domingo, 31 de enero de 2010

Domingo de la 3ª semana, ciclo C. La palabra de Dios es viva, Jesús nos libera con ella y nos da vida, cuando la meditamos

Domingo de la 3ª semana, ciclo C. La palabra de Dios es viva, Jesús nos libera con ella y nos da vida, cuando la meditamos

 

Lectura del Libro de Nehemías 8,2-0a. 5-6. 8-10. En aquellos días, Esdras, el sacerdote, trajo el libro a la asamblea de hombres y mujeres y de todos los que podían comprender. Era el día primero del mes séptimo. Leyó el libro en la plaza que hay ante la puerta del agua, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres, mujeres y de los que podían comprender; y todo el pueblo estaba atento al libro de la ley. Esdras, el sacerdote, estaba de pie sobre un estrado de madera, que habían hecho para el caso. Esdras abrió el libro a vista del pueblo, pues los dominaba a todos, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso en pie. Esdras pronunció la bendición del Señor Dios grande, y el pueblo entero, alzando las manos, respondió: «Amén, Amén»; se inclinó y se postró rostro a tierra ante el Señor. Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el Gobernador, Esdras, el sacerdote y letrado, y los levitas que enseñaban al pueblo, decían al pueblo entero: -Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis (porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley). Y añadieron: -Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene preparado, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.

 

Sal 18,8.9.10.15. R/. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.

Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío.

 

Primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 12,12-30. El texto entre [ ] puede omitirse por razón de brevedad.

Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo.

[Si el pie dijera: «no soy mano, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: «no soy ojo, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «no te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «no os necesito». Más aún, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los más necesitados. Así no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan.]

Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro. [Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas, el don de interpretarlas. ¿Acaso son todos apóstoles?, ¿o todos son profetas?, ¿o todos maestros?, ¿o hacen todos milagros?, ¿tienen todos don para curar?, ¿hablan todos en lenguas o todos las interpretan?]

 

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1,1-4; 4,14-21. Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor»

Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.

 

Comentarios: 1. Ne 8,2-4a.5-6.8-10 (ver Ne 8,1-4a.5-6.7b-12). La lectura pública de la ley marca una fecha muy importante en la historia de Israel. Pues, hasta ese momento, el pueblo vivía su fe rezando, participando en las ceremonias del templo. Recibía de boca de los sacerdotes y profetas sentencias o prédicas. No sentía la necesidad de leer una Biblia. Esdras entiende que, en adelante, la comunidad se desarrollará en torno a la lectura, la meditación y la interpretación del libro sagrado: la Biblia no estará guardada, sino que será libro de todos y la norma de su fe. Este paso religioso y cultural es parecido al que ha afectado a cristianos en diversos momentos de la historia. La fe cristiana no puede cobrar fuerza sino a partir de la palabra de Dios leída y escuchada en forma comunitaria. La palabra proclamada ante el pueblo y aceptada por el pueblo, comentada después e interiorizada por cada uno, lleva a la responsabilidad y a la conversión de todos. Y los que han participado de una misma palabra, tomarán parte también de un mismo banquete para celebrar la fiesta de la reconciliación. Nadie debe quedar al margen de esta fiesta, y menos que nadie aquellos que no tienen nada que llevarse a la boca, los pobres de Yahvé. La reconciliación con Dios y la aceptación de su voluntad implica necesariamente el amor entre los hombres y la acogida a los pobres, a los que ama el Señor ("Eucaristía 1989").

Estamos ante un texto de singular importancia para conocer los orígenes del judaísmo en sentido estricto. Concluido el exilio. Artajerjes I aprobó la Ley de Moisés como ley real para todos los judíos repatriados y encargó a Esdras, que era escriba en su corte, la misión de organizar la vida pública en Palestina. Esdras llegó a Jerusalén el año 453. El texto que comentamos utiliza como fuente el informe oficial que Esdras, una vez cumplida su misión, envió al rey Artajerjes I. De todo esto se desprende que la reforma de Esdras fue en realidad una restauración de acuerdo con la Ley de Moisés. Para promulgar la ley, Esdras esperó que llegaran las fiestas del séptimo mes (septiembre-octubre), con las que acostumbraban los judíos a inaugurar el año nuevo. Con motivo de estas fiestas se reunía en Jerusalén un buen número de peregrinos, lo que facilitaba la convocatoria de una asamblea general. Esdras lee la Ley sobre una tarima y rodeado de los principales del pueblo. Aunque se habla aquí de un libro -sin duda alguna el pentateuco tal como se conocía en aquellos tiempos-, no es de suponer que leyera todo su contenido, sino únicamente las prescripciones legales. En señal de respeto y de buena disposición para realizar lo que escuchaban, todo el pueblo se pone en pie apenas comenzada la lectura. El auditorio lo integran hombres y mujeres, incluso los niños, con tal que fueran capaces de comprender. Dios habla a su pueblo, a todo el pueblo. Esdras, el sacerdote, concluye la proclamación de la Ley con una alabanza al Señor, y todo el pueblo responde con una aclamación y un asentimiento a la voluntad del Señor, alzando las manos y diciendo amén, amén. Es la renovación de la Alianza: Dios da su palabra y el pueblo se compromete a cumplirla. Su futuro depende de que así sea. Se pasa inmediatamente al adoctrinamiento en pequeños grupos, a fin de que la enseñanza se adapte mejor a las diversas necesidades y circunstancias. Esto permite hacer preguntas y respuestas, entablar un diálogo en el que se superan las dudas y se entrega la tradición. El texto nos ofrece un testimonio de la institución rabínica. El conocimiento minucioso de la Ley provoca el temor del pueblo ante tantas obligaciones y las sanciones que se imponen a los transgresores. Pero Esdras y Nehemías, el gobernador, así como todos los colaboradores en la enseñanza de la Ley, animan al pueblo para que no se aflija y se alegre más bien en el Señor. Porque el Señor es la fortaleza de Israel.

La palabra proclamada ante el pueblo y aceptada por el pueblo, comentada después e interiorizada por cada uno, lleva a la responsabilidad y a la conversión de todos. Y los que han participado de una misma palabra, tomarán parte también en un mismo banquete para celebra la fiesta de la reconciliación. Nadie debe quedar al margen de esta fiesta, y menos que nadie aquellos que no tienen nada que llevarse a la boca, los pobres de Yavé. La reconciliación con Dios y la aceptación de su voluntad, implica necesariamente la reconciliación entre los hombres y la acogida a los pobres a los que ama el Señor ("Eucaristía 1986").

