los primogénitos de los hombres. Jesús primogénito de toda la creación, reúne en sí todas las primicias de las creaturas.
Según Lev 12, la mujer que hubiese dado a luz un varón debía someterse al rito de la purificación cuarenta días después del nacimiento del niño. Lucas habla de "su purificación" (2,22), es decir, la de María y Jesús, porque se refiere a la escena en su conjunto. También cabe pensar que aquí está usando la figura gramatical del zeugma, en la cual se reúnen, en dependencia de un término, otros varios, que requerirían cada uno de ellos otra dependencia. Lucas, en realidad, cita dos leyes: la consagración del primogénito (cf Éx 13,2.11-15) y la purificación de la madre (cf Lev 12). Mientras que para el rescate del niño ofrecido se entregaban cinco siclos de plata, en la purificación de la madre se debía ofrecer, para el sacrificio expiatorio, un cordero y una paloma o tórtola (el primero en signo de unión con Dios, la segunda como sacrificio de expiación), o bien dos tórtolas o palomas si se trataba de gente pobre. Si el ofrecimiento de dos tórtolas o palomas no debía incidir mucho en la economía familiar, sí en cambio tenía que influir el ofrecimiento de cinco siclos, que correspondían, más o menos, a lo que se ganaba en veinte días de trabajo. María, que se sometió a estas leyes, nos interpela profundamente, porque ella, que merecía la excepción, quiso someterse a la ley común, mientras que nosotros, que estamos obligados a la ley común, buscamos fácilmente la excepción.
La presentación del niño no era obligatoria, sino aconsejable (cf Núm 18,15). Debió, sin embargo, parecer muy conveniente a los piadosísimos esposos María y José. El ángel que había indicado a Jesús como "Hijo del Altísimo" (Lc I,32) no había dado disposición alguna acerca de su humanidad. A la luz de estas prescripciones judías se manifiestan toda la humildad y la obediencia de María.
3. comentario homilético actualizado. Las lecturas que se proponen en la misa de la presentación de Jesús son: a) el ángel de la alianza ("Entrará en su templo el Señor, a quien buscáis»: Mal 3,14); b) la ofrenda sacerdotal ("Debía hacerse en todo semejante a sus hermanos": Heb 2,14-18); c) Cristo y María unidos en un único y mismo destino ("Mis ojos han visto tu salvación": Lc 2,22-40 ó 22-32). Se proponen conducirnos por el camino del bien, para que podamos llegar a la gloria sin fin y ser presentados al Señor plenamente renovados en el Espíritu (La or. de ben. de las candelas y or. colecta).
a) El ángel de la alianza (/Ml/03/01-04). Cuando regresaron del exilio bajo Zorobabel (538 a.C.), los judíos debían reconstruir la ciudad de Jerusalén, lo cual ocurrió bajo Nehemías (= don de la palabra del rey, en realidad había sido enviado por el rey Darío para estudiar la situación). Los trabajos de reconstrucción comenzaron el 445, y en sólo cincuenta y dos días los muros de la ciudad fueron reconstruidos. Pero también había que reconstruir la ciudad espiritualmente, es decir, a través del renacimiento espiritual del sacerdocio y de la renovación de la familia. Nehemías se sirvió para esto de un teólogo legislador, Esdras, que quizá deba identificarse con Malaquías, el profeta del culto (tanto más que el nombre Malaquías significa ángel de Yavé).
Malaquías nos anuncia la llegada de Dios mismo. Esta llegada infunde miedo y esperanza: el anuncio apocalíptico se transforma en un anuncio de salvación. Identificando a Malaquías con Esdras se comprende mejor cómo el fanatismo por la ley no deja reconocer al verdadero gran legislador.
Reprobado el formalismo del sacerdocio antiguo, de su culto ineficaz, el profeta Malaquías, al anunciar la inminencia del día del Señor, preanuncia un nuevo sacerdocio y un culto nuevo: "el Señor entrará en su templo" y vendrá a renovar la alianza a través de una purificación interior, capaz de hacer a los fieles idóneos para realizar una ofrenda grata al Señor. El "ángel de la alianza" no es el precursor del que se ha hablado antes (en el v. 1), porque su llegada al templo es simultánea a la llegada del Señor, de Yavé. El hombre piadoso del AT no osaba llamar a Dios por su nombre verdadero, sino que lo indicaba con el nombre antiguo con que era designado en sus teofanías: Maleak Jahve, el ángel de Yavé. Probablemente se trata de una designación misteriosa del mismo Señor; Mt 11,10 invita a entenderlo de Cristo. Pero está fuera de discusión que las expresiones proféticas suponen un fondo mesiánico.
Cristo viene, pues, a dar comienzo al culto nuevo. Es necesario saber realizar el objetivo de esta visita, a imitación de la Virgen.
b) Ofrenda sacerdotal (/Hb/02/14-18). Jesús, como sumo sacerdote, agradable al Padre y solidario con los hermanos, nos salva viviendo todas las formas de la condición humana, excepto el pecado. La acción de Jesús: 1) produce la liberación de la esclavitud de la muerte, signo expresivo del poder del mal sobre el hombre; 2) induce a vivir en él y para él, en adhesión plena a la voluntad de Dios; 3) nos procura un gran consuelo porque Jesús, por su misma experiencia humana, está en grado de tener compasión de nuestras caídas. "Todos los rasgos característicos del sacerdocio se encuentran en el misterio de Cristo. Por esto podemos, con absoluta certeza, acercarnos a Dios, pues tenemos en Jesús un sacerdote misericordioso y fiel. Jesús, pues, ha venido a instaurar un nuevo culto, del cual es él sumo y eterno sacerdote.
c) Cristo y María unidos en un único y mismo destino (/Lc/02/22-40). Lucas inicia así su narración: "Cuando llegó el tiempo de su purificación según la ley de Moisés, llevaron el niño a Jerusalén para ofrecerlo al Señor" (2,22). Al citar a Jerusalén, ya manifiesta su particular punto de vista: Jerusalén es la meta de la existencia terrena de Jesús; es punto de partida de la nueva misión cristiana. Jerusalén es, para Lucas, el centro predestinado para la obra salvífica (cf 2,38ss; He 1,4ss). Ya en su tiempo, Ageo, cuando se estaba reconstruyendo el templo de Jerusalén, bajo Zorobabel, había predicho que la gloria (presencia viva) del Señor entraría en ese mismo templo. Una vez subidas las quince gradas de forma semicircular —sobre las que se cantaban, en la fiesta de los tabernáculos, los salmos graduales—, María pasó al atrio de las mujeres, donde, humilde y recogida, hizo su ofrenda. Los sacerdotes inmolaron las dos palomas, y el pequeño Jesús fue acogido, bendecido y rescatado con cinco siclos de plata.
