martes, 12 de enero de 2010

Martes de la 1ª semana de Tiempo Ordinario. El Señor se acordó de Ana, y dio a luz a Samuel. Jesús enseñaba con autoridad: tiene “autoridad” e impacta

Martes de la 1ª semana de Tiempo Ordinario. El Señor se acordó de Ana, y dio a luz a Samuel. Jesús enseñaba con autoridad: tiene "autoridad" e impacta

 

Primer libro de Samuel 1,9-20. En aquellos días, después de la comida en Siló, mientras el sacerdote Elí estaba sentado en su silla junto a la puerta del templo, Ana se levantó y, con el alma llena de amargura, se puso a rezar al Señor, llorando a todo llorar. Y añadió esta promesa: -«Señor de los ejércitos, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mi, si no te olvidas de tu sierva y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida, y no pasará la navaja por su cabeza. » Mientras ella rezaba y rezaba al Señor, Elí observaba sus labios. Y, como Ana hablaba para sí, y no se ola su voz aunque movía los labios, Elí la creyó borracha y le dijo: -«¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? A ver si se te pasa el efecto del vino.» Ana respondió: -«No es así, Señor. Soy una mujer que sufre. No he bebido vino ni licor, estaba desahogándome ante el Señor no creas que esta sierva tuya es una descarada; si he estado hablando hasta ahora, ha sido de pura congoja y aflicción.» Entonces Elí le dijo: -«Vete en paz. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.» Ana respondió: -«Que puedas favorecer siempre a esta sierva tuya.» Luego se fue por su camino, comió, y no parecía la de antes. A la mañana siguiente madrugaron, adoraron al Señor y se volvieron. Llegados a su casa de Ramá, Elcaná se unió a su mujer Ana, y el Señor se acordó de ella. Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso de nombre Samuel, diciendo: -«Al Señor se lo pedí.»

 

Salmo IS 2,1.4-5.6-7.8abcd. R. Mi corazón se regocija por el Señor, mi salvador.

Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios; mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación.

Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor; los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía.

El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece.

El levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de gloria.

 

Texto del Evangelio (Mc 1,21-28): Llegó Jesús a Cafarnaum y el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios». Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él». Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.

Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen». Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.

 

Comentario: 2.- 1S 1,9-20. El pasaje de este día describe las circunstancias de la concepción de Samuel. Las relaciones conyugales de Ana y de su marido no se realizan sino al término de un largo proceso que les permite descubrir la acción de Dios en la vida a la que van a dar origen. Para eso se necesita una constancia de esterilidad (v 10): el hombre no puede nada por sí mismo; se necesita después la oración en la que le hombre se abre a la acción de Dios (vv 10,12), y se necesita también el deseo por el que el hombre trata de situarse en una posición de fidelidad que no será recusada (v 11); sólo entonces es fecunda la acción del hombre. Uno piensa en la oración de Tobías y de Sara antes de su primera noche de bodas (Tob 8,1-9).

Pero hay que ver más en este relato: para precisar la posición de un profeta en el designio de Dios, la Escritura utiliza normalmente la imagen de una intervención positiva de Dios en el momento de su concepción. Se trata de un procedimiento literario destinado a hacer comprender la vocación y la predestinación del hombre de Dios. Todo viene de Dios, todo es gracia, y la manera de decirlo es la de hacer que Dios intervenga antes incluso de que su profeta puede hacer cualquier cosa (Jer 1,3; Lc 1,11-22).

¿Es absolutamente necesario que una vocación divina se manifieste en la esterilidad de los esfuerzos humanos o esté hasta tal punto preestablecida y predestinada que ya no le quede al hombre otro remedio que someterse a ella como a algo fatal? ¿O quizá no hay en este relato sino algo simbólico y pura expresión de un género literario particular?

La verdadera vocación se manifiesta en primer término en el plano de la experiencia: es fidelidad a sí mismo, a sus ideales, a sus posibilidades: es integración con los acontecimientos cotidianos y con las personas. Estos elementos son descifrados progresivamente a lo largo de una vida, a veces después de muchas circunvoluciones. pero no se reducen a delimitar una senda concreta; cada uno de ellos es un llamamiento a superarse, comunión con el otro y con el Otro, exigencia de un ideal siempre renovado, de servicio más profundo, de un desprendimiento más benéfico. La vocación es el descubrimiento, día tras día, de la gratuidad de todo lo que se es, de todo lo que se tiene, y el desvelamiento laborioso del rostro siempre misterioso de quien se recibe esto y lo otro. El texto bíblico supone la experiencia de la vocación correspondida, no ve en todo ello más que el punto omega (Maertens-Frisque).

-Llena de amargura, oró al Señor y lloró mucho... Ayer contemplamos el desamparo de esa pobre mujer. Hoy contemplamos su actitud ante Dios. Su vida pasa a ser oración. Toda su humanidad, cuerpo y alma, está comprometida en su oración. Llena de amargura ora y llora. Yo, señor, a menudo me instalo en mi amargura y no pienso que podría desahogarla en Ti. Me quedo en el plano humano, cuando trato de resolver mis problemas lo mejor posible, y no me apoyo suficientemente en Ti mediante la oración. Ayúdame, Señor, a descubrir más y más esa doble reacción: -esforzarme en resolver humanamente las cuestiones que me atañen... con toda mi energía, y toda mi inteligencia, y mi perseverancia; -llevar a la oración esas mismas realidades... con toda mi fe, toda mi confianza en Ti, Señor.

-¡Oh Señor del universo! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y darle un hijo varón... lo consagraré al Señor por todos los días de su vida. Ciertamente, no es ésta una plegaria arrogante, que exija algo de Dios, ni siquiera es una plegaria exaltada... es una oración de pobreza, habituada a no ser atendida, y que sin embargo sigue rogando tímida y humildemente. Su plegaria la sitúa en estado de plena sumisión a Dios. Está decidida a admitir que su hijo, si le es concedido, no le pertenecerá, que deberá "darlo", consagrarlo a Dios. La verdadera plegaria transforma al que la pronuncia. La plegaria no cambia a Dios, nosotros cambiamos en cuanto ella nos prepara a ser más disponibles. ¡Hágase tu voluntad! La verdadera plegaria no nos desmoviliza; nos sitúa en actitud de mejor buscar, mejor trabajar, de mejor hallar soluciones... nos alcanza la gracia que Dios quiere hacernos.