La Biblia presenta la creación como obra de la palabra de Dios (Gn 1,3 ss.). A la palabra de Dios debe Israel su existencia como pueblo y en los momentos más trágicos de su historia encontrará su salvación en la palabra de Dios. Nehemías para reconstruir la comunidad y dar al pueblo una nueva conciencia moral y política reúne a la comunidad y llama a Esdras para que proclame la palabra. En ella el pueblo redescubrirá sus relaciones con Dios. Esdras ha recibido el encargo de comunicar al pueblo la ley de la comunidad. Es el escriba del rey del cielo (Esdras 7,12). La lectura que hace, en este texto, de la ley equivale a la ceremonia de la renovación de la alianza. Da origen a la fiesta de las tiendas. Aparte de las cuestiones históricas que el texto suscita es interesante notar el interés de que el conocimiento de la ley llegue a todos. Hay intérpretes, hay comentaristas. Cuando la palabra de Dios llega al pueblo produce su efecto=la conversión. Una conversión que no se limita al llanto y al arrepentimiento. Hace sentir el gozo de la presencia y de la acción de Dios. La renovación de la alianza es el reencuentro con Dios. Es comunión con Dios y con los hermanos expresada en la comida-banquete. Israel ha descubierto que Dios realiza la salvación en la vida de cada día, que la salvación no es un recuerdo del pasado ni una proyección al futuro, sino una realidad presente. Toda la predicación deuteronomista insiste en recordar el "hoy" de la salvación. Con Cristo ha llegado el día de la salvación. El es la proclamación de la Palabra (P. Franquesa).

 

2. Sal 18. "Se lanzó gozoso como un gigante a correr su carrera; sale de lo más elevado del cielo  para volver allí otra vez". La Iglesia quiere contemplar el camino de Cristo, el camino que le  ha servido para redimirnos. ¡Heroico camino! ¡Saltos de gigante! "Con un salto de este  género vino al mundo", dice San Ambrosio. "Estaba en el Padre, vino a la Virgen y de la  Virgen saltó al pesebre. Estaba en el pesebre y al mismo tiempo seguía resplandeciendo en  el cielo. Descendió al Jordán, subió a la cruz. Bajó al sepulcro, resucitó de él y está sentado  a la diestra del Padre". ¿Qué fuerza sería capaz de conducirle en este salto del cielo a la  tierra, a no ser la fuerza esencial de la divinidad, el amor? (...) Viene El para seguir su  camino y llevarnos consigo, en audaz salto, desde la cruz al trono del Padre; a condición,  empero, de que estemos libres del lastre de preocupaciones y pecados. Se trata de un  camino difícil y las luchas que tendremos que trabar al lado del Señor van a ser duras;  debemos, por lo mismo, estar preparados.

"¡Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas, vistámonos las armas de la luz! ¡Caminemos con honradez y como a la luz del día, no viviendo en comilonas o  embriagueces, ni en la lujuria o en el libertinaje, ni en querellas o envidias; antes bien,  revestíos del Señor Jesucristo!" (Rm 13,12ss.).

Debemos desprendernos de nuestra naturaleza concupiscente e inclinada al pecado para  revestirnos de la humanidad crucificada de Jesucristo. Sólo así lograremos recorrer el gigantesco camino del Señor. El misterio obra la glorificación, pero únicamente en quien se  halla crucificado con Cristo y en quien haya dado muerte a toda maldad y mala  concupiscencia. Desde que Cristo se encarnó nos es posible, a pesar de ser carne  pecadora, el ser obedientes a Dios. "El Señor Jesús vino y obra virtuosamente en la carne  sometida al pecado. De esta forma nuestros miembros no son ya armas de la lujuria, sino de  la fuerza" (San Ambrosio, al Sal 118, 42) (Emiliana Löhr).

Las dos partes de este salmo están profundamente ligadas: ¡aquel que hace las leyes  "físicas" del mundo es el mismo que hace las leyes "morales" del hombre!  Mediante este salmo, entramos en contacto con el alma de Israel, aferrada a la ley divina  (la Torah) mediante un amor ardiente y sincero. La admirable evocación del cosmos que  "habla" a quienes saben mirarlo (El universo, los cielos, las estrellas, el sol), es sólo una  introducción a esta afirmación increíble: Dios ha "hablado" a un pueblo... y le ha "revelado"  sus pensamientos sobre la humanidad. Para un judío fervoroso, la ley, lejos de ser una  traba minuciosa, una regla legalista y formalista, es un verdadero "don de Dios". Al revelar al  hombre la ley de su ser, Dios hace Alianza con él, para ayudarlo en sus comportamientos  vitales: como el sol que "desposa la tierra" para darle vida, en el don de la ley hay algo así  como la alegría de las nupcias, ¡es un misterio nupcial! La letanía de "cualidades" atribuidas  a la ley recuerda las cualidades que se dan los enamorados. La mitad de estas cualidades  es "objetiva", pues definen la ley en sí misma: es perfecta... segura... recta.. límpida... pura...  justa...

La otra mitad es "subjetiva", ya que enumera los efectos de esta ley en el hombre: da  vida... da sabiduría... alegra el corazón... ilumina los ojos...

De seguro, Jesús cantó este  salmo con mucho fervor. Sus parábolas, casi todas tomadas de la "naturaleza", nos muestran su gran admiración  por la creación. ¡Todo lo bello le "hablaba", le hablaba del Padre! De su amor a la "voluntad del Padre", el evangelio está lleno: "mi alimento, es hacer su  voluntad". Lo que sorprende, es nuestra admiración de hombres modernos ante este amor a  la ley. Hemos llegado al punto de no amar la ley, ninguna ley. ¡No conocemos "leyes  amables"! ¡Olvidamos que la sola ley, es el amor! "Este es mi mandamiento: ¡Amarás!"  Releamos a la luz del pensamiento de Jesús el elogio que este salmo hace a la ley...

Los filósofos actuales han descubierto la profunda relación entre el hombre y la  naturaleza... No tenemos ninguna independencia. Estamos ligados a todas las leyes físicas y  químicas del cosmos. Es físicamente verdadero que dependemos totalmente del sol: si éste  se apagara, se acabaría toda forma de vida. ¡Qué bella imagen para hablarnos de Dios! El  salmista que escribió este poema estaba rodeado de pueblos que adoraban al sol. De ellos  pudo tomar la primera parte de este salmo (hay himnos muy semejantes en las religiones  siro-babilonenses o egipcias, en las mitologías griegas, etc). Pero el salmista no adora al  sol. El sabe que el sol adora a Dios y canta su gloria.

Los jóvenes de hoy redescubren el sentido de la naturaleza, reaccionando contra lo  ficticio de la vida urbana. La seducción por la vida "al sol", el veraneo, es una característica  del mundo moderno frustrado el resto del año. Esta meditación habría que hacerla al aire libre un día de primavera: levantarse de madrugada para contemplar la salida del sol,  permanecer en el campo siguiendo su curso deslumbrante, y por la tarde hasta la mágica luz  del poniente... luego a través del crepúsculo, presenciar el nacimiento de la noche, adivinar  las primeras estrellas que brillan en la penumbra, y finalmente en medio de las tinieblas  dejarse embriagar por el firmamento estrellado... "¡La obra de las manos de Dios!".

