viernes, 1 de enero de 2010

Feria de Adviento: 20 de diciembre: El sí de María nos trae el Emmanuel, Dios con nosotros, para nuestra salvación

Feria de Adviento: 20 de diciembre: El sí de María nos trae el Emmanuel, Dios con nosotros, para nuestra salvación

1. Isaías  7,10-14,24–25  (cf. Primera lectura del domingo 4º, ciclo A): 10  Volvió Yahveh a hablar a Ajaz diciendo:  11  «Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios en lo profundo del seol o en lo más alto.»  12  Dijo Ajaz: «No la pediré, no tentaré a Yahveh.»  13  Dijo Isaías: «Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios?  14  Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.  24  Con flechas y arco se entrará allí, pues zarza y abrojo será toda la tierra,  25  y en ninguno de los montes que se desbrozan con la azada se podrá entrar por temor de las zarzas y abrojos; será dehesa de bueyes y pastizal de ovejas.» 

2. Salmo  24,1–6,1: De David. De Yahveh es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que en él habitan;  2  que él lo fundó sobre los mares, él lo asentó sobre los ríos.  3  ¿Quién subirá al monte de Yahveh?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?  4  El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura.  5  El logrará la bendición de Yahveh, la justicia del Dios de su salvación.  6  Tal es la raza de los que le buscan, los que van tras tu rostro, oh Dios de Jacob.

3. Lucas  1,26–38: 26  Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,  27  a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.  28  Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»  29  Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.  30  El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;  31  vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.  32  El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;  33  reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»  34  María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»  35  El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.  36  Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril,  37  porque ninguna cosa es imposible para Dios.»  38  Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue. 

Comentario: 1. Todos los exegetas están de acuerdo en situar esa profecía en el contexto histórico siguiente: el rey Acaz, cercado por la coalición del rey de Damasco y del rey de Samaria, está totalmente fuera de sí y a punto de ofrecer en sacrificio a su propio hijo. Isaías va a verle y le pide que no tema puesto que: si guarda su «fe» en Dios, su dinastía está asegurada por una promesa divina... Dios mismo se propone intervenir: un "hijo" le es anunciado, un nuevo heredero del trono de David. Ese hijo prometido por Dios será Ezequías, el rey piadoso que reinará en Jerusalén. Pero detrás de ese contexto histórico se perfila el Mesías. La solemnidad de ese oráculo, el nombre dado al niño: «Dios-con-nosotros»... el término que designa a su madre, la «virgen»... el hecho que sea un signo de Dios... Todo eso ha orientado a los teólogos hacia una interpretación mesiánica. Como siempre, en casos parecidos, es después, una vez realizada la profecía, cuando ésta resulta más esclarecida. En el interior de toda historia humana se desarrolla el proyecto divino. ¿Estoy convencido de que Dios, HOY, está realizando parte de su designio, a través de mis propios hijos, si los tengo, a través de mis decisiones, mis compromisos, los acontecimientos que me suceden?

-El Señor envió al profeta Isaías al rey Acaz para que le dijera: «Pide para ti un signo de parte del Señor, tu Dios». En medio de sus preocupaciones de rey y de hombre político atacado por sus enemigos, Dios está con él. La historia no es únicamente profana. Es el lugar en que «Dios da un signo». Jesús reprochará a los judíos de su tiempo no saber reconocer los signos que Dios les hacía. También, en mi vida, Dios hace para mí unos signos. No son vistosos ni milagrosos, pero he de saber leerlos e interpretarlos.

-«No, contestó Acaz, no lo pediré, no tentaré al Señor.» Se queda tranquilo al usar ese argumento que aparentemente es respetuoso con Dios; pero, en el fondo, permanece incrédulo. No quiere ningún signo porque no está decidido a seguir las indicaciones de Dios, y prefiere hacer su parecer y decidir, él sólo, su política. Eso es lo que el profeta le reprochará.

-«Oíd pues, casa de David, dijo Isaías: ¿os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios?...» Los reyes no tenían buena reputación, «cansaban a los hombres», oprimían al pueblo bajo del país. Y he ahí que ese error político, que ya es grave para un rey se complica ahora con la falta de fe: Dios dice «estar fatigado» de esos reyes que no creen en El, y ¡que sólo confían en sus ejércitos y en sus alianzas humanas! Con frecuencia, ¡también nosotros debemos de fatigarte, Señor!