-Ana se marchó, comió y su rostro no parecía ser el mismo... Volvieron a su casa... Elkana se unió a su mujer y ésta concibió... Después de la plegaria, la vida sigue su curso. Y los procesos humanos más naturales se van desarrollando. El niño Samuel será "dado" por Dios y a la vez «concebido» por sus padres. Sabemos que es ésta una de las leyes habituales del actuar de Dios. Su acción divina no es ruidosa, más bien se esconde tras múltiples «actos humanos» en apariencia. La Causa Primera, originante de todo, se esconde tras las llamadas «causas segundas» que parecen ser capaces de producir todas las cosas.

-Dio a luz un niño, a quien llamó «Samuel», porque dijo «se lo he pedido al Señor». El acontecimiento humano, que podría no ser interpretado más que desde un punto de vista natural por unos ojos no creyentes... esta mujer lo ha descifrado en su profundidad de Fe. Y lo «dice» al mundo, lo reconoce «delante de todos», al dar a ese hijo tan deseado un nombre simbólico que afirma su reconocimiento. ¿Sabré yo reconocer así la parte de Dios en mi vida? ¿Tengo el hábito de «descifrar» lo que me acontece? ¿Interpreto los acontecimientos a su doble nivel: natural y sobrenatural?  (Noel Quesson).

Dios siempre está dispuesto a escuchar la oración sencilla y humilde de sus siervos. Él nos concederá lo que le pidamos y que no nos sirva para apartarnos de Él, sino para que le quede consagrado, pues, antes que nada, será un don de Dios puesto en nuestras manos. Samuel, pedido a Dios, le pertenece al Señor conforme a la promesa hecha por su madre. Ante la oración confiada de Ana Dios da una respuesta inmediata, pues para Dios nada hay imposible: Él da muerte y vida; Él abate y levanta. Quien confíe en el Señor jamás se sentirá decepcionado. El apóstol Santiago nos dice que hay que pedir con fe, sin dudar; pues el que duda se parece a una ola del mar agitada por el viento y zarandeada con fuerza. Un hombre así no recibirá nada del Señor. Siempre que elevemos nuestras peticiones recordemos que debemos: Tener fe en que Dios nos escucha; saber que Dios nos ama y nos concede más de lo que le pedimos; pedir conforme a su voluntad y no sólo para satisfacer nuestros gustos; no pedir algo que pudiera destruirnos a nosotros o a los demás. Hecha nuestra petición hemos de volver alegres y levantar nuestros llantos, pues Dios sabrá, en su voluntad salvadora por nosotros, lo que más nos convenga recibir. Y nosotros aceptamos con amor esa voluntad de Dios en nosotros.

Se nos cuenta el nacimiento de Samuel, y se nos asegura que ha sido por don gratuito de Dios. Ana, la esposa estéril de Elcaná, va a ser madre. Hay un claro paralelismo con el caso de Abrahán, cuya esposa Sara es estéril. Dios mismo toma la iniciativa. Como lo ha hecho tantas veces en la historia: en el caso de Isaac o de Moisés o de Juan Bautista. Ahora va a nacer Samuel, el hijo que parecía imposible, pero que va a ser providencial para la historia de Israel. Dios se sirve de padres estériles o de circunstancias impensadas para llevar a cabo sus planes de salvación. Así se ve que no es por las fuerzas humanas como se salva el mundo, sino por don de Dios. Ana acude al templo de Silo -donde está el Arca de la alianza- y allí reza entre sollozos ante Dios, pidiendo su ayuda y prometiendo que le consagrará a su hijo por toda la vida si se lo concede. El sacerdote Eli interpreta mal las voces entrecortadas de la mujer. La respuesta de Ana es una de las mejores definiciones de lo que muchas veces es la oración en nuestra vida: «Estoy afligida y me desahogo con el Señor». El sacerdote rectifica, reconoce su error y bendice a la mujer. Dios también la bendice, y Ana y Elcaná tienen por fin el hijo deseado. Si «Ana» significa en hebreo «Dios se compadece» y «Samuel», «Dios escucha», nunca mejor impuestos estos nombres que en este caso.

¿Qué hacemos nosotros cuando fracasamos, cuando no vemos resultados a corto plazo y nos encontramos tristes y solos? ¿qué actitud adoptamos cuando nos sentimos estériles, o cuando vemos que la Iglesia no es como tenía que ser, o nuestra comunidad no funciona, o nuestra familia está pasando momentos difíciles, o cuando nuestro propio futuro no lo vemos nada claro? ¿Nos fiamos de Dios? ¿le rezamos? ¿«nos desahogamos con él», como Ana? A veces nos puede pasar que nos sentimos tan protagonistas, nos fiamos tanto de nuestras propias capacidades o de los medios técnicos, que cuando nos fallan nos hundimos. El ejemplo de Ana nos puede ayudar. Parecía imposible, y fue madre nada menos que de Samuel, el gran juez de Israel, el que consagró a los primeros reyes. No somos nosotros los que conducimos la historia de la Iglesia y la de la humanidad, sino Dios. Tendríamos que hacer nuestro el himno de Ana, que decimos hoy como salmo responsorial. Es un cántico de alegría y de gratitud, predecesor del Magníficat de María: «Mi corazón se regocija por el Señor, mi salvador... la mujer estéril da a luz siete hijos... él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre». Un canto que alaba a Dios porque hace caso a los humildes y deja en evidencia a los que se creen importantes.

LOS COSMÉTICOS… Siempre me ha asombrado la cantidad de productos de belleza, cosméticos, maquillajes, cremas, mascarillas y demás potingues que se venden (y se compran) y ahora tanto para los hombres como para las mujeres. En los cuartos de baño hay verdaderos ejércitos de tarros, botes, envases para una cantidad de usos en los que espero que el Señor me mantenga en la ignorancia. La lucha contra la arruga, la espinilla, la calvicie, las ojeras y los puntos negros es un frente abierto de lucha por la mañana, la tarde y la noche, despiertos o dormidos. Ana no debía haberse maquillado la mañana que entró en el templo a pedirle un hijo varón al Señor. Elí pensaba que estaba borracha: "devuelve el vino que has bebido"…, su cara debía ser el reflejo de su "desazón y su pesadumbre", una cara impresentable para estar en sociedad como la de tantos recién levantados que se preguntan en el baño: ¿Quién es ese que intenta mirarme desde el espejo?