El autor de este salmo oía "día" y "noche" dos coros fantásticos que  alternaban y se respondían uno a otro. Sí, "los cielos" (Hashamaim, plural en hebreo)  ¡hablan! ¿Qué dicen? ¡la gloria de Dios! ¿Cómo la dicen? ¡En el silencio! El salmista lo sabe  bien: su voz no es una voz... No hay palabras... Dios "¡no levanta la voz!" A veces decimos  que El se calla, porque no sabemos escucharlo. Dios es discreto. Dios está oculto. Si El  apareciera, desaparecería la creación. Le deja un espacio de libertad ocultándose y  callándose. Pero El habla en el silencio: su creación, precisamente es su "primera palabra",  una palabra que todos los pueblos pueden comprender porque está sobre y más allá que  todos los idiomas... ¡No hace falta ir a la escuela y saber leer! Basta mirar y escuchar. Este  Dios prodigioso no se ha limitado a esta brillante sinfonía de astros... Ha decidido hacer  Alianza con el hombre, dándole su ley... Esto debería asombrarnos de amor. Pero  precisamente, Dios es "amor" y el amor es la "ley constitutiva" del universo y del hombre  (Teilhard de Chardin). ¡Amar, seguir la ley de Cristo, es entrar en la armonía del mundo,  unirse a Dios!

La noche a la noche transmite el mensaje de gloria. Si la luz del sol canta la gloria de  Dios, es necesario descubrir como el salmista la maravilla de la noche. El día es el  resplandor, la acción, la vida. La noche es la discreción, el descanso, el misterio. "¡Oh  noche, qué profundo es tu silencio!", canta el célebre himno de Rameau. Si es placentero  estar al sol, lo es también sumergirse en la noche como en un baño de silencio.

El hombre moderno, necesita somníferos para dormir, carece de un equilibrio que es  necesario ensayar de recuperar mediante métodos más naturales. El Oriente en este campo  tiene mucho que enseñarnos: "Hacer el vacío en sí mismo", hacer callar las voces  discordantes que gritan en el fondo de nosotros mismos, recogerse. Tal es la preparación  primordial para la oración. Se puede rezar evidentemente con los ojos abiertos. Pero hay  que hacer también la experiencia de orar con los ojos cerrados, "haciendo la noche".

Sabemos todo el partido que San Juan de la Cruz sacó del tema de la noche. Para él el  hombre no podía realizar el encuentro con Dios fuera de la "noche oscura": "Nadie ha visto a  Dios", decía Jesús. Escuchemos estas estrofas del poema de San Juan de la Cruz.

Esta fuente eterna está muy oculta, / y sin embargo, su morada la he encontrado,  / ¡pero es de noche! // No sé su origen, porque no lo tiene, / sin embargo todo origen surge de ella,  / ¡pero es de noche! // Y la corriente que nace de esta fuente, / sé que es rica y todopoderosa, / ¡pero es de noche! // Esta fuente eterna está muy oculta / en el pan de vida, para darnos vida, / ¡pero es de noche!

La ley de Dios. Nosotros, hombres modernos, ¿no tendríamos que redescubrir lo que es  una "ley"? El autor de este salmo, proclama jubilosamente que tiene una "ley". No da la  impresión de estar presionado, forzado por ella, como si esta ley se la impusieran de fuera...  "Los mandatos del Señor son rectos, alegran el corazón... son más preciosos que el oro,  más dulces que la miel". Cuando dos equipos de fútbol se encuentran en un estadio,  millones de hombres están atentos a las "reglas del juego". Se insiste en el Fair-play, la  corrección... Se dice que el equipo que respeta las leyes del juego es más "deportivo", en el  mejor sentido de la palabra. Este ejemplo muestra, que la ley es necesaria para el buen  funcionamiento de un grupo cualquiera. Sin ley, se imponen la guerra, la irregularidad, la  fuerza, la anarquía. La misma felicidad de vivir está en juego. ¿Puede una familia vivir sin un  mínimo de leyes reconocidas y respetadas libremente por todos? La ley de Dios, es aún más  profunda: regula desde el interior el correcto funcionamiento de nuestro ser. "La ley del  Señor es perfecta... guardarla es para el hombre una ganancia..." (Noel Quesson).

Solamente quien conoce la ley puede comprender después el lenguaje concreto de la  creación. El Dios de la ley lleva al Dios de la creación. Y no al revés. En otras palabras, la  creación nos conduce a lo sumo a la idea del Dios relojero de Voltaire —el reloj postula la  existencia de un relojero—. La palabra, sin embargo, es la que nos hace encontrar al Dios  vivo. No arruguemos la nariz: "La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma" (v. 8). Sin embargo, en la conciencia del pueblo judío estaba arraigada la  convicción de que Yahvé está cercano a través de su palabra y a través de esa forma  particular de su palabra que es la ley. Son significativas en relación a esto las palabras dirigidas por Moisés al pueblo del éxodo,  ya cercano a la tierra prometida: Mira: yo os enseño mandatos y decretos, como me ordenó el Señor mi Dios, para que obréis  según ellos en la tierra en que vais a entrar para tomarla en posesión.  Guardadlos y cumplidlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia a los ojos de los  pueblos; los cuales, al oír estos mandatos dirán: «Cierto, es un pueblo sabio y prudente esta gran  nación».  Porque, ¿cuál de las naciones grandes tiene unos dioses tan cercanos como el Señor nuestro  Dios, siempre que lo invocamos? y ¿cuál de las naciones grandes tiene unos mandatos y decretos  tan justos como toda esta ley que os promulgo hoy? (Dt 4, 5-8). Y en el último discurso antes de morir, Moisés despejará el terreno de todo equívoco y de  todo pretexto: Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: «¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?»; ni está más allá del mar, no vale decir: «¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?». El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo (Dt 30, 11-14). Nuestras preferencias en cambio, no son ciertamente las del salmista: Los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos; más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila (v. 10-11). Estas expresiones nos pueden hacer incluso sonreír. En realidad notamos una cierta  desconfianza ante la ley. Y sin duda que hay motivos para ello. Pero no hemos de olvidar —como se ha hecho resaltar con  acierto— que la ley —y este término no se limita al decálogo y a las demás leyes morales—  aún no ha padecido los «ultrajes» de los doctores, de los moralistas y de su casuística. Todavía no era el «yugo» insoportable, hecho de minucias y de prescripciones exteriores,  del que nos librará Cristo. Aún no había llegado a convertirse en el molde rígido en que el  fariseísmo posterior ahogará toda vida religiosa. La ley es más bien en este momento una  guía, una luz. Es el «pedagogo» que conduce al Señor. Solamente más tarde este  «pedagogo» será divinizado, se transformará en absoluto, en algo adorado por sí mismo. Y  entonces la ley se convertirá en un tirano despiadado. La ley de que habla el salmo es una ley al servicio del hombre para su crecimiento, para  la realización plena de su destino. Estamos por tanto lejos del legalismo formalista, de la  obsesión jurídica de la observancia escrupulosa de reglas minuciosas. Estamos, en cambio,  en el campo —evangélico, podríamos decir— de la ley al servicio del crecimiento del  hombre. No al revés. El hombre se realiza a sí mismo a través de la ley, en la libertad.  La ley por tanto no está sobre o ante el hombre, sino en su corazón. El Señor ha  realizado esta obra decisiva: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones (Jr 31,33).