-Pues bien, el Señor mismo va a daros una "señal": He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz a un Hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, es decir, «Dios-con-nosotros». El término traducido aquí por la palabra «virgen» en hebreo es "halmah" que designa siempre «doncellas». Es el indicio muy claro de un nacimiento sorprendente. Ese texto ha sido aplicado siempre a María de una manera privilegiada. Ciertamente, Isaías entrevió siempre al Mesías venidero como un hombre especialmente lleno del Espíritu de Dios: «Dios-con-nosotros» (Noel Quesson).

2. Sal 23. El único Santo, el Hombre perfecto, ha subido al monte del Señor para ofrecerse Él mismo en sacrificio agradable al Padre Dios, para el perdón de nuestros pecados. Finalmente Él ha entrado en el Santuario no construido por manos humanas, sino que es la Morada de Dios; y ahí se ha sentado para siempre como Hijo de Dios y como Rey nuestro. Quienes pertenecemos a Cristo, por haber entrado en comunión de vida con Él mediante la fe y el bautismo, somos la clase de hombre que buscamos al Señor, y venimos ante Él para convertir nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Sabemos que, puesto que amamos a nuestro prójimo, como Cristo nos amó a nosotros dando su vida para que tuviésemos vida, al final, junto con Él, entraremos a la Casa del Padre, donde el Señor nos espera para hacernos partícipes de su misma herencia, que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre Dios.

3. Lc 1,26-38 (ver también el Evangelio del domingo 4º, ciclo B): El relato de la "anunciación" de Jesús es paralelo al de ayer que anunciaba el nacimiento de Juan Bautista. Este relato está lleno de reminiscencias bíblicas, pero más que perderse en referencias lo bonito es dejarse llevar por el encanto concreto de los detalles y la contemplación del misterio de Fe que se esconde en ellos.

-Nazaret, en Galilea: Poblado insignificante, desconocido del Antiguo Testamento, Galilea, provincia despreciada por su mezcolanza de judíos y paganos. La simplicidad de la casa de María contrasta con la solemnidad de la anunciación a Zacarías, en el marco sagrado del Templo, en Jerusalén, la capital. Se perfila la modestia de la Encarnación de Dios: "Se anonadó, dirá San Pablo, tomando la condición de esclavo".

-Una joven desposada, cuyo nombre era María: Me imagino este nombre "María" pronunciado en Nazaret por las amigas, las vecinas. Es una muchacha del pueblo muy sencilla, que nada la distingue de sus compañeras.

-Desposada con cierto varón de la casa de David, llamado José... Todos los textos insisten en esta ascendencia davídica de José. Este desposado con María es pues de raza real, pero a la sazón, está desposeído de toda grandeza: es un artesano, un carpintero... ¡sin ninguna pretensión de ocupar un trono! Sin embargo a través de él se cumplirá la promesa hecha a David.

-"Alégrate, objeto del favor divino, el Señor es contigo" Es la traducción exacta, según el texto griego, de esta salutación angélica que todos los cristianos conocen. "Dios te salve María" = Alégrate; "llena de gracia" = objeto del favor divino; "el Señor es contigo"= el Señor es contigo. Es el "buenos días" que Dios dirige a esta joven. ¡Con cuánto respeto y amor le habla! Considero la fórmula, casi litúrgica que oímos en la misa: "El Señor esté con vosotros"... Emmanuel... "Dios con nosotros" ¿Me uno yo profundamente a este deseo?

-Al oír tales palabras, la Virgen se turbó, y púsose a considerar qué significaría una tal salutación. Las vocaciones excepcionales no son nunca fáciles de aceptar. De momento, Dios aparece como desconcertante.

-Le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, al cual el Señor Dios dará el trono de su padre David. Esta era la célebre profecía de Natán a David (I Samuel 7, 11), que hemos leído en la primera lectura de ese día. No será un reino triunfal. Reinará en los corazones que de verdad querrán amarle.