Sin embargo, Ana no asiste a un centro de embellecimiento, ni corre a comprarse cien mil frasquitos de productos varios para tapar o disimular su pena. Ana simplemente confía, se pone en manos del Señor y Elí pide por ella. Entonces ocurrió el milagro "y se transformó su semblante", y tanto que se hizo irresistible para su marido Elcaná.

La cara es el espejo del alma, dice la sabiduría popular, y todavía no se ha inventado el maquillaje para la vida interior. Ante los desánimos, las desesperanzas, tristezas y pecados puedes intentar cubrirlos como esas mujeres que se maquillan con brocha y con espátula y que ante el calor de unos focos o un día soleado empiezan a agrietarse peligrosamente, pasando de parecer bellas a parecer leprosas porque pierden trozos de rostro ente cada movimiento facial. Para el alma sólo existe un centro de belleza, Dios, que no tapa bajo montañas de crema nuestros defectos, sino que nos restaura completamente en la confesión, que rejuvenece nuestra piel en la oración, que da elasticidad al cutis con la caridad. "Hasta los espíritus inmundos les manda y le obedecen", ese pecado, ese defecto que tratas de ocultar y siempre vuelve a aparecer sólo se cura poniéndote en manos de Cristo que te "recrea" y te devuelve la belleza y mirada clara del hijo de Dios. Haz un propósito: no intentaré ocultar mi pecado bajo una capa de excusas, seré sincero y me fiaré del Señor pues sé que podré "gozar con su salvación" y entonces se transformará mi semblante, quien me mire no verá una montaña de cosméticos sino un rostro limpio que es el de Cristo.

María no usa limpiadores faciales, refleja en su bello rostro la belleza de Dios, del corazón enamorado, de la vida entregada, de la confianza absoluta en "Dios, mi salvador". Acude rápido, hoy mismo, a quien puede limpiarte el alma y fíate de la autoridad de Cristo y verás cómo ya no tiene que maquillar más veces el alma.

 

2. 1Sam. 2, 1. 4-8. Y Ana consagra, de por vida, al niño Samuel a Dios en su Santuario. Ahí crecerá y vivirá, durmiendo incluso cerca del Arca de Dios. Y Ana prorrumpe en un cántico de victoria y de alabanza al Señor. Dios, el Dios grande y misericordioso, se puso de su parte y se dignó borrar el oprobio de su sierva. Ahora sí puede ya responder a sus contrarios, pues es Dios quien la protege y quien la ayuda. Dios, el dueño de todo, es quien, conforme a sus designios, ha encumbrado a su sierva y la ha levantado de la muerte. Dándole un hijo ha borrado su oprobio para siempre. Ojalá y siempre estemos dispuestos a alabar a Dios por sus beneficios; y que lo hagamos no sólo con nuestros labios, sino con un corazón agradecido y con una vida llena siempre de buenas obras, conforme a los mandatos, enseñanzas y ejemplos del Señor. ¡Dios sea bendito por siempre!

Juan Pablo II dice: "Una voz de mujer nos guía hoy en la oración de alabanza al Señor de la vida. En efecto, en el relato del primer libro de Samuel, es Ana la persona que entona el himno que acabamos de proclamar, después de ofrecer al Señor su niño, el pequeño Samuel. Este será profeta en Israel y marcará con su acción el paso del pueblo hebreo a una nueva forma de gobierno, la monárquica, que tendrá como protagonistas al desventurado rey Saúl y al glorioso rey David. La vida de Ana era una historia de sufrimientos porque, como nos dice el relato, el Señor le había "hecho estéril el seno" (1 Sam 1,5). En el antiguo Israel la mujer estéril era considerada como una rama seca, una presencia muerta, entre otras cosas porque impedía al marido tener una continuidad en el recuerdo de las generaciones sucesivas, un dato importante en una visión aún incierta y nebulosa del más allá.

Ana, sin embargo, había puesto su confianza en el Dios de la vida y había orado así: "Señor de los ejércitos, si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y acordarte de mí, no olvidarte de tu sierva y darle un hijo varón, yo lo entregaré al Señor por todos los días de su vida" (1 Sam 1,11). Y Dios escuchó la plegaria de esta mujer humillada, precisamente dándole a Samuel: del tronco seco brotó un vástago vivo (cf Is 11,1); lo que resultaba imposible a los ojos humanos, era una realidad palpitante en aquel niño que se debía consagrar al Señor. El canto de acción de gracias que eleva a Dios esta madre será recogido y refundido por otra madre, María, la cual, permaneciendo virgen, engendrará por obra del Espíritu de Dios. En efecto, en el Magníficat de la madre de Jesús se trasluce en filigrana el cántico de Ana que, precisamente por esto, suele definirse "el Magníficat del Antiguo Testamento".

En realidad, los estudiosos observan que el autor sagrado puso en labios de Ana una especie de salmo regio, tejido de citas o alusiones a otros salmos. Resalta en primer plano la imagen del rey hebreo atacado por adversarios más poderosos, pero que al final es salvado y triunfa porque a su lado el Señor rompe los arcos de los valientes (cf 1 Sam 2,4). Es significativo el final del canto, cuando, en una solemne epifanía, entra Dios en escena: "El Señor desbarata a sus contrarios, el Altísimo truena desde el cielo, el Señor juzga hasta el confín de la tierra. Él da fuerza a su Rey, exalta el poder de su Ungido" (v 10). En hebreo, la última palabra es precisamente "mesías", es decir, "consagrado", que permite transformar esta plegaria regia en canto de esperanza mesiánica.

Quiero subrayar dos temas en este himno de acción de gracias que expresa los sentimientos de Ana. El primero dominará también en el Magníficat de María y es el cambio radical de la situación realizado por Dios. Los poderosos son humillados, los débiles "se ciñen de valor"; los hartos se contratan por el pan, y los hambrientos engordan en un banquete suntuoso; el pobre es levantado del polvo y recibe "un trono de gloria" (cf vv 4.8). Es fácil percibir en esta antigua plegaria el hilo conductor de las siete acciones que María ve realizadas en la historia de Dios Salvador: "Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios (...), derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo" (Lc 1,51-54). Es una profesión de fe pronunciada por estas dos madres con respecto al Señor de la historia, que defiende a los últimos, a los miserables e infelices, a los ofendidos y humillados.