Una ley externa —como ha hecho notar Karl Barth— es siempre molesta, sofocante, y  ante ella nos entran ganas de huir. Nos repite siempre el mismo estribillo: «debes». Y  nosotros respondemos: no puedo, no soy capaz, no tengo ganas. En cambio, la ley escrita  en el corazón nos dice: «puedes». Entonces la obediencia pedida por Dios no es un  cumplimiento del deber, sino que obedecer significa: poder obedecer en libertad.  Por tanto, la ley, la palabra, me realiza en la libertad, además de llevarme a encontrar a  Dios. Pero no puedo contentarme con la observancia de la ley. La observancia más fiel de los  mandamientos divinos no me libra, por ejemplo, del pecado de arrogancia. Preserva a tu siervo de la arrogancia,  para que no me domine (v. 14). Hay que fiarse exclusivamente del Dios vivo y no poner la propia complacencia en el  cumplimiento de sus preceptos. Me convierto en un «ser regio» sólo cuando rechazo la arrogancia y me reconozco  sencillamente como siervo (v. 12) del rey de la gloria. Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos... sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche (Sal 1, 1-2)… Estamos invitados a celebrar la liturgia de nuestro corazón, en el que está escrita  la ley de Dios. Sólo así podremos concluir con el salmo: Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío (v. 15) (Alessandro Pronzato).

Después de cantar la creación como una cadena de tradición, como un clamor silencioso  parecido al que nos hace escuchar la página de un libro, o también como los horizontes  netos transidos de infinitud, el salmista puede alabar la Ley de Moisés, tal como la recibieron  los mejores hombres de Israel, límpida, pura, gozosa. Vida o miel.

¿Es que vivir conforme a la Ley no es vivir según las apariencias? El salmista responde  que la justicia penetra más allá de toda superficie: ¿Quién conoce sus fallos? Absuélveme de lo que se me oculta (v. 13). La repetición de la palabra «ocultar» en los vv. 7 y 13 es intencionada. El sol penetra,  mediante su calor, hasta lo invisible. Del mismo modo, la verdad de la Ley no estará  completa hasta que llegue a las zonas ocultas del hombre. Algunos dirán que, gracias a la  Ley, puedo ver de golpe todas mis faltas y todas mis buenas acciones. No acepta el salmista  ese lenguaje especular en que una superficie (la de una página) refleja otra superficie (la de  un hombre). La verdadera luz de la Ley debe penetrarlo todo para que nada le quede  oculto, exigencia que podría interpretarse como la de un escrúpulo obsesivo por llegar a la  perfección. En la armonía del conjunto, es más justo ver las cosas de otro modo. Como el  sentido de la palabra no está en las palabras, sino en el silencio creado por una buena  escucha, tampoco la justicia está en una observancia particular. La sede de la justicia está  más bien en el centro invisible del hombre, al que el hombre mismo no puede acceder si  queda abandonado a solas sus fuerzas. Sólo Dios puede «purificarle» (v. 13).

La señal, en fin, de que alguien se ha quedado en la superficie de la Ley es que ello le  hace sentirse orgulloso. Ello es cierto si se trata de las palabras de Moisés o de las de  Cristo. Es admirable que una plegaria en que se pide observar la Ley acabe con la demanda  de no caer en la peor de todas las trampas que pueda tender:

Preserva a tu siervo de la insolencia, para que no me domine: así quedará libre e inocente de grave pecado (v. 14). Lejos de la superficie de la creación, lejos de la superficie de la Ley se oculta el gran  secreto propio de las dos, que es la humildad. Creación y Ley cumplidas en lo más oculto,  hechas realidad en la humildad: esta alabanza debió de colmar de alegría a los primeros  discípulos de Jesús, cuando se supieron depositarios de eso que se transmite «de día en  día» y «de noche en noche» desde el comienzo del mundo (Paul Beauchano).

Juan Pablo II explicaba que el salmo tiene dos partes, dedicadas a la naturaleza y a la ley. "Ambas partes están unidas por un hilo conductor común:  Dios alumbra el universo con el fulgor del sol e ilumina a la humanidad con el esplendor de su Palabra, contenida en la Revelación bíblica. Se trata, en cierto sentido, de un sol doble:  el primero es una epifanía cósmica del Creador; el segundo es una manifestación histórica y gratuita de Dios salvador. Por algo la Torah, la Palabra divina, es descrita con rasgos "solares":  "los mandatos del Señor son claros, dan luz a los ojos" (v. 9)…"

 

3. 1 Co 12,12-30. El domingo pasado el apóstol nos recordaba que en la Iglesia hay diversidad de dones y que en la comunidad no todos tenemos ni un mismo papel ni idéntica función. Pero, en cambio, como cristianos, todos hemos sido injertados en el Cuerpo de Cristo por medio del bautismo. Los bautizados somos, no sólo hermanos de Cristo, sino incluso miembros de su Cuerpo. Bajo este aspecto todos tenemos una dignidad e incluso una importancia semejante. Escuchemos cómo el Espíritu Santo, a través del apóstol, nos invita a profundizar el sentido de las diversas vocaciones o funciones de cada fiel en el interior de una sola iglesia (P. Farnés).

En la segunda parte de este capítulo, dedicado a la acción del Espíritu en la comunidad, Pablo avanza en la consideración de la unidad. Llega a su raíz profunda, ya apuntada en la primera sección del capítulo. La metáfora del cuerpo, tomada de la sociedad civil y aplicada en contextos profanos, es una comparación para explicar las relaciones entre la diversidad y la unidad. Es la necesidad recíproca de los miembros diversos, su interdependencia y su construcción, de este modo, del Cristo total. No habla aquí de la vida de Cristo/Cabeza descendiendo de los miembros, que es tema de Efesios.

Hay diversidad y hay comunidad, no sólo por las razones humanas de mutua dependencia en toda sociedad, sino por haber participado en el mismo Espíritu, que significa la misma fe, la misma relación personal con Cristo. Fe que no es sólo una ortodoxia, donde a menudo se pone lo central de la unidad. No es que hayamos de decir todos siempre igual las mismas formulaciones. Ello tiene su importancia, pero hay cosas que son más importantes para la unidad de la Iglesia, y concretamente es el amor entre sus miembros, con lo que irá viniendo el resto (F. Pastor).

La unidad del cuerpo de Cristo, afirmada por Pablo, únicamente se da cuando los carismas son muchos. Pablo nos hace ver que esta variedad no sólo no destruye la unidad, sino que la asegura. Es superfluo intercomunicar un mismo don. Ningún país importa productos que ya tiene en cantidad suficiente. Por el contrario, el intercambio de dones distintos enriquece a la comunidad. Sin embargo, no podemos olvidar que los dones del Espíritu son tan diversos y las situaciones por las que atraviesan los hombres tan distantes, que únicamente el ejercicio humilde y constante de un amor sin desmayos hace posible la formación del cuerpo de Cristo unido. La expresión "cuerpo de Cristo" no tiene que llevarnos a pensar en algo vaporoso o irreal. El cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, es la realidad del señorío concreto de Cristo, antes de su venida gloriosa, y debe permitir a los hombres descubrir el ámbito del dominio real de Cristo, el Señor ("Eucaristía 1989").