-¿Cómo ha de ser esto? Pues yo no conozco varón. Es una fórmula griega muy conocida. Quiere decir que María no ha tenido relaciones conyugales. Y éste no es el único texto que afirma este misterio. María ha escogido deliberadamente permanecer virgen. Esta cuestión nos permite penetrar en el pensamiento y el corazón de María. Se había entregado a Dios en un cierto amor místico, absoluto, exclusivo.

-El Espíritu Santo descenderá sobre ti. El niño será "Santo". Será llamado "Hijo de Dios". Porque para Dios nada es imposible. Es una afirmación del misterio de la personalidad de Jesús: es Dios (Noel Quesson).

María, una humilde muchacha de Nazaret, es la elegida por Dios para ser la madre del Esperado. El ángel la llama «llena de gracia» o «agraciada», «bendita entre las mujeres», y le anuncia una maternidad que no viene de la sabiduría o de las fuerzas humanas, sino del Espíritu Santo, porque su Hijo será el Hijo de Dios. Empieza a dibujarse así en las páginas del evangelio el mejor retrato de esta mujer, cuya actitud de disponibilidad para con Dios, «hágase en mí», no será sólo de este momento, sino de toda la vida, incluida su presencia dramática al pie de la Cruz. María aparece ya desde ahora como la mejor maestra de vida cristiana. El más acabado modelo de todos los que a lo largo de los siglos habían dicho «sí» a Dios ya en el A.T., y sobre todo de los que han creído en Cristo Jesús y le han seguido en los dos mil años de cristianismo. Nosotros estamos llamados a contestar también a Dios con nuestro «sí». El «hágase en mí según tu palabra» de María se ha continuado a lo largo de los siglos en la comunidad de Jesús. Y así se ha ido encarnando continuamente la salvación de Dios en cada generación, con la presencia siempre viva del Mesías, ahora el Señor Resucitado, que nos comunica por su Espíritu la vida de Dios. Cada uno de nosotros, hoy, escucha el mismo anuncio del ángel. Y es invitado a contestar que sí, que acogemos a Dios en nuestra vida, que vamos a celebrar la Navidad «según tu palabra», superando las visiones superficiales de nuestra sociedad para estos días.

Dios está dispuesto a que en cada uno de nosotros se encarne de nuevo su amor salvador. Quiere ser de veras, al menos por su parte, Dios-con-nosotros: la perspectiva que da más esperanza a nuestra existencia. Creer que Dios es Dios-con-nosotros no sólo quiere decir que es nuestro Creador y protector, o que nos llena de dones y gracias, o que está cerca de nosotros. Significa que se nos da él mismo, que él mismo es la respuesta a todo lo que podamos desear, que nos ha dado a su Hijo y a su Espíritu, que nos está invitando a la comunión de vida con él y nos hace hijos suyos. Dios-con-nosotros significa que todo lo que ansiamos tener nosotros de felicidad y amor y vida, se queda corto con lo que Dios nos quiere comunicar. Con tal que también respondamos con nuestra actitud de ser «nosotros-con-Dios». Eso nos llenará de alegría. Y cambiará el sentido de nuestra vida.

El momento en que más intensa es la presencia del Dios-con-nosotros es en la Eucaristía. Ya desde la reunión, porque el mismo Cristo nos aseguró: «donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo con ellos». Luego, en la comunión, si le acogemos con la misma humilde confianza que lo hizo María, nuestra Eucaristía será ciertamente fecunda en vida y en salvación. O clavis David: «Oh Llave de David / y Cetro de la casa de Israel, / que abres y nadie puede cerrar, / cierras y nadie puede abrir: / ven y libra a los cautivos / que viven en tinieblas y en sombra de muerte» La llave sirve para cerrar y para abrir. El cetro es el símbolo del poder. Lo que Isaías anunciaba para un administrador de la casa real (22,22), el N.T. Io entiende sobre todo de Cristo Jesús: el Cordero que es digno de abrir los sellos del libro de la historia (Ap 5, 1-9), y en general, «el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir» (Ap 3,7). Para nosotros, invocar a Jesús como Llave es pedirle que abra la puerta de nuestra cárcel y nos libere de todo cautiverio, de la oscuridad, de la muerte (J. Aldazábal).