El otro tema que quiero poner de relieve se relaciona aún más con la figura de Ana: "La mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía" (1 Sam 2,5). Dios, que cambia radicalmente la situación de las personas, es también el señor de la vida y de la muerte. El seno estéril de Ana era como una tumba; a pesar de ello, Dios pudo hacer que en él brotara la vida, porque "él tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre" (Jb 12,10). En esta línea, se canta inmediatamente después: "El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta" (1 Sam 2,6). La esperanza ya no atañe sólo a la vida del niño que nace, sino también a la que Dios puede hacer brotar después de la muerte. Así se abre un horizonte casi "pascual" de resurrección. Isaías cantará: "Revivirán tus muertos, tus cadáveres resurgirán, despertarán y darán gritos de júbilo los moradores del polvo; porque rocío luminoso es tu rocío y la tierra echará de su seno las sombras" (Is 26,19)".

 

3.- Mc 1,21-28 (ver domingo 4b): A. Comentario que hice en 2008: * Jesús enseñando en la sinagoga... el contexto de este comienzo de la predicación nos lo dan otros pasajes: «Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios; convertíos y creed la Buena Noticia"». Ayer leímos estas palabras del comienzo de la vida pública de Jesús que recoger, el contenido fundamental de su mensaje (1,4s), como también narra Mateo: «Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y las dolencias del pueblo» (4, 23; cf. 9, 35). Y señala Benedicto XVI: "Ambos evangelistas definen el anuncio de Jesús como «Evangelio». Pero, ¿qué es realmente el Evangelio?

Recientemente se ha traducido como «Buena Noticia»; sin embargo, aunque suena bien, queda muy por debajo de la grandeza que encierra realmente la palabra «evangelio». Este término forma parte del lenguaje de los emperadores romanos, que se consideraban señores del mundo, sus salvadores, sus libertadores. Las proclamas que procedían del emperador se llamaban «evangelios», independientemente de que su contenido fuera especialmente alegre y agradable. Lo que procede del emperador —ésa era la idea de fondo— es mensaje salvador, no simplemente una noticia, sino transformación del mundo hacia el bien.

Cuando los evangelistas toman esta palabra —que desde entonces se convierte en el término habitual pa ra definir el género de sus escritos—, quieren decir que aquello que los emperadores, que se tenían por dioses, reclamaban sin derecho, aquí ocurre realmente: se trata de un mensaje con autoridad que no es sólo palabra, sino también realidad. En el vocabulario que utiliza hoy la teoría del lenguaje se diría así: el Evangelio no es un discurso meramente informativo, sino operativo; no es simple comunicación, sino acción, fuerza eficaz que penetra en el mundo salvándolo y transformándolo. Marcos habla del «Evangelio de Dios»: no son los emperadores los que pueden salvar al mundo, sino Dios. Y aquí se manifiesta la palabra de Dios, que es palabra eficaz; aquí se cumple realmente lo que los emperadores pretendían sin poder cumplirlo. Aquí, en cambio, entra en acción el verdadero Señor del mundo, el Dios vivo".

Hoy vemos el impacto que causa la proclamación del Evangelio, de la palabra que salva: «Quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mc 1,21). Esta observación inicial es impresionante. Nos encuadra el estupor que tienen los que escuchan. Veamos algún aspecto de su sorpresa.

** Jesús comienza a curar en sábado; no se ha despertado aún la polémica de las curaciones en sábado, pero sí que quedan pasmados por el modo en que enseña con autoridad, y también es de suponer el hecho de estar por encima del sábado, intuyendo el núcleo esencial del mensaje que luego se irá explicitando: que Jesús está por encima del sábado, "cuya observancia escrupulosa es para Israel la expresión central de su existencia como vida en la Alianza con Dios. Incluso quien lee los Evangelios superficialmente sabe que el debate sobre lo que es o no propio del sábado está en el centro del contraste de Jesús con el pueblo de Israel de su tiempo. La interpretación habitual dice que Jesús acabó con una práctica legalista restrictiva introduciendo en su lugar una visión más generosa y liberal, que abría las puertas a una forma de actuar razonable, adaptada a cada situación. Como prueba se utiliza la frase: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Mc 2, 27), y que muestra una visión antropocéntrica de toda la realidad, de la cual resultaría obvia una interpretación «liberal» de los mandamientos. Así, precisamente del conflicto en torno al sábado, se ha sacado la imagen del Jesús liberal. Su crítica al judaísmo de su tiempo sería la crítica del hombre de sentimientos liberales y razonables a un legalísmo anquilosado, en el fondo hipócrita, que degradaba la religión a un sistema servil de preceptos a fin de cuentas poco razonables, que serían un impedimento para el desarrollo de la actuación del hombre y de su libertad. Es obvio que una concepción semejante no podía generar una imagen muy atrayente del judaísmo; sin embargo, la crítica moderna —a partir de la Reforma— ha visto representado en el catolicismo este elemento «judío», así concebido", dice Benedicto XVI: "En cualquier caso, aquí se plantea la cuestión de Jesús —quién era realmente y qué es lo que de verdad quería— y también toda la cuestión sobre judaísmo y el cristianismo: ¿fue Jesús en realidad un rabino liberal, un precursor del liberalismo cristiano? ¿Es el Cristo de la fe y, por consiguiente, toda la fe de la Iglesia, un gran error?

Con sorprendente rapidez, Neusner deja a un lado este tipo de interpretación; puede hacerlo porque pone al descubierto de un modo convincente el verdadero punto central de la controversia. Con respecto a la discusión con los discípulos que arrancaban las espigas tan sólo afirma: «Lo que me inquieta no es que los discípulos incumplan el precepto de respetar el sábado. Eso sería irrelevante y pasaría por alto el núcleo de la cuestión» (p. 69). Sin duda, cuando leemos la controversia sobre las curaciones en el sábado, y los relatos sobre el dolor lleno de indignación del Señor por la dureza de corazón de los partidarios de la interpretación dominante del sábado, podemos ver que en estos conflictos están en juego las preguntas más profundas sobre el hombre y el modo correcto de honrar a Dios. Por tanto, tampoco este aspecto del conflicto es algo simplemente «trivial»", como es el caso de las espigas del sábado".