Es sabido que griegos y romanos comparaban el estado y más tarde el cosmos a un organismos vivo. Conocemos un texto de Tito Livio (II. 32, 8-12) que puede ilustrar hasta qué punto Pablo es deudor del pensamiento político de los romanos cuando nos habla de la Iglesia como cuerpo de Cristo. En él recoge Tito Livio la argumentación del cónsul Menenius Agripa, que defiende la unidad del estado amenazada por la plebe contra el senado: dice así: "En aquellos tiempos en que no estaban todas las cosas unidas en armonía y en que cada miembro seguía su conveniencia y hablaba su propio lenguaje, se revelaron todos los miembros del cuerpo contra el estómago... las manos no quisieron ya trabajar para alimentarlo". Y concluye señalando la consecuencia fatal y la necesidad de reconocer la propia estupidez al encontrarse sin fuerzas. "Así le ocurre a la plebe cuando se rebela contra el senado".

Pablo va más lejos de esa comparación: la comunidad eclesial no sólo se parece a un cuerpo, sino que es para él el cuerpo de Cristo. Por eso cuando escribe: "lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros..." y el lector espera que diga "así es también la Iglesia", Pablo concluye sorprendentemente diciendo: "así es también Cristo". La pluralidad de miembros en la Iglesia es la pluralidad de miembros incorporados a Cristo. De modo que la Iglesia sólo es cuerpo en la medida que es cuerpo de Cristo.

De él recibe la Iglesia su unidad y su pluralidad. Porque él es el principio rector y organizador, la plenitud de la que participan todos los miembros, cada uno según su carisma. Por lo tanto, la unidad de la Iglesia no es el resultado de un convenio entre sus miembros sino más bien la consecuencia de la incorporación de estos miembros a Cristo y por Cristo. De ahí se sigue el imperativo ético de permanecer unidos cuantos se confiesan cristianos.

Si todos los cristianos son miembros de un mismo cuerpo, esto significa: a) que en la Iglesia no hay miembros pasivos, lo que sería una contra- dicción, y que todos son sujetos y no simples objetos de cuidado; b) que en la Iglesia cada uno tiene su función y su carisma; c) que todos son solidarios y nadie puede ser cristiano individualmente; d) que las diferencias que nos separan en el mundo quedan superadas en Cristo.

Para llegar a ser todos un mismo cuerpo, todos deben ser bautizados o inmersos en el Espíritu de Cristo y beber de ese Espíritu. una alusión clara al bautismo y a la eucaristía. Todos y cada uno de los fieles son importantes en el cuerpo y para el cuerpo de Cristo. Nadie puede decir que él no es del cuerpo ni que es todo el cuerpo, ni despreciar la función y el carisma de los otros miembros, porque esto equivaldría a una mutilación del cuerpo. En esta solidaridad de vida de todos los fieles en Cristo y por Cristo hallamos el fundamento de una corresponsabilidad que nada tiene que ver con una adaptación a los esquemas modernos de convivencia. Esta corresponsabilidad contradice todo intento de marginación y toda absorción autoritaria dentro de la Iglesia ("Eucaristía 1986").

El tema de la Iglesia es siempre palpitante. La reflexión de Pablo puede ayudar a vivir dentro de la comunidad de la salvación. La verdad es que todos, sea cual sea nuestra condición o ideología, formamos una piña. El Bautismo y el Espíritu nos conducen a la unidad. Ello es de tal manera que todos somos necesarios, todos podemos hacer y hacemos algo que afecta a los demás miembros. No es lícito decirnos mutuamente que no nos necesitamos; los más débiles (en el sentido que sea) merecen nuestro mayor aprecio; la división es contradicción; la preocupación de los unos por los otros es la única lógica de la fe. Hay que aprender a sufrir, a alegrarse con los demás miembros... La diversidad, necesaria y fruto de la voluntad divina, es causa de cooperación, desde diversas perspectivas, al bien común. Podríamos señalar que debemos hacer un esfuerzo ascético de convivencia, de aceptación, de tolerancia, de respeto, de no jugarlo todo en el plano de las ideologías, sino en el de la proximidad entre personas. Podríamos indicar también que la unidad no corresponde a la uniformidad: precisamente la doctrina paulina del Cuerpo Místico parte de la pluralidad de funciones como garantía de la construcción del Cuerpo. Lo que no puede hacerse es creer que una parte es la totalidad. Es importante, pues, la conciencia de ser humildes contribuyentes a la vida total de la Iglesia. Deberíamos reflexionar de nuevo sobre el hecho de que todos estamos situados vivencialmente dentro del pueblo de Dios y de que éste, en cuanto de nosotros depende, es comunidad de salvación (J. Guiteras).

En la Iglesia de Corinto, que se presenta con una gran vitalidad pero también algo agitada, Pablo quiere intentar restablecer un poco de orden y, sobre todo, inculcar el sentido de la unidad. Para ello utiliza la imagen del cuerpo humano. Puesto el ejemplo, las aplicaciones prácticas saltan a la vista, y sus lectores sabrán a qué atenerse si quieren ser consecuentes consigo mismos. Sin embargo, con el tiempo la imagen propuesta por Pablo ha perdido la fuerza que tenía cuando él la utilizó. Incluso hay que decir que, en nuestro tiempo, esa imagen sólo nos da una idea parcial de la Iglesia. En efecto, y ya muy pronto, hacia el s. III, se desarrolla en Roma el Derecho, y la imagen del "cuerpo" tiende a expresar un concepto jurídico. Nuestro tiempo conoce las asociaciones profesionales, que son unos "cuerpos" con un jefe único, una misma ley y una misma finalidad. También la Iglesia es una institución que tiene un jefe único, una misma ley y una misma finalidad. Sin embargo, la Iglesia no es sólo una institución. Para superar lo que sería disminuir la fuerza de la imagen empleada por san Pablo, habría que recurrir al capítulo 17 de san Juan, cuando Cristo dirige al Padre su oración: "Que sean uno, entre ellos y con nosotros, como tú y yo somos uno". El término "unidos" todavía deja entrever demasiado la pluralidad de entidades separadas. Nosotros no sólo estamos unidos, sino que somos "uno". Así, la riqueza de dones de la Comunidad de Corinto no debe originar entre sus miembros el desmenuzamiento de la envidia. San Pablo enumera los distintos dones y ministerios, que él coloca en la primera fila de los carismas. Así pues, él no ve oposición entre carisma y jerarquía en los ministerios; para él los ministerios son también un carisma. Incluso hay que decir que, para él, los ministerios son los carismas más importantes. Ante la dificultad de la abundancia de distintos dones, en lugar de dar gracias a Dios por esta diversidad de riquezas, existe el peligro de fragmentación de la comunidad, y el pluralismo siempre supone una fe más profunda en la unidad y en un solo Señor (Adrien Nocent).