Así comenta S. Bernardo el "No temas, María": "Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida... No tardes, Virgen María, da tu respuesta. Señora Nuestra, pronuncia esta palabra que la tierra, los abismos y los cielos esperan. Mira: el rey y señor del universo desea tu belleza, desea no con menos ardor tu respuesta. Ha querido suspender a tu respuesta la salvación del mundo. Has encontrado gracia ante de él con tu silencio; ahora él prefiere tu palabra. El mismo, desde las alturas te llama: "Levántate, amada mía, preciosa mía, ven...déjame oír tu voz" (Cant 2,13-14) Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna... Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento. "Aquí está la esclava del Señor, -dice la Virgen- hágase en mí según tu palabra." (Lc 1,38)".

Cuando pensamos en el "Sí" de María a la propuesta de Dios, lo podemos imaginar en un ambiente casi de novela "romántica", y olvidar que con ese "Sí", toda su vida quedó comprometida. La respuesta que ella dio no era algo espontáneo o "lógico". María dirá que sí, más por confianza y fe, que por conocimiento. Ella apenas podía entender lo que le había sido explicado... y sin embargo, dice que "Sí". Además, la fe de María será puesta a prueba cada día. Ella quedará encinta. No sabe bien cómo, pero lo cierto es que su corazón está inundado por una luz especial. Aunque su querido José dude, ella vive inmersa en el misterio sin pedir pruebas, vive unida al misterio más radical que existe: Dios. Él sabrá encontrar las soluciones a todos los problemas, pero hacía falta fe, hacía falta abandono total a su voluntad. María se dejó guiar por la fe. Ésta la llevó a creer a pesar que parecía imposible lo anunciado. El Misterio se encarnó en ella de la manera más radical que se podía imaginar. Sin certezas humanas, ella supo acoger confiadamente la palabra de Dios. María también supo esperar, ¿cómo vivió María aquellos meses, y las últimas semanas en la espera de su Hijo? Sólo por medio de la oración y de la unión con Dios podemos hacernos una pálida idea de lo que ella vivió en su interior. También María vivió con intensidad ese acontecimiento que transformó toda su existencia de manera radical. Ella dijo "Sí" y engendró físicamente al Hijo de Dios, al que ya había concebido desde la fe. Estas son experiencias que contrastan con nuestro mundo materialista, especialmente en la cercanía de las fiestas de Navidad. Por ello, como cristianos, ¿cómo no centrar más nuestra vida al contemplar este Misterio inefable? ¿Cómo no dar el anuncio de la alegría de la Navidad a todos los que no han experimentado ese Dios-Amor? No olvidemos que un día ese Dios creció en el seno de María, y también puede crecer hoy en nuestros corazones, si por la fe creemos, y si en la espera sabemos dar sentido a toda nuestra vida mirando con valor al futuro.

"El modo es sencillo; el acontecimiento es inmenso. Como son también inmensas las virtudes de la Virgen María: llena de gracia, el Señor está con Ella, humilde, sencilla, disponible ante la voluntad de Dios, generosa. Dios tiene sus planes para Ella, como para ti y para mí, pero Él espera la cooperación libre y amorosa de cada uno para llevarlos a término. María nos da ejemplo de ello: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). No es tan sólo un sí al mensaje del ángel; es un ponerse en todo en las manos del Padre-Dios, un abandonarse confiadamente a su providencia entrañable, un decir sí a dejar hacer al Señor ahora y en todas las circunstancias de su vida. De la respuesta de María, así como de nuestra respuesta a lo que Dios nos pide —escribe san Josemaría— «no lo olvides, dependen muchas cosas grandes». Nos estamos preparando para celebrar la fiesta de Navidad. La mejor manera de hacerlo es permanecer cerca de María, contemplando su vida y procurando imitar sus virtudes para poder acoger al Señor con un corazón bien dispuesto: ¿qué espera Dios de mí, ahora, hoy, en mi trabajo, con esta persona que trato, en la relación con Él? Son situaciones pequeñas de cada día, pero, ¡depende tanto de la respuesta que demos!" (Jordi Pascual). Pedimos hoy en la oración Colecta: "Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo: tú, que la has transformado por obra del Espíritu Santo en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón".