La razón de la admiración de los oyentes no es por tanto "la doctrina", sino "el maestro"; no "aquello" que se explica, sino "Aquél" que lo explica, como señala Antonio M. Oriol. Por eso se nos dice qué es lo impactante: Jesús enseñaba «con autoridad», es decir, con poder legítimo e irrecusable. Esta particularidad queda ulteriormente confirmada por medio de una nítida contraposición: «No lo hacía como los escribas». Luego, "en un segundo momento, la escena de la curación del hombre poseído por un espíritu maligno incorpora a la motivación admirativa personal el dato doctrinal: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!» (Mc 1,27). Sin embargo, notemos que el calificativo no es tanto de contenido como de singularidad: la doctrina es «nueva». He aquí otra razón de contraste: Jesús comunica algo inaudito (nunca como aquí este calificativo tiene sentido)". No es sólo que habla con autoridad, y que cura en sábado, sino que además su autoridad tiene un alcance más allá de lo visible: «hasta a los espíritus inmundos le obedecen». "Nos encontramos ante una contraposición tan intensa como las dos anteriores. A la autoridad del maestro y a la novedad de la doctrina hay que sumar la fuerza contra los espíritus del mal.

¡Hermanos! Por la fe sabemos que esta liturgia de la palabra nos hace contemporáneos de lo que acabamos de escuchar y que estamos comentando. Preguntémonos con humilde agradecimiento: ¿Tengo conciencia de que ningún otro hombre ha hablado jamás como Jesús, la Palabra de Dios Padre? ¿Me siento rico de un mensaje que tampoco tiene parangón? ¿Me doy cuenta de la fuerza liberadora que Jesús y su enseñanza tienen en la vida humana y, más concretamente, en mi vida? Movidos por el Espíritu Santo, digamos a nuestro Redentor: Jesús-vida, Jesús-doctrina, Jesús-victoria, haz que, como le complacía decir al gran Ramon Llull, ¡vivamos en la continua "maravilla" de Ti!".

 

B. Escogo algún texto de entre los de mercaba.org (2010). -Jesús, acompañado de sus discípulos, llega a Cafarnaúm. Jesús no espera. En cuanto tiene cuatro discípulos, entra en acción y desde la primera jornada, veremos una especie de resumen de toda esta acción, es la famosa "primera jornada de Cafarnaúm": Jesús enseña... Jesús expulsa a los demonios y sana a los enfermos... Jesús reza... Todo esto por delante y con cuatro discípulos.

-Enseguida, el día de sábado, entrando en la sinagoga, enseñaba. He aquí su primer acto: Va al lugar público de reunión y de plegaria el día en que todo el mundo está allí, y hace la homilía. Jesús se inserta primero en la vida religiosa clásica de su tiempo. Pero no se encerrará en ella: se le verá predicar preferentemente en la vida profana. Incluso lo hará, con mayor frecuencia. Marcos sólo tres veces nos muestra a Jesús hablando en el cuadro de una sinagoga: la tercera y última en Nazaret, de donde se le expulsa bruscamente (Mc 6, 2).

-Se maravillaban de su doctrina pues hablaba como hombre que tiene autoridad y no como los escribas... Los escribas no hacían sino repetir las lecciones aprendidas. Jesús se distingue por su autoridad soberana, que viene del interior de sí mismo. He aquí otra observación indirecta sobre su "misteriosa persona"' que un día se descubrirá como "divina". Por el momento se quedan asombrados. Si tengo ocasión de hablar de Dios, o de Cristo, a mis hijos, a los amigos, ¿cómo lo hago? ¿Cómo un "escriba" preocupado sólo de repetir exactamente fórmulas escolares? o como un testigo que ha sabido interiorizar personalmente el evangelio y que se compromete con lo que dice? Pero ¿cómo un testigo servidor de la Palabra divina, que desaparece ante aquél del cual está hablando?... Entre los asistentes en la Sinagoga un hombre poseído por un espíritu impuro empezó a gritar diciendo: "¿Qué hay entre Tú y nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Te conozco, tú eres el Santo, el Santo de Dios." Son los demonios los primeros en descubrir "quién" es Jesús. Por su naturaleza espiritual ¿serían ellos más sutiles que los hombres? Mientras los hombres se preguntan y se asombran solamente... los demonios saben.

-Jesús les mandó: "Cállate y sal de este hombre." Será un tema esencial de todo el evangelio según san Marcos: el secreto mesiánico. Jesús hace callar a los que se apresuran a afirmar que El es el "Hijo de Dios"; quiere revelar este misterio progresivamente, a fin de evitar un entusiasmo popular que falsearía el sentido de su misión. Una revelación demasiado rápida hubiera sido el mejor medio de hacer desviar esta misión: "si tú eres el Hijo de Dios, haz esto...haz aquello..." ¿Qué hubiéramos hecho en su lugar? "¡Ved, hermanos, los mismos demonios reconocen quién soy yo!" ¡No!, Dios es desconcertante, no le interesa esta publicidad ruidosa. Quizá una razón por la que Dios no se ha encarnado en la época de los "periodistas" y de la "televisión". ¿Acepto yo francamente la discreción de Dios? ¿Llego hasta pedir a Dios que manifieste su poder? ¿Me escandalizo de las debilidades de la Iglesia? Todos se preguntaban: "¿Qué significa todo esto? ¡He aquí una enseñanza nueva, proclamada con autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus impuros y le obedecen!" Una pregunta. Todo el evangelio según san Marcos no bastará para contestarla; No estamos más que en la primera página, en el primer día de predicación (Noel Quesson).

Todos estaban asombrados de lo que decía y hacía Jesús. Son todavía las primeras páginas del evangelio, llenas de éxitos y de admiración. Luego vendrán otras más conflictivas, hasta llegar progresivamente a la oposición abierta y la muerte. Jesús enseña como ninguno ha enseñado, con autoridad. Además hace obras inexplicables: libera a los posesos de los espíritus malignos. Su fama va creciendo en Galilea, que es donde actúa de momento. Es que no sólo predica, sino que actúa. Enseña y cura. Hasta los espíritus del mal tienen que reconocer que es el Santo de Dios, el Mesías. Fuera cual fuera el mal de los llamados posesos, el evangelio lo interpreta como efecto del maligno y por tanto subraya, además de la amable cercanía de Jesús, su poder contra las fuerzas del mal.