Y así lo decía S. Agustín: "...Hemos descubierto, pues, que se puede tener fe sin tener caridad. Que nadie, por lo tanto, se jacte de cualquier don de la Iglesia, si tal vez sobresale en ella por algún don que le haya sido concedido. Vea si posee la caridad. El mismo apóstol Pablo habló, enumerándolos, de muchos dones de Dios presentes en los miembros de Cristo que constituyen la Iglesia, diciendo que a cada uno se le han concedido los dones adecuados y que no puede darse que todos posean el mismo. Pero ninguno quedará sin su don: apóstoles, profetas, doctores, intérpretes, habladores de lenguas, poseedores del poder de curación, de auxilio, de gobierno, distintas clases de lenguas. Éstos son los mencionados; pero vemos que hay otros muchos en las distintas personas. Que nadie, pues, se apene porque no se le ha concedido lo que ve que se concedió a otro: tenga la caridad, no sienta envidia de quien posee el don y poseerá con quien lo tiene lo que él personalmente no tiene. En efecto, cualquier cosa que posea mi hermano, si no siento envidia de ello y lo amo, es mío. No lo tengo personalmente, pero lo tengo en él; no sería mío, si no formásemos un solo cuerpo bajo una misma cabeza.

Si, por ejemplo, la mano izquierda tiene un anillo y no la derecha, ¿acaso está ésta sin adorno? Mira las dos manos y verás que una lo tiene y la otra no; mira el conjunto del cuerpo al que se unen ambas manos y advierte que la que no tiene adorno lo tiene en aquella que lo tiene. Los ojos ven por donde se ha de ir, los pies van por donde los ojos ven; ni los pies pueden ver, ni los ojos caminar. Pero el pie te responde: «También yo tengo luz, pero no en mí, sino en el ojo, pues el ojo no ve sólo para sí y no para mí». Dicen igualmente los ojos: «También nosotros caminamos, no por nosotros, sino por los pies; pues los pies no se llevan sólo a sí mismos y no a nosotros». De esta manera, cada miembro, según los oficios distintos y peculiares que se les han confiado, ejecutan lo que les ordena la mente; no obstante eso, todos constituyen un solo cuerpo y forman una unidad; y no se arrogan lo que tienen otros miembros en el caso de que no lo posean ellos, ni piensan que les es ajeno lo que todos tienen al mismo tiempo en el único cuerpo.

Finalmente, hermanos, si a algún miembro del cuerpo le sobreviene alguna molestia, ¿cuál de los restantes miembros le negará su ayuda? ¿Qué cosa hay en el hombre más en el extremo que el pie? Y en el mismo pie, ¿qué más en el extremo que la planta? Y en la misma planta, ¿qué otra cosa que la misma piel con que se pisa la tierra? Así y todo, esta extremidad del cuerpo forma tal parte del conjunto que, si en ese mismo lugar se clava una espina, todos los miembros concurren a prestar su ayuda para extraerla: al instante se doblan las rodillas; se dobla la espina -no la que hirió, sino la que sostiene todo el dorso-; se sienta, para sacar la espina; ya el mismo hecho de sentarse para sacar la espina es obra del cuerpo entero. ¡Cuán pequeño es el lugar que sufre la molestia! Es tan pequeño cuanto la espina que lo punzó; y, sin embargo, el cuerpo en su totalidad no se desentiende de la molestia sufrida por aquel extremo y exiguo lugar; los restantes miembros no sufren dolor alguno, pero todos lo sienten en aquel único lugar.

De aquí tomó el Apóstol un ejemplo de la caridad, exhortándonos a amarnos mutuamente como se aman los miembros en el cuerpo. Dice él: Si sufre un miembro, se compadecen también los otros, y si es glorificado uno solo, se alegran todos. Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Cor 12,26-27). Si así se aman los miembros que tienen su cabeza en la tierra, ¡cómo deben amarse aquellos que la tienen en el cielo! Es cierto que tampoco se aman si se apartan de su cabeza; pero cuando esa cabeza de tal manera lo es, de tal manera ha sido exaltada y de tal manera colocada a la derecha del Padre, que, no obstante, se fatiga aquí en la tierra; no en sí misma, sino en sus miembros, hasta el punto de decir al final: tuve hambre, tuve sed, fui huésped cuando se le pregunte: ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento?, como si respondiera: «Yo estaba en el cielo en cuanto Cabeza; pero en la tierra los miembros tenían sed», a esta cabeza no nos unimos si no es por la caridad.

Así, pues, hermanos, vemos que cada miembro, en su competencia, realiza su tarea propia, de forma que el ojo ve, pero no obra; la mano, en cambio, obra, pero no ve; el oído oye, pero ni ve ni obra; la lengua habla, pero ni ve ni oye; y aunque cada miembro tiene funciones distintas y separadas, unidos en el conjunto del cuerpo tienen algo común entre todos. Las funciones son distintas, pero la salud es única. En los miembros de Cristo la caridad es lo mismo que la salud en los miembros del cuerpo. El ojo está colocado en el lugar mejor, el lugar destacado, puesto como consejero en la fortaleza, para que desde ella mire, vea y muestre. Gran honor el de los ojos por su ubicación, por su agilidad y por cierta fuerza que no tienen los demás miembros. De aquí que los hombres juran por sus ojos con más frecuencia que por cualquier otro miembro. Nadie ha dicho a otro: «Te amo como a mis oídos», a pesar de que el sentido del oído es casi igual y está cercano a los ojos. ¿Qué decir de los restantes? A diario dicen los hombres: «Te amo como a mis propios ojos». Y el Apóstol, indicando que se tiene mayor amor a los ojos que a los restantes miembros, para mostrarse amado por la Iglesia de Dios, dice: Doy testimonio en favor vuestro de que, si os hubiera sido posible, hubiérais sacado vuestros ojos y me los habríais dado a mí (Gál 4,15).

Nada hay, por tanto, en el cuerpo más sublime y más respetado que los ojos y nada hay quizá más en la extremidad del cuerpo que el dedo meñique del pie. Aun siendo así, conviene que en el cuerpo haya dedos y que estén sanos,-antes que sean ojo cubierto de legañas por alguna afección, pues la salud, común a todos los miembros, es más preciosa que las funciones de cada uno de ellos. Así ves que en la Iglesia un hombre tiene un don pequeño, y, con todo, tiene la caridad; quizá veas en la misma Iglesia otro más eminente, con un don mayor, que, sin embargo, no tiene caridad; sea el primero el dedo más alejado, y el segundo el ojo. El que pudo obtener la salud, ése es el que más aporta al conjunto del cuerpo. Finalmente, es molestia para el cuerpo entero el miembro que enferma, y, en verdad, todos los miembros aportan su colaboración para que sane el enfermo y la mayor parte de las veces sana. Pero si no hubiera sanado y la podredumbre engendrada indicase la imposibilidad de ello, de tal modo se mira por el bien de todos, que se le separa de la unidad del cuerpo" (Sermón 162 A, 4-6).