La escena de las jóvenes madres que iban al templo para la ofrenda y la purificación, era habitual; y, sin embargo, cuando llegó la Virgen, un anciano la esperaba. Era el santo Simeón, un hombre cualquiera, pero que vivía inmerso en el temor de Dios, y por eso era justo y estaba lleno del Espíritu Santo (cf Lc 2,26.27). Precisamente por esto el Espíritu Santo le había hablado y le había dado a conocer que no moriría sin haber visto al "ungido del Señor". Reconoció, pues, al niño, y tomándoselo un instante a la madre y teniéndolo entre sus brazos, entonó el Nunc dimittis.
El Nunc dimittis, como el Benedictus, se divide en dos partes: himno de reconocimiento a Dios y vaticinio del destino del niño. La parte primera se refiere al anciano, la segunda al niño. En el cántico el anciano llama a Dios dueño (que éste es el significado literal de señor). El anciano considera a Dios como su amo, a cuyo servicio se encuentra atento a sus señales. En su cántico Jesús es presentado como mesías, que viene a cumplir la misión confiada al siervo descrito en los grandes cantos de Isaías (42,6, 49,66 52,10). Simeón con gran escándalo de los nacionalistas contemporáneos suyos, como judío ejemplar, recuerda que, según los oráculos de diversos profetas (cf Is 24,5; 45,14; Zac 2,15), el mesías no es sólo gloria de Israel, sino también de todas las gentes, es decir, enviado para llevar la salvación a todos. De este modo Jesús satisface abundantemente la paciente espera de los judíos fieles y oye las secretas invocaciones de luz por parte de los paganos.
El anciano Simeón bendijo a María y a José, no como sacerdote, porque no lo era, sino por su edad y por su autoridad. Bendecir quiere decir aquí congratularse. Pero he aquí que se presenta en la mente del santo anciano un cuadro de negras tintas. Profetiza que Jesús está puesto para ruina de algunos (no en sentido causativo, sino ocasional, en cuanto obligará a los hombres a decidirse por él o contra él: cf Jn 3,18); por la actitud que los hombres tomen frente al mesías se desvelarán sus pensamientos. María, por su parte, será partícipe plenamente de la contradicción del Hijo, y su alma será traspasada por una espada de dolor. María, de tal modo, queda asociada íntimamente a su Hijo por un mismo y único destino. Había entrado en el templo gozosa; ahora sale ¡dolorosa!
A Lucas le agradan los bocetos y el dualismo; por eso nos presenta otro personaje, un personaje femenino: la profetisa Ana. La profetisa era una mujer que, viviendo en íntima unión con Dios, era favorecida con sus carismas, y por tanto estaba en situación de aconsejar a quien se dirigía a ella. También ella se unió al santo Simeón para alabar y bendecir al Señor.
La fiesta de la presentación del Señor quiere, en conclusión, subrayar dos grandes verdades: los pródromos del sacrificio de Cristo y la participación de la madre en la obra salvífica del Hijo (G. Meaolo).
PROCESIÓN DE ENTRADA: Hoy hace cuarenta días que hemos celebrado el nacimiento de Cristo, y hoy celebramos la presentación de Jesús en el templo para encontrarse con el pueblo creyente. Allí Simeón y Ana reconocieron en Jesús al Salvador de los pueblos, a la luz que iba a iluminar a todos los hombres que caminaban en las tinieblas.
Nosotros vamos a reafirmar, con este rito de las candelas, que Jesús es la luz de nuestra vida, y la luz de la vida de todos los hombres, al tiempo que vamos a recordar y ratificar nuestro compromiso de transmitir esa misma luz a todos los hombres, con el testimonio de nuestra vida.
Adán de Perseigne (hacia 1221) abad cisterciense, en el Sermón 4 sobre Navidad habla de que Los padres de Jesús llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, y dice: “¡Que los mortales nos acerquemos hoy al Verbo hecho carne para dejar atrás las obras de la carne y aprender a pasar, poco a poco, a las obras del Espíritu! Que nos acerquemos pues, hoy, ya que un nuevo sol brilla en el firmamento. Hasta este momento encerrado en el pueblo de Belén, en la estrechez de un pesebre y conocido por un pequeño número de personas, hoy viene a Jerusalén, al templo del Señor. Está presente ante varias personas. Hasta ahora, tú Belén, te alegrabas, tú sola, de la luz que nos ha sido dada a todos. Orgullosa de tal privilegio de novedad inaudita, podías compararte con el mismo Oriente por tu luz. Mejor aún, cosa increíble, había dentro de ti, en un pesebre más luz que en el mismo sol cuando se levanta el día...Pero hoy, este sol se dispone a irradiar en todo el mundo. Hoy es ofrecido en el tempo de Jerusalén el Señor del templo.
¡Dichosos los que se ofrecen a Dios como Cristo, como una paloma en la soledad de un corazón tranquilo! Son maduros para celebrar, con María, el misterio de la purificación...No es María, Madre de Dios, quien ha sido purificada en este día, ella que nunca tuvo pecado alguno. Es el hombre manchado por el pecado que hoy es purificado por el nacimiento y la entrega de Cristo...Gracias a María hemos obtenido nuestra purificación... Si abrazamos el fruto de sus entrañas, si nos ofrecemos con él en el templo, el misterio que celebramos hoy nos purificará”.
1. Ml 3,1-4. Malaquías escribe años después del exilio, y una de sus preocupaciones es responder a los escandalizados ante el hecho de que los injustos, los ricos y opresores, los infieles, vivían mejor que los fieles. Por ello, anuncia vigorosamente el "Día de Yahvè", cuando Dios destruirá el mal para siempre y asegurará a los fieles una vida saludable. Este anuncio lo realiza vinculándolo muy especialmente al Templo de Jerusalén, y ve el cumplimiento de sus esperanzas cuando Yahvé estará gloriosamente presente en el Templo, y todos los hombres subirán a ofrecer en él un sacrificio aceptable. Nuestro texto es el anuncio de este momento culminante, en el que Dios vendrá a tomar posesión del templo. No queda claro si los tres personajes que se citan ("mi mensajero... el Señor.. el mensajero de la alianza") son enviados previos; mejor parece que se trata de diversas formas de designar al propio Yahvè (quizás el primer "mensajero" se trate de un precursor; Mateo lo aplica al Bautista: 11, 10). A continuación de la entrada se describe con imágenes enérgicas la obra de purificación que Yavhé llevará a cabo para separar el mal del bien, y concluye con el resultado final: será posible ofrecer a Dios, definitivamente, una ofrenda agradable, porque el pueblo será también definitivamente según lo que Yahvé espera de él (J. Lligadas).