Nos conviene recordar que Jesús sigue siendo el vencedor del mal. O del maligno. Lo que pedimos en el Padrenuestro, «líbranos del mal», que también podría traducirse «líbranos del maligno», lo cumple en plenitud Dios a través de su Hijo. Cuando iba por los caminos de Galilea atendiendo a los enfermos y a los posesos, y también ahora, cuando desde su existencia de Resucitado nos sale al paso a los que seguimos siendo débiles, pecadores, esclavos. Y nos quiere liberar. Cuando se nos invita a comulgar se nos dice que Jesús es «el Cordero que quita el pecado del mundo». A eso ha venido, a liberarnos de toda esclavitud y de todo mal. Por otra parte, Jesús nos da una lección a sus seguidores. ¿Qué relación hay entre nuestras palabras y nuestros hechos? ¿Nos contentamos sólo con anunciar la Buena Noticia, o en verdad nuestras palabras van acompañadas -y por tanto se hacen creíbles- por los hechos, porque atendemos a los enfermos y ayudamos a los otros a liberarse de sus esclavitudes? ¿de qué clase de demonios contribuimos a que se liberen los que conviven con nosotros? ¿repartimos esperanza y acogida a nuestro alrededor? El cuadro de entonces sigue actual: Cristo luchando contra el mal. Nosotros, sus seguidores, luchando también contra el mal que hay en nosotros mismos y en nuestro mundo (J. Aldazábal).

Un maestro, un verdadero maestro, no es un repertorio de citas, un almacén (incluso bien ordenado) de sentencias pronunciadas por gentes del ayer o del presente. Cierto, vivimos de las aportaciones de los antecesores y de los contemporáneos; cierto también (y cito una aportación del pasado): libri ex libris (los libros se elaboran a partir de otros libros). Manejamos la tijera, libamos en las mil flores de distintos paisajes, organizamos quizá un fichero de dichos memorables. Pero, como nos detengamos ahí, nos convertimos en meros repetidores que trasmiten señales prestadas; somos cuerpos opacos que no hacen otra cosa que reflejar, como la luna, la luz que viene de un astro con luz propia. Sin duda que eso es mejor que vestirse con plumas ajenas presumiendo luego, como el viejo grajo, de que son adornos y creaciones propias. Meses atrás dio bastante que hablar un libro firmado por una presentadora de televisión; su autoría, sin embargo, era la de alguien contratado por ella, quien, vaya Vd. a saber por qué, se aplicó a expoliar otros textos, en lugar de escribir un relato original. El escándalo fue mayúsculo cuando empezaron a revelarse los libros saqueados por la persona contratada. El bochorno de la presunta autora debió de ser notable y la editorial tuvo que pedir disculpas y retirar los ejemplares todavía en venta. Esto nos invita a ser honrados cuando copiamos a otros: hay que aducir las fuentes, de una u otra forma, aunque dependerá mucho del tipo de "discurso" que estemos haciendo. Por lo demás, no tenemos que buscar la originalidad a toda costa. Lo que sí se nos puede pedir es que reelaboremos interiormente lo oído o leído. De seguro que, al comunicarlo, ya no seremos meros repetidores. Jesús no lo fue. Conocía la Escritura y la tradición, pero él bebía en su propio pozo, en ese hontanar que era la comunión con su Padre. No tenía por qué estar constantemente sobresaturado de una visión beatífica; su experiencia filial única era para él una revelación profunda, originaria, incomparable, que luego vertía en los recipientes comunes de las palabras ordinarias (¡quedamos ayer en que estamos en el tiempo ordinario!), logrando que éstas rezumaran sentidos nuevos y una verdad inédita que llevaba a plenitud la vieja profecía y la secular sabiduría. No nos fiemos de nosotros; no creamos que, porque ya nos sabemos de memoria los dichos y parábolas de Jesús, conocemos a la perfección su evangelio. Si hay alguna obra clásica, ésa es el evangelio. Y ya se sabe que los clásicos deparan sentidos nuevos cada vez que nos acercamos a ellos. Acudamos a esas "clases" como principiantes llenos de anhelo (Pablo Largo: pldomizgil@hotmail.com).

San Jerónimo (347-420) presbítero, traductor de la Biblia (Vulgata), doctor de la Iglesia, en su Comentario sobre el evangelio de Marcos (PL 2, 137-138) se refiere a "Una doctrina nueva llena de autoridad" y dice así: "Jesús se dirigió a la sinagoga de Cafarnaún y se puso a enseñar. La gente estaba asombrada de su enseñanza, porque Jesús hablaba con autoridad "no hablaba como los maestros de la ley." No decía, p.e. : "Palabra del Señor", ni tampoco "Así habla el que me ha enviado". No, Jesús hablaba en su propio nombre: era él quien hablaba antiguamente en los profetas. No está mal, apoyándose en un texto, que alguien diga: "Está escrito..." Es mejor aún proclamar, en el nombre del Señor mismo, "Palabra del Señor". Pero todo esto es muy diferente de cómo actúa Jesús en persona: "En verdad, yo os digo..." ¿Cómo te atreverías tú decir: "En verdad, yo te digo..." si tú no eres Aquel que en otro tiempo dio la ley por medio de los profetas?"

La gente estaba admirada de su enseñanza. ¿Qué era la novedad que Jesús predicaba? ¿Qué decía de nuevo? Jesús no hacía otra cosa que repetir lo que ya había anunciado por medio de los profetas. Pero la gente se quedaba sorprendida porque Jesús no enseñaba con los métodos de los maestros de la ley. Enseñaba con su propia autoridad; no como rabino sino como Señor. No hablaba refiriéndose a otro mayor que él. No, la palabra que anunciaba era su propia palabra; y si, al fin y la cabo, empleaba este lenguaje lleno de autoridad, es porque afirmaba que estaba presente en él Aquel de quien hablaba por medio de los profetas: "el pueblo sabrá que era yo quien le hablaba..." (Is 52,6) Por esto, Jesús amenaza al demonio que se expresaba por boca de un hombre poseído por él que estaba en la sinagoga: "¡Cállate, sal de este hombre!", es decir: "sal de mi casa ¿qué haces en mi morada? Soy yo quien quiero entrar en esta casa. Cállate. Sal de este hombre. Abandona la morada preparada para que yo entre en ella... Dios lo quiere. Deja al hombre, me pertenece a mí. No quiero que esté en tu poder. Soy yo quien habito en el hombre, es mi Cuerpo. ¡Vete!"".