 

4. Lc 1,1-4; 4,14-21 (cf día 10 de enero). Desconocemos la identidad de Teófilo, a quien Lucas dedica sus dos obras (Evangelio y Hechos), o si fue algo genérico, dirigido al "amador-de Dios". A continuación presenta un caso concreto de docencia en una sinagoga concreta. Una sinagoga significativa por hallarse en el lugar donde Jesús se crió. El relato de Lucas da por supuesto el conocimiento del funcionamiento litúrgico sinagogal de los sábados con sus cantos, recitaciones, orden y modalidad de las lecturas, bendición final. Probablemente Jesús ha sido invitado por el presidente de la sinagoga a leer y comentar la segunda lectura, tomada del profeta Isaías. ¿Lectura ya reglamentada o de libre elección por el lector? No podemos saberlo a ciencia cierta, aunque el giro de la expresión "encontró un pasaje" parece significar más bien que el propio Jesús busca expresamente el pasaje. Hagamos también nosotros la prueba y busquemos el pasaje en el comienzo del capítulo 61 de Isaías. Constataremos que Jesús termina la lectura en el v.2a, suprimiendo el aspecto negativo del mensaje proclamado por Isaías. El pasaje habla de proclamar el año de gracia del Señor, el día de desquite de nuestro Dios. Jesús lee lo del año de gracia y omite lo del día de desquite. ¿Omisión deliberada? El relato de Lucas continúa con escueto grafismo: Jesús cerró el libro (enrolló, los libros eran tiras largas de pergamino), lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos los presentes le miraban atentamente. La reacción es de expectación, motivada sin duda por algo chocante y que les ha llamado la atención, aparte de la fama de su paisano. ¿Eso chocante no será precisamente la omisión de la frase referente al desquite? La reacción de los presentes es de expectación y de prevención contra Jesús, y no de estima y de confianza hacia él, como a menudo se dice.

El comentario de Jesús al pasaje leído es breve y enfático: "Hoy se cumple este pasaje que acabáis de oír". Resalta la posición enfática del adverbio. Lo proclamado por el profeta quinientos años atrás en medio de los desastres de la guerra (pobreza, dolor, encarcelamientos) tiene su cumplimiento ahora. Jesús hace suyo aquel mensaje, lo depura de toda connotación negativa y le da cumplimiento cabal. La omisión de la frase referente al desquite de nuestro Dios ha sido intencionada. Jesús no sabe nada de venganzas y de desquites de Dios.

Resumiendo: Lucas, un autor con una metodología de trabajo rigurosa, quiere completar y garantizar la instrucción cristiana básica y rudimentaria de los recién bautizados. En esta línea empieza presentando la enseñanza de Jesús como una enseñanza que da cumplimiento al mensaje de gracia acumulado a lo largo del Antiguo Testamento, relectura que puede desencadenar una prevención contra él.

Comentario. El Evangelio de Lucas es una larga catequesis con vistas a profundizar en la fe recibida. A la hora de profundizar debemos estar dispuestos a dejarnos cuestionar por la enseñanza de Jesús. Es muy posible que existan en nosotros, aun sin ser conscientes de ello, adherencias y esquemas incorrecta o falsamente religiosos. Jesús es el hoy de tantas esperanzas de tanta gente marginada y maltratada que, al igual que Dios, nada sabe de venganza y de desquite. ¡Cuántas veces parecen inevitables e insuperables la venganza y el desquite! Jesús nos invita a superar esa fase, por difícil y costosa que nos parezca (A. Benito).

Aunque los evangelios no son propiamente libros "históricos", sino confesionales, esto es, libros nacidos de la fe de la comunidad y al servicio de la fe de la comunidad, Lucas es, sin duda, el que más cerca está del género literario de la historia.

A semejanza de los historiadores de la época, comienza su evangelio con un prólogo, en el que señala el motivo, anticipa el contenido, determina el fin y describe el método que utiliza.

Hace también una alusión a los que escribieron antes sobre el mismo tema, a las fuentes de que dispone, y de las que nosotros sólo conocemos el evangelio de Marcos. En todas estas fuentes se recoge el testimonio de los que vieron y oyeron, de los apóstoles o predicadores de la Palabra. El evangelio de Lucas, al igual que los otros tres, no es más que la fijación por escrito de la predicación de los apóstoles o de la Tradición Apostólica.

Lucas se propone escribir los hechos desde el principio, remontándose a los orígenes. Comenzará hablándonos del nacimiento del Precursor y se ocupará también de la infancia de Jesús. Sin embargo, el orden que promete no será rigurosamente cronológico y su obra no deberá confundirse con una biografía.

Dedica su libro, siguiendo la costumbre, a un personaje llamado Teófilo (o amante de Dios). Pero, a pesar del significado de este nombre, no parece que se trate de una ficción literaria, sino de una persona concreta. Probablemente es un catecúmeno, y en cualquier caso, Lucas escribe para confirmar a Teófilo en las enseñanzas que ha recibido.

El texto litúrgico que comentamos une al prólogo de Lucas la narración que hace éste más adelante del comienzo de la vida pública de Jesús. El evangelio, en su más estricto sentido, comienza con la vida pública y comprende lo que hizo y dijo Jesús a partir de su bautismo en el Jordán.

Probablemente esta visita de Jesús a Nazaret es la misma a la que se refieren Marcos y Mateo en otro contexto y situándola cronológicamente más tarde. En este supuesto, Lucas anticiparía esta visita y hablaría de ella al principio de la vida pública de Jesús, para destacar así el carácter programático de la profecía de Isaías.

Con el permiso del presidente de la sinagoga, cualquier varón israelita podía leer públicamente la Ley o los Profetas, hacer una traducción del texto sagrado a la lengua vulgar (el arameo) y explicar su contenido en una breve homilía. Dado que no había un orden prescrito para la lectura bíblica, Jesús pudo elegir muy bien el texto de Isaías -61, 1 y ss-.

De hecho el texto de Isaías, que aparece aquí, está tomado de los Setenta, pero saltándose las palabras "sanar a los que tienen el corazón roto" (Is 61, 1), añadiendo otras (Is 58,6) y concluyendo con Is 61,2a. En este texto se anuncia un año de gracia -año jubilar- a los repatriados del destierro de Babilonia.

Jesús declara que la profecía de Isaías se cumple ya con su presencia. En él comienza la salvación, tan deseada. Por eso, lo que Jesús predica es realmente la Buena Noticia y no sólo una buena promesa ("Eucaristía 1986").

Cuando Mateo presenta a Cristo con los rasgos de un rabí ambulante (Mt. 4, 12-17), Lucas, más liturgista, comienza y termina su Evangelio por la narración de acontecimientos que se desarrollan en el Templo (Lc 1,5-23; 24, 50-53), y da comienzo al ministerio de Cristo dentro de la liturgia sinagogal del sábado.

Esta última exigía generalmente dos lecturas. La primera, sacada de la Ley (Pentateuco), era leída y comentada por un "doctor de la Ley"; la segunda, de origen más tardío, tenía que ser extraída de los profetas y podía ser leída y comentada por cualquiera que tuviese al menos treinta años. Jesús tiene treinta años y reivindica el derecho de leer y comentar esta segunda lectura. Su primer discurso público es, pues, un homilía litúrgica.

a) Lucas no ha conservado el mismo discurso de Cristo, pero resume lo esencial de él en una sola frase: "Hoy se cumple" (v. 21). Todas las leyes de la homilía están contenidas en este pequeño versículo. La liturgia de la Palabra no es una simple lección moral de catecismo, ni la afirmación de la esperanza escatológica fomentada por los profetas; esta liturgia proclama el cumplimiento del designio del Padre en el hoy de la vida y de la asamblea. No se contempla ya un pasado cumplido, aunque sea edad de oro u ocasión de caída; ya no se sueña más en un futuro extraordinario; se vive el tiempo presente como momento privilegiado para la venida del Señor.