En un nuevo oráculo, el profeta anuncia la próxima intervención de Yahvé para hacer justicia. El problema de la retribución aparece con frecuencia en el AT, porque la injusticia aparente que supone el éxito del pecador y la desgracia del justo en esta vida forma parte del misterio del mal y constituye una tentación constante para el hombre. Dios va a venir; prueba de ello es que envía a su mensajero para que le prepare el camino. ¿Quién es concretamente tal mensajero? Algunos creen que se trata de Elías, a quien se cita después (3,23). El NT ve en este mensajero a Juan Bautista (Mt 11,10; Lc 7,27). En cualquier caso, se trata del mensajero escatológico que eliminará los obstáculos de orden religioso y moral que impiden la venida de Yahvé.
El profeta pasa después a contestar a un reproche que se hacía a Dios: se le acusaba de haber cambiado de conducta y de no haber cumplido su palabra. Malaquías rechaza tal acusación y afirma que son ellos quienes se han comportado como auténticos hijos de Jacob, «el suplantador» según una etimología popular (Gn 27,36), y quienes pueden ser acusados de versatilidad y de infidelidad. Deben "volver", convertirse, empezando por no defraudarlo en los deberes del culto, si quieren que Dios vuelva a ellos con su misericordia.
El último oráculo insiste una vez más en el problema de la prosperidad del pecador y la desgracia del justo. El problema es tan grave que parece inútil y necio esforzarse por cumplir con el deber. La solución está en el «día de Yahvé», que ya llega; entonces se verá claramente la diferencia que ya ahora existe entre las dos categorías y que entonces se manifestará hasta las últimas consecuencias. Con Malaquías, la escatología profética evoluciona hacia la retribución individual al mismo tiempo que se le añade una nota apocalíptica: los justos tomarán parte en el castigo de los malvados.
El mensaje del profeta es de máxima actualidad en un tiempo en que el horizonte religioso es tan oscuro como el de su época, y parece que Dios no tiene prisa por venir. Debemos creer y esperar, porque, a pesar de todo, el Señor vendrá y pondrá las cosas en su sitio (J. Aragonés Llebaria).
2. Salmo 23. Comenta el Papa: “El antiguo canto del pueblo de Dios, que acabamos de escuchar, resonaba ante el templo de Jerusalén. Para poder descubrir con claridad el hilo conductor que atraviesa este himno es necesario tener muy presentes tres presupuestos fundamentales. El primero atañe a la verdad de la creación:  Dios creó el mundo y es su Señor. El segundo se refiere al juicio al que somete a sus criaturas:  debemos comparecer ante su presencia y ser interrogados sobre nuestras obras. El tercero es el misterio de la venida de Dios:  viene en el cosmos y en la historia, y desea tener libre acceso, para entablar con los hombres una relación de profunda comunión. Un comentarista moderno ha escrito: "Se trata de tres formas elementales de la experiencia de Dios y de la relación con Dios; vivimos por obra de Dios, en presencia de Dios y podemos vivir con Dios" (G. Ebeling, Sobre los Salmos).
A estos tres presupuestos corresponden las tres partes del salmo 23, que ahora trataremos de profundizar, considerándolas como tres paneles de un tríptico poético y orante... (el final, el) tercer cuadro, que describe indirectamente el ingreso festivo de los fieles en el templo para encontrarse con el Señor (vv. 7-10). En un sugestivo juego de llamamientos, preguntas y respuestas, se presenta la revelación progresiva de Dios, marcada por tres títulos solemnes:  "Rey de la gloria; Señor valeroso, héroe de la guerra; y Señor de los ejércitos". A las puertas del templo de Sión, personificadas, se las invita a alzar los dinteles para acoger al Señor que va a tomar posesión de su casa.
El escenario triunfal, descrito por el salmo en este tercer cuadro poético, ha sido utilizado por la liturgia cristiana de Oriente y Occidente para recordar tanto el victorioso descenso de Cristo a los infiernos, del que habla la primera carta de san Pedro (cf. 1 P 3,19), como la gloriosa ascensión del Señor resucitado al cielo (cf Hch 1,9-10). El mismo salmo se sigue cantando, en coros que se alternan, en la liturgia bizantina la noche de Pascua, tal como lo utilizaba la liturgia romana al final de la procesión de Ramos, el segundo domingo de Pasión. La solemne liturgia de la apertura de la Puerta santa durante la inauguración del Año jubilar nos permitió revivir con intensa emoción interior los mismos sentimientos que experimentó el salmista al cruzar el umbral del antiguo templo de Sión.
El último título: "Señor de los ejércitos", no tiene, como podría parecer a primera vista, un carácter marcial, aunque no excluye una referencia a los ejércitos de Israel. Por el contrario, entraña un valor cósmico: el Señor, que está a punto de encontrarse con la humanidad dentro del espacio restringido del santuario de Sión, es el Creador, que tiene como ejército todas las estrellas del cielo, es decir, todas las criaturas del universo que le obedecen. En el libro del profeta Baruc se lee: "Brillan las estrellas en su puesto de guardia, llenas de alegría; las llama él y dicen: "Aquí estamos". Y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3,34-35). El Dios infinito, todopoderoso y eterno, se adapta a la criatura humana, se le acerca para encontrarse con ella, escucharla y entrar en comunión con ella. Y la liturgia es la expresión de este encuentro en la fe, en el diálogo y en el amor.