Hoy, primer martes del tiempo ordinario, san Marcos nos presenta a Jesús enseñando en la sinagoga y, acto seguido, comenta: «Quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mc 1,21). Esta observación inicial es impresionante. En efecto, la razón de la admiración de los oyentes, por un lado, no es la doctrina, sino el maestro; no aquello que se explica, sino Aquél que lo explica; y, por otro lado, no ya el predicador visto globalmente, sino remarcado específicamente: Jesús enseñaba «con autoridad», es decir, con poder legítimo e irrecusable. Esta particularidad queda ulteriormente confirmada por medio de una nítida contraposición: «No lo hacía como los escribas». Pero, en un segundo momento, la escena de la curación del hombre poseído por un espíritu maligno incorpora a la motivación admirativa personal el dato doctrinal: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! (Mc 1,27). Sin embargo, notemos que el calificativo no es tanto de contenido como de singularidad: la doctrina es «nueva». He aquí otra razón de contraste: Jesús comunica algo inaudito (nunca como aquí este calificativo tiene sentido). Añadimos una tercera advertencia. La autoridad proviene, además, del hecho que a Jesús «hasta a los espíritus inmundos le obedecen». Nos encontramos ante una contraposición tan intensa como las dos anteriores. A la autoridad del maestro y a la novedad de la doctrina hay que sumar la fuerza contra los espíritus del mal. ¡Hermanos! Por la fe sabemos que esta liturgia de la palabra nos hace contemporáneos de lo que acabamos de escuchar y que estamos comentando. Preguntémonos con humilde agradecimiento: ¿Tengo conciencia de que ningún otro hombre ha hablado jamás como Jesús, la Palabra de Dios Padre? ¿Me siento rico de un mensaje que tampoco tiene parangón? ¿Me doy cuenta de la fuerza liberadora que Jesús y su enseñanza tienen en la vida humana y, más concretamente, en mi vida? Movidos por el Espíritu Santo, digamos a nuestro Redentor: Jesús-vida, Jesús doctrina, Jesús victoria, haz que, como le complacía decir al gran Ramon Llull, ¡vivamos en la continua "maravilla" de Ti! (Antoni M. Oriol i Tataret).

Mientras la Palabra de Dios no transforme realmente al hombre, liberándolo de su esclavitud al pecado y al autor del pecado, es una palabra inútil, tal vez proclamada con bombo y platillos, con palabras eruditas, pero sin la fuerza del Espíritu Santo. No es el hombre que proclama el Evangelio quien debe ser admirado. Tampoco anunciamos el Evangelio para que todos los hombres admiren a Jesucristo sino para que acepten la salvación que el Padre Dios nos ofrece en su Hijo. Proclamamos el Nombre del Señor y su Palabra para que transforme el Corazón de todos. Por eso la Iglesia debe estar consciente de que continúa dándole cuerpo, pies, manos, boca a Aquel que es la Palabra, para que continúe realizando su obra de salvación en el mundo y su historia. Si en algún momento quienes nos escuchen alabaran nuestras palabras y nuestras explicaciones, hagamos nuestro aquello que decía el Bautista y digamos: Yo sólo soy la voz de Aquel que es la Palabra; es necesario que Él crezca y que yo venga a menos. Pero recordemos también que la Palabra de Dios, antes que nada, debe producir en nosotros mismos abundantes frutos de salvación. Si Jesús anunciaba con autoridad el Evangelio, era porque Él mismo se había convertido en un Evangelio viviente. Quienes seguimos las huellas de Cristo y anunciamos su Nombre a los demás, no podemos sino realizar lo mismo: vivir, antes que anunciar; pues sólo así seremos auténticos testigos y tendremos la autoridad suficiente para hacer llegar a todos el Evangelio de salvación.

Por medio de su Misterio Pascual el Señor ha vencido, de modo definitivo, al maligno. Su salvación se hace realidad en aquellos que depositan su fe en Él. Y depositar la fe en Jesucristo es todo un compromiso de apertura a su persona, a su obra de salvación en nosotros y a su Palabra que se convierte en luz y guía para nuestra vida. En esta Eucaristía, al entrar en comunión de vida con Él, estamos haciendo nuestra esa salvación, de tal forma que, en primer lugar, nos dejamos perdonar por Él; además renovamos nuestra alianza con Él de tal forma que aceptamos convertirnos en un signo de su presencia salvadora en el mundo. Desde el día de nuestro bautismo estamos consagrados de por vida al Señor. Tenemos a Dios por Padre y Él nos ha aceptado como hijos suyos. Aprendamos a vivir en su presencia no como esclavos del pecado, sino con la libertad de los hijos de Dios.

Los hijos de Dios, por nuestra unión a Jesucristo, el Unigénito del Padre, tenemos el gran compromiso de esforzarnos para que el Reino de Dios vaya haciéndose realidad en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida. El anuncio del Evangelio lo hemos de hacer con la fuerza que nos viene de la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida. Y, siendo los primeros en vivir lo que proclamamos, nos hemos de presentar ante los demás no como unos charlatanes, sino como quienes tienen autoridad para hablar del Señor desde una vida convertida en testimonio personal de la salvación que Dios ofrece a toda la humanidad. Ciertamente que en el camino de la vida nos encontraremos con muchas personas que han sido dañadas, tal vez fuertemente, por la maldad y dominadas por el pecado. A nosotros corresponde, por voluntad de Dios, llegar a ellos para ayudarles a encontrar en Cristo su amor misericordioso, su salvación y un compromiso nuevo para trabajar a favor del Reino. Por eso procuremos no quedarnos en el anuncio de la palabra de Dios mientras descuidamos nuestra respuesta personal a la misma. Quien anuncia el Evangelio y continúa, voluntariamente, sujeto al pecado, en lugar de procurar la salvación de los demás les estará llevando a una vida de hipocresía y de falta de compromiso real con el Señor.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con lealtad nuestra fe en Cristo, de tal forma que nuestra vida misma se convierta en un Evangelio viviente del amor que el Padre Dios tiene a la humanidad. Amén (www.homiliacatolica.com).