Los apóstoles, a su vez, han respetado este procedimiento homilético de Jesús (cf Act 13,14-42; 16,13-17; 17,1-3; 18,4). La liturgia cristiana de la Palabra es por consiguiente hija de la sinagoga; cumple el recuerdo de ésta del pasado y la esperanza del futuro en la "celebración de hoy". ¡Sin embargo, puede uno preguntarse si los sermones pronunciados en las asambleas cristianas son fieles a los de Cristo o a los de los doctores de la Ley!

b) Cristo (o San Lucas) parece haber detenido intencionadamente su lectura en el momento en que la profecía de Is 61 anunciaba "un año de gracia". Pasa en silencio el versículo siguiente, que anunciaba el juicio de las naciones: y un día de venganza para nuestro Dios" (Is 61, 2), para insistir exclusivamente, sin duda, en la gracia de Dios. Estas palabras de gracia provocan el asombro de la asamblea (v.22) y son el origen de los incidentes narrados en los vv. 25-30. Precisamente para reforzar la idea de que su misión, toda, es de gracia y no de condenación, Cristo (o Lucas) ha añadido dentro de la cita de Is 61, 1-2 un versículo, tomado de Is. 58, 6, sobre la libertad ofrecida a los prisioneros.

Cristo define de una vez su misión como una proclamación del amor gratuito de Dios a todo hombre. Tal revelación sólo podía producir escándalo a los judíos que esperaban la escatología con todo el ardor que el odio a los paganos podía producirles.

Decir que hoy se cumple la Palabra de Dios -esta es la misión de la homilía- no solo significa que se realiza una profecía antigua o que un texto inspirado toma repentinamente importancia. Lo que se cumple no es ante todo la Palabra de los profetas o de los teólogos, sino esta Palabra de Dios más profunda que cristifica a la humanidad, así como la vida y la condición de los hombres.

Decir que la Palabra de Dios se cumple quiere decir que la humanidad, hoy, ha incorporado a Dios en Jesucristo. No se trata, pues, de hacer una homilía que tratara de aplicar tal o cual texto inspirado, tal o cual palabra profética a los acontecimientos vividos por los miembros de la asamblea; se trata más bien de revelar, como lo hace el Evangelio con el acontecimiento privilegiado Jesucristo, cómo el acontecimiento vivido actualmente por los hombres y los cristianos es revelador del designio cristificador de Dios. Las fuentes y el vocabulario bíblicos deben desdoblarse en fuentes y vocabularios sociológicos y psicológicos. Para esto es preciso disociar la obra de Jesucristo del contexto sociocultural al que está ligada, lazo que la "palabra" de los evangelistas ha reforzado con frecuencia, para verla en acción en el ambiente contemporáneo como una respuesta a la búsqueda de Dios que lleva a cabo un pueblo concreto al que se dirige la homilía.

De esta manera, en el momento actual de los hombres es como la homilía incorpora el "hoy" de Dios y merece ser el ministerio de la Palabra de Dios (Maertens-Frisque).

No creemos en una idea, sino en un hombre situado en el tiempo y en el espacio. Lo que anunciamos es una realidad de nuestra historia, no unas ideas; no sólo unas experiencias místicas, ni mucho menos una ideología, sino un acontecimiento sucedido y experimentado en medio de unos hombres concretos, que fueron desde entonces testigos y heraldos de la Palabra.

Jesús no es un mito. Es un hombre que vivió en un contexto temporal, en un ambiente sociológico determinado. Arraigado en un terruño, en un linaje, perteneció a una familia, aprendió la biblia con los demás. Trabajó como carpintero, que era algo así como "un hombre para todo" en aquella época. Tuvo amigos de todas clases, discutió con los representantes de la religión oficial y de las diversas sectas. Habló, actuó, vivió en medio de un pueblo muy concreto, adoptando su fe y sus costumbres, hablando su lenguaje, participando de su psicología.

Jesús es un hecho, y nuestro cristianismo sería falso si no tomásemos en cuenta la verdad "carnal" de ese hecho, la densidad de la encarnación. Jesús es un hombre; y lo que importa es qué hombre fue. Ese es el motivo de las cuestiones que se plantearon en Nazaret, cuando el evangelista Lucas nos presenta, en el pórtico de su relato, un retrato de Jesús. Porque la realidad de la encarnación no agota la inteligencia de estas tres palabras: Jesús de Nazaret. El escándalo nace de la vinculación entre estas dos afirmaciones: Jesús es de Nazaret; pero es también aquel que, al desarrollar el libro de las Escrituras en la sinagoga, declara a propósito del pasaje de Isaías: "Esta Escritura que acabáis de oir se ha cumplido hoy".

En ese hombre creemos que se concentra toda la aventura de los hombres con Dios. El es la cima y el todo de la Revelación. "Esta Escritura se ha cumplido hoy". Un hoy eterno, ya que es la provocación permanente de ese hombre llamado Jesús. No creemos solamente en un gran hombre, en un héroe admirable de nuestra humanidad. Afirmamos que él es "la última palabra" de Dios. "Esta Escritura se ha cumplido hoy". Hoy se ha cumplido el encuentro. Ya que es en nuestro hoy vulgar en donde nos vemos provocados a la fe. Y se abre ante nosotros toda la grandeza de nuestra vida cotidiana: es ahí, en el hoy humilde de cada día, donde encontramos a Dios cuando, al confrontarnos con la revelación de este hombre Jesús, decimos: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna". Sólo estas palabras dicen de verdad la totalidad del misterio. Hoy se ha cumplido tu palabra: tu Verbo, tu Hijo único, toca nuestro corazón y cada día es el tiempo de su revelación. Bendito seas, Dios, que cumples tu palabra: que nuestro hoy que pasa se abra y florezca en eternidad, en encuentro para siempre (comentarios: Sal terrae).

Orígenes (hacia 185-253) teólogo, en su Homilía 32 sobre Lc 2 (SC 87, pag. 387) se refiere a  "Esta palabra de la Escritura...se ha cumplido hoy" y dice: "Cuando leéis: "Enseñaba en las sinagogas y todo el mundo hablaba bien de él." (Lc 4,15) no penséis que aquella gente era especialmente afortunada porque oía a Cristo, ni que vosotros estáis privados de estas enseñanzas. Si la Escritura es la verdad, Dios no ha hablado sólo en las asambleas de los judíos de entonces, sino que habla hoy todavía en nuestra asamblea. Y no sólo aquí, entre nosotros, sino en otras reuniones y en el mundo entero, Jesús enseña y busca los instrumentos para transmitir su doctrina. Rogad por mí para que me encuentre dispuesto y apto para cantar sus alabanzas. Del mismo modo que Dios encontró a los profetas, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel en tiempos en que los hombres estaban privados de las profecías, asimismo Jesús busca instrumentos para transmitir su palabra y "enseñar a los pueblos en sus sinagogas, y todos hablaban bien de él." Hoy Jesús es glorificado por muchos más que en aquel tiempo en que fue conocido sólo por la gente de su provincia".

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