No olvidemos que probablemente se celebra el retorno de una expedición militar. Por  tanto, la voz más fuerte es la de los soldados y no hemos de maravillarnos de la última  expresión:
El Señor, Dios de los ejércitos: él es el rey de la gloria (v. 10). Cuando descienda de la cabalgadura... Hará su entrada triunfal en Jerusalén el rey de la gloria en persona. «Los discípulos fueron entonces y lo hicieron como les había mandado Jesús: trajeron la  burra y el pollino, pusieron sobre ellos sus mantos, y Jesús se montó encima. La gran  multitud extendía delante de ellos sus mantos en el camino; otros cortaban ramas de los  árboles y las extendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él, gritaba  diciendo: Hosanna al hijo de David, bendito sea el que viene en nombre del Señor: Hosanna en las alturas. Y cuando entró en Jerusalén, se alborotó toda la ciudad, diciendo: — ¿Quién es éste? Y la gente decía: —Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea» (Mt 21, 6-11). Al poco tiempo el rey de la gloria descendería de la cabalgadura y se encontraría en el  suelo con una toalla, lavando los pies de sus «súbditos». «Ha querido salvarnos desde  abajo. En el último cuadro estará arriba, en la cruz ensangrentada, con los brazos abiertos  ('cuando sea levantado sobre la tierra atraeré todo a mí'). Pero el principio es éste:  encogida como una bestia junto a nuestros pies callosos, nuestras deformes uñas y  nuestros desagradables olores. Se concede la regia alegría de humillarse» (L. Santucci).  Dentro de poco el rey de la gloria será saludado por el grito de la multitud: «¡Crucifícalo!  ¡Crucifícalo!».
Dentro de poco el «Dios de los ejércitos» será entregado a las burlas de los soldados.  He visto en Jerusalén una piedra sacada en las excavaciones del lithostrotos, el patio  pavimentado del pretorio de Pilato. Me he puesto de rodillas instintivamente en aquella  piedra. En ella el rey de la gloria se convirtió en rey de burla, blanco de los chanzas más  vulgares.
Hay una escena en Diálogo de carmelitas de Bernanos que puede servir de conclusión a  este salmo. La protagonista en una procesión lleva la cruz que es llamada «el pequeño rey  de la gloria». Desde lejos oye las notas de la carmañola. Tiene un momento de confusión, y  aterrorizada deja caer la estatua del «pequeño rey de la gloria», que se hace pedazos;  Entonces una religiosa exclama:
— ¡Qué débil y qué pequeño!
— Pero otra replica:
— ¡No, no... qué grande y qué fuerte!
Una tercera añade:  —Ahora ya no tenemos «rey de la gloria», sólo nos queda el cordero de Dios. Esto es ser cristianos. Aceptar a este rey de la gloria que desaparece, que se hace  pequeño, que se convierte en rey de burla para diversión de los soldados, que se deja  crucificar como un delincuente. Y para aceptarlo no nos queda otro remedio que inclinarnos también bajo aquel arnés  que Jesús ha llevado hasta el calvario. Desde entonces la fuerza se manifiesta en la debilidad, el prestigio en la humillación, la  gloria en la abyección. Sin duda es mucho más fácil alzar los dinteles de las puertas. Pero no será poniéndonos de puntillas como veremos a Dios, sino abajándonos.  La grandeza para un cristiano se mide precisamente en su capacidad de hacerse  pequeño (Alessandro Pronzato).
Cada uno de nosotros debe aplicar este salmo a su propia situación. La libertad del cristiano ante las "cosas" de la naturaleza. San Pablo aplicó este  salmo, explícitamente, a un problema de su tiempo: ¿se pueden comer los alimentos  ofrecidos a los ídolos? Responde: "coman sin hacer problema de conciencia, todo lo que les  venden en el mercado, porque la tierra y todo lo que hay en ella es del Señor". ( I Cor 10,25-26; Sal 23,1). Considerar la fe en Dios como liberadora, es una esperanza del  mundo actual. Sólo Dios es Dios. Sólo Dios merece sumisión. Hay, como se dice a menudo,  una cierta "desacralización" del universo, que corresponde perfectamente a la verdad de  Dios. Existe siempre el peligro de sacralizar abusivamente las realidades terrestres: las  costumbres tradicionales, los tabúes ancestrales, los usos considerados como definitivos y  sagrados cuando son apenas residuos de civilizaciones locales ya superadas. Pero el gran  peligro actual, es la sacralización de las ideologías y de la política. Digámoslo claramente, ni  los partidos de derecha, ni los de izquierda, son "sagrados"; son simples opciones humanas,  respetables claro está, pero que desmerecen grandemente al proyectarse sobre ellas un  "absoluto" que sólo a Dios debe darse: el único Rey es El. Bajo esta expresión  aparentemente pasada de moda, hay una reivindicación de libertad, de total independencia.
La moral y la fe. Existe una tendencia reciente, que opone estas dos realidades. Este  salmo trae a cuento una verdad esencial que Jesús repitió frecuentemente. Dios más que  aclamaciones rituales, más que recitación de "credos", más que gestos cultuales...: espera  de nosotros rectitud de vida. La conciencia moral es lo primero. Seremos juzgados sobre el  amor (Mt 25,31-46). No llegarán a la "montaña de Dios" aquellos que se contenten con  decir: "Señor, Señor" (Mt 7,21), sino aquellos "que tengan el corazón puro y las manos  inocentes", que cumplan los deberes que les impone la condición de ser hombres dignos de  tal nombre. La reforma conciliar revalorizó la "liturgia penitencial" al principio de cada Misa.  ¿Quién puede acercarse a Dios? Quien esté libre de toda mancha consciente o  inconsciente, que esté dispuesto a luchar contra su egoísmo, y toda forma de idolatría. Sólo  así Dios se hace fiador de la dignidad humana y de la conciencia. Decir: "Venga tu Reino",  es comprometerse a hacer cualquier cosa para vivir según sus exigencias (Noel Quesson).
«Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?». La visión de tu majestad me llena el alma de reverencia, Señor, y cuando pienso en tu grandeza me abruma el sentido de mi pequeñez y el peso de mi indignidad. ¿Quién soy yo para aparecer ante tu presencia, reclamar tu atención, ser objeto de tu amor? Más me vale guardar distancias y quedarme en mi puesto. Lejos de mí queda tu sagrada montaña, tu intimidad secreta. Me basta contemplar de lejos la cumbre entre las nubes, como tu Pueblo en el desierto contemplaba el Sinaí sin atreverse a acercarse. Pero, al pensar en tu Pueblo del Antiguo Testamento, pienso también en tu Pueblo del Nuevo. El recuerdo del Sinaí me atrae a la memoria la cercanía de Belén. Los que temían acercarse a Dios se encuentran con que Dios se ha acercado a ellos. Se acabaron las cumbres y las montañas. Ahora es una gruta en los campos, y un pesebre y un niño. Y la sonrisa de su madre al acunarlo entre sus brazos. Dios ha llegado hasta su pueblo. Te has llegado hasta mí. El don supremo de la intimidad. Andas a mi lado, me tomas de la mano, me permites reclinar la cabeza sobre tu pecho. El milagro de la cercanía, la emoción de la amistad, el triunfo de la unidad. Ya no puedo dejar que mi timidez, mi indignidad o mi pereza nos separen. Ahora he de aprender el arte bello y delicado de vivir junto a ti. Por eso necesito fe, ánimo y magnanimidad. Necesito la admonición de tu Salmo: «¡Portones, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la Gloria!». Quiero abrir de par en par las puertas de mi corazón para que puedas entrar con la plenitud de tu presencia. Nada ya de falsa humildad, de miedos ocultos, de corteses retrasos. El Rey de la Gloria está a la puerta y pide amistad. Dios llama a mi casa. Mi respuesta ha de ser la alegría, la generosidad, la entrega. Que se me abran las puertas del alma para recibir al huésped de los cielos. Enséñame a tratar contigo, Señor. Enséñame a combinar la intimidad y el respeto, la amistad y la adoración, la cercanía y el misterio. Enséñame a levantar mis dinteles y abrir mi corazón al mismo tiempo que me arrodillo y me inclino en tu presencia. Enséñame a no perder de vista nunca a tu majestad ni olvidarme nunca de tu cariño. En una palabra, enséñame la lección de tu Encarnación. Dios y hombre; Señor y amigo; Príncipe y compañero. ¡Bienvenido sea el Rey de la Gloria! (Carlos G. Vallés).
No importa lo que el enemigo quiera decirte, Dios es Dios de los montes y Dios de los valles. El no ha dejado de ser Dios porque tú te encuentres en una situación difícil en este momento. Él sigue siendo el Dios de gloria, de poder y de milagros. Y en los valles, es donde El muestra su fidelidad y lealtad hacia sus escogidos.
Cuando nos encontramos en la montaña de nuestra experiencia cristiana, podemos ver nuestro futuro claro, nuestra visión se expande, tenemos confianza y paz; sin embargo, cuando nos encontramos en uno de los valles de nuestra vida, nuestra visión se limita, nuestro futuro no se ve claramente, y nuestros sueños sufren. Pero debemos saber que los valles son los lugares más fructíferos de la tierra. “Los valles producen frutos”. Puedes esperar una cosecha valiosa en el valle donde te encuentres, porque Dios te acompaña. Y si Dios está contigo, Dios te sacará de allí con una gran victoria.
Si el enemigo te ha atacado y estas dudando del amor libertador de Dios, recuerda, que aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros, y también sabemos, que "a los que aman a Dios todas las cosas le ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Rom 8:28).
Pasaremos por la dificultad, pero no nos quedaremos en ella, porque sabemos que Dios es Dios en todas partes, y Él nos levantará para ir, de monte en monte y de victoria en victoria, alimentados por los frutos adquiridos en el valle de la aflicción. Olvidaremos las dificultades pasadas y recordaremos la fidelidad y la lealtad de Dios, la cual nos ha libertado (Eduardo Sanz de Miguel).
3. Hb 2,14-18. El fragmento destaca que Jesús, para traer la salvación a los hombres, ha asumido totalmente la condición humana. La salvación consiste en la liberación de la muerte (hasta aquel momento la muerte era un final inexorable: desde entonces es paso a la resurrección), que se ha producido porque Él, venciendo al pecado con su muerte, le ha quitado todo poder al diablo, que era dueño de la muerte (recuérdese el relato del Genesis: el diablo ha provocado el pecado, y la consecuencia del pecado ha sido la muerte).
Jesús, para poder liberar a los hombres del pecado (=para poder ser "pontífice"), tenía que ser totalmente como un hombre y presentar ante Dios la imagen de hombre perfecto, fiel a su voluntad hasta el final. De este modo, por una parte Dios puede contemplar su modelo de hombre libre del pecado, ruptura definitiva de la situación de pecado en que se hallaba la humanidad entera; y por otra, los hombres ven el camino al que están llamados realizado por uno que ha pasado por las mismas pruebas que ellos (J. Lligadas).
Jesús, el Salvador, es uno de los nuestros; ha compartido nuestra sangre y nuestra carne y no se avergüenza de llamarnos hermanos (2,11.14). Hb dice con palabras propias lo mismo que nosotros queremos expresar con el tono entrañable de Navidad.
Jesús ha asumido todo lo humano: alegría, amistad, familia, sencillez. Ha asumido esto clavado esencialmente en nuestra sangre y en nuestra carne: dolor, limitación, sufrimiento, muerte. Más aún, aceptó a los hombres tal como son, limitados, mediocres, pecadores, con sus odios pequeños e irracionales; Jesús asumió a los hombres como hermanos, hasta en la terrible y absurda mezquindad que los lleva a matar al justo precisamente porque les habla de paz, de sinceridad, de vida limpia, de Dios. Ya desde Belén Jesús aprendió cuán difícil es acoger a los hombres reales. Hb subraya todavía un último paso: Jesús sufrió también la angustia de la muerte (2,14-15; 5,7), resumen de todos los miedos humanos; la angustia del hombre que siente un anhelo infinito de vida y felicidad y se encuentra diariamente con sus desesperantes limitaciones hasta acabar en la amenaza total de aquel anhelo en la oscuridad de la muerte. Todo este misterioso y complejo mundo humano está dicho entrañablemente en el niño débil, ignorado, alabado y perseguido de Belén.
En el núcleo del misterio de su sencillez, Navidad es una sorpresa inesperada. A través de la experiencia humana vivida por Jesús, con sus sufrimientos, incomprensiones y muerte, consiguió el propio Jesús la perfección (2,10), la gloria y el honor (2,9) de entrar en comunión total con Dios (9,11-12), por la muerte halló la vida y nos liberó de la angustia de la muerte (2,9-15). Jesús empieza ya en Belén su inesperada revelación. El hombre sólo encuentra la verdadera vida en Dios, el único absoluto; esto comporta asumirlo todo tal como es. No es rehusando su propia vida o engañándose, sino asumiéndola como limitada y mortal, como el hombre se entrega a Dios hallando en él la vida verdadera. Belén es la recuperación del hombre. El hombre que vive en Dios aprende a no rehusar su vida humana y a amarlo todo y a todos, tal como son, excepto el pecado.