HAY PALABRAS QUE NOS ACERCAN A JESÚS. Veamos, de manera sencilla, qué palabras nuestras nos aproximan a Él. En primer lugar, siempre que pronunciamos una palabra VIVA: aquélla que no es fingida, aquélla que sabe detectar en cada momento lo que el otro está necesitando, aquélla que a todos nos hace mejores personas, la palabra que no siembra discordias, la palabra que humaniza. También ayuda la palabra COMPASIVA: la que sabe acercarse a quien más lo necesita para lograr ponerse en su situación, la palabra que consuela en los momentos de dificultad, la palabra que anima al que está decaído, la palabra sincera del que quiere ayudar. No hay que olvidarse de la palabra SOLIDARIA, la que quiere poner las cosas en su sitio, la que parte del corazón que se pone de parte del que menos tiene y peor lo está pasando; la palabra que a uno no le deja dormir tranquilo. También hay palabras de ESPERANZA: porque no todo está perdido, porque lo mejor está siempre por llegar, porque no podrán acabar con nosotros. No hay que olvidarse de las palabras llenas de PACIENCIA: porque se ha descubierto que cada uno lleva su propio ritmo, que las prisas no son buenas consejeras, que no se puede pedir a los demás más de lo que yo estoy dispuesto a hacer, porque cada uno es como es y cada quien es cada cual, porque no siempre es válido para todos lo que a mí me ayuda. Otra palabra necesaria es la palabra de ALEGRÍA: la vida ya tiene de por sí bastantes sinsabores como para que nos los estemos rebozando a diario; hay personas que tienen de modo maravilloso este don (a lo mejor usted) y que no dudan en ponerlo al servicio de los hermanos tratando de hacerles felices la vida; no siempre tenemos motivos para el optimismo pero siempre podemos sonreír, compartir una sonrisa y hacer felices a los demás. Y aunque quedan otras muchas, no quiero olvidarme de una palabra de ENTREGA: cuando uno da su palabra lo hace de veras, su sí siempre es sí y su no es no, no da la espalda cuando las cosas vienen mal dadas, apuesta sincera y abiertamente por la vida de los demás, porque a nadie le falte aquello que yo poseo.

HAY HECHOS QUE NOS ACERCAN A JESÚS. La gente se quedaba admirada ante Jesús porque sus palabras provenían de alguien que vive la vida con autoridad, ese don que algunos tienen de ser creíbles. Y la autoridad-credibilidad nunca viene de fuera de uno mismo, no se gana con los votos. Y lo mismo pasa con los hechos. Jesús cura a ese hombre poseído de un espíritu inmundo (todo lo que acaba con la dignidad de las personas) porque Él vino para poner a cada uno en su sitio. Nuestras obras serán autorizadas siempre que pongamos a todos en el lugar que les corresponde, siempre que seamos capaces de restablecer la dignidad perdida. Para conseguirlo nuestras acciones deben apostar por: LA VIDA, LA COMPASIÓN, LA SOLIDARIDAD, LA ESPERANZA, LA PACIENCIA, LA ALEGRÍA, LA ENTREGA. En definitiva, ser testigos del Reino que Jesús nos anunció (Oscar: claretmep@planalfa.es).

Se ha iniciado una lucha frontal en contra del autor del pecado y de la muerte. No porque alguien confiese que Jesús es el Santo de Dios podemos concluir que en esa persona haya un fe verdadera. Jesús no se deja impresionar por nuestras palabras, pues Él bien sabe lo que hay en nosotros. Y su amor por nosotros no se quedó en vanas palabras, ni en sermones bellamente pronunciados; Él pasó haciendo el bien a todos, curando a los oprimidos por el diablo y dando libertad a los cautivos. Dios nos quiere libres de todo aquello que deteriore nuestro ser de hijos de Dios y no sólo confesando su Nombre con los labios. Él quiere conducirnos a la posesión de la Vida eterna que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. Unidos a Él; hechos uno con Él, hemos de continuar su obra de salvación a través de la historia, pues, como Iglesia que le pertenece, a nosotros corresponde trabajar intensamente para que el Reino de Dios se haga realidad ya desde ahora en nuestro mundo.

El Señor se ha hecho cercanía a nosotros mediante su encarnación. Y Él permanece en el mundo y su historia por medio de la Iglesia, a través de la cual Él continúa pasando entre nosotros y haciendo el bien a todos. Él se dirige a nosotros por medio de su Palabra salvadora para conducirnos por el camino del bien. No podemos estar en su presencia como discípulos descuidados, sino que hemos de saber escuchar y meditar con amor su Palabra para ponerla en práctica. Él se convierte en nuestro alimento, Pan de Vida eterna; por medio de esta Eucaristía nosotros entramos en comunión de vida con Cristo, de tal forma que su Iglesia se convierte en un signo creíble del amor misericordioso y salvador de Dios a favor de toda la humanidad. Por eso no podemos reunirnos sólo para dar culto al Señor. Es necesario que aceptemos nuestro compromiso de ser, en Cristo, el Evangelio viviente del amor misericordioso del Padre, que se acerca a todas las naciones, no para condenarlas, sino para salvarlas liberándolas de toda esclavitud al autor del pecado y de la muerte.

Los que somos hijos de Dios, por nuestra unión a Jesucristo, el Unigénito del Padre, tenemos el gran compromiso de esforzarnos para que el Reino de Dios vaya haciéndose realidad en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia. El anuncio del Evangelio lo hemos de hacer con la fuerza que nos viene de la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida. Y, siendo los primeros en vivir lo que proclamamos, nos hemos de presentar ante los demás no como unos charlatanes, sino como quienes tienen autoridad para hablar del Señor desde una vida convertida en testimonio personal de la salvación que Dios ofrece a toda la humanidad. Ciertamente que en el camino de la vida nos encontraremos con muchas personas que han sido dañadas, tal vez fuertemente, por la maldad y dominadas por el pecado. A nosotros corresponde, por voluntad de Dios, llegar a ellos para ayudarles a encontrar en Cristo su amor misericordioso, su salvación y un compromiso nuevo para trabajar a favor del Reino. Por eso procuremos no quedarnos en el anuncio de la palabra de Dios mientras descuidamos nuestra respuesta personal a la misma. Quien anuncia el Evangelio y continúe, voluntariamente, sujeto al pecado, en lugar de procurar la salvación de los demás les estará llevando a una vida de hipocresía y de falta de compromiso real con el Señor para colaborar en la salvación de la humanidad de todos los tiempos y lugares.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir con lealtad nuestra fe en Cristo, de tal forma que nuestra existencia misma se convierta en un Evangelio viviente del amor que el Padre Dios tiene a toda la humanidad. Amén (Homiliacatolica.com).

 

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