Estamos tan acostumbrados a decir "no puedo" y desanimarnos ante los problemas que no podemos resolver con nuestras propias fuerzas, y olvidamos que para Dios todo es posible, en cambio María nos enseña a abrirnos a los planes del Señor, y decir: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Es impresionante cómo el Señor vierte su misericordia sobre los hombres, y hace portadora de sus promesas a una virgen, María, y que el acontecimiento más maravilloso de la Humanidad transcurre con esta sencillez, en el pequeño pueblo de Nazaret. Decía San Josemaría Escrivá (en Surco, 481): "Cómo enamora la escena de la Anunciación. —María —¡cuántas veces lo hemos meditado!— está recogida en oración..., pone sus cinco sentidos y todas sus potencias al hablar con Dios. En la oración conoce la Voluntad divina; y con la oración la hace vida de su vida: ¡no olvides el ejemplo de la Virgen!". Es un acicate para hacer oración, pues al calor de ese diálogo se enciende el alma en hacer la voluntad de Dios.

Si en verdad queremos que el Señor habite en su Iglesia, que somos nosotros, hemos de aprender de María a escuchar la Palabra de Dios, que nos anuncia no sólo lo que hemos de saber, sino lo que hemos de vivir, pues la Palabra de Dios ha de tomar cuerpo en nuestra propia carne, de tal forma que no sólo proclamemos el Evangelio con los labios, sino que nosotros mismos nos convirtamos en un Evangelio viviente. Por eso aprendamos a poner nuestra vida en manos de Dios, para que Él haga su obra de salvación en nosotros, y su Iglesia prolongue, en la historia, la presencia Salvadora del Señor. En esta Eucaristía Dios, nuestro Padre, nos reúne en torno al Dios-con-nosotros. Dios se ha encarnado en María para salvarnos del pecado. Y el Señor se encarna en su Iglesia, para convertirla en un signo de su salvación para los hombres de todos los tiempos y lugares. Quienes nos reunimos para celebrar la Eucaristía, no sólo lo hacemos como un acto de piedad profunda, sino como un acto de amor de comunión de Vida y de Misión con el Señor. Él quiere enviarnos, no sólo a proclamar su Nombre, sino como instrumentos de unidad entre Dios y los hombres, y de unidad de los hombres entre sí. La Iglesia, así, se convierte en la humilde sierva de Dios que no sólo medita, sino que está dispuesta a dejar que la Palabra de Dios se encarne en ella. Por eso, podemos decir, que así como Jesús es la Palabra encarnada, así la Iglesia, por su unión con el Señor, es la Palabra que continúa su encarnación salvadora en la historia, por voluntad de Aquel que la unió a Él y la dejó en el mundo como un signo de su amor, de su bondad y de su salvación diciéndonos: Quien los escucha a ustedes, a mí me escucha; quien los rechaza a ustedes a mí me rechaza. Mediante la Iglesia Dios sigue estando con nosotros de un modo concreto y encarnado. No es que el Señor, en la eternidad, se haya olvidado de nosotros, pues Él jamás abandona a quienes por amor ha llamado a la vida. Sin embargo nos ha querido dejar un signo mediante el cual experimentemos su amor, a la altura de nuestra capacidad humana; y ese signo es su Iglesia. El Señor, una vez concluida su misión temporal, no se ha alejado de nosotros; Él continúa con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y su presencia no es sólo en razón de que Él intercede continuamente por nosotros ante su Padre Dios, sino porque continúa actuando de un modo real entre nosotros por medio de quienes hemos hecho nuestra su Vida y su Misión, y hemos sido constituidos en Iglesia suya. Ojalá y en un amor fiel, junto con María, aprendamos a decir: Henos aquí como siervos tuyos, hágase en nosotros conforme a tu Palabra. Ojalá y no vayamos a hacer a un lado en nuestra vida esa Voluntad de Dios, de tal forma que, dejando los caminos de Dios nos vayamos a convertir en un signo de destrucción de la presencia del Señor en nuestro prójimo, por haberles destruido su fe o haberles deteriorado su esperanza. Tratemos de estar abiertos al Espíritu de Dios para que Él nos conduzca, como siervos fieles y esforzados, en la construcción del Reino de Dios entre nosotros. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de ser en todo fieles a su voluntad, de tal manera que el Espíritu Santo vaya formándonos día a día como hijos en el Hijo, para que continuemos su obra de salvación en el mundo hasta el fin del tiempo. Amén (www.homiliacatolica.com).

 

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