María es la humanidad que concibe al Hijo de Dios y lo arraiga en la tierra humana. Por María, Jesús se ha hecho uno de los nuestros, convirtiendo la vida humana en el más sublime acto de culto a Dios como Hijo suyo. Ella ha sido la primera en seguirle, acogiendo a Dios en la sencillez y generosidad de su vida (G. Mora).
S. Agustín comenta: “Cantad al Señor el cántico nuevo. Frente al cántico viejo, el testamento nuevo, porque el primer testamento es el viejo; el hombre nuevo para deponer al viejo. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que fue creado según Dios en justicia y santidad verdadera (Col 3,9.10; Ef 4,22-24).
Por lo tanto, cantad al Señor el cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra. Cantad y edificad; cantad y cantad bien. Anunciad el día del día, su salvación; anunciad el día del día (Sal 95,1.2), su Cristo. Pues ¿cuál es su salvación sino su Cristo? Esta salvación es la que pedíamos en el salmo: Muéstranos Señor tu misericordia y danos tu salvación (Sal 84,8). Esta salvación deseaban los antiguos justos, de los que decía el Señor a sus discípulos: Muchos quisieron ver lo que vosotros estáis viendo y no pudieron. Y danos tu salvación (Lc 10,24). Esto dijeron aquellos justos: Danos tu salvación, es decir, que veamos a tu Cristo, mientras vivimos en esta carne. Veamos en la carne a quien nos libre de la carne; llegue la carne que purifica la carne; sufra la carne y redima al alma y a la carne.
Y danos tu salvación. Con este deseo vivía aquel santo anciano Simeón; con este deseo, repito, aquel santo anciano y lleno de méritos divinos Simeón decía también: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. A este deseo y a estas preces recibió como respuesta que no gustaría la muerte hasta que no viera al Cristo del Señor. Nació Cristo. Uno llegaba y otro estaba a punto de irse; pero éste no quería hacerlo hasta que no llegara aquél. La senectud cumplida le echaba fuera, mas la piedad sincera le retenía. Pero cuando llegó aquél, cuando nació, cuando vio que su madre le llevaba en brazos, la piadosa senectud reconoció a la divina infancia, la tomó en sus brazos y dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto tu salvación (Lc 2,26-30). He aquí por qué decía: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación (Sal 84,8). Se cumplió el deseo del anciano cuando el mundo declina hacia la vejez. Quien encontró al mundo envejecido vino en persona al hombre anciano. Por lo tanto, si encontró al mundo envejecido, escuche éste: Cantad al Señor el cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra. Desaparezca la vetustez, resurja la novedad” (Sermón 163,4).
4. Lc 2, 22-40. *. La Presentación de Jesús al templo es una fiesta cristológica, con un sentido también mariológico pues se desarrolla el rito de la presentación del hijo una vez cumplido el tiempo de la purificación de la madre a través del recogimiento y la oración, a los cuarenta días que hubiese dado a luz. La luz de Navidad se vuelve a poner de relieve a los 40 días, con la profecía de Simeón, antes de iniciar –ya esta semana- el comienzo de la cuaresma, otros 40 días antes de la Pascua de la Resurrección. Estamos en un entretiempo entre las dos pascuas: el fin popular de los días de Navidad –el final litúrgico se celebró con el Bautismo del Señor-, cuando en algunos sitios se recogen las imágenes del Nacimiento hasta el año siguiente, ya preparando con esta luz de la procesión de las candelas la otra luz, la de la resurrección, el cirio pascual.
La “Fiesta de las candelas” o el “Día de la Candelaria”, como se sabe, tiene el aspecto festivo de la procesión con las velas encendidas, que luego se guardan de recuerdo, como más tarde la de la Vigilia pascual, pues representan la luz de Cristo en los hogares.
Tiene la fiesta un rico simbolismo del encuentro entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Simeón y Ana representan a los profetas que habían vivido con la esperanza del Mesías, representan el pueblo de Israel que durante años habían estado esperando a un Mesías que vendría a salvarlos e iluminarles el camino. Simeón lo proclama como "luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel". Jesús, con María y José, son la Buena Nueva, la luz para iluminar nuestras vidas desde la luz del bautismo. Para ser “portadores de la luz”, hemos de mirar a María, "la luna que refleja perfectamente al sol", que nos ilumine y nos enseñe a ser buenos instrumentos del amor divino.
Se está renovando el Templo, con la presencia del Señor, como Ageo profetizó: «La gloria de este templo será más grande que la del anterior, dice el Señor del universo, y en este lugar yo daré la paz» (Ag 2,9); «los tesoros más preciados de todas las naciones vendrán aquí» (Ag 2,7), también está traducido por: «el más preciado», dirán algunos, «el deseado de todas las naciones».
Simeón, a quien «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor» (Lc 2,26), ha subido al Templo. Él no es de los privilegiados, su único título es ser hombre «justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel» (Lc 2,25). Los salmos cantaban este momento: «¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!» (Sal 24,7), pero las cosas suceden con sencillez extrema, sin aparato. Y Simeón proclama su bendición, y añade a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). Las cosas de Dios suceden con sufrimiento…
** En algunos pasajes sobre la disputa del sábado hemos visto cómo Jesús es el nuevo Moisés, que proclama la nueva Ley, ahora podemos ver que Él es el nuevo Templo. Se produce, como dijo Jesús a la samaritana, un cambio hacia un templo donde Dios es adorado no aquí o allá sino en espíritu y en verdad. “La universalización de la fe y de la esperanza de Israel, la consiguiente liberación de la letra hacia la nueva comunión con Jesús, está vinculada a la autoridad de Jesús y a su reivindicación como Hijo”. No hace una interpretación liberal de la Torá –lo cual le daría un carácter relativo también a la Torá, a su procedencia de la voluntad de Dios-; sino una obediencia a la autoridad de esta nueva interpretación superior a la de Moisés, y al mandato original: ha de ser una autoridad divina. Esta superación no es trasgresión sino su cumplimiento.
Se juntan de la mano la justicia y la paz, como dice el salmo, la ley y la gracia, Simeón y José, Ana y María, el Antiguo y Nuevo Testamento, en Jesús: “La correcta conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento ha sido y es un elemento constitutivo para la Iglesia: precisamente las palabras del Resucitado dan importancia al hecho de que Jesús sólo puede ser entendido en el contexto de «la Ley y los Profetas» y de que su comunidad sólo puede vivir en este contexto que ha de ser comprendido de modo adecuado. Con respecto a esto, dos peligros contrapuestos han amenazado a la Iglesia desde el principio y la amenazarán siempre. Por una parte, un falso legalismo contra el que lucha Pablo y que en toda la historia aparece por desgracia bajo el desafortunado nombre de «judaísmo». Por otro lado, está el rechazo de Moisés y los Profetas, del «Antiguo Testamento», formulado por primera vez por Marción en el siglo II; es una de las grandes tentaciones de la época moderna. No es casual que Harnack, como principal representante de la teología liberal, exigiera que diera cumplimiento finalmente a la herencia de Marción para liberar así al cristianismo del lastre del Antiguo Testamento. También va en esa dirección la tentación, tan extendida hoy en día, de interpretar el Nuevo Testamento de un modo puramente espiritual, privándolo de toda relevancia social y política”.
El respeto a la obediencia de Israel nos ayuda a entender así mejor los grandes imperativos del Decálogo, que el «nuevo Moisés», nos ha dado. En Él vemos realizada la promesa hecha por Moisés: «El Señor tu Dios suscitará en medio de tus hermanos un profeta como yo.» (Dt 18, 15). Como veremos en otros pasajes al hablar de las antítesis entre lo antiguo y lo nuevo, las «reglas» y «principios» que Jesús, el nuevo templo, proclama, explica plenamente la Torá, donde “aparece en primer lugar como norma fundamental, de la que todo depende, la proclamación de la fe en el único Dios: sólo Él, YHWH, puede ser adorado. Pero después, en la evolución profética, la responsabilidad por los pobres, las viudas y los huérfanos se eleva cada vez más al mismo rango que la exclusividad de la adoración al único Dios: se funde con la imagen de Dios, la define de un modo concreto. La guía social es una guía teológica, y la guía teológica tiene carácter social. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables, y el amor al prójimo adquiere aquí, como percepción de la presencia directa de Dios en los pobres y los débiles, una definición muy práctica.
Todo esto es fundamental para entender correctamente el Sermón de la Montaña. En el interior de la Torá misma y después, en el diálogo entre Ley y Profetas, vemos ya la contraposición entre un derecho casuístico susceptible de cambio, que forma a su vez la correspondiente estructura social en cada caso, y los principios esenciales del derecho divino mismo, con los que las normas prácticas deben confrontarse, desarrollarse y corregirse.
Jesús no hace nada inaudito o totalmente nuevo cuando contrapone las normas casuísticas prácticas desarrolladas en la Torá a la pura voluntad de Dios como la «mayor justicia» (Mt 5, 20) que cabe esperar de los hijos de Dios. Él retoma la dinámica intrínseca de la misma Torá desarrollada ulteriormente por los profetas y, como el Elegido, como el profeta que se encuentra con Dios mismo «cara a cara» (Dt 18,15), le da su forma radical. Así, se comprende por sí mismo que en estas palabras no se formula un ordenamiento social, pero se da ciertamente a los ordenamientos sociales los criterios fundamentales que, sin embargo, no pueden realizarse plenamente como tales en ningún ordenamiento social. La dinamización de los ordenamientos jurídicos y sociales concretos que Jesús aporta, el arrancarlos del inmediato ámbito divino y trasladar la responsabilidad a una razón capaz de discernir, forma parte de la estructura intrínseca de la Torá misma.
En las antítesis del Sermón de la Montaña Jesús se nos presenta no como un rebelde ni como un liberal, sino como el intérprete profético de la Torá, que Él no suprime, sino que le da cumplimiento, y la cumple precisamente dando a la razón que actúa en la historia el espacio de su responsabilidad. Así, también el cristianismo deberá reelaborar y reformular constantemente los ordenamientos sociales, una «doctrina social cristiana». Ante nuevas situaciones, corregirá lo que se había propuesto anteriormente. En la estructura intrínseca de la Torá, en su evolución a través de la crítica profética y en el mensaje de Jesús que engloba a ambos, ella encuentra al mismo tiempo el espacio para los desarrollos históricos necesarios y la base estable que garantiza la dignidad del hombre a partir de la dignidad de Dios”.
Entre la inmensa muchedumbre que ha acudido al templo, Jesús pasa inadvertido. Los sacerdotes, demasiado ocupados con los ritos que deben realizar, no advierten nada especial. María y José se confunden con la gente de tal manera que Dios puede acudir de incógnito a la cita. Pero un anciano y una anciana esperan discretamente en oración: esperan al Mesías, y esperan con la paciencia infinita de las personas ancianas, a las que nada puede desanimar. Por eso sus ojos medio cerrados reconocieron al Señor. Salieron a su encuentro. Siempre que Cristo acude a un encuentro, a una cita con nosotros, lo hace sin estruendo. Hoy acude pequeñín, como un recién nacido. Mañana acudirá discreto, como un amigo que llama a la puerta. Al atardecer, mendigará nuestra mirada, cuando lo expongan desnudo en una cruz. Y una vez resucitado, viene de nuevo, se aparece, pero nuestras manos no pueden retenerlo: apenas lo hemos reconocido, y ya ha desaparecido (com., Sal Terrae). Vida oculta de Cristo en Nazareth. La lección de estos dos versículos es importante: por muy Dios que sea, Cristo sigue las leyes naturales del crecimiento humano, tanto en el plano físico como en el plano de la sabiduría. Con la aceptación de comenzar su vida de hombre por el nacimiento, la infancia, la pubertad, la adolescencia, Cristo ha aceptado su misión divina en una Kenosis extraordinaria. Aceptando ese género de crecimiento, ha aceptado el no conocer sino progresivamente la orientación de su vida, las circunstancias de que estará tejida. Ha aceptado el no conocer la voluntad de su Padre, sino a través del medio familiar "de donde no podía salir nada bueno" (Jn 1, 46), los mil y un acontecimientos de la vida (Mt 26,42). Y sobre las cosas y los hombres no ha aplicado más que los juicios habituales de una inteligencia en desarrollo. Se ha negado a conocer lo que un hombre medio no puede conocer (Mt 24,36). Ha aceptado el no realizar su fidelidad al Padre, sino a través de una fidelidad absoluta a la fragilidad y a las limitaciones de la condición humana.
Aun cuando sea Dios, Jesús sigue las leyes naturales del crecimiento humano, tanto en el plano físico como en el de la sabiduría y del conocimiento. Pasando por la infancia, la pubertad, la adolescencia, vive su misión en una extraordinaria kenosis. Aun siendo Hijo de Dios, como lo es, acepta el no conocer sino progresivamente la orientación de su vida y el no descubrir la voluntad de su Padre sino a través del plano de relación y de educación que le ofrece un medio familiar y pueblerino determinado, de donde "no podía salir nada bueno" (Jn 1,46). Ha juzgado de las cosas y de las personas conforme a las formas habituales de una inteligencia en formación. Pero a través de su conciencia de niño, todavía balbuciente, y hasta su conciencia de mortal, absolutamente asustada, Jesús ha inscrito realmente en su vida de hombre la Palabra del Padre, y, por primera vez, se ha establecido una adecuación todo lo total que es posible entre una voluntad de hombre y la voluntad de Dios (Maertens-Frisque).
Este Jesús que tan pronto ha comenzado a aceptar las instituciones familiares y sociales, será el mismo que relativizará la familia y la sociedad en función del reino (cf Mc 3,35). Simeón da al niño una caracterización basándose en títulos del II Isaías: "salvación de Dios" (cf Is 40,5), "luz para alumbrar a las naciones" (cf Is 42, 6), "gloria de Israel" (cf Is 46,13). Siguiendo el contexto isaiano diremos que tenemos aquí el primer anuncio del universalismo de la misión de Jesús. A ese ancho marco que es el mundo y la vida toda supeditará Jesús toda institución, aun la más querida: la familia. Sin embargo, es en ella donde él fue encontrando el camino de su encarnación concreta.
Jesús será un signo de contradicción (cf Is 65,2). Jesús es un salvador para todos. Pero por un desconocido misterio del mal y del duro corazón del hombre, lo que estaba destinado a la salvación se ha convertido para algunos en mensaje de muerte.
Este será el trasfondo de toda la tragedia de Jesús. Esto es lo que a él mismo le costaba entender (Lc 4,16s). Cuando el creyente vive su mensaje en una intensidad fuerte, puede hacer surgir la contradicción hasta en el seno de su propia familia. En esos momentos de incertidumbre es donde se calibra y mide la actitud que uno tiene ante el reino. Es preciso optar con decisión.
Jesús comienza un proceso de acercamiento a Dios que ya no se extinguirá hasta la consumación de la resurrección. Este crecer de Jesús es la obra del Padre en el amor del Hijo. Nuestro esfuerzo, cualquier trabajo pequeño o grande de nuestra vida, debe encaminarse a la construcción en nosotros de esta vida de cara a Dios. Jesús fue haciendo este camino, como primera etapa, en el seno de una sencilla familia de pueblo (“Eucaristía 1978”).
En el fondo de la escena de la presentación (2, 22-24) está la vieja ley judía según la cual todo primogénito es sagrado y, por lo tanto, ha de entregarse a Dios o ser sacrificado. Como el sacrificio humano estaba prohibido, la ley obligaba a realizar un cambio de manera que, en lugar del niño, se ofreciera un animal puro (cordero, palomas) (cfr. Ex 13 y Lev 12). Parece probable que al redactar la escena Lucas esté pensando que Jesús, primogénito de María, es primogénito de Dios. Por eso, junto a la sustitución del sacrificio (se ofrecen dos palomas) se resalta el hecho de que Jesús ha sido "presentado al Señor", es decir, ofrecido solemnemente al Padre. El sentido de esta ofrenda se comprenderá solamente a la luz de la escena del calvario, donde Jesús ya no podrá ser sustituido y morirá como el auténtico primogénito que se entrega al Padre para salvación de los hombres. Unido a todo esto Lucas ha citado sin entenderlo un dato de la vieja ley judía: la purificación de la mujer que ha dado a luz (cfr Lev 12). Para Israel, la mujer que daba a luz quedaba manchada y por eso tenía que realizar un rito de purificación antes de incorporarse a la vida externa de su pueblo. De esta concepción, de la que extrañamente han quedado vestigios en nuestro pueblo hasta tiempos muy recientes, parece que Lucas no ha tenido ya una idea clara; por eso en el texto original ha escrito "cuando llegó el tiempo de la purificación de ellos", refiriéndose también a José y a Jesús. La tradición litúrgica ha corregido el texto original de Lucas, refiriéndose sólo a la purificación de María, ajustándose de esa manera a la vieja ley judía.
El centro de nuestro pasaje lo constituye la revelación de Simeón (2,25-35). Jesús ha sido ofrecido al Padre; el Padre responde enviando la fuerza de su Espíritu al anciano Simeón, que profetiza (2,29-32.34-35). En sus palabras se descubre que el antiguo israel de la esperanza puede descansar tranquilo; su historia (representada en Simeón) no acaba en vano: ha visto al salvador y sabe que su meta es ahora el triunfo de la vida. En esa vida encuentran su sentido todos los que esperan porque Jesús no es sólo gloria del pueblo israelita, es el principio de luz y salvación para las gentes.
Tomadas en sí mismas, las palabras del himno del anciano (2,29-32) son hermosas, sentimentalmente emotivas. Sin embargo, miradas en su hondura, son reflejo de un dolor y de una lucha. Por eso culminan en el destino de sufrimiento de María (2, 34-35).Desde el principio de su actividad, María aparece como signo de la Iglesia, que llevando en sí toda la gracia salvadora de Jesús se ha convertido en señal de división y enfrentamiento. La subida de Jesús al templo ha comenzado con un signo de sacrificio (2,22-24); con signo de sacrificio continúan las palabras reveladoras de Simeón. Desde este comienzo de Jesús como signo de contradicción para Israel (u origen de dolor para María) se abre un arco de vida y experiencia que culminará sobre el Calvario y se extenderá después hacia la Iglesia.
Todo el que escucha las palabras de consuelo en que Jesús se muestra como luz y como gloria (2, 29-32) tienen que seguir hacia adelante y aceptarle en el camino de dureza, decisión y muerte; en ese caminar no irá jamás en solitario, le acompaña la fe y el sufrimiento de María.
Con las palabras de alabanza de Ana, que presenta a Jesús como redentor de Jerusalén (2, 36-38) y con la anotación de que crecía en Nazaret lleno de gracia (2, 39-40) se ha cerrado nuestro texto (com., edic. Marova).
 
 

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